miprimita.com

La web III

en No Consentido

La web III

—Hola papá.

—¿Cómo has llegado hasta aquí hija? Esto está perdido de la mano de Dios.

—Hasta el pueblo en tren y autobús y hasta aquí me ha llevado Tontxo, el dueño del bar.

—El bueno de Tontxo, sí. Pasa hija pasa.

Llevaba con ella una pequeña maleta, parecía venir dispuesta a pasar unos días en la cabaña conmigo. Sus ojos eran tristes y estaba muy serio. Cerré la puerta y enseguida le di un afectuoso abrazo, la apretujé con fuerza. Ella apenas me lo devolvió en una actitud apática.

—Papá, ¿Qué narices ha pasado?

—Cosas de adultos Ariadna, cosas entre tu madre y yo.

Ella me miraba con ojos inquisitivos, con aquellos ojos verdes que siempre demostraban dulzura.

—Ya soy adulta.

—Sí hija, lo sé, pero esto son cosas del matrimonio, cosas entre mamá y yo.

Me miró fijamente en silencio unos segundos hasta que saltó:

—¡Y una mierda! ¿Cosas de adultos? Vosotros no os habéis separado, te has largado de casa un puto mes sin ni siquiera despedirte de mí. ¿Pero de qué coño va todo esto?

—Habla bien Ariadna.

—No estás en situación de darme sermones papá.

Mi hija tenía toda la razón, así que lo único que pude hacer fue bajar la cabeza. Le respondía evasivas mirando al suelo, completamente avergonzado, hasta que finalmente la agarré con los ojos y con voz queda le dije:

—Te prometo que te lo contaré todo cariño, pero ahora no.

Ella pareció resignada, pero aceptó la respuesta. Deshizo la maleta poniendo la poca ropa que llevaba en el único armario de la cabaña y me comentó que había venido para quedarse el fin de semana aprovechando que era viernes. Me di cuenta que a sus dieciocho años ya era muy madura, toda una mujer, y yo sentía que le había fallado muchísimo. Nos pusimos los dos ropa cómoda y salimos a andar por el bosque, en tres horas no vimos ni un alma. Cuando regresamos a la cabaña exhaustos de la excursión me puse a preparar la barbacoa para cocinar unas salchichas que había comprado días atrás en el pueblo, mientras que ella, agotada, se durmió en mi cama. Todo parecía estar yendo bien a pesar de las circunstancias cuando a pocos metros de la casa apareció lento un cuatro por cuatro de color negro y aparcó al lado de mi berlina.

Nuevamente pensé que sería algún lugareño pero pronto me di cuenta de que se trataba de otra cosa. Salió del asiento del conductor un tipo enorme enfundado en un traje que le iba ajustado, en perfecto estado de revista. Debería medir un metro noventa, llevaba la cabeza afeitada y una barba de leñador abundante y de color rojizo. Me miró de reojo y fue directo hasta el asiento de atrás, abriéndole la puerta servicialmente a su pasajero. Cuando estuve de espaldas a mí pude ver que en el cogote llevaba tatuado un ojo, aquello me heló la sangre. Con alguna dificultad y la ayuda del mastodonte salió un pequeño anciano del coche. Debería tener unos ochenta años sino más, iba vestido muy elegante y portaba un bastón. Desde aquella posición me hicieron una señal para que me acercara, pensé en ir armado con algún utensilio de la barbacoa, pero me di cuenta que aquello sería demasiado obvio, así que fui sin más.

—Buenos días señor Castela—. Dijo el menudo anciano.

Me los quedé mirando unos segundos, era evidente que el tipo grande era el chófer y seguramente guardaespaldas de tan arrugado personaje. El anciano tenía los ojos casi sin vida, una postura encorvada y la piel más arrugada que he visto jamás. Me fijé en su bastón, la empuñadura era un lobo tallado en bronce. Finalmente respondí.

—Buenos días, ¿qué desean?

—Vaya, vaya doctor, va usted al grano. Verá, soy un hermano tuyo, un miembro de La Caverna, uno importante si me permite la inmodestia.

—Eso ya lo había deducido yo solo, pero gracias por la aclaración. Lo dicho, ¿qué desean? No tengo el día para sermones hoy.

—Iré al grano—. Dijo el anciano visiblemente molesto por mis palabras.

—En primer lugar felicitarle, es usted un miembro con un gran futuro, está pasando todas las fases más rápido de lo que podíamos imaginar. También decirle que estoy algo molesto con usted, en nuestra organización nos gusta compartirlo todo, especialmente ciertos asuntos. Es una lástima que decidiera no explicar en la página web sus avances con su esposa.

Mi miedo crecía, no tenía ni idea de cómo podían saber aquello.

—¿Cómo ha conseguido Enrique enterarse de lo que pasa dentro de mi casa?

El anciano rio antes de contestar.

—¿Enrique? No me haga reír señor Castela, sabe usted tan bien como yo que Enrique no es más que un soldado. ¡Uno bueno sin duda!, no me malinterprete, pero nuestra organización es más poderosa de lo que imagina, nosotros lo sabemos todo acerca de nuestros queridos miembros.

Me creí aquella afirmación, empecé a sudar y tener miedo pero intenté que no se notara.

—Disculpe la insistencia pero…¿qué quieren?

—De acuerdo doctor, sigo explicándome. Sabemos que su hija está aquí con usted, debe estar a punto de despertarse así que iré, ahora sí, al grano. Usted debe dar el paso definitivo para consolidarse en nuestro club. Usted debe acostarse con su hija. No hace falta que la fuerce si no es preciso, eso lo dejo según sus habilidades.

En aquel momento ardía de rabia por dentro mientras aquel repugnante ser seguía con su explicación sin dejar de acariciar la empuñadura de su bastón.

—Le damos mucha importancia a las relaciones filiales sinceramente. Solo hace falta saber un poco de historia, se crearon grandes imperios construidos con la unión de hermanos, de madres e hijos de…de padres e hijas. Deber hacerlo, y después de esto le prometo que nunca más se le pedirá nada.

No pude controlar mi ira y lancé un puñetazo con todas mis fuerzas en dirección a aquella decrépita cara pero el gorila trajeado que tenía al lado lo interceptó sin la menor dificultad, aprovechando el mismo movimiento para hacerme una llave de brazo que me dejó postrado de rodillas en el suelo. Aquello dolió.

—¡Arrrggggg!

—Es usted muy previsible doctor, no se preocupe, no se lo tendré en cuenta es parte del proceso. Voy a terminar ya mi exposición. Usted debe acostarse con su hija o sino deberá entregárnosla, y le aseguro que lo que le haremos nosotros será mucho peor. Debo avisarle de que no he venido solo y que no soy famoso por mi paciencia. ¡Hágalo! Demuestre que se ha convertido en un cazador, ¡en un lobo! Hágalo y nunca más se le pedirá nada.

Seguía inmovilizado por aquel armario que me retorcía el brazo mientras oía toda aquella locura.

—No sabe la envidia que me da doctor, la primera vez que uno yace con su hija siempre es la mejor. No le distraigo más, no tiene mucho tiempo.

El hombretón me soltó apartándome varios metros de su protegido, le ayudó a meterse en el coche, volvió a su asiento de conductor y desaparecieron del lugar entre una pequeña nube de polvo. Yo tenía las pulsaciones a mil por hora, aquella salvajada iba en serio, no me cabía la menor duda. Volví a la cabaña rápidamente y vi como mi hija ni siquiera se había despertado, la miré un rato aliviado porque estuviera bien y seguí con la barbacoa con la cabeza completamente bloqueada por aquella nueva orden que había recibido.

Comimos las salchichas casi en silencio, Ariadna tenía mucha hambre después de la caminata matutina, y yo todo lo contrario, aquel vejestorio me había cerrado el estómago. Me fijé en mi hija, me recordaba tanto a mi esposa cuando nos conocimos. Era guapísima de cara y su cuerpo aunque aún era algo aniñado estaba seguro de que llamaba la atención de cualquier chico. No era lo suficientemente ingenuo como para pensar que había llegado virgen a la mayoría de edad. Medía un metro sesenta y ocho y era muy delgada, unos cincuenta y pocos kilos. Al igual que su madre sus pechos eran pequeños, quizás incluso más, su cintura era estrechísima y sus piernas eran largas y bonitas. También al igual que Julia había heredado un culo bonito y respingón que seguro había sido la delicia de sus pocos novios conocidos.

No me podía creer que la estuviera viendo de esa manera, intentando ver a la mujer y no a mi niñita. Con el estómago casi vacía saqué una botella de orujo y comencé a beber lentamente a morro, pensé que el alcohol me ayudaría si tomaba la decisión de intentar seducirla. Le serví un vaso a ella, el sabor le pareció muy fuerte.

¿Sería capaz de follarme a mi propia hija?

A pesar del alcohol la respuesta seguía siendo no, así que intenté pensar con calma y me di cuenta que lo más sensato sería huir de aquel lugar y ponerme en contacto con la policía. Salí rápidamente afuera y me dirigí hacia el coche, cuando vi que me habían pinchado las cuatro ruedas, y en el suelo alguien había escrito en la tierra:

HÁGALO

Estaba perdido, era un maldito degenerado, en menuda situación había puesto a mi familia, y todo por un maldito mail. Volví desconsolado a la casa, bebiendo de la botella que aun llevaba en la mano.

—¿Dónde has ido tan rápido?

—Nada hija a ver si el coche estaba bien.

—¿Y lo está?

—Perfectamente.

Seguíamos sentados en la mesa de madera del comedor, que era la única de toda la casa, yo seguía bloqueado delante de aquella situación y el alcohol cada vez fluía más por mis venas.

—Papá…¿me vas a contar ahora que ha pasado con mamá?

—Papá por favor…

Volví a mirar a mi hija, aún iba vestida cómoda para correr, había llegado tan cansada que no había sido capaz de ducharse y cambiarse de ropa. Llevaba un jersey de deporte gris con cremallera y unos leggins negros ajustadísimos donde se marcaba su bonito culo. Su pelo largo y castaño estaba recogido en una cola de caballo. Aunque fuera una chica absolutamente apetecible no me sacaba de la cabeza el que fuera mi hija, no sabía si sería capaz de hacer aquella atrocidad.

—Papá te estoy hablando, cuéntame algo por favor.

—Mira Ariadna ya eres mayorcita, te lo contaré.

Decidí empezar a cruzar líneas, a ver hasta dónde podía llegar.

—Lo que ha pasado es que tu madre y yo no nos entendemos en la cama, me aburro con ella.

Ari se quedó de piedra, nunca le había hablado así.

—Pues sí esa es la verdad, ella es muy sosa en la cama y yo mucho más liberal, y no nos entendemos.

Su cara cada vez era de más sorpresa y confusión, y yo sabía que todo había empezado.

—Vamos hija no me mires así, ¿querías la verdad no? Además seguro que tú me entiendes, con ese cuerpazo que tienes debes haber disfrutado mucho del sexo.

La expresión de mi hija empezó a mutar de la confusión a la indignación.

—¿¡Pero qué coño dices papá!? Creo que has bebido demasiado.

Me levanté de la silla y me dirigí a ella que permanecía sentada, noté como el alcohol me dificultaba incluso el caminar. Me acerqué sonriente hacia Ariadna y lentamente ante su sorpresa le bajé la cremallera del jersey, dejando a la vista un top negro ajustado que marcaba sus pezones y dejaba ver perfectamente que no llevaba sujetador.

—Vamos hija, estas pequeñas tetitas tuyas seguro que ya se lo han pasado en grande. A mí me lo puedes contar.

Mientras le decía eso le acaricié lentamente los pechos. Era increíble, pero mi nivel de depravación había llegado a tal punto que ante aquella situación mi pene reaccionó y se puso erecto.

Ella se levantó de golpe del a silla, su cara ahora mismo era de absoluto terror, parecía completamente paralizada. De pie retrocedió lentamente hasta llegar a la pared donde se quedó inmóvil mirándome. Yo en ningún momento había retirado mis manos de sus escasos pechos, y cada vez los magreaba con más interés.

—No me mires así mi amor, no pasa nada, soy tu padre, está todo bien.

Seguí manoseándole los pechos ante su bloqueo cada vez con más ganas hasta que lentamente bajé una de mis manos hasta su entrepierna y comencé a acariciarle el coño por encima de la ropa.

—La verdad es que no me importaría saber cómo sabes mi vida.

Temblaba de auténtico pavor y su mirada era de una indefensión infinita, pero aun así no se había resistido en ningún momento.

—Papá…¿qué estás haciendo?—. Susurró tan suave que apenas pude oírla.

—No te preocupes por nada hija, está todo bien—. Repetía yo sin parar.

Seguí sobando aquel apetecible cuerpo con delicadeza pero cada vez más excitado, aquel cuerpo que gracias a la edad no tenía ningún fallo. La excitación y el alcohol hicieron que fuera olvidando cada vez más los lazos familiares.

—Qué buena que estás mi amor.

—Papá por favor…—. Volvió a susurrar ella esta vez con una lágrima resbalando por su mejilla.

—No llores cariño, no te haré ningún daño.

Mientras seguía jugando con sus tetas los dedos que tenía depositados encima de su sexo cada vez lo frotaban con más insistencia. Los leggins y su ropa interior eran de tela tan fina que casi podía notar como éstos entraban ligeramente en el orificio de su vagina, aquello reconozco que me excitó muchísimo. Decidí no perder el tiempo aprovechándome de su estado de shock.

La agarré fuertemente por el culo y la acerqué más hacia mí apretando su entrepierna contra el bulto de mi pantalón mientras le decía.

—Mira mi vida, mira como me tienes.

La besé en sus labios inmóviles y en su cuello mientras me restregaba, le di la vuelta y la llevé hasta la mesa de madera que estaba a menos de un metro donde habíamos comido. Me puse detrás suyo e incliné su cuerpo apoyándolo encima de la mesa restregando ahora mi dilatado miembro por encima de su aún cubierto culo.

—Papá…—. Balbuceó ella.

—Shhhhh, ya está mi vida ya está, no te preocupes.

Con su cuerpo en pompa le bajé los leggins hasta las rodillas y seguidamente un finísimo tanga negro que era la última protección de aquel extraordinario culo herencia de los buenos genes de mi esposa. Me quité yo también los pantalones y los calzoncillos liberando mi erecta polla. La agarré fuertemente las caderas y con mi pene busqué la entrada de su vagina, después de ayudarme un poco a colocarme con la mano conseguí penetrarla de un empujón.

—¡Ahhhh, ahhhh, para por favor para!

Ariadna gimió de dolor y por primera vez me pidió que parase con una fuerte exclamación, aquel trozo de carne dentro suyo la había atravesado como si fuera un sable.

—Así mi vida así, ya casi estoy cariño.

—¡Ahhh, ahhh, para por favor! ¡Papá por favor!

Sus gemidos y sus quejas pronto se mezclaron con mis gemidos de placer, al final había conseguido excitarme muchísimo. Seguí penetrándola en aquella posición perruna mientras que con mis manos había conseguido alcanzar sus pequeñas tetitas y se las apretaba con cada envestida.

—Ohh sí cariño me encanta, ¡me encanta!

Con aquel movimiento de mete y saca  le golpeaba con mis ingles en sus juveniles nalgas y aquello me estaba poniendo a cien.

—Ohhh sí Ari sí, así, muévete un poquito muévete.

—Ahhh, ahhh, sí mi vida sí.

Ella permanecía quieta a mi merced, llorando tímidamente ante aquella terrible situación mientras que yo seguía cabalgándola sin piedad.

—Te quiero pequeña, esto lo hago por ti, ¡lo hago por ti!

Pocas envestidas después terminé corriéndome entre violentos espasmos, apretando aquella chiquilla violentamente contra le mesa.

—¡¡¡Ohhhhhhhhh, ohhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!

Me separé de ella lentamente, retirando mi pene que la ensartaba como a un pincho moruno, y en cuestión de segundos mi hija se subió el tanga y los leggins y salió corriendo de la cabaña como si hubiera visto al mismísimo Diablo. Quizás lo había hecho…

Pasaron varias horas sin saber nada de ella, yo estaba tumbado en la cama descansando de aquella mezcla de borrachera, mala conciencia y sexo cuando llamaron a la puerta. Abrí a toda velocidad y me encontré delante de mí de nuevo con aquel mastodonte trajeado y el repulsivo anciano.

—Buenas noches señor Castela, es un placer volver a saludarle.

No respondí, no tenía nada que decirles.

—Me alegro de todo corazón que haya decidido hacernos caso, es usted miembro de todo derecho de nuestra sociedad, y como le adelanté esta mañana nunca más se le pedirá nada.

—Sin embargo le invito a que nos acompañe, queremos mostrarle algo doctor.

Sin abrir la boca asentí a la proposición, ¿qué podía perder? Con un poco de suerte me esperaba un disparo en la nuca, aquello sería un alivio a mi triste vida. No era un lobo, era un perro, y merecía ser sacrificado. Les acompañé hacia el interior del bosque, seguí a aquel vikingo que protegía aquel viejo que andaba patosamente entre la maleza.

—Debéis disculparme, me temo que mi precario estado de salud nos retrasará un poco, mea culpa.

Después de un buen rato llegamos hasta una pequeña iglesia que tenía claros signos de abandono.

—¡Aquí está!—. Exclamó aquel repugnante ser.

En una de las paredes rezaba:

Hace mucho que Dios no gobierna por aquí.

Ni siquiera aquella afirmación me asustó, después de las últimas semanas tenía más que perder rindiéndole cuentas a Dios que al mismísimo Satanás. Entramos por una portezuela de madera, lo que me deparaba aquel lúgubre lugar era realmente dantesco.

En el centro de la sala de piedra iluminada solamente por velas se encontraba mi hija, tenía la mirada completamente perdida mientras estirada completamente desnuda encima de un corpulento hombre éste la penetraba vaginalmente. A su vez tumbado encima de su espalda otro desarrapado se la estaba follando analmente, rápidamente me di cuenta que el sujeto no se trataba de otro que de Enrique, que al verme sonrió y siguió envistiendo aún más violentamente.

—No se preocupe doctor, ella está completamente drogada, no nota nada. Es más, no recordará nada de lo que hoy ha pasado aquí, probablemente jamás sabrá que alguna vez vino hasta Galicia en busca de su adorado padre. Le hemos suministrado un fármaco de la familia del rohypnol mucho más potente incluso.

En aquella oscura sala observaban atentos tres hombres más, de distintas edades y complexión, desnudos no sé si esperando su turno o después de haber participado.

—Comprenderá que el culo de su hija doctor, era demasiado apetecible para dejarlo escapar, ¿verdad?

Aquellos tipejos siguieron disfrutando un rato más hasta que se corrieron dentro del aniñado cuerpo de mi pequeña entre grandes gemidos.

—Como ya le he comentado mi querido amigo, ella no recordará absolutamente nada. Nosotros hemos terminado con ella, ahora usted es libre de decidir si prueba los placeres del virginal…bien, ya no tan virginal culo de su querida hija, o nos la llevamos para que descanse.

Ni siquiera me lo pensé, me acerque hasta ella que permanecía inmóvil en el suelo, me desvestí de cintura para abajo y colocando mi miembro en la entrada de su culo la penetré perdiendo la poca humanidad que aún me quedaba.

FIN