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La infidelidad de Irene

en Hetero: Infidelidad

Que elegante vienes y que guapa estas.

— Muchas gracias. Es que “estoy” en una cena de navidad con las compañeras y después iremos a una discoteca, me quedaré a dormir en casa de Gloria y hasta mañana no he de regresar a casa.

— He comprado unas pizzas que podemos hacer al horno después. — ¿después de que? — de hacer el amor hasta desfallecer preciosa, me tienes embrujado y eso que al principio te hacías la estrecha. — ¡No me hacia la estrecha! Me daba vergüenza.

— se fundieron en un abrazo que se tornó más y más estrecho, las manos del uno se afanaban en retirar la ropa del otro al tiempo que se mordisqueaban los labios; Rosa se dejó caer de espaldas en la cama y Sergio la cubrió con su cuerpo besándola con frenesí y apartando el tanga la penetró con una salvaje estocada que le arrancó un gruñido profundo mezcla de lamento y jadeo; Rosa se arqueó alzando el culo de la cama como si de ese modo le verga pudiera entrar más adentro y después rodeó con las piernas el cuerpo de su amante que en cada nueva envestida parecía querer atravesarla. La mujer zarandeaba la cabeza a los lados y su mundo se reducía a ese momento y lugar; no pensaba más que en el aquí y el ahora, se vino una y otra vez en medio de sucesivos estertores y es que Sergio era un sátiro que no se contentaba con correrse; cada vez que notaba cerca ese momento paraba sin dejar de besar o lamer alguna parte de ese cuerpo que tanto le gustaba.

Rosa cerró los ojos unos instantes y Sergio supo que lo había conseguido una vez más; la había llevado más allá de lo que podía soportar haciéndole perder el sentido momentáneamente, sabía que al reponerse le preguntaría. — ¿Qué me has hecho? Y él respondería por enésima vez. — ¡Nada que no merezcas!

Rosa lo miraba con una mezcla de admiración y respeto y sin soltarse de su abrazo musitó. — ¡Si, hoy si! Hoy te contaré lo que tantas veces me quisiste preguntar pero nunca hiciste respetando mis deseos; te dije que cuando estuviera preparada lo haría y ha llegado el momento.

El día que nos conocimos amenazaba con ser el peor de mi vida y terminó siendo uno de los mejores, quizás solo superado por algunos que tienen que ver con mis hijas, pero el tema es otro.

¡Recuerda!

Ambos rememoraron aquel primer encuentro.

El asunto comenzó unos meses atrás; Rosa se dirigía al gimnasio caminando como una autómata y unas abundantes lágrimas le nublaron la vista, tropezó y caía al suelo cuando unos brazos la sujetaron.

— ¿Qué te pasa, te encuentras mal? — estaba aturdida y avergonzada, la gente se paraba a mirarla y eso la turbó más aún. — Me encuentro bien pero ¿Puedes acompañarme un trecho? Quiero marchar de aquí, me molesta que me miren como a un bicho raro. El joven la sujetó por la cintura y caminaron por la acera hasta un paso de peatones, cruzaron al otro lado de la avenida y se detuvieron. — ¿Quieres tomar algo para quitarte el susto? Dicen que un coñac hace milagros, ahí hay un bar y podemos entrar si te parece. — Muchas gracias pero no me gustan los bares, solo me siento alguna vez en terrazas y cuando vamos toda la familia. En ese punto comenzó a llorar otra vez desconsoladamente; el joven que no había soltado su cintura giró un poco y la abrazó; ella se abrazó a él firmemente, el llanto agitaba su pecho y cuando comenzó a serenarse preguntó. ¿Me ves fea verdad? fea y vieja

— ¿Qué te hace pensar eso? Te veo una mujer interesante pero no me pareces ni fea ni vieja, si acaso infeliz aunque quizás sea algo pasajero; no soy nadie para juzgar, pero insisto ¿Qué te hace pensar eso? — Me tienes abrazada pero no pareces entusiasmado. — No te abrazo con esa intención pero insisto en lo del coñac. ¿Lo tomarías en mi casa? — No quiero abusar de tu amabilidad, estoy segura que ibas a algún sitio mucho más interesante que estar con una vieja llorica; entonces Sergio de forma totalmente inconsciente besó su frente y añadió. ¡Nada más importante que tú en este momento! ¡Vamos! Tomándola de la mano comenzaron a andar; unos minutos después llegaban ante una portería y de modo jovial el joven exclamó. ¡No te asustes de lo que veas! Vivo solo y recojo cuando no hay más remedio y hoy no planeaba recibir visitas.

Rosa sonrió por primera vez y entró delante del joven; el piso era en realidad un pequeño apartamento; comedor office un baño grande y un solo dormitorio; estaba más limpio de lo que imaginaba por lo que comentó el joven que fue directamente al mueble bar para servir dos generosas raciones de brandi, ofreciéndole una a Rosa que bebió media de un trago, con una expresión impagable comenzó a toser convulsivamente; Sergio la abrazó esta vez de forma más sensual y cuando se pasó la tos la besó en los labios de forma suave, fue un beso dulce y carente de lujuria, tan solo transmitía cariño, ese cariño que Rosa tanto necesitaba; al separar los labios en lugar de apartarse apoyó la cabeza en el pecho del joven y murmuró. — ¿Te gusta besar a una vieja? Sergio tomó su rostro entre las manos y en esta ocasión construyeron un beso que comenzó estando en pie junto al mueble bar y continuó tendidos en el sofá; cuando Sergio notó que ella sollozaba le increpó. — ¿Ya estas llorando otra vez? ¡Sí! Pero estas lágrimas no son de pena, son de satisfacción. ¿Puedo pedirte algo?

— Pídeme lo que se te ocurra, intentaré satisfacerte si está en mi mano. ¡Quiero que me hagas el amor! No tengo derecho a pedírtelo, apenas nos conocemos y ni siquiera sé si tienes pareja pero necesito saber si puedo gustar y satisfacer a un hombre joven como tú a pesar de mi edad.

Varias cuestiones; no tengo pareja actualmente, no sé cuántos años tienes ni me importa pero dudo que sean muchos más de 40; yo tengo 36 aunque parezca algo más joven, no tengo más que ocho condones y espero que sean suficientes; de todos modos ahí al lado hay una farmacia que está abierta 24 horas. Rosa comenzó a reír cuando Sergio tiró de ella para ayudarla a ponerse en pie; la abrazó y sin que tocara con los pies en el suelo la llevó a la habitación; desnudarla fue un espectáculo, con la cara roja de vergüenza se dejó hacer aunque permaneció con la mirada baja hasta que Sergio tomándole la barbilla la alzó para besarla una y otra vez.

Ella se tendió en medio de la cama y cerró los ojos; él echo mano de todos los recursos para que fuera un día inolvidable para ella y lo logró; comenzó besándole los ojos haciéndola sentir especial, siguió con los pechos, esos grandes olvidados que hasta entonces solo eran objeto de burdos manoseos destinados tan solo a servir de acicate para su esposo que no se preocupaba de nada que no fuera él mismo; acariciarlos con la punta de la lengua fue extraordinario y cuando acarició la vulva con la mano plana oyó como ella suplicaba. — ¡Tú! Te quiero a ti, no me hagas sufrir más, hazme tuya.

Dos horas después me acompañaste hasta la esquina y viste como entraba en el portal para regresar a la realidad.

Desde ese día has estado para mí siempre que te lo he pedido y jamás me preguntaste, pero hoy es el momento de que hablemos. — No es necesario, estamos bien si tu estas bien. — Quiero que lo sepas todo y de ese modo iremos mejor, pero no me interrumpas hasta que lo cuente todo, te recuerdo que sigo siendo muy vergonzosa.

Desde hace bastante tiempo mi marido insiste una y otra vez en una fantasía que me parece enfermiza; quiere que me acueste con otros hombres y se lo cuente luego con todo detalle y más adelante ser incluso testigo de esos encuentros; he buscado en internet y existen parejas que lo hacen pero imagino que será de mutuo acuerdo. ¡Te aseguro que no formas parte de esa fantasía! Durante meses he ido capeando el asunto y lo cierto es que ese tipo de peticiones en lugar de excitarme o animarme han servido para hacerme perder interés en el sexo; lo que literalmente me echó en tus brazos fue algo del todo fortuito, quería encontrar unas fotos que hace tiempo enviamos y como en mi correo no las localice abrí su cuenta, busque mensajes con adjuntos y al abrir una de las fotos vi que era mía en toples que me hizo este verano a pesar de que no me hacen gracia ese tipo de fotos; vi varios correos al mismo destinatario y como estaba en el trabajo los reenvié cambiando el asunto a mi cuenta para poder borrarlos y que no se diera cuenta pero poder leerlos con detenimiento.

La tarde que nos conocimos los leí una y otra vez hasta convencerme que es un canalla enfermo o idiota; había proporcionado datos sobre nuestra sexualidad y mi persona a un desconocido pidiéndole incluso que me sedujera para poder cumplir su fantasía; salí de casa con la bolsa del gimnasio y vagué sin rumbo pensando en lo ciega que había estado cuando tropecé y me sujetaste; y todo lo demás ya lo conoces al haberlo vivido juntos pero quería que supieras que me trajo a ti, no fue la desesperación ni siquiera el odio, fue un momento en que nada me importaba y supiste darme calor; el calor y la ternura que necesitaba.

Sergio la abrazó de nuevo y ambos callaron, al rato ella preguntó. — ¿Qué pasará ahora que lo sabes?

— como única respuesta la besó y fue el inicio de otro singular combate sin vencedores ni vencidos en que ambos quedaron satisfechos y abrazados, al rato y en voz baja pero firme Rosa oyó. — Ahora seguiré esperando que aparezcas cuando puedas; es mucho lo que me das y nada lo que me exiges ¡quiero seguir a tu lado mientras me lo permitas! — No quiero tener una confrontación con él por las niñas pero si no hay más remedio la tendré; siempre ha sido un buen padre pero no estoy dispuesta a soportar sus continuos desvaríos.

Se hizo el silencio.

De madrugada les venció el sueño y al despertar Rosa vio con que devoción la miraba Sergio. — eres preciosa mi “fea vieja” y rieron con ganas.

El martes Sergio recibió un whatsapp. — Esta tarde nos veremos en tu casa ¿Te va bien? Por única respuesta apareció un.

Antes de las seis apareció en casa de Sergio; abrió con su llave y se sorprendió al encontrarlo ya en casa.

— pensé que tardarías más en llegar; he traído algo para cenar y voy a la cocina para tenerlo preparado para luego. — Sergio notó que estaba excitada y abrazándola preguntó. ¿Qué sucede? Sé que te pasa algo y me interesa todo de ti. — el domingo, mi esposo me preguntó dónde había pasado la noche; le conteste que en casa de mi amiga Gloria y me sorprendió con una confesión que parecía satisfacerle mucho.

— ¡Te seguí! vi como entrabas en una portería; a las tres de la madrugada regresé a casa convencido que ya no saldrías en toda la noche. ¿No tienes nada que contarme?

— Nada en absoluto. ¡Fuiste tú quien quería ser cornudo y ya lo eres! Lleva los cuernos con elegancia pero no esperes nada más, yo te pongo los cuernos y tú los disfrutas, pero si me vuelves a seguir me llevaré las niñas y no las veras nunca más; si he de pasar vergüenza lo haré pero publicaré los correos donde me ofrecías a otro hombre para satisfacer tu enfermiza fantasía de ser cornudo.

Se quedó helado y no habló hasta que una de las niñas le preguntó si estaba enfadado; desde ese momento no sacó el tema hasta anoche y fue para preguntarme como quedábamos como matrimonio.

Con decisión le plantee lo siguiente. Yo discreta, tú cornudo y todos felices. — Las niñas merecen que cuidemos de ellas, los martes y jueves las llevaras a patinar y después cenareis solos porque yo empiezo las clases de yoga, regresaré antes de medianoche si puedo; algunos sábados las llevaremos a casa de tus padres, los míos o de mi hermana porque saldré la mayoría de ellos hasta la madrugada también y respecto al sexo tendrás que buscarte la vida porque lo nuestro se ha terminado definitivamente.

Como roncas decidirás dormir en la habitación pequeña para no molestarme. — Sergio la miró sorprendido y exclamó. — ¿Esa era la confrontación que no querías tener? — ¡No quería pero se lo buscó! Ahora soy libre para elegir y si me dejas te elijo a ti.

Sergio esperaba esas palabras desde hacía tiempo, tan solo tomo sus manos entre las suyas y ese día fue el primero del resto de sus vidas.

 ©PobreCain

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