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Extrema Unción

en Sadomaso

EXTREMA UNCIÓN

 

Las chicas gritan mientras corren por la cancha de baloncesto, una pequeña pelirroja ha interceptado a otra muchachita de piel negra, la pelirroja le hace una fuerte entrada arrebatándole el balón.

Son apenas chicas de cuarto año, más sin embargo, son fuertes y rudas para su edad.

La pelirroja me lanza el balón con un pase largo. Estoy en el área de tiro, soy la anotadora del grupo, el resto de las chicas confía en mí, debido a mi habilidad y a mi estatura. Soy muy alta, en realidad para estar en sexto ya tengo la altura de un adulto. Sé que no es justo, no debería estar jugando con estas crías. Botando el balón contra el piso de concreto avanzó y doy un salto para introducir la pelota por el aro como una profesional.

Ha sido una fabulosa anotación.

Por un instante, al descender de mi salto, me plantó en una pose de victoria, con las piernas abiertas y mis manos en la cintura. Mi uniforme es el mismo del año pasado y también del antepasado, ahora ya empieza a quedarme chico, el borde de la falda tartán de cuadros rojos y negros se sube demasiado arriba de mis rodillas, apenas cubriendo mis muslos, y mi camisa Oxford blanca me sienta demasiado ajustada, en especial en mis incipientes senos redondos. Corbata negra, calcetas blancas a la rodilla y zapatillas negras completan el tradicional uniforme que llevamos las chicas de Santa María Magdalena, una prosaica institución, mezcla de escuela, reformatorio, internado y prisión, todo junto para conformar este hermoso hogar para chicas huérfanas.

Mientras estoy en mi pose de triunfo, observó a lo lejos, en el pasillo a Kaly, mi hermana y compañera de cuarto. Esta sola, sentada en una banca de madera, observando el partido.

Kaly (se pronuncia keily), es una hermosa jovencita como yo. Pero mientras yo soy alta y atlética, más bien de cuerpo delgado, ojos verdes, rubia y de piel morena, ella es más pequeña y un tanto más rellenita de caderas y pechos, de piel blanquísima y cabello negro liso. Pero de lo que no cabe duda es que es toda una verdadera belleza, con una carita angelical que la hace parecer toda una dulce muñequita, con unos grandes y expresivos ojos azules.

Un par de monjas, enfundadas en sus largos hábitos blancos, pasan caminando por el pasillo. Kaly las ve pasar de largo y luego vuelve sus grandes ojos azules hacía mí, yo sonrió, admirando su hermosura, estoy distraída por lo cual no puedo ver venir el golpe.

No pude esquivarlo, la negra chocó contra mí, corriendo a toda velocidad, su hombro se hundió en mi costado sacándome el aire, aterricé sentada sobre el suelo, con la escuálida negra encima.

Coloqué una mano sobre mi costado mientras gemía de dolor.

¡Rayos! La negra estaba sentada encima de mis piernas, era pequeña y flaca, pero nervuda, por lo tanto tenía fuerza, sonrió y soltó un “lo siento” entre dientes, mientras se ponía en pie y volvía al juego.

Me incorporé y me alisé la falda, que ya me quedaba como micro mini, gracias a la carestía de uniformes en el hospicio.

Sacudí mi cabeza, mi larga cabellera rubia la llevaba recogida en mi usual cola alta de caballo, la cual era tan larga que me llegaba hasta debajo de la cintura.

Estaba arreglándome cuando lo vi. Mejor dicho, cuando observé que me estaba observando. Era el padre Tomás Maldonado, un joven moreno, un mestizo de treinta años, de rostro varonil y atractivo, en excelente condición física, gracias, según se decía, a las prácticas diarias de natación, las cuales realizaba sin falta en la institución anterior donde había ejercido la enseñanza.

El tipo tenía su vista clavada en mis piernas, largas y de suave piel bronceada, y pues yo, vestida con mi diminuto uniforme, no ocultaba ninguno de mis atributos femeninos.

Mi ropa, en condiciones normales en el orfelinato-escuela, no habría sido mayor problema, a nosotras no nos importaba, además que jamás ingresaban hombres a la institución.

Obvio que vestida en la calle así habría causado un seguro escándalo.

Sin embargo, con la excepción del viejo cura y su sacristán que llevaban a cabo los oficios religiosos del domingo, en la capilla del orfelinato, no solíamos tener miembros masculinos rondando entre nosotras.

La tradicional regla de no admisión de hombres se había roto con la llegada del padre Tomás, el hecho era que nos habíamos quedado sin profesora de matemáticas, debido al traslado por enfermedad de la anciana hermana que solía impartir la asignatura desde tiempos inmemoriales, y como que no era cosa, así de fácil, de hallar rápido una sustituta, como que no abundaban las religiosas educadoras con especialidad en la algebra y aritmética, así que la madre superiora resolvió junto con el obispo, que de la escuela católica de varones nos enviaran al padre Tomás.

Y ahora allí estaba el tío, recorriéndome mis largas piernas con sus ojos claros. Elevó su vista al advertir que lo observaba y nuestras miradas se cruzaron, se sobresaltó un tanto y se volvió hacia un lado. 

Esbocé una leve sonrisa ante la situación, parecía que el padre se había puesto nervioso y había rehuido a la vista de una jovencita.

Yo me volvió hacia la cancha, la chica pelirroja me hacía señales para que me incorporará de nuevo al juego, podía cobrarle el porrazo a la negra, de una manera legal y sin perjuicios, como accidente de juego, pero la realidad me sentía un tanto fastidiada del juego, así que hice sacudir mi cabeza haciendo bailar mi cola rubia y di media vuelta para salir de la cancha.

Caminé a prisa hacia la banca donde se hallaba sentada mi querida Kaly.

De pie junto a ella se hallaba el padre Tomás.

Kaly lo observaba con sus grandes ojos azules, de profunda mirada, mientras mantenía la boca cerrada; entretanto el cura trataba de iniciar una charla casual, aplicando una voz simpática y una actitud piadosa.

-No va a contestarle. -Le dije con voz cortante.

El padre Tomás se volvió hacia mí, de nuevo con cierto sobresalto nervioso. No había duda que mi belleza le intimidaba.

El tipo no parecía repulsivo, no llevaba sotana, sino que vestía un traje de tres piezas, de fina lana, con corte inglés, era ropa cara que hacía imposible confundirlo con un cura de parroquia, su cuello romano era su único distintivo eclesiástico.

-Eh… Disculpa, no entiendo… -Balbuceó inseguro. Era gracioso, evitaba verme a los ojos, pero también evitaba ver a cualquier otra parte de mi femenina anatomía, al final pareció decidirse a fijar su mirada en uno de mis hombros.

-Kaly no puede hablar. -Respondí.

Estaba plantada frente a él con mis manos en la cintura y mis piernas abiertas. El tipo poseía una estatura un tanto mayor que el promedio, no obstante yo era tan alta como él.

-Pero ¿Por qué? ¿Por qué no puede?

-Ella no habla, nunca, punto. -Corte en seco. Me acerqué a Kaly y extendí mi mano, indicándole que se pusiese en pie, la cogí de la mano y dando media vuelta nos alejamos sin volver la vista al padre Tomás, al que dejamos confuso, todavía con las palabras en la punta de la lengua.

***

 

Kaly y yo nunca nos separamos.

Es cuestión de protección mutua y sobrevivencia. Hemos sido inseparables desde siempre, desde que nacimos, somos gemelas. Somos mellizas, no del tipo de gemelas idénticas, pues no somos iguales.

No obstante, estamos siempre juntas, incluso cuando me encuentro practicando algún deporte.

Siempre estoy pendiente de ella, ya sea mientras estoy en una partida de soccer o en un partido de baloncesto, durante los cuales Kaly se sienta en una banca a ver el juego, siempre sola. En esos momentos trató de mantenerme pendiente de ella, alguien podría decir que es paranoia pero en donde vivimos, es una medida de protección indispensable.

Por ello no dude ni un segundo en acompañar a mi hermana en la mañana del viernes en que el padre Tomás la citó en su oficina.

Y es que para la estadía del cura, las hermanas le habían habilitado las habitaciones anexas a la capilla, las cuales antes habían sido usadas por el anciano párroco y el sacristán los días domingos.

La institución de Santa María de Magdalena, un monasterio benedictino femenino, se hallaba edificada sobre una colina al norte de la ciudad de Porto Novo, su principal estructura era un enorme edificio de tres niveles, que poseía un hermoso estilo arquitectónico mezcla de colonial, románico y barroco, con paredes blancas e inclinados techos rojos. Junto al edificio principal se hallaban otros edificios menores, junto a la fachada sur del edificio se extendían las tranquilas aguas cristalinas de un reservorio que acumulaba el agua proveniente de un manantial que brotaba de una pequeña gruta de rocas negras.

La estampa completa era de lo más paradisiaco, toda una visión celestial, relajante e invitadora al descanso.

Tras el edificio principal, siguiendo un camino empedrado, el cual cruzaba unos encantadores jardines cubiertos con una alfombra de césped verde, se alzaba la imponente iglesia, en realidad era un edificio con estilo de catedral gótica, hecho de piedra, con tres naves, y con dos altas torres puntiagudas que se alzaban en su imponente fachada. Esta construcción era la más antigua del convento.

Llegamos a la parte frontal, las tres naves se hallaban cerradas con sus pesadas puertas de madera negra reforzadas con hierro forjado. Nos desviamos por un camino lateral que recorría uno de los costados del edificio, las habitaciones destinadas al párroco se hallaban hasta el fondo, anexadas al ábside, construidas también en piedra, y con un portón de hierro a un costado, el anexo no poseía ventanas, era grande y de paredes altas, era ventilado por un jardín interior que se ubicaba al centro.

Kaly y yo nos detuvimos frente a la puerta del anexo.

Estábamos frente a la fortaleza del padre Tomás.

Oprimí dos veces el interruptor del timbre electrónico empotrado en la pared de piedra y esperé.

Era temprano por la mañana y como era usual en esa época del año, y a esas horas, la temperatura se mantenía baja en la colina del orfanato. Por tanto ambas llevábamos sobre nuestros uniformes de clases, las sudaderas azul oscuro, bordadas con el logo de la escuela en el pecho. Claro que las diminutas faldas tartán a cuadros, rojos y negros, no ayudaban en lo más mínimo a calentarnos pues apenas nos cubrían los muslos.

Para compensar, en lugar de las zapatillas, calzábamos unas acogedoras botas de cuero negro, de suela gruesa, tacón ancho y punta cuadrada, y de caña alta, hasta las rodillas, eran cómodas y ayudaban a mantener los pies tibios.

Yo llevaba mi pequeña mochila rosada colgando de mi hombro.

La puerta se abrió y el padre Tomás se asomó por el umbral. Vestía un traje de diseño caro, un saco, camisa blanca sin chaleco, con cuello romano y pantalón negro. Estaba recién afeitado, y se sentía la fragancia de su colonia de pino silvestre.

El tipo clavó su mirada en Kaly, como si fuera un postre que fuera a engullir, más al reparar en mí se turbó, como lo había hecho antes, el día que nos habíamos conocido en la cancha de baloncesto.

-Lilith, no esperaba que vinieras tú también. -Repuso el padre.

Puse una mano en mi cadera e incliné mi cabeza, mi largo cabello rubio, abundante, lacio y suelto me caía a un lado.

-Espero que no le desagrade verme. -Comenté a modo de broma, fingiendo una sonrisa, pero ¿que creía ese tío? ¿Qué iba a dejar que mi hermanita viniese sola para que la encerrara en sus habitaciones?

-La hermana Kawamura me dio la noticia que usted le había solicitado ver a Kaly, así que me solicitó que la acompañase hoy.

El padre Tomás asintió, incómodo al oír el nombre de la religiosa. La hermana Akane Kawamura poseía una bien ganada fama de intolerante, estricta y de difícil trato, era una mujer de ascendencia asiática, de unos cuarenta años, delgada, menuda y bajita de estatura. La hermana Kawamura tenía a su cargo la enseñanza de la cátedra de filosofía y teología.

-Sí, bueno, pasen adelante. Hace algo de frío acá afuera. -Dijo el sacerdote.

Nos cedió el paso y ambas entramos. Después de cerrar la puerta nos hizo señas que le siguiéramos, nos condujo por el pasillo hasta la habitación que albergaba el estudio. En el centro del cuarto se alzaban dos columnas de sección circular hechas de madera torneada y labrada, enfrente había un escritorio, junto a una de las paredes se apoyaban unos estantes repletos de libros. Había un cuadro en la pared, un reconocimiento de la santa sede al padre Tomás Maldonado, por su excelencia académica demostrado durante sus estudios en la universidad pontificia de… en Europa.

En el cuarto nada más había una ventana, la cual se habría en una de las paredes que daba al jardín interior. Unas cortinas blancas recogidas con cordones negros gruesos, como sogas de marinero, enmarcaban la ventana, por la que se veía un jardín descuidado. En el centro del jardín se alzaba una fuente de mármol blanco cubierta de moho, por la cual hacía años que no corría el agua.

-Por favor, tomen asiento. -Dijo el sacerdote, señalando un sofá azul oscuro con la tapicería raída.

Nos sentamos una junto a la otra.

Alisé mi falda, notando la breve mirada de deseo que el hombre dirigía a mis muslos bronceados. De nuevo el padre pareció perdido y nervioso, en ningún momento era un hombre seguro de sí mismo, mucho menos preparado para el tipo de situación en la que se estaba metiendo.

-…ah,…Lilith, tu hermana es una destacada alumna, muy brillante con las matemáticas de hecho.

Mientras el tipo hablaba dirigía su mirada del borde de mi falda al de Kaly, contemplando sus hermosos muslos de inmaculada piel blanca, descendió su vista, hasta detenerla ahora en sus botas.

-…Yo podría…darles mi ayuda…

Sin estrategia de persuasión su intento de seducción, si es que lo era, se notaba un tanto patético.

-A cambio de sexo, jamás. -Solté de manera fría y cortante.

-¡No! No, por los cielos. -Replicó el padre Tomás sobresaltado.

-¿Entonces qué? -Pregunté cruzando mis brazos y frunciendo el ceño mientras cruzaba mis piernas, lentamente y con elegancia.

La frente del hombre brillaba con leves gotitas de sudor.

-…Sólo… nada más… quisiera…pues… -hablaba entrecortado mientras se frotaba las manos.- Pues, darle a tu hermanita un masaje en… los pies.

¡Asqueroso! ¡Lo sabía! ¡Era un pervertido enfermo!

¿Y que ganamos nosotras con eso? -Dije con mi mayor desprecio.

El tipo buscó en el bolsillo posterior de su pantalón, sacó su billetera y rebuscó dentro, luego me extendió un billete de cien.

-¿Hacemos trato? -Preguntó agitado.

Le arrebaté el billete de las manos.

-Ok, pero vas a tener que seguir mis reglas Tommy. O mis reglas o nada ¿Entendido?

   ***

 

El cambio de escena fue súbito. Kaly y yo continuábamos sentadas sobre el sofá azul, con nuestras piernas cruzadas, yo balanceaba mi bota en el aire, mi semblante era severo. Mientras tanto, ante nosotras, teníamos al padre Tomás, ahora de rodillas sobre el suelo de madera negra, tan desnudo como el día en que había nacido. Su traje, zapatos y ropa interior, se hallaban sobre el suelo, todo ordenado en un pequeño montón, arrinconado a un lado.

Mi mochila rosada estaba también sobre el suelo, a un lado del sofá.

Me incliné hacia adelante, sentándome al borde del asiento, el borde de mi diminuta falda escolar se subía dejando bien al descubierto mis muslos de piel canela, que se realzaban con mis botas de cuero negro, de caña hasta la rodilla.

-Voy a poner las reglas en claro, perrito, vas a obedecernos en todo, absolutamente en todo. ¿Queda claro?

-¡Sí!…sí. -Respondió el padre Tomás con vehemencia, mientras su miembro se desplegaba en una terrible erección. El tipo treintón, mestizo de piel morena, estaba en buena condición física, la natación, a la que era aficionado, según decían, le había ayudado mucho, además tenía unos genitales enormes, de mulato. El pene lo tenía largo y grueso que daba susto, y su par de pelotas le colgaban como a un toro.

-¡No hables, idiota! ¡Eres un perro, los animales no hablan! ¡Responde asintiendo con tu cabezota!

Tomás balanceó su cabeza de arriba abajo en señal afirmativa, su pene y su huevos replicaron el movimiento al mismo tiempo.

-¡Ahora, animal, acércate! ¡Te vas a conducir con todo respeto y delicadeza! ¡Vas a quitarle las botas a mi hermanita! –Ordené con despreció.

El hombre avanzó a gatas como un perro, se detuvo de rodillas frente a Kaly, la cual lo observaba divertida. Ella extendió una de sus piernas, él la cogió por el tobillo, y muy despacio tiró de la bota hacia afuera, después la dejó sobre el piso, a continuación procedió quitándole la calceta blanca, hasta dejarla descalza, con su hermoso pie al desnudo.

-¡Bésale el pie, animal!

El padre Tomás se inclinó, a la vez que elevó el pie de Kaly, se lo sostenía, con una mano bajo la pierna y la otra cogiéndole bajo el tobillo. Acercó su rostro a la planta del blanquísimo pie, aspirando su aroma, luego comenzó a besarle, empezando desde el talón y subiendo por la planta del pie hasta los hermosos deditos sonrosados.

El pene le palpitaba lleno de excitación, con líquido preseminal asomando por el agujero en la punta de la dilatada cabeza.

Los besos dieron lugar a largas lamidas desde el talón a los dedos, recorriendo toda la planta del pie, el hombre estaba por completo hechizado.

Ni siquiera se percató de que yo había sacado mi iPhone, y que le estaba grabando en un video de alta resolución.

Kaly no podía contener la risa, cada vez que la lengua del tipo le lamía la planta del pie.

-¡Hey! -Dije haciendo una pausa en la grabación.- Te di la orden de que le besaras el pie, no que se lo lamieras, eres un perro asqueroso, le estas cubriendo el pie con tu repulsiva baba.

Me puse en pie.

-¡Límpiala! Y descálzale el otro.

El hombre tomó su camisa blanca de seda que estaba en el suelo y comenzó a secar el pie de Kaly.

-Te falta educación, es necesario que te castiguemos un poco, gusano. -Dije mientras buscaba algo con que azotarle.

Kaly observaba divertida, una sonrisa se dibujaba en su rostro de muñequita, mientras miraba al patético tipo que le retiraba la otra bota.

Mientras tanto yo buscaba algún objeto apropiado para castigarle.

En la habitación habían dos columnas de madera que se alzaban en el centro del estudio, separadas una de la otra como dos cuerpos de distancia. A un lado se hallaba la única ventana, la cual daba al jardín interior, y que permitía el paso de la luz del sol del amanecer. Las cortinas blancas de la ventana se hallaban recogidas con gruesas sogas.

Frente a las columnas estaba un escritorio, con un desorden de objetos encima, y a un lado se hallaba una estantería llena de viejos libros de tapas gruesas. Era difícil hallar un objeto que pudiese servirme en dicho lugar. Descubrí una lámpara de mesa sobre el escritorio, con un cable eléctrico negro, bastante largo y grueso. Me acerqué, y desconecté el extremo del cable donde se hallaba el enchufe metido en el tomacorriente eléctrico de pared, luego saqué mi navaja, la cual llevaba disimulada en una funda de cuero, bajo uno de los tirantes laterales de mi sostén, de manera que la mayor parte del tiempo quedaba cubierta bajo mi brazo. Era una navaja de seis pulgadas, curva y con una hoja de acero bien afilada. Corté el extremo del cordón que estaba unido a la base de la lámpara.

¡Voila!, ahora tenía un útil látigo largo. Un tanto bárbaro por cierto, pero muy efectivo.

Guarde mi navaja y con el cable en mano me acerqué al padre Tomás por detrás. El infeliz le había quitado la otra bota a Kaly, ahora le estaba chupando uno a uno lo deditos del pie.

Lanzó un grito de dolor y sorpresa cuando le cruce la espalda con un restallante latigazo. El cable eléctrico de un electrodoméstico es terrible, debido a su alma de metal y su grueso forro, cualquiera que haya golpeado a una persona con un cable de esos, sabe bien el daño que puede causar.

Tomás se volvió hacia mí con una mueca de dolor en su rostro.

-¡Estás loca! -Exclamó.

-¡Como te atreves a llamarme así, gusano! -Le contesté mientras blandía mi improvisado látigo.- ¿Quieres que te golpee de nuevo?

-¡No! -Replicó el miserable mientras levantaba su mano para cubrirse el rostro.- Es que… ese golpe me dolió.

-Te lo expliqué bien claro, o sigues mis reglas o nada.

El padre Tomás se puso en pie, con las piernas separadas, dándole la espalda a Kaly, al parecer el shock del latigazo le había sacado ya del éxtasis en que se encontraba, la sangre debía estarle retornando al cerebro.

-Es mejor que pongamos fin a este asunto. -Dijo extendiendo su mano hacia mí, en un tono de arrepentimiento.- salgan de aquí, fue un error, actué como un tonto, no debí haberme metido con ustedes.

Me acerqué a él sosteniendo mi látigo en mis manos.

-En eso último tienes absoluta razón, idiota.

El golpe tomó al pobre Tomás por sorpresa. Kaly le dejó ir una patada desde atrás, de abajo a arriba su pie ascendió en el aire, entre las piernas del hombre, hasta que el empeine de su pie se estrelló con los testículos que colgaban libres en el aire, fue una dura patada conectada con una fuerza poderosa.

El desgraciado se desplomó de rodillas chillando de dolor, y se cogió los adoloridos genitales con las manos.

Aproveché su posición vulnerable para golpearlo, le dirigí una patada circular a la mandíbula, haciendo girar mis caderas para proporcionar el máximo ímpetu al golpe. La punta de mi bota le impactó en el lateral de la quijada, lanzándole de lado al piso. Quedó pecho a tierra, aturdido, soltando gemidos lastimeros.

Era un tipo fuerte, estaba atarantado, pero no había podido noquearlo.

Me acerqué a donde se hallaba y le dio una patada con la punta de la bota en el abdomen, justo debajo de las costillas. Le descargué dos patadas más en el mismo punto. Una descarga de adrenalina recorrió su cuerpo pues mientras gemía de dolor logró, con gran dificultad, ponerse a gatas.

Fue una acción inútil. Me paré frente a él y le di una patada de abajo a arriba, haciendo chocar el empeine de mi bota contra el centro inferior de su quijada.

Los dientes le castañearon mientras su cabeza era lanzada hacia atrás, a continuación el hombre se desplomó sin sentido sobre el suelo.

Continuara...