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Un Fin de Semana en la Playa II

en Sadomaso

Decidimos que ya habíamos tomado suficiente sol. Ahora estábamos en el segundo piso de la casa de la playa. Athena había transformado la sala familiar de la mansión en su habitación personal.

Había una gran cama en el medio, llena de almohadones, en la que fácil, muy fácil se acomodaría media docena de personas. En profusión alrededor del cuarto se hallaban bolsas de diversas tiendas, en el suelo diseminadas por todas direcciones se encontraban todo tipo de prendas de vestir femeninas y una incontable cantidad de zapatos de mujer de toda forma y estilo.

¡Era un sueño!

Kaly y Athena estaban sentadas a orilla de la cama, las tres seguíamos vestidas nada más con nuestros microscópicos bikinis, nos divertía la idea de que cada una vistiera prendas según el color de su cabello, de manera que mi bikini era dorado, el de Athena rojo intenso y el de Kaly negro.

Yo estaba de pie frente a un espejo oval de cuerpo completo.

Estaba descalza, sin embargo no me hallaba parada sobre el piso de parqué blanco, no. Estaba con las piernas abiertas, con mis pies plantados sobre baboso, el padre de Athena, que se hallaba desnudo, acostado de espaldas, con las piernas extendidas y los brazos a lo largo del cuerpo.

Su animalesco pene se erguía apuntando al cielo raso en una erección bestial.

Athena le había retirado el artefacto de castidad cuando estábamos abajo en el traspatio y aún no se lo había puesto de nuevo.

Uno de mis pies estaba posado sobre su abdomen, el cual se sentía blando, a pesar de tener musculos abdominales bien definidos, mi otro pie estaba plantado sobre su pecho, allí si sentía una superficie dura, bajo la planta de mi pie podía notar su externón. El pobre respiraba con dificultad al tener que estar soportando encima de él mi peso completo.

-¡Son preciosas! –Exclamé examinando unas sandalias doradas que había cogido del suelo. Brillaban como si fueran de oro, tenían unos tacones altísimos y se sujetaban con unas delgaditas tiras doradas que casi dejaban los pies al desnudo.

-Pruébalas, sobre baboso. –Sugirió Athena con su sonrisa pícara.

La linda pelirroja estaba sentada en el borde de la cama, con su fusta de cuero negro en mano. Su esclavo canijo, el flaco y demacrado hijo de baboso, se hallaba junto a ella; de rodillas en el suelo, desnudo por completo, con su bozal en la boca y su aparato de castidad en los testículos, que más parecía un artefacto de tortura medieval.

-¡Anda, ayuda a Ama Lilith a calzarse! –Ordenó autoritaria al joven.

El tipo se puso a cuatro patas, lento, Athena le azuzó con un fustazo en las nalgas, la lengüeta de cuero en la punta de la fusta dejó su marca rojiza, mordiendo la carne como una serpiente.

-¡Rápido, gusano! ¿O acaso quieres sentir esto en tus huevitos?

El esclavo se apresuró, andando a cuatro patas como un perro se llegó a donde yo estaba, se arrodilló frente a mí y cogió las sandalias las cuales me ayudó a calzar, poniéndomelas una a la vez, yo me apoyé con la mano en uno de sus hombros para conservar el equilibrio.

Ya calzada me planté bien sobre el otro esclavo, posando un pie sobre su pecho y otro en su abdomen, hundiéndole los altísimos y afilados tacos de las sandalias.

Ahora me balanceaba para conservar el equilibrio, pudiendo dirigir mi peso de las puntas de los zapatos a los talones, si me cargaba en los tacones estos se enterraban en el cuerpo del esclavo. Me pregunté cuanta presión podría ser necesaria para penetrarle la piel.

Me llevé las manos a la cintura mientras observaba mi reflejo en el espejo oval de cuerpo completo.

Por el espejo vi a las chicas sentadas al borde de la cama.

Athena se puso en pie, caminó hasta donde yo estaba, señaló unas botas altas de PVC de color rojo intenso.

-¡Alcánzamelas, canijo! –Ordenó al joven esclavo que aguardaba de rodillas frente a mí.

Con su ayuda se calzó las botas.

-¡Cielos! ¡Te ves lindísima! –Exclamé.

Y no era para menos, vestida sólo con el mini bikini rojo esas botas la hacían ver como una Diosa, eran unas botas de tacón alto terminadas en punta, el rojo PVC del que estaban hechas brillaba, la caña alta, hasta más arriba de medio muslo le realzaba las piernas, y los tacones eran altísimos, fabricados en acero inoxidable.

Eran unas fabulosas botas de diseñador.

-¡Athena, todas estas cosas deben haber costado una fortuna! –Expresé señalando las prendas regadas al alrededor en la habitación.

La pelirroja caminó hacia mí, haciendo sonar los tacones altos de sus botas sobres las tablas de parqué del piso.

-Lo compré todo con la tarjeta de débito de baboso. –Me dijo sonriente.- Según creo me gaste los ahorros del fondo universitario de su hijo.

-Eres malvada. –Le dije viéndola frente a mí.- Perversa, y hermosa.

Pegó su cuerpo junto al mío y la abracé por la cintura.

El rocé de su tersa piel contra la mía era toda una sensación divina. Y olía tan bien. Sus gafas de montura gruesa y moderna le brindaban un adorable aspecto de jovencita estudiosa.

Nos dimos un beso apasionado.

Nos besamos mientras yo seguía parada sobre el cuerpo del esclavo, plantad sobre él como si fuese una especie de alfombra humana.

El miserable estornudó, haciendo que me balanceará encima de él.

Athena le dejó ir un puntapié en un costado, enterrándole la punta de su bota de diseñador.

Sin soltarnos continuamos abrazándonos y besándonos, yo saqué mi lengua, ella extendió la suya y comenzamos a masajear nuestras lenguas entre sí, me emborrachaba el dulce sabor de su saliva.

Pasé mi lengua sobre sus cálidos labios, lamiéndoselos. Fui despacio, bajando por su cuello tibio.

-¡Ummm!.. Me haces cosquillas. –Dijo entre risas. Observó sobre mi hombro y vio a Kaly sentada sobre la cama, yo también podía verla por el reflejo del espejo.

Mi hermanita continuaba sentada al borde, observa unas botas que estaban en el piso. Eran botas de diseñador, pero del tipo de comando militar, hechas en cuero negro, con la punta redonda, suela gruesa grabada y largas agujetas al enfrente que pasaban entrelazadas por muchos agujeros.

-¡Oh! ¡Te gustan esas, Kaly! –Exclamó Athena.- ¡Apuesto a que se te van a ver genial!

Se volvió hacía canijo que estaba de rodillas cerca de nosotras.

-¡Anda, animal! ¡Ve y ayúdala a ponerse las botas! ¡No olvides ponerle primero un par de calcetas blancas, están dentro de la bolsa de la par!

-Amiga, eres un caos. –Le increpé.- Al menos podrías comprar un armario.

Toda su ropa y zapatos yacían regados por el enorme salón.

-Oh, bueno. –Se sonrió.- Así encuentro lo que quiero muy fácil y rápido.

-Apuesto que sí. –Comenté con mis manos sobre sus hombros.- Imagino que ha de ser genial tener un padre rico.

-Bueno, tu estas parada encima del mío.

Nos reímos divertidas.

Estábamos en eso cuando de repente escuchamos sonar el timbre de la puerta principal.

Al instante me puse en alerta, bajé de la espalda de baboso para plantar mis sandalias doradas de tacón sobre el parqué color blanco.

-¿Esperas a alguien? –Pregunté con excesiva cautela. El timbre sonó de nuevo.

-Quizás sean de FedEx o algo así. –Contesté encogiéndose de hombros.

-¡Anda, vamos a ver! –Le dije, cogiéndola de la mano.- ¡Kaly, quédate aquí!

-¡Vigila que estos perros no se masturben! –Exclamó la pelirroja.

Kaly asintió seria, continuaba sentada al borde de la cama, canijo le estaba atando las agujetas de las botas militares que le había calzado, abajo le había puesto unas calcetas blancas y gruesas, las cuales había enrollado bajándolas al borde de los botines.

 

 

Bajamos las escaleras que daban al vestíbulo. Abajo el suelo era de mármol blanco, al alrededor las paredes eran de yeso, con molduras de adorno en altorrelieve que sobresalían por todas partes. Me daba la impresión que estábamos en algún templo griego de la antigüedad.

Nuestros tacones sonaban haciendo eco mientras caminábamos sobre el piso de mármol blanco, yo calzada con mis sandalias doradas y mi amiga con sus botas altas.

Nos detuvimos frente a la puerta principal, me planté manos a la cintura junto a Athena, ella abrió la puerta.

Nos encontramos a dos chicos de pie al otro lado del umbral.

Uno de ellos era rubio, con el pelo en picos, tenía un bronceado de surfista; el otro era un negro alto y musculoso.

-Buenos días. –Saludo el surfista rubio.

Asumía una postura fresca, con un estilo de empatía. Su compañero, el joven negro abrió la boca mientras sus ojos parecían querer escapar de sus orbitas, miraba estupefacto a Athena. ¡Rayos! Si se miraba como una Diosa en esas botas de tacón alto, el diminuto bikini rojo, sus gafas y su largo cabello suelto y de color rojo intenso.

-¿Es la casa del señor González? ¿Verdad? –Preguntó el rubio.

-Ah, sí. –Contestó Athena.- Pero está de viaje de negocios fuera del país.

-Oh ¿Y tú eres su hija? ¿No sabía que Alberto tenía una hermana?

Vaya, podía ver bien clara la erección del negro debajo de sus shorts flojos, el idiota seguía boquiabierto sin poder hablar. Me resultó chocante que le estuviésemos dando material para sus futuros pajazos, me daba la impresión que era un masturbador crónico. Olvidé como íbamos vestidas al bajar, que tonta, debía haber considerado coger un par de batines, pero rayos, se suponía que estábamos en la playa.

-Mi nombre es Steve.

Que bien, pensé, tal vez deberías tomar un curso intensivo de Pick Up Artist, tal quizas así serías capaz de volverte más interesante.

-Y este es mi amigo Romario.

Tuvo que presentarlo pues el gorila seguía mudo, embobado con los ojos clavados en Athena.

-Bueno, un gusto. –Soltó mi amiga cortante.- Yo me encargó de avisar de tu visita, ¡Bye! ¡Bye!

Sin más ni más estábamos a punto de cerrarles la puerta en la cara cuando escuchamos la voz de una chica.

-¡Guau, lindas botas!

Volvimos a ver, se trataba de una chica negra, adolescente pero con un cuerpo bárbaro, con curvas para matar. Vestía pantaloncillos cortos de mezclilla azul, top blanco y sandalias planas. El cabello lo llevaba arreglado con infinidad de pequeñas trenzas al estilo jamaiquino.

-¡Hola, me llamo Bruninha! –Saludo jovial la jovencita.

De acuerdo, sólo estaban tratando de ser amistosos, con la confianza y cordialidad de la gente de los barrios de alta clase.

-Yo soy Lilith, y ella es Athena. –Contesté.

Steve sonrió, obvió que estaban confundiendo nuestra apatía por timidez.

-Como saben hoy comienzan las vacaciones de verano. –Dijo el chico rubio.

En tu mundo, idiota, pensé. Claro los colegios privados seguían la programación anglosajona en su calendario anual, era su costumbre. Nosotras, en el hospicio de caridad seguíamos la calendarización pública.

-Para celebrarlos hemos planeado una fiesta ahora por la noche, en la casa de Steve. –Dijo Bruninha.- ¡Y queremos invitarlas!

Crucé una mirada con Athena.

-¡Será fantástico, habrá música a la orilla de la piscina!

-Oh, pues, nosotras… -Dije, era embarazoso, no quería parecer mal educada y cortarles de golpe.

-No sé si me vayan a dar permiso. –Mintió mi amiga.

-¡Vamos! Tu padre se halla fuera. –Asintió empático Steve.

El chico me guiño un ojo, con una sonrisa. Parecía un Brad Pitt adolescente.

-Será una fiesta de trajes de baño. –Comentó jovial Bruninha.- ¡Claro, así como están se ven fabulosas!

-Vendré por ustedes a las ocho, estén listas, no aceptaremos un no por respuesta. –Dijo Steve guiñando un ojo.- ¡Chao!

Se despidió con la mano alejándose con Bruninha, entre los dos llevaban a Romario arrastrado, que seguía con la vista fija en mi amiga pelirroja.

Los tres montaron en un convertible blanco, de esos autos europeos que cuestan una fortuna, Steve se puso al volante, el motor rugió al ser puesto en marcha, saludó una vez más y se esfumaron calle abajo.

-Eso fue extraño. –Comenté mientras subíamos de vuelta al segundo nivel.- ¿Qué se creen esos idiotas?

-Bruninha se veía muy atractiva. –Repuso Athena.- Tal vez nosotras deberíamos hacer una fiesta sólo de chicas.

Sacudí la cabeza mientras entrabamos de vuelta al salón dormitorio.

Quedé de una pieza al contemplar la escena que se desarrollaba ante nosotras.

Baboso se hallaba desparramado donde le habíamos dejado, con los ojos cerrados, con un chichón protuberante en la frente.

Kaly estaba en un rincón, preciosa vestida con su bikini y las botas militares, aovillado a sus pies se hallaba el flaco canijo, acorralado contra la pared sufría una furiosa lluvia de patadas de parte de mi hermanita. El tipo tenía la cara llena de sangre y luchaba cubriéndose sin gran éxito de los puntapiés que le estaban propinando.

-¡Kaly! ¡Cálmate! ¡Lo vas a matar!

Hice sonar los tacones de mis sandalias doradas corriendo para llegar junto a ella, casi me caigo, los tacones altos son una pobre elección cuando hay necesidad de moverse rápido.

Tome a Kaly del hombro apartándola del maltratado infeliz.

Athena se había acercado, plantó el peso de su bota sobre los pectorales del esclavo, le picó con la punta del tacón acerado de su bota, clavándoselo en las costillas.

El tipo yacía desplomado como saco de patatas, inerte.

Athena hizo una mueca y preguntó:

-¿Tendrá algo roto?

 

 

 

 

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