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Me follaron, él y su hermano gemelo

en Transexuales

Mi chulo tenía un hermano al que yo no conocía. Se llamaba Adrián. Esperaba nuestra llegada en su casa de la montaña, pero llegamos tarde porque nos entretuvimos practicando sexo con un bruto cuyo cigarro quemó mis tetas, sin querer o queriendo (Relato: Mis tetas, vendidas a un extraño). De nuevo en ruta, puse interrogantes a mis pensamientos: ¿Qué hacía ese tipo perdido en la montaña?, ¿sería mayor o más joven que él?, ¿estaría bueno y tendría una buena verga cómo su hermano? Sonreí algo preocupada. ¿Era yo una obsesa sexual? Contesté negativamente a eso. Sólo era una zorra muy caliente con ganas de macho.

Sólo oímos el balido de las cabras pero a él no lo vimos. Yo estaba tan soñolienta y agotada que sólo fui consciente de la cama donde me dejé caer. No sé cuanto tiempo dormí, porque desperté de la siesta en la oscuridad y sin reconocer el entorno, y los olores intensos me confirmaron que el aroma campestre del ambientador de mi baño no era más que una mentira. Oí voces, y tanteando, conseguí alcanzar algo de tacto leñoso que identifiqué como una puerta. Con el oído contra la hoja de madera, escuché a Julián decir:

-Dijiste que me traerías una mujer y te subes a un tío con tetas... ¿por quién me has tomado?

-No es sólo un tío con tetas y no le faltes, por favor, es algo más: es Crisálida -respondió Julián...

-¿Crisálida? ¿Sabes cuánto hace que no como coño y que no meto en vagina humana? Yo te lo diré: tres meses, Julián...tres meses... Primero fueron las fiebres de las putas cabras, luego tuvieron partos largos y difíciles porque estaban débiles, y después, haciendo de niñera con los cabritos. No he tenido ni un instante para bajar y echar un casquete, y ahora... llegas tú con el “regalo sorpresa”!

Me pareció oír a Julián, preguntar y contestarse a si mismo como un titiritero o un loco poseído, tal era el parecido de las voces:

-Oye, tranquilo. El que no tengas desahogo no es culpa mía. Ni de que te diera esa locura neorural y te perdieras en el monte colgando los hábitos de ejecutivo, abrazando la fe ecosostenible. ¿Crees que alguna mujer en su sano juicio subirá a esa altura a chuparte la polla? Deberías probar en algún programa de esos, tipo Granjero busca esposa, a ver si alguna descerebrada como tú quiere reconciliarse con la naturaleza, tu polla y el mal de altura, de paso...

Soy una gata en la oscuridad, pero calculé mal buscando acomodo. Me apoyé en algo que cayó con estruendo, arrastrándome. Tumbada cuan larga era y abrazada al colgador de pie vintage auténtico que luego identifiqué, vi encenderse la luz y aparecer a Julián seguido de su réplica exacta. Mi cara debía ser un poema porque me dijo, riéndose:

-Jajajajaja... tranquila. No estás borracha. Ese es Adrián, mi hermano gemelo. Adrián, esa es Crisálida.

Desde mi patética postura encajé la mano que él me ofrecía, no sólo para saludar, sino para levantarme y sacarme del apuro. Le di las gracias al clon de Julián, aunque por mucho que me esforzara, no tenía claro que esa imagen doble no fuese el resultado de una intoxicación etílica. Su aspecto, su cara, su peinado, su manera de moverse, eran tan exactas que me confundían, y me dijo con idéntica voz y entonación:

-¿Te has hecho daño?

-Oh... no ha sido nada, gracias -le contesté con una sonrisa lo más cómplice y femenina posible, para convencerle de que el universo no acababa con un rebaño de cabras y un coño; sino con un buen par de tetas de silicona, y un recto aterciopelado y caliente como el mío...

-La cena ya está a punto, te esperamos en el comedor. Está tras la puerta, no te pierdas... jajaja... -me dijo Julián guiñándome un ojo y burlándose de mi aspecto aturdido, a lo que contesté con desdén, frunciendo el ceño y musitando:

-Hijo de p---.

La verdad es que no tenía ganas de intimar con ese desagradecido llamado Adrián que no sabía apreciar los encantos de un trans, y estaba muy cabreada con su hermano por haberme llevado a esa casa. Ya había oído suficiente tras la puerta y por un momento pensé en no salir del cuarto, pero tenía un hambre de loba. Finalmente, me tragué el orgullo y aparecí por el comedor aunque poniendo morros.

No soy nada remilgada y devoré  la ensalada de queso de cabra con canónigos, el estofado de cabra con patatas y el postre de requesón de cabra con miel sin ningún impedimento, dejando caer de vez en cuando trocitos de cabra del tenedor al pliegue de mis senos, para dejarle bien claro a Adrián lo que se perdía. Él no quitaba ojo, sobre todo cuando me limpiaba con la servilleta. La miel cayó “casualmente” en la raja y, gimiendo porque la quemadura me escocía, le pedí ayuda a Julián como una zorrita juguetona:

-Por favor... mmmm... como arde... oh... oh...

Y él, presuroso, acudió en mi auxilio. Bajó la camiseta por debajo de las tetas, las separó y pasó la lengua por la rojez. ¡Qué alivio! La apuró toda, pero no tuvo bastante porque siguió con más lametones...

-Jajajajajaja... por favor... por favor... para... -le decía yo, mientras miraba de reojo a Adrián, que  colorado e impávido, contemplaba el obsceno espectáculo. Julián, imparable, las sobaba dispuesto a aplicarme la cura, no por parcelas sino entera. Me agarró del brazo y me llevó hasta el canto de la mesa. Allí dejó que me sentara y me tumbó de espaldas sobre la tabla, con delicadeza. Sin querer, algunos platos quedaron bajo mi cuerpo convirtiendo el requesón en quesadilla, pero él los apartó. Se echó sobre mí y deslizó su boca por mis pezones, mordisqueándolos. Chorreó un poco más de miel y seguimos, yo con mis grititos de zorra escocida y él con sus lamidas, mordiscos y chupetones. Desde mi postura yaciente no veía a Adrián, pero si oía sus incómodos carraspeos.

Me encantaba que me follara en esa postura y es lo que parecía querer hacer. Me levantó las piernas, arrastró las braguitas y con ellas ató mis pies. Eso nos perdía. Alcanzó el plato de mantequilla para hundir los dedos en ella y arrancar una buena porción. La arrastró hasta mi ano empujándola hacia dentro, y yo sintiendo su frío, la licué con el ardor de mi mucosa. Empecé a respirar agitada mientras le veía sacar esa tranca que me enloquecía con sólo verla, y aunque llevará menos de ocho horas sin catarla, ya me parecía una eternidad y un oprobio no poder gozarla en tanto tiempo. Me la metió sin más preliminares, dejándome los ojos como huevos de gallina, saltones, blancos y sin pupilas; la boca abierta y jadeante. Empezó con el envite duramente y sin compasión, agitándome toda y sin tocarme la polla. Las tetas se movían al ritmo y yo las atrapaba con mis manos, pellizcando y tirando de mis pezones mientras Julián le decía a su hermano:

-¿No es bastante hembra para ti?... pues a mí me sobra... verás como se corre con la verga entera metida, sin tocarse la suya que ella llama: La intrusa...

-No es eso -contestó Adrián, aparentemente violentado por la situación...

-Siempre lo hemos compartido todo, somos gemelos, Adrián... ¡¡¡TODOOOO...!!! Mírala, hay una  mujer atrapada en ese cuerpo que enloquece cuando un macho la toca o simplemente la mira, solo tienes que traspasar su ano con la verga y ya la sientes ahí, sientes su cuerpo de puta zorra agitándose, su culo se licua como un coño o así lo noto... Saber que está ahí escondida y arrastrarla hacia afuera me vuelve loco... aunque cada vez hay menos que sacar, y más, fuera,... mmmm... mira esas tetas preciosas, no te apetece masturbarte con ellas?

-No todo lo compartimos -contestó Adrián

-¿Qué? -preguntó Julián sin detenerse, jadeante.

-Gemma, tu esposa. Ella no quiso acostarse conmigo..

-¡Gemma... Gemma... Gemma... qué coño nos importa ahora? ¿Estás resentido por eso? Ya sabes que es una engreída y no le gustó la idea de hacérselo contigo... no como Crisálida... ¿a que sí, Cris, que tú eres una auténtica zorra y sí te gusta que te reviente a pollazos quien yo quiera?

-Oh sí... me gusta... me gusta... síííííííí -gemía yo, porque cada vez se movía más rabioso y más duro- soy una zorra... soy una zorra... la más puta de las zorras... oh síííííí... (cuando releo eso me muero de vergüenza, sintiéndome una vejada estúpida y sumisa, pero es que Julián me volvía loca y yo me dejaba hacer todo lo que él quisiera)

-Esto es una hembra para mí, Adrián, alguien que disfrute la polla que tiene dentro, sin complejos; que le agites la tetas y la vuelvas majara de gusto... a que sí zorra?

-Oh sííííí... soy una puta... toda para ti y para quien tu quieras... la que más... -le contesté mirándolo con la misma rabia y deseo que él me miraba, mientras sentía su polla desgarrando mis límites, frotando la próstata y mandando oleadas de placer por todo el cuerpo hasta la punta de mis cabellos, y proseguí-: Ese es mi macho, Adrián... nadie me ha petado el culo como tú hermano hasta ahora, te lo juroooo... síííííííí... síííííííí... síííííííí...

Gemía muriéndome de gusto y sentí que iba a correrme, y él, cuando vio mi semen asomar, empujó con más violencia doblándome las piernas sobre la cabeza y clavando las punteras de mis zapatos contra la mesa. La braga se soltó y rozó a Adrián en la cara, sacándolo de su estupor. Mi lefa brincó una y otra vez sobre los restos de comida mientras sentía como la suya me inundaba el recto... Aullamos, adheridos el uno al otro en ese calentón extremo.

-Voy a hacer café -dijo Adrián, limpiándose con la braga, la lefa que le había alcanzado- ahora vuelvo.

Pero apenas le oímos porque yo no paraba de resollar: “quegustazomasdao...”  y él: “tumasrejodiaputa”, deshaciéndonos en las últimas convulsiones del orgasmo. Tras mecer un rato su cuerpo con mi respiración, me liberó y cargó en su espalda para llevarme a la cama como un fardo donde me dejó caer, y allí, nos acurrucamos. Agotada, ya casi pillaba el sueño cuando oí ese balido desgarrador...

-¡Julián, has oído eso?, ¿es lo que imagino?

-Sí, es eso, anda y duérmete...

-Pobrecillas...

-No te creas, están acostumbradas. Cuando andan en celo lo buscan a él y se olvidan del macho cabrío...

-Qué quieres que te diga, encuentro humillante que haya preferido tirarse a una cabra antes que a mí...

-Jajajajaja... ¿estás celosa de una cabra? Tranquila, no tienes de qué. Se la folla a ella pero piensa en ti, no olvides que es mi gemelo y sé que pasa dentro de su cabeza. Tú déjame hacer y mañana lo tendrás a tus pies.

-Con tenerlo en mi culo tengo suficiente...

-Zorra...

-Mmmmmm... ahora entiendo porque tu mujer no sube a verle. Parece que Adrián anda resentido por el desprecio.

-Olvídalo -contestó molesto, y me pellizcó una nalga para ponerme en mi sitio.

Nos dormimos. Me perdí el amanecer como de costumbre y cuando extendí la mano ya no encontré a Julián. Estaba claro que ni ese rufián ni su réplica me traerían el desayuno a la cama, por lo que espabilé tras vaguear un poco entre las sábanas. Abrí los postigos y la luz del mediodía inundó la habitación, me acerqué para observar el entorno, pero calculé mal mis nuevas medidas y estrujé la parte delantera y los pezones de mis tetas desnudas contra el frío del cristal. Si en un primer momento di un respingo, después cerré los ojos y allí las mantuve. Me gustaba ese frío y sentí alivio, sería por el escozor residual de la quemadura. No sé el rato que estuve así, pero cuando los abrí, vi a  Adrián fuera a unos diez metros de distancia, mirándome. Los cerré de nuevo mientras una oleada de calor me subía por las mejillas, mitad vergüenza, mitad lujuria. Esta vez, mi ardor había empañado los cristales y me aparté para limpiarlos y ver si seguía ahí, pero ya no estaba. Me di la vuelta y vi algo en la mesilla: un bote de cristal con un paño dentro, una caja con un lazo y una nota en la que ponía:

“Date un baño largo y una buena lavativa, para que no quede ningún rastro de olor. Tampoco te pongas perfumes, máximo bicarbonato. Luego, restriégate ese paño por el ojete y ponte lo que encontrarás en esa caja. Después, saca el polvo de los muebles con el mismo paño. Me voy a buscar setas y no volveré hasta la tarde. Un beso, perra obscena”.

Alagada por la injuria cariñosa, hice lo que me pedía. La casa era vieja, pero los suministros básicos estaban saneados. Llené la bañera y me sumergí en ella dejando que mis ubres flotaran. Estuve a punto de echar sales, pero me acordé de la advertencia de Julián y me limité a frotarme sin gel ni jabón, y acabando por introducir el manguito de la ducha por el ano para darme una lavativa. Limpia de impurezas, me sequé la piel y el pelo, y me dispuse a abrir la caja que Julián había dejado junto a la nota. Era de aspecto antiguo y atada con un lazo, y bajo un pliegue de papel, apareció una lencería fínísima de color blanco. Encontré una braguita de seda con puntillas que me ceñí mientras me contorneaba frente a un espejo. Enfundé mis piernas en unas medias blancas que rematé con unas ligas rosa claro y unos ligueros malva.

De entre los pliegues del corpiño, salió una foto antigua en la que se veía una mujer posando con la misma indumentaria. Estaba más llena que yo según la moda de la época, pero la imagen me ayudó a vestirme y a cuidar hasta el último detalle. El corpiño era blanco, rígido y de media copa, dejando mis tetas erectas y los pezones al aire. Me peiné como ella, recogiéndome el pelo y dejando la nuca a la vista. Puse los pies en unos zapatos de tacón que me costó horrores calzar, y que estuve a punto de desechar por no ser de mi número. Finalmente, me di el maquillaje que encontré, junto con el rímel, el colorete y el carmín antiguo; y me puse a remolonear frente al espejo mientras me lazaba a la espalda el delantalillo blanco, el toque final.

Me sentí extraña, pero de una sensualidad morbosa que me ponía la polla dura bajo la braguita. Observé la foto de nuevo para ver si había olvidado algún detalle, y me pregunté como no lo había observado: La modelo ostentaba el mismo bulto en la entrepierna que yo, y esas manchas y chorretones de la foto... ¿qué serían?... -¡semen de paja, estúpida! -me contesté, excitada.

Ya casi lo olvidaba. Abrí el bote y saqué el paño. Había una mancha roja que desprendía un olor intenso y entendí que eso era la parte femenina que yo nunca alcanzaría, ni con voluntad, ni con dinero. Obedecí y obviaré los detalles. Salí de esa guisa a la sala comedor como bestia ofrecida en sacrificio y me afané en mis trabajos de doméstica, no dejando ni una mota de polvo allá por donde pasaba el trapo. Ya le encontraba gusto al oficio cuando oí unos pasos a mi espalda, me detuve...


-¿Julián? -pregunté sin darme la vuelta...

-Calla, y no preguntes -oí, a la vez que sentía su aliento caliente en la nuca, sus brazos atraparme las ubres y la dureza de su bragueta tensada por la erección, en mi culo

-Cerré los ojos... ¿quién era?, Julián... Adrián?... qué morbo me daba eso!

-Estaba en el bosque cortando leña y oí tu aroma... mmmm... no se qué hace una hembra cuando su macho está en el campo y ella se pone ardiente y con el el coñito lleno de flujo... ¿tú lo sabes? -preguntó mientras deslizaba sus manos calientes por mis pezones, y me mordía la nuca desnuda y el cuello hasta llegar a la oreja... deduje que era Adrián porque su hermano no tenía los dedos tan callosos...

-...mmmm... no se que haría esa hembra calentorra en su ausencia -contesté- probablemente buscaría algo grande y duro para meterse, como una buena zanahoria, un pepino de esos rugosos...o vete a saber si el palo de hacer manteca...

-¡Qué viciosa, la muy perra..!, ¿y no le haría daño ese palo mantequero? -prosiguió, bajándome las bragas hasta las rodillas y deslizando su lengua por todo el espinazo hasta llegarme al ojete...

-Jajajajaj... mmmm... -ronronée yo de gusto, sintiendo como lo abría con los dedos para chupármelo- ya sabes aquello de “sarna con gusto no pica”, aunque no veo para que lo necesita si ya llegó su machote caliente para follársela...

-Nunca se sabe... A lo mejor, al machote le gusta ver a esa puta darse duro con el palo...

-Si es tan viciosa como yo, seguro que le gusta darse ante él -le dije, para aclarar las cosas y concretar mi papel en esa historia.

Entonces, me dejó y se fue a la cocina. De vuelta, trajo una mantequera con su palo y una zanahoria bien gorda y larga. Me desató el pelo, tomó la hortaliza y le hizo un agujero por la parte gruesa, pasándole un cordón de lado a lado. Delante de mí, me desabrochó el corpiño para que las tetas salieran libres, y mientras me enloquecía con mordiscos en los pezones, llevó la zanahoria al ano para hudírmela hasta el fondo previamente lubricada con sus babas. Qué gusto me daba la condenada en sus manos, sacándola y metiéndola...!, por eso me puse a gemir como lo que era y sigo siendo: una zorra. Entonces, ciñó el cordón a la cadera para que se mantuviera bien anclada sin salirse de la cueva, y me dijo mientras soltaba la verga y a punto de meneársela:

-Haz manteca.

-Yo me acerqué a su entrepierna, admirada de sus proporciones generosas y exactas en tamaño, color y venosidad a las de su pariente, pero él me detuvo con la mano.

-¡Quieta! Manteca de verdad he dicho... ahí... -y me señaló la mantequera.

Estupefacta pero obediente, me puse a batir mientras él se sentaba en el sofá y hacía lo mismo con su rabo, diciéndome:

-Dale duro, como si fuera mi verga. Sé que te mueres por alcanzarla, y cuanto antes la dejes al punto y cuaje, antes recibirás el premio de mi carne.

-Eres un puto cabrón -le contesté yo, mirando hacia otro lado para que no viera el enojo que me causaba su actitud chulesca; a la vez que disimulaba la satisfacción que sentía por la promesa.

-Me encanta verte así: como una exquisita cabrera, la horma de mi zapato -me dijo-. No se si podré aguantar mucho tiempo con la polla en la mano, contemplándote encaramada a esos zapatos, con tus nalgas apuntando al techo, esas tetas bailando como locas, la zanahoria moviéndose en tu ano... y esa polla respondona intentando salir de la braga....

-Yo tampoco sé si podré contenerme, oyendo la viscosidad de la mano sobre el glande al ritmo de tu paja...y oliendo esa aroma de toro almizclero que desprendes... ¿Por qué te gusta verme así?- le pregunté si dejar de darle al palo.

-De joven y con mi hermano, nos masturbábamos juntos con la foto de esa mujer extraña que encontramos en un rastro. Nos daba morbo verla tan femenina y con la verga atrapada, como tú ahora, Crisálida. Pero si quieres que te diga la verdad, es tu mirada de entrega absoluta y que a un macho tanto le pone: “sáciate de mí y fóllame hasta hartarte”, leo en ella.

-Eso pretendo -dije, prosiguiendo con mi faena-. Saco lo más básico y primario del hombre para satisfacerle; hay quien lo creerá vejatorio, pero es mi vida y lo que más me complace...

Batí mantequilla por primera vez en mi vida, pero no fue tan diferente a mamporrear en un cine de reestrenos y le demostré lo profesional que era cuando la crema espesó en poco tiempo. Tras comprobar la consistencia me mandó acercar, para hacerle una buena paja que rematé con una chupada larga. La zanahoria me tenía a morir y lo hubiese corrido allí mismo, de no haberme contenido a tiempo con su mano. Me desató y la sacó, fue hasta la mantequera y extrajo un poco de grasa fresca con los dedos. Volvió para hundirla en mi ojete que aunque estaba bien dilatado, lo agradeció. A cuatro patas me montó con fuerza mientras me agarraba la verga y me decía:

-Ahora me toca a mí batir la manteca.

Metió y sacó del culo durante un buen rato, a veces frenaba; y otras, aceleraba al ritmo de mis gemidos placenteros. Mientras lo hacía, hundía sus dedos en mi pelo echándolo hacia adelante y liberando mi nuca para besarla. Tenía la puerta frente a mí, y con la mirada perdida vi a Julián entrar con el cesto en la mano. Apenas pude contestar a su saludo porque mi voz se rompió al intentarlo. Con el dedo en los labios me impuso silencio, abrió la bragueta y se acercó a mi boca para meter ahí la verga. Entró dura y sabrosa, y alivié su cansancio guerrero dando merecido gusto a mis tragaderas. Le masturbé los huevos con suaves estrujones, y cuando ya le pillábamos el ritmo, oí que le decía a Adrián:

-¿Lo hacemos?

-¿Cómo en los viejos tiempos?

-Cómo en los viejos tiempos -confirmó Julián, cómplice, mientras su hermano se ponía de pie y me alzaba pegado a él.

Levantó mis piernas ofreciendo mi culo follado a su hermano. Noté con dolor intenso los dedos de Julián sumarse a la polla fornicante y ampliar el acceso de la cueva. Entró arrastrada por la otra, como hace un calzador con el pie en un zapato. Tenía dos vergas en el culo sin darme respiro ni sosiego. Vi negrura y puntos de luz como el telón de un escenario. Poco a poco, el placer fue ganando al dolor en una lucha salvaje en que esas sensaciones se fundían; y de la mudez pasmada inicial, pasé al ronroneo gustoso pringado de saliva. Me batían el culo como un solo hombre. Ese monstruo de polla bífida me sobaba con sus cuatro manos, me mordía con sus dos bocas, dos lenguas esparcían sus babas. Bajé mis manos a sus cojones y ahí estaban los cuatro, prietos y deliciosos. Los exprimí bien y obedecieron. Soltaron su tesoro blanco,  Adrián llenándome entera por el culo y Julián arrastrándola hasta mi boca mientras me decía:

-Toda tuya, puta

Mientras la tragaba toda me corrí, con el vaho caliente de Adrián en el cogote y sacando la lefa que pringué por todas partes.

Cenamos revoltillo de setas con huevos, pero yo andaba catatónica. Se reían de mí mientras introducían la comida en mi boca. Yo la masticaba con gusto pero con la mirada perdida, y ellos se reían bromeando y culpando a una amanita tóxica de mi estado. Capullos. No conocían el coma gocero, deliciosa secuela del placer extremo.

Y sí, el menstruo era de cabra.

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