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Tiamat

en Dominación

El siguiente día la joven Diosa Tiamat le despertó temprano.

El esclavo había dormido mal.

Tiamat le había encerrado de vuelta en la pequeña jaula de barras de acero que se hallaba en el centro del salón mudéjar.  Era una jaula muy pequeña y confinada y le obligaba a agazaparse en poses forzadas.

Así que cuando la joven abrió la puerta de la jaula, el esclavo salió andando a gatas, sobre sus rodillas y palmas de las manos, sintiendo sus músculos adoloridos.

Se quedó quieto con la cabeza baja, viendo el suelo, a la espera de las órdenes de su Diosa.

-¡Bésame los pies! –Mandó la mujer autoritaria.- ¡No lo olvides! ¡Es lo primero que debes hacer al verme!

El hombre se acercó inclinándose y comenzó a dar suaves y amorosos besos sobre los pies de la muchacha. Ella estaba descalza. Sus hermosos pies finos y largos estaban posados sobre la alfombra persa de colores, negro y carmín,  bordada con hilos de oro, la cual cubría el salón mudéjar de pared a pared.

-¡Ya, es suficiente! –Ordenó Tiamat chasqueando sus dedos.- Ponte de rodillas y alza el rostro, quiero inspeccionarte.

El hizo como se le mandaba al instante. Se quedó firme, de rodillas, con sus manos tras la espalda y su cabeza alzada.

Pudo ver que la hermosa mujer iba vestida nada más con un corto albornoz blanco, atado a la cintura con un cordón blanco. Sus largas piernas desnudas de tersa piel bronceada se alzaban al cielo como magnificas columnas de un templo griego.

Su estrecha cintura se delineaba bajo la tela de algodón blanca, arriba el albornoz entreabierto dejaba ver un atisbo de sus dos senos grandes y redondos, que parecían querer escapar.

Su largo cabello rubio lo llevaba suelto y liso y le caía por delante de uno de sus hombros.

Él contempló el hermoso rostro de la joven Diosa. Sus facciones libanesas eran hechizantes, así como sus ojos brillantes de color azul. Se veía más adorable que nunca. Con el aspecto que presentan las mujeres hermosas por la mañana, luego de despertarse.

La Diosa se plantó con las piernas abiertas y las manos en la cintura.

Los genitales del hombre colgaban libres entre sus piernas. Su pene estaba duro y erecto y apuntaba hacia arriba, anhelante hacia su Diosa. Mientras sus grandes testículos colgaban como un par de naranjas, suspendidos del cuerpo del esclavo por su largo escroto.

-Estoy segura que te has de estar muriendo por poder fregarte esa cosa que te cuelga entre las piernas. Te encantaría que te dé permiso de tener un orgasmo ¿No? Quisieras explotar y bañarme los pies con tu leche ¿Verdad, perrito?

El hombre asintió con ambas cabezas, excitado.

-¡Olvídalo, animal!  -Gritó la mujer con enojo.- ¡Vas a permanecer en castidad forzada por lo que reste de tu miserable existencia!

El hombre tragó en seco. Se veía asustado.

La joven hecho su cabeza hacia atrás soltando una carcajada maligna.

Rió de buena gana, luego se cruzó de brazos. Frunció el ceño y comenzó a golpear despacio el suelo alfombrado con la parte delantera del pie mientras lo apoyaba en su talón.

Su largo cabello dorado oscuro le cubría la mitad de su bello rostro.

Hizo una mueca con su hermosa boca de gruesos y sensuales labios.

-Eres un vil gusano patético. Pero creo que ya lo sabes. No imagino que pueda haber seres tan idiotas como tú, como para envolverse en esta clase de enredos.

La chica movió su cabeza de lado a lado apartando su cabello.

-¡Sígueme! –dijo de forma cortante mientras salía del salón mudéjar.

El esclavo fue tras de ella. Avanzando a gatas, sobre sus rodillas y palmas de las manos, como si fuera un perro. Desde atrás podía admirar el balanceo hipnótico de las caderas de la Diosa, y su hermoso y respingado trasero, que bajo el corto albornoz dejaba entrever un par de hermosas nalgas redondas y firmes.

Tiamat salió por una de las puertas de arco que daban a la terraza. Fue al borde, cerca de una balaustrada de mármol gris junto a la que se hallaban unos muebles de aluminio, que consistían en una mesita redonda con cuatro sillas.

Sobre la mesa había servido un espléndido desayuno en fuentes de plata.

La Diosa tomó asiento en una silla y cruzó sus piernas desnudas, balanceando en el aire uno de sus hermosos pies descalzos.

Ella se veía como una visión celestial, en la terraza. Enmarcada contra el paisaje que se desplegaba tras la balaustrada, con el mar de aguas de intenso azul y el cielo despejado de nubes de fondo.

Esta isla es todo un paraíso natural, pensó el esclavo, claro que pare él, había sido hasta entonces un tormentoso infierno.

Los aromas de la comida servida sobre la mesa eran atrayentes. El hombre les observó con atención, relamiéndose.

Había una fuente con varias frutas, la mayoría de ellas tropicales, oloroso café caliente, tostadas cubiertas con mermelada de fresa, una copa con yogurt blanco, otra fuente con helado de chocolate y en otro plato un delicioso pastel de crema en porciones.

Tiamat observó la expresión deseosa del esclavo.

-¡Claro! –Dijo entre risas.- Si ayer olvide darte de comer, de seguro has de estar muriéndote de hambre.

La chica tomó una tostada con mermelada y comenzó a comer, masticando de forma lenta y sensual, sin quitar la mirada del miserable que sufría de rodillas frente a ella.

Seguía sentada como una reina, con sus largas piernas cruzadas, mientras bamboleaba; seductora, su hermoso pie descalzo en el aire.

-Voy a demostrarte que después de todo no soy, sólo otra cruel y desalmada Ama, más. –Dijo sonriendo.

Cogió una cuchara de plata y cogió un poco de mermelada de fresa, luego la derramó sobre el pie que tenía en el aire.

-¡Anda, lámeme!

Él obedeció al instante. Se acercó deslizando su lengua sobre el empeine del pie, lamiendo la dulce jalea que le ofrecía su Diosa.

El esclavo suspiró encantado, hacía demasiado tiempo que no probaba algo tan delicioso, llevaba mucho tiempo viviendo a base de la pasta blanca insípida que le servían como alimento.

-¿Te gusta, idiota? ¿Te gusta que te dé de comer de mis pies?

El asintió afirmativamente.

Ella dio un sorbo a su taza de café humeante, saboreó despacio la aromática bebida. Tomó uno de los periódicos que estaba sobre la mesa y lo abrió para leerlo.

El esclavo le limpió todo el pie de la mermelada.

-¡No te he ordenado que pararas! ¡Continúa lamiéndome los pies! –Mandó la joven sin levantar su vista del periódico.

El hombre prosiguió, chupándole los deditos uno a uno.

La mujer continuó su lectura ignorando por completo al esclavo de rodillas frente a ella que le lamía los pies como un vil perro.

Por fin, después de varios minutos, la Ama dejó el periódico sobre la mesa.

-Hoy es tu día de suerte. –Comentó.- Me siento de buen humor, así que voy a darte una inmerecida recompensa, gusano.

Diciendo esto cogió una porción del pastel de crema batida. La elevó en el aire y la dejó caer sobre el piso de baldosas de mármol blanco. El pedazo de pastel se estrelló contra el piso. Ella le colocó un pie encima, moviéndolo de lado a lado, para terminar de revolver la masa contra  el piso.

Se untó bien ambos pies con la masa.

-¡Anda, a comer!

El hombre se inclinó y comenzó a comer de los pies de la mujer.

Tiamat se arrellanó en su asiento. Su rostro poseía una exótica belleza, era una mestiza, mezcla de ascendencia libanesa y rusa. De la primera raza poseía las facciones, los ojos grandes y expresivos y el color trigueño de la piel, la segunda le había heredado un cabello rubio y unos iris fabulosos de color azul mar.

-Aún después de tanto tiempo, todavía me sorprende que hayan perdedores tan patéticos como tú.

El hombre, que acababa de devorar como un náufrago los últimos restos del revolcado pastel de los pies de la dama, captó el tono despectivo en la voz de la Diosa. Sonaba a eres un animal idiota y fuera de este contexto nunca estarías junto a una Diosa como yo.

Él continuó lamiéndole los dedos. Las uñas de los pies, como las de sus manos, las llevaba color natural, laqueadas nada más con brillo. Tenía una manicura perfecta.

-¡Ya suficiente! –Dijo mientras se arrellanaba en la silla y volvía a cruzar las piernas.

El esclavo se quedó quieto, en actitud de espera, arrodillado, con la cabeza baja y las manos tras la espalda. Su pene apuntaba hacia adelante, en total erección, y del agujero en su cabeza brotaba un fino hilillo de líquido preseminal. Dentro de él su leche hervía presionando como los vapores de un geiser, clamando para poder brotar en gruesos chorros calientes.

Se imaginaba lo que sería poder bañarle de leche los pies a la Diosa y que después ella le ordenase lamerlos.

Pero no. Tiamat no le dio ninguna orden en particular. Se acomodó en su asiento, se sirvió otra taza de café caliente y sacó un cigarrillo de una caja de Malboro rojo para acompañarlo. Encendió el cigarro con su mechero de oro y largó una buena calada fumando como toda una Diosa, despacio y con sensualidad.

-Eres decepcionante, tú todavía estas en una fase de entrenamiento. –Comentó la bella rubia.- Te hace falta más disciplina, es necesario que tus errores sean corregidos y que seas castigado para que logres convertirte en un buen esclavo.

¿Pero que más podía ser exigido de él? Se preguntó el hombre.

Esta vez no estaba atado ni encadenado, ni le estaban apuntado amenazante con ningún tipo de arma. Estaba ahí de rodillas frente a la Diosa, sometido por voluntad propia. 

El esclavo consideró la situación por un momento. Estaba ahí desnudo, con su pene en plena erección ondeando al aire, de rodillas, sus fuertes músculos estaba en tensión. Y es que ahora tenía un tremendo físico de culturista levanta pesas, ya fuera por las drogas que le administraban o no, su fuerza había aumentado, así también el tamaño de sus genitales.

Y esa preciosa rubia fumando sentada frente a él le volvía loco. Dedujo que la mujer estaba por completo desnuda bajo el albornoz blanco.

Ambos estaban solos en la terraza.

-Sé lo que estas pensado. –Dijo ella con voz ácida y cortante.- Puedo leerlo en tu mirada.

Exhaló despacio una larga bocanada de humo de su cigarro.

-Es una idea sacrílega. –Continuó explicando tranquila, parecía no tener miedo al grande y musculoso hombre de rodillas frente a ella.

El esclavo se agazapó a cuatro patas como un perro.

La mujer estiró sus largas piernas desnudas, y las abrió, sentándose hacia adelante en una pose muy sugerente.

-Estas a punto de tirar todo lo que has logrado al cesto de la basura. Vas a perderlo todo por culpa de esa cosa que te cuelga entre las piernas ¿No te ha traído ya suficientes problemas, acaso?

El desgraciado estaba temblando de deseo y las palabras de la Diosa rubia no hacían nada más que aumentar su excitación.

Ahora la muchacha le veía con los ojos entornados, invitadora, con una expresión en su rostro de hembra en celo. Sabía que estaba desnuda bajo el corto albornoz blanco. Podía oler el delicioso aroma que emanaba de la vagina de la mujer.

Él observaba jadeante, respiraba de manera entrecortada.

La mujer entreabrió su boca y sacó su lengua, de una manera muy lenta y sensual lamió sus abultados y rojos labios.

Era más de lo que podía resistir. El hombre temblaba por completo.

Fue entonces cuando sintió un piquetazo en la nuca.

Se vino abajo sobre el suelo. Llevo su mano tras su nuca y sintió un largo y estrecho objeto clavado a su piel. Luego se desmoronó sobre el piso de baldosas blancas. Chocó golpeando su cabeza contra el suelo. Antes de perder el sentido alcanzó a ver una persona tras de él. Era Athena, la joven pelirroja, iba vestida por completo en cuero negro, llevaba una pequeña ballesta deportiva de acero negro en su mano.

El hombre cerró sus ojos y todo se volvió oscuridad.