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Extrema Unción IV

en Sadomaso

Estoy en la iglesia del convento. Es un enorme y oscuro edificio de piedra, de estilo gótico.

Me encuentro escondida dentro de una de las celdas del confesionario. El habitáculo es gigantesco, hecho de madera negra barnizada, da la impresión de ser una reliquia de la edad media.

Estoy dentro de la celda del penitente, es tan grande que estoy sentada sobre su piso de madera con las piernas extendidas y aún hay tanto margen como para albergar a otras cuatro personas.

Al otro extremo, junto a mí, separado un tanto, se halla sentado Roger, con las piernas cruzadas.

Nuestras espaldas están apoyadas contra la pared de madera.

-¿Me trajiste lo que te pedí? -Le pregunto.

-Todo por completo. -Susurra poniendo una bolsa de papel marrón entre los dos.

Roger es uno de los monaguillos externos que asisten en las misas de domingo y algunas veces entre semana. Tiene ya dieciocho años. Es el único chico con el que he podido trabar amistad. No huele mal como el resto de varones que he conocido. Siempre lleva el pelo limpio y bien peinado. Usa colonia de olor a pino. Su guayabera luce siempre impecable, sus pantalones los lleva bien planchados con raya y sus zapatos brillan de lustre.

No. No os confundáis, no me gusta, dejo en claro que no soy heterosexual.

Pero al menos él no es como los otros monaguillos, nunca se muestra agresivo, ni trata de lanzarse encima de mí para forzarme o manosearme. Es un chico muy flemático, quizás debido a su ascendencia aristocrática. Su familia es una de las más ricas del pueblo.

Reviso el contenido de la bolsa. Hay un paquete nuevo de cigarrillos, una caja de bombones de chocolate, una petaca de aluminio y un libro, una edición de bolsillo de “Drácula” de Bran Stoker.

A esa edad se necesita poco para ser feliz.

-¡Ahora tu parte! -Me dice con voz tranquila.

Quid pro quo, me meto las manos por debajo de la falda escolar. Me sacó las bragas y se las tiró sobre el regazo.

-¿No te las has cambiado? -Susurra excitado.

-Son las únicas que tengo, -Contesto en tono neutro.- Las uso a diario y nunca las he lavado.

Roger se lleva las bragas al rostro y aspira profundo.

-¡Oh, Dios mio! -Exclama.

En esos momentos se ve tan primitivo, bruto e instintivo como sus compañeros neanderthales.

Sin embargo no pierde los estribos, despacio, se desliza la cremallera del pantalón y se saca el miembro.

-¿No me ayudas con esto? -Pregunta Roger que se está acariciando la cosa, que crecía y se inflamaba entre sus dedos.

-¡No me gusta! -Exclamé en voz alta con cara de repulsión.

-¡Anda! Tienes que hacerlo. -Susurra entre dientes mientras aspira profundo mis bragas y se masturba.- Alicia, una de tus compañeras, hasta me la chupa, se la mete entera dentro de su linda boquita, ya se ha tragado mi leche varias veces.

¡Es lo más asqueroso que he escuchado! -Dije entre dientes, mientras me enfundaba un guante amarillo de plástico que había robado de la cocina.

-¡Ale, suelta! -Le dije.- ¡Manos fuera!

Posó sus manos a los lados, junto a sus muslos, yo le cogí el miembro con la mano enguantada.

Me puse a masturbarle con empeño, con un movimiento completo de mi brazo, apretándole el pene con toda la fuerza de mis dedos y tirando de él como si quisiera arrancárselo.

El pobre Roger reprimía sus gemidos. Estaba temblando.

El gesto de disgusto y desagrado era patente en mi rostro. Lo único que quería era que el chico terminara lo más rápido posible para largarme de ahí.

No tuve que esperar mucho.

Entrecerró los ojos. En su rostro se dibujó una graciosa mueca. Luego disparó su carga. Parecía una manguera a presión. Lanzó como cinco pitones al aire, subieron alto describiendo una parábola y cayeron al piso de madera de la celda. Era una barbaridad de leche, y aún le salió más, expulsó un buen poco de lefa espesa que brotaba despacio como lava de volcán.

A todo esto yo no había parado de masturbarle. Más bien le jalaba la cosa con más fuerza, ya había aprendido que era algo que no podía soportar.

-¡Ya! ¡Ya! ¡Para! -Gimió suplicando.

Su respiración era entrecortada.

Le solté el miembro, que ahora parecía más bien una serpiente muerta.

Roger lanzó su cabeza para atrás, contra la pared de madera. Respiraba profundo, sollozando.

-¡Ah, Dios mio! ¡Me duelen hasta los huevos!

-¡Ya haría yo que te dolieran de verdad!

Estaba retirándome el guante con cuidado ¡Qué asco! ¡Estaba todo embarrado de la flema pegadiza y viscosa!

-Lilith, eres la chica más hermosa del instituto.

-Claro que sí. -Le dije en tono neutro mientras metía el guante en una bolsa de plástico negro.

-No. En serio. Eres fría y distante y te gusta tratar mal a la gente. No eres como las otras chicas, pero me gustas más.

Le miré con los ojos bien abiertos al tiempo que guardaba el paquete de papel marrón que me había traído, dentro de mi mochila escolar.

-En serio, Roger, me sorprende que pueda haber gente tan idiota como para sentir placer cuando otros los maltratan.

Él me observó en silencio.

-¿No me darías un beso?

-¡Bésame la suela del zapato si quieres!

Me colgué la mochila al hombro.

-Voy a salir yo primero. Espera tú un buen rato. Que si me cachan, ni me imagino, seguro la perra de Hilda me rompe el cuerpo a latigazos y después me quema viva como a la Juana de Arco.

-¿Quedamos para el otro martes?

-Yo te aviso. -Le dijo de mala gana.

-Vale, me dejas una nota en la misa de domingo, ya sabes como, pero te aviso que tengo varias chicas en espera.

-Seguro, si ya se que eres todo un casanova. ¡Ahora dame mis bragas! -Le increpé ya en la puerta.

-Ah no, yo me quedo con estas. -Dijo guardándoselas en el bolsillo del pantalón.

-¡Diablo, que no tengo otras!

-Busca en el fondo del paquete que te traje, ahí te puse unas nuevas, de seda. Ya vas a ver que rico las sientes, y cuando ya las tengas bien usadas te las cambio de nuevo.

Sucio pervertido adinerado, pensé, mientras salía, cerrando la puerta de inmediato tras de mí.

El confesionario estaba hecho de tres celdas enormes de madera, dos laterales para los penitentes y una central para el cura.

Atisbé por la rejilla de la celda central. El padre Clemente, un octogenario calvo y de barbas blancas roncaba recostado con la cabeza contra la pared. Desparramado sobre su banquillo dormía en un sopor profundo.

Salí del transepto, pasando al crucero de la nave central, metí los dedos en la pila de piedra mojándolos con agua bendita y fui a arrodillarme frente al altar.

Me hice la señal de la cruz y conté unos dos minutos antes de levantarme. Entre mis escasas posesiones materiales estaba un reloj de pulsera que siempre llevaba puesto, de caja de acero, de cuerda automática, única herencia recibida de mis progenitores a quienes nunca pude conocer.

Luego de persignarme me puse en pie, de espaldas al altar, pues hoy no hay custodia en el sagrario.

Kaly aguarda sentada en las primeras bancas. La mirada pérdida de sus ojos azules le conferían un aire místico, como las doncellas santas de las estampillas.

-Lilith, chiquilla, que piadosa se ve hoy, que hasta ha asistido a la confesión libre.

Sobresaltada me vuelvo a ver, junto a mí esta la hermana Laura, una joven novicia, una hija de alcurnia metida por su familia al convento, ya viste los hábitos blancos, pero aún no lleva velo.

Laura es atractiva, como una virgen renacentista, de estampa clásica, de largo cabello castaño, rostro ovalado y ojos verdes, más oscuros que los míos. Su piel es blanca y cremosa, con pecas, mientras que yo soy de tez canela.

-¡Ande, límpiese la mejilla, que le ha caído algo! -Me dice extendiéndome su pañuelo. Laura apenas tiene unos veintiún años pero es muy sería y a veces taciturna, como una mujer mayor.

Siento asco al deslizar el pañuelo sobre mi mejilla.

¡Sí llevaba pegado un ligón de flema blanca de Roger, y el muy maldito lo había visto y no me había advertido!

Devolví el pañuelo a Laura y me dirigí a las bancas, la novicia se quedó de pie junto al altar.

Cogí a Kaly de la mano y me la llevé fuera de la iglesia.

Era viernes por la tarde. Estábamos sentadas bajo la sombra de unos manzanos de los patios que estaban junto al estanque de piedra.

Mi trabajo forzado en la cocina del convento había terminado a mediodía. Me hallaba por fin libre, al menos por el resto del día.

Recostada junto a un manzano leía la obra de Bran Stoker, camuflada bajo las tapas de una biblia que había mutilado ex professo.

A mi lado estaba Kaly haciendo unas primorosas flores de papel.

Le di uno de los bombones de Roger, los había conseguido sólo para ella, yo no soy fanática de los dulces. El envoltorio de papel celofán lo iba a usar para su arreglo floral.

Escuché pasos por la vereda, y el arrastrar del borde de un vestido sobre las hojas secas.

-¿Leyendo los salmos, señorita?

Laura estaba ahí, con su hermosa cabellera castaña cuidada y sedosa y sus labios con brillo natural, su familia le proveía de jabones, perfumes y demás cosas que para el resto de las reclusas estaba fuera de la realidad conseguir.

-No. Los diálogos de Job. -Dije cerrando el libro de golpe.

Kaly la observó con sus grandes ojos azules y por instinto se arrimó contra mí en busca de protección.

-¡Ay, tías! ¡Qué no vengo a comérmelas!

Sonriendo, extendió unas paletas de caramelo.

-Me las mandaron de casa.

Las cogí y se las di a mi hermana.

-Gracias, Laura. ¿Y que? ¿Anda usted de visita por el estanque?

-No, las he estado buscando.

-¿Y eso? -Pregunté confusa, pasándome la mano por el pelo rubio, lo tenía largo y salvaje, de no lavarlo se me había puesto ensortijado, todo enredado. Contrario al cabello negro de Kaly, que era tan fino como seda y que ella siempre se cepillaba por las noches.

-¡Escuchad! -Dijo clavándome los ojos.- Este fin de semana me voy a la capilla de la colina para hacer mis ejercicios espirituales. Como bien sabes es una actividad usual entre las monjas del convento, y para ello se busca la asistencia de otra hermana. Pues, ¿Qué creen? He convencido a la madre superiora para que vosotras me acompañéis este fin de semana.

-¿En serio? -Pregunté sorprendida, pensando en la solitaria capilla de la colina, al menos eso significaba estar dos días libres de trabajos forzados, en un lugar seguro parar fumar y beber.

-¿La señorita Schwartzgeist? Me preguntó la superiora asombrada, ¿Quiere que Lilith le asista en los ejercicios? Tenía una mueca de asombro en su viejo rostro. A ti no te considera un modelo de piedad. Pero al final accedió, meditó que mi compañía tal vez te haría bien.

-Pero por supuesto, si al final no te puede negar nada. Con las donaciones que hace tu familia.

-No seas quisquillosa y mejor dame las gracias. La hermana Clara te avisara hoy por la noche. Se levantan temprano las dos que salimos mañana a primera hora.

Luego de hablar se fue de vuelta por el sendero cubierto de grama.

La capilla era un edificio circular techado con un domo, todo hecho de adobe.

La pesada puerta de madera rechinó cuando la abrimos.

El sitio era oscuro, estaba cubierto de telarañas y polvo.

Me dirigí a un rincón donde había una vieja estufa y puse mi mochila de campaña sobre una mesa.

-Voy a ir a buscar leña. -Dije cogiendo un hacha oxidada.

Laura asintió y se fue arrodillar frente al altar, donde se hallaba una efigie de la virgen del Perpetuo Socorro.

La muchacha llevaba su hábito blanco de novicia, mi hermana y yo nuestros uniformes escolares.

Una media hora después había un buen fuego crepitando en el hogar. Tenía agua hirviendo para hacer té. Puse en una plato unas galletas caseras de avena untadas con mermelada de fresa.

Sería suficiente como cena.

-¿Laura, no vas a comer? -Pregunté mientras le servía a Kaly que estaba sentada a la mesa, sus pequeños pies colgaban de las sillas de madera oscura.

-No, gracias. Voy a hacer ayuno. -Contestó. Con un rosario entre las manos continuaba orando de rodillas cerca del altar, junto a unos cirios encendidos.

Vete al infierno si quieres, pensé. Me senté a la mesa y encendí un cigarrillo ¡Por los cielos! Sentí un placer indecible al aspirar la primer bocanada de humo. Le di un trago a la petaca de aluminio que Roger me había dado. Estaba llena del whisky añejo que compraba su padre.

¡Qué delicia! Sentí un mareo instantáneo. Tomé otro trago.

Luego de un rato la mandíbula se me durmió y empecé a percibir todo en cámara lenta.

-¡Esas putas del convento debería probar esto! ¡Tal vez así se olvidan de andar jodiéndole la vida a otros! -Exclamé mientras le daba otro toque al cigarro.

Kaly ya había terminado de comer las galletas con té, tenía mermelada en la comisura de los labios.

-¡Ale! ¡Ven y me ayudas! -Me llamó Laura.

Me puse en pie y fui hacia el pequeño altar.

-¿Qué mierda? -Pregunté extrañada, con el cigarrillo en la boca.

La tía se había desnudado de la cintura para arriba, estaba sentada en el suelo dándome la espalda. En las manos tenía un látigo de cuero negro.

¡Aclaro bien! No era un juguete, era un látigo de verdad, grueso y corto, hecho de tiras entrelazadas de cuero endurecido.

Sin volverse me extendió el mango.

-¡Anda, cógelo!

-¿Y qué hago con esto? -Le pregunté mientras asía el macabro objeto.

-¡Aplícame la penitencia!

Se había pasado el cabello hacía adelante, dejando su espalda, de nívea piel blanca al descubierto.

-¡Al diablo! -Dije aún bajo los efectos del whisky.- ¡Sí eso te hace feliz!

Le apliqué el primer latigazo. Le di duro con toda mi fuerza. Laura gritó y cayo hacia adelante sobre sus manos.

Le solté otro latigazo.

El chasquido del cuero contra la carne producía un sonido apabullante. Lastimaba, pero no hacía el daño físico bruto que causaban la vara o las reglas de madera. Esas mierdas de verdad lesionaban. Un par de golpes y no caminabas derecha el resto de la semana.

Sin embargo me entretuve flagelándola.

-¡Anda puta! ¡Quítate toda la ropa! -Le ordené mientras tiraba la colilla de mi cigarro al piso.

Ella obedeció sacándose el vestido y la ropa interior.

Quedó desnuda por completo ¡Qué buena estaba! Con su cuerpo de ninfa joven, alta y delgada. Sentí un cosquilleó en la entrepierna al verla así.

-¡Vamos! ¡Ponte a cuatro patas como perrita!

Ella obedeció.

Le planté mi zapatilla escolar sobre la espalda.

Acto seguido me puse a azotarle el culo.

Se lo dejé bien marcado de líneas rojas, cruzado por todas partes.

-¡Ahora acuéstate de espaldas! -Le dije al tiempo que le soltaba una patada en el abdomen con el empeine.

Tenía una idea. Cogí el cirio que ardía junto a la estatua de la virgen. El borde junto a la llama estaba que rebalsaba de cera derretida.

-¡Eres una puta pendeja de mierda! -Le grité mientras inclinaba el cirio dejando caer la cera derretida sobre sus pechos, justo encima de los pezones.

-¡Si! ¡Si! ¡Ah! ¡Castígame! ¡Ay!

Laura bramaba como una loca poseída.

-¡Soy una vil pecadora!

Tenía sus brazos a lo largo del cuerpo y apretaba los puños con fuerza.

Continué descendiendo con la cera, dejándola caer sobre su abdomen, rodeando su ombligo, luego bajé hasta alcanzar su pubis. Me puse en cuclillas y le obligué a abrir las piernas, estaba apuntado justo encima de su clítoris.

Soltó a llorar y gritar cuando dejé caer las gotas ardientes.

No pudo resistir tanto, se lanzó para adelante, encogiéndose, cerrando las piernas, llorando y gimiendo, con el pelo castaño revuelto sobre la cara mojada de llanto.

Le di tremenda bofetada, luego la cogí con fuerza por el mentón y acerqué mi rostro junto al de ella.

-¿Qué pasa? ¿No quieres continuar la penitencia?

Sacudió la cabeza titubeando y temblando.

Entonces, sin soltarla, posé mis labios sobre los suyos.

Resistió mis besos al inicio, más luego nos estábamos comiendo una a la otra, cruzando nuestras lenguas, quedándonos sin respirar.

Sin dejar de besarle la abracé fuerte contra mí.

Hundió su rostro mojado en llanto contra mí hombro. Suspiraba y temblaba mientras yo le acariciaba la espalda con ternura.

Le di unos suaves besos en la oreja, deslicé mis dedos acariciando su cabellera castaña.

Estuvimos así buen rato hasta que me despegué de ella y la solté.

La cabeza me estaba doliendo por el efecto del whisky.

Me fui a sentar a la mesa junto a Kaly, ella estaba distraída armando un rompecabezas de piezas de cartón que había traído consigo.

Sobre la mesa se hallaba su ajedrez de madera, una flauta y su libreta con su caja de lapices de colores.

Encendí otro cigarrillo.

Laura continuaba sentada sobre el suelo de ladrillos de barro, abrazando sus rodillas, mantenía la mirada baja.

-¿No me vayas a decir que tu familia te metió a monja por que te gustan las chicas? -Pregunté para romper el hielo que se había formado en la habitación.

 

Estaba preparando un colchón de paja para dormir junto al fuego, colocando encima del colchón frazadas gruesas, afuera retumbaban los truenos y estaba cayendo un diluvio.

-Nosotras vamos a dormir, tú te puedas arreglar acá a mi lado.

-No. -Dijo Laura.- Yo debo continuar mi vigila.

Ni modo vete a la mierda, pensé.

-Como gustes. -Le dije sonriendo.

Me quité las zapatillas y las calcetas, y me tumbé de espaldas sobre el colchón. Estaba duro, pero igual de dura era la cama de hierro donde dormía en el convento.

Kaly se encogió contra mi costado.

Siempre dormíamos juntas, desde pequeñas. De hecho Kaly no podía conciliar el sueño si yo no estaba junto a ella, de muy pequeñas, en el pabellón dormitorio del convento nos pusieron en literas separadas, Kaly había pasado la noche en vela, y lo que es peor se había puesto a lanzar terribles gritos de terror durante la madrugada desvelando al resto de las chicas.

¿Qué creen que esto es un hotel de lujo donde les puedo dar una habitación privada? ¡Aprendan a convivir! Había bramado la hermana superiora. Por suerte la hermana Akane había intervenido, dispuso que las dos durmiéramos en la misma cama. De ahí en adelante el problema se solucionó.

Con el tiempo la práctica se volvió usual en todos los pabellones, pues atestados de chicas y sin más espacio ni literas, no fue raro que hasta tres internas llegaran a compartir el mismo lecho.

De hecho ayudaba a que las muchachas durmieran mejor.... Por varias razones.

En tanto la lluvia caía recio afuera, abracé a Kaly y me quedé dormida.