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Náufragos: sitios naturales donde disfrutar.

en Fantasías Eróticas

Al amanecer de aquella placentera noche en que Dante recibió las disculpas de Nahiri por su mal trato a bordo del crucero que se había hundido las cosas habían cambiado mucho en la isla. Alexandra se veía con más energía gracias a la ayuda del muchacho el día anterior, esas pequeñas frutas le dieron vida. La modelo, Nahiri, se encontraba radiante. Cualquiera que la observara, a pesar de algunos cortes en la piel y de su ropa desgarrada, pensaría que estaba disfrutando en una isla paradisíaca. Pero Dalma era la triste figura de la depresión y la desolación. Su delicado y pálido cuerpo estaba repleto de ampollas por el calor del día anterior. Su estómago era una sinfonia de quejidos que hacían sonreir a Dante. Se la veía deshidratada a pesar de que la isla era bondadosa con los recovecos llenos de agua de lluvia. No había provado bocado desde hacía días y ella no iba a ceder tan fácil, quería demostrar que podía estar a la altura de Nahiri.

La sensual muchacha no le dirigió la mirada a Dante desde que llegó. Él esperaba eso, sabía que ella no iba a delatarse frente a Dalma, después de todo, no podían arruinar su relación como cuñadas. En contrario, cuando Dante se sentó cerca de ellas a comer sus frutas, Nahiri le propuso a su compañera ir a probar suerte con las aves. Dalma no tenía fuerzas ni para contradecirla.

Dante se quedó solo devorando las frutas con mucho cansancio pues luego de esa intenta y sorpresiva sesión de sexo tuvo que seguir recolectando comida. En cuanto terminara, tomaría su merecido descanso.

Alexandra se acercó tímidamente a él. Se había olvidado de ella, a veces ni se acordaba que esa chica estaba en la isla. Pero, ¿cómo no acordarse? Era bellísima y su actitud era totalmente opuesta a la soberbia de las otras dos. Ella se acercó ahí, hambienta, a pedir por favor que la alimentara.

—Bu-buenos días, Dante. Se te ve cansado.

—Buen día. Estoy bien, sobreviviendo.

—S-sí. Lo estás haciendo muy bien.

Ella se sentó cerca de él sin dejar de mirarlo. A pesar de que se la notaba mucho más animada, ella parecía ser una de las que peor la pasaba. Estaba completamente sola y no era un hombre como para soportar eso. Dante se apiadó de ella y separó una gran cantidad de frutas para que comiera a gusto.

—¡Gracias! Muchas gracias por esto, yo no puedo pagarte de ninguna forma lo que haces por mí.

A Dante se le cruzó el cuerpo desnudo de Nahiri por la mente mientras él la penetraba por detrás a toda velocidad la noche anterior. Siempre había una forma de pagar si ella quisiera. Él no se atrevió a insinuárselo.

Estuvieron conversando un buen rato. Se le notaba que tenía muchísimas palabras guardadas, necesitaba vaciarse de todos esos días sin socializar. Cuando el cansancio de Dante pudo más que el, decidió recostarse sobre las piernas estiradas de ella. Alexandra no dijo nada.

—Oye, es muy interesante todo lo que me cuentas pero estoy agotado. Necesito dormir. Voy a usar tu sombra para evitar el sol. Si quieres, come lo que necesites.

Dante señaló su entrepierna. Allí estaba su camisa, anudada en forma de recipiente conteniendo las frutas. Si la muchacha buscaba los frutos más profundos podría llegar a encontrarse algo más que eso.

—E-está b-bien. ¡No te preocupes! Yo te cubriré el sol. Puedo cantar si tú...

—Está bien, pero me basta el ruido del mar.

Él la espió con los ojos semicerrados. La chica parecía dudar entre seguir hablando o cerrar la boca. En vez de eso, estiró su mano para conseguir más frutas. La sensación era exquisita. Su verga había quedado sensible por la noche anterior y cada vez que se agitaba el recipiente de tela él casi podía sentir las manitos de esa muchacha tocándosela.

Por un momento no pudo dormir. Estaba demasiado concentrado esperando que la chica hiciera algún movimiento sobre su miembro para aprovecharse de la situación. Sin embargo, el sueño lo venció y su mente quedó totalmente en blanco.

Nahiri y Dalma trataban con todas sus fuerzas de subir al árbol. Dalma quería esas frutas pero quería obtenerlas por sí misma. Nahiri podría haberlas alcanzado ya, había estado observando un poco a Dante la noche anterior y se dio cuenta su manera de trepar y conseguirlas. Pero ella no estaba preocupada por las frutas, cuando quisiera podría pedirle a Dante. Lo tenía en sus manos después de todo. A Nahiri le convenía mucho más que Dalma estuviera sin fuerzas. De esa forma ella dormiría toda la noche y podría luego encontrarse con Dante.

—Es imposible —susurró Dalma, agotada. Su cuerpo ya empezaba a tener cortes. Cada vez se arriesgaba un poco más, el hambre la estaba volviendo valiente y despreocupada—. No sé como hace ese... chimpancé para conseguirlas.

—La verdad que no lo sé. Debe tener buen entrenamiento —respondió Nahiri acariciando el árbol que la noche anterior había estado sosteniendo mientras el muchacho la llenaba de semen.

Estaba acostumbrada a cuidar su cuerpo, era una modelo y quedar embarazada sería terrible para ella pero realmente le había gustado. Se había sentido tan libre y tan bien. De a momentos sentía culpa y malestar pero le había encantado, pocas veces se había sentido tan exitada. Dalma empezó a sollozar con mucha tristeza. Nahiri se sintió mal por un momento.

—Bueno, bueno, no llores, corazón.

La morocha la abrazó con fuerza y su delgada cuñada vació sus ojos sobre sus hombros. Estaba desconsolada. Nahiri, recordando los abrazos de su amante la noche anterior, la apretó más contra ella y le acarició el cabello.

—Vamos a morir aquí. No sé que haría si no estuvieras, Nahiri. Ya me habría vuelto loca.

Nahiri, agradecida por sus palabras, comenzó a besarla en la mejilla y en el cuello. Si Dalma sintió la lujuria de sus besos no dijo nada y se limitó a abrazarla por la cintura.

La modelo iba a animarse a comer su boca cuando oyeron ruidos. Provenían del follaje cercano. Era una especie de siseo y de agitación de los pastizales. Las dos se sobresaltaron.

—Ey, eso no es bueno. Hay que regresar —apremió Nahiri.

—Coincido, vámonos de aquí.

Caminaron hacia el lugar en el que descansaban y de lejos pudieron ver a Dante yaciendo sobre las piernas de Alexandra y ella acariciando sus cabellos. Nahiri se sorprendió mucho al principio y luego frunció el seño con ira.

—Puta barata...—susurró, sin importarle si Dalma la oía.

—Nahiri —la llamó su cuñada—. No le digas nada a él sobre lo que oímos en ese lugar.

—¿Qué? —Nahiri tardó un momento en salir de sus pensamientos y procesar lo que su amiga estaba pidiéndole—. Pero eso puede ser peligroso. Él irá allí en la noche y lo que sea que haya ahí podría hacerle daño.

—Es un egoísta. Si algo le pasa, se dará cuenta que el destino lo está castigando por no compartir la fruta —comunicó Dalma.

—Quizá deberías pedirle un poco.

—No iré a pedirle nada a ese sucio ladrón. Aparte, parece que ya tiene quien le pida.

Las chicas se sentaron a conversar cerca de Alexandra y Dante, que dormía sin ningún problema, aunque el sol le daba en la cara y las demás hablaban en voz alta. Alexandra, por el contrario, no levantó la mirada. Estaba avergonzada, después de todo, sabía lo que ellas estaban pensando.

Cuando Dante despertó ya no estaba en las piernas de Alexandra. Dalma y Nahiri estaban cobijadas juntas dentro de una manta y hablaban en voz baja. Hacía un frío terrible. Él desanudó su camisa, se la colocó y aprovechó a levantarse. Se estiró un poco, caminó sintiendo los quejidos de la panza de Dalma, sonriendo por cada uno de ellos.

No encontró a Alexandra por ningún lado. Decidió ir a buscar más frutas, pues la chica se había comido hasta la última. Si seguía comiendo de esa manera él realmente tendría que empezar a cobrarselas.

Distraído, imaginándose a Alexandra comiendo de su camisa y mamándosela al mismo tiempo, se acercó al gran árbol frutal que ya era algo así como su supermercado favorito aunque pronto tendría que buscar otro. Se estaba agotando.

Apenas había intentado subirse un par de veces cuando sintió una embestida en su espalda que lo aplastó contra el árbol. Supo que era Nahiri. Sintió su respiración en su nuca y su mano derecha buscando su pene con desesperación.

—¡Oau! Tranquila, tranquila, dame un momento.

—Silencio. Hay algo allí entre los arbustos. Tuve que remojar el agua de Dalma en aquellas hierbas somníferas que comiste el día en que llegamos, ¿recuerdas? Para poder venir a avisarte a tiempo.

Claro que lo recordaba. Dante había probado cara hoja de esa maldita isla esperando que algo fuera comestible. Todo era venenoso en ese lugar o podría traer problemas terribles a su existencia.

—Ven, vamos a otro lado. Quiero tenerte dentro de mí ya mismo y creo que tenemos tiempo.

Dante la siguió sin decir nada. Se escabulleron entre unas plantas pequeñas de palmera en una zona con mucha vegetación y piedras. Allí no serían vistos. O al menos eso creían.

Alexandra había tenido serios problemas desde esa tarde en que Dante se recostó sobre ella. Al principio no estaba pendiente del gesto, sólo vio una persona cansada utilizándola como sombra para poder dormir. Con el pasar de los minutos, ella empezó a darse cuenta que era un hombre en su regazo. Ella había ido a disfrutar de ese viaje con su novio. Ella adoraba viajar y disfrutar cosas nuevas como aquel crucero pero estaba segura que su novio le pediría sexo todo el día y que no tendría tanto tiempo para disfrutar de lo demás. Y ella tendría que dárselo, después de todo, él había pagado.

Luego del naufragio, el tiempo que Alexandra tuvo para disfrutar su panorama fue demasiado. Y el sexo se había reducido drásticamente a cero. Esa tarde, cuando había consumido la mitad de las frutitas que Dante había conseguido, pudo sentir su pene por detrás de la tela del pantalón y de la camisa. Y no pudo evitar seguir toquetéandolo cada vez que buscaba una fruta. En un momento se quedó sin hambre y siguió consumiendo por el simple hecho de poder seguir tocándolo. Muchas veces lo acarició, lo sostuvo por entre las ropas en su mano, lo apretó, lo deseó entre sus piernas y, sin darse cuenta, devoró hasta la última fruta como si cada una de ellas fuera esa verga que deseaba. Para su suerte luego llegaron las otras chicas y pudo irse de allí, con su vagina empapada en placer.

Se ocultó el resto del día a pensar y el sol cayó sin que ella recordara que tenía que volver. Estaba muy confundida por lo que sucedía.

Entonces, oyó sonidos, voces a su espalda. Era Dante, podía reconocerlo. Y era también una de las chicas. Nahiri.

Alexandra, oculta detrás de una gruesa palmera, hizo silencio y trató de observar todo lo posible. Estaban desnudos, se abrazaban y se besaban. Eso no podía estar sucediendo. Era demasiado para la salud mental de Alexandra.

La chica de cabello castaño los vio tirarse al suelo como si estuvieran luchando. Vio las enormes tetas de Nahiri sacudiéndose mientras apuntaban al cielo oscurecido y a Dante metiéndole profundamente en la concha esa verga que había estado sosteniendo aquella tarde. Su entrepierna goteó, incapaz de contener la excitanción que le transmitía esa imágen.

Se sentó tratando de no hacer ningún ruido. Apretó su vagina contra una corteza saliente de la palmera. El dolor de sentir su clítoris aplastado contra esa superficie áspera calmó un poco su excitación pero seguía mojándose y le costaba respirar. Las ganas de coger le estaban dando un terrible dolor de estómago. Trató de conformarse con verlos. En ese momento, Nahiri se había sobrepuesto a Dante y lo cabalgaba como una experta jinete. Desde la oscuridad podía ver la verga del muchacho entrar y salir, haciendo un ruido chicloso. Ella daba grititos de placer como si estuviera a punto de volverse loca. Él parecía totalmente abrumado por la potencia sexual de la mujer.

Alexandra se mordió el labio. Ella queria, pero sería imposible compararse con esa mujer. Ella complacía a un hombre, podía hacerlo acabar, pero jamás tendría esa actitud de hembra salvaje que veía en Nahiri. Le dolio saber que Dante jamás le daría sexo teniendola disponible a ella.

Entonces, Dante gruñó con fuerza. Ella lo vio levantar en sus fuertes brazos todo el cuerpazo atlético y larguirucho de la modelo. Su novio abogado iba a un gimnasio y su cuerpo estaba trabajado pero no de la forma naturalmente curtida de ese chico. Su piel parecía rugosa como la corteza de la palmera. Sus brazos fuertes y duros, como la piedra. No tenía abdominales marcados ni pectorales formados pero tenía una pija que para Alexandra era una delicia. Era grande y además parecía un garfio. Nahiri, sostenida en el aire, parecía enganchada a ella como un automovil a una grúa. Sotenida de los hombros del chico se dejaba embestir mientras sus labios tenían una gran sonrisa de placer. Alexandra tuvo que taparse la boca para no gemir, casi podía sentir como disfrutaban.

—¿Te falta mucho? —preguntó ella entre jadeos.

—¿Estás apurada? —le contestó él, agitado también, pero burlón.

—No, pero ya acabé cinco veces.

Alexandra se mordió la muñeca con envidia. ¿Cinco veces? Ella jamás había acabado cinco veces, con suerte llegaba a acabar una cuando estaba muy excitada, luego no se mojaba ni con la lluvia.

—¿Te estás aburriendo?

—No, no es eso. Ay, ay, ay, me das en el útero, me lo estás abriendo todo —gimoteó Nahiri mientras se mordía el labio inferior.

—¿Y entonces qué es? —Dante parecía una locomotora, no dejaba de empujarla una y otra vez, aun teniendo el cuerpo de ella encima.

—¡Que quiero que me llenes de leche como ayer! ¿Eso querías escuchar? ¡Bueno, hacelo, dale, acabame hasta que me rebalse la concha!

Alexandra abrió los ojos sorprendida. ¿Cuanto tiempo llevaban haciéndolo a escondidas? Eso sólo le hizo peor, se sintió mal, supuestamente ellos se odiaban, ¿por qué él había buscado a Nahiri? ¿No hubiera sido mejor que le preguntara a ella? No estaba segura de si hubiera aceptado pero... era la opción más viable. Desde el punto de vista de él al menos.

Dante la bajó del aire y la depositó boca abajo en el suelo de piedra, tierra y ramitas. A ella no le importaron las molestias de la naturaleza mientras él se le subía detrás y la sacudía una y otra vez con una velocidad y una fuerza incomparables.

—¡Ohhhh, tomála, Nahi, ahí la tenes toda! ¡Mmm, ooohh!

Los gemidos de él eran deliciosos. Desde donde estaba no podía ver, pero Alexandra suposo que debió acabar como un litro. Se le hacía agua la boca. ¡Tenia que salir de ahí! Ella sólo tenía que dar unos pasos hacia ellos. Cuando la vieran, lo demás saldría solo. Quizá la odiarían o quizá la tomarían entre los dos y ella podría disfrutar también. No perdía nada intentándolo.

Entonces, un grito de la mujer la detuvo.

—¡AAAAH! ¡Algo me mordió, Dante!

—¿Qué? ¿Qué fue? ¿Donde...?

Entonces, más rápido que el viento, Dante se estiró hasta alcanzar una rama más o menos gruesa como su pene (a Alexandra le costó comprarla con otra cosa), y la clavó en el suelo.

La chica castaña se puso pálida. Eso podría ser grave. Harían silencio y la descubrirían. Tenía que irse al instante. Como pudo se levantó, con las piernas temblando, totalmente extasiada por presenciar el acto sexual de esos dos. Volvió caminando al campamento, sosteniendose los pezones endurecidos con una mano y palpándose la entrepierna con la otra. No podría dormir esa noche, no después de lo que había presenciado. Estaba muy caliente. No podría soportar a Dante durmiendo en su falda otra vez, ya no podría controlarse luego de eso...