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Emergiendo de la crisis con el sexo

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2012. Marisa sale del aparcamiento de la gran superficie, ese tramo de asfalto troceado como si fuera una tarta de cumpleaños. A, B, C..., una letra adjudicada a cada pedazo donde los clientes pueden aparcar tranquilos para descargo de su memoria. Siempre intenta hacerlo en la zona delimitada por la letra P, le sugiere las palabras Paco, psicosis y perra vida, y le es más fácil ubicarse. Repasa mentalmente la compra preguntándose si ha olvidado algo. Las 25 cortinas de ducha lucen pulcras en sus fundas sobre el asiento trasero junto a las bolsas de comestibles. Son baratas, salen a 4,99 la unidad y no suponen un gran incremento en los costes aunque a veces sólo resistan una sesión. Pone el intermitente y se incorpora al lateral de la autopista, ausente a las luces de los vehículos que la avanzan despiadados. Son las cinco menos cuarto y aún tiene que recoger a sus hijos en el colegio para llevarlos a casa de la abuela.

Es invierno y el sol no declina tras las montañas, sino tras el horizonte de ladrillo y hormigón dejado por las promotoras inmobiliarias. Ese es el nuevo paisaje que suple la austeridad del páramo y que el contraluz rojizo del ocaso y la falta de vida convierten en más siniestro. Su marido trabajó en esas promociones hasta quedar en paro, dos años atrás. Fue muy duro, desesperante, y a punto estuvieron de perder la casa; pero ahora todo cambia y  cobra vida lentamente gracias al TALÓN LEÑA. De día, cada vez se ve más actividad en la calle mientras que, de noche, las ventanas iluminadas aquí y allá dejan intuir a los padres preparando la cena o acostando a sus hijos.

Paco, el marido de Marisa, está sentado frente al televisor. Ha zapeado hasta el inframundo de los realities para aliviar ese sentimiento que le embarga desde que empezó con su nuevo trabajo. Ver a alguien degradándose más que él le reconforta. La ex mujer del torero largando, el hijo de la tonadillera vendiendo a su madre, o el periodista sin más escrúpulo que el de no morder la mano que le da de comer son su panacea, aquello que le hace sentirse menos miserable y la sabiduría popular define como «un clavo saca otro clavo», un todo vale para curar la herida. Pero todo tiene un límite y los ojos desencajados y las patéticas muecas de la ex del torero -atrapada en su ciclo bipolar- amenazan con desbordarle. Dispara con el mando esperando fulminarla.

Lo consigue momentáneamente a costa de que nuevas imágenes nazcan y mueran en la pantalla al ritmo de sus disparos. Más realities, culebrones, meteodesastres, percances nucleares y la noticia sobre la posible castración química de Dominique Strauss-Kahn encausado el año anterior por abuso sexual. Parece que todo le resbala hasta que por fin se detiene y vuelve hacia atrás. Ahí está el Ministro de Turismo y Servicios Especiales auditado por Pilar Rajuela, uno de los pocos valores sólidos que le quedan al periodismo, una mujer madura y solvente capaz de hacer su trabajo sin el dictado del pinganillo. Le dará su voto de confianza y un plazo de cinco minutos mientras rasga una bolsa de cortezas. Se lleva una a la boca y escucha con interés el discurrir de la entrevista:

P.R. -Señor ministro, ¿no le parece un eufemismo llamar «Servicios Especiales» a lo que debería llamarse «Prostitución»?

M. -Como siempre, no se anda con rodeos, querida Pilar. Pero como dicen en su profesión: «No hay preguntas incómodas sino respuestas inconvenientes». Mire usted: hemos conseguido que aflore una bolsa importante de economía sumergida que estaba en manos de las mafias cuando nuestro país iba a ser intervenido, ya superábamos los 5.000.000 de parados y teníamos los del 15M en la calle.

P.R. -¿Tanto hablar de innovación, diseño y alta tecnología para llegar a eso? ¿Cree que este es el país en que esperaban vivir sus conciudadanos, señor ministro?

M. - Antes nos criticaban por no asumir la crisis, y ahora, por hacerlo de forma tan contundente. Aceptemos la realidad: Lo del ladrillo se acabó y no volverá, no somos ricos en recursos ni competitivos, consecuentemente: no exportamos.

P.R. -¿Me está diciendo que somos más pobres y tontos que nadie y que no vendemos ni una tuerca?

M. -Ejem... No exactamente. Somos buenos ofreciendo servicios; pero el sol y playa acompañados de toros, sangría, paella y faralaes ya no es suficiente, como ya no lo fue a partir de los 90. Entonces incorporamos los sombreros mexicanos como souvenirs, el coma etílico y el... ejem...

P.R. -... el polvo rápido. ¿Iba a decir eso señor ministro..., y que sólo podemos ofertar turismo sexual?

(-Coño, Rajuela, no seas mala -musita Paco con complicidad, sacudiendo los restos de corteza de su pernera-, no le cortes, no estás en una de esas tertulias voceras. El ministro prosigue tras una pausa de incómodos carraspeos que trajina cuello abajo con un sorbo de agua.)

M.-Si usted quiere llamarlo así... Mire: el cáncer de piel empieza a hacer estragos y ya hay quien ni se acerca a la playa o lo hace con un burka de tres capas. Pero nuestra oferta es específica y nada tiene que ver con la sordidez de la que se ofrece en otras zonas del mundo. La nuestra es temática y regulada, basada en lo que mejor hemos sabido practicar a lo largo de los siglos: prácticas cruentas institucionalizadas, dominio y sumisión; en definitiva: sadomasoquismo ilustrado.

P.R. -¿O sea que lo nuestro es dar y recibir leña, señor ministro?

M.-Llámelo así si quiere, mire usted: nadie ha hecho del sufrimiento un arte, un espectáculo y una forma de vida como nosotros. Sólo tiene que contemplar la obra de nuestros pintores más famosos: crucifixiones y crueldad a mansalva. Goya, por ejemplo, liberal y nada afecto al integrismo religioso nos recrea con escenas de lo más siniestro. Nuestra historia ha sido un gozoso Via Crucis, ¿por qué no sacarle partido? No hay fiesta tradicional que no esté vinculada a la sangre, al fuego o al dolor. Nadie está contento sin su ración de hematíes -sea humana o animal- y eso es un gran reclamo para los usuarios del resto del mundo.

P.R. -¿Ese es el motivo de que hayan cambiado el CHEQUE BEBÉ por el TALÓN LEÑA?

M.- Exacto, mire usted: El TALÓN LEÑA significa una ayuda importante para muchas familias abocadas a un inminente desahucio. La posibilidad de salir a flote reconvirtiendo su apartamento en el guardamuebles de Hannibal Lecter, en la celda expiatoria de Torquemada, o en la cocina del Sacamantecas o de Enriqueta Martí. Muchos trabajadores de la construcción sin futuro se han acogido al plan y son formados para caracterizarse de esos personajes e interactuar eficazmente con los usuarios, dispensándoles esos momentos de terror, sumisión o morbo que tanto desean.

(Paco se lleva otra corteza a la boca mientras contempla el pausado cruzar de piernas de la periodista. Le recuerda a Sharon Stone en Instinto básico y echa en falta una cerveza. Aprovecha el traguito de agua del ministro y va hasta el frigorífico. Rajuela no da tregua.)

P.R. -Pero ¿no sería mejor dejarnos de rodeos y llamar a los usuarios: clientes?

M.-O beneficiarios... ¿por qué no? Son gente de todo el mundo que reclama nuestros servicios. La Semana Santa ha pasado de tener 4 días a 365. Los tour operadores contratan paquetes de procesión: "costalero + flagelante + bed and breakfast" durante todo el año, y nuestras ciudades huelen a incienso, carne abrasada y llama de cirio tanto en invierno como en verano. También hace furor el paquete: "correcorrequetepillo + pensión completa", en plazas de toros y encierros. Esperar el pitón del toro, vestido de color rojo escarlata, pone más que una refinada sesión de BDSM ceñido de cuero negro

P.R. -Parece que la Iglesia no está tan contenta tras quitarle la casilla del 0,7% a los formularios de la declaración de la Renta, señor ministro.

M.-Mire usted. No tienen porqué. Ellos también pueden acogerse al TALÓN LEÑA. Las Yemas de Santa Teresa y los Tocinillos de Cielo ya no tienen mercado en ese mundo obsesionado por guardar la línea. Sólo tienen que abrir las puertas de los conventos y ofrecer expiación, ayuno y cilicio; actividades muy rentables y de bajo coste que no engordan y satisfacen los apremios masoquistas más básicos. Todo es cuestión de marketing.

(Paco abre la lata y la espuma fluye con ritmo orgásmico. Se pregunta si la ha movido demasiado o si las latas se excitan con el verbo y el cruce de piernas de Rajuela que sigue imparable.)

P.R. -¿No le parece que todo eso puede exacerbar a la derecha más extrema?

M.-No veo el motivo. Ellos también tiene acceso.

P.R. -¿A su TALÓN LEÑA..., señor ministro?

M.-Exacto. La mayoría son militares y terratenientes añorados de regímenes antiguos que no les basta con recibir periódicamente el cheque de Bruselas. Propietarios de extensas zonas a las que no se da más uso productivo que el de plantar y quemar para ser subvencionados. Pueden reconvertir sus tierras en campos de concentración. No sabe la de usuarios que pagarían por pasar unas vacaciones en el campo, encadenados, picando piedra, vistiendo un pijama a rayas y experimentando ser gaseados con pedo de vaca en siniestros simulacros...

P.R. -¿Algo así como el antiguo "Servicio Militar", o los actuales "GH", "Supervivientes" o "Hijos de papá", pero a lo bestia...?

M.-Exacto, usted lo ha dicho.

P.R. -¿No le parece su postura... ejem... , por decirlo suavemente: un poco cínica?

Paco, inmerso en el toma y daca de la entrevista, se sobresalta ligeramente al oír la puerta. Es Marisa con la compra.

-¿Has traído las cortinas? -le pregunta a su mujer, atento al corte publicitario que muestra a una rubia de rasgos eslavos coronada con peineta y mantilla y chupeteando un helado de forma fálica. El efecto es disonante, pero a la chica no parece importarle y lo lame lujuriosa, dejando que se licue y desborde por su boca para caer finalmente entre los pechos atrapados en un minúsculo sujetador de cuero negro. Mientras se desplaza frente a las imágenes de un conocido centro vacacional reconvertido años después de su inauguración; chasquea un látigo contra el suelo. El texto «Marina Dolls Ciudad de Vejaciones» aparece junto a los teléfonos y direcciones de contacto para, finalmente, diluirse en la pantalla entre efectos de agua.

-No nos dará tiempo a cambiar las cortinas rotas -dice Paco-. Ya llegó el microbus con los rusos...

-¿Rusos? Creía que eran británicos... ¿Les serviste la cena?

-Iba a hacerlo ahora mismo, cariño.

-Ya estamos con lo de siempre... joder... Tengo que llegar yo y rematar la faena. Ya sabes que si no cenan a las seis, hay quejas y problemas con los operadores -replica su mujer, trasteando entre cabreada y resignada desde la cocina.

Marisa se mueve diligentemente del congelador al microondas. Maneja alimentos de aspecto deprimente, imitando a los que se podrían servir en un motel de mala muerte de Arizona hace 50 años. La sordidez está cuidada hasta el último detalle. Las bandejas se alinean sobre la encimera y, una vez completadas, Paco las pone en el carrito de aspecto hospitalario.

-Hay dos especiales con dieta blanda -dice Paco.

-¿Y eso?

-Ayer noche estuvieron en Calanda tocando los tambores y llevan los nudillos destrozados. Esos dos apenas pueden sujetar las cucharas y andan vendados hasta el codo.

-Por favor... qué gente más floja... -apunta Marisa-. ¿Llevaste a revisar el desfibrilador? Sólo nos faltaría tener un paro a esas alturas...

-Sí, lo llevé. De todas maneras el estado previo de salud de los clientes no es responsabilidad nuestra. Ya firmaron el consiguiente descargo en la agencia.

Paco sale con las cenas y Marisa se sienta. Se acerca al formulario donde su marido anota los servicios. Lo relee pausadamente y en voz alta como una niña de parvulario, maldiciendo mentalmente la torpe grafía de Paco. Tres clientes reclaman un servicio masculino, y dos, femenino. Al resto, o le es indiferente o le da morbo no saberlo. Cuatro para cada uno. Perfecto. Eso les permitirá finalizar antes, y dentro de una hora habrán acabado si no surgen contratiempos. Va a su habitación para prepararse, saca la peluca de una caja y, tras sentarse ante el espejo del tocador, la ciñe sobre su pelo corto. Es realmente siniestra y serlo es su función, pero no se resiste y le da unos toques con coquetería. El afearse es una empresa que ella creía simple, pero ha aprendido de la experiencia que es un arte lleno de refinamiento y sutilezas. Le da un cuidado aspecto burdo a sus cejas mientras ve entrar a su marido que se dirige al armario de donde saca dos batas. Se ciñe una y ofrece la otra a Marisa. Va a por la peluca y se la coloca con la ayuda de su mujer que le da los últimos retoques.

-¿Dispuesta? -pregunta con mariposas en el estómago a Marisa, como si aquello no fuera la rutina diaria.

-Dispuesta -contesta ella mientras recoge los útiles precisos: dos cuchillos, uno de los cuales ofrece a su marido.

Es noche cerrada cuando salen al jardín. El viento mece los juncos que plantaron en la piscina que ahora aparenta ser una laguna. Simulando estar medio hundido en el agua, asoma el morro trasero de un Ford Custom 300; el coche que el asesino -Norman Bates- hundió en la charca tras acabar con Marion y así borrar cualquier rastro de su paso por el motel. Gracias al TALÓN LEÑA presentaron con éxito el proyecto de recrear la escenografía de Psicosis en su jardín, sacrificando esa parte lúdica al que iba a ser destinado inicialmente: ese lugar donde sus hijos iban a jugar, bañarse y crecer, ahora convertido en su lugar de trabajo, un pequeño parque temático donde recrear todo el morbo y horror que los usuarios demandan.

Han llegado a la primera de las habitaciones cuidadosamente alineadas, cada una con su baño al fondo. Es la hora acordada con los primeros clientes: las 7,15 de la tarde. Se dan un beso rápido, más cómplice que cariñoso, y Marisa se dirige a la habitación nº 5 tras dejar a su marido frente a la nº 1.

El suelo cruje levemente bajo sus pies. Rodea la mesita donde descansa intacta la bandeja de la cena y se acerca a la puerta del baño. Se siente extrañamente excitado y piensa si su mujer se sentirá igual. Nunca hablan de eso, sólo lo hacen de los aspectos logísticos y materiales del trabajo. Entra finalmente y se acerca a la imagen que se insinúa tras la cortina que aparta, mientras que la música -esa que todos guardamos en el rincón de las escenas míticas de nuestra mente- inunda el espacio con su estridencia. Aparece un cuerpo femenino de espaldas que súbitamente se gira. El grito es desgarrador y casi lo paraliza, pero Paco es un profesional con el vencimiento de su cuota hipotecaria en ciernes y continúa.

Le asesta una cuchillada y la hoja desaparece, no en la carne de la víctima, sino en el mango que Paco sostiene. Un cuchillo retráctil mediante un resolte oculto -un clásico en el mundo de los efectos especiales- logra la simulación. La presión del golpe permite que un depósito de tinta roja camuflado expulse su carga como una siniestra estilográfica. El rojo chorrea sobre la piel de la mujer diluyéndose en el agua y el cuerpo pierde pie, pero un arnés de plástico transparente que cuelga del techo la sostiene por las axilas y no permite que se desplome. Cada cuchillada supone un nuevo grito que emerge de la garganta de mujer, un grito que Paco interpreta como expiatorio y purificador y que le excita sobremanera. Su propia sangre inunda su verga y bombea la erección al mismo ritmo que su brazo golpea. Contempla ese cuerpo entregado y anónimo, el de una mujer de mediana edad a la que apenas ve la cara cubierta por mechones de pelo mojado. El cuchillo libera toda su carga de ficción y Paco saca el mando del bolsillo y apunta hacia el techo. El arnés deja caer lentamente el cuerpo de la mujer que intenta agarrarse a la cortina, pero él le retira la mano sujetándola por la muñeca mientras le dice:

-Cielo, salen a 4,99 en el Cutrefour pero no me la rompas. Mejor mañana te la envuelvo y te la llevas de recuerdo a la tundra... ¿De acuerdo?

La mujer farfulla algo ininteligible tumbada boca arriba en el suelo de la bañera. Extiende su brazo implorante y Paco sabe lo que está pidiendo porque el lenguaje sexual no necesita de palabras ni alfabetos. Se agacha, acerca la mano a su garganta y la presiona suavemente. La mujer se retuerce excitada y se acaricia los pechos coronados por tungentes pezones. Paco presiona más fuerte y la mujer boquea, aumentando los movimientos vigorosos de sus manos que se acercan al pubis poblado de pelos dorados, apartando los labios de su vagina y hundiendo ahí sus dedos. Son unos segundos largos no en tiempo sino en intensidad, en que la mujer sigue con su manipulación frenética. A Paco, el pene casi le duele y se lo frota con la mano mientras presiona la tráquea prisionera. Por fin, la mujer patea convulsa y se arquea mezclando sus fluidos con el agua que fluye hacia el desagüe mientras Paco la sostiene en su límite vital, esa frágil frontera donde placer y muerte se funden, y en cuyo control, él se ha convertido en experto. Se miran intensamente hasta que las pupilas de la mujer se pierden tras los párpados mientras convulsiona y boquea buscando aire. Paco la suelta y deja que vuelva a la vida mientras él exprime el semen que fluye entre sus piernas. Llega el silencio sólo alterado por el ruido del agua.

Paco se levanta, detiene el chorro y apaga la música. Revisa que todo en esté a punto: La toalla plegada y seca, en su sitio; los jaboncitos, la crema dentífrica y el papel higiénico, en el suyo; y da un último vistazo a la bañera. El cuerpo reposa en el fondo, su pecho se mueve pausado, la cara pierde la congestión malsana y recupera el tono saludable. Ella abre los ojos y le mira mientras esboza una sonrisa dulce que él le devuelve. Sale de la habitación y respira hondo saboreando el aire fresco de la noche. Ya no siente miedo escénico ni mariposas en el estómago porque han volado junto a su semen blanco. Ahora se siente más seguro, todo irá más rápido y, con un poco de suerte, dentro de hora y media estarán cenando con los niños.

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