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Un fin de semana en la playa

en Dominación

Un fin de semana en la playa

por

Lilith

 

Athena nos había invitado a pasar el fin de semana en su casa.

El lugar era muy pintoresco, una mansión ubicada en un área residencial a la orilla de la playa, de alta clase, y muy gustado por los extranjeros.

Nos había invitado a Kaly y a mí.

Era temprano por la mañana y las tres nos hallábamos reunidas en el patio posterior de la casa, el cual colindaba con la playa.

Las tres vestíamos unos bikinis diminutos, habíamos decidido que los llevaríamos a juego con nuestros cabellos, de manera que yo llevaba uno dorado, Kaly vestía uno negro y el de Athena era rojo intenso.

-¡Se ven preciosas! –Exclamó Athena, de pie junto a la puerta de vidrio de la cocina que daba al traspatio.- ¡Están de infarto!

-¡Mein Göttin, fräulein! –Le dije.- ¡Tú también te ves muy buena! ¡Me encanta como se ve tu cabello pelirrojo!

La verdad que estábamos para matar, casi desnudas en esos micro-bikinis que realzaban nuestras voluptuosas figuras juveniles.

Kaly estaba sentada junto a mí, en una silla blanca reclinable frente a una mesa con parasol.

El largo cabello negro de mi hermana brillaba bajo los rayos del sol, contrastando con su preciosa piel blanca.

-Ya regreso, voy a buscar a papá. –Dijo Athena sonriendo. Sus gafas de moderna montura cuadrada realzaban su sensualidad al darle un aire intelectual. Iban a juego con su acento británico que a ella le encantaba exagerar.

Entró de vuelta a la casa.

En tanto yo crucé mis largas piernas y pasé mis manos por mi largo cabello rubio. Lo llevaba ensortijado, con gruesos rizos de oro.

Kaly, que estaba sentada a la par mía, se inclinó posando su mano sobre mi muslo, coloqué mi mano tras su espalda y me acerqué para besarla.

Le di un largo y apasionado beso en la boca, saboreando sus dulces labios, sintiendo su suave lengua sobre la mía.

Cerramos nuestros ojos para besarnos, siempre lo hacemos.

Nos tomamos con gran amor y pasión.

Estamos besándonos y acariciándonos una a la otra cuando escuchamos la puerta de la cocina abriéndose. Era Athena que venía de vuelta.

Ambas nos volvimos hacia la puerta.

La pelirroja salió al jardín, su figura pequeña y delgada se veía preciosa en su bikini rojo. Plantó sus hermosos pies desnudos en el césped del jardín, las tres estábamos descalzas.

Athena sostenía en su mano el extremo de una correa de cuero conectada a una cadena. Al otro extremo de la cadena, venía a la zaga un hombre avanzando a gatas como un perro, el sujeto se hallaba desnudo por completo. Las únicas prendas que portaba era un collar de cuero negro con remaches de metal ajustado alrededor de su cuello, de un aro de la parte delantera de dicho collar iba fijada la cadena de la cual le conducían. Además, en sus muñecas y tobillos portaba unos como grilletes de cuero con anillas de metal, muy al estilo cantante de death metal.

-¡Andando perrito, mis amigas quieren divertirse! –Le dijo la pelirroja.

El hombre, era de unos cuarenta y tantos años, pero presentaba un buen físico, fuerte y robusto. El cabello gris lo llevaba cortado al rape.

Athena se detuvo frente a nosotras, con la correa entre las manos, el hombre se quedó quieto, en su posición a cuatro patas, con la cabeza baja, viendo al suelo.

-¡Vamos perrito, muestra tu educación y saluda a las chicas! –Le increpó la pelirroja tirando de la cadena.

Él se acercó más a mí, yo estaba con las piernas cruzadas, por lo cual uno de mis pies quedaba sobre el aire, balanceándose con lentitud, el sujeto comenzó a besarlo con gran devoción

-Ya ven, mi padre tiene buenos modales. –Comentó Athena con burla.- Aunque a veces es todo un fastidio, pero en términos generales se comporta al menos como un esclavo obediente.

El tipo comenzó a chuparme los dedos del pie uno a uno, se los metía en la boca como si fueran dulces bombones.

Hice  cara de asco mientras le observaba.

-¡Es un perro! –Dije con desprecio.- ¡Me está llenando los pies de baba!

Con mis dedos dentro de su boca podía sentir su lengua babosa lamiéndomelos, era una sensación de cosquillas.

-¡No te olvides de Kaly! –Reprendió Athena riéndose.

El sujeto dejó mi pie y se inclinó para besar los pies blancos de mi hermanita.

Athena plantó uno de sus pies sobre la espalda del hombre en toda una pose de dominadora mientras sostenía entre sus manos la correa de cuero.

-Bueno tu padre no es tan antipático, digo para ser un sucio viejo pervertido, ¿Cómo se llama? –Pregunté a mi amiga.

-Yo lo llamó “Baboso”, porque siempre le gusta andar lamiéndome los pies.

-Buena elección. –Contesté.

-¡Vengan! –Dijo la pelirroja.- Vamos a divertirnos un poco, Baboso es un perrito tonto, necesita un buen castigo y quiero que ustedes me ayuden a dárselo.

Athena tiro de la correa arrastrando a Baboso tras de ella, el cual la siguió andando a gatas, nosotras dos nos pusimos de pie y le seguimos.

Condujo a Baboso al centro del jardín, junto a la piscina, le hizo que se arrodillase en el claro alfombrado sobre el suave césped verde.

-¡Ponte recto! ¡Manos tras la espalda! ¡Abre más las piernas! –Le ordenó autoritaria Athena.

El hombre se irguió de rodillas, mostrando sus genitales, poseía un par de testículos grandes como los de un toro, con una de las pelotas más baja que la otra. Su pene era enorme, pero lo que llamaba la atención era el macabro aparato que envolvía sus genitales. Se trataba de una argolla que aprisionaba su pene por la base, todo el falo lo tenía cubierto por una especie de jaula hecha de varillas de acero conformadas a manera que formaban la forma del pene, dicha jaula estaba fijada al aro de la base del pene el cual estaba unido a su vez por unas delgadas cadenas a otra anilla colocada alrededor del escroto en la base de los testículos.

Varios dientes de metal erizaban la parte interior de la jaula con sus puntas afiladas acariciando la suave piel del miembro.

Athena notó nuestro asombro y explicó:

-Es una especie de aparato de castidad masculina, como pueden ver. Está ideado para causar dolor al hombre que lo porta. Cada vez que tienen una erección, cuando el pene crece de tamaño, este es oprimido contra la jaula, causando que las puntas de metal afiladas se le inserten en la carne. Entre mayor es la excitación sexual del sujeto más grande es el sufrimiento.

-Parece muy cruel. –Comenté.

Empotrada con fijeza en la tierra se hallaba una barra de acero, que terminaba en la parte superior en un aro de acero que sobresalía del suelo. En el suelo, junto a la anilla de metal se encontraba una cadena y un candado abierto.

-Evita que se masturbe. –Dijo Athena, mientras se agachaba en cuclillas tras el hombre. Usando la cadena del suelo le sujetó con firmeza, pasándolo por los aros de los grilletes de las muñecas y de los tobillos y a su vez por la anilla principal empotrada.

-Tiene prohibido eyacular. –Continuó explicando mientras manipulaba el aparato de castidad.

-¡Oh! ¿Alguna vez le permites desahogarse? –Le pregunté.

-¡Nunca! –Contestó Athena, de una cadenilla de oro de su cuello pendía un dije dorado en forma de llave.- Esta es la llave maestra que libera el seguro del aparato de castidad. Desenganchó la llavecilla de la cadena y la sostuvo en su mano.

-Verán, los hombres son más sumisos cuando se les excita, pero se les mantiene en abstención forzada, en tal estado se convierten en unos esclavos perfectos.

Con habilidad introdujo la llave en un cerrojo en la base del pene, la giró y le liberó, sus dedos manipularon el dispositivo, retirándole la jaula y las anillas de acero, dejando su pene y sus testículos sueltos y libres por completo.

Baboso se dejaba hacer, inmóvil en su puesto, ya que le habían ordenado ponerse erguido; tenía su mirada fija en mis piernas las cuales recorría con una intensa mirada de deseo.

En segundos su pene creció al doble de su tamaño, se irguió poniéndose duro y tieso, apuntando en mi dirección. Estaba surcado por las marcas rojizas dejadas por los dientes de metal de la jaula.

Athena tiró el dispositivo de castidad a un lado, se puso en pie, y le dio al hombre una patada en el costado del abdomen, le golpeó con el talón del pie.

-¡Baja la vista, animal! ¡No tienes derecho a estar ojeando a mis bellas amigas! –Le increpó.

Yo coloqué mis manos en la cintura y ladeé mi cabeza a un lado.

-¿Y ya lleva mucho tiempo sin tener un orgasmo? –Pregunté.

La verga la tenía tan inflada que parecía que le iba a reventar, las venas se le marcaban sobre el tronco, gruesas del grosor de un lápiz. En el orificio abierto en la cabeza del pene brillaba una gota de líquido preseminal.

-Más o menos, creo que va a cumplir los tres meses ya, sí, desde que me mude acá. –Respondió la pelirroja que se plantó justo frente al hombre.

-¡Nichts da! –Exclamé.- Ha de tener las pelotas cargadas de semen.

-Ya lo creo.

La pelirroja plantó uno de sus hermosos pies entre las piernas del hombre, justo debajo de sus genitales.

-¿Te gustan mis pies, esclavo? –Preguntó, me pareció que era adorable como hacia inflexión en la palabra esclavo.

El sujeto asintió con la cabeza, con ambas, haciendo un movimiento de arriba abajo.

-¡Bien por ti! –Exclamó Athena, al tiempo que su pie ascendía en el aire con velocidad, su empeine chocó contra los testículos que colgaban libres en  el aire.

El sonido de la colisión fue similar al que suena al darse en un muslo con la palma de la mano cerrada como haciendo un cuenco con la mano.

El hombre apretó los dientes y tensó su cuerpo. Sin embargo no gritó, ni se movió de lugar, sólo cerró los ojos y soltó un gemido apagado.

La pelirroja continuó dándole pequeñas pataditas en las bolas, pegándole con el empeine del pie, de manera continuada.

El esclavo doméstico soportaba el dolor de manera estoica, su cuerpo temblaba, sus músculos estaban tensos y una y otra vez dejaba escapar ahogados gemidos, su Ama le tenía prohibido gritar, so pena de incrementar la dureza del castigo, según ella misma nos explicó más tarde.

-¿Quién quiere probar? –Nos preguntó, dejando de golpear y haciéndose a un lado.

Kaly saltó hacia adelante, parándose frente al prisionero.

Se veía preciosa con su pequeño bikini negro. Su largo cabello azabache le caí suelto y liso tras la espalda hasta descender un poco debajo de las caderas.

Tomó impulso y le dejó ir una patada en seco directo a las pelotas.

El pobre se dobló en dos profiriendo un lastimero alarido de dolor.

-¡Silencio! –Gritó Athena al hombre.- ¡Quieres alertar a todo el vecindario! ¡Cállate o te arrastró al sótano para continuar tu castigo ahí! ¡Y ya sabes cómo son las cosas cuando estamos allá abajo! ¿Verdad?

El hombre palideció sobresaltado, veloz regresó a su posición de rodillas, piernas separadas y espalda recta. Bajó el rostro viendo al suelo, resignado a continuar recibiendo el escarmiento.

La bella Kaly extendió sus brazos a lo largo del cuerpo, para lograr mejor equilibrio, tomó impulso y elevó su pierna para propinarle una nueva patada a los genitales.

Le siguió dando de esta forma, dándole siempre con el pie derecho, sus enormes senos como melones, de tersa piel blanca, bamboleaban dentro del sostén del bikini con cada patada que lanzaba.

En su rostro se dibujaba una maligna y sádica sonrisa. Estaba gozando mucho con el castigo que aplicaba a los indefensos testículos.

En tanto el hombre gruñía, temblaba con el rostro hacia arriba, luchando por soportar el intenso dolor que estaba experimentando.

-¡Kaly! –Exclamé.- ¡Con calma! ¡Le vas a romper las pelotas! –Bueno literalmente, la idea casi me hace soltar una carcajada, posé mi mano sobre su hombro.- ¡Es el esclavo de Athena, bueno no creo que quiera que lo dejes inservible!

-¡No te preocupes, Lilith! –Me dijo la pelirroja extendiendo sus brazos con las palmas de las manos para arriba.- ¡Deja que Kaly se divierta! Da igual.

Me aparté un rizo rubio de mi cabellera que estaba sobre mi rostro.

-Bueno, es que, es tu padre, después de todo. –Repuse sonriendo.

Ambas soltamos a reír al mismo tiempo.

En realidad las tres éramos huérfanas.

Baboso era el nuevo padre adoptivo de Athena. Llevaban como cuatro meses ya viviendo juntos. En ese tiempo ella lo había sometido por completo, convirtiéndolo en un obediente esclavo.

Kaly y yo continuábamos viviendo en el orfanato pero los fines de semana nos daban permiso para visitar a nuestra amiga.

-Ustedes sigan divirtiéndose sin preocupación. Háganle lo que quieran, igual, si es necesario siempre podemos cortarle las pelotas, sería muy divertido, aunque luego el imbécil quedaría inservible de por vida. Yo voy a la cocina a traer unos bocadillos.

Athena entró de nuevo a la casa dejándonos con su adoptivo padre esclavo.

Kaly se movió a un lado, dejándome el espacio libre, dándome el turno ahora para patear las pelotas.

Él se irguió firme, dispuesto a continuar sufriendo el duro castigo. A pesar del dolor su miembro seguía duro, en plena erección, eso me sorprendió, debía tratarse de un auténtico masoquista extremo.

Me planté con las manos en la cintura.

-¿Con que lo estáis disfrutando, pervertido? –Le pregunté.

Parpadeó viéndome con unos ojos llorosos.

Bueno que los hay debería de haberlos, pensé. Fruncí el ceño mientras lo evaluaba con la penetrante mirada de mis ojos verdes.

Su rostro era cuadrado, varonil, atractivo. Para ser justa el tipo no parecía un bruto, un simple. De hecho, alto y moreno, con cuerpo de gimnasio, habría pasado por un maduro galán de telenovela. Aunque, más bien poseía un aire cosmopolita, como empresario o algo por el estilo. Para ser propietario de esa mansión a orilla de la playa en un exclusivo barrio residencial no podría haber duda de que fuese hombre de recursos.

¿Cómo alguien así terminaba sometiéndose por voluntad propia ante una joven mujer para ser humillado, maltratado y ser torturado físicamente, incluso al extremo de poner su vida en riesgo? Bueno era algo más allá de mi compresión.

Elevé mi pie izquierdo, ¡sí soy zurda!, y comencé a masajearle los testículos con mi empeine, la sensación era agradable, no podía negarlo, las bolitas las tenía aguadas y la piel del escroto estaba tersa y lisa, y es que Athena lo tenía rasurado al ras, tanto en la cara como en los genitales, la ausencia de piel era total, como sólo se logra con la depilación con cera ¡Autsch! Sin lugar a dudas nuestra amiga debía ser muy creativa al llevar a cabo sus sádicos juegos.

-¿En serio te gusta sentir dolor? ¡Vamos a ver si es cierto! Siempre he tenido la curiosidad de saber si un masoquista de verdad tiene algún límite.

Yo práctico soccer en la escuela, y basta con que diga que la patada que le dejé ir habría mandado un balón volando para atravesar medio campo sin dificultad.

El padre de Athena se dobló para adelante, a todo lo que sus cadenas le permitían, con la espalda arqueada, hizo un ruido animalesco como agarrando aire con la boca, vomitó una sustancia transparente, luego se apoderó de él una tos seca, continuó escupiendo sus entrañas mientras todo su cuerpo temblaba en espasmos de dolor.  

Manos a la cintura, piernas abiertas, alta y atractiva en mi bikini dorado, le observé ladeando mi cabeza; todo mi cabello rubio caí hacia abajo tirado a un solo lado.

-¿En serio, a que no es para tanto? –Le pregunté con sarcasmo.

En verdad el efecto que había logrado me había dejado sorprendida a mí misma. Me había gustado. Me había sentido tan poderosa, sabiendo que tenía tanto poder sobre ese miserable, con tan poco esfuerzo.

No podía evitarlo me sentía excitada de veras, lamí mis labios con mi lengua, con lentitud y sensualidad.

El pobre diablo tenía las piernas cerradas, ocultando sus huevitos para protegerlos de mí, seguía temblando y lloraba en silencio como un mocoso.

Y sin embargo era un hombre entero de cincuenta años cumplidos. La ironía de que una chica con el triple de edad menos lo tuviera en tal situación era fenomenal, bueno al menos para mí.

Kaly estaba de pie a mi lado. Sus ojos azules brillaban con excitación. No me cabía duda que estaba disfrutando aún más que yo con el espectáculo.

-Mejor lo dejamos descansar un poco. –Propuse abrazándola por la cintura.

En el fondo no era tan desalmada y sádica como para continuar con semejante maltrato, a pesar de lo bien que se sentía hacerlo.

Kaly me abrazó. Comencé a acariciar los mechones de su cabello negro, oh, era tan suave y lacio al tacto, y tan negro que refulgía bajo el sol, el contraste que hacía con su piel blanquísima era hechizante.

Kaly era una bruja nata.

Abrazadas, juntamos nuestros labios y nos empezamos a comer a besos enfrente del sufriente esclavo de Athena.

-¡Hey chicas! ¡Pero es que ya pararon! ¡Y yo que creí que iban a destriparle las bolas a papá!

Athena venía sonriendo, su largo cabello rojo ondulaba al viento al caminar, como lenguas de fuego, en una de sus manos blandía una fusta, hecha de cuero negro trenzado, de las que se usan en equitación, con una lengüeta cuadrada en la punta.

Nuestra amiga no venía sola como hubiéramos esperado. Tras de ella, empujando un carrito de restaurante con ruedas, la seguía cabizbajo un tipo joven.

El chico era alto y nervudo, de miembros largos, con musculatura juvenil.

Tenía cabello castaño y ojos marrones. Se hallaba también desnudo por completo, y como el esclavo viejo, llevaba grilletes de cuero negro en los tobillos y muñecas, y un collar alrededor del cuello. Un aparato de castidad, idéntico al que habíamos visto antes, aprisionaba sus genitales. De hecho su aspecto era peor, pues su pene estaba aún más hinchado, tanto que parecía querer explotar dentro de la jaula cilíndrica que lo contenía, por tanto las puntas de metal se le clavaban con mayor saña. Del orificio del glande brotaba un fino hilillo de líquido preseminal.

Como accesorio extra, el chico llevaba una bola de goma negra dentro de la boca, afianzada tras la cabeza con una cincha de cuero, del tipo de artículo BDSM que se emplea para ahogar los gritos de los sumisos y que les impide hablar.

En el rostro presentaba varios moretones frescos, recientes, acabados de hacer.

Tal parecía que Athena había estado ocupada en la cocina.

El joven dejó el carrito frente a nosotras, encima había varias copas de bebidas preparadas; adornadas con sombrillitas y platos con bocadillos, luego se puso de rodillas, con las manos a lo largo del cuerpo y la mirada fija al suelo.

La pelirroja le propinó un fustazo en uno de los hombros, la fusta cortó el aire haciendo un silbido y resonó cuando dio en el blanco, la lengüeta mordió la piel dejando una intensa marca rojiza sobre la piel.

-¡Las manos tras la espalda! ¡Así, esa es la posición de espera! ¡Te lo he repetido tantas veces! ¿Cómo es que siempre se te olvida, cabeza hueca? –Le increpó nuestra amiga, blandiendo amenazadora la fusta frente a su rostro.

-¿Y este chico quién es? –Le pregunté.

-Mi hermano. –Respondió Athena, al tiempo que le daba una patada al estómago con la planta de su pie descalzo.

El joven gimió doblándose hacia adelante.

-Bueno es mi hermano adoptivo, es el hijo biológico de Baboso.

La volví a ver con la boca abierta, me acerqué para examinarlo de cerca.

-Le he puesto por nombre “Canijo”.

-¿Y siempre ha sido así de flaco? –Le pregunté.

El desgraciado andaba en los huesos, tanto que las costillas se le marcaban en la piel, su rostro se veía demacrado y tenía unas buenas ojeras.

-Bueno, era alto y delgado, pero desde que lo puse bajo mi dieta especial ha perdido peso que da miedo.

Athena chasqueó los dedos y Canijo se puso a cuatro patas, sobre las rodillas y las manos. Nuestra amiga se sentó encima de él, sobre sus espaldas, cruzando las piernas como una Diosa. Cogió una copa del carrito frente a ella.

-Espero que mi margarita esté preparada como a mí me gusta, perrito, de lo contrario, esta noche tendremos una buena sesión en el sótano.

El joven suprimió apenas un escalofrío que le recorrió el cuerpo.

Ni siquiera me atrevía a imaginar las cosas terribles que Athena debía hacerle a sus esclavos en las oscuras profundidades del sótano de la mansión, reconvertido en mazmorra y cámara de torturas.

-¡Suelten a Baboso! –Nos indicó.- Esta es la llave maestra que abre el candado que sujeta las cadenas.

Nos extendió una llave dorada, la que antes llevaba colgando de la cadenilla al cuello.

Kaly la cogió y se dirigió dónde estaba el otro esclavo para liberarle.

Una vez suelto lo cogió de la correa al cuello y lo llevó frente al carrito.

El hombre se detuvo a gatas, igual como estaba el joven, sobre las manos y las rodillas, de lado frente al carro. Athena nos indicó que nos sentáramos sobre él.

Kaly tomó asiento junto conmigo sobre las espaldas del esclavo, yo a la altura de los hombros y ella posada sobre la espalda baja.

A indicación de nuestra amiga cada una cogió una copa.

-Doble peso sobre la columna del perrito. –Comentó divertida.- El desgraciado padece de dolor de espalda, no me cabe duda que mañana va a amanecer partido del dolor.

Elevó su copa en el aire, aún no había probado su bebida, y nos convido a un brindis.

Los cristales de las tres copas sonaron armoniosos, a continuación bebimos.

-Hablaste que tenías a… ¿Cómo se llama?

-Canijo.

-A Canijo en una dieta especial ¿De qué clase? –Pregunté mientras saboreaba mi margarita.

Una sonrisa malévola se dibujó en el bello rostro de la pelirroja. Esos anteojos que llevaba la hacían ver muy sexi.

-Ya que quieres saber… -Dijo deslizando su dedo índice alrededor del borde de su copa.- El único alimento que le permito consumir son… mis… fluidos corporales.

 Soltó una risa perversa.

¡Ach mein Göttin!

Yo la observé boquiabierta con ojos abiertos como platos.

-¿Qué?

-Sí. Verán, cuando nos conocimos, cuando me mude acá, el imbécil era un chico rebelde y testarudo, Era tan tímido que nunca me hablaba,  de hecho no hablaba con nadie, se la pasaba el día y la noche sumido en videojuegos.  Cuando me conoció comenzó a masturbarse a diario. Se metía a escondidas a mi habitación para robarse mis bragas sucias. Se encerraba en su cuarto para matarse a pajas mientras olía y lamía mi braguitas. Pare él era la lotería conseguirlas justo cuando me las acababa de quitar, y que estuviesen manchadas con mis jugos aún calientes. En el fondo era un pervertido sexual como su padre. Sin embargo a diferencia del viejo no era masoquista.

Athena tomó un sorbo de su margarita y continúo:

-Hube vez que hube convertido a Baboso en mi esclavo me dediqué a tratar de someter al chico, le mantuve en un suplicio imparable día y noche, al fin las terribles torturas le quebraron psicológicamente. Se convirtió en mi esclavo. No obstante de vez en vez tiene pequeños estallidos de rebeldía. Además no podía controlar el vicio de la masturbación. Incluso con el aparato de castidad, los primeros días tiraba de la jaula sin importarle que los dientes de metal le desgarrasen la piel. Solía hallarlo con los genitales empapados de semen y sangre. Así que cuando no estoy vigilándolo le mantengo encadenado en el sótano.

Por un momento sentí que el esclavo sobre el cual estaba sentada temblaba. Miré a mi lado, Kaly tenía la vista puesta en el horizonte del mar, que se hallaba a lo lejos, frente a nosotras. Tenía su mano abajo y entre sus dedos sujetaba los testículos de baboso, sus dedos estaban cerrados como garras de acero.

Cogí una fresa de un plato con frutas, y me la llevé a la boca masticándola despacio.

-¿Pero que hay sobre la dieta de fluidos corporales?

-El único líquido que le permito ingerir es mi orina. A veces le hago que se traje mis escupitajos. Lo más divertido fue el forzarlo a comer mis excrementos. El pobre se moría ahogándose en arcadas de asco. Fue brutal.

Una fresa sin masticar se calló de mi boca abierta. Abrí mis ojos sorprendida.

-¿Pero es posible que sobreviva así?

-Pues ya lleva una semana en este régimen y no se ha muerto.

-¡Unglaublich! Athena, cariño, deberías estar internada en una institución mental.

-¡Lo sé! –Me dijo con una sonrisa de oreja a oreja mientras sus dientes blancos y perfectos brillaban enmarcados en unos sensuales labios rojos.

***