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Ajusticiando al pervertido

en Sadomaso

Lilith y Kaly estaban sentadas en la banca del parque a donde solían ir todas las tardes.

Ambas vestían sus uniformes del instituto, faldas escocesas de cuadros negros y rojos, y camisa Oxford blanca.

Calzaban zapatillas negras de cuero y calcetas blancas que subían hasta las rodillas.

Balanceaban sus pies en el aire, que colgaban a centímetros del césped.

Entre ambas, sobre la banca, se encontraba abierta la caja de la merienda.

Lilith sacó un sándwich de mermelada y mantequilla de maní y se lo dio a Kaly.

Las dos chicas eran muy lindas, Lilith era rubia, ojos verdes y de tez bronceada, mientras Kaly poseía cabello azabache, ojos azules y piel blanquísima.

-En aquella banca ¿Lo ves? Es el mismo sujeto. Nos ha estado observando. -Dijo Lilith.

A lo lejos había un tipo con jeans azules y botas de vaquero, sentado a solas en una banca, parecía leer un periódico, pero de tanto en tanto dirigía intensas miradas a las dos chicas.

Kaly observó en silencio, con sus grandes ojos azules, mientras mascaba despacio el sándwich.

-Ya lleva una semana espiándonos. -Prosiguió la chica rubia.- ¡Seguro es un pervertido!

El hombre tendría unos treinta años. Era alto y moreno. Tenía un físico cuidado.

De hecho, llevaba una dieta saludable y poseía un buen gimnasio en su casa, donde dedicaba algunas horas a levantar pesas.

No vestía mal. Llevaba buena ropa, camisa a cuadros, pantalones y botas de vaquero.

No era como los sórdidos tíos sucios y sin afeitar que solían merodear los parques y los alrededores de las escuelas, lanzando furtivas miradas a las núbiles colegialas, mientras acechaban bajo las sombras de los árboles.

Pasaba sin prisas las hojas del periódico. Su atención concentrada en el par de ángeles que ocupaban una de las bancas a lo lejos. Ambas eran preciosas. La rubia era de piel canela, delgada, la otra era más rellenita, con gruesos muslos de piel blanca.

La chica de cabello negro había terminado su sándwich. La rubia le estaba limpiando con un paño al alrededor de la boca, que tenía untada con jalea.

No tardarían mucho en irse. Las había estado observando desde hacia una semana.

No llevaba mucho de haberse mudado a la ciudad. Al poco tiempo había descubierto ese pequeño parque cerca de su casa. Se hallaban en una tranquila zona de suburbios.

Estaba sentado en una banca contigua al sendero de salida. Las chicas tendrían que pasar junto a él al retirarse. No sabía si tendría el valor de hablarles.

Las vio aproximarse andando sobre el césped. Con sus mochilas escolares al hombro, la rubia iba al frente, llevando a su hermanita de la mano y sostenía la caja del almuerzo en la otra.

Nervioso volvió su atención a la lectura.

De pronto Kaly corrió hacia el tipo topándose junto a él, poniéndole sus manitas sobre las rodillas.

El sujeto tembló sobresaltado.

La chica estaba riendo, observándole con sus grandes ojos azules.

-¡Kaly! -Gritó la rubia.

Se acercó corriendo, cogió a la chica por la muñeca y de un tirón se la llevó a remolque por el camino que llevaba de vuelta a la calle.

El sujeto las vio alejarse. Estaba conmocionado. El corazón le latía con fuerza. ¿Qué diablos?, pensó.

Jason se había mudado hacía un mes. Aún no acababa de desempacar. Había rentado una casa de un nivel en una zona tranquila, muy privada. Las casas eran amplias y contaban con grandes jardines e incluso piscina.

Vivía sólo. Como siempre lo había estado.

Estaba cayendo la tarde.

Tomó unas latas de cerveza y se sentó frente a su portátil.

Trabajó hasta entrada la noche antes de irse a dormir.

Sintió su cabeza pesada al despertar.

Los rayos del sol de mediodía le daban de lleno sobre el rostro. ¡Rayos!, no era su costumbre dormir hasta tarde.

¡Algo estaba mal!, no podía moverse. Su cuerpo desnudo, siempre dormía sin ropa, se hallaba amarrado con gruesas sogas, las cuales pasaban por debajo de la cama, sujetándole de esta forma.

Movió su cabeza a los lados. Sobre la mesa de noche se hallaba una jeringa usada.

¿Drogas? ¿Le habían drogado para poder atarlo? ¿Pero Quién?

Parpadeó.

-¡Al fin despertaste!

No podía creerlo. Al borde de la cama trepó la pequeña rubia del parque.

Iba vestida con su usual uniforme escolar. El cabello rubio lo llevaba arreglado en dos trenzas.

-Pensé que la dosis había sido demasiado alta. Los tóxicos que se venden en las calles no son confiables. ¿Sabes?

-¿Qué es esto? ¿Quién eres?

-Mi nombre es Lilith. Tú te llamas Jason ¿No?

El hombre asintió.

-Te seguimos a escondidas.

-Esto no puede ser ¿Cómo entraron?

-Conocemos este vecindario muy bien. Es muy fácil penetrar en estas viejas casas. En especial cuando las habita una persona sola.

La chica sonrió de manera maligna.

-¡Kaly! -Llamó dirigiéndose a la puerta.- ¡Ven para acá!

Se oyeron pasos y la joven de cabello negro se apareció en el umbral de la puerta.

Estaba comiendo un cono de helado de vainilla.

Vestía también su uniforme escolar. Iba descalza, sus pies cubiertos nada más con sus calcetas blancas.

La joven corrió y trepó a la cama. Se sentó entre las piernas de Jason.

¡Rayos! ¡Estaba desnudo!, reflexionó el tipo.

Se sintió incomodo.

La situación era como una retorcida fantasía.

Ahí estaba la preciosa chica rellenita. Verla lamer el helado le parecía excitante. No podía evitarlo.

Era una situación hiper realista.

Lilith puso su mochila rosada sobre la cama y la abrió.

Sacó una cordón negro de nylon, una navaja, una caja de guates de látex y un estuche negro.

-¿Qué diablos van a hacer? ¡Suéltenme!

Se colocó un par de guantes, eran de látex negro. Le dio un par de guantes a Kaly.

Tomó el cordón negro y lo desenrolló.

Con un mano le cogió por los testículos.

Jason sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

Le amarró los huevos por la base, apretándolos con un fuerte nudo.

Tiró del cordón con fuerza, haciéndole gritar de terror.

Kaly soltó una risa. Se había colocado a su vez un par de guantes y continuaba con su helado en una mano.

Cerró su otra mano en puño y movió el codo hacia atrás, tomando impulso en corto.

-¡No! ¡No!

Lilith le sostenía por el cordón, que mantenía tenso.

El puñetazo de Kaly le asaltó con inconcebible dolor.

-¡Vas a recibir tu merecido, Jason! -Sentenció Lilith.- ¡Tenlo por seguro!

Un par de puñetazos más lo pusieron a gemir. Luchó de manera inútil contra sus amarras. Las sogas estaban bien anudadas.

Kaly dio el último bocado a su helado. Su boquita y mentón estaban llenos de vainilla. La chica sonreía divertida, como si la cruel tortura de un hombre fuera un juego divertido.

Estas chicas no eran normales.

Le cogió los testículos con ambas manos y empezó a retorcerlos por la base, que estaba estrangulada por el cordón negro. Le dio vueltas y vueltas como si fueran un tirabuzón.

Jason gruñía de dolor. Le estaban retorciendo los cordones espermáticos dentro del escroto.

A continuación le cogió un huevo entre el dedo índice y el pulgar y apretó con fuerza.

Jason bramaba de dolor.

Prensó con más fuerza, y no necesitaba mucha para causar un terrible dolor, entonces la bolita se escurrió entre los dedos, escapando de la prensa.

-Para reventarlo tienes que tomar uno con los dos dedos índices y presionarlo con ambos pulgares, así no se va a deslizar fuera. -Dijo Lilith en tono conversacional.

-¡Basta! ¡Ya no! ¡Ya es suficiente! ¡Ya entendí! ¡Les juro que jamás volveré a acercarme a ustedes!

Kaly le cogió un testículo tal como su hermana había explicado y mientras hacía una mueca en su bello rostro, hundía sus dedos en el delicado orbe.

Le llevó un poco de esfuerzo reventar el tejido.

Jason lanzó unos gritos inhumanos y se desmayó del dolor.

Unas bofetadas al rostro le volvieron en sí.

Esto no podía ser, no estaba pasando, se dijo.

Lilith le dio una bofetada más.

-¡Despierta! ¡No tiene gracia si no lo puedes sentir! -Gritó Lilith, que continuaba tirando del cordón.

-¿Porqué? -Preguntó sollozando con lágrimas en los ojos.

-Piensa que somos como un par de superheroes ¡Sí! Y tu eres el tipo malo.

Kaly le cogió la otra bolita.

Le practicó idéntico tratamiento.

El cuerpo del hombre temblaba en espasmos amortiguados por las amarras.

Sus mugidos de dolor eran terribles.

-¡Vamos córtaselos! ¡Córtale los huevos! -Ordenó Lilith.

Kaly tomó la navaja. La hoja de metal relució con un brillo amenazador.

Mientras Lilith mantenía tenso el cordón que estiraba las pelotas, lo o que quedaba de ellas.

Kaly colocó el borde de la hoja contra el escroto en la base de los testículos y comenzó a cortar, lento y despacio. Un poco de sangre brotó manchando las sábanas blancas.

Finalmente el filo de la navaja llegó al extremo contrario, y terminó cercenando las gónadas.

Lilith soltó el cordón. Abrió el estuche de cuero negro. Dentro se hallaba un juego completo de cirugía menor.

Con una aguja e hilo empezó a zurcir lo que quedaba del escroto pegado al hombre.

-¡No te preocupes! ¡Ves! ¡No es tan grave!

El pecho de Jason subía y bajaba, respiraba agitado, con el rostro bañado en sudor y lágrimas.

Una vez que hubo concluido la sutura, tomó unas pinzas y con ellas cogió los testículos cercenados y los metió dentro de una bolsa de plástico.

La chica sacó de un bolsillo de su falda de cuadros un paquete de cigarros y un mechero.

Encendió un cigarrillo y comenzó a fumar, exhalando anillos de humo.

Jason estaba congelado en estado de shock.

¡Había sido castrado por un par de colegialas!