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Diosas del Infierno

en Sadomaso

Toro era el esclavo personal de la Capitana Roxana. Era un enorme semental de piel blanca. Un esclavo de procedencia genética danesa, producido en las granjas de clonación de hombres de Tokio. Era enorme, fuerte y bien dotado.

El esclavo estaba acostado de espaldas sobre el piso forrado en madera. Tenía entre sus manos los hermosos pies descalzos de Roxana, se los acariciaba mientras le chupaba los dedos de los pies.

Atender los pies de la Capitana era todo un honor. Toro era el esclavo personal de Roxana por lo cual poseía un estatus distinguido y envidiado entre los demás esclavos a bordo de la nave de transportes de esclavos varones, Emperatriz Anastassia Ivanova.

La Capitana estaba sentada sobre un mullido sofá, y junto a ella estaba Revekka, la cual jugueteaba despreocupadamente con los grandes testículos de Toro, usando sus pies descalzos.

Viridiana y Nereida estaban de pie en el otro extremo del salón, estaban descalzas, ambas se habían quitado las botas y los pantalones. Nereida mostraba sus bellas piernas desnudas, sólo estaba vestida con su blusa blanca y un pequeño tanga color blanco que hacía resaltar sus nalgas redondas. Viridiana tenía un tanga negro y su blusa caqui desabrochada que exhibía sus enormes senos grandes y redondos sujetos por un sostén negro.

Cada mujer tenía ante sí un esclavo de rodillas, con las manos esposadas tras la espalda.

Viridiana le dio a su esclavo una durísima patada en los huevos. El hombre tosió arqueando la espalda pero se logró mantener de rodillas.

Nereida observó con sus manos en las caderas. La Teniente tenía un cuerpo voluptuoso de torneadas piernas y trasero grande y redondo. La sonrosada piel desnuda de sus piernas lucía encantadora.

Nereida fijó la vista en el esclavo frente a ella. Tomó impulso y le pego una patada de campeonato de artes marciales.

El hombre cruzó los ojos viendo hacía el techo. Su cuerpo temblaba de dolor. Aun así se mantuvo de rodillas.

Las dos chicas estaban jugando un sádico juego. La que logrará lanzar a su esclavo al piso ganaría. Claro que les habían hecho saber a los esclavos que el que cayera primero sería matado a flechazos, luego de ser castrado con un cuchillo calentado al rojo vivo.

Viridiana midió la distancia a los testículos de su esclavo, dándole pequeños toquecillos con el empeine del pie. El hombre contemplaba el bello pie descalzo que estaba a punto de causarle un dolor inimaginable.

Viridiana tomó impulso y pateó, el hombre dobló la cintura casi tocando la frente con el piso, pero pudo volver a su posición, gimiendo como un condenado con los ojos llenos de lágrimas.

El esclavo Toro continuaba lamiendo los pies de su Ama, mientras su pene apuntaba al cielo presa de una terrible erección.

Revekka continuaba acariciándole los testículos con la planta del pie, mientras conversaba con Roxana, las dos chicas hablaban acerca de cómo ordeñar hombres, a la Capitana le hizo gracia saber que Revekka no le había sacado la leche a ningún esclavo desde hacía ya casi diez años.

La atención de Toro estaba dividida, entre esmerarse por adorar los pies de su Ama, la excitación que le causaban los pies de Revekka, y los aullidos de dolor de los dos pobres desgraciados que estaban siendo torturados de cruel manera por las otras dos atractivas mujeres.

Toro casi podía sentir que era a él a quien le estaban agarrando las bolas a patadas.

Nereida apuntó, tomó impulso y pateó con toda su fuerza. Fue una patada demoledora, pero el empeine pegó atrás de los testículos los cuales si bien recibieron castigo, esté no provocó el efecto que la Teniente esperaba. Si le hubiese dado de lleno en las bolas ya lo tendría rodando sobre el suelo.

El esclavo gimió, pero su vista continuaba fija en el techo, concentrándose para soportar la tortura.

Viridiana puso sus manos en la cintura. Se veía preciosa, con sus pies descalzos y piernas desnudas, largas y torneadas, el tanga negro apenas cubría su pubis limpio sin vello corporal, por atrás un fino hilo señalaba sus dos glúteos redondos. Su blusa desabrochada mostraba sus grandes senos enmarcados por un sostén de seda negra. Su largo cabello negro le caía liso tras la espalda. Sus ojos azules brillaban con intensidad.

El esclavo temeroso mantenía su vista en los pies de la Ama. Como el golpe tardaba en llegar el hombre se atrevió a mirar de soslayo, la belleza de la Mujer le dejó impresionado. Su miembro se puso duro como roca, apuntado con una fuerte erección, a pesar del dolor de los testículos.

Viridiana se dio cuenta de las miradas sesgadas del esclavo, esto la enfureció. Enojada le pateó los testículos sin mayores miramientos.

El hombre apretó los dientes, rechinándolos, sus testículos bambolearon como una pera de boxeo, a pesar del intenso dolor pudo apenas mantener su posición de rodillas, mientras todo su cuerpo, sudoroso, temblaba de dolor.

La Mujer sonrió sabía que podría ganar, el esclavo apenas se sostenía, las lágrimas corrían por sus mejillas. A Viridiana le encantaba patear los testículos de los hombres con sus pies descalzos, le gustaba la sensación de las suaves bolas contra sus pies.

Nereida se volteó hacía su esclavo.

-¡Abre más las piernas, perro! –Ordenó la Teniente.

El hombre obedeció, mantenía la mirada fija en algún punto del techo, concentrándose en no pensar en el dolor.

Cerró los ojos, sus oídos se mantenían alerta, cuando la torneada pierna de Nereida se elevó para castigarlo, pudo anticipar el golpe, de manera que cuando le impactó expulso el aire de sus pulmones. El esclavo había aprendido que al sacar el aire al ser golpeado el dolor podía controlarse con un poco más de facilidad. Era una técnica aprendida durante las largas palizas a las que las marineras de Roxana le habían sometido desde que era esclavo a bordo de la nave Emperatriz Anastassia Ivanova.

Las bolas del hombre bailotearon al ser impactadas por el hermoso pie descalzo de Nereida.

No obstante su control mental, el intenso dolor subía por el cuerpo del esclavo, su vista se puso negra, su cuerpo perlado en sudor tembló, tan sólo la fuerza de voluntad le hacía mantenerse en pie.

Revekka observó sorprendida al hombre, el golpe había sido tan fuerte que había resonado por toda la sala.

-Sí. Ese animal tiene las bolas de acero. –Comentó divertida Roxana.

Viridiana se plantó frente a su hombre, sabía que esta era su última oportunidad, era ahora o perdería.

No iba a perder en una competencia de patear bolas.

Viridiana flexionó su pierna hacía atrás, doblando su rodilla, mientras tomaba su pie con una mano, se mantuvo en equilibrio sobre una sólo pierna. Luego se plantó. Ágil como una pantera, calculó la distancia, caminó hacia atrás, tomó impulso, corrió y conectó su patada. Fue una espectacular patada aérea.

El empeine chocó con tan fuerza que levantó al hombre en el aire. Fue un golpe magistral. Era sorprendente que una fémina tuviese tanto poder. Pero Viridiana tenía un par de largas piernas, bellas y poderosas.

El efecto fue tal que los testículos del hombre se reventaron internamente al ser presionados contra el hueso del pubis.

El hombre cayó al suelo con los ojos en blanco lanzando bramidos de dolor.

-¡Gané, gané! –Gritó la Mujer llena de júbilo, mientras el esclavo se retorcía en el suelo.

Nereida se puso furiosa.

-Yo casi lo logro. –Dijo mientras lanzaba una mirada de asesina a el esclavo de rodillas frente a ella.- ¡No es justo!

Enojada, descargó su cólera en el hombre frente a ella, tomó impulso y le pateó los testículos de nuevo.

El esclavo fue tomado por sorpresa y cayó rostro a tierra.

Era una injusticia, se suponía que había pasado la prueba. Pero para su mala suerte la Teniente era una mala perdedora.

Nereida se agachó tras de él y le cogió los testículos con la mano, a pesar de lo amoratado e hinchado que los tenía, los tejidos no habían sido rotos. La chica sonrió con maldad y le apretó un testículo con la mano, cerrando los dedos como si fuesen garras de acero. A pesar de que la bolita resistía la presión, terminó cediendo, se escuchó un leve sonido sordo cuando reventó. Luego le cogió el otro testículo, el cual corrió el mismo destino que su compañero.

Toro tragó en seco, como si le hubiesen pateado a él mismo, a pesar de que sobre sus testículos solamente estaban posados los bellos dedos de los pies de Revekka.

-¿Por qué no pruebas a ordeñar a Toro? –Propuso la Capitana Roxana.

El esclavo sintió que su erección se triplicaba, mientras la abultada cabeza de su pene comenzaba a palpitar presa de la excitación.

-Pues, no quisiera ensuciar tu alfombra con su sucia inmundicia. –Dijo Revekka.

-No te preocupes, lo obligaremos a limpiar todo con la lengua, luego de que acabe.

Revekka deslizó uno de sus mechones rubios tras su oreja.

-No. Tal vez después, gracias.

-No hay problema. –Roxana sonrió.

Toro sintió un terrible pesar, habría deseado que esa belleza rubia le masturbase con su par de hermosos pies. Los de Roxana eran muy bellos, más que perfectos, pero los de Revekka eran tan hermosos que no se quedaban atrás.

Mientras Nereida y Viridiana preparaban todo para las castraciones.

        Ahora serían dos. No había ganadores entre los esclavos.