miprimita.com

Autos de Fe - Prima (1)

en Sadomaso

Es de mañana, el gris cielo de todos los días esta matizado hoy con negras nubes de tormenta. El antiguo convento, oculto entre picos de montañas cubiertas con mantos de nieve, semeja una ciudadela medieval de piedra gris y madera antigua.

-¡Estas poniendo atención!

Cae una llovizna que salpica unos altos ventanales sucios…

-¡Oye! ¡Mírame cuando te hablo, maldita mocosa! ¡Otra vez divagando! ¡Eres un caso perdido! ¡Una inútil!

Lilith se haya sentada ante el colosal escritorio de caoba, viste el uniforme escolar de la institución, falda negra a cuadros, camisa Oxford blanca, está sentada en una incómoda silla, reminiscente de una silla eléctrica de ejecución, sus pies se mecen sin tocar el suelo, sus codos reposan sobre la superficie del escritorio y sus manos sostienen su cabeza, sus cabellera roja, tan larga y abundante, está sucia, revuelta y sin peinar, sus grandes ojos verdes ven tras el cristal sucio de la ventana los picos de las montañas de algún país de Europa Oriental.

-No estaba distraída. -Contesta con su voz demasiado culta para su edad.

La que gritaba al otro lado del escritorio era la hermana Elisabeta, Madre Superiora del convento. Una cuarentona, alta y delgada, pero fuerte, con cara de cuervo, con el ubicuo pelo negro intenso y brillante, tez bronceada y ojos azabaches de las mujeres de los pueblos de la zona. Vestía el hábito negro de la orden, estilo capuchino medieval, la capucha la llevaba tirada hacia atrás, descubierta la cabeza.

Una taza de té de hierbas humeaba sobre el escritorio, la Madre Superiora le puso leche y azúcar y lo revolvió con una cucharilla.

-Este no es un hotel, Lilith. -Hablaba mientras sorbia su té.- Acá todas tenemos que ganarnos la comida. Sigo recibiendo quejas de ti de la cocina. ¡Siéntate bien! ¡Baja los codos de la mesa! ¡No estás en la cantina del pueblo!

La pelirroja suspiró, sabía bien adónde iba todo ello, al paso del tiempo se había vuelto una carga para las hermanas del convento, el dinero no era que abundará, y el incidente del mes pasado había hecho resaltar la situación.

Un tipo de negocios, un gordo, bajo y calvo señor Ceausescu, había llegado para seleccionar chicas jóvenes para su academia de modelaje, en realidad fachada de una red de prostitución y trata de blancas que dejaba excelentes réditos al orfanato de chicas del convento. Varias de las compañeras de Lilith había sido seleccionadas, chicas fuertes y altas, con robustos cuerpos de campesinas, tetas grandes y muslos gruesos. Durante la inspección Ceausescu se detuvo en Lilith.

-¡Hermana Elisabeta! Acá se ha colado una cría. -Había exclamado el calvo.

-Está en el rango de edad con las otras, señor Ceausescu, es sólo su apariencia.

-Demasiado pequeña y enclenque, adolescente subdesarrollada, sin busto, ¡No! Aunque cierta clientela bien especifica podría tener interés en alguien con su traza. Pero de esa clientela prefiero mantener buena distancia. Ya sabe complicaciones con Interpol. Prefiero mantenerme lejos de degenerados.

De manera que Lilith al no ser vendible, había sido trasladada a tareas forzadas en la cocina, con las miras a aprender el oficio y servir de sirvienta cocinera por el resto de su vida. Su excelente inteligencia le permitía memorizar sin problemas las recetas, lo cual había sorprendido a la misma jefa de cocina, pero por su carácter ensoñador había quemado la sopa, forzando al convento a ayuno anticipado de cuaresma en ya tres ocasiones.

La hermana Elisabeta terminó su té y se puso en pie.

-Créeme es por tu bien, no vas a querer terminar de pordiosera en las calles del pueblo.

Cogió de un jarrón alto una vara de madera flexible.

-¡Ponte en pie y pon las manos contra el escritorio!

Lilith obedeció con un semblante de odio en su rostro.

La hermana Elisabeta se acercó, le subió la falda, y le bajó las bragas. Una corriente de aire frío recorrió los genitales expuestos de la chica, un escalofrío recorrió su piel blanca y pálida. La maldita monja no tenía calefacción en su cenobítica oficina.

La vara silbó hiriendo el aire, cortándolo a su paso, y golpeó con ruido sonoro las nalgas de piel tersa y blanca.

Lilith resopló, soportó el dolor apretando los puños y los dientes, intensificando su expresión de odio.

La vara se elevó y descendió con fuerza, azotándole de nuevo.

La chica arqueó su espalda, tembló, pero no grito ni dejó escapar lágrima alguna.

-¿Te vas a hacer la fuerte? -susurró el rostro de cuervo a su oído.- ¡De acuerdo! ¡No voy a parar de golpearte, hasta que grites, hasta que revientes en llanto!

La mujer le azotó con la vara, dándole con todas sus fuerzas, en las nalgas, en la cara anterior de los muslos, la caña silbaba al cortar el aire, y estallaba la golpear la suave piel indefensa.

La hermana golpeaba como una posesa, el castigo parecía interminable.

-¡Anda, mocosa! ¡Grita! ¡Llora! ¡Quiero oírte pedir clemencia!

La vara castigaba y castigaba, azotando sin detenerse. Cuando la Hermana Superiora por fin paró lo hizo en seco, con la vara en alto, se contuvo de golpear. El trasero de la chica parecía tomate maduro. Algunos hematomas sangraban, finos hilillos de sangre descendían por los muslos. La pequeña estaba de rodillas, temblaba y sollozaba, en shock, sus ojos estaban húmedos y ausentes.

-¡Hermana Carla! -Gritó la Madre Superiora abriendo la puerta de su despacho.

Una joven veinteañera de ojos claros entró a la oficina, vestía el hábito negro con la capucha echada hacia atrás, sus cabellos castaños los llevaba bien peinados hacía atrás.

-Lleve a esta chica a la enfermería. -Ordenó la Madre Superiora mientras limpiaba con un paño la sangre de la vara de madera.

La hermana Carla sacó a Lilith cogiéndola por la mano, ofreciéndole apoyo para caminar, y es que la pequeña iba a pasar una semana sin poder sentarse, y otra más cojeando al caminar.

“Estás muerta, de una forma u otra, te voy a matar”, piensa la pelirroja mientras la conducen fuera de la oficina.