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Cielo e infierno

en Sadomaso

CIELO E INFIERNO

por

Lilith Schwartz

-¡Hazlo más suave! ¡Con más delicadeza! -Ordenó de mal humor Akasha, al hombre que de rodillas ante el diván donde ella se encontraba se esmeraba en besarle los dedos de los pies.- ¡No olvides que yo soy una Arcángel! 

Y vaya si lo era, la joven poseía una belleza sobrenatural, alta y esbelta, con largas piernas torneadas, su larga y abundante cabellera rubia parecía una cascada de oro, sus ojos verdes esmeralda destellaban reflejos de fuego, su sensual boca de labios rojos esbozó una sonrisa mientras sorbía un trago de vino de la copa de cristal que sostenía en una mano. Estaba apenas vestida con un diminuto bikini, el cual era una joya maestra de orfebrería, entallado con finos anillos de aro entrecruzados, en la otra mano blandía una fusta de cuero negro. Un halo de luz brillaba alrededor de su cabeza, mientras sus alas blancas como las de una paloma se hallaban recogidas tras su espalda, su voluptuoso cuerpo estaba recostado a lo largo del diván tapizado de terciopelo rojo.

El hombre sostenía entre sus manos, por el tobillo, uno de los hermosos pies descalzos, su lengua recorría la planta del pie, lamiéndola y masajeándola con extrema adoración. El sumiso estaba desnudo por completo, su miembro desplegaba una erección total, como a punto de estallar, un hilo de líquido preseminal iba desde el agujero de su glande hasta el piso de mármol, de cuadros blancos y negros. La estancia era un lujoso estudio, con paredes de piedra, y columnas que subían hasta unirse en cruceros, las ventanas ojivales daban paso a la luz a través de sus vitrales multicolores en los cuales el artista había recreado escenas fantásticas de la rebelión de las Ángeles en el cielo.

El hombre deslizó su mano por la pantorrilla de la joven, la piel cremosa y sonrosada, era como el más fino alabastro, inmaculada sin ninguna imperfección, era suave, tersa al tacto, era como tocar el paraíso, un ligero bronceado le daba un tono de oro.

La lengüeta de la fusta golpeó con furia el dorso de la mano del hombre.

-¡Retira tu asquerosa mano, esclavo! -Sentenció Akasha, haciendo énfasis en la palabra esclavo.- ¡Sabes que tienes prohibido tocar mi divino cuerpo, tu asquerosa lengua y tus sucias manos solo pueden tocar mis pies, por debajo de mis tobillos.

-¡Perdón, Diosa! -Se disculpó el esclavo.

-¡No! ¡No voy a perdonarte! ¡Esta noche recibirás tu castigo!

El esclavo asintió resignado. Continuó lamiendo y besando los pies de la joven belleza rubia.

Un reloj de péndulo, junto a la pared sonó dando seis campanadas.

-Es hora de que te retires, gusano, debes ir a hacer el aseo del templo.

-…Diosa… Si, mi, Diosa… -Balbuceó el hombre con enorme respeto.

-¡Y más te vale que lo dejes resplandeciente de limpio! ¡O te hago que limpies el piso con la lengua!

-Sí, mi Ama.

Akasha hizo una mueca de desprecio con su lindo rostro y le despidió con un gesto de la mano, se acomodó sobre el diván y cogió de la mesa de café a su lado un libro de tapas de cuero negro, con un pentáculo de plata grabado en la portada.

El hombre salió del estudio, fue a un armario de dónde sacó escobas e instrumentos de limpieza y salió por un pasillo a la nave central de la catedral para dar inicio a las tareas de limpieza.

Tres horas después el interior de la catedral relumbraba de limpio, sus grandes puertas de acero estaban cerradas, adentro ardían los cirios de cera negra montados en sus candelabros de plata, sus mortecinas lenguas de fuego creaban misteriosos claroscuros, el hombre estaba de rodillas ante el altar mayor, de espaldas a las bancas, con sus manos unidas en oración.

La catedral gótica estaba adornada con efigies de mármol blanco, de voluptuosas amazonas aladas, enfundadas en sexys armaduras y botas, armadas con espadas y látigos, plantadas de pie sobre el cuerpo de hombres desnudos. Tras la mesa del altar mayor, contra la pared del ábside, se alzaba una cruz invertida de madera negra y bajó ella un trono hecho de huesos humanos, con un escabel de calaveras para reposar los pies de la Ama.

-¡Asumo que tus suplicas son dirigidas hacia mí, gusano! -Escuchó decir a la voz de cristal, mientras los dedos de un hermoso pie descalzo se posaban sobre su frente y empujaban su cabeza hacía atrás. Akasha estaba sentada sobre el altar, desnuda por completo, sus alas blancas extendidas en toda su extensión tras su espalda, la perversa y retorcida sonrisa decoraba su hermoso rostro. En una mano sostenía el cáliz de oro que se había utilizado durante la ceremonia.

-¡Sí, mi Diosa! -Respondió el hombre sumiso.

Akasha se puso de rodillas sobre el altar, con sus suaves muslos abiertos, posó el gran cáliz de oro bajo su entrepierna y comenzó a orinar dentro de él, su sagrado néctar de oro llenó la copa hasta el borde. Posó la copa sobre la mesa del altar y se puso en pie, alta e imponente, esbelta en toda su angelical hermosura, con un halo de luz recortando el borde de su figura, con sus inmaculadas alas blancas extendidas.

-¡Bebe! -Ordenó Akasha.- ¡Te concederé la inmerecida gracia de delectar mi preciado néctar.

El hombre se apresuró a cumplir la orden, cogió el cáliz entre las manos y lo apuro como si la vida le fuera en ello.

-Estarás en ayunas hasta que yo diga, no beberás ni comerás ninguna otra cosa.

Después de haber dado su ultimátum la preciosa Ángel dio media vuelta y levitando sobre el aire abandonó la nave central de la iglesia.

A medianoche el hombre descendió los escalones de piedra que conducían a los sótanos de la catedral, se trataba de una enorme red de galerías subterráneas, antiguas mazmorras, pozos y catacumbas aún más arcaicas que la misma catedral y el castillo que habían sido asentados encima.

Era justo medianoche, la hora a la que Akasha le había citado, iba desnudo y descalzo por completo, como ella lo exigía. llegó al vestíbulo subterráneo, ella estaba de pie en medio de la sala, ataviada con su angelical armadura de combate, en la parte superior, un pectoral de oro esculpido que realzaba sus formas femeninas y acomodaba por arriba sus exquisitos pechos, por abajo llevaba un tanga hecho de oro, calzaba sus pies con botas altas que subían hasta arriba de la rodilla, las botas estaban recubiertas de placas de oro sólido como guardas, sus manos iban cubiertas por guanteletes de oro que subían hasta los codos.

El hombre supo al verla vestida así que esa noche iba a recibir una paliza tremenda. Su pene se irguió en una erección tremenda, apuntado anhelante a su verdugo.

-Al menos tu saludo es halagador. -Dijo Akasha, con ambas manos en la cintura.

El hombre bajó la mirada en señal de respeto, su erección era bestial, resultado de la excitación de ver la figura de la hermosa y poderosa mujer alada, y también de la castidad forzada que esta le había impuesto, así era, Akasha le había prohibido por completo los orgasmos, la perversa Ángel se había asegurado de que aquello se cumpliera así, usando sus poderes de magia angelical, había hechizado al hombre para que este fuera incapaz de alcanzar el orgasmo y eyacular a menos que ella lo ordenase.

-Ponte a gatas como el perro que eres. -Ordenó la voluptuosa rubia.- y sígueme, administraré tu castigo en la cámara de torturas.

Un escalofrío helado recorrió el cuerpo del hombre, la cámara de torturas significaba que ella tenía planeado algo muy severo, el castigo sería cruento e inmisericorde.

Atravesaron un amplio corredor, iluminado por antorchas, ella andando de pie, haciendo resonar las suelas de sus botas contra el piso de piedra negra, él siguiéndola a gatas, sobre manos y rodillas, como un perro, la seguía como un borrego que iba al matadero, conforme con su destino, apreciando desde abajo el perfecto espectáculo del trasero de la Ángel, enmarcado por el tanga de oro.

Entraron a la cámara de torturas, era un siniestro salón enorme, estaba iluminado con candelabros donde ardían cirios de cera negra, el lugar poseía un área central despejada, con un circulo de plata engastado al suelo, dentro del círculo se dibujaba un pentagrama hecho con láminas de plata. Alrededor del círculo se hallaban repartidas diversas mesas de madera, sobre las que se desplegaban infinidad de instrumentos de tortura, escalpelos, cuchillas, dagas, ganchos. También podían verse distintas máquinas de tortura, hechas de madera, metal y cuero, empotradas al piso, potros, cruces, jaulas de acero, dentro de los braseros de bronce se calentaban herrajes al rojo vivo, de todas formas y diseños. De las paredes colgaba una colección infinita de látigos, de diversos estilos y tamaños.

Al hombre el corazón le latía con fuerza, recordaba haber entrado a la cámara de torturas sólo una vez, la primera noche que había conocido a Akasha, la cruel beldad le había torturado con sadismo hasta el amanecer, ella se había detenido al ver que él había perdido la conciencia y ya no era divertido para ella el continuar golpeándole.

-¡Anda, camina! -Ordenó, llevándole hasta el centro del pentagrama, en el medio del salón.

Él elevó la vista y observó, ahí en medio de la estrella de cinco puntas se hallaba de pie una misteriosa y esbelta figura femenina. Era una pelirroja de ensueño, ataviada con un bikini de cuero negro, con remaches de acero y cadenas, calzaba botas de caña alta, con suela de plataforma y tacones altos de acero, afilados como estiletes, cubría sus manos con guantes arriba de los codos, el cabello rojo intenso como llamas del infierno, con brillos naranjas, lo llevaba suelto y caía como una cascada de fuego tras su espalda, sus ojos azules eran fríos y refulgían con centelleos metálicos, a ambos lados de su cabeza salían un par de cuernos retorcidos como carneros, tras la espalda la chica desplegaba unas alas negras similares a la de los vampiros.

Era una Súcubo, una Demonio femenino.

La diabólica belleza sonrió, sus sensuales labios los llevaba pintados de carmín negro, todo su maquillaje era oscuro, con sombra gruesa alrededor de los ojos, al sonreír mostró dos blancos colmillos, largos y afilados.

-¡Akasha, te ves hermosa vestida así, con tu armadura! -Dijo la pelirroja con las manos a la cintura.

-¡Lilith, tu estas fulminante con esas botas! -Respondió la Arcángel rubia.

Las chicas se abrazaron y se dieron un apasionado y profundo beso en la boca, una a la otra.

-¿Vamos a divertirnos esta noche con el cerdo del esclavo? -Preguntó Lilith, una vez se separó de los brazos y los labios de Akasha, la pelirroja observaba al tembloroso hombre con profundo desprecio.

 -Si, aguarda aquí. Ya vengo.1

Akasha fue a examinar una de las colecciones de látigos desplegada en un mostrador de madera, tras examinarlos se decidió por dos y los descolgó de su percha.

Regresó al centro del pentagrama, donde la aguardaba Lilith de pie, plantada junto al esclavo que a gatas se mantenía quieto y en silencio. Akasha entregó uno de los dos látigos a Lilith, los instrumentos de tortura estaban hechos de cuero negro endurecido, eran gruesos y sólidos, del tipo usado para azotar bestias. Las chicas caminaron alrededor del esclavo haciendo sonar los tacones de sus botas, sonreían de manera perversa, semejaban lobas salvajes listas para devorar a su presa indefensa. Akasha dio el primer golpe, hizo restallar el cuero contra las espaldas de su esclavo, el golpe fue contundente y arrancó un alarido de dolor al hombre, el desgraciado se agazapó pecho a tierra, el latigazo le había dejado una estela rojiza, gruesa e hinchada como salchicha, casi al borde de verter sangre.

-¡Anda, ponte a gatas, como perro, sobre manos y rodillas! ¡Si te mueves de nuevo te va a ir peor!

Lilith tomó impulso y le dio un duro latigazo.

Turnándose de esta manera, las crueles féminas le azotaron con furia, le flagelaron la espalda, en los riñones, glúteos y muslos, los gruesos y largos listones de hematomas recorrían el cuerpo del hombre dándole el aspecto de una cebra de rayas escarlatas. A pesar de arquear la espalda y no dejar de temblar el desgraciado logró mantenerse en su puesto.

Después de terminada la paliza, Lilith ordenó al hombre que se acercase y le lamiese las botas, el hombre se acercó hacia la pelirroja a gatas, comenzó a deslizar su lengua por la superficie de cuero negro de las botas, haciendo un esfuerzo por sostenerse a gatas y no caer al piso. En tanto Akasha fue a inspeccionar su colección de látigos en busca de uno nuevo, había cañas de madera de varios largos, látigos cortos y largos, fustas con lengüetas de variadas formas, cogió algunas de las piezas, blandiéndolas y cortando el aire con ellas, haciéndolas silbar de forma ignominiosa, finalmente se decidió por un gato de nueve colas, el terrible instrumento tenía un mango de madera, al que iban sujetas nueve cordones de cuero entrelazados terminados cada uno en un garfio de metal. Cogió el objeto y además tomó una botella de cristal vacía, y regresó al centro del pentagrama.

Lilith abrió su boca al ver el arma que la rubia portaba.

-¡De manera que si vamos a divertirnos en serio!

-¡Por supuesto!

La rubia se plantó a un lado del esclavo, con sus piernas abiertas y blandiendo el gato de nueve colas.

-¡Escucha gusano! voy a azotarte, y mientras lo hago, tú vas a continuar lamiendo las botas de Ama Lilith, te vas a mantener en tu posición de perro a cuatro patas, si no te mueves, ni te caes y si no paras de lamer, entonces se acabará el castigo y te dejaré descansar en tu celda, pero si fallas, entonces vamos a continuar sin parar y te juro que de verdad vas a lamentarlo. ¡Vas a recibir cinco latigazos!

Akasha lanzó la botella contra el piso, quebrándola en varios pedazos, luego con sus botas de oro pisoteó los restos de los cristales, reduciéndolos más de tamaño.

Lilith sonrió con maldad, plantándose tentadora, manos a la cintura, frente a los restos afilados de cristal que yacían en el piso. El hombre gateó hacia ella, teniendo que ubicarse sobre los trozos de cristal roto, lastimándose las palmas de las manos y las rodillas, sin embargo, sacó su lengua y comenzó a lamer las botas de cuero negro de la pelirroja.

En tanto Akasha se ubicó tras el esclavo, elevó su brazo y descargó sobre las espaldas desnudas el primer golpe con el látigo de nueve colas, el impacto hizo trastabillar al pobre al hombre, los gruesos cordones de cuero negro entrelazado le habían golpeado duro, además sentía el dolor de los garfios de acero que se habían clavado en su carne. Akasha tiró hacia atrás para recoger las colas, pero los garfios estaban incrustados oponiendo resistencia, la rubia cogió impulso y dio un poderoso tirón, liberó los garfios al tiempo que arrancaba jirones de piel y carne y hacía saltar la sangre en el aire. Los miembros del hombre vacilaron, pero haciendo un titánico esfuerzo logró sostenerse en su posición, el dolor era terrible, más, debajo de él se hallaban los restos afilados de cristal, si caía se los iba a clavar en la carne, además, lo más importante, sino resistía la golpiza, sabía que le iba a ir terrible, no podía ni imaginar los sádicos castigos que las féminas fueran a administrarle.

Akasha lanzó un nuevo latigazo, esta vez estirando suficiente su brazo para clavar las garras de acero en la parte alta de la espalda de su esclavo, luego con un diestro tirón las hizo descender desgarrando la piel en rayas sanguinolentas corriendo a lo largo de la espalda. La roja sangre brotó y comenzó a deslizarse por los costados del hombre, y de ahí empezó a caer en gotas al piso.

Al tercer latigazo, el hombre supo que no iba a soportarlo, las heridas abiertas de su espalda manaban abundante sangre, así como sus manos y rodillas, todo su cuerpo era presa de terribles espasmos, no podía concentrarse en continuar lamiendo las botas de Lilith.

Akasha se aproximó por detrás del prisionero, y tomando impulso le descargó una tremenda patada de arriba abajo justo en los testículos, que colgaban libres entre los muslos del hombre, el hueso púbico del hombre crujió, al chocar con él, la placa metálica que cubría la puntera de la bota. Todo se tornó borroso para el esclavo que dio de bruces contra el piso, quedando acostado a lo largo de los fragmentos de vidrio quebrado.

-¡Eres un perro inútil! -Dijo con despreció Akasha.

-¡Esta sangrando mucho! -Exclamó Lilith excitada, sus ojos azules brillaban ante la vista del rojo líquido.

Akasha tiró a un lado el gato de nueve colas, e hizo señas a Lilith que le ayudase. Entre ambas pusieron sobre el piso de piedra negra un brasero encendido, repleto de herrajes al rojo vivo. Akasha se sentó sobre la nuca del hombre, y Lilith sobre sus muslos. De manera que lo tenían contraminado contra el piso. A continuación, las chicas comenzaron a cauterizar las heridas de la espalda empleando para ello los hierros al rojo vivo, cuando los herrajes besaban la piel salían despedidas pequeñas columnas de vapor de agua, pronto se pudo sentir el olor a carne quemada.

Le achicharraron la carne de las heridas hasta detener todas las hemorragias. Luego ambas se pusieron de pie, parándose con ambos pies sobre la espalda del hombre, cogidas de las manos, una con otra, comenzaron a saltar sobre la espalda del hombre, Akasha con sus botas planas de suelas gruesas y Lilith con sus botas de tacón de acero, los huesos de las espaldas del hombre crujían a cada salto, mientras que por delante se le incrustaban los filos de los cristales rotos que yacían sobre el suelo.

Las chicas bajaron al piso, cada una cogió uno de los brazos del hombre, levantándole para ponerlo de rodillas. Tenía algunas cortaduras sobre los pectorales, pero ninguna era profunda. Akasha se plantó frente a él y le descargó una dura bofetada con el dorso de su mano enfundada en el guantelete de metal. El golpe hizo al hombre expeler un escupitajo de sangre y le lanzó rodando por el piso.

A continuación, las chicas agarraron el cuerpo del hombre a patadas con sus botas, le dieron fuertes puntapiés en el pecho, en las costillas, en el abdomen, y en los testículos. Lilith le clavaba a talonazos los altos tacones de acero de sus botas, profundo en las carnes, Akasha le dio un pisotón sobre la mano, con la suela plana de su bota, fracturándole los huesos. Le cubrieron el cuerpo de moretones y verdugones.

Las chicas volvieron a cogerlo, cada una de un brazo, y le arrastraron fuera del pentagrama de plata, le colocaron de rodillas en el piso, justo ante una plataforma rectangular de lisa piedra negra sólida, de manera que sus testículos quedaran encima de la superficie de piedra. Primero fue el turno de Lilith, mientras Akasha sostenía al hombre con sus brazos tras la espalda, la pelirroja subió sobre la plataforma, plantada con un pie a cada lado de los testículos del hombre, y sin piedad comenzó a clavarle pisotones en los genitales, con los tacones de acero de sus botas, los tacones de acero perforaron el escroto y los testículos.

Luego Lilith intercambió posiciones con Akasha, la rubia dio pisotones con las gruesas suelas planas de sus botas, prensando los testículos contra la superficie de roca, hasta convertirlos en una masa sanguinolenta.

Las chicas le arrastraron luego hasta una mesa de madera, Lilith le obligó a ponerse de pie, sosteniéndole los brazos tras la espalda, mientras Akasha acomodaba sobre la mesa los restos sanguinolentos de los genitales, la rubia fue a por un hacha de acero que estaba al rojo vivo sobre uno de los braseros y con ella cercenó de un tajo lo que quedaba de los genitales del hombre.

-¡Ni se te ocurra desmayarte! -Gritó abofeteando a su esclavo, mientras con la otra mano sostenía el hacha por el mango y presionaba el lado de la hoja contra la entrepierna para cauterizar la herida.

Akasha le cogió por la garganta con una mano, apretando sus dedos, Lilith le soltó y comenzó a recorrerle la piel con las garras de acero de sus guantes de cuero negro. El esclavo estaba nada más sostenido por la mano de Akasha, sus miembros estaban demasiado débiles, sus piernas aguadas no podían sostenerlo en pie.

-¡Eres un inútil! -Le increpó Akasha.

En tanto las garras de acero de la rubia abrían surcos sobre la piel, dibujando formas sanguinolentas, abriendo heridas anteriores ya cauterizadas.

Akasha, sin soltarle, acercó su rostro al rostro del hombre, el pobre desgraciado contempló de cerca la exquisita belleza de la rubia Arcángel, su rostro de Diosa, sus ojos verdes, sus deliciosos labios rojos y sus cabellos de oro, entre los esténtores de dolor de su demacrado cuerpo sintió una adoración que le embargaba.

-¡Abre la boca! -Ordenó Akasha con su voz de Ángel.

El obedeció. Ella carraspeó y luego lanzó un escupitajo de su angelical flema dentro de la boca del hombre, quien saboreó el fluido como si fuese la más fina de las ambrosias. Akasha se acercó más y le cogió el labio inferior entre los dientes, apretó duro, hasta hacer fluir la sangre. Se retiró soltando al hombre, que cayó como un guiñapo sin vida sobre el duro piso de piedra negra. Las chicas le cogieron de nuevo a patadas, con más furia, las botas iban y venían, amoratando la piel, quebrando huesos, las botas armadas de puntas de metal de Akasha causaban estragos, Lilith incrustaba sus tacones de acero con duros pisotones por todo el cuerpo, clavó uno de los tacones en la cara del hombre, incrustándolo en el ojo izquierdo. La cruel lluvia de patadas se prolongó durante largo rato, aun ya cuando el hombre había perdido el sentido.

Despertó mucho después, sólo podía ver por su ojo derecho, tenía el cuerpo destrozado, en total agonía, la superficie de su piel quemaba por la fiebre. Estaba de pie, le habían atado a un poste de metal, en el centro de un círculo rodeado de piedras negras, a sus pies había acopiada una buena cantidad de leña. El círculo estaba delimitado por un aro de bronce engastado al piso, el cual poseía grabados signos cabalísticos, la habitación donde se hallaba era de planta circular, con piso y paredes de lisa roca negra, sin ventanas, daba la impresión de ser un estancia subterránea, la única apertura estaba sobre su cabeza, arriba de la hoguera, una tronera que ascendía metros y metros, como una torre, por la apertura superior se observaba una luna llena, cuyos rayos de plata caían iluminando el centro de la estancia. Frente a él vio un gran sillón de cuero negro.

Una puerta de metal se abrió y Akasha y Lilith entraron, la Arcángel y la Súcubo, iban desnudas y descalzas, por completo, la hermosura de sus cuerpos desnudos era deslumbrante, sus largos cabellos sueltos, dorado el de Akasha y rojo fuego el de Lilith, ondeaban libres al viento. Para estar más cómodas, ambas habían hecho desaparecer sus alas, el cual era uno de los poderes mágicos que poseían, también Akasha había desvanecido el halo de luz que circundaba su cuerpo y Lilith había hecho desaparecer los cuernos retorcidos que adornaban su cabeza, además que sus ojos azules ya no brillaban con luz propia. De manera que las féminas se veían ahora más naturales, más humanas, aunque la perfección de las formas de sus cuerpos y las facciones de sus rostros seguían delatando una belleza imposible, manifestando un atractivo sobrenatural.

Las chicas se acercaron al borde de la hoguera, justo al inicio del anillo de bronce, Akasha llevaba una tea encendida en su mano.

El maltrecho esclavo las observó haciendo un titánico esfuerzo, habría sufrido una erección al verlas, de no ser porque las sádicas le habían cortado el pene en pedazos.

Las chicas sonrieron de forma maligna, Akasha arrojó la tea encendida dentro del círculo, al pie de la leña cubierta en aceite, unas llamas surgieron, alimentándose de la leña seca. Ellas tomaron asiento en el sillón de cuero, una junto a la otra, observaban las lenguas de fuego crecer, el calor daba una confortable tibieza a la habitación. Ambas comenzaron a abrazarse y darse tiernos y profundos besos boca a boca, se comieron a besos, masajeando sus lenguas entre sí, devorándose, con pasión hicieron el amor al calor de la hoguera.

Las llamas crecían y crecían, delimitadas por el círculo de bronce, el humo escapaba arriba por la tronera, ascendiendo. Desde lejos, podía observarse el torreón de la alta chimenea de la catedral, lanzando nubes grises bajo la luz de la luna de plata de la negra noche.