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El Reino de las Valquirias Amazonas

en Sadomaso

Branwen, la Reina de las Valquirias Amazonas, estaba sentada en su trono de hierro. En la sala principal de su palacio de roca negra, en lo alto de la montaña.

La Diosa de larga cabellera roja vestía su imponente armadura: un bikini de metal color rojo. Sus pies iban calzados con botas altas de cuero negro, y sus manos, enguantadas con guanteletes de cuero armados con remaches de metal.

Su piel de exquisita y nívea blancura se hallaba adornada con graciosas pecas.

Sus ojos de color verde esmeralda poseían una mirada profunda y hechizante.

Tras la espalda caía su larga capa escarlata. En su mano portaba su cetro real, y en su cabeza lucía la corona real del Reino de las Diosas, las temibles Valquirias.

El salón del trono era amplio y espacioso, de planta circular, rodeado por paredes de pulidos bloques de piedra negra, labrados, con amplios ventanales con arcos ojivales, por los cuales se podía apreciar el montañoso paisaje del reino de Asgard. Las cumbres picudas de las altas montañas resplandecían por el manto de blancura de sus nieves perennes.

Dos Valquirias entraron al salón.

Kayrin, una alta rubia, e Isis, una espectacular belleza de piel negra.

Las Diosas vestían idénticos trajes que su Reina. Unos diminutos bikinis de dos piezas, conformados por un sostén y un tanga hechos de metal. El de Kayrin era dorado y el que llevaba Isis era blanco plata.

Las altas botas de cuero negro de las Valquirias resonaron contra el piso de roca negra.

Kayrin llevaba su largo cabello rubio recogido en una primorosa trenza, con sus manos enguantadas tiraba del extremo de una cadena de gruesos eslabones, el otro extremo de la cadena iba conectado a un collar de acero, puesto alrededor del delicado cuello de una núbil jovencita desnuda, de azules ojos llorosos que se acercaba andando a gatas, arrastrándose con las manos y las rodillas. Su largo cabello negro caía al suelo, suelto y desarreglado.

Isis venía a la saga, entre sus manos llevaba un látigo de cuero negro, grueso y largo como una serpiente boa.

Branwen cruzó sus piernas y se acomodó en su asiento.

Las Diosas se plantaron imponentes ante el trono, una a cada lado de la muchacha desnuda que conducían prisionera.

-¡Señora! ¡Acá traemos a la prisionera que hemos capturado en el mundo de los humanos! -Anunció la rubia.- ¡La princesa Yasmine Kent del Reino de Haidor, hermana del rey Gunter Kent!

La joven, una adolescente apenas, de cuerpo esbelto y delgado, de piel blanca como porcelana, temblaba, con su mirada baja, dirigida al piso.

-¡Ponte de pie! -Ordenó autoritaria la Reina pelirroja.

Isis la cogió del antebrazo y sin mayor esfuerzo la puso de pie como a una muñeca de trapo.

En los grandes ojos azules de la joven se reflejaba temor y angustia.

-¿Pero qué le han hecho a esta damita para asustarla tanto? -Pregunto Branwen.- ¡Deje en claro que no quería que nadie la lastimara!

-¡Señora! -Replicó la rubia.- ¡Revisad su tersa piel! ¡Esta inmaculada! ¡Sabíamos que la querías para vos, por tanto nadie ha osado tocar a la virgen princesa!

Branwen dejó su cetro sobre el apoyabrazos del trono y descendió los escalones. Se plantó frente a la prisionera, con las piernas abiertas, los afilados tacones de acero de sus botas realzaban su estatura.

-¡A partir de hoy, princesita, serás mi esclava! ¡Alistarla para ser castigada!

Las valquirias la llevaron justo al centro del salón circular del trono. Donde se alzaban dos columnas circulares gruesas, separadas a seis metros una de la otra. De unas anillas, ancladas a las columnas surgían unas largas cadenas de gruesos eslabones terminadas en grilletes.

Pusieron a Yasmine en medio de las columnas, le fijaron los grilletes en las muñecas y tobillos, estirando sus miembros en equis.

Cuando estuvo bien sujeta, Branwen, la Reina pelirroja, se paró frente a frente de la princesa. La cogió con ambas manos por la diminuta cintura.

-¡Sí eres una belleza! -Le dijo con voz sensual, inclinándose para poder encararla.

Le beso el cuello. Subiendo con sus labios le besó con ternura, subió hasta detrás de su oreja y luego a su mejilla.

La princesa lloriqueaba sollozando.

-No deberías llorar, aún. -Le susurró. Deslizó su mano enguantada por la entrepierna de la joven, acariciándole el sexo desnudo.

Yasmine suspiró y contra su voluntad soltó unos gemidos mezcla de placer y miedo.

No podía evitarlo, pero el delicioso perfume de la Valquiria le parecía exquisito. Una fragancia embriagadora manaba de su atlético y voluptuoso cuerpo, de su largo y vivo cabello rojo y de sus gruesos y sensuales labios grana.

Branwen le cogió ambos pechos, uno con cada mano, eran grandes y tersos, en todo el esplendor de la juventud, se los apretó con fuerza, hasta hacerla gimotear.

Acercó su rostro al de ella y le dio un beso en los labios, con gran ternura.

Yasmine sacudió su cabeza de lado a lado, rehusando los besos.

Branwen le cruzó el rostro de una bofetada.

No fue un golpe duro, llevaba una fuerza controlada, fue más como una sacudida, una conmoción.

Los dedos enguantados cogieron el mentón de la princesa.

-¡Dame el látigo! -Ordenó la Reina.

Isis le ofreció el fiero instrumento grueso y largo que llevaba entre las manos.

-¡Ese no! ¡No quiero matarla! ¡Kay, dame el tuyo!

La valquiria rubia le entregó un látigo corto, hecho de tiras de cuero trenzado, pero sin endurecer, bastante flexible.

La Reina caminó alrededor de su nueva esclava. Sus altas botas de cuero negro hacían resaltar sus hermosos muslos, sus pisadas resonaban bajo la bóveda de piedra del salón.

Soltó un latigazo contra el trasero respingado de la princesa, el cuero impactó las turgentes carnes de sus nalgas respingadas y redondas.

El sonoro latigazo fue acompañado por un consecuente grito de dolor.

Branwen con gran habilidad le continuó flagelando. Dirigía sus golpes a los glúteos y a la parte posterior de los muslos. Daba cada golpe con una fuerza estudiada, con habilidad y destreza. Lograba aplicar el máximo de dolor, enrojeciendo la piel con marcadas rayas, pero sin rompérsela, sin hacer saltar la sangre. No quería dejarle cicatrices permanentes. Al menos no en el cuerpo.

Los quejidos de Yasmine pasaron de gritos a aullidos exasperados.

Su cuerpo temblaba luchando contras las férreas cadenas que la tenían prisionera.

Al cabo de un buen rato el duro castigo llegó a su fin.

-¡Suéltenla ya! -Ordenó la Reina, entregando el látigo de vuelta a su guerrera rubia.

Le Retiraron los grilletes y la posaron sobre el piso de roca.

-¡Ahora retírense!

-¿Llevamos a la esclava a su celda? -Preguntó Kayrin.

Las mazmorras subterráneas del palacio eran lóbregas y frías. No era el lugar para una delicada princesa humana.

-No, déjenla, yo me la llevaré personalmente a mi alcoba.

Las Valquirias asintieron y salieron del salón.

Branwen tomó entre sus brazos a Yasmine.

La sentía tan frágil y liviana, como una paloma derribada en vuelo.

Le apartó los mechones de cabello azabache que le cubrían el bello rostro mojado en llanto. La abrazó con ternura, haciéndola que apoyara su mentón en el espacio entre su hombro y su cuello. Su capa roja la envolvió cubriendo su cuerpo desnudo.

Con sus manos enguantadas le acarició la espalda mientras la muchacha sollozaba en silencio.

-No vamos a pasarlo mal, si te portas bien y eres una buena chica. -Le dijo al oído.

Se puso en pie y llevándola entre los brazos la condujo fuera del salón, llevándola hacia su alcoba real.

 

 

 

 

Las paredes de la recámara estaban tapizadas con tapetes, bordados con motivos geométricos. El piso estaba cubierto por una alfombra escarlata.

El mobiliario era de madera ricamente labrada. La habitación estaba iluminada de forma tenue por medio de unos candelabros con cirios encendidos que arrojaban una suave luz, creando un misterioso efecto de penumbra.

Unas varitas de fuerte incienso ardían sobre una pedestal, perfumando la habitación.

Había un ducto de calefacción que simulaba la boca de un dragón de piedra, por el cual ascendía un aire caliente que mantenía el ambiente tibio.

La princesa estaba posada de espaldas sobre las sábanas negras de la gran cama.

Branwen, manos en la cintura, estaba de pie junto a ella, contemplándola. La Reina pelirroja se había quitado su bikini metálico y sus guanteletes. Estaba desnuda, sólo calzada con sus altas botas de cuero negro, cuña caña le llegaba hasta los muslos.

Se sentó al borde de la cama.

Yasmine permanecía en silencio, con la mirada ausente de sus grandes ojos azules.

La pelirroja le cogió un tobillo, acariciándolo. La suave y delicada piel blanca estaba enrojecida, con marcas dejadas por los grilletes de acero.

Los pies de la princesa eran pequeños y hermosos, de gran blancura, con la piel tersa, sus dedos eran finos y largos.

Branwen le levantó el pie por el tobillo. Acercó su boca y le dio un beso en la suave planta. A continuación le cubrió de besos, en sus arcos bien definidos, y en la parte alta donde empezaban los dedos. Pasó su nariz entre los dedos, aspirando el aroma, mientras su otra mano le acariciaba la pantorrilla.

Frotó la planta del pie contra su rostro. Lo pasó sobre su nariz, sus mejillas y su boca.

Yasmine la observaba sin hacer ruido, de espaldas contra la cama, sus pechos subían y bajaban al compás de su respiración.

Ahora le estaba lamiendo la planta del pie, deslizando su lengua desde el talón, subiendo hacia arriba.

Disfrutó con deleite el delicioso sabor de los pies de la princesa.

Le lamió el espacio entre los dedos, metiendo su lengua entre cada uno.

Le chupó uno a uno los dedos del pie, mentiéndolos dentro de su boca, gozándolos despacio.

Sin prisas, tomando su tiempo, le continuó besando el empeine, luego el tobillo, y como una felina sobre la cama empezó a ascender, recorriendo con su lengua sus piernas desnudas.

Detuvo su rostro sobre su sexo impúber. Le dio unas lamidas con su lengua diestra, primero unas pasadas sobre el clítoris y luego le lamió los labios de la vagina.

La princesa seguía quieta, con los brazos a lo largo de su cuerpo. Todavía no recuperada del shock de la tortura y la humillación sufridas.

Deseaba odiar a esa Diosa pelirroja. Sin embargo sus sentidos la traicionaban. Las sensaciones que experimentaba eran demasiado profundas. La Diosa poseía un cuerpo fabuloso, de formas esbeltas, atléticas y voluptuosas.

Percibía como la excitación la embargaba poco a poco.

La lengua experta de Branwen le exploraba por dentro, mientras sus manos se aferraba a los lados de su cadera.

Sintió un calor dentro de su pecho. Su corazón latía con fuerza. Sus pechos se pusieron duros y erectos.

Apretó sus manos en puños y se mordió los labios. Finalmente estalló en un poderoso orgasmo.

Fue una indescriptible sensación arrebatadora.

Branwen se acomodó acostándose junto a ella. Antes, se había quitado las botas, quedando por completo desnuda, y había extinguido las llamas de los cirios.

Ahora la habitación estaba por completo a oscuras, bajo un manto de profunda negrura.

La abrazaba dándole calor. Confortándola, mientras se diluían los últimos efectos del orgasmo. Los espasmos de su cuerpo se iban calmando.

La pelirroja hundió su nariz en la cabellera negra de la chica y aspiró profundo.

-Ya ves que la vamos a pasar bien, princesita. -Le susurró en voz baja.- Vas a ser mía. Mi pequeña esclava personal.

Yasmine suspiró.

Había sido su primera vez, y había perdido su virginidad con la Reina de las Valquirias.