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Diario de Cocó (3) El problema

en Transexuales

Aeropuerto de Orly. El avión levanta el morro de la pista. Cierro los ojos sintiendo mi espalda pegándose al respaldo e intento poner en práctica todas las técnicas conocidas para conjurar el pánico. Sé que sólo el coma inducido puede ayudarme realmente, y la relajación postural y el yoga sólo me funcionan con la postura del loto, pero lo descarto ante la inconveniencia de hincarles las rodillas a mis compañeros de viaje. Poco a poco, la nave recupera la horizontalidad y aparecen los carritos con refrescos.

 -Juice? -pregunta la azafata e insiste como si no la hubiese entendido:- Sumó de naranhá? 

-Sí, gracias -contesto-. Me irá  bien desatascarme el Valium. Lo llevo pegado en el frenillo de la lengua desde que levantamos el culo de la pista.

La chica, indiferente a mis explicaciones, me ofrece el vaso y yo le doy un ávido lingotazo. Ya vacío, lo extiendo de nuevo implorándole un poco más y advierto en su mirada que he pasado esa frontera que los usuarios de clase turista no deberíamos cruzar, pero, vencida su arrogancia francesa con mi carita de perro sediento, me lo llena otra vez y confirma aquello que la sabiduría popular predica acertadamente: «Quien no llora no mama» 

Mi tí@ Cocó no se merecía ese acto de pánico egoísta. Los recuerdos de su paso por París descansan en la bodega del avión, y la ciudad, indiferente a su pérdida, desaparece bajo el mar de nubes. Como siempre, me tranquilizo cuando rozamos la estratosfera y saco uno de sus diarios para examinarlo. Paso las páginas temiendo romper la delicada trama de papel envejecido que aún retiene el alma de Cocó: 

28 de agosto de 1944 

Querido diario: ¿Por qué no lancé esa tarjeta al Sena cuando volvía a casa, y dejé que el agua la arrastrara con toda la escoria del río? Ese trozo de papel me quemaba en la mano y tenía que llamar. Las sensaciones vividas en el desfile me turbaban de tal manera que no podía concentrarme en mis actividades diarias. Me escocía el recto con un picorcillo excitante, y creo que esa bruja me impregnó con alguna sustancia afrodisíaca porque no podía parar de meterme los dedos con furor sin conseguir aliviarme. Sólo las lavativas de manzanilla me calmaban un poco la congestión. Sus morbosas palabras resonaban en mi cabeza mientras descolgaba el auricular con dedos temblorosos. Estuve a punto de colgar cuando oí su voz, pero conseguí controlarme: 

-Alló, oui? 

-¿Mme Clodette Legrain? 

-Oui, c'est moi... 

-Soy... bueno... ejem... nos conocimos en el desfile... ¿se acuerda? 

-Oh... sí claro... ¿cómo no?... sabía que llamaría. ¿Me puede dar su nombre? 

-Cocó... Cocó S----- 

No me tuteaba y su tono era correcto, nada parecido al familiar y vejatorio que había usado conmigo el día que nos conocimos. 

-De acuerdo, Cocó. ¿Estará libre mañana por la noche? 

-¿Mañana? -contesté sorprendida-. La verdad es que...-dije demorándome un poco, simulando estar muy ocupada buscando un momento libre en mi agenda ficticia- ...cómo no... sí, sí, estoy libre. 

-La invito a cenar a mi casa. Será una cena discreta con unos amigos. Venga a las 5 y sea puntual por favor. 

-¿...? 

-La comprendo. Le ha sorprendido lo temprano de la hora, pero me gustaría tener una charla con usted antes de la cena. ¿Qué me dice? 

-Me parece perfecto -contesté impotente ante la imposibilidad de resistirme a sus propuestas. 

-Así me gusta. Será una velada agradable, ya verá. 

-¿Esa dirección es válida: rue de... ? 

-No, no... la de la tarjeta no es la correcta, ¿conoce los Yvelines, St. Quentin

-Sí, cómo no. Pasado Versailles. Sé como ir en tren. 

-De acuerdo. A las cinco menos cuarto estará un coche esperándola en la estación... ¿Alguna duda, Cocó? 

-¿Debo vestir de etiqueta? 

-Jajajajaja, es usted un encanto... -rió condescendiente como si yo fuera tonta del culo y la pregunta no mereciera respuesta. Por primera vez pareció distenderse-: Venga cómoda y póngase un ramito de muguet en la solapa. 

-Estamos fuera de temporada, Mme Clodette, -le contesté poniéndola en evidencia sin querer. 

-Oh... bueno, qué pena... Que sea de violetas, entonces, para que el chófer la identifique. Todo está bajo control. Hasta mañana, ma chèrie

-Hasta mañana -me despedí. 

Colgó. Su última frase me dejó inquieta. La palabra “control” transmite seguridad, pero también dominio. La exigencia de dejarse llevar, y no sé si ella me inspira confianza para eso. La mente me dice que acudir no es una buena idea, a la vez que siento que lo que ocurrió el otro día no se trata de un hecho fortuito, sino del principio de algo más intenso. 

Conocí a Mme Clodette hace tres días, en el desfile militar donde asistí con los colegas del cabaret para consolarme de mis desamores. Michel me acababa de dejar. Me pilló alcanzando un orgasmo tremendo con Helmut y no le pude negar que me lo pasaba de muerte con él. Me reprochó que fuera capaz de gozar tanto con un enemigo, y no alcanzó a entender que cuando veo un hombre excitante y atractivo no puedo ver más allá de mis narices y pierdo la cabeza totalmente. Me dijo que era una puta y quizá tuviera razón. Helmut desapareció hace días; normal si tenemos en cuenta que los Aliados han barrido todo lo que huele a alemán de la ciudad. Corren rumores de que lo apresaron y de que se suicidó, pero no tengo certeza de ello. 

En el desfile, la muchedumbre me separó de mis amigos y me vi arrastrada con una banderita en la mano, zarandeada sobre mis zapatos de tacón y sin fuerzas para cambiar de rumbo. El griterío era terrible y, a la altura des Champs Elysées, quedé atascada a unos diez metros de la parada militar. Sólo veía sombreros, calvas y apenas la infantería; pero cuando llegaron los carros de combate y los soldados en lo alto, pude verlos mejor, me embargó la emoción y agité la banderita como una patriota más, porque, como decía mi abuelo: «la patria está donde se come». Las chicas les lanzaban flores y besos y ellos les correspondían, y algunas se subieron a los tanques. A mí se me hizo un nudo en la garganta de impotencia y envidia, por entender que lo que ellos necesitaban eran esas mujeres de verdad, sus besos, caricias, mimos y sus jugosas vaginas después de tanta soledad y abstinencia en el frente. 

Inmersa en el desasosiego y soportando los apretones de la multitud, apenas me di cuenta de esas manos. Su dueño las tenía posadas en mis nalgas y no le hubiera dado mayor importancia, dada la situación; pero eran tan suaves y acariciantes que no pude menos que alertarme. Instintivamente, olfateé  a la defensiva en un acto primario como haría una presa acosada y, después, aspiré un aroma femenino y confortable, un perfume de esos que te vencen y te devuelven al regazo acogedor de los recuerdos familiares. 

-Mmm... ¿ça te plaît? -me susurró al oído una voz femenina pero rota por algún vicio, la absenta, el opio o el tabaco en desmesura. 

Aunque hablaba en francés, tenía un marcado acento español que intenté ubicar, «del norte -pensé-, probablemente vasco». 

-¿Le importaría...? -le sugerí educadamente.

-Oh, vaya -contestó como si se alegrara-, una zorrita más de mi tierra en París... 

Me alerté, y su aliento me provocó un escalofrío extraño; pero apenas podía apartarme tan densa era la muchedumbre. Tenía la barbilla apoyada en mi cabeza por lo que la calibré bastante alta, y debía llevar un sombrero con velo porque me rozaba con algo suave. Para mi sorpresa, noté como mi falda ascendía, una mano me acariciaba los muslos y me apartaba las bragas suavemente hasta llegar a la raja del culo. Pensé que quizá era una carterista pero me pareció un método extraño, y no cesaban de pasarme ideas por la mente de forma tan rápida y confusa que apenas reaccionaba. 

-¿Sabes? -prosiguió sibilante haciendo caso omiso de mi toque de atención-. Todas esas que se suben a los tanques son putitas que gozaron como perras con los alemanes y ahora echan en falta sus vergas... ¿no estás de acuerdo, ma chérie...? -continuó sin dejar de manipular con descaro hasta alcanzarme el ojete. 

-Ohhh... usted ni siquiera me conoce y... qué le importa eso?, pero... se puede saber qué está haciendo?, se ha vuelto loca? -contesté más sorprendida que indignada y, con un acto reflejo que contradecía mis lamentos, me abrí más de piernas y empujé contra sus dedos porque me pierde que me hagan eso, no puedo controlarme y se me va el santo al cielo. Mientras, ella avanzó entre mis muslos y encontró los testículos, pero no pareció cortarse. Volvió a mi ano excitado que no cesaba de acariciar con las yemas de sus dedos. 

-Te comprendo -susurró como si leyera mis pensamientos-. Te gustaría estar ahí arriba, citarte con ellos y satisfacerlos a todos esta noche como una perra en celo... Te excita verlos tan masculinos con sus uniformes militares... sí... desearías ser el “alivio del guerrero”, pero tienes un problema... 

Controlaba la situación y parecía saber lo que pasaba por mi mente como si me hubiese parido. Mi esfínter se abría gustoso envolviendo sus hábiles dedos, expertos buscadores de los puntos más calientes, y yo sólo era capaz de mover la banderita tricolor y de estar con la boca abierta voceando placer y no heroísmo, mientras un hilo de baba humedecía el borde de mis labios. Sentí vergüenza por ser tan puta y, mentalmente, le di la razón a Michel por haberme dejado. Alguien que se abría así ante el acoso de un extraño sin haberle visto la cara siquiera, no lo merecía. ¿Pero como conciliar el vicio con el arrepentimiento? Suspiré con impotencia. 

La masa de gente se desplazó empujándonos y noté con desasosiego que retiraba esa mano, pero volví a sentir su olor y su cuerpo en mi espalda. Tras una corta pausa para hurgar ahí de nuevo, presionó y entró dificultosamente lo que me pareció la punta de algo húmedo y grueso. 

-Aaaaaggghhh... -gemí sintiendo dolor y a la vez la promesa de un placer inmenso mientras sudaba profuso y se me nublaba la vista bajo el sol tórrido de agosto... 

-Tranquila, que eso es sólo el comienzo -me dijo al oído-. Pero ¿qué no sabrás tú de esas cosas... eh, putita...?  

Aquel lenguaje me desconcertaba. Su arrogancia era una provocación, pero a la vez me excitaba su maltrato. Un nuevo empujón hizo que el instrumento avanzara y yo me puse a temblar, mareada, pensando que quizá me desvaneciera en sus brazos, pero algo me decía que debía soportarlo... 

-Aaaaaaayyy no me haga eso... nooo... por favor... ¿qué le he hecho yo a usted? 

-Buena pregunta, cielo, pero ¿qué importa eso? Déjate llevar y goza que estás hecha para ese trabajo y no te des más excusas... 

Un nuevo envite muy violento y sentí que mis entrañas se rajaban. Emití un lamento ahogado, esperando que el recto dilatara por fin, y sintiéndome incapaz de resistirme a sus vigorosos movimientos mientras me susurraba: 

-Mira ese soldado tan masculino que tiene en sus brazos a esa chica... 

Lo había visto al entrar en mi campo visual antes de que me dijera eso, cuando una nueva avalancha nos empujó hacia delante y ella me abrazaba, protectora. Desde el pelo hasta la punta de sus botas era un regalo del cielo: No era especialmente hermoso, pero emanaba aquello tan primario que excita a las hembras de cualquier especie y que eriza el lomo de la loba cuando el macho superior aniquila al depredador forastero. 

Observa como tiene el paquete... -prosiguió-. Está a punto de estallar bajo sus pantalones... Esta noche, tendrá su verga en el coño de esa muñeca y será tanto el furor acumulado, tanta la abstinencia que habrá sufrido en las trincheras que quizá la sangre a pollazos, pero ella lo soportará gustosa y entregada como lo harías tú, zorrita... y como lo harían todas esas señoras tan dignas que como tú lo contemplan con deseo... Huelo sus coños lubricándose, deleitándose de gusto y si, con un poco de suerte, sus maridos se las follan tras la cena, ¿sabes en quién estarán pensando? 

-Ohhh... nooooo... -suspiraba yo, entregada a esa loca e incapaz de pensar en nada- dígamelo usted por favor... mmm... 

-¿En sus maridos...?, ¿crees realmente que estarán pensando en ellos...? No putita, noooooo... Estarán gimiendo, sintiéndose empaladas por la verga de ese macho, retorciéndose de gusto... albergando en su coño toda su leche calentita que él, en las fantasías de esas pobres locas, les suministrará con sus brutales envites y abundantes corridas...

 -Ay... síííí..., aaaayyy... síííí... gemía yo, secuestrada por su fantasía delirante, sintiendo realmente que lo que me metía y sacaba de mis entrañas deliciosamente castigadas era la verga de ese hombre, y que la tela de la mujer que se frotaba contra mí, era el tejido del uniforme. Las piernas me temblaban soportando sus groseras maniobras; ese aparato entrando y saliendo de mi cuerpo, y que yo visualizaba como verga de macho, pero vete a saber que era... 

-Cómo gozas... eh?... -decía entre dientes, cosquilleándome el oído. 

-Oooooohhhh... qué dolor más gustoso por favoooor... no puedo soportarlo...  -le contestaba yo, sin cesar de retorcerme. 

-Lo soportarás, cielo. ¿Y sabes cual es ese problema, putita? Yo te lo diré: Tu crees que está en tu cuerpo pero está en tu cabeza. Piensas que ellos no te tomarán por una mujer completa como te tomo yo... 

Me conmovió porque lo dicho era cierto y dio en el clavo. No me sentía completa y ese colgajo me lo recordaba a todas horas, pero, a pesar del dolor y la humillación que me causaban sus palabras, no podía resistirme a su acto vejatorio. Se me empañaron los ojos, empecé a ver borroso y las lágrimas resbalaron por mis mejillas. Cualquiera que me viera pensaría que era de emoción inocente y solidaria con los brigadistas. 

-¿Por qué lloras, cielo? ¿Acaso no tengo razón? -siguió apremiándome. 

Asentí con la cabeza, rindiéndome definitivamente a esa bruja y al placer que me daba en el recto, alcanzándome la próstata con un placer grande e intenso. 

-No pienses en mí, cariño, piensa en ellos... satisfaciéndolos en un burdel en el frente o aliviando su terror en el fondo de una trinchera... tu culo chorreando semen o sus vergas pulsando lefa entre tus manos... ¿Qué serías entonces? ¿La más puta de las zorras o la más aguerrida heroína? Ya ves, ma chèrie, los extremos se tocan muchas veces... 

-Ooooooh...oooooh... oooooooooooh... síííííí.... que gusto -gemí abandonándome por fin, arqueándome, frotando mi cuerpo vencido contra ella, su aliento quemándome la oreja, su mano llegándome a los pezones y pellizcándolos. Esa mujer sabía lo que necesitaba como nadie. Sííí... tenía razón: puta o heroína, quería que esos hombres que no cesaban de desfilar me empalaran uno tras otro, sorber sus pollas y chupetear sus huevos. El vocerío ascendía y yo camuflaba en él mis gemidos de placer, hasta que no pude contenerme más y grité con todas mis fuerzas, fuera de mí, mientras me corría de gusto, empalada por lo que tuviera en la mano esa bruja puerca: 

-Ohhhhh.... ohhhhhhhh... sííííííí...¡¡¡ FOLLADME SÍÍÍÍÍÍÍ..., POR FAVOR !!! 

Fueron súplicas ahogadas por el grito de la multitud que lo convirtió en un murmullo mientras nos empujaba de nuevo. Mi recto se contraía como si quisiera abducir ese gustoso artefacto. Mi próstata lo reclamaba para dar placer perpetuo a mi cuerpo y desbordarlo de gusto hasta desfallecer. Mi verga levantaba la falda, desafiante, y la empapaba con chorros placenteros de semen, uno... otro... y otro... Ahí estaba yo: un hombre que se sentía mujer corriéndose como un macho de su especie. Ella permanecía callada, como un jinete asustado por ver a su caballo fuera de control, al contrario de la gente que apenas me hacía caso; sólo un hombre se dio la vuelta y me guiñó un ojo, cómplice, riéndose de mi generosa oferta. A nuestro lado había una pareja adolescente que parecía ajena a nuestros actos hasta que oímos: 

-Mira, Pierre, esa tipa la tiene más grande que tú...jajajajajaja... 

-¡Estúpida! -le contestó él, sofocándola con un beso largo e intenso en la boca. 

Yo, atrapada en mi orgasmo y sonrojándome, les sonreí tímidamente y protegí la zona vulnerable a sus miradas con el bolso mientras la mujer misteriosa me susurraba al oído: 

-Fíjate, todos se dan cuenta de lo excepcional que eres. Es una pena que esos hombres no te gocen, no lo olvides. Llámame. 

Y tras meter la mano en mi escote, me dio un beso en la mejilla y se apartó de mí. Su aroma se desvaneció y me sentí aliviada a la vez que perdida. No me atrevía a darme la vuelta como si deseara que todo fuera un sueño turbador y excitante, incapaz de asumir la realidad de los hechos. Quedé allí plantada hasta que la muchedumbre se disolvió. Puse la mano en el último lugar donde ella me había tocado y encontré una tarjeta bajo la solapa. La leí: Mme Clodette Legrain, y abajo, con letra más pequeña, la dirección y el teléfono. «Será un nombre falso -pensé-, probablemente se llame Paulina, Edurne o vete a saber que nombre, seguido de algún apellido común en España». Sólo había sido una extraña y fortuita experiencia que pronto olvidaría. Oscurecía y los fuegos artificiales surcaban el cielo de París tiñendo de color las postales en blanco y negro que se exponían en los quioscos.

Continuará...

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