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Mi madre paga el alquiler.

en Amor filial

Hola, soy Joaquín y vivo en el barrio del Raval de Barcelona. Mi barrio se caracteriza por ser multirracial, y por tener algo de mala fama, es un barrio obrero y humilde, pero la verdad es que a mí nunca me ha pasado nada y siempre he tenido una vida tranquila y feliz. Tengo diecisiete años y mi madre treinta y cuatro. La historia es muy poco original, me tuvo con diecisiete años y mi padre, por llamarlo de alguna manera, jamás quiso saber nada de mí, así que me ha tenido que cuidar siempre ella sola.

Mi madre siempre ha trabajado de dependienta en tiendas, pero desde que empezó la crisis la cosa se ha complicado muchísimo. Solo le salen trabajos ocasionales, de poca duración, y con eso y la escasa ayuda que puede brindarnos mi pobre abuelo es con lo que tenemos que subsistir. Llegados a este punto ya debemos cuatro meses de alquiler, y tiene pinta que el quinto tampoco lo vamos a pagar.

Nuestro casero hasta hora siempre se ha portado bien con nosotros, con mucha paciencia, pero reconozco que el tema ya estaba pasando de castaño oscuro. Él, es el dueño de casi todos los apartamentos del edificio, edificio en el que juraría somos los únicos españoles que vivimos. Es un argelino de unos cuarenta años llamado Djamel. Es el típico moreno de piel árabe, pelo corto, uno setenta y cinco aproximadamente y lo más destacable es que tiene bastantes marcas en la cara estilo “viruela”.  Hasta la fecha siempre ha sido amable y servicial con nosotros como os comento. Un miércoles por la tarde llamó al timbre y le abrí, tanto mi madre como yo estábamos en casa.

—Buenas tardes amigo, ¿Cómo va?

—Pues tirando Djamel ya sabes, son tiempos difíciles.

—Ni que lo digas, ni que lo digas. ¿Está tu madre por aquí?

—Claro, pasa pasa y siéntate en el sofá por favor, ¿quieres un té?

—Sí, muchas gracias.

Enseguida apareció mi madre por el comedor y saludándolo con un beso se sentó con él en el sofá. Djamel tenía un marcado acento argelino pero hablaba perfectamente el español. Desde la cocina, mientras calentaba el agua para el té, los oía hablar, primero de tonterías por cortesía, y luego del problema del alquiler. El tono se iba poniendo un poco más serio. Aparecí por el comedor con la bandeja con las tazas y la tetera, la dejé en la mesa y me senté en el sillón que había al lado del sofá. Allí estaban los dos hablando, mi madre excusándose como siempre, y él con una cierta cara de paciencia.

—Raquel me caes bien, eres muy buena chica, pero ya no puedo aguantar más con esta situación.

La conversación duró un rato más. Yo me dedicaba a observarlos, Djamel iba vestido con ropa cómoda, mientras mi madre, que es medio hippie y muy amiga de llevar poca ropa, iba vestida con un pequeño top que terminaba muy por encima del ombligo de color morado, y una escasísima falda de tela muy fina, morada también. El top dejaba marcar sus pezones al no llevar sujetador por casa, y la falda era lo suficientemente transparente para insinuar sus bragas. Mirándola así, mi madre no estaba nada mal, en su plena juventud. Llevaba el pelo teñido muy rubio, y siempre desde que tengo uso de razón lo ha llevado corto a lo garçon. Ella es muy delgada y más bien pequeñita, mide uno sesenta y cinco y tiene un cuerpo bastante juvenil, diría que casi infantil o adolescente. Pechos pequeños y duros de talla ochenta, una cintura muy delgada y fibrosa donde se marcan todos los abdominales, y un buen culo escaso pero duro y bien parado. Nunca había pensado en ella como una mujer, pero reconozco que esa tarde lucía bastante sexy.

—Lo siento Raquel pero vas a tener que dejar el piso, hagámoslo por las buenas.

Mi madre enseguida se puso muy nerviosa al escuchar esto, le suplicó una última oportunidad, que haría lo que fuera, que le dejara unos días para intentar reunir algo de dinero, y las típicas cosas que diría cualquier persona desesperada. Él llevaba un rato sin hablar y solo se la miraba con cara de paciencia hasta que al rato hizo algo que me dejó absolutamente sorprendido. Se acercó más íntimamente a mi madre, y sin rodeos puso su mano en el muslo de ésta. Ella lo miró atónita pero no dijo nada, y él subió su mano por el muslo levantándole la corta falda aun más dejando al descubierto completamente sus fibrosas y sexys piernas mientras la miraba fijamente a los ojos.

—Eres una mujer muy guapa Raquel.

Yo me había quedado absolutamente paralizado, un escalofrío recorría todo mi cuerpo.

—Djamel…— Fue lo único que consiguió balbucear mi madre.

—Shhhhhht… Raquel, tu deberme mucho dinero, mucho dinero.

Siguió con su mano más arriba hasta llegar a las braguitas de mi madre que eran negra, y metió su gran mano entre las piernas acariciándola por encima de la tela ante la total pasividad de mi madre. Su respiración era profunda al igual que la de mi madre, mientras que con la otra mano agarró uno de los pequeños pechos de mi madre y empezó a acariciarlo y sobárselo.  Mi madre por fin reaccionó un poco mientras me miraba a mí de reojo  que seguía paralizado, le apartó las manos y le dijo, simplemente: ¡Djamel basta!  Él  se puso muy serio y le dijo:

—Cuarenta minutos Raquel, cuarenta minutos se mía y te perdono todas las deudas.

Mi madre no dejaba de mirarme a mí y a él, a él y a mí sin saber qué hacer, y él seguía con su argumento.

—Cuarenta minutos y no me deberás nada. Quiero que sea ahora mismo, delante de tu hijo para que vea que no te haré ningún daño, esas son las condiciones.

Mi madre al oír que hablaba de mi estuvo a punto de poner el grito en el cielo, pero él enseguida le tapó la boca de un beso abalanzándose sobre ella. Mientras le seguía susurrando lo de los cuarenta minutos volvió a tocarle todo lo que podía, le sobaba las tetas, los muslos, por encima de las braguitas, el culo. Hábilmente había conseguido estirarla estirada en el sofá y él encima cegado por un frenesí de excitación. Mi madre intentaba mirarme, buscar una mirada cómplice conmigo, pero apenas podíamos cruzarnos las miradas. Yo seguía absolutamente conmocionado por aquella situación. Le besaba el cuello, la boca…

—Bésame Raquel, eres mía, bésame.

Mi madre entre asustada y resignada obedeció, morreándose con Djamel, frotándose con su lasciva lengua. Él consiguió sacarle el top y dejar al descubierto sus pequeñas pero apetecibles tetas, dedicando ahora cada mano a una de ellas, jugando con éstas como si fueran pequeños globos. No creo que mi madre estuviera nada excitada, pero sus pezones estaban erectos como cohetes. Prácticamente le arrancó la escasa falda y consiguió meter una de sus grandes manos por dentro de sus braguitas, sobándole su desprotegido coño con fuerza.  Mientras seguía disfrutando de mi madre consiguió desnudarse también él, dejando ver su erecta polla, que era te longitud normal pero muy gorda.

A estas alturas, es cuando pasó algo de lo que aun hoy en día me arrepiento y me cuesta comprender. En vez de indignarme, protegerla, pegar a Djamel, quejarme, gritar…en vez de todo eso, me empalmé. Intentaba no mirar aquello pero no podía, era presa del morbo, y aunque intentaba tener la mente en blanco mi excitación iba cada vez a más.

Djamel se deshizo de las bragas de mi madre, y colocándose entre sus piernas abiertas buscó con su polla la entrada de su coño sin dejar ni un momento de meterle mano. Parecía que no quería entrar, metía la puntita pero el coño de mi madre era lo suficientemente estrecho y poco lubricado para no abrirse ante aquel pedazo de carne. Djamel empezaba a ponerse nervioso, la agarraba fuertemente por el culo y la embestía, pero no entraba. Se escupió en la mano y lubricó así la vagina de mamá, y después de unas pocos embestidas más este cedío tragándose la polla a punto de explorar de Djamel.

—Ohh sí, Raquel, sí, eres mía, que gusto, oh, ohhhh—

Gemía sin parar y mi madre también haciendo una increíble cara de dolor, y a las pocas embestidas descargó todo su semen dentro, no creo que durase más de cuatro minutos. Entre espasmos lanzó un gran grito y tuvo su deseado orgasmo. Se quedó un rato encima de mi madre intentando bajar los latidos y la profunda respiración, y cuando estuvo más calmado se sentó en el sofá. Mi madre seguía desnuda y estirada, recuperándose de todo aquello. Djamel me miró fijamente y me dijo.

—¿Has visto lo buena que está tu madre? Ella es mía, ¿te gusta tu mamita?

Yo miré a Djamel con odio, pero la verdad es que tenía una erección tremenda escondida debajo de mi chándal. Él siguió provocándome, preguntándome si me había excitado viendo como se follaba a mi madre, diciéndome que follaba de primera, etc…pero yo no quería entrar en aquel juego. Finalmente decidió cruzar otra línea.

—Raquel aun eres mía durante veinte minutos más, quiero que desnudes a tu hijo.

Ella se incorporó rápidamente sentándose en el sofá, estaba a punto de poner fin a todo aquello, pero Djamel prosiguió.

—Como uno de vosotros dos diga una sola palabra todo esto no habrá servido de nada. Te he dicho que sería mía durante cuarenta minutos y que no te haría ningún daño y así será, quiero ver como desnudas a tu hijo, ¡ahora!

Mi madre me miró fijamente y yo bajé la cabeza en señal de resignación, que es lo mismo que decir en señal de aprobación. Ella vino lentamente hacia mi enseñándome su precioso cuerpo desnudo, y ni toda aquella tensión habían conseguido bajar mi erección. Me quito lentamente la camiseta, luego el pantalón de chándal con algo de ayuda mía y enseguida se dio cuenta de la tremenda erección que escondían mis calzoncillos, incluso estaban algo mojados por la excitación.

—Quítaselo todo Raquel, no me hagas repetírtelo.

Me quitó el calzoncillo y saltó mi prisionera y morcillona polla al descubierto. Ella me miraba sorprendida, diría que triste.

—Ajá, mira este pequeño cabrón. Así que si te excita tu madre eh. Raquel, te voy a decir algo y no quiero repetirme ni una sola vez más, quiero que se la chupes a tu hijo.

Mi madre se giró cegada por el odio, indignadísima, pero un solo gesto de Djamel fue suficiente para que entendiéramos quien tenía el control. Ella se puso de rodillas mientras que yo tímidamente me levanté del sillón, y a pocos centímetros de miembro se quedó unos segundos mirando.

—Ahora Raquel, subió el tono Djamel.

Resignada y temblorosa me agarró la polla y se la metió lentamente en la boca.

—Así me gusta putita, haz que se corra. Vamos, puedes hacerlo mejor

Ella siguió chupándomela con desgana, pero aun así mi excitación era descomunal, solo la culpa impedía que me soltara y disfrutara de todo aquello.

—Sigue chupando hasta que se corra no habrá trato.

Mi madre cogió ritmo, siguió succionándome aquel palo, mientras con la lengua jugaba ligeramente con el glande y con la mano me masturbaba, todo al a vez. Por no querer hacerlo era la mejor mamada que me habían hecho nunca, pero mis sentimientos eran encontrados. No podía evitar dar pequeños gemidos, aunque lo intentaba con toda mi fuerza. Siguió así un buen rato pero yo no me corría, la presión y la situación no me dejaban.

—Veo que con una mamada no es suficiente eh pequeño pervertido, estírate en el suelo.

Saqué mi polla de la boca de mamá y obedecí, me quedé estirado encima de nuestra moqueta mientras que él con tono muy autoritario le dijo a mi madre que me follase. Esta vez ni siquiera hizo el ademán de discutir, estaba psicológicamente deshecha y ya había tirado la toalla. Se puso encima de mí estirada, estilo misionero, me agarró el pene con la mano, lo colocó delicadamente en la entrada de su raja y me lo metió con fuerza.

—Ohhh, mmm, ohhhh, mmmm, ohhhh.

Aquello era superior a mí, a pesar de haber tenido la gruesa polla del argelino dentro el coño de mi madre se sentía estrecho y delicioso, y mis intentos por no gemir fueron del todo imposibles. Ella se movía despacio y con suavidad y yo estaba disfrutando como nunca, cada vez me importaba menos todo. A pocos metros Djamel reía de placer y me pareció que se tocaba hasta que él también volvió a estar erecto.

—Ohhhh, ohhhhh, mamá lo siento, perdóname, mmmmm.

Ella no decía nada y seguía cabalgándome cada vez con más ritmo.

—Tócale las tetas y el culo amigo, no te pierdas la experiencia, hazlo.

Empecé a sobarle las dos tetas mientras me follaba, con cuidad y delicadeza y así estuve un rato hasta que deslicé mis manos por su espalda y le cogí con fuerza el culo, acompañando el bamboleo del folleteo.

—Tu madre tiene el mejor culo que he visto nunca.

Note que me quedaba poco aguante, no me podía creer que estuviera a punto de correrme dentro de mi madre, pero entonces algo me hizo perder la concentración. El argelino se acerco hacia donde estábamos con la polla a media asta pero suficiente como para volver a disfrutar de un poco de sexo. Fue por detrás de mi madre y la estiró aún más sobre mí, se acercó por detrás mientras escupía en su mano y se lubricaba la polla.

—Este culo tiene que ser mío.

La cara de mi madre fue de absoluto pavor, ya apenas se movía, Djamel colocó su polla en la entrada de su culo y empezó a hacer fuerza poco a poco.

—Vamos Raquel no me digas que nunca te han dado por el culo eh, no me digas.

Yo pensé que aquello sería imposible, si por delante ya había sido difícil…pero la insistencia de Djamel hizo que entrara todo el glande dentro de la cavidad, mientras mi polla seguía insertada dentro de mi madre.

—Ahhhhhh, ahhhhhh, para por favor, ahhhhhh.

Mi madre gemía de puro dolor pero él la agarraba fuerte por las caderas y seguía presionando. En un último esfuerzo consiguió meterle aquella polla ancha entera dentro de su culo.

 

—Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhh.

No sé quien gritaba más si él de placer o mi madre de dolor pero siguió embistiéndola con fuerza mientras que me animaba a seguir moviéndome debajo de ellos dos. Aquello se convirtió en un alucinante sándwich sexual que lejos de bajarme la excitación hizo que me corriera enseguida dentro de mi querida madre. Los espasmos de mi miembro fueron increíbles, nunca había tenido un orgasmo tan bestia. Conseguí salirme del sándwich mientras mi madre se colocaba a cuatro patas, en posición de perrito, y él con la polla en todo momento dentro, de rodillas seguía follándole su estrecho y apetecible culo. Siguió durante muy poco rato, se inclinó sobre ella, le agarró con fuerza las tetas por detrás y volvió a correrse esta vez dentro de su virginal culo.

—Ohhhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me encanta.

Se estiró en el suelo, los tres teníamos las pulsaciones a mil y la respiración desbocada, y al poco rato se incorporó y fue a por su ropa en el sofá. Mientras se vestía mi madre y yo seguíamos desnudos en el suelo, nos mirábamos  sin saber que decir. Él termino de arreglarse y nos dijo.

—Tus deudas están saldadas. Joaquin, te recomiendo que te la folles por el culo, ha sido maravilloso.