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Mi problema se convirtió en el de mi madre

en Amor filial

Mi nombre es Juan Carlos, y tengo un problema. Aunque éste os puede parecer una estupidez os puedo asegurar que en absoluto lo es. Soy un chico normal de dieciocho años, atlético ya que hago mucho deporte y posiblemente bastante bien parecido, pero mi problema es mi pene. A mi edad tengo ya un pene de 22 cm. en erección. Una vez fui al médico por mi cuenta, y esto se considera un macro pene, con los años sabré si es una enfermedad llamada macrofalosomía aunque a priori parece que simplemente tengo la desgracia de ser muy dotado. Además de largo éste es muy grueso y duro. Os parecerá divertido pero no lo es en, todo lo que los hombres creen sobre el tamaño del pene o lo que el porno nos cuenta es una absoluta mentira.

En mi vida tuve una relación en el colegio con una chica que además era mi mejor amiga. Empezamos a salir a los trece años y a los quince casi dieciséis le confesé mi afección. Afección que ya me había privado de hacer deporte con mis amigos o de ir con mucho cuidado en los típicos campamentos para que no lo vieran y acabaran haciendo comentarios o incluso burlándose de mí. Ana, mi primera novia, no le dio demasiada importancia y me dijo que no me preocupara, que la primera vez que lo hiciéramos iríamos con mucho cuidado y ya está. Estuvimos un año intentándolo y siempre fue imposible, el tamaño era demasiado y mucho más para una pobre niña de dieciséis/diecisiete años que era virgen. Aquello después de un año de masturbaciones mutuas, culilingus y mamadas acabó con el noviazgo, cada vez más agobiados por nuestro problema sexual. La verdad es que no se lo recrimino, ya que además todo aquello agrío un poco mi carácter.

Este último año de colegio he tenido otra relación con otra chica más mayor de fuera del colegio, pero ha pasado exactamente lo mismo, solo que ella aun tuvo menos paciencia. La humillación me está afectando mucho sinceramente. Finalmente solo puedo deciros que a mis dieciocho años solo he tenido una relación sexual completa con una prostituta, a la que tuve que avisar previamente y me acabó cobrando el doble. Incluso con una profesional fue complicado, ni vaselinas ni toqueteos parecían ser suficiente para que aquello entrara.

Es complicado tener relaciones en las que la penetración no es factible, o simplemente las chicas se asustan al ver tu miembro, y a estas edades es difícil vivir a base de pajas. Deciros que tampoco soy muy fan de las prostitutas.

¿Qué podía hacer? ¿Estaba condenado a no poder follar nunca o solo pagando?

Lo peor del tema es que cada día estaba más y más caliente, y por consiguiente más y más frustrado. Me podía llegar a hacer hasta tres pajas en un solo día. Nos acercábamos al verano, ya había terminado el último curso de colegio y estaba teniendo las peores vacaciones de mi vida. Sin novia, sin ganas de quedar con los amigos, sin planes ni ganas de hacer algo en verano, cada día estaba más triste. Me pasaba el día por casa mirando series, y masturbándome a la mínima oportunidad. Todo siguió igual hasta que un día pasó algo…

Estaba en el salón del pequeño piso en el que vivo solo con mi madre, ya que mis padres están separados y soy hijo único. Ya empezaba a hacer calor así que estaba vestido únicamente con una camiseta vieja y unos calzoncillos. Estirado en el sofá veía una serie que tenía grabada mientras mi madre limpiaba aquí y allá y no paraba de darme la lata. Llevaba días preguntándome que si me pasaba algo, que si estaba deprimido, que si no tenía ganas de salir, bla bla bla. Yo apenas le hacía caso la verdad, concentrado en mi serie y sin muchas ganas de hablar. Empezó a limpiar una librería que estaba al lado del televisor, con su trapo y sus líquidos de limpieza, y entonces pasó algo que jamás me había pasado por la cabeza. Vi a mi madre y por primera vez me excité.

Ella es una mujer muy normal, de cuarenta y cinco años y con algún kilito de más. Mide un metro sesenta y tres y debe pesar unos sesenta kilos. Es muy morena, tanto de piel como de pelo, éste que  lleva siempre largo, cuando está en casa normalmente recogido en una coleta. Tiene un culo grande y redondo, unas piernas algo amplias también sin exagerar, y algo de tripita como tantas mujeres a su edad. De cara es guapa, y su mejor cualidad seguramente serían los pechos, ¡que son enormes! Los típicos pechos de madre que ha tenido varios hijos, y eso que soy hijo único. Son muy grandes y algo caídos por los años pero sin duda su mejor atributo en cuanto a físico.

Mientras limpiaba la librería me di cuenta que llevaba puesto el típico vestido, si me lo permitís, de chacha. Blanco aunque ya no mucho por los usos y el tiempo, y algo corto. Ella se agachaba para limpiar mejor, y se ponía “en pompa” para llegar a todos los rincones del mueble mientras no dejaba de interrogarme sobre mi estado de ánimo, pero yo en lo único que me fijaba es que haciendo aquellas posturas imposibles su culo grandecito y redondo asomaba por debajo del vestido dejándome ver unas braguitas negras y mostrándome unas algo gruesas pero cada vez más apetecibles piernas. Aquella imagen sorprendentemente me estaba poniendo a cien.

—Hijo ya sé que soy muy pesada pero de verdad que últimamente te noto muy tristón, estoy segura de que te pasa algo y no me lo quieres contar. ¿Sabes que a mí me puedes contar cualquier cosa verdad?

Ella no paraba de preguntar y de intentar hablar conmigo mientras seguía con la faena de limpiar el mueble, y yo ya no prestaba ninguna atención a la televisión y me fijaba únicamente en aquel culo que se asomaba tímido bajo el vestido.

—De verdad Juan, cualquier cosa que necesites decirme no lo dudes, que las madres estamos para ayudar a nuestros hijos. ¿Te da quizás miedo empezar la universidad? ¿O tiene que ver con alguna chica?

Ella seguía cotorreando y yo noté que la erección empezaba a ser más que notable, incluso salía del bóxer en dirección a mi ombligo.

—Hijo por favor dime algo.

 Yo no podía articular palabra, estaba sorprendido y excitado a partes iguales, no entendía nada de todo aquello, ¿tan caliente estaba que ya no se salvaba ni mi propia madre de mis fantasías?

Siguió un rato apurando aquel mueble y mi pene ya estaba en plenas dimensiones, la mitad tapado por el calzoncillo y la otra mitad pegado a mi vientre ocultado por mi camiseta. Para disimular decidí coger un cojín y taparme la zona. Allí estirado y excitado en aquel sofá, y tapando mis partes nobles seguía yo sin entender nada, cuando mi madre decidió que la librería ya estaba suficientemente reluciente, se dio la vuelta y vino directa hacia mí. Se puso de rodillas en el suelo ya que mi metro ochenta de estatura ocupaba todo el sofá y justo en frente de mí siguió hablándome mientras me acariciaba el pelo.

—¿Es qué no oyes dada de lo que te estoy diciendo cariño? Llevas muchos días así y yo ya no sé qué puedo hacer.

El tono de su voz era tierno y dulce, pero yo seguía un poco en shock, ahora con mi madre de rodillas en el suelo acercándose para hablar conmigo en lo único que podía fijarme era en el espléndido escote que lucía, aquel pequeño vestido de estar por casa apenas podía contener aquellos enormes pechos que parecían estar deseando ser liberados. Apretujados allí dentro lucían apetecibles y sensuales, y dejaban ver también parte del sostén negro a juego con las braguitas.

—Hijo basta ya mi amor, dime algo aunque sea que me calle.

—No me pasa nada mamá. Conseguí decir con obvia poca convicción.

—Vamos a mí no me engañas, soy tu madre, y sea lo que sea lo entenderé.

Yo era incapaz de mirarle a su bonitos ojos castaños o a su dulce cara, la verdad es que estaba hipnotizado por aquellos prisioneros pechos, me sorprendió que ella ni se diera cuenta del descarado repaso al que la estaba sometiendo. No sabía cómo salir de aquella situación, suponía que sí seguía con evasivas ella acabaría por cansarme y dejarme en paz, pero a la ve mi secreto, el secreto que ni siquiera mi madre había sospechado nunca, me estaba martirizando hasta extremos enfermizos. Teniendo mi polla ya a punto de reventar dentro de la ropa decidí confesar, quité el cojín, me bajé los calzoncillos y le dije:

—¿Lo ves? ¡Esto es lo que me pasa! ¡Esto! ¡Es una monstruosidad! ¡No consigo que me dure ninguna relación por culpa de esta cosa enorme!

Mi voz sonaba temblorosa a punto de quebrarse, de pasar al llanto, mientras que mi pene estaba libre luciendo sus 22 cm. Mi madre hizo la cara de sorpresa más bestia que jamás he visto en nadie, aquello la había superado por completo, ni una madre estaba preparada para semejante revelación.

—Pero hijo…balbuceó.

—No digas nada mamá, cualquier cosa que me puedas decir ya la sé, ¿por qué te crees que todas mis novias me acaban dejando? Con esto no se puede llevar una vida normal. Nadie nunca querrá estar conmigo.

Ella no era capaz de decirme nada, no sé si en aquel momento reflexionaba sobre el tamaño o se preguntaba el porqué de mi erección, pero se había quedado paralizada completamente mientras que yo seguía con mis quejas y mis lamentos, contándole lo horroroso que era tener un miembro tan grande. Incluso decidí entrar en detalles de mis relaciones, del dolor que sentían mis ex novias al intentar penetrarlas, de mis fracasos. Le hablaba sobre que todo había sido muy difícil, de que así no podía vivir y de todo lo que llevaba guardando tanto tiempo.

—Hijo no sé qué decir, seguro que no es para tanto, que encontrarás la persona.

La paré en seco y casi como que le eché la bronca, que si no me escuchaba, que no me entendía, que lo había intentado todo y ella pobre no sabía qué hacer ni que decirme, estaba mucho más preocupada que avergonzada por la escena. Mientras seguían mis explicaciones aquel pedazo de carne no había retrocedido ni un centímetro, y lejos de pasarse mi excitación parecía que, incomprensiblemente, cada vez iba a más. Aquí es donde definitivamente perdí la cabeza.

Me senté en el sofá, estaba tan nervioso que sentía los latidos de mi corazón, cogí la mano de mi madre y se la acerqué a mi polla hasta que llegó a tocarla. Ella se me quedó mirando con ojos como platos y antes de que dijera nada, comencé a moverle la mano restregándomela por mi miembro mientras le decía:

—¿De verdad quieres hacer algo por mí mamá, estás segura? ¿Sabes lo cansado que estoy de tener que hacerme pajas solo en mi habitación porque a las chicas les repelo?

Ella estaba absolutamente desconcertada con todo aquello, los secesos habían ido pasando tan rápido que mientras aún no había conseguido asimilar mi problema se había encontrado con su mano en la polla de su propio hijo. Yo se la restregaba por todo aquello sin que ella hiciera ningún movimiento de ningún tipo, tan solo dejaba la mano muerta y ni me ayudaba ni se resistía, supongo que decidiendo cual era la mejor solución, o simplemente paralizada por el desconcierto.

—Mamá por favor ayúdame aunque sea sólo por esta vez, ya no puedo más.

Ella me miró fijamente con aquellos preciosos ojos llenos de ternura, que enseguida me hicieron ver que entendía lo que le estaba pidiendo, y sin mediar palabra tomó el control de su mano y me agarró mi enorme polla con delicadeza. Comenzó a bajarla y subirla con delicadeza mientras yo no podía reprimir algún pequeño gemido. Siguió así un minuto aumentando poco a poco la velocidad y contundencia de sus movimientos, incapaz ahora de mirarme a la cara por la vergüenza supongo, y yo estaba disfrutando de aquello como nunca.

—Oh sí mamá, así, mmm, gracias, gracias mamá.

Ella seguía con aquello mientras pasaba del suelo a sentarse en el sofá a mi lado, momento que yo decidí jugarme el todo por el todo y empecé a manosearle sus increíbles tetas. En ningún momento me paró aunque obviamente no podía estar más incómoda y mientras seguía haciéndome aquella deliciosa paja yo la sobaba con todas mis ganas aquel par de monumentos. Le cogía el escote e intentaba abrirlo más para tenerlas más expuestas aún, e incluso conseguí colar una de mis manos por dentro del sostén y así acariciarle el pezón sin ropa por el medio. Así seguimos un rato ante mi sorpresa de que mi madre no se resistiera a nada, hasta que decidí seguir explorando mis límites. Le agarré la mano que tenía masturbándome y la detuve mientras le decía:

—Mamá la verdad es que estoy harto de pajas, esto ya me lo puedo hacer yo mismo.

Me miró fijamente algo asustada por aquella frase, pero yo enseguida la cogí con delicadeza por la nuca, y sin forzarla le fui bajando lentamente la cabeza hasta colocar su boca en frente de mi glande.

—Por favor mamá, te quiero.

Sin especificarle que quería la situación estaba más que clara, y después de empujarle un poco con la punta de mi polla en la boca ésta cedió y se metió todo lo que le cupo dentro. Con delicadeza le ayudé a hacer el movimiento de la mamada con mi mano aun depositada en su pelo y poco a poco se fue animando.

—Ohhh, así mamá, eso es, eso es mamá, ohhh.

No podía creerme todo lo que estaba pasando, en dieciocho años ni siquiera en mis más retorcidos sueños había pensado en algo así, mi madre me estaba haciendo una mamada y yo estaba tan excitado que notaba que estaba a punto de explotar.. Ella dándose cuenta que apenas un tercio de mi polla le cabía en la boca, forzadísima por el diámetro de ésta, volvió a acercar una de sus manos y mientras me la chupaba se ayudó con ella para seguir pajeándome. Yo con un trozo en su boca y otro en su mano no podía estar más en la gloria.

—Glup, glup, glup.

Se estaba portando como una auténtica profesional, y creo que por primera vez en mucho tiempo, aunque contrariado me sentía feliz. Siguió así durante pocos minutos, mi excitación era demasiado grande ya para disfrutar de aquello más tiempo, así que entre enormes gemidos y espasmos me corrí dentro de aquella dulce boca materna, llenándola por completo de mi leche caliente. Ella enseguida se apartó la cara de aquello entre arcadas y yo aproveche para agradecerle todo entre suspiros.

—De nada hijo.

Después de aquello me fui directo a la ducha, para limpiarme en todos los sentidos, para aclarar mis ideas. ¿Cómo debía actuar a partir de ahora? ¿Esto iba a cambiar la relación con mi madre? Suponía que ahora el ambiente estaría enrarecido, incluso distante, y no tenía ni idea de cómo debía actuar. Por suerte mi madre era una persona maravillosa, y ella actuó como si nada hubiera pasado, tan simpática y cariñosa conmigo como siempre. Al poco rato cenamos y aunque yo me sentía muy extraño y estaba muy retraído ella actuó como siempre, haciéndolo todo muchísimo más fácil. Después de cenar me tumbé un rato en mi cuarto viendo el pequeño televisor que allí tenía, aunque realmente no podía dejar de pensar en todo aquello. Sobre las diez mi madre irrumpió en mi cuarto, me dio un beso en la mejilla y me dio las buenas noches, en pocas palabras hizo lo que siempre hacía. Siempre se había ido a la cama prontito a escuchar la radio para ir cogiendo sueño, y siempre me daba las buenas noches.

Estuve hasta las once dándole vueltas hasta que el recuerdo de lo sucedió en la tarde lejos de seguir siendo un dilema moral se convirtió en un round dos de excitación. En un momento ya notaba mi polla presionando el pantalón del pijama, parecía mentira como podía estar tan grande después de haber tenido una monumental corrida hacía unas horas. Pensé en pajearme, pero es juro que ya aquello me aborrecía más que otra cosa. Después de reflexionarlo unos momentos, me di cuenta que solo tenía una oportunidad para superar mi problema.

Fui hasta el cuarto de mi madre completamente desnudo y excitado, abrí lentamente la puerta  y allí la vi, destapada al no hacer frío y tapada con un camisón azul claro como solía dormir siempre, alumbrada por una pequeña luz que tenía en su mesita de noche. Solo verla mie fijé en sus piernas, su escote, ¡todo! Daba igual que ropa se pusiera, siempre lucía un precioso escote, y ahora al imaginarme sus tetas sin la protección del sostén aún se me hacían más apetecibles. Ella enseguida me miró sorprendida, pero al verme allí desnudo creo que enseguida entendió que venía a por más.

No le dejé tiempo a decir ni una palabra cuando me abalancé sobre ella. Cuando se dio cuenta yo ya estaba encima, con mi polla empujando por encima del camisón y mis manos sobándole aquellos pechos solo protegidos por un fino camisón. Ella ni siquiera me preguntó nada, sabía de sobras a que venía, y yo comencé a meterle mano sin contemplaciones. Le subí el camisón por la cintura mientras que con mi polla le apretaba la vagina tapada por sus finas braguitas negras, mientras que con las manos le sobaba todo lo que podía, las tetas, el culo, el coño…

—Mmm, mamá que buena estás, te quiero, te quiero mamá.

Ella no decía nada, estaba allí con una actitud completamente sumisa, y yo estaba excitadísimo. Le quité el camisón del todo y vi aquellos enormes pechos, algo caídos sin la ayuda del sostén, pero apetecibles como no conocía nada. Se los magreaba y mordisqueaba cegado por la pasión, mientras que con una mano le frotaba el coño por encima de las braguitas. Finalmente le quité lentamente las braguitas mientras me recreaba la vista con aquel cuerpo sumiso a mí. Me sorprendió ver que llevaba el vello púbico bastante arreglado aunque por supuesto no rasurado.

—Oh si mamá gracias, gracias de verdad.

Coloqué mi enorme polla en la entrada de su vagina, y empecé a empujar convencido de conseguir penetrarla, mientras que con las manos le agarraba fuertemente el culo para poder hacer aún más fuerza.

Ella ni siquiera con aquello se resistió o se quejó, pero empezó a dar pequeños gemidos de dolor. Yo intentaba penetrarla con todas mis fuerzas pero no había manera, aunque tenía la polla completamente lubricada por la excitación, aquel monstruo no quería entrar como solía pasarme. Apretaba con todas mis fuerzas entre gemidos de ambos, la embestía con furor pero no conseguía que entrase aquel glande que parecía una bola de billar.

—Ahhh, ahhh, vamos mamá, vamos mamá tu puedes.

Ella aunque ponía de su parte e intentaba no quejarse cada vez gemía más de dolor y yo ya comenzaba a frustrarme. Al poco rato me detuve y me tumbé agotado encima suyo. Ella no se atrevía a decirme nada, creo que desde que había entrado en aquel cuarto no había dicho ni una sola palabra, pero mi madre hablaba con los ojos, y estos casi me pedían perdón. Yo no quería darme por vencido, estaba demasiado excitado, así que la cogí por las caderas y le di la vuelta con delicadeza. La puse a cuatro patas mientras  le pedía que me dejase probar en así. Ella se dejaba hacer obediente. Con mi madre en posición de perro y yo detrás de rodillas creo que mi excitación se triplicó con la visión. Tenía el culo grande pero mucho más bonito de lo que imaginaba, aquella postura lo hacía redondo, duro y bonito. A ojo diría que sus medidas eran 110-68-72 o algo por el estilo. A pesar de sus pocos kilitos de más cada vez me parecía que era más apetecible, casi me parecía mejor que la típica niñita esquelética a la que estaba acostumbrado.

—Oh sí que buena que estás mamá.

La agarré fuerte por las caderas y volví a colocar mi miembro en la entrada de su coño, y volví a empujar y a empujar sin parar, cada vez con más fuerza y cada vez más excitado.

—Arggg, ahhh, vamos, vamos…

Seguí intentándolo mientras desde atrás podía ver aquellas enormes tetas caer por el efecto de la gravedad sobre la cama, y su bonita espalda. Con una de mis manos me acerqué dese la cadera a su vagina e intenté ayudarme con los dedos a ver si conseguía penetrarla mientras ella cada vez emitía más quejidos. Parecía todo perdido cuando aquel agujero comenzó a ceder y lentamente entro mi glande, como el cuchillo que atraviesa la carne. Aquello me excitó tanto que casi me corro al instante, pero conseguí retenerme. Poco a poco entro buena parte de mi enorme pene, que sentía completamente presionado y prisionero dentro de aquella estrecha cueva, mientras mi madre ya gemía tan fuerte que más bien parecían gritos.

—¡¡Síiii mamá, síiii, eres la mejor, eresl a mejor!!

Aquello era casi un milagro, estaba tan apretujada mi polla que apena podía moverme, pero estaba disfrutando tanto que no podía ni creérmelo. Poco a poco conseguí hacer un tímido bamboleo, meterla y sacarla buscando la tan ansiada fricción, mientras que mis manos habían ido de las caderas a sus tetas y se las apretaba con fuerza a medida que la embestía.

—Síii mamá gracias, gracias, ohhh, ahhh, ahhh, hhhh.

Mis gemidos estaban completamente descontrolados mientras seguía follándome aquella hermosa y santa mujer sin perder ni un segundo en disfrutar de todo su cuerpo, pero lo bueno suele ser breve, y sin previo aviso y aunque intentaba retenerme con todas mis fuerzas me corrí llenando todo su orificio de mi semen tibio. Os aseguro que tuve el orgasmo más increíble de toda mi vida.

Después de aquello me nos estiramos uno al lado del otro con las pulsaciones a mil y la respiración incontrolable, yo la miré con amor, ella con ternura, aunque vi que una lágrima resbalaba por su mejilla debido a todo el dolor soportado.

Mi madre se convirtió en la solución de mi problema.