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Faena Inmortal (I)

en Fantasías Eróticas

El estaba ahí, su rostro de palidez sepulcral,
sus rasgos finos…Afilados un autentico vampiro.
Ahí estaba yo, con el corazón desbocado.
Deseándolo, arriesgando a que sus afilados colmillos perforaran mi cuello, cegaran mi humanidad.
 
Mi cuerpo caliente, su mirada fría.
Me sentí su presa, el quería cazarme.
Su mano helada, tomó la mía, toda voluntad me abandonaba, me tenía a su merced.
No podía escapar, por que sencillamente No quería hacerlo.
 
Cobijados por la penumbra de sus aposentos, quería sucumbir a su virilidad, entregar mi cuerpo,  pertenecerle.
El placer me invadía, sus manos me tomaban con fuerza, la calidez de mis labios deslizándose por su mejilla, despertaron en su inmortal instinto, el más perverso deseo.
 
Sus dientes mordieron mi boca…
La sangre que brotó, tocó su lengua, sedujo su esencia animal.
Con violencia hizo que mis rodillas tocaran el suelo.
Estaba frente a mi futuro amo.
Develó ante mi mirada tímida, la más clara muestra de sus rezagos de Mortalidad.
Mi lengua cálida y húmeda, asomó para hacer manjares en su ser.
Mis labios ahora aprietan y succionan.
Mis manos  ahora estimulan y hurgan.
 
El palpitar de la pasión se acrecentaba con cada movimiento frenético de mi boca.
Mis ojos cerrados, imploraban ser bendecida por el torrente infinito de sus ansias, que no se hizo esperar, para cubrirme por completo con el mar salado de su vigor.
 
Nuevamente estaba ahí, con su palidez sepulcral y su mirada fría.
Ahí estaba yo, sonrosada de placer, bañada por el agua luz de sus pistilos.
Mi piel de fuego, ardiendo de deseo y lujuria.
Su aliento agrio, sus labios secos, sus besos carniceros, recorriendo mi intimidad.
 
Sus manos hábiles, sus fuertes brazos me elevaron por los aires, mis piernas rodeaban su cintura.
La Lanza Ardiente de su Hombría penetraba mis entrañas.
Sus brutales embestidas, mas que diabólicas, más que bestiales.
El silencio se rompía por mis gritos ensordecedores, mezcla de dolor, deseo y el más encarnado placer.
Era un animal en celo, sus ojos se teñían de rojo; su boca abierta dejaba ver sus blancos y puntiagudos colmillos, mientras de su garganta salían gritos agónicos que  morían antes de ser oídos.
 
Yo me perdía en el éxtasis de la pasión desmedida,  aferrada con mis uñas a su espalda.
El llenaba mis rincones con su clímax inmortal.
Descarga desmedida de desenfreno animal.
 
Rendidos por la faena, con nuestros pechos levantándose agitados, tendidos sobre su lecho, su mano recorrió mi vientre. Recordé mi humanidad. mi condición de presa vulnerable,  estaba lista para calmar su apetito y su sed.