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La web II

en No Consentido

La web II

 

Habían pasado tres semanas, tres largas semanas en las que la policía no había ni aparecido. Me compraba varios periódicos cada día, veía todas las noticias que podía y ni rastro de una chica secuestrada y abusada en la capital.

De menuda te has librado Bosco.

Puede que hubiese tenido suerte con la justicia, pero por dentro sentía que estaba completamente roto. No sé si me atormentaba más lo que había hecho o el haberlo disfrutado tanto, el excitarme cada vez que recordaba todo aquello. Algo dentro de mí no funcionaba bien. Aquella web además me tenía completamente obsesionado, me leía relato tras relato y me masturbaba tres o cuatro veces al día. ¿Todos eran ciertos? ¿Solo algunos? ¿Solo el mío? No había forma de tener respuesta a ninguna de mis dudas. En aquellas tres semanas mi mujer me había interrogado sobre lo extraño de mi comportamiento en varias ocasiones, pero por respuesta siempre le había dado evasivas. Que si el trabajo, que si no me encontraba muy bien, el estrés, etc. Una noche Julia, mi esposa, había intentado seducirme y yo le había dado burdas excusas como si de un ama de casa con jaqueca crónica se tratara. Lo cierto es que ya no me excitaba el sexo normal, había llegado un punto en el que prefería pajearme leyendo cualquier brutal perversión en la web que hacer el amor con mi mujer.

En La Caverna había experiencias de todo tipo, muchas violaciones, muchas relaciones filiales, chantajes, obsesiones, delitos... Un miembro del club apodado Lécter era psiquiatra especializado en sexología y contaba con todo lujo de detalles las perversiones, parafilias, rarezas y problemas de sus pacientes. Supongo que el día que en la carrera hablaron sobre el código deontológico el sujeto no pudo asistir a la facultad o se quedó dormido en el pupitre. Otro chico de nick Adonis explicaba con todo detalles las innumerables veces que había abusado de su hermana drogadicta, aprovechándose de su lamentable estado físico y psíquico. Reptil contaba orgulloso como se sentía atraído por las vagabundas, teniendo relaciones con todas las que podía ya fuera pagándoles dinero o incluso forzándolas. Otros contaban relaciones que tenían más de violentas que de sexuales, que se masturbaban encima de familiares mientras estos dormían, que ponían cámaras espías en determinados sitios, historias de zoofilia, podías encontrar cualquier cosa. Me impresionó especialmente El Vigilante, que aprovechándose de su trabajo en una morgue cometía todo tipo de aberraciones necrófilas. Yo me decía a mí mismo que todo era producto de la imaginación de aquellos tipos, pero los detalles me atormentaban. Los detalles y mi propia experiencia me estaban volviendo loco.

Recuerdo que era lunes, la mañana había transcurrido tranquila, salí de la consulta a las dos en punto y vi que en la calle me esperaba Enrique. No había tenido contacto con él de ningún tipo desde que pasó lo que pasó.

—Buenos días doctor, ¿me deja invitarle a un café antes de que se vaya a casa a comer? Sé que tiene una hora libre antes de que lleguen sus mujercitas.

¿Por qué no? Pensé. Que podía perder después de todo lo sucedido.

Fuimos al bar más cercano que encontramos, después de pedir un café solo yo y un cortado él nos estuvimos mirando un rato sin saber que decir. Él conservaba su sonrisa tranquila de siempre.

—Enrique, ¿qué quieres?

—Nada hombre nada, solo quería saber cómo estaba, debía dejar pasar unas semanas antes de contactarle pero está todo muy tranquilo.

—Estoy perfectamente, gracias por preguntar— mentí.

—Me alegro mucho, mucha gente después de algo así se pone nervioso.

—No es mi caso.

Seguí tomándome a pequeños sorbos el café que estaba muy caliente mientras que notaba como Enrique me interrogaba con la mirada.

—Déjalo, te he dicho que estoy bien.

—Lo que usted diga mi buen doctor. He oído que le gusta mucho nuestro santuario virtual, al parecer es de los miembros más activos.

—Solo siento curiosidad—.

—Mire amigo mío, yo no quiero hacerme pasado, pero entrar en La Caverna siempre tiene un periodo de adaptación, pedimos mucho a nuestros miembros al inicio, pero ahora estamos aquí para ayudarte. No es fácil dejar de ser una oveja para convertirte en un lobo. Puedes tener dudas, problemas psicológicos, la estúpida moral martilleándote el cerebro. Lo mejor es que me cuente como se siente, cuando antes afrontemos la situación antes podrá liberarse.

—Mira Enrique, la puta verdad es que sois todos unos enfermos, y qué no sé cómo coño he llegado a todo esto pero ahora parece que yo también lo soy. ¿Estás más contento ahora?

Él sonrió.

—Mucho mejor amigo mío, te equivocas, pero es normal. La educación es lo que tiene, la moral, el pecado y todas esas paparruchas que nos inculcan de niño. Te estás liberando Bosco, estás a punto de ser un cazador, una persona que no pide lo que quiere, ¡lo toma!

—Déjate de discursos baratos puto pervertido, la última vez acabé abusando de una chica inocente.

Se quedó mirándome unos segundos, puso las manos en el bolsillo y sacó de ellos un billete de cinco euros que depositó encima de la mesa, entendí que era para pagar la cuenta.

—No retroceda doctor, ha avanzado mucho, ha pasado la parte más difícil, siga avanzando. Una vez ha cruzado la línea ya no podrá volver a vivir como una persona convencional, como un borrego cargado de normas. No podrá volver a hacerle el misionero a su mujer y correrse normalmente como si nunca hubiera conocido el lado prohibido de la vida. Un polvo cada dos o tres semanas con una esposa que, no me malinterprete doctor Julia es muy apetecible pero, como todas seguro que se ha convertido en monótona y aburrida con el tiempo. Seguro que aún se miran a los ojos y se dicen te quiero, ¿me equivoco?

—La última vez que hablaste de mi mujer no te dije nada, pero si vuelves a hacerlo te juro que al próximo que clave una jeringuilla en el cuerpo será a ti, y no serán inofensivos sedantes esta vez.

Él se levantó sonriente de la mesa, lejos de estar asustado todo aquello li divertía. Justo antes de irse me miró por última vez y me susurró.

—No luche Bosco, usted es uno de los nuestros, lo supe desde el día que le vi por primera vez.

La conversación había sido tensa y desagradable, pero me dio que pensar. Me fui pensativo caminando lentamente hacia casa. Cuando llegué me di cuenta que la mesa ya estaba puesta y había dos platos encima con la comida.

—Hola cariño, justo te iba a llamar, he tenido una reunión por aquí cerca y he podido venir antes.

Me senté en una de las sillas después de darle dos besos a mi esposa y le dije:

—¿No esperamos a Ariadna?

—Hoy no viene a comer, me ha llamado antes diciéndome que comería cualquier cosa cerca del instituto para poder repasar unos temas del examen que tiene esta tarde. Ya sabes, el último año no se puede confiar.

La explicación de por qué mi hija no venía a comer me pareció de lo más comprensible y seguimos la comida con total normalidad, hablando de cosas poco importantes, el trabajo (Julia siempre hablaba del trabajo), el tiempo, las noticias, lo que fuera. Yo estaba más pendiente recordando la conversación con Enrique que de atender a mi mujer. Estábamos ya terminando el postre cuando empecé a sentirme excitado. Era algo natural las últimas semanas, toda clase de escabrosos relatos revoloteaban por mi cerebro a todas horas. Mi primer pensamiento fue que en cuanto se fuera mi mujer me la pelaría pero entonces pensé: ¡qué coño!

Me fijé en Julia y recordé las diversas ocasiones en las que el pintor de brocha gorda había aludido a lo buena que estaba. Recuerdo que una vez hizo referencia a lo enculable que era. Julia mide un metro setenta y es delgada ya que le gusta cuidarse y salir a correr. Es castaña de pelo largo, guapa de cara con facciones elegantes y finas y bonitos ojos marrones. Tiene unos pechos bastante pequeños talla ochenta, una cintura delgada y unas piernas largas y bonitas. Sin duda su mejor atributo es su culo que es del tamaño perfecto y está muy bien puesto, duro gracias al running y completamente apetecible. A sus treinta y ocho años es admirable pensar que a pesar de haber tenido a Ariadna muy joven ya ha conseguido ser socia de su bufete y muy reconocida en el trabajo, y en aquel momento el verla vestida de ejecutiva agresiva me estaba poniendo a cien, era el momento de demostrarme que aún podía sentir placer con aquella mujer a la que había amado siempre.

 Enrique había dado en el clavo, nuestras relaciones sexuales siempre habían sido monótonas, por supuesto nada de sexo anal, mamadas quizás me había hecho seis o siete en veinte años y todas al principio de nuestra relación. El día que más gamberros nos sentíamos lo hacíamos a lo perrito saliendo de la monotonía del misionero, pero eso era todo. Pensé por un momento que quizás podría cambiar todo aquello poco a poco, y me lancé a intentarlo.

La observé un rato más mientras ella cotorreaba sobre el trabajo a la vez que se terminaba el postre. Llevaba un vestido negro de lana muy elegante que terminaba por encima de las rodillas. No tenía mangas pero tampoco demasiado escote. Desde mi sitio le veía aquellas apetecibles piernas que estaban cruzadas y recubiertas por sus habituales medias panty que seguro le llegaban por la cintura. Sin decir nada me levanté de mi sitio y me acerqué a ella.

Al llegar allí la agarré por el cogote con suavidad y la besé intentando meterle la lengua cosa que no pasó.

—Mmmm, ¿cariño qué haces?

La miré pícaro y volví a besarla mientras que puse una mano en el pecho y se lo acaricié.

—¿Tú qué crees?

Ella me contestó sonriente pero algo incómoda:

—Bueno, bueno, para mi amor que estamos comiendo y enseguida me tengo que ir a trabajar, ¿a qué viene este arrebato de pasión?

Yo hice como si no la oyera y seguí besándola por el cuello mientras ya tenía mis dos manos encima de sus escasos pechos manoseándoselos. Ella forcejeó un poco incómoda pero yo seguí mientras bajaba con una de mis manos hacia su culo y se lo apretujaba presionado por éste y la silla.

—Cariño para por favor te he dicho que ahora no puede ser.

Yo seguí haciendo caso omisos a sus pequeñas quejas, mientras le mordisqueaba el cuello había empezado a subirle el vestido descubriendo sus torneadas piernas, teniéndolo ya casi a la altura de sus caderas, pensaba que poco a poco cedía hasta que se levantó de golpe y se separó de mi de un pequeño empujón.

—¡Te he dicho que pares! Llevas unos días de lo más raro, hace semanas que ni me miras y ahora de repente lo tenemos que hacer un lunes a la hora de comer, no hay quien te entienda de verdad Bosco.

Me sorprendió aquella reacción tan contundente pero me di cuenta de que ya no había vuelta atrás, el animal que había crecido dentro de mi estaba a punto de estallar. Me abalancé sobre ella agarrándola por el pelo y caímos los dos encima de una alfombra que tenemos en medio del salón, y colocándome con fuerza entre sus piernas seguí metiéndole mano. La cara de Julia era de terror, jamás me había visto actuar así.

—Se acabó Julia, ¿Crees que solo lo podemos hacer cuando a ti te apetece? ¿Es que mi opinión no cuenta?  ¿Siempre tiene que ser como tú quieres?

Mientras la increpaba no perdía ni un segundo en sobarla y magrearla. Le apretujaba los pechos por encima del vestido, le agarraba el culo, le acariciaba las piernas.

—Te he dicho que me apetecía follar contigo, ¿tanto te costaba hacerme caso por una puta vez? ¿Tan malo es que quiera tirarme a mi esposa?

Ella estaba tan en shock que ni tan solo se resistía y yo hábilmente le había conseguido bajar la cremallera del vestido y se lo había quitado por los hombros con alguna dificultad, dejando al descubierto un sujetador negro que a pesar del pequeño relleno no le hacía los pechos demasiado grandes. Viéndose allí medio desnuda y conmigo en tal estado de agresividad volvió a luchar.

—¡Para ahora mismo gilipollas! ¡Te he dicho que me dejes joder!

Intentaba sacárseme de encima mientras me golpeaba pero mi metro ochenta y mis setenta y cinco kilos fueron más que suficientes para impedírselo.

—¡Para! ¡¡Para!!

Cuanto más se resistía y forcejeaba más caliente me ponía.

—Te he dicho que vamos a follar y vamos a follar, si te resistes será peor.

Mientras seguía resistiéndose sin éxito le quité el sostén sin desabrochar por los brazos y la cabeza y con aquellas tetitas desnudas y desprotegidas pude comenzar a mordisquearle los pezones sin que ella dejase de luchar ni un momento. Mientras me desquitaba con sus pechos aproveché para romperle las medias y quitárselas, tarea que fue más fácil de lo que esperaba y con sus partes solo cubiertas por unas finas braguitas negras le empecé a frotar el coño por encima.

—Vamos Julia seguro que tú también estás cachonda.

Le quité las bragas en dos tiempos, primero hasta las rodillas donde me consiguió dar una patada en el ojo y después el resto hasta los pies con menos dificultad. Yo ya me había quitado la camisa y me había bajado los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Tumbado encima suyo y completamente desnuda los esfuerzos de ella pasaron del forcejeo al llanto y a la súplica.

—Por favor Bosco por favor tú no eres así…

—No tienes ni idea de cómo soy.

—Por favor cariño para aún lo podemos arreglar todo…por favor…déjame.

Era demasiado tarde, estaba demasiado excitado para parar, y recordaba con más fuerza que nunca las palabras de Enrique, que enculable es tu mujer.

—Julia, te juro que no voy a parar.

Con ella llorando en el suelo, rendida y agotada, me chupé dos dedos y se los introduje dentro de la vagina, metiéndolos y sacándolos simulando el movimiento de una polla.

—Oh sí seguro que esto si te gusta ¿verdad?

Ella gemía pero en ningún caso de placer, era seguramente una mezcla de dolor e indignación.

—Seguro que en la oficina todo el mundo se quiere follar a la abogada cachonda, y yo aquí tengo que conformarme con hacerlo como y cuando tú quieres.

—Para por favor Bosco me haces mucho daño, te has vuelto loco.

Ella seguía sus súplicas sin apenas fuerzas para resistirse y yo seguí masturbándola cada vez más salvajemente.

—Dime que te gusta, ¡dímelo!

Gemía resignada mientras yo le mantenía abiertas las piernas con mi cuerpo y seguía jugueteando con mis dedos.

—No te preocupes cariño, tu coño me interesa muy poco.

La mirada fue de pavor, me miró un segundo completamente aterrada, bloqueada por aquella frase. Con los pies me quité el resto de mi ropa y sin darle tiempo a reaccionar la agarré por las caderas y con un fuerte movimiento le di la vuelta. Tenía mis tobillos apoyados encima de la parte posterior de los suyos y con mis manos le agarraba las muñecas desde atrás. La visión de aquel culo perfecto y virgen me encantó.

—Mi amor llevo toda mi vida imaginando como sería darte por el culo.

Ella se revolvió con todas sus fuerzas mientras gritaba, lo intentó derrochando toda la escasa energía que le quedaba

—¡No! ¡Nooooooooooooooooooooooooo! ¡Déjame cabrón!

Aguanté sujetándola con fuerza convencido de que no podría librarse de mí y de que se agotaría rápido…

—¡Noooo! ¡Noooooooooooooooooooooo¡ ¡Nooooooooooo!

…y así fue.

Los gritos cesaron y volvieron los lloros y las súplicas.

—Por favor no me hagas esto, detente por favor, por favor, por favor, por favor, por favor.

Yo estaba cegado por el deseo de poseer aquel maravilloso culo, demasiado contaminado por la nueva doctrina que me estaba inculcando. Si quieres algo tómalo. Esa rase se repetía como un mantra dentro de mi cabeza, sabía que todo aquello ya no tendría vuelta atrás.

Julia ya no se resistía ni suplicaba, estaba agotada, vencida, era consciente de que aquello iba a pasar de una manera o de otra. Mi miembro nunca había estado tan erecto, llevaba rato esperando su momento. Me escupí en la mano y lo recubrí con la saliva, y con autoridad coloqué el glande en la entrada de su ansiado culo. Tan solo con el primer contacto con su piel noté un espasmo de placer.

—Estate quieta cariño o te dolerá más.

Entre apagados lloriqueos entendí que me llamaba hijo de puta, no tenía fuerzas para nada más, pero cuando empecé a presionar para que aquellas carnes dejaran entrar a mi polla volvió a emitir pequeños gemidos de dolor como espasmos en el aire.

—Ahhh, ahhh, ahh, ahhh.

—Shhhhh, ya está, ya está Julia lo estás haciendo muy bien.

Con la mitad de mi carne dentro la sensación era indescriptible, se sentía tan presa en aquel culo perfecto que tuve que concentrarme para no eyacular al instante, aquello debía durar un poco más. Con una embestida más entró hasta el fondo, mientras yo gemía de placer veía como mi esposa retorcía la cabeza por el dolor.

—Ohhh sí mi amor, síiii, me encanta, ¡me encanta!

Estaba tan estrecho que me costaba mucho moverla pero aun así el gusto era incomparable.

—Ohhhhhh, ohhhhhh, ahhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhh.

Le solté por fin las muñecas y mientras metía y sacaba mi miembro de aquel orificio celestial cada vez con un poco menos de dificultad aproveché mis liberadas manos para apretarle con fuerza sus pechos poco desarrollados.

—¡¡¡Así cariño, así. Así, oh sí, oh sí!!!

Agarrándole una ingle con fuerza deslicé la otra mano hasta llegar a su clítoris y comencé a masajearlo de manera circular.

—Seguro que también te gusta cariño, seguro que en la oficina alguien ya te ha hecho esto antes o se pajean en el baño imaginándoselo. Muévete un poquito,  disfrútalo.

Le introduje los dedos dentro de su coño mientras su culo seguía recibiendo mis embestidas cada vez con más fluidez, ya oía el maravilloso clap clap de mis ingles golpeando sus nalgas que tanto me gustaba. Con mis dedos penetrándola aquella especie de doble penetración me dio tanto morbo que al poco rato y algo frustrado por no aguantar más me corrí entre brutales espasmos llenándola de leche.

—¡Ahhhhhhhhhhhh! ¡Ohhhhhhhhhhhhhh! ¡ Ohhhhhhhhhhhhhh síiiiii! Mmmm, mmmmmm.

El orgasmo superó, aun pareciendo imposible, el que sentí cuando abusé de Gloria, y es que aunque aquella pija rubia era perfecta lo mío nunca ha sido follar con cuerpos inertes.

Estirado al lado de mi mujer encima de aquella alfombra, cuando conseguí recuperar la respiración y las pulsaciones a un estado aceptable me acerqué con delicadeza para abrazarla y preocuparme por su estado, a lo que respondió dándome un puñetazo con todas sus fuerzas en la sien.

—Te quiero fuera de esta casa hijo de puta, esta misma tarde.

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Llevaba un mes entero aislado en aquella vieja casa lejos de Madrid. Aquella cabaña que mis padres conservaron hasta el día de su muerte en su tierra natal, Galicia. Lejos y mal comunicada de un pueblo que a su vez estaba lejos y mal comunicado de todo. Aquel obligado aislamiento era necesario, sabía que Julia nunca me denunciaría pero me atormentaba pensar qué le habría contado a nuestra hija. Yo me había ido con una pequeña maleta, sin despedidas, sin tecnología, sin dar una explicación en el trabajo, sin nada. Aquel rústico lugar sin ni siquiera electricidad solo contaba con una chimenea para protegerse de los duros fríos del monte gallego. En esas cuatro semanas eché de menos la ciudad, la familia, las comodidades, pero lo que más eché de menos fue conectarme a aquella maldita web. Muy temprano por la mañana estaba yo durmiendo en la única habitación de la caseta tapado por tres mantas cuando llamaron a la puerta

TOC, TOC, TOC.

Abrí imaginando que sería la amble visita de algún lugareño cercando, asqueado por haberme despertado tan temprano, y entonces la vi-

—Ariadna, ¿qué haces tú aquí?