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El gen del mal

en No Consentido

El gen del mal

Capítulo 1

La definición de psicópata siempre ha sido muy controvertida. Desde luego las creencias populares no han ayudado en absoluto a su entendimiento, reduciendo al mínimo su significado, haciéndolo casi sinónimo de asesino en serie o perturbado. Sobre este tema se han escrito ríos de tinta pero a mi parecer lo más acertado sería decir que un psicópata o persona con actitudes psicopáticas es alguien que tiene ninguna o muy poca empatía o sentimiento de culpa. Personas que crean sus propias normas siendo común que éstas no coincidan con las establecidas. ¿Me convierte esto en un psicópata?, puede que sí.

Lo cierto es que desde niño me ha costado mucho interesarme por las mismas cosas que los demás, nunca he llegado a entender quién y por qué razones establecía los límites. Para mí éstos siempre han sido muy difusos. ¿Tiene algo que ver la genética con esta manera de ser?, ¿el entorno? No puedo responder a esa pregunta, pero lo cierto es que mi hermano gemelo y yo siempre hemos sido muy distintos, o por lo menos eso parece. Es difícil de creer que seamos genéticamente casi idénticos y que hayamos compartido el entorno, esto siempre me ha hecho pensar en los genes o el ADN. Quizás hay algún gen o grupo de genes que convierten a las personas en psicópatas, tan escondidos que son prácticamente imposibles de detectar. No soy médico ni científico, a mis veinte años estudio segundo de ADE igual que mi hermano, pero siempre me ha parecido obvio que algo importante se le escapa a la ciencia.

No sé en qué momento me convertí en lo que soy, ni si mi hermano en realidad esconde lo mismo que yo en su interior, pero de ser así siempre lo ha disimulado mucho mejor. En la escuela nos fijábamos siempre en las mismas chicas, pero ellas se decantaban por el “hermano enrollado”. Lucas no solo era más extrovertido y simpático que yo, sino que su heterocromía, el tener un ojo azul y otro marrón, también lo convertía en el hermano especial. Una mutación genética que lejos de convertirle en un enfermo lo hacía único, incluso teniéndome a mí como hermano gemelo. Era como una versión de mí actualizada y mejorada. Yo solo era el hermano introvertido y callado, con vulgares ojos marrones. A temprana edad me di cuenta de lo que era, aceptando las normas sociales más para evitarme problemas que porque las entendiera, pero ya en la adolescencia la oscuridad fue creciendo dentro de mí.

Aparentemente mi hermano y yo nos interesábamos por las mismas aficiones, aunque la verdad es que yo sentía que debía actuar continuamente para parecer una persona normal. Dicen que los gemelos tienen una conexión muy especial entre sí, que no pueden vivir uno sin el otro. Probablemente ésta era la sensación que dábamos de cara al exterior, pero lo cierto es que mi hermano podría haber muerto agonizando por cualquier circunstancia y yo no habría sentido ni la más mínima pena. Tampoco tenía demasiados celos por su mejor integración social, ni por su éxito con las chicas, era simple aborrecimiento lo que sentía por él. Además solo había una mujer que me interesara de verdad. Dicen que los psicópatas tienen facilidad de palabra y encanto, ¿me descarta esto como uno de ellos?, puede que sí.

Capítulo 2

Lucas y yo vivimos en la parte alta de Barcelona, en un barrio muy tranquilo que casi parece un pequeño pueblecito dentro de la urbe llamado Sarrià. Mis padres se divorciaron cuando éramos pequeños y desde entonces a mi padre lo veíamos solo de vez en cuando, nunca había demostrado mucho interés por nosotros pero siempre había cumplido con lo esperado. A mi hermano aquella situación le entristecía, a mí sinceramente me importaba un bledo. Alguna vez que se nos había llevado de excursión un fin de semana podía notar como la emoción y alegría salían por todos los poros de Lucas, siendo para mí una aburrida obligación.

Mi madre había sido siempre la encargada de educarnos ya que vivíamos con ella. Nos tuvo con tan solo diecisiete años de edad, teniendo ahora treinta y siete. Siempre nos trató igual, con amor, con justicia, sin predilecciones hacia ninguno de los dos y lo cierto es que en veinte años eran contados los problemas que le habíamos causado. Siendo Lucas un optimista nato y yo la persona más tranquila sobre la faz de la tierra siempre se lo habíamos puesto bastante fácil. Muchas veces me pregunté a mí mismo si mi hermano sentía lo mismo que yo hacia ella, pero nuevamente, si así era, lo disimulaba mucho mejor que yo. No recuerdo la primera vez que me masturbé pensando en mi madre, probablemente tendría unos trece años, pero desde entonces se había convertido en una obsesión. Prácticamente era la única cosa en el mundo que me hacía sentir vivo, que me mostraba las sensaciones que tiene cualquier persona normal. Por monstruoso que pueda sonar era la única persona que me hacía vulnerable, capaz de perder el control.

Con dieciocho años decidí alejarme un poco de mi hermano a nivel estético, llevando siempre el pelo algo más largo que él y cambiando mi manera de vestir. Él seguía llevando ropa “skater”, ancha, mientras yo me compraba ropa más formal, pija. No fue una decisión al azar ni una repentina crisis de identidad, era simplemente el inicio de un plan perfectamente elaborado. Como teníamos la costumbre de ir a todas partes juntos, incluso compartíamos habitación en casa y aula en la universidad, decidí buscar también  una afición que sabía seguro que Lucas odiaba. Ésta no era ni más ni menos que el ajedrez, gracias al que conseguí un poco de intimidad, necesaria para seguir elaborando mi jugada maestra.

Pasaron los meses hasta que con veinte años me di cuenta de que cada vez vivía más al límite, con más problemas para controlarme, para seguir siendo la persona fría y calculadora que era en mi vida diaria. Recuerdo perfectamente como a principios del nuevo curso Lucas y yo estábamos desayunando en la cocina de casa mientras mi madre terminaba de preparar su desayuno de pie frente a la encimera.

—¿A qué hora comenzáis hoy las clases? —preguntaba ella mientras seguía preparándose un bol de cereales con leche, de espaldas a nosotros.

—A las diez —contestaba Lucas con la boca llena de bocadillo, de manera casi ininteligible.

—¡No hables con la boca llena! —le recriminaba mi madre medio en broma.

—Pues no preguntes. —se defendía mi hermano omitiendo la orden.

Mientras ambos seguían con aquella absurda conversación, completamente carente de algún contenido mínimamente interesante, mis ojos estaban clavados en el cuerpo de mi madre. La observaba completamente embobado, casi incapaz de seguir masticando mi sándwich de jamón y queso. Sus treinta y siete años la habían convertido en una mujer incluso más deseable, otorgándole unas formas algo más generosas, convirtiendo su figura en más voluptuosa. Seguía siendo preciosa de cara, con rasgos finos y armónicos y ojos azules, pareciendo que su piel fuera inmune al paso del tiempo, siguiendo ésta tersa y sin arrugas. Llevaba el pelo rubio fuerte tirando a castaño y algo corto, terminando un par de centímetros por encima de los hombros. Sus pechos se habían vuelto con toda seguridad más carnosos con los años, llegando holgadamente a la talla noventa y cinco de sujetador y su cintura seguía siendo delgada con un vientre firme, trabajado con innumerables clases de aeróbic y pilates. Gracias a la pensión de mi padre mi madre solo trabajaba tres días a la semana en una oficina como ayudante del contable, dejándole mucho tiempo libre para sus aficiones y cuidar su cuerpo. Su trasero era respingón y firme, entrenado con esfuerzo y alimentado solo con comida saludable era seguramente uno de sus mejores atributos y a éste le seguía unas piernas delgadas y tonificadas, que lucían sexys ya fuera con calzado plano o tacones.

Aquella mañana estaba especialmente arrebatadora. Llevaba un top blanco bastante corto que dejaba sus riñones al aire y unos leggins negros muy ajustados que acentuaban la forma de cereza de sus despampanantes nalgas. Entre la goma de sus leggins y la camiseta podía observar con claridad desde hacía rato como sobresalía tímidamente la fina tela negra de su tanga. En cualquier otra persona me habría parecido una horterada, pero en la piel de mi madre mi imaginación volaba sin control, provocándome incluso una erección cada vez más difícil de disimular bajo mis pantalones de pinza. Todo tipo de fantasías venían a mi mente, supe entonces que el plan que llevaba tanto tiempo ideando debía ser llevado a término lo antes posible. No podía cometer ningún error, pero era consciente de que tampoco podría reprimirme mucho más.

¿Me convertían mis miradas lascivas en un monstruo?, puede que sí.

Capítulo 3

Las semanas siguientes seguí gestionando lo necesario para mi plan, estudiando fechas en el calendario, diseñando una coartada, haciendo encargos necesarios para tener éxito. Decidí alejarme del barrio y tramitarlo todo por los bajos fondos, en la parte céntrica de la ciudad, el barrio del Raval. No podía dejar ninguna prueba y mi barrio era demasiado familiar para pasar desapercibido. Gracias a las falsas clases de ajedrez que supuestamente recibía en un club de la Ensanche disponía del tiempo y la intimidad necesaria para trabajar, alejado de la garrapata que era mi hermano.

Las semanas siguieron pasando y a medida que se acercaba la fecha elegida notaba mis impulsos más a flor de piel.

No la jodas ahora, Mateo, me decía sin parar.

Era la madrugada de un jueves cuando el insomnio había decidido atacarme con toda su fuerza. Mi hermano llevaba horas roncando como un cerdo mientras yo estaba obsesionado repasando detalle a detalle todos los pasos a seguir. Notando como se acercaba el día señalado parecía que no solo mi mente había decidido no descansar, una enorme erección hacía acto de presencia pidiéndome a gritos ser tratada adecuadamente, exigiéndome su ración de mamá. Primero pensé en aliviarme con la habitual paja ayudada con todo tipo de fantasías filiales, pero notaba como el corazón se me aceleraba y sentía que esta vez no sería suficiente. Oyendo los ronquidos de mi hermano recordé que mi madre también tenía el sueño muy profundo, no eran pocas las veces que había fantaseado con follármela mientras dormía, pero jamás me había atrevido ni siquiera a rozarla mientras descansaba ya fuera en su cama o en el sofá.

Me levanté de la cama y salí a hurtadillas de la habitación sin prender ninguna luz. Ya en el pasillo me dirigí sigilosamente hasta el dormitorio de mi madre. Vi que la puerta estaba ajustada y me alegré, pensé que así podría entrar sin hacer ningún ruido. En el fondo solo necesitaba mirarla unos segundos, si se despertaba le diría cualquier excusa, como que no me siento demasiado bien y no encuentro el termómetro. Entré como un ninja en el cuarto y a pesar de la oscuridad pude ver como dormía tapada con el edredón hasta las orejas, siempre había sido tan friolera como dormilona. Me quedé de pie frente a ella, mirándola fijamente, dejando que mis ojos se acostumbraran a la falta de luz para poder tener más detalle. Sabía que solo estar allí era un error, uno tan grave que podía tirar por la borda el trabajo de muchos meses, pero la excitación que escondía mi pantalón del pijama se había hecho dueña de todo mi ser, convirtiéndome en un animal primitivo, privándome de toda lógica.

Agarré con sumo cuidado el edredón y poco a poco lo fui bajando, destapándola centímetro a centímetro, sufriendo por si el movimiento o el repentino frío la despertaba. Viendo que no era así seguí con la acción hasta llegar a los pies y observando casi la totalidad de su cuerpo tapado solo por un fino camisón negro semitransparente supe que había valido la pena correr el riesgo. Allí estaba ella, medio desnuda, ajena a lo que estaba pasando, al peligro que corría. Intenté ser fuerte y hacer solo una foto mental de su cuerpo para alimentar mis fantasías pero notaba como mi miembro palpitaba ansioso por ser liberado. La prenda de dormir era tan fina que podía verle los pechos a través de ella, ni ésta ni la oscuridad me privaban de tan ansiada visión. Observaba sus pezones rodeados por unas grandes areolas, siendo su sexo la única parte de su anatomía que estaba completamente tapada por unas braguitas negras.

Casi sin darme cuenta bajé el pantalón del pijama lo justo para que mi pene se liberara haciendo acto de presencia como un resorte y lentamente, con muchísima precaución, comencé a subir y bajar el prepucio sin perder de vista el sensual cuerpo de mi madre. Me di cuenta que ya no había excusas válidas, si mi madre abría los ojos y me encontraba a escasos centímetros de ella con la polla en la mano era más que probable que la excusa del termómetro no sirviera, aunque curiosamente sí era completamente cierto el aumento de mi temperatura corporal. Seguí masturbándome lentamente mirando con alternancia sus curvas y sus ojos, atento a cualquier movimiento suyo para guardármela rápidamente dentro del pantalón y ejecutar el plan inicial, probablemente entre lo dormida y la falta de luz tendría unas décimas de segundo para reaccionar, sea como fuere, lo cierto es que ya no podía parar. Continué subiendo y bajando pieles cada vez más rápido, esforzándome por no gemir, notando como se aceleraba mi respiración al tiempo que observaba como por suerte mi madre seguía plácidamente dormida.

Qué buena que estás mamá.

La paja iba rápida, era demasiada la excitación que sentía hasta que sin apenas ser consciente me corrí salpicando de semen toda la parte del camisón que le cubría el vientre, teniendo un orgasmo que hizo temblar todo mi cuerpo.

¡Mierda!

No podía creerme que hubiera llegado a esto sin que mi madre ni siquiera hiciera el mínimo ademán de despertarse, pero pensé que limpiarle la corrida era un riesgo demasiado elevado, así que con sumo cuidado agarré de nuevo el edredón y volví a taparla. Me preguntaba si al día siguiente se daría cuenta, vería los manchurrones en su ropa y caería en la cuenta de lo sucedido, pero pensaba que era poco probable.

¿La obsesión que sentía por mi madre era culpa mía?, puede que no.

Capítulo 4

Pasaron un par de semanas de lo más normal, días en los que me cercioré de que mi madre no hubiera cambiado la actitud hacia mí o su comportamiento en general hasta que me sentí nuevamente a salvo. Sabía que no podía cometer más errores como los de mi última incursión nocturna a su dormitorio y decidí que había llegado el momento de ejecutar mi plan. Como todos los días laborales desayunábamos los tres tranquilamente en la mesa de la cocina cuando dije:

—Mamá, este fin de semana me gustaría irme a Madrid, hacen un intensivo de ajedrez y aprovechando que el fin de semana es largo gracias al puente de la constitución me viene perfecto para asistir.

Antes de que pudiera decir nada ya había sacado el folleto del evento y se lo entregaba para que pudiera echarle un ojo. Éste explicaba claramente las actividades que ofrecía de jueves a domingo.

—He pensado en irme miércoles por la noche para no perderme ninguna de las actividades y volver el domingo por la tarde.

—No sé qué coño le has visto al jueguecito este, a mí me parece aburridísimo —saltaba rápidamente mi hermano.

—Lucas, deja a tu hermano, no te iría mal a ti ejercitar un poco la mente. Menos consola y menos surf y más pensar.

—No, ¡si encima seré yo el raro por culpa del friki este! —se defendía él.

Mi madre siguió mirando el folleto mientras yo me esforzaba más que nunca por poner cara de ilusión.

—Entonces, ¿te parece bien?, necesito saberlo pronto que habiendo cuatro días de fiesta cuanto antes saque los billetes de tren y reserve estancia mucho mejor.

—Claro que me parece bien hijo, ¿necesitas dinero?

—No hace falta, gracias mamá, tengo bastante de lo que me va dando papá de vez en cuando.

—Bueno, aun así antes de que te vayas te daré algo, está muy bien que te hayas aficionado al ajedrez, a ver si te convertimos en un Kasparov.

—Diviértete empollón —me decía Lucas mientras me daba una colleja.

Habría destripado a mi hermano allí mismo y le habría obligado a comerse sus órganos mientras aún viviera, pero llevaba demasiados años metido en el rol del hermano responsable, no era el momento de tirarlo todo por la borda, por muchas ganas que le tuviera al cara de husky.

—Deja de molestar a tu hermano —seguía mi madre con la regañina.

—Al final soy el único que se queda en Barcelona estos días, por su culpa me va a tocar ir solo a ver la nueva película de la Marvel —seguía Lucas.

—Espérame y vamos juntos —contesté disimulando.

—Y una mierda, para cuando llegues ya te habré contado el final —decía él con recochineo.

Esa misma tarde saqué los billetes de AVE y pagué e imprimí las entradas del evento además de alquilar una habitación de hotel los días que supuestamente iba a estar en la capital. Todo debía estar planeado al milímetro. Llegó el miércoles y después de comer preparé la maleta para irme. En ella no podía olvidarme uno de los detalles más importantes, poner algunas prendas de ropa de mi hermano. Cargado con la maleta y el billete de tren en la mano me despedí de mi hermano y de mi madre.

—Adiós hijo, diviértete mucho, ¿cómo vas hasta la estación?

—En taxi mamá, el tren sale en hora y media y ya sabes que soy bastante sufridor con los horarios —contesté dándole un beso en la mejilla.

—¡Mata muchos peones! —me dijo Lucas a modo de despedida mientras chocaba la mano amistosamente conmigo.

Salí de casa y fui directo a la parada de taxis más cercana, me monté en uno y di la dirección de un motel situado en el centro de Barcelona, perdido entre infectas callejuelas del barrio chino, ese era mi verdadero destino. Una vez instalado me miré en el espejo, una malévola sonrisa se apreciaba con claridad en mi rostro, pero no debía cantar victoria, aún faltaban varios flecos por atar. Salí de la pensión y fui directo a buscar el encargo que tiempo atrás había hecho, cuando lo vi supe que éste era perfecto.

Llegó la noche y con ella el aburrimiento, miraba concursos absurdos de la tele cuando me llegó un whatsapp de mi hermano:

“Ya tengo entradas para ir a ver la peli el viernes a las 10, jódete rata de biblioteca”.

Le contesté con algunos de esos ridículos símbolos que te ofrece la aplicación y justo después consulté con mi móvil la duración de la película, 155 minutos, aquellos horteras superhéroes acababan de alegrarme la noche. Me sentía exultante, pero de nuevo mi recurrente insomnio hizo acto de presencia. Me vestí y decidí dar una vuelta nocturna por aquel decadente barrio, para mí era casi como una misión antropológica. Justo delante del motel tres yonquis intentaban dormir entre cartones, pidiéndome de manera automática una limosna al pasar por su lado. En la primera esquina dos mujeres, o posiblemente mujeres, me ofrecían sus servicios con acento africano.

—Chupar veinte follar treinta, vamos guapo tu decir sí, ¡disfrutar mucho!

Seguí poco más de diez minutos por aquellas estrechas calles cuando en otra esquina una de las prostitutas llamó mi atención. Me acerqué a ella y la repasé descaradamente con la mirada, era rubia artificial y debido a los altísimos tacones que llevaba me era imposible especular con su altura. Curiosamente aunque su pelo estaba claramente teñido tenía los ojos azules intensos, habría apostado que naturales. Vestía solo con un sujetador blanco en la parte de arriba, luciendo un generoso busto probablemente operado y una cortísima minifalda rosa que hacía juego con sus zapatos. Sin duda era la profesional más atractiva con la que me había topado aquella noche.

—¿Quieres pasar un buen rato? —me preguntaba ella, alegrándome al comprobar que era española.

—¿Cuánto pides?

—Treinta euros en la pensión de aquí al lado, veinte si quieres hacerlo en la calle —contestaba acercándose insinuante hacia mí.

—Te daré cincuenta si te vienes a mi motel, está solo a dos calles de aquí.

Ella pareció pensárselo, observándome para ver que vibraciones le transmitía, agradecí tener aspecto de no haber roto nunca un plato.

—Ok —dijo a los pocos segundos, agarrándome por el brazo como si fuera mi novia.

Entré en mi motel y me alegré de que la recepcionista ya no estuviera, seguro que aquello no le habría sorprendido lo más mínimo dado el caché del lugar pero no me apetecía tener que soportar miradas inquisitivas. Ya en la habitación me pidió si podía ir al baño mientras se ponía un chicle en la boca.

—Espérame desnudito corazón —me dijo antes de darme la espalda.

Decidí obedecer, desnudándome completamente y esperándola con la cartera en la mano. Cuando salió vino directa hacia mí y antes de que pudiera hacer nada le pregunté sosteniendo cien euros entre los dedos:

—¿Quieres ganarte cien euros?

Casi sin pensármelo me dijo como si fuera el mensaje de un contestador automático:

—No hago griego ni me gusta que me peguen.

Aquella respuesta me hizo gracia, a saber cuantas veces había tenido que decir aquello y la gente con la que estaba acostumbrada a tratar.

—Es mucho más fácil que eso, y menos doloroso —le dije sonriente.

No dijo nada, simplemente esperó a que siguiera con la explicación.

—Solo quiero que te hagas pasar por mi madre.

Por su cara de incredulidad al oír mi propuesta me di cuenta de que no era algo demasiado habitual, sus ojos me miraban abiertos como platos.

—Solo eso, te quiero hijo, muy bien hijo, etcétera. Haz eso por mí y tendrás cien euros.

Se recompuso rápidamente, su espíritu mercantil ganó fácil a su sorpresa y arrancándome el dinero de entre las yemas volvió a contestarme con un:

—Ok.

—Ah, y una cosa más, todo con preservativo por favor.

Sonrió ante aquella petición, acercó su cuerpo contra el mío y apretando sus pechos contra mí comenzó a mordisquearme el cuello mientras me susurraba:

—Así me gusta, un chico sano.

Siguió acariciándome por todas partes lentamente, con sensualidad, deshaciéndose enseguida de su sostén y mostrándome unos grandes y definitivamente operados senos, restregando sus nalgas contra mi falo.

—Deja que mami te cuide un poco hijito —me decía con voz queda mientras continuaba restregándose como una gatita en celo.

Al ver que mi instrumento empezaba a reaccionar me sentó con cuidado en el borde de la cama y poniéndose de rodillas siguió besándome por el vientre y las ingles, rozándome con su pelo y sus mejillas para después incorporarse un poco y frotarme con sus mamas por lo que ya era una notable erección.

—Que durita que la tienes hijo mío, creo que tu cosita está pidiendo un poquito de amor.

De su escasa falda sacó un preservativo, lo abrió con destreza y se lo puso en la boca, me agarró el mástil por la base y acercando sus labios hasta mi glande me colocó el condón aún con más habilidad aún, aprovechando el mismo movimiento para empezar una felación.

—Mmm, mmm, mmm —gemía a medida que se metía y sacaba el sable de la boca, cada vez más hondo y más rápido.

Notaba como su lengua recorría todo mi cipote, haciendo gala de su profesionalidad, ni el látex me privaba de sentir un gran placer con aquellas maniobras.

—Cómo me pones hijito mío —me dijo sacándosela de la boca y empujándome con delicadeza, tumbándome en la cama.

Se puso un instante de pie y se deshizo de la minifalda y la ropa interior con gran facilidad, mostrándome su cuerpo desnudo, con el sexo completamente rasurado.

—¿Te gusta lo que ves?, ¿a qué está buena tu mamá?

Sin darme tiempo a reaccionar se tumbó encima de mí, restregándome toda su anatomía nuevamente por el cuerpo mientras que yo me dejaba hacer totalmente pasivo pero disfrutando de aquella experiencia.

—¿No quieres acariciar a tu mami? —me preguntaba mientras me agarraba una mano y la llevaba hasta su firme trasero.

—Mami necesita un poco de amor.

Mientras me animaba a sobarle un poco el cuerpo pensaba que aquella había sido una gran idea, aunque su interpretación era bastante lamentable lo cierto es que estaba cachondo como hacía mucho tiempo que no recordaba. Sin decir nada más me agarró la polla y acomodando la punta en la entrada de su vagina se la metió de un empujón.

—¡Oh sí!, ¡mami quiere follar! —gritaba mientras empezaba a cabalgarme con fuerza desde el principio, metiéndose y sacándose mi miembro a gran velocidad.

—¡Fóllame hijo, fóllame!

Las embestidas eran cada vez más fuertes mientras yo le agarraba con fuerza las nalgas, observando el escaso movimiento de sus operadas mamas al son de las penetraciones. Sentía mis testículos rebotar contra su culo, sus nalgas golpeando las mías cuando sin poder aguantar más terminé corriéndome entre fuertes espasmos, gimiendo con fuerza aunque intentase controlarme.

—¡Así me gusta mi niñito guapo! —me decía la prostituta mientras terminaba de ordeñarme con controlados y lentos movimientos, dejándome exhausto tumbado en aquella cama.

Salió de encima y volvió al baño para asearse mientras yo recuperaba el aliento, al rato volvió y comenzó a vestirse con su escaso uniforme de trabajo mientras me preguntaba:

—¿Te ha gustado?, ¿lo he hecho bien? La verdad es que nunca me habían pedido nada semejante, ¿cómo es que tenías esta fantasía?

Aborrecido me incorporé, le alcancé su bolso que estaba apoyado en el suelo y le dije autoritariamente:

—Ya puedes irte, gracias.

Ella pareció indignada y después de ponerse los tacones abandonó mi habitación sin despedirse, haciéndose la ofendida. Pensé que solo me faltaba a mí confraternizar con una puta.

¿Me convertía esto en un enfermo?, puede que sí.

Capítulo 5

Por fin llegó el viernes, pensé que el jueves nunca terminaría. Aquel era el día elegido para llevar a cabo mi plan, era todo o nada. Sobre las siete de la tarde empecé a prepararme. Primero me vestí con la ropa de mi hermano y estuve un buen rato mirándome en el espejo. Aquella camiseta de surfista y los pantalones anchos acompañados de unas zapatillas deportivas con lengüeta grande y medio desabrochadas me acercaban de por sí mucho a su estética. Luego vino una de las partes complicadas, me recogí el pelo con pequeños clips para disimular que éste era más largo que el suyo y acabé poniéndome una gorra de los New York Yankees para terminar de camuflar las diferencias. Estuve otro rato mirándome en el espejo, viendo el efecto, aquello era vital, no podía volver después de solo cuatro días con el pelo más corto, habría sido muy raro. Me convenció el efecto y pasé al momento final, de una bolsa saqué mi encargo especial, un estuche con lentillas azules. Me puse una de ellas en el ojo izquierdo con cierta dificultad, aunque había estado ensayando no me acostumbraba a ese cuerpo extraño en mi córnea. Me miré en el espejó y…¡tachán!, un ojo de cada color, Mateo había pasado a convertirse en Lucas a todos los efectos. Era muy importante que recordara no hablar, ya que mi voz es considerablemente más grave que la de mi hermano.

A las nueve cuarenta y cinco en punto cogí un taxi en dirección a mi casa, un último mensaje de mi hermano presumiendo de que ya estaba sentado en la sala del cine dispuesto a ver su peliculita de superhéroes me llenó de satisfacción, poco se imaginaba lo que iba a pasar. Subiendo por el ascensor no podía dejar de imaginarme la reacción de mi madre. Necesitaba sentir su cuerpo y llevaba demasiado tiempo fantaseando con ello, imaginándome todo tipo de reacciones. Ojalá actuara sumisamente como la prostituta que había contratado dos días antes, pero era muy poco probable. Faltaba muy poco para comprobarlo por mí mismo.

Puse la llave en la cerradura y entré en casa. Observando que el salón estaba a oscuras me dirigí hacia la cocina. Una vez allí me alegré al verla fregando los platos, por un momento pensaba que tendría algún plan para salir por la noche y mi corazón había empezado a acelerarse. Me quedé en la puerta mirándola desde atrás, llevaba puesta una camiseta azul marino de tirantes y unos pantalones de pijama también azules con estampado que aunque eran algo anchos y cómodos en ellos se marcaba su impresionante trasero, moviéndose ligeramente por el esfuerzo de frotar los cacharros. La parte de las nalgas le iba tan ajustada que pude comprobar como no llevaba ropa interior, probablemente lo mismo pasaba con la parte de arriba que estaría sin sujetador. Noté como mi miembro rápidamente reaccionaba debajo de aquellos anchos pantalones, me calé bien la gorra por enésima vez, era muy importante que ésta no se saliera.

—¡Lucas!, ¡qué susto!, no me había dado cuenta de que estabas allí —me dijo girando la cabeza y viéndome en la apertura de la puerta.

—¿Al final no has ido al cine? —insistía mientras seguía lavando la vajilla.

En cuanto oí que me llamaba Lucas me di cuenta de que todos mis esfuerzos habían servido, aliviando los temores, era momento de disfrutar.

Me acerqué y pegué mi cuerpo contra el de ella, pegando el bulto de mi pantalón contra sus fibrosas nalgas, sintiendo su cabello en mi nariz. Ella se quedó algo parada, obviamente sorprendida por aquella acción pero seguro que ni siquiera se había dado cuenta de mi erección, aquello era algo impensable para una madre. Me mantuve así durante unos segundos hasta que me preguntó:

—¿Hijo estás bien?, ¿ha pasado algo con tu entrada?

Noté como todo mi vello se ponía de punta, sentí incluso escalofríos, tan solo el contacto de mi falo contra su culo, separados por toda la ropa, eran suficiente recompensa a todos mis esfuerzos, pero no quería dejarlo allí, ¡lo quería todo! Seguí apretujándome contra ella hasta dejarla inmóvil contra la encimera, frotando con más descaro mis partes contra su anatomía, recordando cuantas veces la había visto fregar los platos o preparar la comida sentado en la mesa de la cocina y había fantaseado con hacerla mía.

Ella dejó los platos en seco, quedándose completamente paralizada, alertada de que algo no iba bien cuando yo subí mis dedos por el lateral de su cintura y espalda hasta que llegué hasta sus pechos y comencé a acariciarlos lentamente por encima del top.

—Lucas… —balbuceó.

Aprovechándome de su estado de shock seguí magreándole aquellas despampanantes tetas mientras mi rabo estaba tan tieso que casi podía meterlo entre sus nalgas a través de la ropa, sentía la necesidad de decirle lo buena que estaba, lo mucho que me excitaba, pero sabía que una sola palabra sería suficiente para fracasar. Me animaba cada vez más, sobándole aquellos anhelados senos e incluso pellizcando sus pezones a través de la tela mientras notaba como ella respiraba profunda y aceleradamente, como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico. Me deshice del calzado y hábilmente conseguí quitarme el pantalón y el bóxer, descubriendo así la erección más bestia de mi vida y restregando mi falo por su culo con absoluto descaro. Deslicé una de mis manos con dificultad hasta su sexo y consiguiendo colarla entre ella y el mueble de la cocina lo rocé con mis dedos por encima del pantalón del pijama. Aquello fue demasiado para ella, como si despertara de repente forcejeó para librarse de su prisión apartándome a su vez la mano de su zona íntima y gritándome:

—¡¿Pero qué coño te pasa?!, ¡¿es que te has vuelto loco?!

Siguió intentando librarse de mi trampa con todas sus fuerzas pero físicamente era superior a ella, la violencia no era lo que más me ponía de aquella situación, pero estaba contemplada como un recurso viable para conseguir mi objetivo. Empujándola aún más fuerte contra el mueble, evitando que se diera la vuelta, agarré la goma de su pantalón y conseguí bajárselo lo suficiente para descubrir el que era sin duda el mejor culo que había visto nunca, pero su resistencia se hacía cada vez más fuerte y me hacía imposible seguir reteniéndola.

—¡¡Suéltame joder!! —me gritó mientas conseguía darse la vuelta a la vez que volvía a subirse el pantalón del pijama.

Se quedó observando mi manubrio a punto de explotar con auténtica expresión de pánico para luego mirarme directamente a los ojos.

Eso es mamá, mírame bien mi ojito azul.

Yo apretaba ahora mi polla contra su vagina protegida de nuevo por la tela del pijama mientras con fuertes tirones conseguía arrancarle aquel top y dejar su pechos al descubierto, pudiendo así manoseárselos por primera vez desnudos, congratulándome de ver que eran aún más deseables de lo imaginado.

—¡¡Déjame en paz loco!!, ¡¡¿¿es que vas drogado??!!

Seguía gritándome a la vez que se resistía a todos mis lascivos tocamientos, pero yo no perdía ni un segundo en meterle mano por todas partes. Finalmente en un descuido consiguió empujarme con fuerza, separándome de ella lo suficiente para salir de aquel rincón e ir corriendo hasta la salida de la cocina. Logré interceptarla antes de que llegara a su meta y en un nuevo forcejeo caímos ambos al suelo, ella boca arriba y yo encima. Mientras me golpeaba sin parar pude agarrarla por las muñecas a la vez que me colocaba entre sus piernas, apretando nuevamente mi polla contra su fortificado coño, dudando de si conseguiría lo que me proponía.

—¡¡¡Sal de encima degenerado!!!, ¡¡suéltame ahora mismo!! ,¡soy tu madre joder!

Aquella última afirmación me puso aún más cachondo si era posible. Mi madre consiguió darse la vuelta e intentó huir a gatas hasta el pasillo, pero nuevamente me abalancé sobre su cuerpo y volví a inmovilizarla esta vez boca abajo. Conseguí bajarle nuevamente los pantalones mientras que le magreaba todo el cuerpo e incluso por primera vez mis dedos habían llegado hasta su clítoris y lo frotaban con excitación. Palpándole sus partes pude comprobar como éstas estaban depiladas y arregladas a la perfección.

¿Para quién te arreglas este coñito?, pensé.

Con un último esfuerzo logré quitarle el pantalón del todo, sacándoselo casi con violencia por los pies mientras seguía increpándome.

—¡Déjame joder!, ¡Vete ahora mismo!

Con mi madre completamente desnuda supe que ya no tenía escapatoria, me tumbé completamente encima mientras que con los pies le abría ligeramente las piernas y con la punta de mi polla buscaba la entrada de su vagina, aguantando sus manos contra el suelo con fuerza para que no pudiera resistirse. Ella movía lateralmente las nalgas para evitar la penetración, poniéndome aún más caliente, apretándolas yo con mis ingles contra las baldosas. Al poco rato noté como mi madre iba quedándose sin fuerzas y sus gritos pasaron a ser ruegos, dándose poco a poco por vencida.

—Lucas por favor suéltame, soy tu madre, estás enfermo, por favor…

Percibiendo que se iba disipando su resistencia volví a acomodar mi glande en la entrada de su coño y esta vez sí, con un fuerte empujón, conseguí penetrarla hasta la mitad de mi miembro. Sentir mi cuerpo dentro de aquel celestial conducto fue una experiencia inexplicable, estuve a punto de correrme con tan solo asomarme.

—Por favor, por favor…

Mi madre apenas luchaba, sus gritos se habían convertido en sollozos y sus insultos en súplicas. Aprovechándome de su agotamiento pude por fin soltarle las muñecas, le agarré con fuerza de las caderas y embistiendo aún con más ímpetu conseguí metérsela hasta el fondo, sintiendo mi polla completamente aprisionada dentro de su estrecha vagina y teniendo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no gritar y gemir de placer.

—¡Ahhh!, ¡ahhh!, no, ¡no!

Ella también gemía combinación del dolor y el ultraje que estaba sufriendo pero yo era incapaz de empatizar con mi madre, nací sin remordimientos ni consciencia y esto hacía que lo único que sintiera era puro placer. Seguí moviéndome, consiguiendo deslizar mi falo cada vez con menos dificultad por dentro de su cuerpo mientras que con las manos conseguía incorporarla un poco, levantando su trasero  y colocándola de rodillas, en pompa, en una postura parecida al perrito que me facilitaba mucho más el coito. Sin sacar mi manubrio ni un segundo de dentro y manteniéndola en todo momento agarrada por las caderas pude incorporarme junto a ella quedándome también de rodillas y con la espalda erguida.

—Por favor hijo, suéltame, me haces daño…

Su voz casi parecía tierna mientras yo seguía cabalgándola cada vez más fácilmente, con sacudidas más fuertes y profundas. Desde mi perspectiva podía ver sus tetazas moverse arriba y abajo al ritmo de las penetraciones y como mi madre apoyaba la cabeza sobre sus brazos cruzados en el suelo, intentando mantener el equilibrio, completamente resignada al abuso. Mi miembro recorría su cueva sin dificultad, embistiéndola con tanta fuerza que mis ingles empezaban a estar doloridas por los continuos y acompasados impactos contra sus nalgas de acero, ni en la más enfermiza de mis fantasías me podía imaginar que acabaría en esta postura con mi madre. El placer era tal que tuve que morderme la lengua con fuerza para no gemir como un desesperado.

—¡Au!, ¡ai, ¡ahh! —gemía ella con cada nueva penetración.

Habría estado follándomela durante días, pero tantos años esperando este momento y el forcejeo inicial me habían puesto demasiado caliente. Acomodé mi pecho en su espalda, le estrujé casi con violencia las tetas y metiéndosela hasta lo más hondo de sus entrañas me corrí entre descomunales espasmos, temblando como si mi cuerpo estuviera bajo cero grados.

—¡Ahhhhh!, ¡ahhhhh!, ¡ohhhhh!, ¡ohhhhhhhhh!

El orgasmo fue tan fuerte, sintiendo como descargada toda mi leche dentro de su cuerpo que esta vez fui yo el gemí con tanta potencia que resonó por toda la casa. Sin salir de su interior recupere poco a poco el aliento y las fuerzas, oyendo los lloriqueos de mi madre y sufriendo por si había conseguido reconocerme con la sonora muestra de placer, pero por suerte ella seguía maldiciendo a mi hermano Lucas entre frases ininteligibles.

Agotado conseguí vestirme, poniéndome nuevamente bien la gorra que se me había movido con el esfuerzo y observando de reojo como mi madre permanecía tumbada en el suelo, escandalizada por todo lo sucedido. Ni tan solo esa imagen ablandó mi corazón. Abandoné rápidamente el piso y bajando por el ascensor pude ver en el espejo de éste como una sonrisa cruzaba mi rostro de oreja a oreja. Por fin había saciado mi sed de sexo filial, mitigado mi complejo de Edipo. Fantaseando con el panorama que le esperaba a mi hermano al llegar a casa casi notaba como mi instrumento reaccionaba de nuevo, habría pagado para ver aquella escena.

¿Era mi culpa haber nacido así?, puede que no.