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Dándole una lección a mi suegra en el probador.

en Amor filial

A mis dieciocho años llevo cinco emparejado con mi querida Celia. Compañera de clase, amiga, novia, Celia es todo lo que podía soñar. Empezamos a salir inocentemente con tan solo trece años y desde entonces la relación ha sido estupenda. Con ella descubrí lo que era el amor, el sexo, la confianza, prácticamente todas las cosas importantes. No me puedo quejar ya que además es una chica muy guapa y delgada, creo que siempre hemos sido la típica pareja que en el instituto damos rabia por perfecta. Yo me llamo Javi, soy bastante alto y corpulento para mi edad y hasta ese momento había llevado una vida muy convencional basada en el deporte, los estudios y mi novia. Ella era una niña bien, con un padre muy simpático y una madre bastante insoportable.

Efectivamente, en toda relación perfecta tiene que haber una suegra. Se llama Fátima y es la típica criticona, quisquillosa, que todo le parece mal. Por supuesto lo que peor le parece es nuestra relación, o siendo más concretos, yo. Creedme, no soy un mal chico, pero para Fátima su hija podía aspirar a algo mejor. En cinco años ya había tenido tiempo de hacer una lista mental de todos los defectos que me encontraba. Mental y no tan mental, ya que cualquier ocasión era buena para hablarle de ellos a su hija, eso sí, nunca delante mío. Conmigo siempre se había mostrado distante pero correcta, aunque cuando estábamos juntos la tensión se palpaba en el ambiente.

Finalizó el curso, parecía mentira pero tanto Celia como nuestros compañeros y yo habíamos terminado por fin el bachillerato y sólo el verano nos separaba de empezar la universidad, el trabajo, la formación profesional o cualquier otra cosa. En mi caso los sentimientos eran encontrados, entre la alegría y excitación de comenzar una nueva etapa y la tristeza de separarme de mis compañeros. Lo que me partía realmente el corazón, era que Celia había decidido ir a estudiar a Estados Unidos, y esto convertía nuestra relación en una complicadísima relación a distancia. Algo me decía por dentro que eso era el fin de muchas cosas. Por todos estos temas hacía ya semanas que tenía un humor muy cambiante, nervios, ansiedad, incluso mal genio en algunos momentos siendo yo normalmente un chico muy tranquilo.

Llegó el viernes y me dirigí al centro comercial, había quedado con Celia para ayudarla a escoger vestido para la graduación. Parecía que iba a ser a típica larga tarde de compras con la novia, pero no, cuando llegué me di cuenta que iba a ser aún peor. Allí estaba mi suegra dispuesta a aconsejar a su niñita en todo y de paso a hacer de carabina.

—Buenas tardes Javier.

Aquello fue todo lo que me dijo en un par de horas. Cuando las vi llegar a las dos ya noté que algo en mi había cambiado. Miré fijamente a la señora madre, la repasé con la mirada de arriba abajo y noté como mis sentimientos eran confusos. Se mezclaba la manía que le tenía que llegaba casi al odio y, por primera vez, algo que parecía deseo. Ella tenía cuarenta y tres años, y hasta aquel momento jamás la había visto como una mujer. Iba vestida con un vestido de oficina de lana gruesa que le terminaba un palmo por encima de las rodillas y dejaba ver unas largas y bonitas piernas cubiertas por unas medias caras. Éstas eran fibrosas seguramente por el esfuerzo de llevar siempre tacones. No lucía apenas escote pero eso no disimulaba unos pechos grandes, muy grandes, a ojo diría que mínimo de una talla cien. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño que hacía volar mi mente, un estilo Rottenmeyer que no solo iba perfecto con su personalidad sino que aquella tarde estaba dejando volar mi imaginación. De cara era una mujer bastante normal, ni guapa ni fea, pero me acaba de dar cuenta que tenía un voluptuoso cuerpo más que apetecible. Su cintura era bastante delgada y tenía un culo algo grande pero que cubierto por aquel vestido parecía bastante bien puesto. Me gusta jugar a adivinar las medidas del as mujeres, yo diría que Fátima se acercaba mucho a una cien, sesenta y cinco, noventa y cinco.

Las compras siguieron su curso, mi novia probándose vestidos y mi suegra criticándolos uno detrás de otro. Yo mientras me distraía mirando a la progenitora de mi novia, que lucía sexy como una bibliotecaria cachonda. Estaba disfrutando de aquella nueva sensación. A las dos horas anuncié que iba a dar una vuelta por el centro comercial y las dejé allí un rato, discutiendo sobre cosas de madre e hija o lo que es lo mismo, si tal vestido sienta mejor que tal otro. Me perdí un buen rato entre tiendas de ropa y de tecnología, me había quedado pensativo en las puertas de una tienda de señoras muy enfocada a mundo laboral cuando una voz me hizo salir de mi ensimismamiento.

—Hola Javi, estás aquí. He dejado a Celia probándose unas cosas y aprovecho para mirarme también yo un traje chaqueta para el trabajo.

—Muy bien Fátima, esta tienda parece muy elegante.

Estaba a punto de entrar en la tienda cuando paró de repente, se quedó unos segundos pensativa, se dio la vuelta y siguió la conversación.

—Quería decirte que estoy muy contenta de que Celia pueda ir a estudiar a Estados Unidos, siempre ha sido su sueño y tanto su padre como yo estamos seguros de que la experiencia será muy productiva.

—Sí, yo también lo estoy.

Ella me miró muy seria y me dijo:

—Estarás de acuerdo que vuestra relación no tiene ningún sentido que siga a diez mil quilómetros de distancia, y que lo mejor que podéis hacerlo es dejarlo antes de que ella se vaya.

Yo me quedé tan sorprendido con aquello que no supe que decir. Ella me dio unos segundos y prosiguió.

—No me mires así Javi, eres un chico inteligente, estoy segura de que lo entiendes.

Sin añadir nada más entró en la tienda y prosiguió con sus compras personales. Aquello primero me chocó, pero no pasó mucho rato hasta que la sorpresa se fue convirtiendo en enfado y el enfado pasó casi a convertirse en ira.

¡Será puta la tía esta, pero qué coño se habrá creído! Todos mis pensamientos iban en esta dirección, y cada vez iban a peor. Entré en la tienda dispuesto no se a que, tienda que por cierto era enorme. La busqué durante un rato mientras mi cabro crecía sin control hasta que finalmente la vi como entraba con una percha con ropa en uno de los probadores, uno solitario que estaba en una de las esquinas de la tienda. Me quedé un minuto resoplando fuera del probador, observando aquella cortina verde que ocultaban a tan despreciable mujer hasta que pensé: ¡Qué coño, te vas a enterar! Sin pensarlo más entré en aquel probador, percatándome primero de que nadie me viera, había perdido completamente el control…

Cuando entré allí estaba ella con una cara de susto impagable. Se había quitado su vestido y lo que vi me gustó más incluso de lo que podía imaginar. Sus piernas aún lucían esas sexys medias que terminaban en unos ligueros que por primera vez veía. Llevaba unas bragas negras de encaje, de lencería fina y cara, y un sostén negro a juego que tapaban sus generosas tetas, algo caídas pero igualmente apetecibles. Su cintura no era plana, pero su precioso culo grande y duro hacía que lo pareciese. Parecía una ejecutiva sacada de una película porno de maduras.

—¿¡Se puede saber qué haces aquí!?

Me lo dijo en un tono alto e indignado pero por suerte para mí sin gritar. Yo me abalancé sobre ella dejándola contra la pared espejo del probador, y le tapé hábilmente la boca con mi mano.

Le miré con rabia a los ojos y le dije:

—Llevo cinco años aguantando como me pones verde por detrás, como le comes la oreja a tu hija para que me deje, para que se busque alguien mejor. Cinco años en los que me has criticado y ninguneado.

Ella respiraba profundamente paralizada por el medio mientras yo seguía.

—¿Y ahora quieres que deje a tu hija? ¿Eso es lo que quieres maldita puta sin corazón?

Ella seguía paralizada y yo me di cuenta que entre mi enfado y mi indignación había venido un invitado inesperado, una erección de caballo, una empalmada como jamás había tenido.

—Muy bien señorita suegra cachonda, pues si quieres que deje a tu hija te lo vas a tener que ganar.

Sin dejar de taparle la boca la apreté más aun contra el espejo, apretando con el bulto de mi pantalón su rajita cubierta de bonita seda mientras que con la mano libre empecé a manosearle las tetas desesperadamente.

—¡No, no, déjame estás loco cerco, déjame!

Se resistió con fuerza mientras hablaba con dificultad con mi mano presionando sus labios.

—Tienes dos opciones puta, o te me dejas seguir y hoy mismo corto con tu hija y no me ves nunca más o le cuento que me has intentado meter mano en el probador y que me has hecho proposiciones indecentes, veremos a quien de los dos cree.

Ella siguió forcejeando, pero creo sinceramente que sin mucho empeño, y yo seguí metiéndole mano excitado como un mandril.

—Si gritas te haré daño de todas las formas que se me ocurran.

Liberé su boca y aproveché tener las dos manos libres para sobarla con más libertad. Le masajeaba las tetas, le agarraba el culo, le apretaba con mi erección contra la pared. Hábilmente conseguí desabrocharle el sostén y liberar esas enormes tetas que habían amamantado a mi querida novia y a su hermana. Aquí debería rectificar, estoy seguro de que la talla era más que una cien. Empecé a besarla por el cuello y en la boca a lo que me di cuenta que mi suegra ya se había rendido y había aceptado, frustrada e indignada, aquel precipitado trato. Me quité los pantalones y los calzoncillos y mientras que con una mano le frotaba el coño por encima de las bragas con la otra me cogía mi erecta polla y le decía:

—¿Has visto como me has puesto zorra? Me la has puesto durísima.

Ella emitía pequeños gemiditos no sé muy bien si de incomodidad o por el intenso frotamiento a la que la estaba sometiendo, pero aquello me excitó aún más. La agarré por el moño ya la puse de rodillas en el suelo, restregué mi miembro unos segundos por sus excitantes pechos y lo dirigí hasta su labios.

—Chúpamela un poquito, te va a gustar.

Hizo un ademán de negarse pero enseguida se dio cuenta que la seguía teniendo agarrada por el pelo y que no iba a dar mi brazo a torcer. Abrió la boca y le metí aquel pedazo de carne entero dentro. Empezó a chupármela tímidamente pero yo enseguida la ayudé a hacer el movimiento más rápido cogiéndola por el cogote

—Glup, glup glup.

Me la seguía chupando mientras yo cada vez tenía más dificultades para gemir sin gritar y no llamar la atención. Al poco rato empezó como a toser, a tener arcadas, y retiré mi polla de dentro suyo rápido antes de tener un disgusto. Tosió poco acostumbrada seguramente a aquellos trabajitos.

—Joder, no sirves ni para chupar pollas suegra.

La ayudé a ponerse de pie y le di la vuelta de cara al espejo colocándome yo detrás y mientras con una mano le seguía sobando las tetas desde esa nueva posición con la otra conseguí bajarle las bragas hasta las rodillas. En ese momento mi excitación era tal que sabía que no me quedaba mucho rato de aguante.

—Tranquila que ya falta poco.

Cuando vi su ya liberado culo frente a mí casi me corro al instante, era grande y duro como había imaginado, quizás mucho mejor. La agarré fuerte por las caderas y busqué la entrada de su coño con la puntita de mi pene. Cuando la encontré me di cuenta de que estaba bastante mojada y que el tema no sería difícil. La embestí con fuerza.

—¡Ohhhh!, ¡ohhhh!, ¡ohhhhhh!

Gemía casi descontroladamente y ella también lo hacía entre dientes a cada embestida. Estaba desbordado de placer.

—Follas mucho mejor que tu hija, me estás poniendo a mil.

—¡Ahhhhh!, ¡ahhhhh!, ¡ohhhhh!, mmmmm, ¡ohhhhh!

A cada mete saca notaba su culo golpeándome con fuerza y aquello me estaba excitando de sobremanera. Estaba siendo el mejor polvo de mi vida y aunque me habría encantado seguir así durante horas no pude aguantar más y terminé corriéndome entre grandes espasmos y teniendo un intensísimo orgasmo. Notaba como a cada espasmo de mi polla la llenaba de leche.

Me quedé un rato con mi polla insertada en su vagina hasta que empezó a ponerse flácida y mi respiración poco a poco fue volviendo a la normalidad.

—Gracias por todo.

Esas fueron las últimas palabras que tuve con ella en mi vida, y con su hija Celia tampoco tuve muchas más ya que cumplí mi palabra y corté con ella aquella misma noche. Espero que os haya gustado.