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Demasiado puta para sentirme vejada

en Dominación

Estoy cansada. Dos horas en tren y metro para llegar al hotel, tras diez horas de arduo trabajo, no deberían ser del gusto de nadie en su sano juicio; pero a mí me provoca una grata sensación de paz. ¿Extraño?: Puede. ¿Estoy loca?: Probablemente.

Deberé arrodillarme ante él, la misma postura que requiere fregar escaleras vecinales, cierto; aunque no es lo mismo sentir las frías baldosas que la moqueta bajo mis gastadas rodillas. Tampoco es igual ser objeto de las despectivas miradas de los vecinos que ser el centro de la suya -despectiva también- pero deseosa de mi culo desnudo y ofrecido. Como tampoco es igual el chapoteo de la bayeta en el cubo que el de su verga preparándose para hundirse en mí.

No quiero anticipar nada. Estoy en el metro y no quiero ponerme en evidencia. Cuando pienso en él se me nota o creo que se me nota. Mi respiración acelera, mis pupilas se dilatan, mis pezones erectan tras la blusa y mi coño segrega flujos hasta empapar las bragas y la tela de la falda. 

Llego al hotel y el conserje le avisa. Es un buen hotel, describirlo como lujoso sería demasiado; pero es tranquilo, situado en un pasaje donde las casas aún tienen jardines frontales y enredaderas en los muros cuyas hojas en otoño se vuelven rojas y caen. La puerta cede cuando giro el pomo, entro, la cierro a mis espaldas y me adentro en la penumbra de la habitación. Dejo la chaqueta sobre la cama, me desnudo, pero no completamente: preservo las bragas. Saco una venda negra de mi bolso y la ciño a mis ojos. Ciega, me arrodillo donde acostumbro.

La espera es siempre larga. Lo hace a propósito para que lo reviva todo, para que le odie tanto como la primera vez, cuando me violó. Para que me pregunte que hago allí, esperando a que me folle ese hombre que arruinó mi vida. Ese hombre que fue mi patrón y a cuya empresa me entregué al completo; ese hombre que, a cambio, me arrebató todo: mi marido, mis hijos, mi autoestima, las perspectivas de una jubilación digna y a su tiempo. Ni siquiera es capaz de pagarme el transporte hasta el hotel. Quiere que lo reviva todo para que la rabia me cierre el culo hasta que no quepa un alfiler y así pueda rompérmelo, gozármelo de nuevo como lo hizo la primera vez.

Pienso en esas fotos en las que se podía verme sometida en posturas de una obscenidad extrema y que mandó a mi marido. Veo en su cara, más que odio, amarga decepción. Aún lo veo marcharse con mis hijos que no entendían nada de lo que ocurría mientras mi alma se rompía en mil pedazos, con la esperanza de que algún día comprendieran que su madre no fue tan sólo un aberrante monstruo, sino una buena madre responsable que los quiso como sólo puede hacerlo una madre.

Pero no siento rabia. Al contrario, a pesar de que tengo los ojos empañados, mi coño se humedece, ese coño que él nunca penetró. En una ocasión, desesperada, le rogué que por favor me follara como a una mujer y él me contestó:

-El coño es para tu marido. A ver si lo entiendes de una puta vez. Eso no es sexo, es poder. El mundo se divide en dos: Los que dan por el culo y los que toman. ¿Creías que estabas en el primer grupo? Pues ya te dejé claro que perteneces al segundo, al de los que reciben, al de los que se quejan; denuncian abusos, injusticias, pero les horroriza tomar sus propias decisiones. Tú intentas demostrar que controlas, que eres responsable más que nadie, pero tus mejores momentos los pasas cuando, a cuatro patas como una perra, te abandonas y cedes a mis órdenes por intolerables que sean.

Tuve que aceptarlo como quien recibe de su médico un diagnóstico irrefutable y doloroso. Yo era carne para la que el placer de la violencia era superior al dolor de la vejación. Por fin oigo ruido en el baño y sus pasos acercándose. Se sitúa frente a mí.

-Me la chuparás primero -me dice mientras me toma con sus manos y me acerca hacia él.

Ciega por la venda, gateo torpemente y me dejo llevar. Nos detenemos y extiendo las manos para palparlo, desnudo, sentado en lo que -compruebo- es el borde de la cama. Toco su pene erecto, pura virilidad, majestuoso como siempre. Pocas veces me deja chupársela antes de encularme. Tengo hambre de él. Voracidad. Se lo cojo con la mano para dejarle el glande al descubierto y lo hundo en mi boca una y otra vez hasta que me da una arcada inoportuna. Aunque le ponga voluntad siempre me ocurre.

-Jjajajajajja..., mira que eres torpe... -se ríe-. Me hago viejo, pero aún queda. No vas a acabártelo de momento. No es necesaria tanta prisa.

Deslizo mi lengua por el tronco venoso y, cuando llego a los cojones, los chupo como si fuera a deglutirlos.

-Qué puta eres...

Sí, soy su puta; y, sin pérdida de tiempo, sigo con mis lametones antes de que cambie de opinión. A cada mordisquito, su ariete se tensa aún más y rebaño con la lengua los flujos que gotean por su hoyuelo. Le rodeo la cintura y acaricio su espalda intentando no ponerme demasiado cariñosa. A él no le gusta. Baja las manos para estrujar mis pezones groseramente. Nada de lo que hace él es tierno y consensuado. Es un bruto...

Entonces oigo un chasquido entre sus dedos y, tras un breve silencio, unos pasos detrás. Quedo paralizada.

-No por favor..., por favor... Eso no..., otra vez, no... -gimo.

Siento unas manos aferrarme la cintura y mi corazón se desboca. Será como la primera vez hace tantos años...

-Compréndelo. No me importa que al final goces y te corras, siempre fuiste una perra y lo sigues siendo; pero, con tanto placer y regocijo, el acto pierde definitivamente su objetivo primordial: el de vejarte. Si quisiera que te lo pasaras tan bien, te follaría por el coño directamente mientras te sacaba punta el clítoris... ¿Entendido?

-No... no..., por favor...

Me revuelvo como la primera vez. Me revuelvo contra ese abrazo desconocido, contra ese aliento ajeno que me quema la nuca. Contra esos dolorosos apretones que majan mis tetas. Es un cuerpo joven y fresco, un cuerpo cuya verga se clavará en mi carne sin piedad. Un cuerpo que respira hambre antigua de mujer.

Ni siquiera es un chulo. Conozco a Pablo y sé que no le valen. Lo habrá encontrado mendigando en algún corredor del metro o en la precariedad de algún piso patera donde los inmigrantes se hacinan. Puede que ni siquiera le haya pagado. La promesa de sexo gratuito con una mujer los habrá enervado a todos. Habrá elegido al más fornido, bruto y despiadado.

-Fóllatela de una vez -ordena mientras oigo la hebilla del cinturón tintinear.

Siento el cuero junto a la boca y lo muerdo para no gritar. Me abrazo a Pablo desesperadamente entre gemidos, pero él me rechaza. Le suplico. Sólo conoce el abrazo que sujeta y domina, no el abrazo que ama y protege, y así es como aferra mis brazos para que no me revuelva. Más que un abrazo es un placaje.

Siento las bragas deslizarse piernas abajo y las manos del intruso estrujándome las nalgas. Son unas manos grandes y fuertes bajo las que mi carne se hunde como manteca. Sus brazos pronto toman posesión al completo y el cuerpo de Pablo se relaja, aliviado de sus esfuerzos por el nuevo dueño.

-Es una puta y da mucho gusto -dice pausadamente como si hablara para sí-. A mí me lo ha dado durante tanto tiempo... Su culo era virgen cuando se lo rompí. Su marido era un calzonazos, un tipo de los que proponen a sus mujeres "hacer el amor" y no "follar". Ni siquiera supo luchar por ella. Le hice un favor ahuyentándolo de su lado.

Ya sólo puedo sollozar y morder el cuero con los dientes. Sollozo de rabia porque su cinismo me excita, siento rabia por ser tan puta y cerda, por excitarme con su depravación y la mía. Quizá por eso, cuando las manos del extraño se hunden en mis grietas empapadas, yo le respondo con más flujos y me estremezco con un asomo de placer. Siento el tacto de su glande en mi ano y empujo hacia afuera, pero eso no aliviará del todo el dolor de la penetración.

Lo oigo escupir y siento la buchada caer entre mis nalgas. Su mano restregármela por el ojete y hundirla hacia dentro con los dedos. La siento abrirse paso y diagnostico un mazacote de carne como jamás digirió mi recto. El esfínter se dilata con esfuerzo y mis piernas tiemblan ante el inminente desgarro. Muerdo muy fuerte, tanto, que temo mellar el cuero con los dientes.

-Así... así..., no me decepcionarás, ¿verdad? Eres mi perra y aguantarás como has hecho siempre... - susurra falsamente comprensivo con mi dolor.

Siento el vergajo clavarse en mi fondo sin piedad y me derrumbo jadeando, pero cuatro manos se empeñan en mantenerme en cuclillas. Respiro agitada y suelto el cinturón. Sólo me alivia pensar que ya no podrá meterme más y, si lo hace, perderé el conocimiento y entraré en ese estado donde el dolor ya no tiene cabida.

La retira, y mi esfínter lacerado se alivia del dolor contranatura, pero un nuevo envite me arranca un agudo alarido.

-Puta cerda, no grites... -me advierte en voz baja sin dejar de sujetarme.

El vergajo empieza a moverse con furia animal. Entra y sale sacudiendo mi cuerpo que oscila y se mantiene a duras penas. Mis tetas bailan bajo mi cuerpo y alternativamente son ordeñadas con furia. Una nueva buchada y más unte que no consigue calmar el ardor interno que me lacera. Mi cabeza reposa en el regazo de Pablo. Estoy vencida y apenas puedo apretar el cuero del cinturón que cae al suelo. Solo emito un agónico jadeo y siento burbujas de saliva estallar entre mis labios.

Me abandono al completo. Así, follada brutalmente como la primera vez, la primera en que dejé de controlar, de anticiparme. Siento la mano de Pablo acariciar mi cabeza, sus dedos hundirse en mi pelo. Nunca había hecho eso.

-Así, así... Mi perra..., qué bien te portas... Creo que mereces chupármela. Sé que te encanta y te estás portando muy bien. Te lo mereces realmente.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas. Mi trasera es pasto de un violento huracán, pero mi boca se abre a la promesa de una lluvia pausada. La desliza en mi interior y yo, agradecida como una perrita a quien su amo perdonó, se la relamo y chupo con gusto. Su gratitud me alivia del dolor que padezco y, como si esa paz que me invade les contagiara, sincronizan la cópula haciéndola más pausada. Quiero su leche como si ello fuera un jarabe para aliviar el dolor. Chupo furiosa su glande, cosquilleo su frenillo, no me canso de mordisquear el mango y trago sus cojones para activar su lechada. La quiero..., la quiero... la quiero... El intruso embiste violentamente y, a pesar de que el dolor ha entumecido mi culo, siento el calor de la corrida inundándome. El semen de Pablo impacta en mi cara. No lo esquivo. Abro la boca. Cae entre mis tetas. Cuatro manos lo extienden.

El silencio poco a poco amansa los resuellos, y sus cuerpos me liberan.

-Quítale las bragas -le ordena Pablo.

Esas son las últimas palabras que oiré de Pablo antes de irse. El intruso desliza mis bragas bajo las rodillas. Le gusta follarme con la bragas bajadas y limpiarse después con ellas. Yo permanezco quieta, como siempre.

Espero el rato exigido para quitarme la venda. Me limpio precariamente, me visto y salgo a la calle. Me parece imposible que todo siga igual, indiferente a la tormenta que me ha sacudido. No me asombraría ver los árboles tronchados sin hojas y los postigos de las ventanas arrancados de cuajo.

El culo me arde y ando como lo haría una puta escocida tras satisfacer un regimiento. Debería haber traído pomada, pero hacía mucho tiempo que no me enculaban tan brutalmente.

Compro un tubo en una farmacia. Tomo el metro en la parada de siempre y llego hasta el siguiente transbordo. Me duele horrores y apenas puedo andar. Voy hasta los lavabos, no me gusta ir, siempre están sucios pero ya no puedo más.

Encuentro un compartimento vacío y me encierro en él. No hay papel, pero hago una orla en la taza con pañuelitos propios para sentarme. Se oyen más puertas abriéndose y cerrándose, el ruido del agua correr y el sonido lejano de la megafonía. Me limpio y el papel se tizna con el rojo de la sangre. Abro el tubo, le rosco la cánula y la hundo en mi carne vejada. Aprieto y el frescor toma mi esfinter aliviándolo...

Cierro los ojos, todo mi cuerpo se relaja apoyado contra las baldosas de la pared. Tomo un poco más de pomada con el dedo para untármela. Todo el dolor padecido se transforma poco a poco en rabioso placer. Mis pezones están erectos como estacas, me masajeo las tetas aún pringadas con el semen de Pablo con una mano mientras con dos dedos de la otra me inserto coño y ano... Los muevo en circular... El centro del gusto está ahí, tramado con el dolor.

-Qué puta soy..., qué puta soy... Me acaban de violar y estoy aquí gozando como una perra -murmuro en voz baja...

Pero ya no hay vuelta atrás. El pajote es vigoroso. Mis piernas descarnadas se levantan clavando los tacones de los zapatos en la pared. Ya no hay piedad para mi culo y esa vez yo soy mi propia violadora. Me inserto vigorosamente mientras tiro brutalmente de mis pezones...

-Así... asíííí... asííííííííí..., qué puta soy... -gimo-... pero qué gusto me da serlo.

Sigo así, añadiendo más tortura a la sufrida hundiéndome en ese pozo de inmundo y vergonzoso placer. Resbalo hasta el suelo y entonces me corro con un voluptuoso arqueo. Mi recto es puro espasmo expulsando el semen del intruso en viscosos borbotones. Me lo extiendo por el coño añadiéndolo a mis flujos, por los muslos, por las tetas... me lo llevo a la boca para chupetearlo. Me aflojo del todo y los ruidos exteriores se alejan; y los internos, los de la sangre bombeando en mis oídos, me ensordecen.

Ya no tengo más pañuelos para limpiarme, me levanto y salgo. Intento recomponer mi aspecto frente al espejo. Era una buena esposa, una madre entregada y una secretaria responsable, pero ya no veo a ninguna de ellas. Ya renuncié a eso. Ahora sólo soy una miserable puta en manos de un monstruo que se recrea con mi degradación. Y la verdad: ya no me importa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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