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La prometida. V

en Hetero: General

Se puede leer la primera parte (Amor filial) aquí. http://todorelatos.com/relato/123498/

Se puede leer la segunda parte (Amor filial) aquí. http://todorelatos.com/relato/123498/

Se puede leer la tercera parte (Hetero general) aquí. http://todorelatos.com/relato/124284/

Se puede leer la cuarta parte (Hetero general) aquí. http://todorelatos.com/relato/124417/

 

Pablo la acompañó a la ciudad y se despidieron al llegar al campus; de regreso a casa sonó el móvil varias veces pero lo ignoró como siempre mientras conduce.

Al llegar a casa comprobó que como sospechaba eran llamadas de Bárbara, la llamó y respondió al primer timbrazo gritando.

— ¡¿DONDE ESTABAS?! Llevo toda la mañana llamando.

— En la piscina, todas las mañanas nado una hora al menos para conservarme en forma. ¿Qué sucede?

— ¡Tenemos que hablar! Ven ahora mismo porque es urgente.

— Si quieres hablar aquí te espero; ya sabes que no me gusta ir a la ciudad por tonterías.

— Se trata de tu hijo.

Dijo esto como si fueran palabras mágicas que lo harían salir corriendo, pero Pablo que imaginaba el contenido de la conversación no cedió.

— ¡Te quedaras a comer! estaré esperándote en el bar de la estación entre la una y la una y cuarto, si llegas en otro tren ven a casa por tus medios; en la puerta hay una parada de taxis.

Bárbara cortó la comunicación sin responder y Pablo, después de un rato en que hizo unos preparativos por si la conversación tomaba cierto cariz marcho a la estación para estar a la hora prevista, estaba tomando una cerveza cuando llegó el tren; por el andén la vio avanzar contoneándose, a sus cuarentaiocho años Bárbara sigue siendo una mujer muy atractiva y es consciente de ello; Pablo salió a su encuentro y la besó en las mejillas.

— Estas muy bien, radiante como siempre y me alegro de verte.

Berta comenzó a decir. “Tu hijo” pero Pablo la hizo callar de inmediato

— ¡Cuando estemos en casa! Allí hablaremos tranquilamente sin que nadie nos interrumpa.

Llegaron a la casa y Bárbara se paseó por el salón mirando algunas fotos donde aparecían juntos los tres, otras en que solo estaba la pareja o ella jugando con Javier; se giró de súbito y estalló.

— Tu hijo está loco. Quiere casarse con una chica que apenas conozco y...

Pablo la tomó por los antebrazos y mirándola fijamente le dijo con sincera dulzura.

—Estas muy nerviosa y así no vamos a entendernos.

— Es verdad ¿Me ayudaras a relajarme? No quería pedírtelo porque no sabía si lo harías.

— Nos separamos como amigos ¿Recuerdas? Pensé, que si no volvías por aquí era porque encontraste quien cubría esa faceta de tu vida.

— ¡No! Que va. ¿Me invitas a la bodega?

Pablo la precedió hasta la cocina donde programó el horno donde había metido un asado antes de ir a la estación; abrió la puerta que daba acceso al sótano donde estaba la bodega; Bárbara bajó delante suyo, la atravesó y quedó inmóvil junto a otra puerta, Pablo sacó una llave de entre unas cajas y abrió; entraron y al encender la luz apareció ante sus ojos ese bello espectáculo que a Bárbara le puso la piel de gallina y los ojos vidriosos por la emoción al evocar lo vivido entre esa cuatro paredes.

— Todo sigue igual, la “Cruz de San Andrés” las argollas y el potro. Todo listo para ser empleado ¿lo has hecho últimamente? Supongo que sí, está todo muy limpio.

Pablo no respondió, cerró la puerta y señaló un perchero; Bárbara se despojó de la ropa que fue colgando con cuidado, el tanga fue lo último que se sacó y también los zapatos; se colocó en la tarima bajo las argollas y levantó los brazos agachando la cabeza.

Pablo sujetó sus muñecas y también los tobillos separando sus piernas y brazos tensando las cuerdas asegurándolas en los soportes y después de darle unas “maracas” que servirían como señal de alarma le mostró una mordaza de bola que Bárbara le suplicó no colocara; quería oírse bramar y al ser preguntada porque respondió con un deje se amargura.

— Desde que lo dejamos. ¡Te dejé! No he tenido nada de esto, en realidad casi nada; en varias ocasiones he asistido a un club donde supuestamente me iban a sesionar aunque no dejó de ser puro folclore y dejé de ir al no encontrar a nadie que fuera capaz de satisfacerme como lo hacías. ¿Podríamos al menos recuperar eso? Lo necesito. ¡Te necesito!

Pablo no respondió inmediatamente y cuando lo hizo fue muy directo rallando la crueldad.

— Todo depende de lo que suceda hoy aquí. ¿Cuándo has de regresar? Y más importante. ¿Qué pasa con las marcas que puedan quedar? No quiero que tengas problemas de ningún tipo por mi causa ni que me culpes de nada con tu marido.

— Lucas estará fuera toda la semana, y en cuanto a la marcas de ligaduras o cualquier otra no hay problema, conoce mis inclinaciones y lo toma como una afición; me acompañó varias veces al club aunque no entró jamás y fui sola las últimas veces, de modo que no he de mentirle, solo decirle que son “marcas de guerra”.

Pablo asintió y caminó hasta quedar detrás suyo, de un armario sacó una fusta de salto de unos setenta centímetros de ancha lengüeta, sin avisar descargó un zurriagazo que restalló en uno de los cachetes mientras la vara dejaba una profunda impronta en el otro, el alarido más de sorpresa que de dolor sorprendió incluso a Pablo que lo esperaba aunque no tenía esas gratas sensaciones tan frescas en el recuerdo como ella que se retorció brevemente retomando su postura a la espera del siguiente, sabedora que esos golpes raramente llegan solos.

El siguiente también la sorprendió pues a pesar de no ser frecuente Pablo es ambidiestro, y cambio de mano para obsequiarla con un golpe simétrico con semejantes resultados; a continuación y sin darle apenas tiempo para recuperarse empleó para “acariciar” su espalda un Knut que tiene siete colas de cuero cortas, con bolitas metálicas en la punta que en su versión original servía para desgarrar la carne aunque esa ya no era la finalidad; el primero de los golpes le arrancó un profundo lamento y al notar el aliento del hombre junto a su oído prestó atención.

— ¿Cómo estás? Se sincera porque no quiero lastimarte más de lo que puedas soportar.

La mujer añoraba esos golpes; no el dolor por dolor, sabía muy bien que después siempre había una grata contrapartida y que estuviera viviendo con otro hombre no la privaría del privilegio del sexo con su verdugo, ese hombre que tan bien la conocía y trataba.

— Estoy bien, aunque si me das a elegir preferiría verte el rostro mientras me castigas, me gusta ver tu mirada que sin ser de odio aterra, precisamente porque no dejas ver cuál será tú próximo movimiento.

Pablo le colocó un antifaz y Bárbara comprendió que seguía siendo “El Amo” y que su sugerencia solo había servido para reforzar ese sentimiento; en el fondo agradeció que la privara de la visión para que desconociera lo siguiente que sucedería y se dispuso a esperar lo inesperado; después de un repaso con el Knut que le dejó todo el cuerpo dolorido, notó acercarse el hielo antes que tocara su piel y a pesar de la temperatura exterior un escalofrió recorrió su cuerpo y el contacto con sus pezones hizo que supiera exactamente lo venía a continuación.

Primero los frotó logrando que se empitonaran y a continuación colocó unas pinzas japonesas que tras tironearlas para comprobar que estaban seguras colgó unos pesos, se agachó y colocó otras dos pinzas en los labios vaginales a las que añadió también unos pesos; los gruñidos de Bárbara eran continuos y cuando distribuyó una docena de pinzas de tender por cada pecho aumentaron de intensidad.

De vez en cuando tiraba de las pinzas imaginando como respondería con la sorpresa que tenía lista.

Pablo, sacó de una caja un bastón eléctrico que conectó y que con una intensidad baja probó en su propia mano; a continuación y con más voltaje lo aplicó entre los pechos de su víctima que rugió como un león; al notar la descarga su cuerpo se tensó y a continuación comenzó a zarandearse en todas direcciones con las consiguientes molestias por efecto de las pinzas; Pablo fue cambiando de lugar el cabezal logrando lo que perseguía; a Bárbara se le soltó la vejiga y la orina cayó por sus piernas hasta hacer un charco en el suelo bajo sus pies. En ese momento Pablo retiró el bastón y preguntó.

— ¿Qué me querías decir cuando has llamado esta mañana? Tienes toda mi atención y quien sabe cuándo se dará otra vez esta circunstancia.

Bárbara lo maldijo en silencio pero no podía callar, no ahora que estaba a su merced por voluntad propia y no tenía escapatoria, estaba obligada no solo a hablar; debía convencerlo de que cualquier acuerdo al que llegaran lo cumpliría.

— Ayer me dijo el niño que se casaba; a esa puta no la conocemos y no creo que sea buena para él. ¿Porque no puede esperar a conocer a una buena chica?

Pablo arrimó el bastón a la vagina y la sacudida que proporcionó a Bárbara le arrancó un alarido espeluznante.

— ¿Estas bien? Esto lo compré para tu cumpleaños pero te fuiste un mes antes de poder mostrártelo. ¿Qué te parece? ¿A que es genial?

Bárbara respondió que estaba bien y que le había encantado la sorpresa, pero no comentó nada respecto a la boda y Pablo respondió a la pregunta que había quedado en el aire del modo más lógico que supo o quiso aunque nada delicado.

— ¡Comprendo y comparto tus recelos! Tienes razón, es una puta y lo sé porque la has reconocido dada tu vasta experiencia en el tema, pero dime ¿Qué puede pasar? ¿Qué le ponga los cuernos? Eso no es relevante.

¿Qué se divorcien después de más de veinte años de convivencia? Tampoco es relevante. ¿Qué retomen varios años después su relación y les pongan los cuernos a sus respectivas parejas? Eso me suena y no es tan malo.

Mientras Pablo decía todo eso sus manos no pararon y había conectado dos vibradores, uno metálico para el ano y uno más grande y rugoso para la vagina a la fuente de poder, sin previo aviso apuntó el metálico que Bárbara recibió con gusto, al notar el segundo se preguntó que otras sorpresas le aguardaban y es que Pablo siempre fue muy imaginativo; al comenzar la vibración de ambos aparatos y a moverlos adentro y afuera, las rodillas de la mujer comenzaron a hacer extraños y apenas pudo responder a la última pregunta que le hizo su ex que la miraba con curiosidad.

— Tienes razón. Que sea una puta como yo no es excusa para oponerme a su enlace y si ellos son felices quien soy yo para dudar de su buen criterio, además, estoy segura que a ti te cae bien la chica y la verdad es que a pesar de no tener casi pecho tiene un algo que la hace especial.

Todo eso dicho de forma entrecortada y deteniéndose cada vez que a Pablo se le ocurría cambiar la intensidad de vibración o los juntaba a fondo casi tocándose y cuando le pareció oportuno repuso.

— Contaba con tu comprensión, solo necesitabas un poco de calma para observar bien la situación y analizarla con detenimiento. Vamos a dejarlo ahí porque quiero dejar algo para otro momento. ¿Te parece bien?

Bárbara deseaba que la hiciera terminar pero no podía pedirlo porque estaba segura que no la complacería.

— Como tu decidas; ya sabes que en esta tesitura jama discuto.

Pablo paró toda actividad, desconectó la fuente de poder y fue sacando las pinzas empezando por las de tender en los pechos, después las japonesas y dejó para el final las de los labios vaginales, acarició la zona que aparecía amoratada y después soltó los tobillos y muñecas ayudándola a sentarse en una silla.

La cubrió con un albornoz y cuando se sintió con fuerza subieron a la planta superior donde fueron al baño y Pablo se encargó de lavarla completamente con mucho mimo, acariciando sin pudor ese cuerpo del que había dispuesto a su antojo y que seguiría siendo suyo al menos hasta que decidiera marchar, aunque ambos tenían claro que solo sería sexo y sado; bueno, extraordinario inmejorable aunque solo eso los uniría desde ese momento pues ninguno de los dos pensaba renunciar a lo que tenían actualmente.

Al terminar pasaron al comedor y poco después sacó del horno el asado, le acercó la bandeja a Bárbara para que sirviera mientras él traía el vino tinto que había estado ventilando y es que Bárbara es una apasionada del buen vino al igual que él mismo.

El asado había quedado estupendo y así lo reconoció la mujer que durante tantos años lo había tachado de inútil para la cocina y mientras tomaban de postre una tarta de whisky Pablo preguntó.

— ¿Estas dispuesta a dejar tranquilos a los chicos para que hagan su voluntad?

— ¡Sí! Te aseguro que no me opondré y es más; pienso ayudarlos en todo lo que me permitan, pero se sinceró y cuéntame. ¿Te la has follado ya? Sé que esos críos no son tan tontos como nosotros y Javier me comentó hace tiempo que lo del intercambio de parejas lo encontraba muy normal.

— Te responderé pero también tú has de responder a otra pregunta. Si, Eva es sensacional y no sé si Javier ya sabe que nos hemos acostado juntos aunque la responsable directa eres tú que lo apartaste de su chica que se quedó en esta casa y como sabes aquí las mujeres entran para follar. Ahora responde con igual sinceridad. ¿Te acostarías con Javier si no fuera tu hijo?

— ¡Naturalmente! Por desgracia lo es.

Quedaron en silencio unos instantes sumidos en sus propios pensamientos y al fin Pablo propuso.

— Sube a la buhardilla y adecéntala un poco porque hace tiempo que no se emplea; yo subiré en cuanto haga unas llamadas.

En realidad, Pablo solo quería que ella volviera a asumir quien manda dentro y fuera de la mazmorra al menos en cuanto a sexo se refiere. Tomó una botella de cava y un par de copas que subió a la amplia habitación en la buhardilla; una cama enorme con pilares y dosel ocupa el centro de la estancia y en pie junto a ella Bárbara esperaba su llegada; había encendido unas velas de olor bajado la persiana y corrido las cortinas dejando la estancia sumida en una agradable penumbra, al verlo entrar se despojó del albornoz y Pablo acarició sus pezones con la fría botella haciendo que se estremeciera, dejó todo sobre una mesa y le indicó que se acostara; con unos pañuelos sujetó sus muñecas y tobillos a los pilares y cubrió su rostro con otro de los pañuelos y antes de proseguir se aseguró que las ventanas dobles estuvieran bien cerradas garantizando la insonoridad de la estancia; no quería que algún deportista de los que corren por la zona escuchara algo que pudiera alarmarle.

Con una de las velas fue dejando caer gotas de cera entre los pechos, después, el goteo partió de la periferia de cada uno y avanzó en espiral hasta los pezones, cada una era recibida con un leve jadeo y es que a Bárbara le encanta especialmente esa parte, juntó otra vela para que las gotas cayeran con mayor fluidez y fue esparciéndolas por el torso primero y la pelvis después y aproximó más las velas para que las destinadas a la vulva fueran más calientes y en ese punto los jadeos pasaron a ser lamentos, verdaderos lamentos que llenaban la estancia y que además de arrancarle un par de lágrimas a la mujer trajeron a su mente escenas pasadas en que él, su hombre, la poseía salvajemente llevándola al éxtasis.

No se equivocaba, notó pisadas en la cama y a continuación las manos de Pablo moviendo su cuerpo para colocarle una almohada bajo los riñones. ¡La fiesta iba a comenzar! Pablo se arrodillo entre sus piernas y siguiendo “su manual” le hizo sexo oral hasta conseguir ponerla a mil, una serie de calambres comenzaron a recorrer su cuerpo, trataba de alzar la pelvis pero el peso del hombre lo impedía; estaba atrapada y esa era la mejor de las sensaciones que experimentaba al estar con él.

La insistencia de Pablo logró su cometido y un intenso y prolongado orgasmo la dejó totalmente agotada y con un hilo de voz y apenas en un susurro suplicó.

— Déjame terminar... Por favor.

Pablo hizo oídos sordos a esa petición como en tanta otras ocasiones, se dedicó a exprimir sus tetas desde la base para que tomaran la forma de enormes limones y mordisquear sus pezones para su propio placer consiguiendo que gritara de dolor, al sentirse satisfecho cambió de posición apuntando su capullo, ensartándola con un potente caderázo que llegó al cérvix provocándole esa ola de dolor-placer que añoraba desde que salió de esa relación cuatro años atrás, y es que nadie había logrado follarla como él.

Pablo se empleó a fondo logrando llevarla una y otra vez al límite y los suspiros y jadeos que se alternaban lo enardecían aún más sumiéndose en un círculo vicioso del que salieron cuando Pablo se corrió llenándola de lefa; en ese punto retiró el pañuelo y por primera vez la besó, fue un beso cargado de algo más que pasión, entrañaba mucho sentimiento; era el primero desde hacía cuatro años y dejó a Bárbara totalmente indefensa. Las lágrimas brotaron y Pablo continuó besándola al tiempo que seguía moviéndose sin que la reciente eyaculación pareciera afectar a su erección.

Al rato y totalmente agotados se tendieron bocarriba y Bárbara con voz melosa propuso.

— Encajamos muy bien. ¡Somos muy parecidos! ¿No crees que podríamos ser amantes? Me gustaría mucho volver a tener aquello que perdimos.

Pablo respondió con acritud aunque sin odio en sus palabras.

— ¡No! Eres una puta y eso no lo borrara nada de lo que digas o hagas; te fuiste y supongo que algún día sabré porque, tenías todo lo que se te antojaba a mi lado y en aquella época te dije un montón de veces que me consideraba “tu amante” y como tal entendía que te acostaras con otros; los cuernos que me ponías no me importaban y si lo recuerdas jamás te di problemas ni con eso no con nada.

Bárbara calló aunque siguió pensando la forma de retomar su relación aunque no imaginó que fuera tan fácil.

— Lo único que se me ocurre es que aceptes ser mi puta; no me mires así, cuando te llame vendrás y pasaremos tiempo juntos, te hare gozar y tú a mí pero te pagaré y dispondré de tu cuerpo y tiempo a mi antojo; no te haré quedar más de lo que puedas pero si te echaré cuando me interese, y tu precio, será un euro por sesión.

Bárbara se giró para mirarlo y como él continuaba mirando al techo y se comportaba como si estuviera solo en la cama se reviró hasta poder, besar, lamer y chupar la polla que poco antes había culminado una jornada perfecta; no sabía si esas palabras eran el prólogo de la despedida para ese día pero intentaría satisfacerlo tanto como pudiera; quería quedar bien y que la llamara pronto.

Al rato marcharon al baño y después de una ducha, Bárbara iba a cubrirse con el albornoz y Pablo le mostró un armario con algunos vestidos veraniegos que no se llevó al marchar; se puso uno muy gracioso y bajó directamente al sótano a por su ropa que dejó en la antigua habitación de su hijo; le cayeron al suelo las braguitas sin notarlo y las empujó sin querer junto al sofá del salón; como no las encontró al vestirse para marchar subió a la buhardilla a por unas que vio en el armario junto a algunas otras prendas.

Sirvió unas copas y se sentó frente al hombre que tan bien la había tratado y muy seria comenzó a hablar.

— ¡Tenemos un trato! Un trato y el compromiso por mi parte de facilitar las cosas a los chicos. Cuenta con tu puta cuando quieras y para cuanto desees; y no te preocupes por Lucas porque me deja hacer siempre lo que quiero y me permite vivir a mi antojo; al mes de estar juntos me montó una escena de celos infundados y al día siguiente marche a Ibiza donde estuve quince días; le enviaba cada mañana fotos del compañero de cama con el que había pasado la noche aunque no respondí a ninguna de sus llamadas que fueron muchas; cuando regrese le dejé muy claro que a pesar de estar casados seguíamos siendo amantes, y si follábamos mientras estaba casada contigo justo era que lo siguiera haciendo cuando me apeteciera aunque ahora lo estuviera con él.

Pablo se convenció que la propuesta que le había hecho era la mejor y después de charlar un rato le propuso salir a cenar; fueron al mismo restaurante donde había llevado a Olga y Eva; el dueño lo saludó aunque no hizo mención alguna al simpático episodio y les atendió personalmente; cuando se despidieron le dijo que se sentía muy honrado por su visita y que lo esperaba pronto, aunque dijo todo eso sin apartar la mirada del escote de Bárbara.

Esa noche el sexo que planeó Pablo por ver como reaccionaba Bárbara fue tradicional sin grandes aspavientos y casi soso a no ser porque ella se esforzó en animar la velada mostrando que sigue siendo una maestra de la felación sin escrúpulos de ningún tipo; Pablo quiso tensar un poco la cuerda y recordó la forma en que Sara le reanimó y cuando parecía que la fiesta terminaba se sentó sobre el rostro de su ex y le sugirió que lo penetrara con la lengua o al menos que lo intentara; Bárbara resultó ser tan atrevida como Sara y mucho más estimulante, Pablo se sorprendió al comprobar que poseía también esa habilidad; amoldarse a cualquiera que sea la exigencia del macho con el que comparte cama.

Durmieron al fin, y por la mañana después de desayunar la acompañó a la estación donde se despidieron con un. < ¡Hasta luego! > Que auguraba futuros y fogosos encuentros.

©PobreCain