miprimita.com

Extrema Unción II

en Sadomaso

EXTREMA UNCION II

Kaly se hallaba conmigo, estábamos de nuevo sentadas sobre el sofá azul.

Yo me había quitado las botas para estar más cómoda, de manera que ambas estábamos descalzas, sentadas una frente a la otra. También nos habíamos quitado las sudaderas, ya que el estudio se sentía bastante cálido, a medida que el sol ascendía en el cielo.

Frente a nosotros estaba el padre Tomás. Se hallaba inconsciente aún, lo habíamos amarrado entre las dos columnas centrales de la habitación, a manera de extender sus brazos sobre su cabeza, estirándoselos a los lados, atándolos por las muñecas a las columnas circulares. Para amarrarlo habíamos empleado las sogas gruesas de las cortinas. Le pusimos de rodillas, sujetándole también por los muslos, amarrándoselos a las columnas, a manera que no pudiese ponerse en pie o fuese capaz de cerrar las piernas.

Por el momento su cabeza colgaba hacia adelante, mientras el peso de su cuerpo descansaba en sus rodillas y las sogas que el sujetaban los brazos por las muñecas. Las ataduras le mantenían firme en la posición en que le habíamos colocado. Todavía estaba aturdido, sin embargo respiraba.

Los definidos músculos de su fuerte anatomía se hallaban en tensión, las pelotas le colgaban libres entre las piernas, así como la bestial verga que tenía, la cual era larga y gruesa a pesar de estar flácida, ese miembro en plena erección era un monstruo que causaba espanto.

Le había chequeado ya y su estado no me preocupaba, si tardaba demasiado en volver en sí, entonces, tal vez le aplicase primeros auxilios.

Kaly estaba acariciándose el largo cabello negro con su mano, lo llevaba suelto y libre, de un lacio increíble, se veía en verdad preciosa, como una princesita de cuento de hadas.

Era temprano en la mañana y disponíamos de todo el resto del día, de manera que no había prisas.

Me incliné cerca de Kaly y comencé a acariciar su mejilla con la palma de mi mano, oh que hermosura, era una piel tan suave y tersa, inigualable, de una blancura celestial. Su camisa blanca Oxford estaba entreabierta y dejaba asomar sus senos redondos y grandes, de cálida piel blanca como la nieve. La línea de botones descendía, en un punto dejaba entrever su lindo ombligo, en su vientre plano, que descendía hasta sus caderas anchas, la falda apenas cubría sus muslos gruesos y voluptuosos.

Me incliné más hasta rozar su otra mejilla con mis labios húmedos, aspiré su rico aroma de chica. Posé mis labios sobre los suyos, nos dimos un beso suave y tierno, sin despegar los labios.

Nos seguimos besando así, con cariño, juntando nuestros labios con las bocas cerradas.

Eran tiernos besos juguetones los que nos dábamos una a la otra.

Cerré mis ojos y con pasión comencé a darle besos más profundos, uniendo nuestros labios, con nuestras bocas abiertas, masajeábamos nuestras lenguas entre sí.

En el severo silencio del estudio no se escuchaba nada más que el húmedo sonido de nuestros besos.

Podíamos pasar horas así, comiéndonos a besos, solíamos hacerlo seguido, era tan delicioso.

Coloqué mis manos alrededor de su diminuta cintura, mientras ella colgaba sus brazos sobre mis hombros, cerrando sus manos tras mi cuello, atrayéndome hacia adelante, haciendo que nuestros pechos se tocasen unos con otros. Kaly posó sus manos sobre mis hombros, luego descendió y sin dejar de besarnos comenzó a desabrochar los botones de mi camisa, empezando de arriba para abajo. Un dije de plata blanca brilló, era un pequeño pentagrama invertido, el cual colgaba de una delgada cadenilla de plata alrededor de mi cuello.

Kaly comenzó a besar mi cuello, despacio, descendiendo poco a poco, yo estaba súper excitada. Deslicé mis dedos por su larga cabellera azabache, acariciándole, era una melena abundante y sedosa al igual que la mía.

Apoyé mi mejilla sobre su cabeza dirigiendo mi mirada al frente del sofá.

-¡Mierda, el perro despertó! -Exclamé.

Era el padre Tomás, y vaya si estaba despierto, amarrado de rodillas frente a nosotras, nos observaba con los ojos bien abiertos, con un ávido brillo de lujuria en su mirada, al tiempo que nos apuntaba con una épica erección de su miembro, la cosa hinchada y pulsante parecía poseída de vida propia.

De un salto nos incorporamos poniéndonos de pie.

-Ah, sucio pervertido, ¿Así que nos estabas espiando? -Pregunté plantándome con mis largas piernas abiertas y mis manos en la cintura. Era una interrogación fuera de lugar, atado como estaba a las columnas de madera, el infeliz no tenía otra opción más que vernos.

Kaly se plantó a mi lado, también manos a la cintura.

El tipo continuaba viéndonos excitado y confundido, la perturbación le impedía hablar. Observé como nos clavaba la vista lleno de deseo, pero a la vez con cierto temor.

Las faldas escolares, tan antiguas que ya nos quedaban tres tallas más chicas, apenas si cubrían nuestras piernas, mientras las mías eran largas y esbeltas, bronceadas de color canela, las de Kaly era más rollizas, un tanto más cortas y de refulgente piel blanca.

El pene del hombre parecía a punto de estallar, sufriendo una descomunal e inverosímil erección de animal. En la punta le brillaba una gotita de líquido preseminal.

Kaly cruzó una mirada interrogante conmigo, yo asentí.

Ella se acercó al hombre, el cual ahora posó su vista en los hermosos pies blancos de la chica.

Apenas sin tomar impulso mi querida hermana le soltó una patada de abajo a arriba, con el empeine, directo a los testículos que colgaban libres en el aire.

El golpe produjo un sonido contundente, como el que se puede hacer cuando uno golpea el dorso de una mano con la palma cerrada de la otra.

Al unísono el hombre lanzó un mugido de dolor sofocado, al tiempo que tensaba sus amarras.

El pie de Kaly descendió después del impacto. Ella se plantó esperando, un pie adelante, manos a la cintura. El sujeto continuaba emitiendo un largo gemido de dolor, como un gruñido sordo, su cuerpo temblaba contra las amarras, unas lágrimas surgían de sus ojos entrecerrados.

Me acerqué y me planté junto a mi hermana.

-…. ¡Ay…! ¡Están… locas! …-bramó el padre Tomás.- ¡Suéltenme!

Le cogí del mentón con fuerza, cerrando mis dedos como garras de acero contra sus mandíbulas.

-¡Patéalo de nuevo! -Ordené a Kaly.

Mi hermana le conectó una nueva patada a los testículos, aún más fuerte que la anterior.

El patético prisionero bramó como un perro rabioso mientras temblaba. El dolor debía estar subiendo por su cuerpo, desbordando su cerebro con señales de intenso dolor.

Me incliné acercando mi rostro, aún le tenía cogido por la quijada, la cara del padre Tomás era una máscara de sufrimiento. 

Mi pentagrama invertido de plata colgaba frente a sus ojos.

-¡Brujas! -Exclamó con repugnancia mientras clavaba su vista en el dije.

Hice una seña a Kaly, al momento esta le dio una nueva patada, el empeine de su pie descalzo chocó contra los testículos comprimiéndoselos contra el hueso púbico.

Ahora el hombre cerró los ojos lanzando un largo e inhumano alarido.

-¡Si no quieres que mi hermana te siga golpeando vas a tener que obedecerme! -Le dije con voz dura.- ¡Mantén tu boca cerrada y no hables, a menos que yo te haga una pregunta!

El hombre continuaba gimiendo con su cuerpo en tensión, me veía a través de unos ojos llorosos, sin embargo su mirada estaba cargada con odio.

-¿Entendiste, animal? -Pregunté.

El desgraciado asintió con la cabeza. Al parecer el dolor intenso le embargaba la mente.

Su pene ahora apuntaba al suelo, aunque flácido todavía se veía de un tamaño monstruoso, grueso y largo.

En su pecho, unos musculosos pectorales bajaban y subían al ritmo de una respiración acelerada.

Le solté la mandíbula y me planté erguida, manos a la cintura y piernas entreabiertas.

-Bien, padre Tomás Maldonado, dinos cuál es tu nombre completo.

-…Tomás… Antonio Maldonado…

La respuesta la dio entre suspiros, aspirando buena cantidad de aire antes de empezar a hablar.

Esta vez la patada se la di yo. Le golpeé como si fuera a patear un balón de fútbol, el empeine de mi pie prensó los testículos del hombre contra su hueso púbico con una fuerza formidable. Entre los múltiples deportes que práctico se hallan varias disciplinas de artes marciales, sin presumir, podía de quererlo y sin mucho esfuerzo, fracturarle el pubis en pedazos, no sin dejar de reventarle las pelotas en el momento.

Cuando mi atlética pierna descendió, el pobre sujeto se inclinó para adelante a todo lo que las amarras le permitían. Prorrumpió con tos seca y a continuación vomitó un escupitajo que cayó al suelo.

Respiraba de manera profunda y difícil, por un momento creí que se iba a desmayar, pero luego de bramar como animal herido alzó el rostro dirigiéndome una mirada de súplica.

-¡Dirígete a mí con más respeto! -Le reprendí.- Debes referirte a mí como a una persona superior, una Reina, una Diosa, por el momento dejaré que me llames Princesa, sí, Princesa Lilith. ¿Entendiste?

-…Sí… Princesa…Lilith… -Respondió el infeliz con una quebrada voz chillona.  

No pude evitar soltar una carcajada ante la imagen patética del tipo.

-No eres un hombre de verdad, no soportas nada de castigo. -Me burlé al verle lo rápido que se había rendido ante mí.

Retiré un mechón de cabello rubio que cubría mi rostro.

Caminé andando con mis pies descalzos sobre el piso de madera negra. Fui cerca de donde estaba el sillón y recogí del suelo el cable eléctrico que había cortado de la lámpara.

Regresé de nuevo frente al prisionero, blandiendo el cordón negro como si fuese un látigo.

Kaly se hallaba de pie frente a él, con los brazos cruzados y las piernas abiertas, lo miraba de manera fija con sus ojos azules, se veía ansiosa por golpear al hombre.

-Quiero hacerte algunas preguntas. -Sentencié mientras hacía girar el extremo del cable con mi mano, haciéndole dar vueltas como un aspa.- Y será mejor para ti que no me mientas.

Le clavé una dura mirada con mis ojos verde esmeralda.

-A menos que quieras sentir esto en tus pelotas.

Hice restallar el extremo del cable contra el piso de madera.

El desgraciado me miraba asustado de verdad, lleno de terror.

-Tienes estudios altos, has de ser brillante, y tu ropa es de clase. ¿Dónde estabas antes?

-¿Dónde estaba?

Hice una señal a Kaly.

El hombre la observó con pánico, sabía que había cometido un nuevo error y ahora tenía que pagar por ello.

Los rojos labios de Kaly esbozaron una perversa sonrisa, el contraste de colores en su rostro le confería una sobrenatural belleza, su intenso cabello negro y brillante, contrastaban con su pálida piel blanca y sus ojos azules y labios color de sangre. Era una hechizante hermosura vampírica.

Tomó impulso y su hermoso pie ascendió en el aire para golpear de nuevo las pelotas del hombre.

 A continuación escuchamos el consabido gruñido de dolor, muy largo y continuado, daba la impresión justa de que las sensaciones dolorosas se iban ramificando hacia arriba, saturándose, debe ser un hecho que una gran cantidad de terminaciones nerviosas confluyen en los testículos, pues no hay mejor lugar posible para castigar en el cuerpo de un hombre, la efectividad es cien por ciento. En esa zona se requiere un mínimo de esfuerzo, para causar un máximo de dolor.

Los testículos ahora se le veían tan grandes como un par de naranjas, al parecer se le estaban hinchando por las patadas recibidas, la piel del escroto la tenía enrojecida.

-¡Que tus respuestas sean concisas! ¡No respondas con otra pregunta! ¡Y no te olvides de referirte a mí como Princesa Lilith! ¡Entendido!

Le grité a todo pulmón dejándole aterrado. Las gruesas paredes de la construcción de piedra y lo alejada y remota que estaba la construcción hacían imposible que alguien nos pudiera escuchar. Además la iglesia se hallaba al norte, colina arriba, alejada de los edificios principales por enormes jardines en los cuales nunca transitaba nadie.

La privacidad y aislamiento de la oficina parroquial eran el motivo principal por los cuales el padre Tomás nos había citado ahí.

Sin contenerme le pegué de nuevo una fuerte patada a los testículos. Me agradaba la sensación de las bolitas suaves contra mi pie desnudo.

-¡Entendiste! -Le grité a plena voz.

-….si… Prin…Princesa…Lilith.

El desgraciado respondió con voz quebrada. Los testículos los tenía tan inflamados de los golpes, se le veían del doble de tamaño y se le estaban poniendo de color púrpura oscuro.

-Espero que nos vayamos entendiendo ¿Dime ahora, donde estabas antes de que te mandaran para el hospicio?

-La abadía de Santo Domingo… Princesa Lilith. –Respondió el infeliz con voz adolorida.

Su respuesta no me sorprendió mucho, la abadía de Santo Domingo de Porto Novo era la principal institución religiosa de la ciudad. Un tenebroso complejo de edificios coloniales de piedra que se erigían en el corazón de la metrópoli. En otras épocas era el centro de gobierno de facto, más sin embargo, aún entonces, continuaba desde sus oscuras y lóbregas entrañas, ejerciendo su influencia, contando con una buena tajada del control de la ciudad.

-¿Por qué te enviaron acá, a Santa María Magdalena?

-Yo lo solicité, deseaba estar en un internado de señoritas, Princesa Lilith.

-¿Te gustan mucho las jovencitas como nosotras, gusano?

-…Si. Princesa Lilith.

El tipo me resultaba a cada vez más desagradable. 

Le di un latigazo con el cordón de energía de la lámpara, pegándole en el lado externo de uno de los muslos.

-… ¡Ay! ¡No! -Se quejó el infeliz.

El trazo del latigazo quedó dibujado con una fina línea rojiza que empezó a inflamarse. Debía de haberle ardido muy fuerte.

-¿Te dolió? -Pregunté con tono de burla, al tiempo que le azotaba el otro muslo. El cable zumbó cortando el aire y se estrelló a lo largo de la cara exterior de su muslo, enrollándose como culebra tras sus nalgas.

-… ¡Ay!

-¿Ves? Vamos a ayudarte, esta penitencia va a limpiar tus pecados. Deberías darnos las gracias, tienes la dicha de tener dos lindas jovencitas como tus inquisidoras personales.

Me estaba divirtiendo mucho, al ver al pobre hombre sufriendo, siempre me resultaba deliciosa esa sensación de poder sobre un hombre indefenso.

Le extendí el cordón a Kaly.

-Toma. -Le dije al tiempo que ella lo cogía de mi mano.- Vamos a ablandarlo un poco más antes del ritual de sumisión.

-¡No, por favor, no! -Gritó Tomás con el rostro rígido.

-¡Eres un gusano, desobediente! -Dije dirigiéndome al hombre.- Azótale a tu gusto. -Dije a Kaly.- Donde quieras, pero evita darle en el rostro y en los testículos, por el momento al menos.- Me volví de nuevo a Tomás.- ¿O quieres sentir los latigazos sobres tus pelotas?

-¡No! ¡No! ¡Ya basta! ¡Auxilio! ¡Ayuda!…

Me di media vuelta mientras Kaly comenzaba a azotarlo. Caminé de vuelta al sofá, cerca de donde yacía mis botas, mientras a mi espalda los ruidos se mezclaban, entre los zumbidos del improvisado látigo cortando el aire, los restallidos contra la piel desnuda del hombre, y sus gritos de queja y dolor.

Me puse mis medias blancas y me calcé las botas de nuevo.

La sensación en mis pies era tan agradable, eran unas botas muy cómodas, me gustaba el calor en mis pies. La caña alta subía nada más hasta la rodilla, por lo que en lugar de dificultar el andado brindaban buen apoyo, las puntas eran cuadradas, y el cuero en esa parte era endurecido, para proteger el pie, además eran excelentes para dar un buen golpe.

Una vez me hube calzado fui de nuevo junto a nuestro prisionero.

-¡Kaly! ¡Te dije que en los testículos no! -Le reñí con un gracioso tono de voz, enfadada.

El pobre idiota estaba echando espumarajos blancos por la boca. Largas líneas rojas, gruesas e inflamadas le recorrían las piernas, los brazos y la espalda, pero llamaron mi atención unos gruesos verdugones rojo oscuros que le estaban surgiendo sobre los testículos, los cuales a su vez estaban tan inflamados que daba miedo.

¡Eso si debió de haberle dolido, imagino! -Exclamé riendo.

Kaly sonreía, látigo en mano.

El sadismo del castigo me estaba causando una excitación terrible, sentía que mis braguitas se humedecían.

Me giré hacia Kaly y le di un largo y profundo beso en la boca.

-¡…Se los… suplicó… paren ya esto! … ¡Por Dios…! –Gimió el hombre entre dientes.

-Esa fue una muy equivocada elección de palabras. -Sentencié viéndole sobre mi hombro.

Me giré por completo y me planté frente al hombre que estaba de rodillas ante mí.

-¡Ahora te vamos a amarrar a nosotras miserable animal! -Le sentencié con una sepulcral y lóbrega voz.- ¡Vamos a aprisionar tu infeliz alma! ¡Te vamos a convertir en nuestro sumiso esclavo!

Me estaba excitando con mi propia perversidad.

Con velocidad y fuerza le propiné una buena patada en las pelotas.

El hombre cerró los ojos y lanzó un gemido agonizante, más terrible que todos los anteriores.

-¿Te duelen los huevitos? -Pregunté a son de burla.- Si ni siquiera los ocupas. Para que los vas a querer.

A continuación le pateé otra vez más.

-¡Kaly, ve por el cáliz! -Ordené a mi hermana- Y saca de mi mochila el frasco rojo, la mochila debe está en el suelo, junto al sofá.

Ella se apresuré a traer las cosas que le había pedido. Salió del estudio por un pasillo que comunicaba con una salita, la cual a su vez daba a un lateral del altar mayor de la catedral.

Me volví para observar al cura. Me planté con una mano a la cadera, e incliné mi cabeza, tirando mi cabello suelto hacia un solo lado para despejarlo de mi rostro.

Rayos, el desgraciado temblaba con los ojos bien cerrados. Sus testículos presentaban un tamaño ridículo, con un aspecto terrible y malsano, inflamados y amoratados.

-Mejor ya no te golpeamos en los huevos. -Reflexioné en voz alta.- Sino vamos a terminar castrándote.

Me acerqué más a él, y posé la punta de la suela de mi bota sobre sus pelotas, haciendo una leve presión, el ligero contacto le causo tanto dolor que hasta le salieron lágrimas.

El tipo trató de decir algo pero le propine una dura bofetada.

-¡Callado! ¿Entendiste? ¡O te va a ir peor!

Ante la mirada suspensa del hombre me bajé las bragas, que eran de algodón blanco, después de sacármelas de entre las piernas se las acerqué a la nariz, el sujeto aspiró profundo, inhalando mi aromático perfume. A pesar de lo terrible de su situación, aún reaccionaba a los estímulos del olfato.

Sonreí y tiré mis bragas a un lado. Ahora estaba desnudaba bajo mi falda escolar.

Escuché los pasos de los pies descalzos de Kaly al acercarse.

En una de sus manos lleva una gran copa dorada, era el cáliz común que se usaba en la catedral para la celebración de las misas, en la otra mano portaba un pequeño frasco de vidrio oscuro.

Tomé el cáliz en mis manos.

-Ahora vamos a iniciar nuestro ritual de sumisión.

-¡…No….!

-¡Cógele por los huevos! -Ordené a Kaly. Ella dejó el frasco sobre el suelo y se apresuró a tomar las pelotas del hombre con una mano, agarrándoselas por la base, luego se las estiró fuerte. Hizo un puño con la otra mano y sin soltarle le propinó un puñetazo en los testículos que dejó al infeliz viendo estrellas.

Entre tanto yo con el cáliz en las manos recitaba en voz alta las palabras en latín del conjuro de sumisión.

-“Homo, servus” -Comencé en voz baja pero audible.- “Submisit de”

Estaba plantada con las piernas bien abiertas frente al cura, sosteniendo la copa con ambas manos, la tenía a la altura de mi cintura.

-“De Satanae mulier venefica” -Recité elevando el tono de voz poco a poco.

Abrí más mis piernas y sostuve la copa entre mis muslos, debajo de mi entrepierna.

-“¡Eris in aeternum!” -Grité ahora con toda mi voz.

Mis gritos se mezclaron con los del hombre pues Kaly comenzó a darle de puñetazos en los testículos sin parar.

-“¡Et quod prius in gehennam ignis!” -Clamé con fuerza.

Esperaba estar enunciando el conjuro de manera correcta, diablos, mi memoria no era muy buena, a diferencia de Kaly yo era bastante torpe, en materias intelectuales, por desgracia, y las lenguas muertas y los conjuros de libro no eran mi fuerte.

-“¡In nomine Domini, Lucifer!” 

Con la última palabra sentí un espasmo que recorría mi cuerpo, similar a un profundo orgasmo.

Cerré mis ojos.

Sostenía la copa como dije entre mis muslos, justo debajo de mi vulva.

Una espectral brisa helado comenzó a sentirse en la habitación.

Sentí el frío viento acariciar los labios desnudos de mi vulva.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Al momento comencé a orinar, solté un chorro de orina que empezó a caer directo sobre la copa, llenándola. Mi orina era de intenso olor y de color amarillo oscuro.

Tomás me miraba asustado.

Kaly había dejado de darle de puñetazos en las bolas.

El cáliz se llenó hasta la orilla, desbordándose un poco.

Sosteniendo la copa entre mis dos manos la acerqué al rostro del hombre.

-¡…No…No! -Alcanzó a exclamar.

Kaly le apresó la garganta con una mano, apretándole la nuez de Adam con el índice y el pulgar. De igual forma le cogió por las mejillas a manera de pinza con la otra mano, hundiendo el pulgar en una mejilla y los dedos índice y medio en la otra, forzándole así con esta violenta postura a mantener la boca abierta.

Yo sonreía mientras acercaba el borde de la copa llena a los labios del infeliz.

De forma lenta y precisa le obligamos a beber hasta la última gota de mi néctar dorado.

Le soltamos y ambas nos quedamos de pie, observándole.

El miserable nos miraba atónito con los ojos llorosos, nos miraba incrédulo de lo que le acabábamos de hacer.

Tiré la copa al suelo.

-Dale de beber. -Musité a mi hermana, señalándole el frasco de cristal oscuro en el piso.

Kaly se agachó y cogió el recipiente, a continuación lo destapó, desenroscándole el tapón de plástico.

Cogió al hombre por la barbilla, esta vez sin mayor esfuerzo, ahora el tipo estaba aturdido y no ofrecía ninguna resistencia.

A continuación Kaly comenzó a verter el líquido contenido en el frasco dentro de la boca del hombre, el cual se lo tragaba sin rechistar.

Era sangre menstrual. La sangre de Kaly.

Una vez que le hubo dado a beber hasta la última gota, mi hermanita se apartó.

Yo, con una gran sonrisa malévola dibujada en mi rostro me planté de nuevo frente al desventurado sacerdote.

-¡Bien, para inaugurar tu condición de esclavo, será bueno que empecemos dándote una buena paliza! -Dije recogiendo mi largo cabello rubio tras mi cabeza, y amarrándolo con una laza elástica en una cola alta de caballo.

Me puse en posición de pelea.           

 Le pegué al hombre una patada con la punta de la bota, pero en uno de los costados, debajo de las costillas, fue un golpe duro y contundente, como una buena patada a un balón de futbol.

El tipo soltó un gemido.

Tomé impulso y le pateé el costado contrario, dándole una buena patada circular, con la pose y estilo de las artes marciales. Esta vez le di sobre las costillas. Al conectar el golpe se escuchó un crujido seco, temí haberle golpeado muy fuerte y quizás haberle quebrado algo, pero me cercioré que estuviese bien, dándole de nuevo una dura patada en el mismo lugar.

Sí. Sentí una resistencia sólida. Por tanto no debía tener nada roto.

Le continué dando patadas sin parar. Me sentía tan excitada y desbordante de energía que no pensaba en detenerme. Le molí a patadas las costillas y el abdomen, dándole golpe tras golpe, cada impacto de mis botas resonaba en el estudio cerrado.

Me sentía tan sádica que la mente se me nubló y la situación se me fue de las manos.

Mi vulva estaba húmeda, los lados interiores de mis muslos se hallaban mojados. Mi excitación aumentaba con cada rocé que sentía al mover mis piernas para lanzar una patada.

Estaba poseída. Mi espíritu se sentía liberado y lo único que deseaba era destruir.

Castigar, golpear, torturar. Doblegar esa miserable y patética forma de vida.

Así hubiera acabado ahí mismo con la vida del patético cura.

Sin embargo una mano fuerte me cogió por el hombre, al tiempo que escuché el grito de una voz familiar.

-¿Pero es que estas loca, jovencita? ¡Vas a matar a ese hombre!

Salí súbitamente de mi trance y me giré para ver frente a mí el rostro furioso de la hermana Akane Wakamura, la profesora de filosofía del instituto.

A pesar de su baja estatura se veía terrible e imponente en su traje negro de monja.

La tipa me dio una bofetada al rostro.

Sacudí mi cabeza, haciendo bailar la coleta tras mi cabeza.

Kaly nos miraba asustada, con sus grandes ojos azules bien abiertos.

Di unos pasos atrás.

En la habitación, de rodillas y colgando de sus ataduras, se hallaba el cuerpo desnudo y torturado del padre Tomás Maldonado.

El infeliz no respiraba.

Ahora si estábamos en problemas.

Continuará…