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Cenicienta. Versión canalla, sin hada y para malos

en Parodias

 

DEPRAVACIÓN TRAS EL PLADUR

Sonia y Arturo intentan seguir los diálogos de los actores leyendo sus labios. Emiten su telenovela favorita como cada viernes, pero las vecinas arman tanto ruido tras el pladur, que no oyen palabra. -¿Por qué se hipotecaron con ese adosado y no montaron una yurta mongola en el huerto del abuelo?-. Arturo no tiene respuesta para eso, pero golpea el tabique que responde con el sonido hueco de las construcciones precarias, y le vuelve a dar una y otra vez con el puño, infructuosamente. La fiesta de las vecinas sólo acaba de empezar:

-¡OOOOOOHHHHH... OOOOOHHHHHH....SÍÍÍÍÍÍ... SÍÍÍÍÍÍÍÍ..... AAAAYY QUE GUSTO MÁS RICO... ASÍÍÍÍÍÍ... ASÍÍÍÍÍÍ... MMMMMMM... TODAAAAAA DENTROOOOO!!! -vocea Vanessa apurando su orgasmo mientras se da con el vibrador XXL hasta el fondo de su recto. Con él ha repasado su clítoris, su punto G y hasta la última de las células receptoras de placer de su vagina, incluyendo esa corta pero violenta incursión a su orto dilatado por las salvajes pero consentidas cópulas a que la someten los garrulos del barrio.

Imagina que ese pedazo de silicona es la verga de Roberto Candiles Sobado el conductor de HM (Hermano Mayor), ese reality televisivo donde adolescentes con perfiles psicopáticos hacen plantearse a sus progenitoras el porqué no se cerraron de piernas el día que los parieron.

HM está en pantalla, duro y sensible a la vez, y se enfrenta al adolescente malcriado de turno como todos los viernes: Kevin, en este caso; un gótico de dieciséis años que nunca perdonó a su madre que le metiera su vampiro de trapo en la lavadora con un programa largo y en caliente y le destiñera los colores.

Vanessa no pierde el tiempo mientras visiona el programa, saca el vibrador de su recto y se lo pasa a su hermana gemela, Samantha, que lo toma y prosigue con la masturbación. Vanessa, solidaria, le levanta la blusa y le acaricia los pezones hasta que los acerca a su boca para chuparlos y lamerlos con una fruición cómplice que le hace murmurar durante un pequeño descanso que se toma:

-Mmmm... ¿cómo te gusta, eh, zorrita...? Quién no querría tener un HM en casa como ese para cometer incesto... mmm...

-¡Aiiiiishhhh... sííííí... sííííííí..., Vanessa..., tan alto, fuerte, machote y tan seguro de sí mismo... Eso es lo que necesitamos nosotras! -responde Samantha relamiéndose, faltada de figura paterna y de otros roles masculinos próximos y familiares que la hagan emocionalmente estable.

Ya no puede soportar por más tiempo esa imagen tan viril y completa, y se agita, estimulada por el vibrador y la boca de su hermana. Finalmente, convulsiona expulsando con intermitencia de corrida, chorros de flujo que gotean sobre el suelo.

-¡Aiiiiiiisshhhhh... sííííí..., qué gustooooooooooooo me da ese hombreeeee..., si lo tuviera en carne y hueso entre las piernas..., qué deliciaaaaaa...! -gime retorciéndose y quedando tumbada sobre su madre que lleva tiempo dormida a su lado y con la cabeza sumergida en una bolsa de pipas de calabaza.

Todo son resuellos y agonías de placer durante un largo rato, pero el silencio que llega después dura muy poco.

ZEN HI 100 TAAAAAAAAA!!! -gritan al unísono las gemelas, ya recuperadas de su trance.

Zen Hi 100 Ta acude presurosa con la cabeza gacha. No osa mirarlas a los ojos, lo tiene prohibido; pero es toda oídos porque cualquier orden que no cumpla le comportará un duro castigo.

-Zen -dice Vanessa- mira como está el suelo, puerca. ¿Para eso te acogimos? ¿Dónde está tu agradecimiento? Tenerlo tan pringoso debería darte vergüenza.

Zen va a por el mocho mientras oye sus risotadas. Una lágrima tintinea en un ojo como en una viñeta manga, pero tiene su orgullo y no va a llorar ante ellas. Vuelve a la salita y friega el suelo con eficacia doméstica. Cuando acaba, se dispone a irse pero oye a las gemelas con un escalofrío:

-¿Seguro que acabaste? -le pregunta, Samantha, sonriente, abriéndose de piernas y mostrándole su rezumante coño-. Si no solucionamos el problema en origen, ¿qué te parece que va a ocurrir, estúpida? Nosotros te lo diremos: pues que nos volveremos a correr en el suelo..., jajajaajjajajajajajjjaj...

Zen sabe lo que quieren y se agacha sumisa. Antes odiaba hacer eso. Se le secaba la boca por la rabia, fantaseaba con morder esa vulvas carnosas hasta desgarrar su carne, con beber su sangre y no sus flujos, y con freír sus clítoris en la sartén para dárselos de comer, atadas de pies y manos. Pero aprendió a contenerse con ese temple oriental que heredó de sus padres biológicos. Ahora se crece con esa situación, acelerando o dilatando el orgasmo en el tiempo. Sabe en que momento y como detener ese espasmo de placer o prolongarlo. Son los únicos momentos en que siente control en esa casa y disfruta ese poder. Se ha convertido en una experta y hoy se ventilará a las dos, dejándolas exhaustas. Su lengua abre el coño de Vanessa y recorre las mucosas y todos sus puntos calientes con vibración inhumana, activando los flujos que gotean en abundancia.

Su lengua, un apéndice largo, duro y grueso como una verga, alcanza el fondo de su vagina, y Vanessa tiembla entre estertores de gusto. Mientras, trabaja ese pozo de lujuria que es el culo de Samantha con sus hábiles dedos y le asesta su ración de lengüetazos. Será por el rabioso trabajo de Zen o por la visión en pantalla de Roberto Candiles Sobado aplicando correctivo y empalando con estaca de madera y con el más puro estilo transilvano al Ni-Ni gótico, que una explosión de gemidos orgásmicos estalla en el angosto cuartito. En una de sus convulsiones, Samantha empuja a su madre contra la bolsa de pipas que sostiene en su regazo; la mujer, inconsciente, aspira las cáscaras que se incrustan en sus alvéolos pulmonares entre atragantamientos y accesos de tos. Eso tendrá graves secuelas a corto plazo para su salud, pero de eso nos ocuparemos más tarde.

El pladur es sacudido de nuevo por el puño del vecino, reclamando un poco de silencio.

 

NO HAY PIEDAD PARA LAS HUÉRFANAS (RETRATO DE ZEN HI 100 TA)

Zen Hi 100 Ta vive en casa de las gemelas en régimen de acogida desde los diez años, y siempre acude rauda a sus órdenes. «Será como una hija más para mí», dijo la madre al inepto asistente social, un burócrata incapaz de ver a la arpía tras la madre; una mujer fría y calculadora a quien sólo interesaba el dinero de la prestación y la ayuda doméstica que esa niña supondría.

Zen Hi 100 Ta ya fue adoptada a los tres meses de edad en un orfanato chino donde la única identificación de los bebés era un sencillo código. Hileras de cunas con un cartel colgando ofrecían las niñas a los extranjeros como mercancía en el estante de un supermercado. Entre la cunita Zen Hi 099 Ta, vacía; y la Zen Hi 101 Ta, ausente; estaba Zen Hi 100 Ta, un bebé aparentemente sano que parecía haber sorteado muy bien el trance de alguna epidemia reciente.

A los padres adoptantes, una pareja neorural asentada por aquel entonces en la serranía turolense, esa aparente inmunidad les pareció una buena señal, un karma mágico que como un chaleco antibalas la protegería de los desaires de la vida; pero ese karma tuvo menos eficacia que el apio de Paco Porras porque a los seis meses llegó la moda de adoptar rubitas ucranianas y Zen Hi 100 Ta fue a parar a un contenedor de residuos orgánicos de Fuentelaperla.

Que la encontraran entre mondas de naranja y restos de queso Cabrales, y no fuera procesada en la compostera del ayuntamiento fue todo un milagro. Sus padres adoptivos pagaron duramente por ello, pero eso no la salvó de una sucesión de acogimientos desafortunados, y a los diez años ya había dado más vueltas que el baúl de la Piquer. Objetivamente, era incomprensible que una niña pudiese despertar tan poca empatía y acumular tan mala suerte a lo largo de su corta vida.

Lista como nadie, sus delicadas facciones y esa sonrisa que nunca se borraba de sus labios no parecían tener la efectividad suficiente para llegar a los corazones occidentales. Tras la escolarización básica, su madre de acogida la confinó en su casa para usarla como trabajadora doméstica a tiempo completo y sin remuneración ninguna (esclava).

 

NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE, NI TODO ES NEMBUTAL LO QUE DUERME

Vanessa y Samantha creen que su familia es carnaza perfecta para HM, y así lo cree también el conductor del programa que ya recibió escalofriantes documentos visuales del maltrato que dispensan las gemelas a su madre obesa, alcohólica, politoxicómana y comedora compulsiva de pipas de calabaza. Las hermanas ya intentaron, anteriormente, acceder a castings de otros reconocidos realities; pero su dejadez y aspecto choni-bakala echó para atrás a las productoras más osadas.

Roberto, HM, hace una visita de tanteo con estancia incluida en la casa para evaluar las posibilidades de éxito. Nada mejor que vivir in situ la realidad como hacen los reporteros de guerra. Las gemelas están encantadas con la visita y chorrean fluidos como un aspersor de jardín, pero se sienten algo inseguras y se cuestionan si serán lo suficientemente perras con su madre como lo son con Zen y así superar el casting. La mujer sigue en estado comatoso sobre su bolsa de pipas, y Zen ha sido confinada a su habitación para que no estorbe.

Ella también está impactada por la visita y también fantasea con HM, pero lo hace de manera más discreta. Para ello tiene un pequeño vibrador, tamaño dedo, celosamente guardado en el fondo de un cajón, junto al DIU con tubo de inserción de cristal de Swarovski que compró en eBay para estrenarlo el día que la desvirguen. Pujó por él en subasta ya que es de segundo útero, el de su ex propietaria: una millonaria excéntrica con la prensa del corazón siempre ocupada con sus hazañas. También ha comprado Nembutal caducado en una ciberfarmacia clandestina y con él se dispone a condimentar la cena de las gemelas, la de la madre no hace falta porque sigue dormida sobre su bolsa de pipas.

Prepara la cena aparentemente como siempre y se dispone a servirla. Cuando HM la ve, queda fascinado por su belleza y sus maneras delicadas que contrastan con las groseras de las dos chonis y, cuando ella se retira discretamente, le pregunta:

-¿No cenas con nosotros, Zen?

-Es la sirvienta... -contesta Samantha por ella.

-… y cenará en la cocina como siempre -apunta Vanessa.

HM queda muy sorprendido pues desconocía la existencia de esa chica y, cuando les reprocha no habérselo comentado antes, le contestan al unísono con voz estridente:

-¿Debíamos haberte hablado del caniche?, ¿y de las ratas del sótano?, ¿y de las cucarachas de la cocina? Jajajajajajajajajaja...

Se ríen por sentirse muy graciosas, pero HM no lo encuentra nada divertido y toma nota mentalmente del asunto. Mañana indagará más a fondo sobre el tema. Ha sido un día duro y todos se caen de sueño, sobre todo las gemelas que ya no pueden con sus huesos ni con el Nembutal que empieza a surtir efecto.

HM está en la cama, adormilado, y apenas oye la puerta abrirse y el arrastrar sigiloso de ese cuerpo hasta su cama; pero si nota el rozar del pelo entre sus piernas y esa mano suave que alcanza su verga morcillona y esa lengua que lame sus testículos. Se revuelve sorprendido, pero otra mano de igual tacto que la que empieza a masturbarlo, se posa sobre su torso, induciéndole calma y sosiego. Es como si le dijera: «déjate hacer..., ríndete..., deja tu cuerpo cansado gozar con esas manos »

-¿Quién eres? -susurra HM.

No recibe respuesta pues quien le invade tiene la boca ocupada rodeando con sus labios el mango surcado por gruesas venas que no cesan de bombear sangre hasta su glande rosado. Es el suyo un hermoso vergajo para disfrutar, y quien le ataca lo sabe y se solaza con sus formas y relieves, lamiéndolo y chupándolo de forma implacable. HM se arquea de gusto bajo ese relamer experto y preciso que electriza hasta la última de sus células, le toma la cabeza como si quisiera guiarla mientras le acaricia el pelo sedoso; pero no necesita guía, pues se mueve hábilmente con el ir y venir de sus labios.

El cuerpo repta hasta ponerse a su altura, su boca contra la suya, su respirar robando el aire ajeno como un voluptuoso súcubo, sus piernas lo ciñen mientras la lengua se hunde en su boca y se solaza repasando sus encías con cosquilleos que estremecen a HM. Siente la humedad de sus sexos mezclarse en un gustoso baño cuando la vulva comprime el glande con movimiento acompasado.

Él la toma por la cintura e intenta penetrarla hasta el fondo, pero su glande topa con esa fina pero resistente membrana. Ya ni recuerda la última vez que se folló a una virgen. La abraza y se pone encima, le da suaves y cariñosos lametones en los flancos del cuello y asciende hasta su oreja. Mordisquea su barbilla y ella se ofrece aún más. Arquea el cuerpo como si quisiera levantar el de él, mucho más pesado y, aparentemente, más fuerte y poderoso.

HM parte la barrera con resolutivas embestidas, arrancando de ese cuerpo gemidos ahogados. Poco a poco, la brutalidad inicial se convierte en un pausado ir y venir; y el envite, en una dulce fricción de carne sangrante pero gustosa. Ella levanta sus piernas para atrapar su cuerpo, las entrelaza y se cuelga de él, aferrándose con todas sus fuerzas como si él fuese un árbol que parte la corriente; y el placer, agua de un río que la lleva a un precipicio cuya profundidad desconoce. Él siente su miedo, el miedo de abandonarse a su propio cuerpo, ese cuerpo que ya nunca más será el mismo, la aprieta más fuerte y ella se deja llevar diluyendo sus temores en la calidez de sus brazos. Siente la caída por fin y se suelta en ese pozo de placer infinito.

 

AMANECER SIN ESPERANZA

La luz del amanecer divide la habitación en dos ámbitos: En la oscuridad, el cuerpo silente de HM que duerme boca abajo sobre su viril tungencia; en la luz, el DIU con su tubo de inserción de cristal absorbiendo los rayos del sol con destellos irisados. HM retoza sobre su verga, empuja con violencia unas cuantas veces y se alivia del sobrante con un orgasmo indolente. Aún no sabe con quién coño estuvo ayer, pero tiene una entrevista con la productora y se da prisa. Se ducha, vuelve a la habitación y nota algo bajo su pie descalzo. Se agacha, coge el DIU y lo examina. Sonríe y piensa: «Virgen e inexperta en métodos anticonceptivos, pero una fiera en la cama. No te escaparás, zorrita, te encontraré donde te escondas». Lo guarda y sale a la calle.

Cuando oye el portazo, Zen va a la habitación de HM y busca desesperadamente el DIU. ¿Cómo pudo ser tan estúpida de olvidarlo y pensar que le daría tiempo a ponérselo después de que la desvirgaran? ¿Es ginecóloga, acaso? ¿Le iba a decir a HM: «espera un momento que me pongo el DIU y mientras te haces una paja»? Rastrea el suelo y luego va hasta la cama que deshace tirando de la sábana. Ve las manchas rojas de su virginidad perdida y se apresura a doblarlas para llevarlas al cesto de la ropa sucia.

«¿Qué es eso?», oye a sus espaldas con un respingo. Es Samantha que avanza, agarra la tela y se la quita de las manos. La acerca a su nariz y olfatea como una alimaña de campo. Su cara se descompone y mira fijamente a Zen que anda hacia atrás, horrorizada.

-¡VANEEEESSSAAAAAA!!! -grita la gemela sin apartar su mirada de Zen que ha topado con la rinconera y ya no puede retroceder más.

El grito resuena por toda la casa. La madre se remueve frente a su bolsa de pipas tamaño familiar, extiende la lengua como un camaleón, caza algunas que monda hábilmente, escupe la cáscara y se da por desayunada. Se da la vuelta y sigue durmiendo con un ronquido ahogado.

-¡VANEEEEESSSSAAAAAAAAAAAAAA VEEEEN PARA ACÁÁÁÁÁ!!!! -grita más fuerte Samantha para después dirigirse a Zen-: ¿HAS SIDO TÚ VERDAD, PUTA? ¿A QUÉ SÍ? ¿TÚÚÚÚÚÚ... QUE VAS DE MOJIGATA Y DE SANTA Y ERES LA MÁS PUTA DE LA CASA!!! ¿FOLLA BIEN? ¿EH...? ¿DIME...? ¿FOLLAAAAA BIEENNN? ¿AL MENOS SABRÁS CONTESTARME, DIGO YO???

-¿Qué ocurre? -pregunta Vanessa, adormilada desde el umbral.

-Esa puta se folló a HM ayer noche -responde señalando a Zen que se ha sentado acurrucada en el suelo, temblando y con mirada suplicante.

Vanessa hace una mueca de disgusto, pero no consigue despertar del todo y permanece muda. Sale de la habitación y, al poco, vuelve con un bate en la mano. Arrastrando los pies, se acerca a Zen como si tuviera que cumplir con algo engorroso pero ineludible, y se encoge de hombros con un gesto de resignación antes de alzar el bate.

Cae un silencio pesado en el jardín. Un mirlo ha dejado de buscar lombrices para acercarse a su nido y allí acuna a sus polluelos en actitud protectora, una lagartija se esconde en una grieta. En la lejanía, un perro aúlla lastimero como si le robaran el alma. Cualquier actitud animal parece bella y solidaria en contraste con la brutalidad humana.

 

CENA FRÍA PARA UNA NOCHE CALIENTE

Las gemelas no han cenado. Tampoco se masturban frente el televisor como habitualmente hacen, y el telediario abre con la noticia sobre esa chica encontrada en un arcén de la autopista, presuntamente atropellada y gravemente herida. Se especula con que la víctima es de origen oriental y con que la policía investiga en el entorno, al no ser reclamada por ningún familiar. Restaurantes, bares, tiendas de todo a € y salas de masaje regentadas por la comunidad china parecen ser su objetivo. El presentador, famoso por sus coletillas y chascarrillos de mal gusto, bromea sobre Fu Manchú, sus esclavas y otros tópicos habituales.

Las gemelas se ríen, pero es por puro nerviosismo. Alguien llama a la puerta y apagan el televisor por precaución antes de abrir. Es HM, está de buen humor y lleva comida china preparada para cenar. Le encantaría que dejaran de ser una familia desestructurada aunque fuese por un par de horas; que la madre despertara de su coma autoinducido por el alcohol y las pastillas, y se sentara como debe en la mesa; que sus dos hijas dejaran de ser chonis por un rato, y que Zen pudiese quedarse a comer con ellos después de servirles.

Siente una profunda decepción cuando las gemelas le dicen que Zen ha abandonado la casa por voluntad propia. Le parecía una pieza perfecta para ese puzzle monstruoso que forma esa familia, un auténtico hallazgo que subiría la audiencia hasta límites insospechados y quizás diera para una serie completa; aunque también siente añoranza de esa chica, algo extraño y nuevo en su corazón, algo nada profesional que le turba y que le hace perder objetividad. Se va a la cama, cansado.

Apaga la luz y cierra los ojos sabiendo que no va a dormirse. Hay demasiadas cosas en esa casa que le devuelven al pasado. Un pasado turbulento, marcado por su adicción al sexo; un pasado del que nunca se ha sentido redimir del todo. Cada nuevo episodio televisivo es un reto para él, porque ese pasado vuelve, y con él debe mantener un pulso del que no siempre se sabe vencedor. Pero esta vez, las circunstancias le superan y ese permanente olor a hembra en celo no le ayuda...

Oye unos arañazos en la puerta y su corazón brinca esperanzado... ¿Será ese cuerpo que entró furtivamente ayer?... Quizá lo sea..., quizá venga a buscar su DIU que él guarda celosamente... Se excita y su erección empieza a latir entre sus piernas... ¿Por qué no entra de una vez? Querrá jugar con él. Sonríe, se levanta y va hasta la puerta. La abre. Siente algo reptar entre sus pies y unas pequeñas y carnosas almohadillas posarse sobre sus piernas desnudas. Algo salta y se mueve agitadamente y unos lengüetazos en su glande le alertan. Dos ojitos bailan en la oscuridad y HM le da al interruptor de la luz. Es Dana, la caniche... Ahora entiende ese intenso olor a hembra en celo...

La toma en brazos para jugar inocentemente con ella, pero la perra no está para juegos. Está salidísima... y él es lo más parecido a un macho canino que tiene a tiro en la casa. Se lanza a su entrepierna y -jodeeeeeeeeeeeeer... con la perra- le lame el glande con fruición. HM cierra lo ojos y los puños con impotencia, incapaz de sacarse de encima ese bicho felador tan eficaz y salvaje. No cree que sea la propietaria del DIU, pero es una buena excusa para comprobarlo. Le palpa la vulva hinchada y roja como un par de tomates Cherry y mete un dedo. La perrita gime y boquea. Está claro que eso es demasiado corto y angosto para un DIU y, tras las comprobaciones pertinentes, le saca el dedo ante la frustración del animal que vuelve a agitarse con desesperación.

Le gustaría atender a sus reclamos y dejarla satisfecha, pero la potente anatomía de HM augura un fatal desenlace. Entonces, recuerda que la verga de un perro es una especie de gancho lúbrico que acaba anclado en la vagina de la hembra y tiene una idea. Toma un condón, lo despliega y se lo mete en el chochete, le acerca la boca y sopla en su interior. El artilugio se hincha como un globo y la perrita parece encantada. Completamente abierta y expectante, espera un nuevo remate. HM sopla un par de veces más y su colita se agita de gozo, dando su más sincera aprobación al invento. HM acaba el apaño con un par de nudos y deja a la caniche en un rincón, con la lengua fuera, la mirada perdida y gozando como lo que es: una perra.

Hace rato que oye gemidos en la habitación contigua. Las gemelas tienen insomnio y sospecha que ese malestar tiene el mismo origen que el suyo. Sabe que si acude, caerá de nuevo en su adicción; pero también debe descubrir quien es la propietaria del DIU que tiene en su poder. Sale y se acerca sigiloso a la puerta contigua, la abre y, tenuamente iluminadas por la luz de la mesilla, descubre a las gemelas tumbadas en la cama practicando la tijera con una voluptuosidad acorde con su juventud: Vanessa frotando vigorosamente su coño contra el de su hermana que gime y solloza boca arriba con las manos aferradas al cabezal de la cama.

No parecen percatarse de su presencia y HM, respetuoso, tampoco quiere interferir en la secuencia. Por eso, toma su verga con las dos manos y empieza a pajearse con vigor hasta que Samantha lo descubre, le sonríe con lascivia y le pregunta:

-¿No vas a pasar, machote? ¿Vas a desaprovechar a dos hembras calientes que no pueden dormir por culpa de sus vicios, o acaso vas a redimirnos de una vez de nuestros pecados con tus artes de HM?

Demasiadas preguntas para un HM con muy buenas intenciones, pero con una libra de carne dura y tiesa entre las manos y dos hermanas reclamándola y zorreando ante él. Ya no puede más. Se acerca a Samantha que hace rato le saca la lengua y se relame, dejando caer chorritos de baba entre sus tetas. Se la hunde entre sus carnosos labios y atrapa las tetas entre sus manos. Vanessa colabora masturbándole los huevos con suaves caricias y apretones. A HM le vuelve loco, pero quiere empezar con la exploración cuanto antes porque siente que va a correrse de inmediato.

-Poneros a cuatro patas y de espaldas, ofreciéndome vuestros ortos y coñitos -les ordena con voz firme e imperiosa.

Las gemelas se estremecen ante el tono militar de la orden. Ese es su HM, el que domina la situación y al que tanto necesitan y, presurosas, cumplen sin rechistar; por eso se alinean ante él, una junto a la otra.

HM tiene esos cuatro agujeros calientes y jugosos frente a él. Como un niño que ha pedido más tarta de la que puede comer, no sabe por donde empezar. Juega un rato con ellos toqueteándolos con sus manos, les mete sus dedos gruesos, hace vibrar las falanges como si fuesen alas de colibrí y así torturar de gusto sus clítoris. Azota sus nalgas con las palmas de las manos y ellas gimen, no de dolor sino de placer, y piden más azote «por zorras que somos», dicen las dos a la vez...

Ya tiene sus ocho dedos en cada uno de los coños, y los sobrantes, los pulgares, en el interior de sus anos lujuriosos. De pronto, se topa con algo que no esperaba encontrar en la vagina de Samantha, algo que le impide avanzar: su himen...

-¿Eres virgen? -pregunta sorprendido.

-Claro, hasta que me case y de blanco -contesta Samantha. Por el culo todo lo que quieras; pero por el coño, pajazos.

-¿No usas anticonceptivos, entonces?

-¿Eres tonto o te lo haces? Sabes de alguna que la hayan preñado por el culo? -contesta Samantha con sarcasmo.

Pensar que una choni tan caliente sea aún virgen, le excita sobremanera...

-¿Y tú, Vanessa, tomarás tus precauciones, supongo?

-¿Yo...? No las necesito para nada...

-Díselo, anda, qué más da... -incide Samantha.

-¡Y A ÉL QUÉ COÑO LE IMPORTA, GILIPOLLAS???-contesta Vanessa.

-Samantha es estéril...

-¡QUE TE CALLES, TE DIGO!!! -grita Vanessa, cabreada

-¡COMPORTAROS! -ordena HM con voz autoritaria.

-De acuerdo -dice Vanessa-. Lo sabrías tarde o temprano. Somos ex siamesas y nacimos unidas por la vagina. Consiguieron separarnos, pero sólo una se quedó con el útero: Samantha.

-¿Y la vagina? -pregunta HM, asombrado.

-La dividieron, o sea que compartimos su sensibilidad...

-¿Me estás diciendo que...?

-Lo que piensas. Cuando se follan a Samantha, yo también lo gozo. Y si nos metieran una a cada una, el placer aumentaría exponencialmente; si fueran dos, ni te digo... Psicoempatía simbiótica le llaman.

-Joder, qué palabrejas y qué morbo... -contesta HM sin poder contenerse.

-Ahora que lo sabes, ¿a quién te vas a follar? -pregunta Vanessa.

-Comprenderás que me he hecho un poco de lío, pero si a Samantha no me la puedo follar por el coño porque es virgen y le doy por el culo, tu no te enterarás; pero si te folló a ti por el coño, ella lo disfrutará también... ¿correcto?

-Bingo, HM. Parece que te vas enterando.

Respira más relajado porque lo suyo no es la física cuántica. Ya puede olvidarse del DIU por lo que respecta a las gemelas. Ahora, con echar unos buenos clavos le basta. Sin más preliminares, hinca la verga en el coño de Vanessa hasta que sus huevos topan con su vulva. Mete y saca en un acto descarnado en que todo es puro sexo y esa falta de cariño y amor se convierte en un valor añadido y excitante. La estruja fuerte con su cuerpo poderoso y le pellizca las tetas, hundiendo la nariz en su pelo. Aspira mientras bombea con violencia en ese fondo de mujer choni pero apetitosa. No es el olor del pelo de la visitante misteriosa lo que huele, no le hacía falta indagar tanto; a veces lo más simple es lo que más clarifica. Tampoco su sexo es el mismo. Ese agujero de mucosas dilatadas que apenas le roza el glande no es la vagina prieta y virgen que le ofreció la visitante, pero él se esfuerza en gozarlas porque tras su fachada de HM protector hay ese chulo cabrón y putero que no ha conseguido adormecer a lo largo de los años. Disfruta con todo lo que sea penetrable y se relame viendo a Samantha al lado, gozando sin ser follada, retorciéndose de placer al sentir su verga en su interior sin tenerla, gimiendo con ese gusto prestado por su hermana. Se corren las dos a la vez y gimen, miméticas; se arquean, parecido; y sus flujos corren por sus piernas por igual en brillantes chorretones.

HM se dará un corto descanso y volverá a la carga, y así pasará toda la noche, una noche parecida a las que tuvo mucho antes cuando encadenaba orgasmo con orgasmo como haría un alcohólico con las copas o el toxicómano con las rayas. Clarea cuando aún tiene sus cuerpos gimiendo entre sus brazos. Las dos están ahítas de gusto y sus orificios desbordados; Vanessa, de sexo visceral; Samantha, de sexo psicoempático.

HM sale y va al baño. Intenta orinar pero se le hace difícil a causa de la persistente erección. Por fin consigue dirigir el ámbar de la orina que le escuece intensamente hacia el centro de la taza, pero la verga viscosa escapa de sus manos y, enhiesta, salpica las baldosas. El líquido chorrea por la pared en una larga y gustosa meada. Maldición... debe acabar con esa obscenidad de una vez, estruja el mango como si así pudiese sofocar el chorro... y aún le da más placer. Aprieta fuerte el glande con la otra mano, enterrándolo en su puño y se masturba con violencia imparable. Cae arrodillado y abierto de piernas gozando su paja como si no hubiese follado en años mientras gime:

-Ooooohhhh.... cómo me gozo... Soy un cacho-cabrón y me gusto así..., follando coños y culos uno tras otro..., ¿para qué voy a a redimir a esas zorras viciosas con lo bien que me lo paso? Asíííí... asíííí... -gime con voz ronca mientras goza egoístamente de su masculinidad primitiva, casi adolescente... Siente que la carne va estallarle entre las manos... El semen se mezcla con la orina en un escozor rabioso y con un placer salvaje que salpica todo el baño... Tal es la brutalidad con la que se masturba que el frenillo se rompe añadiendo a sus fluidos el rojo de la sangre... Se desploma avergonzado por su estúpida recaída y por lo poco profesional de su comportamiento.

 

MADRE SÓLO HAY UNA Y A TI TE ENCONTRÉ EN LA PERRERA

«Ni la caniche, ni las gemelas son las portadoras del DIU de cristal», piensa HM mientras, tumbado en la cama y con la verga vendada, contempla a la perrita que ha tomado una curiosa postura. Su parte trasera, hinchada por el globito y por los gases de fermentación del pienso que devora a todas horas, ha despegado del suelo. Sólo las patas delanteras tienen contacto con la moqueta. Le pincharía el globo si pareciese insatisfecha o si la cosa fuera a más; pero, de momento, se la ve relamida y contenta. Piensa en que mejor sería cerrar la ventana por si acaso, pero se da la vuelta y se olvida.

Se levanta y va a la salita. Allí está la madre, comatosa como siempre. Aún no ha escuchado su voz desde que llegó. Lleva una simple bata sobre su ropa interior y ahora muestra obscenamente su carne madura. Se acerca para taparla en un acto de decoro, pero intenta detenerse porque sus pensamientos reiterativos y obscenos vuelven. No puede resistirse a un pliegue de carne ni a nada que le sugiera una raja tras la que pueda encontrar un provechoso orificio. Le baja las bragas y la madre se remueve, pero no parece incómoda. HM encuentra una vulva gruesa y carnosa que empieza a acariciar suavemente. Está húmeda y lubricada, y piensa en que agradable coma estará sumida esa mujer y que excitantes imágenes formarán el decorado de sus sueños. Le hunde sus dedos y desliza, poco a poco, su mano y antebrazo hacía el interior de manera sorprendentemente fácil. Intenta concentrase en la exploración y de olvidarse de la parte lúbrica del acto.

-¿Qué buscas? -pregunta la madre con una voz firme y fresca que no recuerda a nadie que despierte de un coma, ni siquiera de una siesta.

HM da un respingo, sobresaltado, y extrae el brazo inmediatamente. Tras recuperarse de la sorpresa, le pregunta mientras le muestra el DIU.

-¿Perdió eso?

-Tuve uno parecido, pero el mío no tenía un tubo de inserción tan glamuroso. Las gemelas me lo robaron mientras dormía la siesta para vendérselo a un chatarrero. Ya sabes a que precio está el cobre. Son unas hijas de puta -afirma certeramente sin considerar en que posición le deja la frase a ella.

-Yo creo que son buenas chicas en el fondo; muy en el fondo, claro -dice HM para tranquilizarla.

-No lo son y reitero lo que he dicho antes. Zen Hi 100 Ta sí es buena chica y lamento todo lo que ha sufrido por nuestra culpa... ¿Dónde está ahora? Quiero verla antes de...

-¿Se encuentra bien? -pregunta HM alarmado ante el cariz que esta tomando la cosa.

-Se ha ido... no me lo digas... lo noto... lo siento... siento el vacío que ha dejado en está casa -dice con la voz cada vez más apagada y la mirada perdida-. Quizá haya sido mejor así... es una chica lista y guapa que puede conseguir lo que quiera... pero debes encontrarla aunque sea para pedirle perdón de mi parte... por favor... dime que lo harás...

-Lo intentaré, señora -contesta HM, más para tranquilizarla que para confirmar la voluntad de hacerlo.

La madre empieza a convulsionar con la mirada vidriosa, tose en un tono débil que aumenta de potencia en la medida que expulsa cáscaras de pipa de sus pulmones. Ronquea y vuelve a expulsar más cáscaras de forma cada vez más violenta hasta que, tras una fuerte aspiración, queda sin aliento y se desploma hacia a un lado con los ojos en blanco...

HM toma el teléfono mientras siente el crujir de las cáscaras bajos sus pies y llama a urgencias.

 

EL REENCUENTRO

La extensa cobertura sanitaria del país hace tiempo que cayó bajo los tijeretazos de la administración. En los hospitales, los enfermos acuden con sus propias sábanas, y los jueves ya no se sirve paella de bogavante baja en sodio ni canapés de caviar beluga los viernes de Cuaresma.

En los quioscos de lectura que se encuentran junto a recepción, ya no son éxito de ventas los bestsellers tradicionales, títulos que por su tamaño permitían largas y entretenidas estancias descifrando códigos esotéricos y visitando catedrales satánicas; sino los libros de autoayuda. "El punto de cruz y el festón en la autosutura" o "Cómo autodializarse con el filtro de la cafetera exprés" son títulos que triunfan, y HM ojea uno de esos ejemplares mientras espera noticias sobre la madre de las gemelas. Gracias a él, ha conseguido coserse el frenillo sin agobiar a los médicos con tonterías.

Como era de esperar, las gemelas han pasado completamente de su madre y se han quedado durmiendo en casa, extenuadas por la dura noche de sexo. Pero él también está cansado, la cosa va para largo y necesita estirar las piernas. Se pierde en la inmensidad del centro y cruza diversos pabellones, la mayoría desangelados, con restos de comidas por los rincones y corros de ratas dándose un festín con los desechos sanitarios. Curiosea por las habitaciones donde se hacinan los pacientes entre goteros, sondas y timbres que ya no funcionan.

De pronto, entre el olor a col hervida que invade el corredor, capta un aroma intenso y femenino que le transporta a una experiencia reciente aún no superada. Su corazón late rápido y rastrea en el aire como un lobo que detecta el celo de una hembra lejana. Cada vez está mas cerca..., si no fuera por esa puñetera olor a col que lo invade todo... El aroma es cada vez más fuerte y le lleva hasta una puerta..., la empuja, y un chirrido a óxido como si llevara cien años sin abrirse le pone grimoso... Siente un escalofrío ante lo que ve... Quien esté ahí ha cruzado los límites del politraumatismo con creces..., se acerca...

Una figura escayolada cuelga del techo, su espalda descansa sobre la cama; pero sus piernas y brazos, atrapados por la rigidez del yeso, penden de poleas. Las extremidades abiertas obscenamente, parecen dispuestas por su propietario para un juego sexual extremo. Sólo los orificios vitales siguen descubiertos entre ese armazón casi arquitectónico que alguien ha utilizado para pintar unos bonitos graffitis; la boca y la nariz, en la parte superior; la vulva y el ano, en ese triángulo libre de yeso que forma la entrepierna. Múltiples sondas drenan su cuerpo y aportan o extraen fluidos según la demanda vital del paciente. Los monitores con sus gráficas confirman que el cuerpo lucha tenazmente contra la muerte y que no retrocederá ni un ápice.

Tiembla mientras se agacha y se arrodilla. Debe hacerlo. Con reverencia sacra, hunde su nariz en ese coño torturado y aspira muy fuerte. Siente un leve mareo. Es ella. La visitante nocturna que olvidó el DIU en su habitación.

A lo largo de los meses siguientes, él se convierte en su más fiel cuidador y, gratamente sorprendido, ve emerger las facciones de Zen en esa masa de carne tumefacta que es su cara golpeada.

 

UN AÑO DESPUÉS

Zen Hi 100 Ta atiende por teléfono la reclamación de un cliente desde la sede de la firma RASTAFINE, una empresa de apariencia pequeña, pero virtualmente extensa en que la mayoría de las ventas se realizan online.

Son pelucas lo que RASTAFINE distribuye en el mercado, un producto con muy buena acogida entre los trans closet casados que se pasan el día tonteando con la webcam. El éxito radica en que cuando el comprador recibe el envío, no importa que su esposa e hijos estén presentes, porque el producto tiene un inofensivo aspecto de rata, hurón o castor disecado. Así, el cliente no se ve forzado a inventarse excusas imposibles ni a salir apresuradamente del armario. Simplemente, debe esperar a tener algo de intimidad para arrancarle los ojos y las patas al peluche, atusarlo, y así darle al producto el aspecto demandado: esa lujuriosa y arrebatadora peluca que le trastornará hasta alcanzar el orgasmo.

Zen, que empezó comercializando sus productos en eGay cuando aún vivía con las gemelas y, furtivamente, accedía a Internet para gestionar su negocio; despunta en estos momentos como una de las figuras mas reconocidas por la élite empresarial del país y por su novio, Roberto Candiles Sobado, HM y ocasional modelo de pelucas RASTAFINE.

Ha quedado para cenar en un restaurante del centro y, tras un largo trayecto de dos manzanas que ella aprovecha para lucir su buga de alta gama, se reúne con HM que ya le está esperando, elegante y bien rociado en una mesa para dos. Se dan un apasionado beso con lengua y transvase de paperas, y pide su aperitivo al camarero mientras suspira, arrebatada por el presentimiento de que hoy va a ser un día especial, muy especial.

-Hoy hace un año que murió mi madre -dice mientras se quita los guantes y los deja junto al jarroncito de flores que hay a un lado.

-Y también hace un año que te encontré en ese hospital en un estado lamentable -añade HM mientras le toma la mano, fría, a pesar de llevarla enguantada .

-Gracias, cielo, te estaré eternamente agradecida por todo lo que hiciste por mí. Ella era una arpía, lo sé; pero fue la mejor madre que tuve y la última -responde ella.

-Por cierto, me dijo que te pidiera perdón de su parte. Creo que esas fueron sus últimas palabras -dice HM, apretándole la mano, esta vez con más fuerza que nunca hasta el punto que sus dedos se amoratan como higos maduros.

Zen llora, más de dolor físico que de pena, y HM la suelta para sacar un pañuelo del bolsillo y acercárselo.

-Gracias -responde ella, aliviada y sintiendo recuperar la circulación-. ¿Y las gemelas?

-Hablé con el encargado del parking de la empresa, dice que no puede ascenderlas de planta y deberá mantenerlas en la -5. El hedor que emanan es tan insoportable que sólo puede tenerlas allí, desatascando alcantarillas y matando ratas con el bate; por cierto, el mismo que usaron para darte esa brutal paliza. Y tú les quitas la denuncia. No te entiendo. O eres demasiado buena o demasiado tonta, aún no lo tengo claro. Creo que necesitan un buen toque de atención para que aprendan.

-Pobrecillas, ya lo han recibido y con creces. Las he perdonado. ¿Hablaste con el médico? Me gustaría ascenderlas cuando mejoren.

-¿A la -4?

-¿Te estás riendo de mí?

-No, en absoluto. Simplemente me atengo al diagnóstico. Tras la muerte de tu madre, madrastra o cómo tú quieras llamarla, entraron en esa espiral de sexo salvaje. Necesitaban un mínimo de veinte cópulas diarias para quedar satisfechas...

-¿Y donde las conseguían? -pregunta Zen con mirada turbia mientras saca la lengua y se acerca a la boca un espárrago con mahonesa.

-Prostitución de carretera, gang bangs continuos, fist a manta y masturbación de alto riesgo -contesta HM mientras pone los ojos en blanco y deglute una ostra.

-Que horror... -contesta Zen tras sacar de nuevo la lengua y relamerse.

-Lo peor fue cuando conocieron a Kopro Dundee -prosigue HM.

-¿Hablas de ese tenía ese circo porno en Kenia y que sólo copulaba con... ejem... animales de la sabana?

-Cierto. Leones, elefantes, jirafas, hipopótamos, pero no lo hacía por vicio. Era lo único que se ajustaba a sus medidas, hasta que conoció a las gemelas. Ellas lo conocían de oídas y aprovecharon un safari organizado para ver el espectáculo y así conocerlo. Al principio, parece que se lo pasaron de muerte; pero, a los dos meses, sus vaginas y anos se habían convertido en un sólo orificio, una dilatada cloaca que cumplía con todas las funciones sin discriminar ninguna... Hasta el final de sus días deberán llevar pañales, o sea que, del ascenso, olvídate. Ya es una suerte que puedan mantenerse con ese trabajo en las entrañas del infierno, apestando como apestan. Además, Kopro Dundee sigue en su casa viviendo a cuerpo de rey y a su costa.

-Terrible. Lo que no entiendo es cómo entraron en esa espiral tan salvaje y de dónde sacaron la pasta para el safari. Que eran unas calentorras de cuidado, evidente; pero algo pasó que se nos escapa...

-La muerte de su madre y el sentimiento de culpa que las corroía, ¿te parece poco? También ganaron mucho dinero en la carretera para costearse la aventura -responde carraspeando, algo incómodo, y pregunta para cambiar de tema-: ¿Quieres más ostras?

Zen niega con la cabeza mientras HM piensa en esa excitante noche. El sabe bien lo que pasó. Lo que les pasó a todas después de conocerlo, su adición al sexo contagiosa y a la que, de momento, Zen parece inmune. Claro que con ella sólo echó ese tierno y hermoso polvo más cerca del amor sublime que del sexo brutal que a él le gusta.

Llegan a los postres hablando de otros temas menos escatológicos y más adecuados para una cena. HM le pide a Zen que cierre los ojos, y ella obedece sintiendo que ese presentimiento va a confirmarse de inmediato. Él la toma de la mano, esta vez más suavemente, y le dice:

-Ya puedes abrirlos.

Ella los abre y ve sobre la mesa un estuche alargado. Él se lo acerca sutilmente para que ella lo coja y lo abra. Tras hacerlo, múltiples destellos la deslumbran y sus pupilas se cierran... y abre la boca sin poder articular palabra..., boquea... hasta que finalmente consigue decir:

-Ooooooooh..., HM, es el DIU con tubo de inserción de cristal de Swarovski que perdí...

-¿Quieres casarte conmigo?

-¿Tú qué crees?-contesta Zen con una sonrisa cómplice y picarona.

Acercan sus bocas y sellan el acuerdo con un beso largo y apasionado.

HM retira la silla, se agacha con el DIU en la mano, levanta el mantel y se pone bajo la mesa a cuatro patas. Introduce sus manos bajo la falda de Zen, toma sus braguitas y las desliza piernas abajo hasta que las tiene arrugadas entre sus manos. Las deja a un lado. Abre las piernas de Zen y las levanta todo lo que la mesa da de sí. Besa su vulva y le da cálidos lengüetazos a los que ella responde con un torrente de fluidos.

Está muy nervioso mientras introduce el tubo de inserción en la vagina. Ha mirado tantas veces cómo se hace en Internet..., lo ha probado en tantas ocasiones con muñecas hinchables, pero también ha pinchado tantas y ha visto a tantas deshincharse entre sus brazos... Las manos le sudan a causa del nerviosismo y el artilugio parece que vaya a escapársele entre los dedos. Finalmente, se pierde en el interior profundo del útero y consigue colocarlo... Retira el tubo de brillos cristalinos, se levanta, se sienta y lo deja sobre la mesa, triunfante.

Las lágrimas tintinean en los ojos de Zen hasta que consiguen desbordar sus pestañas y se deslizan por sus mejillas...

-Quiero a las gemelas como damas de honor -dice entre sollozos de emoción.

-Las tendrás -contesta HM- aunque haya que fumigarlas previamente.

-Y a Dana, la caniche... ¿qué habrá sido de ella?

-También estará en la boda -afirma HM mientras imagina a la perrita flotando en el espacio intergaláctico-. ¿Echas algo más en falta?

-Me gustaría tener a esa amiga íntima que me acompañase al baño para contarle la noticia entre risas, llantos y retoques de maquillaje, igual que ocurre en las películas.

-Bueno -le dice HM-, yo puedo intentar ocupar su sitio, pero a condición de que me prestes el rizador de pestañas...

-Jajajaja... qué burro eres... -contesta Zen con los ojos brillantes...

-Vamos -le dice él extendiendo la mano y tomando la suya.

Sus cuerpos se desplazan entre las mesas de los demás clientes con la premura del sexo urgente. Llegan al baño, buscan un compartimento y cierran la puerta. Ni siquiera pueden esperar a quitarse la ropa y las bragas ya quedaron en el suelo. HM toma el cuerpo pequeño y delicado de Zen. Los glúteos llenan sus manos como dos sabrosas manzanas. Apenas siente su peso, pero ella se retuerce contra su cuerpo reclamando su masculinidad con empujones salvajes. La alza mientras busca con sus dedos la grieta de su carne, perdiéndose en ella al encontrarla.

La verga sustituye los dedos con un vigoroso empujón mientras ella se arquea con un grito ahogado, intentando aceptarla en su prieta vagina. No es hasta sufrir varias embestidas que no es penetrada del todo y que los testículos de él rozan su vulva. Parece imposible que tanta carne quepa en un cuerpo tan pequeño, pero es esa duda lo que hace la cópula tan placentera y excitante; la sensación de estar en el límite anatómico lo que tanto enloquece a los dos.

Él la suelta y ella se sostiene, ensartada como si su verga fuera un garfio, y sus piernas patean intentando encontrar el suelo con los pies, pero no puede. Es en esos movimientos torpes y desesperados que encuentran el máximo placer. Es en esa imposibilidad de despegarse, en la sensación de sentirse presa, que su orgasmo se gesta; es en el ir y venir, en la fricción y en el destilar de flujos que él le dice:

-Te quiero.

Es su último intento desesperado. Siente que si eso no es verdad y si la engaña se engañará a si mismo para siempre. Siente que eso es diferente a todo lo anterior o así quiere creerlo. Su cuerpo se desploma arrastrando a Zen, que queda a horcajadas sobre él con sus muslos en sus flancos. Extiende sus manos hasta alcanzar los pechos pequeños y prietos que se pierden en la calidez de sus palmas. Siente el roce de sus pezones tungentes entre sus dedos mientras ella levanta las nalgas y hunde la verga de él en su coño, cabalgándolo una y otra vez en una espiral imparable y ascendente hasta que alcanza el éxtasis entre gritos de placer. Él se funde en sus flujos, respondiendo con la calidez de su semen que, lechada tras lechada, desborda en sus sexos atrapados.

Inerte, acompasa su aliento al de ella mientras nota el frescor de las baldosas en su espalda. El cuerpo de Zen, desvanecido, oscila al ritmo de sus pulmones. Fuera, una puerta se cierra y otra se abre, como en la vida. Él acaricia su pelo negro y piensa si alguna vez podrá ser un buen Hermano Mayor comprometido de verdad con los problemas de los demás. Cierra los ojos y suspira resignado. Lo intentará una y otra vez, fracaso tras fracaso.

 

EPÍLOGO

Zen Hi 100 Ta y HM se casarán, vivirán moderadamente felices y comerán una reducción de perdices en sus propios huevos sobre un lecho de rúcula, ralladura de mango verde y guarnición de patatas paja. Dana, la caniche, no asistirá a la boda por razones obvias: Encontrará a Laika, la perrita perdida en el espacio, con la que vivirá una apasionada relación lésbica hasta el final de sus días.

 

 

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