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Amor chacinero

en Textos de risa

 

Relato de ficción histórica con toques de humor negro. Una carnicera imponente y de aspecto lujurioso desaparece en plena posguerra y los clientes especulan con las más extrañas teorías.

Valencia, 1941. Las cartillas de racionamiento apenas mitigan la hambruna. El estraperlo está a la orden del día, y si alguien lanzara una molleja desde un sexto piso no llegaría al suelo; probablemente ni al tercero; pero no sería por toparse con la boca de un perro o con la zarpa de un gato, sino por cruzarse con la mano de una vecina harta de espesar el caldo con el alpiste sobrante de ese canario muerto y desplumado en la sartén. En las esquinas del barrio del Carmen, las gitanas venden pan negro como lo harían los traficantes con el jaco blanco, años más tarde.

En ese mísero ambiente, Ramón Picó dispensa carne en su tienda a ritmo de cartilla. Ramón es tuerto, pero eso no le impide tajar con oficio ese producto de escasa calidad veteado de huesos y tendones que los clientes insisten en llamar "carne", y cuyas esquirlas estampan de rojo su bien planchado delantal.

Junto a él, está la artífice de tan buen planchado: su esposa, Vicenteta Gratacós, dándole a la manivela de la picadora y dejando que chorretones de magro y grasa trencen fantasías sabrosas sobre la bandeja de las albóndigas.

Los dos tienen buen aspecto, sobre todo ella: rubia despampanante, alta, bien curvada según los gustos de la época, de piel blanca y delicada, y unas mejillas tan sonrosadas que en lo último que nos harían pensar sería en carencias alimentarias.

Esa sensualidad extrema y esa abundancia de curvas crispan las manos de la clientela desnutrida que hace cola, y los sonoros retortijones de hambre se combinan con los suspiros, síntoma de las erecciones que provoca en los jovencitos tísicos.

Algunos eyaculan tras furtivos pajotes bajo los pantalones y se desmayan, ya que el orgasmo matutino y el ayuno prolongado conviven muy mal en cuerpecillos tan frágiles.

Nadie como esa mujer sintetiza en su figura esa frase que tantas veces hemos oído: «está para comérsela», y nadie como ella en el barrio parece capaz de satisfacer los apetitos carnales de manera tan completa y con tan abundantes reservas.

Pero Vicenteta aparenta no sentirse punto de mira de tanto depredador y se ríe a carcajadas, voluptuosa; cuenta chistes de hambrientos con alevosía y, de vez en cuando, se acerca a la boca una tajadita de chorizo o jamón que le deja los ojos en blanco; y los labios, untuosos.

Una mañana, Vicenteta desaparece de escena. Como es natural, la clientela le pregunta por ella a su marido que justifica su ausencia con la manida excusa de la hermana parturienta, pero los días pasan y esa hermana se convierte en padre con gripe, para luego transformarse en esa tía vieja y soltera de un pueblo lejano que hace siglos nadie visita.

Mas la gente no olvida fácilmente las caras rotundas y sensuales, y le somete a nuevas preguntas que él responde con evasivas o con una nueva excusa aún más retorcida.

Los bulos se extienden pronto y todo el mundo ha visto a Vicenteta en lugar comprometido con un coronel muy guapo o con un baldosero de Manises muy rico, y María, la bodeguera, dice que se ha ido a Moscú con los rojos para casarse con Stalin y así convertirse en zarina bolchevique. El delirio llega a su punto álgido cuando el negocio se cierra sin previo aviso.

Ante la incertidumbre y la falta de noticias, se crean nuevos bulos, está vez con más enjundia: Ya se habla de la carnicera en pasado y se dice que Picó está detenido porque un comensal de una fonda encontró, dentro de unos canelones, una uña con el mismo color de esmalte que usaba Vicenteta. Un obrero se atraganta en una tasca comiendo callos y expulsa unas pestañas postizas igualitas a las que usaba la carnicera para pasear los domingos junto al Turia.

Ramón Picó vuelve como si nada y el negocio abre de nuevo. Ahora ya nadie pregunta; porque no se atreve, o porque ya cree saberlo todo. La sordidez de los bulos, en lugar de intimidar a la gente, aumenta su afluencia, y pronto debe suplir a la desaparecida con ayuda externa: una joven dependienta que cumplirá las funciones de su esposa; sólo en la tienda, de momento y que se sepa.

Sin embargo, nada se olvida; y un día encuentran un pasquín pegado en la puerta del negocio con esos extraños versos, uno más de los que correrán de mano en mano a lo largo de los meses siguientes:

 

AMOR CHACINERO

 

¿Cuantas veces has dicho que vas a comerme

y yo te contesto: «cuélgame del gancho»?,

fantaseo entregarme cual vianda de chancho

visualizo estos hechos p'alcanzar correrme.

 

Sé que habrá escándalo entre bien pensantes

que aprendieron con fe y bien de memoria

lo que dijo el Eterno al subir a la Gloria:

«comed de mi carne, bebed de mi sangre»

 

Actuar consecuente no es ninguna blasfemia,

¿y qué hay más hermoso que la entrega absoluta?,

el yacer expectante a mí me transmuta

atendiendo el tajo que darás sin clemencia.

 

Sentir mi cabeza rodando en el cesto

a través del mimbre viendo en perspectiva,

en tu cara de sádico, sin piedad y lasciva,

con descaro mirándome: tu ojo de tuerto.

 

Mis tripas escaldas con saber chacinero,

qué bien que me sangras, troceas y embuchas;

haces lo de siempre, ya no me escuchas,

esta vez con razón: mi silencio es completo.

 

Siempre apreciaste mi muslo sabroso,

medias y ligueros fueron compra acertada;

mas ya no son muslos, sino pieza curada,

y un precinto realza el jamón gustoso.

 

Sabiéndome alérgica a clara y a yema,

¿por qué embuchaste mi carne con huevo?,

esa intolerancia no fue nada nuevo;

pero tú, como siempre, pasaste del tema.

 

Al caldo echaste oreja y pendiente

tiñendo el extracto con brillo dorado,

hacer buen cocido no es tan complicado

con costilla, espinazo, y agua caliente.

 

Fileteaste mi lomo, lo cortaste a trocitos

para bien ensartarlos en aguja hipodérmica,

superando en la brasa la barrera térmica,

convirtiendo mi carne en sabrosos pinchitos

 

Guardaste vagina, tetas y zapatos,

con ellos saciaste tu obsesión fetichista;

pues no es parafilia que esté muy bien vista,

y acabaste en garrote con los mentecatos.

 

Qué bien que combina el nácar con ébano

y qué bien me siento en morcilla de arroz;

¿os parece extraño?, ¿os parece atroz?

Desengañaros:

No hay amor más completo que el amor caníbal, que el amor chacinero.

 

...y de Vicenteta Gratacós nunca más se supo ni hubo cargos contra Ramón Picó, que se casó con la dependienta años más tarde, muriendo viejo y encamado como las gentes de bien.

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