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MK Ultra Femdom

en Sadomaso


 

MK ULTRA FEMDOM 

  

Por

 

Lilith Raven Blackspirit

Diario del esclavo #3117:

 

Poco a poco volvía a enfocar mi visión, las imágenes frente a mis ojos reaparecían poco a poco como a través de una densa niebla brumosa.

Los tendones de mis músculos se hallaban en total tensión. Mis reflejos obligaban a mi cuerpo a luchar por liberarse de su aprisionamiento. Me hallaba desnudo por completo, de rodillas sobre un duro piso de concreto gris, aprisionado entre dos tubos de acero empotrados al suelo, mis brazos y piernas estaban sujetos con gruesas cadenas conectadas a los tubos.

Me hallaba dentro de un gran patio interior descubierto, sin techo, de manera que el duro sol de mediodía me golpeaba de lleno sobre mi cuerpo desnudo. El perímetro de lugar estaba cerrado con altas paredes de bloques de concreto prefabricado, coronado con una hilera de amenazante alambre de púas. Todo el lugar era de color gris cemento, parecía ser una instalación industrial abandonada.

Inhalé una gran bocanada de aire por la nariz, me era difícil respirar por la bola de goma plástica que llenaba el interior de mi boca y que se sujetaba con una apretada tira de cuero negro al alrededor de mi cabeza.

Toda la piel de mi cuerpo se hallaba bañada en sudor. Sacudí la cabeza y enfoqué la visión frente a mí, poco a poco volvió la imagen con toda su clara nitidez.

Frente a mí se hallaba una atractiva pelirroja adolescente. Estaba vestida como si fuera una estrella de heavy metal. Con un top negro de tirantes que dejaba apreciar unos senos enormes y preciosos de piel sonrosada. El top a juego con una minifalda de cuero color negro formaban su atuendo, sus piernas iban enfundadas en medias negras y calzaba unas botas de combate, también de cuero negro, y de suela gruesa, las botas iban adornadas con guardas de acero, en especial las puntas, las cuales iban recubiertas con reluciente metal gris plata.

Ella apretó los puños, manteniendo la brazos en balance a ambos lados del cuerpo, llevaba muñequeras de cuero negro armado con metal que iban de las muñecas hasta los codos, sus manos eran finas y hermosas, las uñas de sus dedos eran largas y afiladas, e iban laqueadas en color rojo violento, eran del mismo color de su cabello, el cual lo llevaba ahora suelto y corto, con un salvaje estilo despeinado, cortado un poco arriba de los hombros.

Se plantó en posición de pelea, un pie atrás y otro adelante, frente a mí, a menos de un metro. ¡Diablos! ¡Sabía que no iba a poder resistir otro! Contuve la respiración. La joven pelirroja tomó impulso y me descargó una tremenda patada de lleno en los testículos, la punta acerada de su bota de combate se estrelló a toda velocidad contra mis genitales indefensos.

La explosión de dolor resultante ascendió por todo mi cuerpo. Era una insoportable sensación que ascendía por mi cuerpo empezando desde mi entrepierna hasta llegar a mi abdomen y más arriba.

Lancé un gruñido salvaje, amortiguado por mi mordaza, mientras apretaba mis mandíbulas, haciendo rechinar mis dientes que se hincaban con fuerza en la goma plástica.

Mi mente se nubló con un dolor espantoso. Athena era una experta y temible cinta negra en karate, claro que no era necesario que fuese una especialista en artes marciales para abrumarme de dolor de la cruel manera en la que me estaba castigando, dada la zona donde me golpeaba.

Mis pobres e indefensas bolas estaban amoratadas e inflamadas y me dolían de forma terrible. Estaban tan hinchadas que parecían del tamaño de melones.

La pelirroja se plantó otra vez, lista para soltar otra patada, tomó impulso y me asestó otro golpe directo a los huevos. Al golpearme su enorme crucifijo de hierro se agitó sobre su pecho, era el crucifijo gótico estilo cazador de vampiros que siempre llevaba consigo y que colgaba alrededor de su cuello con una cadena gruesa de acero.

-¡Suficiente, Athena! –Dijo la voz angelical de una joven chica.- Le vas a reventar las bolas… antes de tiempo.

La que había hablado era una diosa rubia de piel bronceada. Su nombre era Diana, una preciosa adolescente de apariencia tierna y que lucía aún más joven que la pelirroja, y la principal razón por la cual yo me hallaba ahora en la terrible situación en la que estaba.

 Diana se paró junto a Athena, entrando en mi campo visual, de manera que pude contemplarla en todo el esplendor de su embargadora belleza juvenil.

Su cabello rubio lo andaba largo, liso y suelto, llevaba puestas unas grandes gafas de sol que cubrían sus ojos verdes esmeraldas. Vestía top y minifalda, ambos de algodón color blanco, y diminutos en talla, sus piernas desnudas, perfectas y bronceadas descendían torneadas y esbeltas. Ella calzaba sus acostumbradas sandalias negras tipo flip flop, de las que dejan los pies casi descalzos. Sus divinos pies reposaban en una suela negra gruesa e iban sujetos nada más por una cintita negra que pasaba entre los deditos pulgar e índice. Y eran unos pies exquisitos, la principal razón por la cual yo había perdido mi completa voluntad y me había convertido en un completo e incondicional esclavo de ella.

Con gran deleite habría accedido gustoso a pasar el resto de mi existencia postrado ante esa juvenil Diosa rubia, besando sin descanso sus hermosos pies.

La joven rubia se plantó junto a Athena con las piernas abiertas mientras sorbía por una pajita el  té helado contenido en un vaso de papel que sostenía en una mano.

Yo sufrí una erección inmediata, a pesar del agónico dolor en mis genitales, al contemplar sus pies casi descalzos y sus piernas desnudas.

Había en total diez mujeres en el lugar. Todas agrupadas frente a mí, de pie bajo un canopy blanco que las protegía de los incineradores rayos verticales del sol de mediodía que me castigaban a mí. 

Junto a Athena, del lado contrario de Diana, se acercó una belleza latina de negros ojos y largo cabello rizado azabache, su nombre era Ixchell.

Ixchell era alta y hermosa, vestía un muy elegante y a la vez diminuto y ajustado vestido rojo, con un tremendo escote que apenas contenía un par de enormes senos redondos de tersa piel morena. El vestido terminaba apenas cubriéndole por debajo de la cintura, de manera que incluso dejaba entrever el tanga rojo que la chica llevaba puesto, sus gruesos y fabulosos muslos de piel canela descendían en esbeltas piernas desnudas, y sus divinos pies calzaban sandalias rojas de tacón alto.

La Diosa morena se plantó sobre sus sandalias de cuero rojo de tacón alto, manos a la cintura, encarándome furiosa.

-¡Miren! ¡El perro ha tenido una erección sin que ninguna de nosotros le hayamos dado permiso! –Exclamó Ixchell con voz furiosa.

Era terriblemente joven y hermosa, como una súper modelo, como una princesa maya de ensueño.

-Supongo que no es su culpa. ¡Sin embargo eso se puede solucionar! –Repuso Athena.

Sin mayores miramientos tomó impulso y me descargó una nueva patada, mi espalda se arqueó, mis ojos se humedecieron mientras mi garganta seca emitía un graznido de animal moribundo.

Athena me había castigado antes  de esta forma, obligándome a permanecer de rodillas mientras sus lindos y sonrosados pies descalzos me golpeaban los testículos sin descanso. Ahora bien, comparado a lo que me hacía en esos momentos con sus botas de combate recubiertas con acero, las patadas de sus pies descalzos habrían parecido más bien tiernas caricias.

No obstante las patadas a los testículos me resultaban insufribles siempre, no había manera de que me pudiera acostumbrar, sin no importar cuantas veces me lo hicieran.

-¡Ya! ¡Dije que suficiente! –Dijo Diana.- ¡Mira como le has puesto las bolas! Las tiene como globos inflados y se le están poniendo de un color negro azulado. No nos servirá de nada si se las revientan ahora.

Diana volvió a ver a un lado, hacía las otras chicas más que se hallaban en el patio.

Había otra rubia espectacular, una chica alta de cuerpo esbelto y sensual, la cual calzaba botas de cuero blanco estilo vaquero y llevaba una diminuta minifalda, también de cuero blanco, el resto de su ropa lo conformaban la parte superior de un bikini rosado pálido que cubría sus grandes senos y una chaqueta corta de piel a juego con la minifalda y las botas, como complemento llevaba guantes blancos y un sombrero vaquero.

El nombre de la alta belleza rubia era Sedna.

Colgando del cinturón de la Diosa vaquera Sedna se hallaba arrollado un temible látigo negro, hecho de cuero, grueso y largo, estilo de domador de fieras salvajes.

A un lado de Sedna estaba un bella joven asiática. La muchacha poseía una tersa piel blanca como de porcelana, y largo y suelto cabello negro, vestía un uniforme de colegio, blusa blanca, una minifalda tartán de cuadros estilo escocesa, con cuadros rojos y negros, calcetas blancas altas, hasta arriba de las rodillas y unas zapatillas de cuero negro.

Yaoji, era el nombre de la muñeca oriental vestida de colegiala.

Después, un tanto más retirada, estaba Freyja, una joven alta, de piel blanca como nieve, ojos azules y cabello largo, negro y brillante como el  azabache, iba por entero vestida con un inmaculado traje sastre ejecutivo para dama, con zapatos cerrados de tacón alto. Observaba sin mayor interés, con los brazos cruzados a la altura del pecho.

La séptima chica era una bella exótica libanesa, Tiamat, con largo cabello rubio alisado y abundante, de pequeña estatura y cuerpo menudo, con suave y fresca piel trigueña bronceada, poseía unos enigmáticos ojos azules, profundos y misteriosos, su  vestuario era espectacular, llevaba puesto un traje de bailarina de vientre, en seda celeste y adornos de oro, como sacado de un cuento de las mil y una noche, sus pies perfectos calzaban sandalias doradas de altísimos tacones, afilados y amenazantes.

La número ocho era una exquisita belleza china, una verdadera muñeca de porcelana oriental de blanca piel nacarada, toda vestida de látex blanco, con un sexy vestido de enfermera, minifalda ajustada, blusa y medias blancas con zapatos de cuero blanco, cerrados y de tacones de aguja, la preciosa joven llevaba guantes blancos de látex, su cabello era muy negro y brillante y poseía un alisado perfecto. El suyo era un cabello largo y abundante que le llegaba hasta debajo de la cintura. El nombre  de la Diosa china era Kwan-Yin. De su hombro colgaba un pequeño bolso blanco, adentro del cual, según yo podía recordar, siempre llevaba un alfiletero rojo en forma de corazón erizado de agujas, además de un par de candelas de cera negra y un mechero. Eran unas terribles herramientas con las cuales podía ser en verdad muy cruel.

Las últimas dos eran un par de jóvenes muchachas de piel negra, de voluptuoso cuerpo atlético, de generosas curvas, vestían shorts y blusa, estilo comando, de tela verde olivo, estilo camuflaje de jungla. Una tenía el cabello largo y liso y lo llevaba recogido en una cola de caballo, que sobresalía por la parte posterior de un quepis militar, la otra lo llevaba ondulado y suelto, con gruesos rizos. Ambas llevaban las manos cubiertas con unos guantes negros que dejaban al descubierto la punta de los dedos y que llevaban guardas de metal que funcionaban como manoplas. El calzado de las dos consistía en botas negras del ejército, que realzaban la hermosura de sus piernas desnudas de tersa piel negra.

Los nombres de las jóvenes bellezas de piel negra eran Ashera y Yemaja.

Diana deslizó su mirada sobre las diez chicas y se detuvo en una de las bellas muchachas negras.

-¡Ashera! ¡Revísale las bolas! –Ordenó con autoritaria voz de mando.

La joven obedeció de inmediato. Se aproximó, deteniéndose frente a mí, se puso en cuclillas, agachándose. Su hermoso rostro angelical quedó a la altura del mío, muy cerca, sus grandes ojos negros dirigieron su mirada a mis genitales, mientras sus gruesos labios entreabiertos dejaban escapar el dulce aroma de su aliento.

Sus dedos expertos cogieron mis testículos, apretándolos y palpándolos, me estremecí, retorciéndome de dolor ante la minuciosa revisión que me hacía.

Sentí que me volvía loco del dolor cuando me cogió justo un huevo entre sus dedos pulgar e índice. Apretó mi pobre bolita un poco, de forma evaluativa. Había una pequeña cortadura sobre la piel de mi escroto, producida por las puntas aceradas de las botas de la pelirroja, una pequeña esfera de sangre, rojiza como un rubí, asomó por la herida gracias al apretón de Ashera.

-Pues tiene los testículos intactos. –Dijo Ashera.- A pesar de todo, Athena no se los ha reventado.

-¡Es increíble la cantidad de castigo que esas pelotitas pueden soportar! –Exclamó Ixchell- Nunca deja de sorprenderme.

-Dame unos minutos más y veras como se las hago pudín. –Dijo Athena.

La bella Diana se adelantó plantándose con sus hermosas piernas abiertas frente a mí, con una mano en la cadera y la otra sosteniendo su vaso de papel.

-¡Ahora, gusano, voy a explicarte tus órdenes una vez nada más y espero que las entiendas! –Exclamó la chica rubia con dura voz de mando.- Te queda nada más una última prueba para convertirte de manera oficial en nuestro sumiso esclavo personal.

A pesar  del todavía presente agudo dolor en mis testículos, yo la contemplaba fascinado, mientras le apuntaba con una erección fenomenal.

-Te vamos a dar siete días –Explicó Diana, como una maestra autoritaria dándole instrucciones a su alumno.- Siete días para que consigas el tributo que nos debes, a nosotras tus Diosas, es una cantidad simbólica, entiendes, hemos decidido ser compasivas contigo y no exigirte el valor real de la ofrenda que un asqueroso esclavo debe hacer ante nuestra magnificencia.

Diana me observaba desde la altura de su posición, con una mirada altiva, llena de altanería y cargada de desprecio, de la misma forma en la que una Reina posaría su vista sobre un insignificante insecto al cual podría pisar con facilidad.

-La ofrenda que te hemos asignado es de cien mil euros.

La bella rubia hizo un gesto despectivo.

-Una nada -Recalcó Ixchell.

-Ahora, gusano. –Prosiguió Diana.- El séptimo día, a medianoche, deberás presentarte acá en este mismo lugar, junto con tu miserable ofrenda. Si lo consigues serás por fin nuestro esclavo personal para siempre. De lo contrario sí no traes la cantidad requerida, aunque sea un centavo menos, entonces recibirás un castigo final muy especial. ¿Quieres saber cuál es? Athena te cortará los testículos. Después te desecharemos como a un par de zapatos viejos. Así de sencillo.

La pelirroja se acercó a mí, con una sonrisa diabólica en su bello rostro, desenfundó un cuchillo negro, de los estilos de supervivencia militar y lo empuñó en una mano, cortando el aire con un ademan intimidante.

-Eso es todo, podemos cerrar esta patética reunión. –Dijo Diana.- Pero antes recibirás una reprimenda por estar viéndome las piernas y los pies sin mí permiso, ¡Qué descaro!

Diana se hizo a un lado. Yo no podía evitar observar atónito sus hermosos pies, estaba prendado de su hermosura. Mi enorme erección delataba la excitación que sufría. Sus pies eran un par de joyas con bellos deditos, arcos perfectos y suave piel sonrosada, tremendamente provocadores en las sandalias bajas de color negro, esos flip flop que ella siempre calzaba.

-¡Ashera, encárgate de darle una buena paliza! –Ordenó Diana.

La voluptuosa y atlética negra se plantó frente a mí, manos a la cadera, me examinó de arriba abajo. Luego tomó impulso y me encajó una patada en el abdomen, hundiéndome el talón de su bota militar. Me arqueé hacia adelante a todo lo que mis amarras me permitían.

La negra sonrió divertida, a continuación apretó una mano empuñada con la otra, haciendo tronar sus dedos. Las manoplas de acero que iban sobre las guardas de sus guantes brillaron contra la luz del sol.

Ashera se acercó junto a mí y me soltó un tremendo puñetazo al rostro. Me golpeó en la mandíbula cruzándome con un preciso gancho de boxeo. La sacudida me aturdió. Las pesadas manoplas de metal de sus guantes producían un castigo tremendo.

Me esforcé por buscar con una mirada suplicante a Diana, la bella rubia me veía con indiferencia mientras sorbía por una pajita el té helado contenido en el vaso de papel.

Otro puñetazo a la mandíbula me sacó de mi contemplación, mientras lanzaba mi rostro de un lado a otro. Bajé mi mirada al piso. Mi vista estaba desenfocada, sentía en mi boca un sabor metálico. Escupí tirando un espumarajo con sangre sobre el piso de concreto.

Ashera me dio un nuevo puñetazo, esta vez al lado contrario del rostro.

Parecía que la joven belleza negra trataba de noquearme. Yo no sabía lo mucho que iba a durar el castigo. Recibí golpe tras golpe en una larga agonía, nunca había pensado en lo difícil que es tratar de dejar a alguien con mi entrenamiento sin sentido. A lo lejos lograba escuchar las hermosas y crueles risas diabólicas de las otras bellas Amas.

Fue una interminable tormenta de puñetazos al rostro combinados con algunas patadas al abdomen.

Sin embargo al final de la velada me aplicaron unas fuertes descargas eléctricas con una vara larga, uno de esos aparatos fabricados para arrear reses. Al parecer, entonces, mi cerebro tuvo misericordia de mi mente y se desconectó dejándome inconsciente.