miprimita.com

MK Ultra Femdom

en Sadomaso

MK Ultra Femdom

 

PHI EPSILON MI

Sisterhood Secret Archives

Era mediodía. El sol brillaba alto en el cielo.

Kaleb caminaba por la calle solitaria que corría a orilla de uno de los  canales de agua de la ciudad. Era la calle que conducía hacia su casa.

Andaba cabizbajo, con las manos en los bolsillos. Al fin de cuentas todo había sido muy sencillo. Era el sexto día de plazo para entregar su “tributo”, y acababa de salir del banco luego de haber completado el depósito a la cuenta bancaria. Era una cuenta privada, le había dicho el dependiente del banco, protegida para conservar el anonimato de su dueño.

Para reunir los veinticinco, había vendido su coche deportivo y juntado todos sus ahorros.

Caminaba inquieto, mientras sentía bajo sus ropas la presencia del aparato de castidad, el cual no había tenido el valor de intentar quitárselo.

Pateó una lata de soda vacía mientras pensaba que iba a ocurrir a continuación, Diana había hablado de un entrenamiento, ¿En qué podía consistir? No tenía ni idea.

Siguió andando al lado del canal, observando las aguas oscuras bajo el sol del mediodía. Estaba ya a tres calles del edificio donde se hallaba su apartamento.

Quizás nada más le habían tomado el pelo como a un idiota. Se arrepintió de haber depositado el dinero. Seguro no volvería a ver a la preciosa rubia de nuevo. Debía ante todo buscar la manera de quitarse el maldito aparato de castidad. Debía usar alguna herramienta mecánica de cortar, claro que con el cuidado necesario de no hacerse daño.

Pensaba en ello mientras andaba de vuelta a su casa. El camino estaba vacío. Todo se hallaba en silencio, sin vehículos o gente a la vista. Entonces escuchó tras de sí el sonido de un vehículo acercándose a gran velocidad. Se giró para ver como se le venía encima un enorme cuatro por cuatro, era un vehículo estilo pick up, un Dodge RAM 3500, con cabina doble, color negro brillante. Era enorme. Con vidrios oscuros que impedían ver al conductor.  

Kaleb se giró tratando de evadir al gigante de metal oscuro, pero se tropezó y cayó sentado al suelo. El auto frenó justo frente a él, deteniendo su parachoques a escasos centímetros de su rostro.

Las puertas laterales de atrás, las de pasajeros, se abrieron.

Dos chicas descendieron del vehículo, haciendo sonar sus botas sobre el asfalto.

Una de ellas era la pelirroja vestida en cuero negro, con sus botas de combate. La otra era una joven Diosa de piel negra, iba vestida con ropa estilo militar con camuflaje verde jungla, blusa de tirantes y shorts y botas del ejército, tenía un precioso rostro de facciones redondeadas, nariz pequeña y labios abultados. Su largo cabello negro y liso lo llevaba recogido en una cola alta que le caía tras la espalda.

Las chicas se acercaron, una a cada lado, a derecha e izquierda de Kaleb. La pelirroja le sonrió al tiempo que le tiraba una patada directo al rostro con su bota armada de cuero negro. Kaleb cayó de espaldas sobre el asfalto, empujado por el poderoso golpe. Entre tanto la negra desenfundaba una pistola Escorpión, la cual llevaba colgando de su cinturón militar. Empuñó la pistola apuntando adelante y le disparó al infeliz al abdomen. Un par de agujas de metal salieron volando a toda velocidad, arrastrando tras de sí sendos cables negros.

Las agujas se clavaron en el abdomen del hombre y soltaron su carga de cincuenta mil voltios.

Kaleb se retorció perdiendo la movilidad de sus músculos. Los violentos ataques de esas chicas se estaban volviendo demasiado frecuentes, pensó por unos segundos, antes que el dolor embargara su mente.

La Diosa negra mantuvo la energía fluyendo durante varios agonizantes segundos durante los cuales forzaba al hombre a sacudirse en convulsiones como si fuera un pez fuera del agua.

Soltó el gatillo y los cables conectados a las agujas se soltaron, arrollándose de vuelta dentro del arma a gran velocidad.

Las dos chicas caminaron alrededor del hombre que yacía inutilizado sobre el suelo. Parecían siniestras leonas alrededor de su presa. La negra le volvió de una patada, dejándolo boca abajo, luego le hincó una rodilla en la parte baja de la espalda, al tiempo que le cogía los brazos y le juntaba las manos tras la espalda. Con rapidez y habilidad le colocó unas esposas metálicas en las muñecas.

La pelirroja se acercó con su cuchillo de supervivencia empuñado en la mano izquierda. Le cortó la camisa de un tajo. Luego el cinturón y los pantalones. Entre ambas chicas le desnudaron en poco tiempo.

Le quitaron todo, incluso los zapatos y la ropa interior, pronto quedo tan desnudo como el día que nació. La negra le presionó las puntas de la pistola contra la piel del abdomen haciéndola funcionar en el modo de aturdidor eléctrico de contacto, presionó el gatillo y le soltó otra descarga eléctrica.

Las chicas le cogieron un brazo cada una y le arrastraron hacia el enorme vehículo que aguardaba rugiendo con el motor en marcha puesto en punto neutro. Bajaron la compuerta de la parte trasera de la amplia caja de carga, y entre las dos subieron al prisionero, dejándolo acostado boca abajo sobre la superficie forrada de plástico negro de uso pesado del área de carga del vehículo.

La negra le apuntó de nuevo con la pistola Escorpión, esta vez la colocó en el modo de disparo de dardos tranquilizantes. Abrió fuego, disparándole cuatro saetas en los glúteos. Los dardos metálicos inyectaron su sedante dejándole inconsciente.

Cerraron la compuerta de golpe y abordaron de nuevo el vehículo, montándose en el asiento trasero de la gran cabina.

El camión doble tracción de uso pesado rugió, su poderoso motor vibraba haciendo ruido. La persona que conducía aceleró a fondo, los gases de escape salieron con fuerza expedidos por el doble tubo de escape y el camión pick up salió como un cohete por la calle, buscando las afueras de la ciudad, en dirección a los muelles.

***

PHI EPSILON MI

Sisterhood Secret Archives

Athena, la bella Diosa pelirroja entró al templo, siendo precedida por su hombre esclavo que la seguía a gatas.

La amplia puerta de entrada se habría a un vestíbulo de planta circular, en medio del cual se alzaba una fuente, en medio de la cual se hallaba de pie una estatua de mármol blanco de una hermosa Diosa Amazona, enfundada en una terrible armadura, la efigie portaba una látigo largo en su mano, y sus pies enfundados en botas altas descansaban plantados sobre las espaldas desnudas de un esclavo varón desnudo que yacía acostado a sus pies.

Athena entró por una puerta lateral del vestíbulo a una recámara contigua. La habitación interior estaba decorada de manera acogedora, con una alfombra de terciopelo rojo de pared a pared, las paredes eran de fino mármol rosa claro. En un lado de la habitación se alzaba un tocador con un gran espejo semicircular. Sobre la mesa del tocador se desplegaban gran cantidad de aditamentos de belleza femenina, cosméticos, perfumes y demás.

Athena tomó asiento en un diván de terciopelo rojo, comenzó a desvestirse, quitándose su uniforme militar, y descalzándose sus botas de combate. Continuó también con su ropa interior.

Se puso de pie, plantándose descalza sobre la alfombra escarlata, totalmente desnuda, majestuosa en su belleza, exhibiendo su perfecta piel blanca, con su intenso cabello rojo y lacio que le caía suelto tras la espalda, hasta debajo de la cintura.

El esclavo, de rodillas ante ella, la contemplaba embelesado, con una mirada de adoración, mientras entre sus piernas una poderosa erección denunciaba su estado de tremenda excitación.

Athena se plantó con las manos en la cintura, observando el descarado atrevimiento del esclavo, que osaba a verla con una mirada devorante.

La pelirroja se adelantó y sin miramientos le dejó ir una patada a los testículos, dándole con toda fuerza, justo con el empeine del pie.

La chica dio la espalda al hombre que ahora se hallaba gimiendo sobre el piso.

Ella caminó hasta al tocador y tomó asiento en un banco alto. Empezó a maquillarse despacio y con detenimiento. Se colocó una gruesa sombra negra alrededor de sus ojos azules, e intenso lápiz labial rojo sobre los labios.

El esclavo mientras tanto se incorporó en su posición a cuatro patas, permaneciendo cabizbajo, dando de vez en vez subrepticias miradas a su hermosa Diosa Ama pelirroja que se peinaba y maquillaba al espejo, dejándose aún más atractiva y adorable.

La mujer continuaba acicalándose, ignorando por completo a su esclavo.

Una vez estuvo satisfecha con su maquillaje y peinado, y estuvo perfumada y lista la dama se puso de pie.    

Fue hacia un armario de donde extrajo un singular traje, se trataba de un en extremo vestido de seda blanco, con tirantes, que dejaba los hombros al descubierto. Lo vistió, luciendo como toda una sexi Diosa griega de sobrenatural belleza.

El largo cabello rojo se lo había arreglado en un complicado peinado alto, del cual descendían algunos mechones escarlatas.

De su blanco cuello perfecto colgaba una cadenilla de oro, de la cual pendía un dije de oro con forma de cruz egipcia.

Las uñas de sus manos iban laqueadas de color rojo vivo, de intenso tono, al igual que el carmesí de sus labios.

El esclavo de rodillas le apunto con su descomunal erección dura como la roca.

Provocativamente, Athena calzó sus hermosos pies descalzos con unas sandalias negras, de suelas gruesas, estilo flip flop, las cuales iban sostenidas nada más por una tirita de cuero negro que se pasaba entre los dedos pulgar e índice.

Sus bellos pies sonrosados se veían deliciosos.

Athena cogió una fusta corta, y caminó hacia su esclavo.

¡Pon tus manos tras la espalda! –Ordenó la mujer.

Blandió la fusta en el aire y con un rápido movimiento le descargó un sonoro golpe, dándole con la lengüeta de cuero en la punta de la fusta contra la abultada cabeza del pene.

El hombre se retorció del intenso dolor.

-Tus genitales serán siempre tu parte débil. –Comentó la Mujer en tono serio.

Le dio varios fustazos más a lo largo del tronco del pene. El dolor era ardiente pero sólo contribuía a que al esclavo se le pusiera el miembro más rígido.

-¡Eres un mal esclavo! –Le increpaba la pelirroja mientras le daba fustazo tras fustazo, los cuales le iban dejando el miembro cubierto de rojos hematomas.

-¡No eres digno de haber recibido nuestro entrenamiento!

A pesar del intenso dolor el hombre habría con facilidad explotado en un terrible orgasmo, de haber podido, pero estaba imposibilitado por las sustancias químicas que las Mujeres habían inyectado en su cuerpo.

-No obstante, Diana ha dado órdenes específicas sobre ti. Incluyendo que llegases al final del entrenamiento. Ahora tendrás el privilegio de ser espectador de uno de nuestros más secretos rituales.

Athena cogió una cadena de acero con una correa de cuero. Enganchó un extremo de la cadena al collar de metal negro que el esclavo portaba al cuello. Tiró del otro extremo de la cadena poniéndolo en tensión.

-¡Ahora sígueme, a cuatro patas, como el perro que eres!

La Diosa pelirroja salió de la habitación tirando de la cadena, tras de ella, avanzando a gatas iba el esclavo desnudo, con su bestial erección balanceándose entre sus piernas. Los fustazos seguían marcados en el tronco y la cabeza del pene, destacados con marcas rojo oscuras.

La joven salió por una puerta diferente a la que había entrado. Salieron a un pasillo cerrado, de piso y paredes de piedra blanca y lisa, el pasillo se hallaba alumbrado con antorchas reales, en las que ardían fuegos que iluminaban el corredor creando fantasmales claroscuros.  

Una luz brillaba al final del corredor. La entrada estaba flanqueada por dos columnas circulares de mármol blanco.

La Diosa flanqueó la entrada seguida por su esclavo. Entraron a una sala circular grande, de techo abovedado, al alrededor ardían varios braseros de bronce, sus flamas como lenguas de fuego despedían un hipnótico olor a incienso. Era un exótico aroma estilo oriental.

En medio de la habitación se alzaba un trono de oro sólido, ricamente labrado.

Diana se hallaba sentada sobre el trono, bella como toda una Diosa. Con su larga cabellera dorada arreglada en una única trenza. Vestía un traje igual al de Athena, un diminuto vestido de seda blanco, casi traslucido, que dejaba sus bellos hombros al descubierto. Sus preciosas y torneadas piernas, de tersa y bronceada piel se hallaban desnudas y sus hermosos pies iban calzados con las sandalias de gruesa suela negra, las que apenas llevan una tirita de cuero para pasar entre los dedos pulgar e índice del pie.

El pene del esclavo comenzó a pulsar de excitación a la vista de los magníficos pies  de la Diosa rubia.

Era en verdad una magnifica visión Divina. 

Diana se veía tan hermosa como imponente desde su puesto en su trono.

De pie, haciendo guardia, una a cada lado del trono, se hallaban la muñeca asiática Kwan Yin y a su lado, Freyja, la pálida belleza de piel blanca y cabellos negros, ambas mujeres vestían también los cortos vestidos de seda blanco, al estilo de túnicas griegas, tan cortos que apenas les cubrían los muslos, y que mostraban en todo su esplendor sus largas y torneadas piernas desnudas, en sus pies calzaban sandalias planas de gruesa suela negra.  

Los rostros de las hermosas mujeres se hallaban cargados de grueso maquillaje, con sombras oscuras que delineaban sus ojos. Las llamas que ardían en los braseros jugaban creando múltiples reflejos.

Empezó a sonar una música suave en la habitación, procedente de un equipo de sonido bien disimulado, instalado en las paredes de piedra, oculto para evitar romper el ambiente de antigüedad de la habitación.

La melodía que se escuchaba era una sinfonía donde predominaban los instrumentos de viento, de un estilo fabricado en madera, con algunos acordes de arpas.

A lo lejos se escucharon pasos, procedentes de un pasillo que daba acceso al gran salón circular.

Una comitiva entró a la sala del trono.

Adelante iba la rubia Sedna, junto a Ixchell, ambas vestidas como el resto de las mujeres, con el diminuto vestido y las sandalias de cuero negro, las cuales exhibían sus hermosos pies.

Sedna llevaba en sus manos el extremo de una correa de cuero, sujeta a una cadena, al final de la cual tiraba del collar de un esclavo varón  que seguía a la Diosa rubia andando a cuatro patas como un perro.

El esclavo 3117 fijo su vista en el hombre que acababa de entrar.

El sujeto tenía una musculatura soberbia propia de un físico fuerte y duro. Sin embargo, la imagen que proyectaba era un monumento al dolor.

Cada milímetro de la piel de su cuerpo se hallaba terriblemente marcado por las torturas a las que las crueles y bellas Mujeres le habían sometido. Tenía profundas cicatrices de latigazos y arañazos hechos con objetos de metal, además de gran cantidad de cortaduras de navajas, manchadas con sangre seca. También se distinguían numerosos moretones y hematomas, de varios colores, desde rojo oscuro a negro y negro azulado. Cicatrices de quemaduras de tercer grado aparecían por varias partes. Tenía los testículos amoratados e inflamados, cruzados con gruesos verdugones malsanos. El enorme pene erecto estaba duro y tieso, presentando un tamaño inaudito. Lo cual resultaba increíble dado que estaba casi negro de tantas marcas de golpes, magulladuras y latigazos que lo cubrían por completo, dese la cabeza al tronco.

El cuerpo del hombre temblaba, presa del sufrimiento.

Las espantosas señales de mutilación física eran patentes, el hombre tenía amputados ambos pies. Le faltaban varios dedos en ambas manos, y un parche de cuero negro cubría uno de sus ojos.

-Nosotras, Las Mujeres de la isla, hemos pasado torturándolo sin parar, día y noche, durante las últimas tres semanas. –Comentó Athena en voz baja al esclavo 3117.- Es una manera de prepararlo, purificándolo, para el ritual sagrado.

El esclavo de rodillas a los pies de Athena se estremeció al observar la extrema y sádica crueldad con que las bellas Mujeres habían castigado al otro esclavo.

Luego entró la hermosa Tiamat, la chica de largo cabello rubio oscuro, vestida a su vez con una túnica blanca corta y sandalias de cuero negro.

A continuación entraron en la habitación el par de preciosas Amas negras, Yemaja y Ashera, ambas también vestidas como las demás, con los cortos vestidos blancos y las sandalias de cuero negro, que hacía lucir de manera espectacular sus hermosos pies morenos.

Las Mujeres se agruparon alrededor del trono de Diana, haciendo un semicírculo, sólo Athena permaneció alejada junto al esclavo 3117.

La visión era un completo festival de belleza, con una espectacular contemplación de tantas Divinas bellezas, todas con sus preciosas y torneadas piernas desnudas, y sus hermosos pies calzados con las sandalias de cuero negro.

No obstante, a pesar de ser todas tan bellas, aun así, Diana sobresalía esplendorosa, sentada majestuosa sobre su labrado trono de oro sólido.

La alta belleza rubia, Sedna, tiró de la correa, haciendo que el esclavo que conducía se aproximará al trono, haciéndolo que se colocará de rodillas, tan cerca hasta que sus genitales quedaron frente a los hermosos pies de Diana.

Ashera y Yemaja tomaron al esclavo por los brazos y le esposaron las manos tras la espalda.

El hombre se irguió, pero manteniendo la cabeza baja, con la vista fija en los hermosos pies de la Diosa rubia, sentada en el trono frente a él.

Diana le contempló con un perverso placer, admirando las señales de las sádicas torturas aplicadas sobre el cuerpo desfigurado del esclavo.

El pene del hombre, a pesar de hallarse castigado y lleno de cicatrices, delataba una soberbia erección, enarbolado en una anchura y largo descomunal.

El perenne líquido preseminal brillaba en la dilatada abertura de la inflamada cabeza.

-No se le ha permitido tener ni un solo orgasmo desde que lo capturamos y lo trajimos a la isla. –Susurró Athena al 3117.- Hace ya veintiún años.

El esclavo tragó en seco. Ese otro prisionero había sido mantenido en cantidad forzada todo ese tiempo, era una crueldad tremenda. Además, ¿Cómo era posible que le hubiesen capturada hacia veintiún años? ¿Quién lo había hecho? Si todas las jóvenes presentes menores que esa edad.

Claro que la isla, las Mujeres que la habitaban y todo lo que pasaba ahí era un cúmulo de misterios.

Los cuales de seguro el miserable esclavo número treinta y uno diecisiete, jamás llegaría, quizás, a comprender.

-¡Ahora iniciará el ritual mágico! –Ordenó Diana.

A su voz, la joven asiática Kwan Yin, sacó de un cofre de madera una ampolleta de cristal llena de líquido verde fluorescente, y una inyección con aguja hipodérmica, hundió la aguja, atravesando el tapón de corcho del recipiente de cristal y procedió a llenar el cilindro de la jeringa.

Entre tanto, la rubia Sedna se puso en cuclillas junto al esclavo que se mantenía de rodillas, con las manos esposadas tras la espalda, Sedna se colocó unos guantes cortos de látex color blanco y luego le cogió los enormes y pesados testículos al hombre, los cuales apenas podía agarrar con una sola mano. Con hábil práctica, comenzó a amarrar un lazo negro alrededor de la base de los testículos, aprontando el lazo con enorme fuerza, sin compasión, el esclavo gimió al sentir como le anudaban los huevos, estrangulándolos, casis cortándoles la circulación.

Kwan Yin se agachó a su vez, y de un solo golpe le atravesó los testículos con la aguja, mientras Sedna le sostenía las pelotas.

El desgraciado esclavo gimió de nuevo.

Yemaja y Ashera le sostuvieron por los hombros, mientras Sedna le tenía cogido por los huevos, y la belleza china Kwan Yin, le vaciaba el contenido de la inyección, rellenándole los testículos.

-El líquido azul que te administramos al inicio, impide que los esclavos sean capaces de eyacular, pero no detiene la producción de semen. –Explicó en voz baja Athena, al #3117.- La única forma de que sean capaces de eyacular de nuevo, es si se les administra el antídoto, el líquido verde, pero como podrás ver pronto, esto trae una terrible consecuencia.

La rubia Sedna, que mantenía cogido al hombre de la base de las pelotas con una mano, cerró la otra formando un puño, y sin compasión, comenzó a golpear los testículos del hombre, dándole inmisericordes puñetazos.

El esclavo lanzaba graznidos ahogados de dolor, luchando por gemir en silencio, sabiendo las terribles consecuencias que le acarrearía hacer ruido, llenando la sala con sus gritos.

Sedna se detuvo hasta que le dejó los testículos morados, con parches azul oscuro, y sangrando de algunos pequeñas cortadas antiguas.

A continuación le cogió el tronco del pene con una mano. Era tan grueso que apenas lograba cerrarlo con sus dedos, luego con un movimiento completo del brazo comenzó a masturbar al esclavo de una manera salvaje.

El esclavo treinta y uno diecisiete observaba con ansias, deseosa de que esa hábil mano estuviera mejor ordeñándole a él.

-No deberías sentir envidia, -Le susurró Athena.- Ese va a ser el último placer que ese miserable esclavo vaya a tener en su vida.

Sedna le continuaba masturbando con gran furia, como si fuera a arrancarle el miembro del cuerpo, el esclavo entre tanto, con su cabeza baja, tenía la vista fija en los hermosos pies de Diana, sentada como toda una Diosa en el trono frente a él.

Todos los músculos del hombre se pusieron en total tensión. Su piel se perló de sudor por completo. Su cuerpo entero comenzó a temblar.

Entonces estalló.

No pudo evitar lanzar un terrible grito.

Su pene se sacudió con tremendos espasmos mientras descargaba a toda presión el primer chorro. Una gruesa descarga de leche blanca y espesa salió despedida a toda velocidad, hasta chocar contra los pies descalzos de Diana.

La siguiente descarga fue un largo cordón, que por unos instantes formó un arco, entre la cabeza del pene del hombre y los pies de la Diosa rubia.

Pero no paró todo ahí. Antes de la tercera descarga, Sedna puso un gran cáliz frente al pene del hombre. El esclavo continuó eyaculando, lanzando potentes chorros de semen caliente como un geiser haciendo erupción, la abundante descarga de leche iba a parar al cáliz que Diana sostenía en su mano. Las Damas en la habitación contaron dieciocho chorros más. Luego el esclavo tembloroso se desplomó de bruces contra el suelo, a los pies de Diana, que se hallaban bañados en leche.

-Dejó el cáliz al borde.- dijo Diana, que sostenía la copa entre ambas manos. El recipiente estaba hecho de cristal y había sido tallado en forma de cráneo humano.

-¡Fue una carga tremenda la que tiró! –Exclamó Ixchell.

Las chicas, de pie, formaron un círculo alrededor del hombre que yacía tirado en el suelo, a sus pies.

Sedna ofreció la copa a Diana. La Diosa rubia tomó el cáliz entre sus manos y tomo un largo trago de la leche caliente y espesa que contenía. Una vez satisfecha se relamió los labios con la lengua de una manera en extremo sensual. Hecho esto lo devolvió a Sedna, quien a su vez tomó también de la bebida. Luego pasó el cáliz a Kwan Yin. De esta manera las Mujeres se fueron pasando la copa, tomando a su vez, del líquido.  

Por último, la belleza de piel negra, Yemaja, llevó el cáliz a Athena, la cual tomó el resto de lo que quedaba en la gran copa.

Entre tanto el esclavo que había sido ordeñado temblaba en el suelo, gimiendo, totalmente vaciado de su fuerza vital.

-¡Acaben ya con el gusano! –Ordenó Diana, con su autoritario timbre de voz.

Fue Ixchell, la de largo cabello castaño, la que se acercó al prisionero y le retiró las esposas que le aprisionaban las manos.

Ashera se acercó portando entre sus manos un enorme mazo de hierro fundido, con mango de acero, semejante a un martillo de batalla vikingo. La Ama de piel negra elevó el arma en el aire, apuntó a una de las rodillas del esclavo y descargó un mazazo contundente en la articulación, desquebrajándola.

El hombre lanzó un desgarrador alarido de bestia salvaje.

Las Amas observaban la escena con gran deleite, visiblemente excitadas.

El desgraciado esclavo se retorcía sobre el piso de perfecto y duro mármol blanco.

Ahora la música había cambiado, se escuchaba un monótono sonido de tambores, de instrumentos tribales de percusión. El olor a incienso en la sala se volvía más denso, más hipnótico.   

Ahora las llamas de los braseros ardían con más fuerza, aumentando la luz de la habitación, haciendo refulgir la blancura de las diminutas túnicas de las sexys Mujeres.

La perversa Ashera levantó su martillo de guerra de nuevo y esta vez lo dejó caer con total potencia sobre una de las manos del esclavo, haciendo crujir sus huesos al tiempo que la fracturaban en pedazos.

El esclavo 3117 observaba atónito el extremo nivel de salvajismo y barbarie de las hermosas Diosas.

La hermosa Yemaja, de largas piernas de piel negra, se acercó a Athena, ofreciéndole una especie de hacha de guerra, de doble filo, ricamente labrada, hecha de acero inoxidable.

La pelirroja cogió el hacha y entregó la correa del 3117 a Yemaja, la cual se quedó haciendo custodiando al esclavo.

Athena se acercó al hombre que yacía en el suelo a los pies del trono de Diana.

La pelirroja se veía radiante, con su cabellera rojo intenso recogida en su complicado peinado, la piel blanquísima de su cuello, hombros, brazos y piernas, competía con la blancura de su diminuta túnica de blanca seda, y contrastaba con el negro total del cuero de sus sandalias.

Athena levantó su hacha de guerra en el aire, como toda una Diosa guerrera, a continuación descargó un golpe, el corte cercenó con limpieza la mano del esclavo que Ashera había reducido a trizas con su mazo. Fue un corte perfecto, dado un tanto arriba del codo.

La sangre manó en abundancia de la herida, manchando el inmaculado piso de mármol blanco.

A la vista del rojo intenso de la sangre todas las chicas se agitaron visiblemente excitadas.

Las pupilas de los ojos verde esmeralda de Diana se dilataron, brillando ahora con luz propia.

Ashera elevó amenazante su gran martillo de guerra, mientras su compañera Athena blandía la refulgente hacha de guerra, ambas, la negra de escultura cuerpo y su compañera, la pálida belleza pelirroja de piel blanca, se veían como todas unas Diosas guerreras, dispuestas a masacrar a su víctima, el indefenso hombre esclavo, el cual ahora agonizaba a sus pies.

Ashera le machacó la siguiente rodilla contra el duro piso. Le golpeó repetidas veces en la rótula, hasta pulverizarle el cartílago y los huesos.

-¡Háganlo que pida clemencia! –Ordenó la rubia Diana, cruzando sus piernas desnudas, sentada en su trono de oro.- ¡Que se arrastre hasta mis pies como el gusano patético que es!

La rubia Sedna, ayudada por Ixchell, la belleza latina de cabello castaño, cogieron al esclavo de los hombros y le arrastraron por el piso, hasta acercarle al escabel del trono donde descansaban los hermosos pies de la Diosa rubia Diana.

El rostro del hombre quedó frente a las plantas de los pies de Diana, rozándole la sonrosada piel con los labios.

-¡Pide piedad! ¡Gusano! Tal vez me compadezca y te de una muerte rápida, para acabar con tu patética existencia.

El hombre besó con total sumisión las plantas de los hermosos pies de Diana. Se los besó con devoción y ternura, con la mayor humildad posible, con el conocimiento de que él no era más que un sucio gusano arrastrándose ante los pies de una Diosa, los cuales tenía el inmerecido gran honor de besar.

Diana dirigió una mirada a Athena, e hizo una señal con su cabeza.

Al momento Athena descargó su hacha de guerra y cercenó el brazo del hombre, el único que le quedaba entero. El corte perfecto de la afilada hacha seccionó de tajo la extremidad, apenas abajo del hombro.

La rojiza sangre se derramó abundante por el piso a los pies del trono.

-¡Prepárenlo para el sacrificio humano! –Ordenó Diana.- ¡Será purificado, pero antes de morir será castrado!

El hombre se había desplomado con el rostro contra el piso, debilitado por la abundante pérdida de sangre.

La rubia Sedna, ayudada por Ashera, que había soltado el martillo dejándole sobre el suelo, volvieron al esclavo colocándole rostro al techo.

Sedna le cogió los testículos y empezó a retorcérselos. El cuerpo mutilado del hombre temblaba en orgasmos, la negra Ashera le plantó uno de sus hermosos pies calzados en sandalias de cuero negro sobre el pecho, y el otro pie sobre el abdomen, de manera que le mantenía inmovilizado.

Sedna le dio varias vueltas a los genitales, una y otra vez, estrangulándole los cordones de los genitales, se los torció hasta donde se lo permitió el escroto.

Athena se acercó de cuclillas, había dejado el hacha de guerra, ahora portaba una navaja en su mano. Cerró su otra mano en puño y de le dejó ir un sólido puñetazo directo a las bolas.

La cruel pelirroja le dio en las bolas una y otra vez, arrancando estentóreos ronquidos de sufrimiento al desgraciado esclavo agonizante.

-¡Va a desmayarse! –Bramó Diana.- ¡No dejen que pierda el conocimiento! ¡Debe sufrir hasta el final! ¡Kwan YI, atiéndelo!

La belleza china se acercó presurosa, con un pequeño maletín blanco de primeros auxilios.

La asiática extrajo un saquito plástico, los rompió, y dejó caer un polvo gris sobre los cortes de los brazos cercenados. Era un hemostático, anticoagulante, para detener la hemorragia. Luego procedió a aplicar varias inyecciones al hombre.

Las sustancias que le administraban tenían por objeto mantenerlo vivo y por completo consciente, en ningún momento sedar el dolor, al contrario, ayudaban a aumentar su estado de conciencia, con el propósito de sufrir hasta el final.

La hoja color plata de la afilada navaja de Athena brillaba a la luz de las llamas de los braseros.

-¡Prosigan! –Mandó Diana.

A su orden la pelirroja le práctico al hombre, dos cortes sobre la piel del escroto, Sedna apretó con sus manos, haciendo salir los testículos por las aperturas de las heridas. Las dos masas blancas y sanguinolentas salieron para ser recogidas en el cáliz de cristal, con la calavera tallada, que Ixchell había acercado.

Athena terminó de cercenar los cordones que aún unían los testículos al cuerpo del esclavo.

Ixchell se incorporó con la copa entre sus manos y la entregó a la Diosa Diana, la hermosa rubia la cogió, inclinó la copa sobre sus labios, y con gran placer se comió crudos los testículos del hombre.

Todas las Mujeres celebraron la acción de la Diosa jefa.

El esclavo 3117 observó petrificado la acción barbárica de las preciosas jóvenes.

-¡Ahora, acábenlo! –Mandó Diana.

Las jóvenes se incorporaron, poniéndose de pie, y se agruparon todas en semicírculo a distancia del esclavo, que yacía agonizante al pie del trono, en el centro del salón circular.

Sedna se  acercó al hombre con un recipiente metálico cuadrado, era una típica lata de gasolina para jeep.

La rubia inclinó la lata y comenzó a verter un líquido espeso y aceitoso sobre el demacrado cuerpo desnudo del esclavo.

-Las chicas prefieren el aceite combustible a la gasolina. –Comentó Yemaja al esclavo 3117.- se pega mejor a la piel humana, y además tarda más tiempo en arder.  

Una vez que lo tuvo bien rociado, Sedna procedió a dibujar con el aceite un círculo completo que rodeaba al hombre.

Freyja, la blanca y alta belleza de piel blanca y cabello negro, se acercó al trono de Diana, portando una antorcha encendida.

Freyja entregó la antorcha a la líder Diosa rubia. La esplendorosa belleza se puso en pie, imponente, con la antorcha encendida en una mano, como toda una divinidad olímpica, vestida en su diminuto vestido blanco, con sus largas piernas desnudas perfectas, alzadas como columnas de templo griego. Sus hermosos pies lucían perfectos en sus sandalias de cuero negro.

El resto de las luces del gran salón circular se apagaron al unísono, todas las llamas de los braseros de bronce se extinguieron.

La única luz que iluminaba la habitación ahora era la que procedía de la antorcha de Diana. La tenue luz creaba temibles contraluces, la Diosa rubia se veía diabólicamente hermosa, como una Diosa del infierno alumbrada por llamas satánicas.

El resto de las chicas aguardaba en silencio en semicírculo, a distancia de la víctima propiciatoria que iba a ser sacrificada a continuación.

Diana se plantó con un pie adelante, y a continuación arrojó la antorcha al piso, justo sobre el cuerpo del esclavo. Al momento el fuego se expandió, deslizándose por toda la piel del hombre, luego camino para formar un círculo de fuego a su alrededor, el hombre se contorsionó en espasmos de dolor, bramando con roncos alaridos, como mugidos de animal siendo degollado vivo.

Las llamas abrazaron la piel del hombre ahora convertido en una antorcha humana.