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La leyenda de Ryūjin

en Amor filial

La leyenda de Ryūjin

Cuenta la leyenda que desde tiempos inmemoriales, en una desconocida isla del mar de Japón poblada por gente de todas las naciones cercanas, se celebraba de manera secreta un torneo de artes marciales de estilo libre. Éste tenía lugar cada cinco años y eran muy pocos los capaces de localizar el lugar. Participaban los más valientes guerreros de todo el planeta y dicho torneo carecía apenas de reglas. Siempre se celebraba bajo el protectorado del Emperador sin estandarte y nunca trascendía el premio que recibía el ganador. Quizás solo el honor de saberse el mejor guerrero del mundo.

Capítulo I: el joven Álex

Sosteniendo la llave con su pequeña mano abrió la puerta de casa, entró vestido aún con el keikogi y raspó su calzado contra el felpudo para deshacerse del agua, cortesía de un repentino aguacero que le había sorprendido camino del dōjō a casa. Apresuradamente fue hasta el dormitorio de su padre para interesarse por su salud. Éste llevaba días postrado en la cama, consecuencia de viejas heridas de las que nunca hablaba.

—¿Cómo te encuentras, papá? —preguntó el joven Álex asomándose por la puerta, demostrando siempre una gran entereza teniendo solo ocho años de edad.

—Bien hijo, bien, ¿cómo ha ido hoy el entrenamiento de Karate? —preguntaba su progenitor intentando no toser en presencia del niño.

—¡Muy bien!, el maestro dice que soy su alumno más disciplinado —exclamaba el muchacho orgulloso.

A su padre no le sorprendía la respuesta, a pesar de que su hijo tenía rasgos occidentales como él, sabía mejor que nadie que por sus venas fluía la sangre del Samuray.

—Así me gusta pequeño, pero recuerda, no te centres solo en un estilo de lucha, un buen guerrero sabe defenderse en cualquier circunstancia, superficie y estilo. Y jamás dejes de estudiar y leer, debes cultivarte intelectualmente si quieres ser fuerte —le aleccionaba el padre mientras que con un esfuerzo físico alborotaba el cabello de su vástago con la mano.

Álex se libraba rápido de la carantoña y salía del dormitorio al grito de: “¡seré el más fuerte de los guerreros!”.

Su padre no podía evitar estar orgulloso de él, su madurez y bondad eran extrañas a tan tierna edad, pero también admiraba su espíritu combativo. Solo esperaba tener el suficiente tiempo aún para enseñarle todo lo que pudiese.

Capítulo II: la despedida más difícil

El joven Álex se había convertido a sus quince años en un muchacho fuerte y decidido, responsable como pocos. Las artes marciales le habían ayudado a controlar siempre sus emociones y canalizar su energía pero hay circunstancias de la vida a las que nadie está preparado. Se miró en el espejo del ascensor del hospital, era moreno de cabello negro como la noche cerrada y sus ojos eran tan oscuros que apenas podía distinguirse el iris de la pupila. Tragó saliva y se prometió a él mismo que no lloraría.

Se quedó paralizado unos instantes ante la puerta de la habitación 203, inspiró con fuerza y haciendo de tripas corazón entró.

—¿Cómo te sientes, papá?

Su padre consiguió observarlo con los ojos, estaba tan débil que apenas podía mover la cabeza y varios sueros colgantes penetraban en sus venas.

—No te preocupes por mí hijo mío, ¿qué tal han ido hoy las clases?

—Bien, como siempre —el chico no mentía pero en ese momento no le apetecía hablar de sus estudios, notaba como la persona más importante de su vida se apagaba poco a poco.

—Nunca los dejes de lado.

—Lo sé papá, te lo he prometido un montón de veces, no hagas como siempre, deja de preguntar por mí. ¿Cómo te sientes realmente?

Se sentía preparado para abandonar el mundo terrenal, lo único que le dolía era separarse de su único hijo. Sabía que estaría en buenas manos, su hermana y su cuñado se encargarían de que nunca le faltara de nada. Peor que la muerte para él habían sido los últimos años de dolores y limitaciones, su frágil salud que no le había dejado disfrutar de su hijo como hubiera querido.

—Pues ya que lo preguntas me siento como si un tráiler me hubiera atropellado y después hubiera dado marcha atrás para rematarme —contestó su padre entre risas que pronto se convirtieron en una tos seca y agónica.

Álex sonrió ante su inquebrantable sentido del humor, le agarró la mano con ternura y le preguntó:

—Papá, ¿por qué nunca me has hablado de mamá?

Su padre sabía que la pregunta llegaría, no se podía vivir tantos años a base de evasivas pero nunca se había sentido preparado para hablarle de ella y a las puertas de la muerte este sentimiento no había cambiado.

—Muy pronto sabrás de ella, te lo prometo —se limitó a decir.

—Te quiero, lo sabes, ¿verdad? —añadió apretando su mano con la poca fuerza que le quedaba.

—Yo a ti también papá —contestó sincero, sabiendo que quizás aquella era la última conversación que podían mantener.

Capítulo III: Idas y venidas

La lluvia volvía a descargar contra Barcelona con una fuerza inusitada, parecía que el planeta entero se despidiera de la persona más especial que Álex había conocido jamás, su padre. En el tanatorio las idas y venidas de familiares dándole el pésame y mostrándole su cariño habían sido incesantes durante horas. Empezaba a oscurecer, y con la noche se hacía más presente la soledad. Su tía Joana había sido un gran apoyo en las últimas fechas, vivir con ella y su tío no era lo peor que le podía pasar. “Te esperamos en casa”, le habían dicho justo antes de despedirse, dejándole a solas con el ataúd, respetando su intimidad.

Fueron muchas las cosas que le dijo mentalmente, sentía que ya era momento de despedirse cuando notó una presencia justo detrás suyo. Al girarse observó un misterioso hombre, vestido con traje y sombrero y con claros rasgos orientales.

—¿Viene a despedirse de mi padre? —le pregunto educado.

El hombre miró el ataúd abierto, al hombre sin vida bien vestido preparado para su despedida final, observó de nuevo al muchacho y contestó:

—Tu padre debería llevar muchos años muerto, supongo que tú eres la causa de que haya aguantado tanto tiempo. Eso o la muerte olvidó pagarle el tributo a Caronte.

—¿Quién es usted? —preguntó Álex ligeramente molesto con aquella respuesta.

El hombre se acercó un poco más dejando patente su gran estatura, cercana al metro noventa y cinco, sonrió y dijo:

—Soy tu tío, el hermano de tu madre.

Aquella respuesta llenó de emoción al joven, siempre había imaginado que su madre era japonesa ya que había aprendido a hablar el idioma desde tiempos que ni recordaba, pero su padre nunca se lo había confirmado.

—Por favor, dígame quien es mi madre, se lo suplico.

El imponente individuo volvió a sonreír mientras preguntaba:

—¿Tienes buena memoria, Álex?

—Creo que sí —contestó con modestia el adolescente.

—Cuando tengas dieciocho años viaja a Bangkok, una vez allí encuentra a Saenchai Por Boonsit, él te ayudará…probablemente.

El muchacho se quedó impactado por aquella enigmática respuesta, eran demasiadas las preguntas que quería hacerle a su tío pero éste tenía otros planes.

—Debo irme, ha sido un placer conocerte, quizás volvamos a vernos.

Álex quedó en shock durante varios minutos hasta que finalmente reaccionó, corrió lo más rápido que pudo por aquellos interminables pasillos del tanatorio camino de la salida con la intención de encontrarse aún con el hermano de su madre. Cuando llegó a la calle pudo ver como andaba parsimonioso bajo la lluvia torrencial. Cogió aire y gritó con todas sus fuerzas:

—¡¿Cuál es tu nombre?!, ¡¿cuál es mi auténtico segundo apellido?!

El hombre se paró un instante en seco, volteó ligeramente la cabeza y contestó:

—No tengo nombre.

Capítulo IV: la despedida del guerrero

A su mayoría de edad Álex se había convertido en un luchador temible. El Karate había convertido sus manos en katanas mientras que el Judo y el Jiu-Jitsu lo habían hecho poderoso tanto en técnicas de agarre como de combate en el suelo. El joven afrontaba su cumpleaños con sentimientos encontrados. Por un lado se sentía lleno de agradecimiento por los tres años que le habían dedicado sus tíos mientras que por otro sabía que debía abandonarlos y emprender un viaje con destino incierto. A pesar de las objeciones de Joana, la hermana de su padre, y el hecho de no haber viajado nunca al extranjero, Álex no había perdido el tiempo, comprándose un billete solo de ida rumbo a Bangkok para el mismo día siguiente. La herencia de su padre no había sido demasiada pero sí suficiente para costearse unos meses de viaje si sabía administrar bien el dinero.

—¿Estaba rica la tarta? —preguntaba su tía con dulzura, haciendo alusión a su pastel de cumpleaños.

—Mucho tía Joana, riquísima, echaré de menos tu cocina —contestaba el chico limpiándose los labios de chocolate y levantándose apresuradamente de la mesa.

—¿Dónde vas tan rápido amiguito?, deberías descansar un poco si mañana temprano coges el vuelo hacia Tailandia —le aconsejaba su tío.

—No entiendo que se te ha perdido en Bangkok, la verdad —aprovechaba Joana para remarcar más aún su opinión.

—Deja al chiquillo, ya es mayor de edad, además no te vas a ir para siempre, ¿no? —le defendía su marido.

—Claro que no, seguramente en un par de semanas esté de regreso. Voy a casa de papá, quiero estar allí un rato por última vez antes de irme.

Ni sus tíos ni él habían querido vender la casa de su padre, les daba lástima y no necesitaban el dinero, sentían que en ella su presencia se mantenía tan viva como siempre. Cuando entró en el que había sido su hogar hasta los quince años lo primero que hizo fue abrir todas las ventanas para ventilar la estancia. Después de encargarse del olor a cerrado simplemente se sentó en el sofá, recordando viejas historias que le contaba su padre a modo de cuentos para dormir, su sentido del humor o sus consejos. Aquello le reconfortaba, sentía que si lo pudiera ver estaría orgulloso de él. Llevaba un buen rato descansando cuando el timbre de la puerta sonó ante su sorpresa. A Álex le sorprendió mucho que alguien visitara una casa donde nadie vivía desde hacía tres años, pensó que sería un error y fue directo a la puerta para abrirla sin más. Cuando lo hizo vio a su mejor amiga desde los cuatro años plantada en el otro extremo de la misma, Alba.

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —le preguntaba él entre sorprendido y contento.

—Lo sé todo de ti Álex, era obvio, además no pensarías que iba a dejar que te fueras sin despedirte de mí, ¿no?

Su amistad había sido preciosa desde el primer día en el que se conocieron. Las confidencias, los secretos y las intimidades habían estado siempre a la orden del día. Cuando fueron adolescentes se confesaron mutuamente la atracción que sentían el uno por el otro, pero decidieron que lo que tenían era más fuerte que cualquier relación sentimental y que no valía la pena arriesgarse y echarlo todo a perder. Desde entonces Alba aún se había convertido en una chica más sexy si cabe, vistiendo siempre con un atuendo gótico y provocativo. Su novio desde hacía dos años, Jordi, era un buen chico, a Álex siempre le había caído bien, pero como era natural había hecho que pasaran menos tiempo juntos, tiempo que Álex había dedicado a entrenar hasta el último aliento.

—¿No me vas a invitar a pasar, Bruce Lee?

El chico se hizo a un lado cortésmente, de manera teatral.

—Mira que te he dicho veces que Bruce lee hacía Kung Fu, ¡eh!

—Ay Álex, ya sabes que para mí todas esas cosas que haces son cosas de chinos —le picaba ella mientras entraba a paso lento en el piso.

Se había acostumbrado al extravagante vestuario de su amiga desde hacía tiempo, incluso le parecía morboso en algunas ocasiones, pero esta vez se fijó en ella y la vio especialmente sensual. Alba tenía la piel tan blanca que parecía la de un vampiro, efecto que buscaba de manera completamente consciente. Su cabello era negro en contraste a sus ojos azul pálido, conseguidos no de manera natural sino con la ayuda de unas lentillas. Aquella tarde llevaba un corsé negro con ribetes granates que potenciaban impresionantemente su escote y dejaban sus hombros y parte de la espalda desnudos. Al look le acompañaba un tutú también negro, cortísimo y provocativo que dejaba a la vista lo que eran unas piernas preciosas y tonificadas. El conjunto lo remataba unas botas estilo militar, dándole un toque aún más personal a la vestimenta. Su amiga se sentó en el sofá y le dijo:

—Un vodka con grosella, por favor.

Álex sonreía mientras contestaba:

—Me temo que en casa de mi padre hay pocas opciones de bebida, tenemos agua del grifo o…agua del grifo.

—Lo segundo si es tan amable —bromeaba ella.

El chico trajo dos vasos de agua y los dejó en la mesa que había frente al sofá, justo donde Alba había decidido descansar sus pies cómodamente. Se sentó a su lado y estuvieron hablando más de una hora, sabía que la iba a echar mucho de menos.

—¿Y de verdad crees que estás preparado para viajar a Tailandia solo, en busca de un hombre que vete a saber si existe?

—Claro, ¿qué puedo perder?

—Te puede pasar cualquier cosa, Bangkok no es Barcelona Álex.

Su amigo le miró fijamente con sus oscurísimos ojos, actuando con aire arrogante de manera cómica y contestando:

—¿Qué me puede pasar?, ya soy un hombre, y además un gran luchador —seguía éste marcando bola con la intención de hacer reír a su mejor amiga.

—¡Jum!, no dudo que seas un gran luchador, ¿pero un hombre? ¡De eso nada monada!

—¡Pero bueno!, ¿Qué insinúas? —le preguntaba él aún en su rol de macho alfa.

Alba se acercó un poco más ganando centímetros en el sofá, puso su cara a un palmo de la suya mientras que colocaba la mano en sus partes y agarrándoselas por encima del pantalón vaquero le dejo con voz queda:

—Digo que tú mucho dar puñetazos pero con dieciocho años sigues siendo virgen, chiquitín.

A pesar de conocer perfectamente el carácter desenfadado y liberal de su amiga aquel gesto lo dejó completamente descolocado, fuera de juego. Lejos de retirarse Alba se acercó un poquito más aún, dejando sus labios casi pegados a los de él mientras que su mano seguía jugueteando con las partes sus partes íntimas por encima de la ropa, frotándoselas sensualmente.

—Lo siento Álex, pero no puedo dejarte ir siendo un crío, vas a tener que demostrarme que eres un hombre antes de coger ese vuelo.

El chico seguía alucinado ante la actitud de ella mientras ésta, aprovechando que él iba descalzo, le desabrochaba lentamente los pantalones y se los quitaba por los pies.

—Alba...

—No digas nada, déjame a mí —le susurraba ella mientras seguía restregando su mano contra sus partes, protegidas ahora solo por la fina tela del bóxer.

Notando como la su erección empezaba a ser notable debajo de la ropa interior acercó aún más su boca pintada de negro y comenzó a darle pequeños besos y mordisquearle los labios con una mezcla de dulzura y lascivia.

—Alba, ¿Qué pasa con Jordi? —le preguntaba ella en tono bajo, excitadísimo por la situación.

Ella le quitó lentamente la ropa interior liberando como un resorte su erecto pene y poniendo una rodilla a cada lado de sus trabajados muslos se colocó a horcajadas encima de él, tapando su desnudez con el tutú y restregando sus genitales contra los de él separados tan solo por un fino tanga. A su vez le agarraba con delicadeza por el pelo y bajaba la cabeza del experto en artes marciales hasta su escote, invitándole a que mordisqueara sus pechos que se sentían duros como piedras por el efecto del corsé.

—Jordi no está aquí. ¿Te gustan mis tetas Álex? Dime la verdad.

—¡Claro que me gustan! Afirmaba él teniendo la cara inmersa en ellos, notando los sensuales balanceos de las caderas de su gótica compañera.

Alba llevaba sus manos a la espalda y lentamente empezaba a desabrochar los numerosos nudos que ajustaban el corsé a su anatomía, quitándoselo finalmente y lanzándolo contra el suelo, liberando así unos apetecibles y generosos pechos tapados solo por un pequeño sujetador negro.

—¿Seguro que te gustan? —volvía a preguntar presumiendo de lo que sabía que era uno de sus fuertes.

—Son increíbles —balbuceaba Álex sobándolos con ambas manos, sintiéndose más excitado que en toda su vida

Mientras su amigo seguía magreándole las mamas ella aprovechaba para quitarse también el sostén, mostrando unos erectos pezones.

—Tú tampoco estás nada mal, nene —le decía mientras le mordisqueaba la oreja.

Ambos estaban muy calientes, Álex porque su único alivio en sus dieciocho años de vida había sido el onanismo y Alba porque aquel sexo prohibido, casi tabú pero tantos años codiciado y el saberse la persona que desvirgaría a su mejor amigo le ponía más que ninguna otra cosa. Hábilmente la chica puso las manos por dentro del tutú y casi como si fuera una ilusionista consiguió quitarse el tanga, mostrándoselo a su amante antes de lanzarlo por los aires. Estando aún a horcajadas subía y bajaba lentamente su cuerpo, rozando con su rasurado sexo el glande de Álex y notando como éste se estremecía por el morbo. Finalmente decidió no hacerle sufrir más, agarró la base del pene del virginal chico y después de frotarlo durante unos segundos con su raja lo encajó en su conducto penetrándolo hasta el fondo.

—¡Ohhh sí joder! —exclamaba la chica mientras contorsionaba su espalda hacia atrás y mirando al techo se agarraba con fuerza los senos.

Enseguida comenzó a moverse hacia delante y atrás y también en círculos, notando su falo hasta lo más hondo de sus entrañas y gimiendo de puro placer. Mientras el chico la agarraba por la cintura para mantener el equilibrio ella comenzaba un movimiento de arriba abajo cada vez más rápido, ordeñando con fuerza el sexo viril del muchacho.

—Sí, ¡síii!, fóllame Álex, ¡hazme tuya!

Animado por las indicaciones de su mejor amiga acompañaba el movimiento de ésta ayudando a que las embestidas fueran más fuertes y rápidas, sintiendo un placer indescriptible.

—Soy tuya mi pequeño guerrero, ¡métemela hasta el fondo!

Mientras seguían con el salvaje coito Álex no podía dejar de sorprenderse ante la fogosidad de su amiga, aunque nunca habían tenido secretos el uno con el otro hay actitudes que no pueden entenderse si no las experimentas en primera persona.

—Qué buena que estás tía —le decía él entre los gemidos de los dos, que retumbaban por toda la casa.

Alba seguía moviéndose como una pantera en celo, enrojeciendo los muslos de Álex por las fuertes sacudidas y sin dejar un momento de acariciarse los pechos.

—¡Ohhh sí, sigue, sigue Álex por favor!, ¡¡sigue!!

Siguieron fornicando cuando el guerrero se dio cuenta de que todo aquello era demasiado para él, sintió que ante su desilusión no tenía más aguante y decidió informar a su compañera:

—¡Ohh Alba, lo siento, lo siento, tienes que salir me voy a correr!

—Tranquilo tomo la píldora, córrete dentro —le contestaba ella con dificultad.

Definitivamente la frase terminó con las escasas esperanzas del muchacho de aguantar un poco más, agarrando por los hombros a su querida amiga la penetró hasta lo más adentro de su ser y entre fortísimos espasmos y gemidos se corría alcanzando un poderosísimo orgasmo.

—¡¡Ohhh!!, ¡¡ohhh!, ¡¡síii!, ¡¡ahhhhhh!!

Enseguida se sintió exhausto, más que después de cualquier duro entrenamiento y apoyó la espalda contra el sofá buscando su respaldo.

Su fogosa amiga salió con cuidado de encima y estirándose en la parte libre del sofá abrió las piernas regalando una perspectiva perfecta de su rasurado sexo, se quitó el tutú casi con desesperación para estar más cómoda y con los dedos comenzó a frotarse el clítoris sin perder de vista a Álex.

—Joder tío como me has puesto, no te preocupes acabo enseguida, me conozco mejor que nadie —le informó guiñándole un ojo.

El joven aprovechaba para ver por primera vez a su mejor amiga completamente desnuda, masturbándose y rugiendo como una leona mientras él se quitaba la camiseta empapada en sudor. Tal y como había advertido a los pocos minutos empezó a gemir aún con más fuerza y entrecortadamente, contorsionando su cuerpo al ritmo del orgasmo.

—¡¡Ahhhh, ahhh, ahhh, mmmm, mm!!

Ambos se miraron agotados y sonrientes, observando sus deseables cuerpos cuando el guerrero dijo:

—Si lo llego a saber lo hacemos antes.

Las carcajadas fueron sonoras y duraderas ante aquel comentario, en aquel coito había habido morbo, pasión, pero también ternura y amor. Lejos de ser un problema se sentían más unidos que nunca.

Capítulo V: Saenchai Por Boonsit

Su aventura por la capital tailandesa no empezó como Álex habría deseado. Llevaba ya tres meses instalado en una infecta pensión, buscando día tras día a Saenchai sin obtener ninguna información valiosa. Internet tampoco había ayudado en nada a encontrar su objetivo. Por un momento pensó que aquella enorme y superpoblada ciudad lo engulliría, abrumado por su enorme caos. Los edificios modernos convivían con los templos y las pagodas al igual que lo hacían los tuk-tuks, las moto taxis y los miles de ciclomotores. El ruido era siempre ensordecedor y el desorden la convertía en una ciudad muy poco amistosa para el joven muchacho.

Desesperado Álex siguió una pista hasta uno de los barrios rojos de la ciudad, el Nana Plaza. Multitud de turistas, expatriados, chinos y locales inundaban sus calles en busca de diversión. Los locales de gogós estaban por todas partes, con sus chicas bailando, expuestas como un pedazo de carne deseando ser consumido. Muchas de ellas probablemente menores de edad, otras incluso drogadas para ser capaces de ejercer su trabajo. También conoció a más de un ladyboy que, después de su negativa a pagar por hacerse una foto con ellos, se iban enfadados, farfullando palabras en thai. Fue en uno de estos reprobables locales donde el chico encontró al intermediario que buscaba, un policía corrupto y malcarado que rodeado de chicas le ofrecía la dirección de Boonsit a cambio, claro está, de una suma de dinero pactada.

Dudó un instante, pero no tenía nada que perder y finalmente la suma requerida para obtener la información le pareció más baja de lo esperado. Después de que el agente de la ley cogiera sus apreciados setenta euros y regalándole la visión de su podrida dentadura terminó diciéndole una dirección, situada en el distrito de Yan Naua.

Sin demorarse más, Álex salió a primera hora de la mañana siguiente en busca del misterioso hombre, abandonando agradecido aquella pensión y cargando solo con su petate. Se alegró de ver que el distrito era bastante tranquilo, otra vez un contraste de edificios modernos y tradicionales, pero volvió a deprimirse al perderse continuamente por sus desordenadas calles. Finalmente encontró una pequeña casa de madera situada entre dos casas más lujosas y en mejor estado. En la entrada de ésta un hombre pequeño y con la cabeza rasurada degustaba unas gambas con verduras recién salteadas. El chico se quedó delante de él mirándolo tímidamente, dejando caer su petate al suelo agotado por las horas de caminata y el asfixiante y húmedo calor. El hombre giró su cabeza con cierta agresividad sintiéndose observado cuando Álex saludó con su notable japonés:

Ohayō.

Sin mediar palabra el bajito individuo se levantó a gran velocidad tirando la silla en la que estaba sentada contra el suelo y golpeando con una increíble fuerza la pierna del muchacho, tibia contra tibia y gritando en un aceptable inglés:

—¿¡Tengo cara de ser un puto japo!?

Álex trastabilló ante aquel ataque por sorpresa y antes de poder ofrecer mejores explicaciones recibió un segundo impacto exactamente en el mismo lugar de la pierna, notando como se clavaba en su carne la filosa pierna del pequeño hombre. Esta vez no consiguió mantener el equilibrio y cayó al suelo, sintiéndose a merced de la agresividad de su atacante.

—Soy…soy Álex Boij —consiguió explicarse, deseando que su apellido calmase a aquel poderoso guerrero.

Éste lejos de apaciguarse saltó por los aires cayendo con gran violencia contra su maltrecha pierna, recibiendo un tercer impacto esta vez de su huesuda rodilla.

—¡¿Tu padre no te ha enseñado nada?!, ¡¿dejó todo el trabajo en manos de esos putos come sushis?!

Álex se agarraba la pierna dolorida intentando no gritar, viendo como de ésta brotaba abundante sangre y sin saber que más podía hacer para calmar su ira. Por suerte su atacante se detuvo, contempló orgulloso su obra y añadió:

—De hoy en adelante cuando veas la cicatriz de tu pierna recordarás la importancia de usar todo tu cuerpo en el combate, tienes las canillas débiles y tus codos y rodillas se ven vírgenes de impactos, a saber si todo tú no eres un jodido virgen, ¡jajajajajajaja!

Soportando un dolor infernal el voluntarioso chico consiguió ponerse nuevamente en pie, en pocos segundos había aprendido mucho, debía hablarle en inglés, no soportaba a los japoneses y lejos de ser invencible le quedaba mucho por aprender.

—Estoy buscando a Saenchai Por Boonsit —le informó Álex, mirándole con sus penetrantes ojos, con respeto pero sin miedo.

—¿Tienes dinero?, ¿un sitio donde quedarte? —le preguntó él.

Se puso la mano en el bolsillo y sacando cien euros pudo ver como aquel extraño personaje se los arrebataba en uno de los movimientos más rápidos que había visto nunca, los contaba con rapidez y contestaba:

—Saenchai soy yo, pero durante las próximas semanas me llamarás sensei.

El hombre entró en la casa mientras que el muchacho sin saber muy bien que hacer recogió su petate del suelo y cojeando decidió seguirle. Atravesaron la vieja y desordenada estancia hasta llegar a un patio interior, en él un árbol descorchado con toda seguridad por las poderosas patadas de su nuevo sensei le esperaba en el centro del pequeño terreno.

—Este árbol es tu nuevo compañero de entrenamiento, golpéalo con ambas piernas hasta que no sientas dolor.

Inmediatamente después de darle su primera orden se retiró, Álex pensó que no era el mejor día para preguntarle por su madre. Golpeó aquel árbol durante más de cuatro horas, viendo cómo se ponía el sol y el día se oscurecía mientras él seguía obedeciendo las órdenes de Saenchai, soportando un dolor tan fuerte que no pudo compararlo con nada que le hubiera ocurrido en el pasado, especialmente en su malherida pierna. Finalmente el sensei volvió a aparecer en escena y nuevamente con su macarrónico y mal pronunciado inglés le dijo:

—Hora de cenar y dormir.

Capítulo VI: la dura tutela del sensei

Pasaron tres largos meses en los que Álex consiguió poner sus piernas tan fuertes como una roca. Aprendió también el arte y la filosofía de los luchadores Muay Thai, extremadamente duros y que basaban su fuerza en sus poderosas patadas, los codos y las rodillas. Aunque ya hacía más de noventa días en los que convivía conSaenchai, su mal carácter era tan fuerte que nunca se había atrevido a preguntarle nada, se limitaba a obedecer sus órdenes, entrenando todo el día y descansando en un incómodo colchón en el suelo de una pequeña habitación infestada de pulgas.

Una mañana el chico estaba entrenando con gran energía, golpeando con sus poderosas round kicks aquel árbol y atacándolo con sus no menos mortíferos rodillazos. Éste se tambaleaba a cada impacto hasta que una de estas patadas circulares lo sacudió con tanta fuerza que inclinándose pareció que estuviera a punto de romperse. Saenchai lo observaba orgulloso, aquella furia y disciplina le eran familiares.

Álex se detuvo un segundo, calibrando si el árbol se partiría en dos o no cuando su sensei le preguntó:

—¿Tu padre aún vive?

Era la primera vez que mostraba el menor interés por su vida, y aquel tono pausado y agradable tampoco era frecuente en él.

—Murió hace tres años, arrastraba muchas heridas del pasado.

El hombrecito pareció entristecerse sin perder la fiereza de su rostro ni por un segundo.

—Sensei, ¿puedo hacerle una pregunta?

Contra todo pronóstico asintió con la cabeza ante la felicidad del muchacho.

—¿Conoció usted a mi padre?

—Entrenó conmigo tal  y como has hecho tú. Estaría orgulloso si te viera ahora mismo.

Aquellas palabras hicieron que Álex casi llorara de emoción, el recuerdo de su padre era muy fuerte y la afirmación, proveniente de Saenchai, valía su peso en oro.

—Busco saber quién es mi madre.

El tailandés reflexionó durante varios largos minutos, miró fijamente al joven aprendiz y dijo:

—No sé como encontrar a tu madre, pero sí sé que debes estar preparado para conocerla.

Sin darle opción a réplica y terminando con aquel sentimental momento añadió alegre:

—¡Jajajajaja!, hoy es un día de celebración, esta noche festejaremos, mañana debes comprarte un billete para ir a Pekín, allí debes buscar a Liang Shiao Zhu, él te podrá dar más información.

—¿Cómo lo encontraré?

—No te preocupes, si no lo encuentras jugándose todo su dinero en algún juego de azar él te encontrará a ti, ¡jajajajajajaja!

Llegó la noche, Álex observaba feliz como su sensei cocinaba toda clase de platos tailandeses, hablando todo el rato de que era un día para celebrar. Le ayudó a poner la mesa, en ésta, ubicada justo en frente de la casa en la misma calle, se veía comida suficiente para alimentar a todo un regimiento. Un licor destilado junto con las entrañas de un armadillo presidía en el centro el banquete. Estaban dispuestos a sentarse cuando Saenchai dijo:

—Ves a la cocina y trae unos vasos, ¡hoy es un día especial!

El chico obedeció sin pensárselo, entró en aquella estrecha cocina y agarrando un vaso con cada mano se dio la vuelta para salir de la misma. Su sorpresa fue mayúscula, ante él una mujer lo miraba fijamente, no entendía cómo podía haber entrado en aquel reducido espacio de manera tan silenciosa. La fémina tenía rasgos orientales y el cabello más negro y largo que jamás había visto. Cuando consiguió recuperarse del susto pudo observar también que era preciosa, con rasgos armónicos y delicados. Vestía con ropa tradicional pero no por ello dejaba de ser sexy, con aquella tela bordada a mano con toda clase de símbolos y los hombros al descubierto, mostrando también un buen escote. Intentó hablar pero ella le puso con suavidad su dedo en los labios evitándolo mientras decía probablemente en cantonés:

—No digas nada mi pequeño dragón verde.

Álex entendía bastante el cantonés e incluso el mandarín, pero no tenía ni idea de a lo que se refería con aquella frase. La mirada de la mujer era felina y seductora, la misma mano que había utilizado para taparle la boca al chico bajó despacio acariciando su torso hasta llegar a la entrepierna, provocando en él el efecto esperado en menos de tres segundos.

—Así me gusta mi dragón de jade —añadió mientras se ponía de rodillas en aquel angosto pasillo que era la cocina y bajaba los pantalones cortos y la ropa interior del guerrero hasta los tobillos, con habilidad y delicadeza.

El chico no entendía que pasaba, ni como aquella mujer había conseguido excitarle tanto sin prácticamente hacer nada, pero seguía tan sorprendido que permanecía inmóvil a las acciones de la sensual dama.

Ella observaba satisfecha la erección del luchador, agarró la base del pene con una mano y le dedicaba otra mirada desde el suelo llena de lascivia justo antes de metérselo entero en la boca. Su lengua recorría con auténtico arte todo el miembro de Álex mientras se lo metía y sacaba de la boca cada vez con más fuerza y velocidad. Era la primera vez que al joven le hacían una felación y desde luego no hacía falta ser un experto para saber que aquella mujer sabía lo que hacía, proporcionándole un placer inmediato e indescriptible. Siguió con aquella maniobra mientras el muchacho gemía de auténtico gusto, notando como su cuerpo temblaba como una hoja al viento. El ritmo continuó creciendo sin parar hasta que el guerrero notó como su falo estaba preparado para vaciar todo el esperma acumulado durante meses, sintiendo tal satisfacción que no pudo aguantar los vasos que aún llevaba en las manos, cayendo estos contra el suelo mientras la hembra se metía hasta el fondo todo su instrumento. Sin poder remediarlo se corrió llenando de leche toda su garganta, sin que ella dejara escapar ni una sola gota.

—¡¡Ohhh, ohhh, ohhh, ohh!!

Sus ojos quedaron unos segundos en blanco debido al enorme orgasmo y la pequeña fiera se levantó del suelo, restregando su cuerpo contra el de él y dándole un pequeño beso de despedida justo antes de irse por donde había venido. Álex recuperó las fuerzas durante unos minutos y sin salir de su asombro se vistió y salió nuevamente a la entrada de la casa. Allí le esperaba Saenchai, prácticamente se había zampado toda la comida y lo esperaba con una amplia sonrisa.

—¿Te has olvidado de los vasos?, ¡jajajajajajaja!

Se sentó como pudo en una de las sillas, viendo que lo único que el sensei le había dejado para recuperar fuerzas era un poco de arroz y algunas verduras, le miró fijamente pero no sabía exactamente que decirle. Tampoco hizo falta.

—Tu nueva amiguita es una Tigresa Blanca, nos conocemos desde hace algunos años. Son una sociedad secreta china antiquísima, sus creencias creen que el esperma del hombre es una gran fuente de vitalidad y juventud, esto les convierte en las mayores expertas en mamadas del mundo, jajjajaja, y no voy a ser yo quien les lleve la contraria. Te has convertido en un gran guerrero, para ella ha sido un honor complacerte —le explicó Saenchai mientras devoraba el último trozo de cerdo con salsa.

—Además, no entiendo cómo has podido aguantar tres meses sin follar, tanto tú como tu padre sois los occidentales más extraños que he conocido nunca.

Capítulo VII: hostilidad en Pekín

Después de varios días instalado en la inacabable ciudad de Pekín, en un hotel barato pero que en comparación con el colchón donde había dormido durante semanas le parecía un auténtico lujo, Álex se sentía bastante desanimado. Si Bangkok le había parecido una ciudad indomable en la capital china no sabía ni por dónde empezar, veía imposible localizar a Liang sin tener ninguna pista más que su afición por el juego. Le había preguntado en varias ocasiones al recepcionista del hotel la manera de encontrar algún habitante en tan inmensa urbe, pero éste había hecho poco más que reírse de su ingenuidad.

Se sentía en un callejón sin salida cuando una noche decidió salir del hotel y explorar por sus alrededores en busca de algún restaurante digno y barato. Andando por una callejuela estrecha y mal iluminada el muchacho llevaba rato sintiéndose observado. Por desgracia, lejos de ser tan solo un mal presentimiento o fruto de la paranoia que le causaba la soledad su instinto no le fallaba. Dos hombres vestidos completamente de negro se detuvieron uno a cada lado de él mientras un tercero le tapaba el paso parándose justo en frente. De reojo el guerrero pudo ver como los amenazantes individuos que le miraban desde los lados iban armados con un nunchaku y un cuchillo mariposa respectivamente, mientras que el que parecía ser el líder no mostraba ningún arma, pero sí un parche en su ojo derecho que no conseguía tapar lo que era una imponente cicatriz que comenzaba por encima de la ceja y terminaba casi a la altura de la boca, cruzando la mejilla y con toda seguridad su ojo oculto.

—¿Quién eres? —preguntaba el siniestro hombre en un perfecto mandarín.

—¿Qué buscas en Pekín?

Álex se mantenía alerta, preparado para lo que podía convertirse en un combate, pero a su vez pensó que lo mejor era decir la verdad. Aunque entendía el bastante bien el chino mandarín tan solo sabía decir algunas palabras sueltas.

—Busco a Liang Xiao Zhu —contestó en inglés, con la esperanza de que le entendieran.

Los tres hombres rieron a carcajadas, mirándose unos a otros, burlándose claramente de la respuesta del occidental.

—Eso contesta solo a una de mis preguntas —insistió el hombre de la cicatriz volviéndose a poner serio, cambiando de idioma a un correcto inglés.

—Me llamo Álex Boij —afirmó rotundo el joven, irguiendo su cuerpo con orgullo y desafiándolo con la mirada.

Enseguida los tres hombres hablaron entre sí, en un dialecto que el chico no comprendía, comentando aquella noticia que parecía haber caído como una bomba.

—Entonces los rumores eran ciertos, pronto volveremos a vernos.

El hombre del parche le dio la espalda y emprendió la retirada seguido por sus dos secuaces, anduvo unos diez pasos y girándose nuevamente se puso la mano en el bolsillo y le lanzó algo al muchacho, aterrizando justo a los pies de éste.

—No vas a encontrar a Liang, a la tríada no le gustan las deudas.

Los tres individuos desaparecieron entre la oscuridad de la noche mientras Álex podía observar horrorizado el objeto lanzado. Éste era una trenza perfectamente hecha y ensangrentada, seguía pegada a un pedazo de carne, parte del cuero cabelludo cortado en forma circular. No tuvo dudas de que el pedazo de cabello pertenecía ni más ni menos que a la persona que había venido a encontrar. Sintiéndose desolado y sin apetito por la situación tan tensa que acababa de vivir decidió volver al hotel, creyendo incluso que su búsqueda acababa de terminar.

Era más de media noche cuando el muchacho ya estaba metido en la cama, mirando la televisión intentando conciliar el sueño, deseando que aquel día terminara lo antes posible para poder pensar con claridad y ver la situación con algo de perspectiva cuando alguien llamó a su puerta. Álex enseguida se puso en guardia, avanzando lentamente hasta ésta con el puño cerrado dispuesto a pelear, no entendía quién podía ser a aquellas horas de la madrugada. Abrió con sigilo y pudo ver asombrado que al otro lado le esperaba aquel misterioso hombre que conoció en el funeral de su padre, el mismo que se presentó como su tío.

—Pekín no es segura, debes ir a Tokio lo antes posible —le aconsejó sin ni siquiera saludarle.

—Busca a esta persona, él sabrá que hacer —prosiguió a la vez que le entregaba un sobre.

—Tengo que irme, cuídate mucho, volveremos a vernos.

Casi como si de un espíritu se tratara desapareció por aquel interminable pasillo plagado de puertas de habitaciones, su zancada era larga y elegante y el muchacho cayó en la cuenta de que ni siquiera había dicho una sola palabra. Cerró la puerta de nuevo y miró el interior del sobre, en él había un nombre y una dirección:

—Tadashi Kami.

Capítulo VIII: justicia divina

Álex llego agotado por el viaje al Aeropuerto Internacional de Haneda, cogió un taxi y sin buscar previamente un lugar donde pasar la noche decidió darle la dirección que tenía. El trayecto fue maravilloso, el joven siempre había querido conocer Japón, toda su vida había estudiado sus costumbres y sus artes de lucha. Viendo lo poblada y extensa que era la ciudad se sintió un chico de provincias, aunque amaba Barcelona ahora veía su ciudad natal casi como un pequeño pueblo.

Llegó hasta un pequeño establecimiento de sushi y al ver que la puerta estaba abierta decidió entrar. Era consciente de que era demasiado temprano para comer, pero el chico estaba harto de perder el tiempo, llevaba meses de viaje sin entender si quiera a donde se dirigía. Detrás de la tradicional barra de madera un hombre de unos cincuenta años preparaba el Maki que horas más tarde serviría  sus clientes. Utilizaba un brillante y afilado cuchillo como si de una katana se tratase, con movimientos elegantes y precisos.

El cocinero le miró fijamente y cortésmente le preguntó en inglés:

—¿Puedo ayudarlo en algo?

El chico no estaba para juegos ni largas presentaciones, apoyó su petate en el suelo y contestó en japonés:

—Me llamo Álex Boij y busco a mi madre, usted es mi última esperanza señor Tadashi.

El hombre se sorprendió ante aquel perfecto dominio del idioma y la afirmación del joven, miró fijamente sus oscurísimos ojos y enseguida supo que decía la verdad.

—¿Tu padre sigue con vida? —preguntó sin tapujos pero con educación.

—Murió hace tres años, aunque siento su presencia por todas partes.

Tadashi se frotó el mentón pensativo, desde luego aquel día no se había despertado intuyendo que conocería al hijo de Ángel Boij, el mejor guerrero que jamás había conocido. En Álex veía perfectamente los rasgos de sus dos progenitores.

—Siento oír esto, admiraba a tu padre, era un hombre de honor.

—¿Por qué nunca me habló de mi madre? —preguntó él con cierto tono de amargura en su voz.

—Todo tiene su explicación. ¿Te has preparado?

—¿Preparado para qué?

Tadashi se dio cuenta enseguida de que el joven no sabía nada, se sorprendió de que hubiera llegado tan lejos.

—Llegas justo a tiempo, mañana sale un barco del puerto, aparentemente una embarcación de pescadores. Les avisaré de tu llegada.

—¿Qué tiene que ver el barco con mi madre? —insistía el chico un poco cansado de tanto misterio.

—Ellos te llevarán a la Isla de Ryūjin, allí, si estás preparado, conocerás a tu madre. A las siete de la mañana debes estar en el puerto, reconocerás el barco en cuanto lo veas, siento no poder decirte nada más.

Álex se sentía nuevamente frustrado, agotado por recorrer cientos de kilómetros de enigma en enigma, pero también sabía que nunca había estado tan cerca de una respuesta y decidió no discutir.

—¿Tienes sitio dónde hospedarte? —le preguntó el hombre.

El chico negó con la cabeza.

—En esta misma calle hay un pequeño hotel, es humilde pero está limpio y es confortable.

Agradeció la ayuda de aquel curioso cocinero y recogiendo el petate del suelo fue directo al sitio, estaba completamente agotado, sentía que podría dormir veinticuatro horas seguidas. Su aventura había sido tan dura hasta el momento que tenía miedo de no poderlo soportar demasiado tiempo más.

Se instaló en su nuevo hogar, aquella habitación de hotel que era bastante amplia tratándose de una ciudad como Tokio y tal y como le había informado Tadashi bastante cómoda. Durmió tan profundamente que perdió completamente la noción del tiempo, estuvo horas teniendo los más agradables sueños, recuperando las fuerzas perdidas entre aviones y esperas en aeropuertos. Finalmente el rugido de sus tripas lo despertaron, avisando del hambre feroz que sentía. Se levantó vestido solo con el pantalón del pijama y entró en el baño, observó su reconfortada mirada y se lavó la cara con agua muy fría para desperezarse, era hora de ir a cenar algo. Cuando sacó la cabeza de la pila y comenzó a secarse vio la aterradora figura de un ninja justo detrás de él reflejándose en el espejo.

Se giró lo más rápido que pudo cuando éste le lanzó el primer golpe, impactando directamente contra su mandíbula y lanzándolo contra el espejo. Sin esperar el sicario vestido de negro con pasamontañas atacó nuevamente con una combinación de patadas y puñetazos que Álex paró como pudo, varios  de éstos alcanzaron su destino pero gracias al Muay Thai su cuerpo era duro y resistente. Soportó el dolor y eso le permitió lanzar una patada frontal, apartando al agresor y proyectándolo contra la pared. Con un movimiento acrobático el joven salió hasta el dormitorio buscando un espacio más cómodo donde luchar mientras el asesino rodó por el suelo y le lanzó una estrella ninja que le rozó la mejilla. El chico notó como la sangre caliente brotaba por su cara y supo que aquel iba a ser el primer combate serio de su vida, debía demostrar que estaba realmente preparado.

Ambos atacaron a la vez con una patada voladora, mientras el ninja alcanzaba el vientre de Álex éste impactaba en su cara, cayendo con violencia contra el suelo mientras el joven conseguía seguir de pie. No tuvo tiempo de decidir si era ético o no atacar a un rival que está en el suelo, aunque fuera un sicario, cuando de nuevo éste contratacó con un barrido. Consiguió esquivarlo de un salto pero el asesino tuvo el tiempo suficiente para desenvainar su afilada katana y apuntar a Álex amenazador. Después de un par de malabarismos para demostrar el control que tenía sobre el arma que poseía atacó nuevamente al desprotegido chico, que consiguió esquivar nuevamente el filo de la espada, sorprendiéndose él mismo de su rapidez y agilidad. En un último intento por alcanzarlo la katana se quedó atrapada contra la madera de la cama, momento que aprovechó el joven para golpear a su agresor con una poderosísima Round Kick, lanzándolo con violencia nuevamente contra la pared.

Esta vez decidió no darle ni un respiro para que pudiera rearmarse nuevamente y mientras el encapuchado recuperaba el aliento atacó con la rodilla por delante, golpeándolo en el tórax a la vez que con los brazos lo aprisionaba por el cuello y repetía la acción, propinándole rodillazos con ambas piernas sin parar. Parecía estar al borde de sus fuerzas cuando el ninja consiguió darle un cabezazo, haciéndolo sangrar nuevamente esta vez por la nariz pero sin conseguir salir de su trampa, atrapado entre la pared y el joven. Álex sintió que aquel había sido el último golpe de su agresor, notó que ya no tenía fuerzas para seguir luchando.

Lo agarró con fuerza por la solapa del traje para inmovilizarlo a la vez que con la otra mano le quitaba la capucha. Su sorpresa fue máxima al observar que era una mujer y además rubia y con rasgos completamente occidentales. Ella forcejeó durante unos segundos pero el chico la agarró aún con más fuerza mientras que la inmovilizaba también cogiéndola por el pelo.

—¿Quién te envía? —le preguntó en inglés.

Al ver que no hablaba la zarandeó con fuerza y repitió la pregunta aumentando el volumen de su voz:

—¡¿Quién te envía?!

La chica seguía sin colaborar, luchando para salir de aquella situación haciendo que el traje se abriera y mostrara sus pechos tapados por un sujetador negro. El muchacho no pudo evitar mirar, no entendía cómo una chica de su complexión podía tener tanta fuerza.

—Habla o lo lamentarás —insistió.

—Tadashi Kami —respondió al fin sabiéndose vencida.

—¿Tadashi?, ¿por qué querría verme muerto? —preguntó desconcertado.

La chica hacía una mueca de dolor causada por la fuerza con la que Álex la agarraba por el pelo mientras intentaba explicarse.

—Si quisiera matarte estarías muerto, solo tenía que herirte.

—¿Por qué?, ¿por qué tú?

—Mi organización no pregunta las razones a nuestros clientes, el hombre podía contratarnos a nosotros o a la Yakuza, para un encargo tan singular supongo que creyó que éramos más fiables.

Álex no entendía nada, pensó que aquello lo tendría que discutir con Tadashi en persona, empezaba a acostumbrarse a correr peligro. Sus negros ojos volvieron a bajar ligeramente, observando aquellos apetecibles pechos y la estrecha cintura de su asaltante que entre forcejeos estaba ya medio desnuda de cintura para arriba. La rubia ninja se percató de su fugaz mirada y le recriminó:

—¿Después de pegarme te dedicas a mirarme las tetas?

El chico se sintió avergonzado pero decidió contraatacar:

—¿Pegarte yo?, yo solo me defendía, eres tú la que me ha atacado con una katana y un maldito shuriken.

Decidió soltarle lentamente el pelo, pensando que ya no era una amenaza y sintiéndose “cazado”, ya que el haber luchado con una mujer parecía haberle excitado. Su cabello era rubio dorado y tenía los ojos azul océano, acompañado todo de unas facciones bonitas. La parte que mostraba del cuerpo era de su agrado y la que seguía tapada también lo parecía.

—Nunca había conocido a una ninja rubia —dijo él en tono reconciliador.

—¿Es que has conocido a muchos ninjas? —le preguntaba irónica mientras se atusaba el maltratado pelo y se deshacía definitivamente de la chaquetilla negra.

Sin darse cuenta una potente erección creció tanto debajo de su pijama que rozó el vientre de la mercenaria, llamando de inmediato la atención de ésta que miraba descarada.

—Parece que poco a poco me vas perdonando —le dijo señalando con sus preciosos ojos el bulto de su pantalón.

Sin pensárselo se abalanzó sobre ella, besándole apasionadamente y acomodándose a su altura, clavándole el miembro en la entrepierna separados solo por la ropa. Enseguida se dio cuenta de que no era el único que se había excitado con la pelea, pero seguía con la guardia alta, preocupado por si la reciprocidad en el beso no era más que una táctica evasiva de la luchadora. La chica rodeó de un brinco el cuerpo de Álex con las piernas mientras sus lenguas seguían jugando, aquello no le había pasado nunca, la fiereza del español la había puesto muy caliente. El joven la llevó hasta la cama dejándola caer en el colchón y tirándose encima, siguiendo con aquel morreo a la vez que las manos magreaban sus pechos lujuriosamente.

—Mmmm, mmm, mmm.

Le quitó el sostén hábilmente descubriendo sus no muy grandes pero bonitos pechos y siguió sobándolos sin ropa por el medio mientras seguía restregando su erección por toda su anatomía. Se quitó los pantalones del pijama mientras que saciado ya con sus mamas se dedicó a acariciar sus trabajadas nalgas, intentando liberarla de aquel ceñido pantalón.

—¿Cómo demonios se quita esta cosa? —exclamaba frustrado.

La chica ayudó con aquella ardua tarea consiguiendo al fin quedar solo con unas braguitas negras que Álex no tardó en quitarle también. La atlética ninja agarró el pene del que debía ser su víctima, lo colocó en la entrada de su vagina y le susurró al oído:

—Clávame tú ahora la espada.

Sin pensárselo Álex la penetró con fuerza, casi con violencia mientras los dos gemían con fuerza por el placer.

—¡Ahhh!, ¡ohhh!, ¡ohhhhh!, eres la asesina más sexy que conozco.

Ella gritaba del gusto mientras conseguía decirle entre dientes:

—Ya que no voy a poder cobrarme el encargo por lo menos fóllame sin piedad.

Mientras el joven la embestía una y ímpetu ella lo ayudaba con la gran fuerza de sus glúteos, arañándole su musculada y fibrosa espalda como si fuera una auténtica felina.

—¡¡Ohhhh, ohhhhh, ahhhh!!

Oían el crujir de la cama con cada sacudida y ambos pensaron que lo que no había conseguido la katana acabarían consiguiéndolo sus cuerpos, notándose ésta a punto de resquebrajarse. Los pequeños senos de la rubia botaban al son de las penetraciones hasta que el chico notó como ella le agarraba aún más fuerte con las piernas, se la metía hasta lo más hondo de sus entrañas y gemía con tanta fuerza que el eco se hizo ensordecedor.

—¡¡Ahhh, ahhhh, síii, síiiiii!!

Álex pudo notar como el cuerpo de su amante tenía fuertes y numerosos espasmos cuando ella le dijo:

—¡Joder!, ¡me he corrido ya!

Ante la frustración del chico se separó de él, quitándose con cuidado su miembro de dentro. El muchacho se puso en pie, mirándose la erección cuando antes de poder opinar sobre la situación la fogosa ninja lo tranquilizó:

—Tranquilo guerrero, que ahora te termino.

De un salto salió de la cama y quedó de rodillas frente a él, le agarró el instrumento con una mano y masturbándolo con decisión empezó a darle pequeños golpecitos al glande contra su mejilla. Esa especie de paja/facial lo volvió loco de placer, pensó que la preciosa mercenaria no era solo experta en el arte de la lucha.

—¡Ohhh, mmm, mmm, mmmmm!

Gemía sin control mientras la chica seguía pajeándolo cada vez con más fuerza y velocidad, restregando la punta de su pene por su cara mientras le decía:

—Córrete, lléname de leche.

Álex no pudo aguantar más y obediente se corrió, lanzando un chorro de semen con cada espasmo, llenando de su elixir su cabello, su cara y su escote mientras tenía un orgasmo descomunal. Mientras ambos recuperaban las fuerzas echaron un vistazo a la habitación, la cama estaba coja y en sus pies tenía una katana incrustada, había cristales rotos por todas partes e incluso alguna pared agrietada. Se miraron y no pudieron contener las risas.

Capítulo IX: explicación y viaje

A las seis de la mañana Álex se presentó en el pequeño establecimiento que regentaba Takashi Kami. Apoyó su oído en la puerta de madera y al oír movimiento dentro del lugar decidió abrirla con una potente patada frontal. Ésta cedió, abriéndose con tanta violencia que pareció romperse mientras el joven entraba y se quedaba mirando fijamente a Tadashi Kami que se encontraba limpiando la barra.

—¿Te decepciona verme sano y salvo? —le preguntó con una mezcla de sarcasmo y odio.

El hombre le miró sin saber muy bien que decir mientras Álex siguió con sus acusaciones.

—Tu nombre significa justicia divina, deberías cambiártelo por traidor mentiroso, por ejemplo.

El joven adoptó una posición de combate ante la pasividad del avergonzado cocinero.

—Será mejor que tengas una buena explicación.

Rehuyendo la lucha por completo con su postura corporal le dijo:

—Te prometo que la tengo, pero no tengo tiempo para decírtela. Jamás haría nada para perjudicarte, ni a ti ni a tu padre, puedes creerme o no.

—Que me intente lisiar una asesina a sueldo no me parece precisamente una muestra de respeto ni cariño —seguía el chico intentando contener la rabia.

—Es peor lo que te espera en la isla, allí sí que vas a tener que luchar, solo espero que puedas vivir para contarlo aunque no ganes el torneo.

Álex intentaba unir todas las piezas del rompecabezas cuando el Tadashi añadió:

—Vete al puerto o perderás el barco, pronto entenderás mis razones.

—Me voy, pero esto no termina aquí, volveremos a vernos.

Rápidamente salió del establecimiento en busca de un taxi que le llevara al puerto, sentía que estaba cerca de entender muchas cosas, pero no sabía que pensar del misterioso cocinero que había pagado para herirle. Cuando llegó a su destino tal y como le había advertido Tadashi pronto supo que barco era al que debía subir. Un barco pesquero con el nombre de Senshi (guerrero) fue suficiente información para identificar su nuevo transporte. Se dirigió a la embarcación cargando con su petate, miró a los dos hombres que custodiaban el puente para subir a bordo e inmediatamente éstos le dejaron subir, haciéndole incluso una reverencia.

A las siete en punto zarpó rumbo teóricamente a una misteriosa isla. El joven anduvo un rato por la cubierta, su nueva casa era más grande de lo que aparentaba desde tierra. Se cruzó con toda clase de pescadores y trabajadores hasta que decidió descansar sentado en un barril situado en la popa. Permaneció allí durante horas, meditando sobre toda la información recabada hasta el momento. Pronto un hombre negro, corpulento y más alto que él se sentó a su lado en otro barril. Ambos se miraron, su nuevo compañero llevaba la cabeza afeitada y sin duda solo observando sus ojos Álex supo que se trataba de un luchador. El individuo le saludó respetuosamente bajando la cabeza y pronunciando su nombre:

—Joao.

—Álex —contestó.

—Um prazer —añadió en un reconocible portugués.

Siguieron el viaje en completo silencio, observando el oleaje del mar de Japón. El joven luchador se preguntaba si Joao tendría más información acerca del lugar a donde iban, la respuesta parecía bastante obvia. Llegaron al atardecer, gracias a su nuevo compañero de viaje Álex había conseguido llenarse la panza con unos aracajés y coxinhas típicos brasileños que éste le había ofrecido amablemente. Bajaron de la embarcación en una pequeña cala cuatro personas, Joao y Álex fueron los primeros y a ellos le siguieron un coreano y un chino que el joven reconoció enseguida. Se trataba ni más ni menos del personaje del parche en el ojo, el que le hizo abandonar Pekín antes de lo esperado. Llevaba puesta una vestimenta típica de los luchadores de Kung Fu, mostrando sus brazos al descubierto que lucían todo tipo de tatuajes. Su sonrisa cuando miró al joven fue aún más siniestra que su aspecto.

Avanzaron unos metros hasta un enorme portón de madera sostenido por dos grandes pilares de piedra. Lo custodiaban dos guardianes con atuendo bastante variopinto. Vestían con un traje violeta japonés, cubrían sus cabezas con el Nón Lá, el sombrero típico vietnamita e iban armados con Quiangs, unas lanzas utilizadas en china. Aquello demostraba una mezcla de culturas antropológicamente interesantísima.

Joao y el hombre del parche entraron los primeros, atravesando aquel enorme portón de madera ante la pasividad de sus guardias seguidos rápidamente por el coreano. Álex intento seguir sus pasos cuando ambos guardias cruzaron sus lanzas obstruyéndole el paso. Se mantuvieron en aquella posición unos interminables segundos en los que el joven no sabía que hacer hasta que apareció un anciano pero ágil hombre, vestido con un traje oriental difícilmente identificable y con una larguísima barba que le daba la apariencia de sabio. Éste hizo un gesto con la cabeza y los guardias no tardaron ni un segundo en retirar sus armas e invitar al muchacho a pasar. El chico entró con cierto reparo y justo al llegar a la altura del sabio éste le preguntó:

Anata ga nihongo o hanashimasu ka?

—Sí, desde niño. Aprendí japonés con las enseñanzas de mi padre.

El hombre lo miró algo extrañado, fijándose especialmente en aquellos ojos tan oscuros que eran difíciles de pasar por alto y en su japonés de peculiar pronunciación preguntó de nuevo:

—¿Ángel Boij es tu padre?

—Lo fue, murió hace tres años.

El sabio bajó la cabeza apenado, el muchacho se sentía orgulloso cada vez que el nombre de su padre salía a escena y notaba el enorme respeto que los que lo conocían sentían por él.

—¿Qué hago aquí? Llevo muchos meses viajando por el mundo con el único propósito de conocer a mi madre.

El anciano le invitó con un gesto a que paseara con él, parecía seguir sorprendido de su presencia en la isla.

—Debes participar en un torneo de artes marciales. Las normas son muy simples, pierde el que muere o se rinde. En caso de perder más te vale no quedarte inconsciente, o acabarán contigo sin piedad antes de que logres darte por vencido.

—¿Qué es este lugar? ¿Por qué debo luchar?

—Es la única manera que tienes de ver a tu madre, te recomiendo que hoy descanses bien, mañana empezará el torneo.

—¿Dónde estoy? —insistió el chico.

—En la Isla de Ryūjin —afirmó el sabio.

—¿A quién pertenece?

El hombre meditó un poco su respuesta. Durante aquel tranquilo paseo Álex se fijaba en la frondosa vegetación y también en las estatuas de varios guerreros que había diseminadas por el lugar. Reconoció perfectamente la figura de un guerrero Muay Thai erguido en su posición de pateo esculpido en piedra y también un luchador de Aikido.

—Supongo que administrativamente hablando esta isla pertenece a Japón, pero lo cierto es que nunca lo he sabido. Aquí convivimos varias culturas bajo el protectorado del Emperador sin estandarte.

—¿Quién es el tal Emperador?

—No tiene nombre, ni bandera, ni escudo. Él gobierna con justicia estas tierras, es todo lo que te puedo decir. Ningún gobierno mete las narices en esta isla y así queremos seguir.

Álex ya había oído respuestas similares en otra ocasión, cuando intentó indagar sobre la identidad de su tío.

—¿Cuánta gente participa en el torneo?

El anciano sonrió antes de responder:

—Este año parece que seréis solo cuatro. Se sortearán los combates, lucharéis dos contra dos y los vencedores entre sí.

—¿Entonces solo debo ganar a dos personas para obtener respuestas? —insistía nuevamente un sobreexcitado Álex.

—Bueno, el Emperador siempre puede elegir a un héroe, alguien entre sus fieles hombres para combatir contra el vencedor del torneo. Es una decisión solo de él.

Tres luchadores, aquello no parecía tan difícil, el joven guerrero sintió que llevaba toda la vida preparándose para aquello.

—Descansa hasta mañana, los combates suelen ser breves pero intensos. Los guardianes de la isla velan por la seguridad de todos los participantes, las luchas no programadas están completamente prohibidas.

Capítulo X: Joao-Jitsu

Contra todo pronóstico el joven muchacho durmió como un lirón aquella noche. Sus anfitriones le habían ofrecido algo de comer antes de ir a la cama y le habían asignado una pequeña choza como estancia. Ya había salido el sol cuando alguien llamó a su puerta.

—Es tu turno —le dijo el anciano en cuanto Álex abrió.

Se vistió rápidamente solo con el zubón y el obi, el tradicional pantalón y cinturón japonés para combatir en karate y siguió al sabio que se movía tan elegantemente que parecía deslizarse en vez de andar. Avanzaron por un camino hasta llegar a un círculo de arena rodeado de espectadores, todos lugareños de la isla. En uno de los extremos había un gran trono de piedra con uno más pequeño y bajo a su lado. Los combates los presidía sin duda el Emperador, ataviado con una elegantísima y tradicional vestimenta oriental. En el trono inferior una mujer igualmente elegante le acompañaba, cubriendo su rostro con una preciosa Hannya, una máscara tradicional japonesa.

La adrenalina recorrió todo el cuerpo del joven que miraba hacia todas partes, abrumado por todo aquello. Fijó su mirada en el centro del círculo y pudo ver al coreano que había viajado junto a él en el barco. Su cuerpo estaba tumbado en la tierra, sin vida y aparentemente con el cuello roto. Delante de él el chino del parche presumía de su victoria, mostrando las escasas heridas que había conseguido infligirle su adversario. Un escalofrío recorrió toda la médula espinal de Álex.

Varios guardianes recogieron el cadáver y se lo llevaron rápidamente, preparando la arena para el nuevo combate.

—Demuestra lo que has aprendido —le dijo el anciano mostrándole el camino, haciendo que el muchacho se sintiera como un gladiador.

Al momento apareció Joao, haciendo una reverencia al Emperador que Álex imitó por miedo a faltarle el respeto.

—Boa suete —le dijo el rocoso brasileño poniéndose en guaria.

El chico juntó las manos y cerró los ojos inclinando su cabeza en señal de respeto para después colocarse también en posición. Imaginaba que aquel gigantón sería un experto en Capoeira y aquello no le inquietaba demasiado, consideraba que era un gran deporte y muy estético, pero poco efectivo a la hora de luchar.

El Emperador se levantó momentáneamente de su trono, saludó respetuosamente a los dos luchadores y lanzó un pañuelo al aire como símbolo de que el combate podía comenzar. Antes de que éste llegara al suelo el musculado negro corrió en dirección al joven, rodó por el suelo y consiguió derribarlo. Ni dos segundos después el brasileño agarraba la pierna de Álex con fuerza, con sus brazos y sus piernas y practicaba una llave de sumisión. El muchacho aguantaba como podía el increíble dolor que sentía, consciente de que el combate no podía haber comenzado por y recordando que el anciano ya le había hablado sobre la brevedad de éstos.

—¡Arrghhhhhhhh!

Gritaba de dolor por aquella llave, el forzudo era todo un experto en Jiu-Jitsu una de las artes marciales que menos dominaba aunque intentó aprenderla durante años. En igualdad de peso lo habría tenido más fácil, pero aquel hombretón probablemente le superaba en más de quince kilos. Siguió estrujando su pierna mientras le gritaba:

­—Renda-se!

—¡Arrrrhgggggggggggg!, ¡no!, ¡nunca!

—Renda-se —insistía el negro provocándole el dolor más terrible que jamás había sentido el chico.

Álex estaba desbordado por aquella llave, decepcionado consigo mismo pero dispuesto a aguantar lo que fuera con tal de conocer a su madre. Sin entender la relación que todo aquello tenía con ella, sabía que debía ganar. El brasileño siguió estrujando su maltrecha pierna hasta que el joven supo que era ahora o nunca, consiguió incorporarse ligeramente, armó su mano derecha dejándola rígida como una tabla y le propinó un fuerte golpe seco en la nuca.

Aquello había funcionado, al momento notó como Joao dejaba de aprisionar su pierna, perdiendo las fuerzas y quedándose tumbado en el suelo semiinconsciente. Aprovechó para ponerse de pie y probar como había quedado la pierna, sentía un dolor intenso pero se alegró al comprobar que no estaba rota.

—¡Remátalo!, ¡remátalo!, remátalo! —gritaba la multitud en varios idiomas.

El negro pareció recuperarse ligeramente y Álex, en un honroso gesto de honor, decidió esperar a que se pusiera en pie. Joao movió el cuello de manera circular haciendo crujir todos sus huesos, se colocó en posición y volvió a atacar. Esta vez no cogió desprevenido al joven chico que esquivándolo con un paso lateral le propinó una fortísima patada con la pierna que aún tenía bien, derribándolo nuevamente.

El público gritaba excitado ante aquella exhibición de técnica y fuerza mientras el luchador de Jiu-Jitsu parecía intentar recuperarse sin demasiado éxito. Consiguió ponerse de pie unos segundos, con sus piernas temblorosas hasta que éstas cedieron y volvió a caer. Alzó la mano desde el suelo y dijo:

—Me rendo!

La gente cuchicheaba sin parar lo que acababan de ver.

—Lo ha tumbado con solo dos golpes —le decía un espectador a otro en un extraño mandarín.

En un lateral podía ver el anciano sonreír ante lo que acababa de ver cuando el chino del parche hizo acto de presencia y señalando a Álex gritó:

—¡Enfréntate ahora conmigo mocoso, a ver si me tumbas con dos golpes!

—No es el momento, apuntaba el sabio, saliendo al rescate del muchacho.

—¿Por qué esperar? —añadió éste con voz altiva.

—El combate debe celebrarse mañana tal y como estaba programado —insistió él.

—¿Tienes miedo Hikari?, ¿Miedo a que mate a tu protegido? No tengas envidia, después de él vendrás tú, a ver si esta vez consigues dañarme el ojo.

Álex no daba crédito a lo que estaba presenciando, por las palabras del chino podía entenderse que éste había sido el vencedor del último torneo celebrado y que eso lo había llevado a luchar contra el sabio anciano, quedando gravemente herido por aquella pelea. Hikari era el héroe que había elegido el Emperador.

—Kun Lao, aléjate de la arena —le amenazó el anciano.

Éste miró chulesco a su alrededor, haciendo gestos de burla hacia nosotros y mirando al Emperador.

—Que lo decida tu querido líder, ¿le parece bien que luchemos aquí y ahora?

El Emperador se puso en pie, enseguida un guardián fue corriendo en su encuentro y éste le susurró algo al oído. Asintió con la cabeza, miró hacia el centro del círculo de tierra y gritó:

—El Emperador dice que la lucha solo tendrá lugar si ambos combatientes están de acuerdo.

Kun Lao no tardó ni un momento, miró desafiante a Álex dejándole toda la responsabilidad  a él.

—No tengo ningún inconveniente en luchar ahora —contestó éste arrastrado por lo extremo de la situación.

El chino se rio ante aquella afirmación mientras Hikari le susurró al oído al valiente joven:

—Ves con cuidado, Kun Lao es un auténtico asesino, ríndete si te acorrala, nadie dudará de tu honor.

Capítulo XI: Kun Lao

El Emperador lanzó el pañuelo y antes de que éste pudiera aterrizar sobre el suelo el chino, que estaba ya en la posición de Kung Fu del tigre, atacó al joven Álex sin contemplación, lanzando golpes a diestro y siniestro con sus manos adoptando forma de garras. Consiguió parar la mayoría pero Kung Lao parecía incansable, dispuesto a no darle ni un respiro, intercalando zarpazos y patadas que castigaban sus rodillas.

El muchacho consiguió apartarlo momentáneamente con una patada frontal pero su adversario se impulsó rápidamente con ambas piernas para alcanzar su objetivo de nuevo, clavó sus manos en el esternón de Álex y separándolas con gran fuerza hacia fuera logró arañarle ambos pectorales, haciendo que éstos sangrasen por la aparatosa herida. No contento con esto rápidamente lanzó dos patadas al rostro del chico que impactaron con violencia, hiriendo su ojo izquierdo y su nariz.

Todo el público murmuraba e incluso el mismísimo Emperador se puso en pie atraído por aquel violento inicio, intentando no perderse ningún detalle. El ojo del joven se hinchó enseguida quedando prácticamente cerrado mientras las gotas de sangre de sus heridas teñían la tierra de rojo.

—Ahora ambos tenemos solo un ojo útil, ¡jajajaja! —presumía Ku Lao mientras lanzaba otro ataque con sus piernas que castigaba las costillas del joven luchador mientras que con una de esas patadas se impulsaba hacia arriba para golpear con la otra rodilla en su mandíbula.

El guerrero tigre dio dos volteretas acrobáticas hacia atrás y dijo:

—¿Y tú eres el hijo del legendario Ángel Boij?, ¡si pudiera verte se haría el puto harakiri!

La sangre que aún fluía por las venas de Álex ardía por la rabia pero aquel inicio difícilmente podría haber sido peor. Recordó las enseñanzas de Saenchai, le había enseñado a ser duro como una roca y si pudiera verle él también se sentiría avergonzado de su pupilo. Recordó todo lo que había sufrido en los últimos meses hasta llegar a aquella isla, a aquel preciso lugar, reunió las fuerzas que le quedaban y se puso nuevamente en posición de combate.

—Así me gusta, prefiero matar a mis adversarios a que se vayan llorando con mamá —fanfarroneó el chino.

Nuevamente se abalanzó sobre el muchacho con gran velocidad pero esta vez Álex consiguió esquivarlo con tal habilidad que logró situarse justo a su espalda, armó la pierna con toda la rabia del mundo y golpeó con extrema violencia la columna vertebral de su chulesco adversario.

—¡Arrg, auchrggg! —gruñó Kun Lao que había salido despedido por los aires como una marioneta en pleno vendaval.

De un salto se colocó de pie, teniendo que soportar nuevamente los murmullos del público que parecía entusiasmado con aquel contraataque.

—Yo tampoco necesito los dos ojos para vencerte —dijo con voz retadora un Álex que parecía renacido.

El practicante de Kung Fu no pudo soportar la provocación y atacó de nuevo, golpeando con manos y pies a un joven guerrero que los atajaba sin problemas, haciendo alarde de una resistencia y recuperación admirables.

—¡¿Esto es todo lo que tienes?! —le gritó el chico impactando su rodilla contra su boca a la vez que lo separaba con un golpe seco con la mano.

Kun Lao guardó las distancias, se inclinó agotado mirando al suelo y escupió un coágulo de sangre acompañado de dos de sus dientes. Miró nuevamente al joven y mostrando su mellada dentadura le dijo:

—¡Jaajaja!, estúpido niñato, no tienes ni puta idea de lo que está aquí en juego, ¿verdad?, ¡jajajajajajaja!

Álex no entendió aquel comentario y el chino decidió no darle demasiado tiempo para pensárselo, volviendo a la carga con una patada voladora que aunque alcanzó el vientre del joven pareció no inmutarse.

Convierte tu cuerpo en una roca, pensaba el muchacho, recordando las enseñanzas de Saenchai.

El chino parecía sorprendido ante aquella demostración de fortaleza, colocaba su cuerpo nuevamente en posición de combate y lo intentaba nuevamente impactando hasta tres patadas seguidas contra las castigadas costillas de su contrincante.

—No puedes dañarme —dijo Álex con autosuficiencia, poseído por el espíritu de los grandes guerreros.

Nuevamente lo intentó Lao con una rápida combinación de golpes y zarpazos a los que el joven ni se dignó a proteger simplemente esperando su turno. Cuando vio que su adversario cesaba en sus intentos, respirando entrecortadamente por el cansancio, contraatacó con una patada circular que golpeó tan fuerte contra la cara del chino que hizo que toda su cabeza girase acompañada de su cuerpo, volando de forma acrobática en forma de tirabuzón.

El crujido de los huesos fue tan fuerte que todo el público enmudeció por unos instantes.

—Podéis llevároslo, no se va a levantar.

Dos guardianes parecían esperar a que Kun Lao diera señales de vida pero éste estaba, como mínimo, inconsciente. Finalmente recogieron su cuerpo que aún respiraba y se lo llevaron a toda prisa. El Emperador se levantó y con voz sobria ordenó en su peculiar japonés:

—Hikari, te elijo como héroe, defiende el honor de mis hijas.

El sabio anciano entró nuevamente en el círculo de tierra, miró fijamente los ojos de Álex y saludó bajando la cabeza y cerrando los ojos. Le dio la espalda y mirando al emperador repitió la acción y contestó:

—Justo Emperador, con dolor en mi corazón debo rechazar su misión, defendí con orgullo el honor de su hija mayor en paz descanse y luego hice lo mismo por su hija menor hasta el día de hoy. Estoy demasiado viejo para luchar, sin duda perdería el combate. Por favor, líbreme de esta orden.

El Emperador asintió serio con la cabeza, miro hacia sus lados y lo único que encontró fue a sus súbditos negando con la cabeza, asustados por los contundentes golpes del joven occidental. Siguió observando por todas partes sin encontrar ningún voluntario hasta que dijo:

—Proclamo a Álex Boij como campeón de este torneo, el será el luchador supremo durante los próximos cinco años y recibirá todas las recompensas.

En cuanto terminó la frase la mujer enmascarada que le acompañaba abandonó el lugar a toda prisa, en una actitud que podría parecerse a la indignación. La gente pareció volverse loca, aplaudiendo efusivamente y coreando el nombre del joven guerrero.

—¡Alex Boij!, ¡Alex Boij!, ¡Alex Boij!, ¡Alex Boij!, ¡Alex Boij!

Hikari abandonó la arena invitando con un gesto al chico a que le siguiera, pronto consiguieron dejar la gente atrás para adentrarse en un pequeño camino.

—Tu padre estaría orgulloso de ti.

—¿Vivirá Kun Lao? —preguntó el joven cambiando de tema, ruborizado por aquella afirmación.

—Por desgracia sí, es un hombre sin honor, un criminal, pero siempre tiene suerte.

Andando tranquilamente llegaron hasta una pequeña piscina natural de agua abastecida por una cascada.

—Sumérgete en sus aguas, ayudarán a curar tus heridas.

Álex se deshizo de la escasa ropa que llevaba y sin pensárselo se lanzó al agua, notando al momento que ésta estaba congelada. El sabio rio mientras le dijo:

—Son aguas del deshielo, acabarán rápidamente con el hinchazón de tu cuerpo.

—¡Espero que muy rápido! —bromeaba el chico tiritando.

Mientras seguía en remojo el joven examinó una estatua cercana, en ella un guerrero que le era muy familiar se mostraba en posición de combate, su pedestal rezaba:

—Ángel Boij, el primer guerrero occidental que ganó el torneo de Ryūjin.

Los ojos del joven se humedecieron por la emoción cuando varias doncellas llegaron hasta la piscina, dos de ellas cargando con una bañera humeante con bastante dificultad.

—Ahora ponte en la bañera, el agua está caliente y la mezcla de raíces y hiervas de ayudarán a cicatrizar —le indicó el sabio.

—Pero…esto…estoy desnudo.

El viejo rio ante el ingenuo comentario, señalando la bañera insistiendo.

Tímidamente Álex salió de las congeladas aguas, tapando sus partes con ambas manos ante las picaronas sonrisas de las mujeres. Una vez se adentró en aquellas placenteras aguas aromáticas las mujeres le frotaron por todas partes, relajando su cuerpo.

—¿Cómo encontraste este lugar?, ¿tu padre te hablo de él? —Le preguntó el anciano.

—Jamás, fue mi tío el que me ayudó entre otras personas. Él me contactó en el funeral de mi padre.

La cara del sabio pareció oscurecerse, aquella respuesta claramente le había inquietado.

—¿Qué te contó el hermano de tu madre?

—Prácticamente nada, tan solo me dio algunos nombres. ¿Quién es exactamente mi tío?, ¿por qué me ayudó?

—Ojalá lo supiera —dijo el sabio pensativo.

Viendo que la cara del muchacho mostraba interés, decidió que el joven guerrero merecía algunas respuestas.

—El Emperador sin estandarte tenía dos hijas y un hijo. La hija mayor murió de pulmonía un año antes de que tú nacieras. Tu tío nunca llevo bien su pérdida, se le hizo imposible seguir viviendo aquí. Esto convirtió a tu madre en la Princesa sin Estandarte.

—¿Nací yo aquí? —preguntó algo exaltado.

—Sí, naciste en esta isla y luego tu padre te llevó a vivir con él a su ciudad natal. Por desgracia poco pudimos hacer por sus heridas, el torneo de aquel año fue especialmente difícil, con guerreros de todos los lugares del mundo. Él fue el único hombre que me venció en mi larga vida, hoy habría pasado lo mismo contigo. Tu madre por aquel entonces tenía quince años.

El chico tenía decenas de preguntas más por hacer cuando varios hombres llegaron arrastrando una enorme roca.

—Sal del baño para que puedan tomarte las medidas, en este pedazo de piedra inmortalizaremos tu nombre.

—¿Ese es el premio?

—Ese y conocer a la Princesa sin Estandarte, tu madre.

—¿Era ella la mujer enmascarada que presidía el torneo?

—Sal para que puedan medirte, pronto tendrás todas las respuestas —se limitó a contestar el anciano.

Capítulo XII: el descanso del guerrero

 

A primera hora de la mañana alguien llamó la puerta de la choza donde se hospedaba Álex. Por la manera de golpear sabía perfectamente de quién se trataba.

—Buenos días, debes acompañarme —dijo Hikari.

Vestido con la típica ropa de karate, sabiendo que todas sus prendas estaban sucias o desgastadas obedeció al anciano.

—¿Dónde vamos?

—Es hora de que disfrutes de tu premio.

Anduvieron unos veinte minutos hasta llegar a una preciosa pagoda de más de ocho pisos, perteneciente con toda probabilidad al Emperador. Llegaron hasta la puerta que estaba abierta y custodiada por dos guardias cuando Hikari le dijo:

—Yo me quedo aquí, ellos te dirán dónde debes ir.

Uno de ellos emprendió la marcha invitando al joven a que le siguiera. Pasaron por varias estancias cada una más bonita hasta llegar a una habitación sin ventanas, completamente de madera y muy cálida. El soldado hizo una reverencia y dejó al chico justo cuando llegaron dos doncellas. Ellas desnudaron lentamente al muchacho que las miraba con cierta incredulidad, incluso con timidez. Cuando terminaron una de ellas le ofreció una toalla de manera reverencial que Álex pronto aceptó para cubrirse sus genitales rápidamente con ella.

Esperó más de diez minutos, un poco intimidado con toda aquella situación cuando de repente entró una mujer en la estancia. Tenía rasgos orientales, finísimos y armónicos con una piel blanca y tan cuidada que parecía de porcelana. Su cabello estaba recogido en un gran moño e iba vestida con el kimono más elegante que podía verse sobre la tierra, una pieza única de elegantes y trabajados bordados. La mujer se acercó a Álex y con un gesto le invitó a sentarse en el suelo. Éste obedeció con cuidado de no mostrar nada con aquella toalla rodeando su cintura y ella le siguió sentándose sobre sus rodillas, al estilo japonés.

El joven pensó enseguida que era la mujer más bella que jamás había visto. Repasando su preciosa cara de repente un escalofrío recorrió todo su cuerpo, aquellos ojos tan oscuros, tan negros, le eran muy familiares. Aquellos ojos eran iguales a los suyos, no tenía ninguna duda.

—¿Mamá? —preguntó el guerrero entre tímido y emocionado.

Ella acercó lentamente sus delicadísimas manos y acarició los profundos rasguños que el chico tenía en su pecho, regalo del combate contra Kun Lao.

—Mamá, ¿eres tú?

La mujer siguió acariciando al muchacho, sus cicatrices, sus músculos, su cara.

—Eres tan fuerte y apuesto como tu padre —dijo al fin.

Una lágrima se deslizó ligera irremediablemente por la mejilla del joven fruto de la emoción.

—¿Por qué papá nunca me hablo de ti?, ¿se avergonzaba de que fueras tan joven cuando te conoció?

Su madre siguió explorando el cuerpo de su hijo, conmocionada por todo lo que debía haber pasado hasta llegar a ella.

—Tu padre era un hombre de honor, en este lugar las mujeres nos hacemos adultas a una edad mucho más temprana, nuestras costumbres son muy distintas.

—Entonces, ¿por qué?, ¿por qué murió sin decirme quien era mi madre?

La mujer se levantó despacio, apartó sus sandalias getas con cuidado, dejándolas a un lado y agarrando con fuerza el Obi, el cinturón, se lo quitó desenroscándose como una peonza, con un movimiento tan fino que pareció sacado del mejor ballet. Cuando terminó la acción el kimono cayó a sus pies, casi planeando, mostrando su cuerpo completamente desnudo. Álex no daba crédito a lo que veía, pensó que quizás era una extraña tradición de la isla y a su vez se congratuló al ver que su madre era la mujer más bella del mundo.

Su piel era pálida y delicada y tenía unos preciosos y elegantes hombros. Sus pechos eran del tamaño perfecto, ni pequeños como la mayoría de las orientales ni carnosos como algunas occidentales. Su cintura era delgada con el vientre firme y terminaba en unas algo huesudas pero preciosas caderas. Llevaba el sexo perfectamente arreglado, luciendo en forma de pequeño triángulo y sus piernas eran esbeltas y turgentes. La Princesa se quitó la horquilla de su pelo dejando caer su larga melena negra, de pelo liso y cuidado. Álex estaba en shock, viendo aquella escena sin saber que decir.

Sin dejarle tiempo a pensar su madre volvió hasta la posición del chico y colocándole sus manos en los hombros le invitó a reclinarse, dejándolo completamente estirado en el cálido suelo de madera. Se tumbó encima de él abriendo las piernas, dejando su desnudo sexo apoyado contra el miembro de su hijo, separados tan solo por la toalla del muchacho. Apretó sus pechos contra el pectoral del guerrero y se restregó sinuosa, acariciándole el dorso con sus pezones con movimientos que recordaban al de una serpiente.

—M…mamá… —balbuceó él completamente superado por la situación.

Ella puso el dedo en los labios de su hijo haciéndole callar con delicadeza para después retirarlo y cambiarlo por sus sensuales labios, dándole pequeños besos, todo sin dejar de moverse.

Se acercó a su oído y le susurró:

—Aquí las tradiciones son sagradas, olvídate de quien soy, hoy solo soy tu premio.

Álex no podía creer lo que escuchaba, deseaba apartarla para poder hablar, contarle que aquello en occidente era poco menos que una abominación, pero a la vez se sentía completamente bajo el influjo de aquella espectacular hembra. Su madre apretó los glúteos para restregarse aún con más fuerza contra los genitales de su hijo. Luchó con todas sus fuerzas pero en poco tiempo éstos reaccionaron ante el estímulo, convirtiéndose en una vergonzosa erección.

—Mamá, tenemos que hablar…

La princesa notó el bulto y con gran habilidad retiró la toalla de su hijo, atrapando su falo con su raja y restregándolo.

—Shhh, no pienses, disfruta, tu cuerpo lo desea, escucha siempre a tu cuerpo.

El muchacho se sentía completamente contrariado, le asqueaba pensar que su madre había conseguido hacer reaccionar a su pene pero también sentía una excitación más fuerte que ninguna, la calentura del sexo tabú, de lo prohibido.

—Acaríciame todo lo que quieras —le susurró nuevamente al oído, sin dejar de frotar sus partes.

Como poseído el chico obedeció, llevando con cuidado sus manos a aquellos pechos perfectos, manoseando su firme trasero con forma de corazón invertido. La madre siguió contorsionándose encima de él hasta que sin necesidad de utilizar las manos consiguió acomodar el glande en la entrada de su vagina y con un suave movimiento penetrarse con el instrumento del hijo que estaba tieso como una espada.

—Mmmm, mmmm —no pudo evitar gemir Álex.

Su madre se movía con elegancia de una manera realmente placentera, mordisqueándose el labio inferior en señal de placer.

—Así me gusta guerrero, disfruta de todo mi cuerpo.

Siguió sobándole todo el cuerpo cada vez más animado, dejando por momentos sus prejuicios y reticencias a un lado para gozar de lo que ya estaba pasando. La princesa comenzó a amasar el miembro del muchacho utilizando tan solo los músculos de la vagina, masajeándolo con un arte desconocido para él y provocándole un placer inexplicable.

—¡¡¡Ohhhh, mmm, ohhhh!!!

Aquel conducto parecía una tercera mano, Álex gemía con fuerza mientras ella seguía estimulándole diciendo:

—Esta técnica se llama la pinza birmana.

—¡¡Ohhh!!, ¡¡ohhhhh!!, ¡¡¡ohhhhhhhh!!!

El chico se sentía completamente desbordado, casi no podía ni moverse del gusto extremo que notaba cuando notó que ya estaba a punto de correrse.

—¡¡Ohhhh, joder!!

El esperma se colocaba en situación de salir a chorros cuando la experimentada amante deslizó una de sus manos hasta los genitales del joven y a la vez que bajaba el ritmo de sus contoneos y cesaba con el masaje presionaba con fuerza la base del pene, retrasando la eyaculación ante la sorpresa del muchacho. Besó apasionadamente con lengua a su inexperto hijo y nuevamente le susurró al oído:

—Aún no es el momento de que me honres con tu fuerza, debes disfrutar un poco más.

Salió de encima y como una elegante gata se colocó a cuatro patas, mirando de reojo a Álex e invitándolo a disfrutar de su cuerpo en esta nueva postura. Éste ni se lo pensó, aún alucinado con el increíble dominio de aquel angelical ser se colocó detrás de rodillas, le agarró las caderas con firmeza y acomodando nuevamente la punta de su falo en la entrada de su vagina la penetró.

—¡¡Ahhhh, ahhhh, mmmm!!

El chico embestía aquel pecaminoso cuerpo cada vez más animado, sintiendo como sus ingles rebotaban contra las firmes nalgas de su progenitora y observando como los pechos de ésta bailaban al son de las sacudidas.

—¡Dios!, ¡dioooos! —exclamaba Álex entre sonoros gemidos.

Siguió penetrándola con tal fuerza que tenía miedo de lastimar aquel delicado cuerpo, pero lejos de hacerle daño la concubina le animaba a seguir con el coito. Justo cuando el guerrero notó que podía volverse a correr la madre rebajó el ritmo drásticamente, haciendo que su hijo sintiera como su pene entraba y salía por aquel placentero conducto hasta que finalmente se desenganchó.

Se dio la vuelta y con habilidad volvió a tumbar al joven en el suelo, como una pantera se movió a cuatro patas hasta colocar su sexo cerca de la boca del muchacho a la vez que con la mano le agarraba la base del pene y comenzaba a lamerle el glande. Los lametones eran largos, recreándose en aquel pedazo de carne tieso hasta que se la metió entera en la boca, llegando a tal profundidad que su hijo podía notar la punta chocar contra su garganta.

—¡¡Ohhh, ohhhh, ohhhh, ahhhh!!

Él gemía sin parar mientras que aprovechando la posición de sesenta y nueve agarraba a su madre por las nalgas y lamía también su sexo, con bastante dificultad debido al enorme placer que sentía, al temblor de todo su cuerpo. La amante siguió con aquella acción hasta que se sacó el miembro de la boca, se colocó a horcajadas del revés sobre los genitales del hijo, mostrándole la espalda, se acomodó el falo y volvió a penetrarse hasta las entrañas.

Aquella especie de coito inverso hizo que el joven estuviera a punto de morir de placer, notando su miembro más prisionero que nunca gracias a la imaginativa postura, disfrutando de los rápidos y acompasados balanceos de su amante.

—Disfruta de mi cuerpo mi joven guerrero, soy tuya —le animaba la madre con su dulce voz.

—¡¡Ahhh, no puedo, no puedo más, eres increíble!!

La felina botaba cada vez con más ímpetu, parecía que estuviera a punto de salírsele el pene a cada embestida para terminar incrustado hasta lo más hondo, una y otra vez cada vez más rápido.

—¡¡Ohhh, mmm, mmm, mmmmmm!!

—Ahora ya es el momento, regálame tu esencia.

Apenas pudo terminar la frase cuando Álex se corrió entre espasmos tan grandes que pareció convulsionar, llenando de semen aquel experto sexo, gimiendo tan fuerte que pareció morir de gusto.

La madre salió de encima con cuidado y se tumbó a su lado en el suelo, acariciándole el cuerpo con sus cuidadas uñas mientras el guerrero intentaba recuperar la normalidad en su respiración, exhausto por aquella indescriptible experiencia.

Pocos minutos después un ruido atronador perturbó la tranquilidad de la pareja, seguido de varios estruendos más. Ambos se pusieron de pie, ella detrás de él sintiéndose protegido por su musculoso hijo, apretando sus pechos contra su espalda por el miedo.

—¿Qué ruido es ese? —preguntó la madre con voz asustada.

—Si no me equivoco parecen disparos.

La oriental parecía no entender nada, las armas de fuego jamás habían pisado la isla y lo que contaban de ellas era realmente aterrador. Se oyeron nuevas detonaciones e incluso gritos de los hombres que estaban entrando en combate.

—No te preocupes, yo te protegeré —dijo el muchacho con voz firme.

La incertidumbre duró unos minutos más hasta que alguien golpeó la puerta de madera de la estancia con gran fuerza, desatrancándola finalmente después de varios intentos. Primero entraron dos encapuchados armados con ametralladoras y luego un tercero hizo acto de presencia agarrando por el cuello a Hikari mientras que con la otra mano le apuntaba en la sien con una pistola. Era el tío de Álex, el hermano de la Princesa.

Al entrar no dio crédito a lo que sus ojos veían, su hermana se escondía detrás del joven completamente desnuda mientras que éste adoptaba la posición de combate. Soltó consternado al anciano y mirando la escena dijo:

—No puedo creerlo, habéis seducido a mi caballo de Troya.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó Álex con autoridad.

—Con tu propia madre…—susurraba él —con tu propia madre…

Con un gesto hizo que los hombres que apuntaban a la pareja bajaran las armas mientras siguió:

—Este maldito lugar te ha corrompido incluso a ti, no hay nada que hacer, los dioses quieren que esta abominación dure mil años más.

Sin añadir nada más abandonó la habitación seguido de sus hombres, dejando allí al anciano. El joven guerrero se dio la vuelta, miró a su madre, recordó todo lo que había sucedido durante los últimos meses y las dudas se disiparon, se sintió orgulloso de haber frustrado aquel golpe de estado.

Lo que nunca supo fue si lo habría estado también su padre.