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Las tres pruebas de mamá

en Amor filial

Las tres pruebas de mamá

Mi barrio siempre ha sido un lugar difícil para vivir. Como tantos barrios obreros la llegada de la crisis convirtió la vida casi en una aventura, llegar a fin de mes era la dificultad de todas las familias. La droga, la inseguridad y la pobreza habían afectado a la mayor parte de sus habitantes de manera irreparable. Nosotros no habíamos sido una excepción. Nunca he conocido a mi padre, ni siquiera he sabido quien es. Mi madre quedó embarazada de mí con tan solo trece años y me crió con la ayuda de su madre, mi abuela. Si las cosas ya eran difíciles cuando ésta falleció se complicaron todavía más. Tenía ya catorce años y me apodaban “el demonio”. Pocos meses después de la muerte de la abuela las cosas llegaron a puntos insostenibles y mi propia madre acabó echándome de casa.

Los motivos fueron varios, principalmente en un lugar donde la vida es tan complicada decidí a temprana edad que yo iba a ser un lobo y no una oveja. Con catorce años ya era el rey del menudeo de hachís y ahora que tengo dieciocho todo el mundo sabe que no deben meterse conmigo, mi reputación me precede. Si quiero algo simplemente lo tomo, cueste lo que cueste. Cuando me vi en la calle me espabilé muy rápido, ya tenía algunos ahorros gracias a mis trapicheos y conocía la gente que necesitaba conocer. No culpo a mi madre por hacer lo que hizo, sé que la vida conmigo era un infierno, y en este caso puedo afirmar que a ella le ha ido mucho peor que a mí.

Con treinta y un años tiene una hija de tres, mi hermanastra Soraya con la que nunca he cruzado una palabra y a la que solo veo si nos cruzamos por el barrio. Deduzco que ella ni sabe quien soy, y por supuesto siguiendo con la tradición familiar es de padre desconocido. Me consta que debe mucho dinero de alquiler y que está cerca de ser desahuciada. Solo tiene pequeños trabajos temporales como cajera sustituta en un supermercado o repartiendo propaganda por la calle. Nos hemos cruzado mil veces por las calles y aunque nos hemos mirado fijamente nunca hemos llegado ni a saludarnos en estos cuatro años. Sabía perfectamente que jamás me pediría ayuda económica por muy mal que estuviera la situación, dinero que ella consideraba manchado, pero yo había decidido que era el momento de hacerle una visita.

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Eran las diez en punto de la mañana cuando llamé a la puerta de mi antiguo hogar:

¡Riiiing!

Oí como contestaba desde dentro de la casa y enseguida abrió la puerta, cuando me vio en su rellano se quedó completamente cariacontecida, sin saber que decir.

—Hola mamá, ¿no me invitas a pasar?

Ella sin mediar palabra dejó la puerta abierta y se dirigió a la cocina a terminar lo que estaba haciendo, la colada. La seguí con calma y al llegar pude ver como acomodaba la ropa sucia en el cesto. Iba vestida con un pantaloncito short de color azul celeste tan ceñido que se marcaban las braguitas en él y una camiseta vieja de estar por casa que dejaba al descubierto su ombligo. Me di cuenta que en aquellos cuatro largos años mi madre se había mantenido igual de apetecible o incluso más.

—¿No me vas a decir nada después de tanto tiempo? —insistí.

—¿Qué quieres Álex? —me respondió al fin sin dignarse a mirarme.

—No quiero nada, solo ayudarte. ¿Está mi hermana por aquí?

Ella dudó unos segundos antes de contestar resoplando.

—Si te refieres a mi hija Soraya está en la guardería pública.

No quería discutir por eso, notaba la hostilidad en sus palabras pero me daba igual. Me quedé un rato observándola hasta que volvió a preguntar:

—¿Qué quieres? ¿Por qué estás aquí?

—Simplemente quería saber cómo estabais, he oído que las cosas no te van muy bien y quiero echarte una mano —contesté con la voz más amable que fui capaz de poner.

—¿Ayudarme?, ¿tú?, ¿ahora? —dijo ella entre sorprendida y borde.

—Sí, yo, y no me trates así fuiste tú la que me echaste de casa, te lo recuerdo.

—No me hagas hablar eh, ¿quieres qué te recuerde qué pasó? —su tono cada vez era de más indignación.

Inspiré profundamente intentando relajarme, no quería entrar en una discusión, repetí la acción tres o cuatro veces y respondí:

—Escúchame mamá, no seas orgullosa, ha pasado mucho tiempo, he oído que os van a echar de casa. Si no lo quieres hacer por ti hazlo por tu hija. ¿Cuánto le debes al casero?

Por fin dejó de hacer labores del hogar y se quedó plantada delante de mí, reflexiva, mirándome directamente a los ojos como intentando averiguar la sinceridad de mi ofrecimiento. Yo intenté poner una mirada tierna e insistí:

—¿Cuánto mamá, dímelo?

—Dos mil euros —dijo al fin bajando la mirada avergonzada.

Para una persona que con trabajo conseguía ganar tres cientos euros al mes era muchísimo dinero, yo en un buen mes podía conseguir casi el doble con mis negocios al margen de la ley. El plan estaba transcurriendo tal y como lo había preparado, era el momento de arriesgarse.

—Eso es mucho dinero…pero tranquila, yo puedo ayudarte.

Sus ojos se llenaron de esperanza y casi me dio pena.

—Eso sí, te lo vas a tener que ganar, voy a tener que pedirte tres cosas.

Su rostro cambió por completo y antes de que pudiera interrumpirme seguí argumentando:

—No creas que voy a olvidar que hace cuatro años me echaste de casa, y peor aún, que tengo una hermana, o una hermanastra si lo prefieres, y ni siquiera me la has presentado. Ni se te ocurra volver a hablarme de lo que pasó o inmediatamente retiraré mi oferta.

—Es más, como hoy me siento generoso en vez de los dos mil euros te daré tres mil en total, a medida que vayas haciendo las cosas que te pida te pagaré hasta llegar a esa cantidad. No te preocupes mamá, te prometo que no te voy a pedir nada difícil de hacer, ninguna de las tres…pruebas o…favores, te va a ocupar más de una hora de tu tiempo. Eso sí, recuerda que una de mis virtudes no es la paciencia, no me hagas perder el tiempo o acabarás con tu hija en un albergue.

Ya había puesto las cartas sobre la mesa, podía ver como a mi madre le invadían todo tipo de sentimientos, seguramente predominando una mezcla de esperanza y miedo. Fui hasta su habitación y revolví entre la ropa de su armario, en menos de cinco minutos volví a la cocina cargado con un abrigo largo. Se lo entregué diciéndole:

—Para la primera prueba te tienes que poner este abrigo.

—¿El abrigo?, ¿Para qué?, pero si además hace demasiado calor para abrigos.

Le miré fijamente dándole a entender que no estaba dispuesto a negociar y enseguida, con cara de extrañeza, comenzó a ponérselo.

—Espera, espera, que me he olvidado de lo más importante. Primero desnúdate y luego ponte el abrigo encima.

Me miró con odio, sintiéndose profundamente ofendida, pero no le di margen a protestar.

—He dicho que primero te desnudes y luego te vistas con el abrigo, tranquila, solo quiero que vayamos a dar una vuelta por el barrio, quiero que entiendas como me sentí cuando me dejaste de patitas en la calle –mi voz sonó firme.

Ella hizo un amago de irse de la cocina a vestirse en privado pero rápidamente la agarré del brazo impidiéndoselo.

—Hazlo aquí.

Podía ver como casi temblaba al notar la autoridad que de repente tenía sobre ella, dejó el abrigo apoyado en la repisa de la cocina y mirándome con aquellos ojos de azul infinito se quitó lentamente la camiseta dejando al descubierto sus preciosos pechos que, seguramente gracias a su segundo embarazo, aún se veían más grandes llegando fácilmente a la talla noventa. A pesar de las penurias mi madre seguía siendo una mujer muy guapa, el contraste del color de sus ojos con su pelo largo negro azabache era espectacular  y sus rasgos delicados y armónicos la convertían en una de las personas más cotizadas del barrio. A pesar del mencionado crecimiento de sus senos éstos permanecían delante de mí firmes y turgentes. Su cintura lucía delgada y fibrosa, marcándose un par de costillas antes de llegar a las caderas, estaba claro que no había mejor dieta que el hambre.

—Continúa —la alenté al verla paralizada intentando taparse lo máximo posible con sus brazos.

Llevó el escaso pantalón hasta sus tobillos y con un movimiento se deshizo de él con los pies, a la vista dejaba unas finas braguitas de color blanco que apenas conseguían tapar su privilegiada anatomía. Sin mediar palabra volvió a coger el abrigo y se vistió con él apresuradamente.

—Te he dicho desnuda, y me ha parecido ver que aún llevabas bragas, mamá.

Ella, acentuando su indignación metía una de sus manos por dentro del abrigo y hábilmente dejaba caer la prenda hasta los pies deshaciéndose de ella.

—No, no, no y no. Éste no era el trato, primero te desnudas y luego te pones el abrigo, para mí es muy importante el orden.

Se quedó mirándome confusa hasta que añadí:

—Quítate el abrigo.

Se dio la vuelta y dejó caer lentamente el abrigo al suelo, me pareció la excusa perfecta para poder repasar su imponente trasero. Éste era firme y bien puesto, sin un átomo de grasa y con forma de cereza.  Le acompañaban dos piernas delgadas, sensuales y perfectamente torneadas. Mi madre debía medir alrededor de un metro setenta y sus medidas serían algo parecido a 90-55-92, su visión de espaldas era de lo más excitante.

—Date la vuelta.

Ella giró la cabeza mirándome y viendo mi posado serio terminó por obedecer girándose despacio, tapándose los pechos con un brazo y con la otra mano el sexo.

—No seas tímida que somos familia, destápate.

Volvió a mirarme con odio, conteniendo la rabia. Puse la mano en el bolsillo y saqué un fajo de billetes de cincuenta euros, conté en voz alta con tranquilidad hasta que llegué a quinientos:

—Trescientos cincuenta, cuatrocientos, cuatrocientos cincuenta…quinientos —la observé fijamente —destápate.

Entendió el mensaje perfectamente y con gran indignación apartó sus extremidades de sus partes erógenas dándome visión panorámica de su excepcional cuerpo. Disfruté comprobando como tenía su sexo arreglado, rasurado al estilo brasileño.  La repasé con la mirada de arriba abajo sonriendo durante unos seguro que para ella interminables segundos hasta que proseguí:

—Ahora sí puedes ponerte el abrigo.

Mientras se lo ponía aún más veloz que la primera vez vi que en la galería se aireaban dos sandalias estilo romano, las agarré y se las entregué.

Ponte esto, no quiero que te claves nada por el camino.

—¿Dónde me llevas? —preguntó tímidamente mientras que se las acomodaba en sus delicados pies.

—No te preocupes, tan solo una pequeña vuelta por el barrio.

El abrigo a pesar de ser largo dejaba ver perfectamente sus piernas y era escotado, mostrando buena parte de su cuerpo por mucho que ella luchara para impedirlo, haciéndola lucir de lo más sexy. Salimos rápido del edificio, notaba sus nervios por cruzarse con algún vecino y ya en el exterior avanzamos calle arriba. Pasamos por delante de algunos niños jugando al fútbol con una pelota hecha con trapos y esparadrapo y algún que otro yonqui tirado por las esquinas hasta que llegamos a nuestro destino, la plaza. En ella acomodados en un banco unos gitanos tocaban las palmas mientras que otro se arrancaba con una vieja canción de Lole y Manuel.

Y tu mirá

Se me clava en los ojos como una espá

Se me clava en los ojos como una espá

Se me clava en los ojos como una espá

De amores llora una rosa

De amores llora una rosa

Y le sirve de pañuelo

Una blanca mariposa

 

—¿Qué hacemos aquí? —me pregunta ella al ver que nos detenemos.

—Terminar con tu primera prueba. Tienes que ir hasta estos hombres y pasearte un poco, insinuarte, te abres el abrigo un par de segundos y vuelves. Cuando hayas terminado te daré los quinientos euros.

Ella observó a los cinco gitanos que seguían canturreando ajenos a lo que pasaba a escasos metros de ellos.

De tanto volar

Sedienta de tanto vuelo

En un charco de agua clara

La alondra se bebe el cielo, ay, ay

Volvió a mírame y me susurró:

—Estás loco joder, ¡¿es que quieres que me violen o algo?!

—Te prometo que no te va a pasar nada, aquí estaré yo, solo quiero que notes cómo es sentirse desnudo en un mundo hostil. Mamá, no quiero discutir, hazlo ya y vámonos. Y ponle gracia y salero o no te pagaré.

—Eres un puto degenerado —dijo ella entre dientes mientras ya se acercaba a aquellos ociosos hombres.

Al llegar delante suyo los cinco pararon de golpe con la música, observando a aquella mujer que de repente se contoneaba delante suyo sin razón alguna.

—Pero bueno y esto que é.

—Pero si parese que va desnuda la xiquilla.

Joé como está, ¿pero ésta no es la María, la del bloque E? Muxaxa, ¿Qué buscas por aquí?

Joé chacho, buscar no sé qué busca pero le viasé de tó, jajaja.

Los hombres empezaban a emocionarse cuando después de dejarse ver bien vista mi madre decide abrir el abrigo y enseñarles su deseable cuerpo durante lo que no llegó ni a dos segundos.

—¡Coño si está desnuda y busca guerra la muy guarra!

Enseguida volvió a vestirse y a paso ligero vino hacia mí dándose cuenta de que la situación empezaba a volverse peligrosa.

—No te vayas muxaxa no nos dejes así —le increpaba uno levantándose del banco.

Llegando ya a mi posición uno de ellos la interceptó cogiéndole del brazo mientras le decía:

—¿Dónde te crees que vas caxo puta? ¡Ven aquí calienta pollas!

Un segundo después el gitano sangraba en el suelo, posiblemente con la nariz rota, y a mí me dolía el puño que permanecía cerrado después del tremendo golpe asestado. Los cuatro amigos nos alcanzaron enseguida, arremolinándose alrededor de su compañero mientras me miraban con sed de venganza. Yo sonreía impasible. Dos de ellos hicieron un ademán de atacarme mientras que un tercero los contenía agarrándolos por las camisetas, claramente me había reconocido, sabía quién era y lo más importante, con quien trabajaba.

—¡Quietos coño, quietos! El payo no merece la piel de nuestros nudillos.

Mientras socorrían al herido mi madre y yo abandonamos la escena. Saqué los quinientos euros y los puse en el bolsillo de su chaqueta.

—Te los has ganado, mañana podrás ganarte otros mil.

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¡Riiiing!

Me abre mi madre al momento, lleva un vestido de estar por casa de color blanco, bastante cortito y algo escotado. Esta vez no se sorprende al verme, incluso diría que los quinientos euros de ayer la han puesto de buen humor.

—Pasa, pasa, ¿quieres un café? —me dice sorprendentemente servicial.

—No gracias, no tengo mucho tiempo y seguramente tú tampoco, hoy no he podido venir antes y me imagino que tendrás que ir a buscar a Soraya la guardería.

—Tengo que estar allí en un par de horas.

—Perfecto, tiempo de sobras, cálzate que nos vamos.

—¿Dónde vamos? Deja que me cambie rápido.

—No, no, así vas perfecta, está muy cerca de casa.

—No me jodas Álex, ¡parezco una porno chacha!

De eso se trata pienso para mis adentros, abro la puerta de par en par en señal de negación a su petición, se calza apresuradamente unas sandalias hawaianas y sale del piso. Bajando por las escaleras empieza a inquietarse e insiste:

—¿Dónde vamos?

—Te quiero presentar a un amigo.

Ella sigue con las preguntas pero yo simplemente me limito a sonreír.

—Espero que no esté muy lejos, con estas pintas…

Nos adentramos en un callejón putrefacto sin salida y al final de éste nos encontramos con un viejo cliente. Aunque está en proceso de desintoxicación su aspecto sigue siendo lamentable, vivir en la calle y diez años de heroína destruirían a cualquiera. Sentado encima de unos cartones vestido con harapos, con las uñas llenas de roña, sucio y acabado el mendigo me regala una amplía y podrida sonrisa al verme.

—Buenos días señor Alejandro, ¿cómo está usted?

—Perfectamente Quique, ¿qué tal tú?

Pos muy bien, aquí descansando un poco, esta mañana ya he ido al centro por mi ración de metadona.

—Así me gusta amigo mío, que sigas en la lucha.

Sabiendo que mi madre tiene tan solo treinta y un años soy plenamente consciente de que  nadie que no conozca nuestra historia podría imaginarse cuál es nuestro parentesco.

—Quique te presento a mi amiga María, María, éste es mi amigo Quique.

—Mucho gusto señorita —la saluda él enseñando de nuevo sus escasos y desagradables dientes. Ella devuelve el saludo con la cabeza cada vez más inquieta.

—¿Recuerdas que te prometí un regalo si seguías el programa? —el homeless asiente cómicamente —pues bien, el regalo es ella, ¿qué te parece?

Al momento noto un fuerte agarrón en el brazo y mi madre consigue darme la vuelta con una fuerza insospechada para tener una pequeña conversación en privado.

—¿Qué coño estás diciendo? ¿De qué va esta mierda?

—Tranquila mami no te sulfures, se trata de darle un poco de amor simplemente. Tengo que cumplir una promesa.

—¿Pero tú estás loco puto gilipollas? ¿te crees que soy tu putita? ¡Soy tu madre joder!

Ahora soy yo quien la agarro a ella por el brazo y continúo:

—Shhhht, a ver si lo entiendes de una puta vez, aquí las normas las pongo yo. La que tiene una hija a la que solo le puede dar galletas para cenar eres tú, ¿sabes? ¿Qué dirá servicios sociales cuando os echen a la calle?

—Me importa una mierda lo que digas, si te gusta que te dé a ti por el culo el yonqui de tu amigo, a mí me la suda. ¿No has cambiado nada no? Sigues siendo el mismo enfermo que eché hace cuatro años.

La sangre me hierve por dentro, siento que estoy  punto de perder el control, pero no lo hago. Consigo serenarme y sigo argumentando.

—Te has follado a medio barrio, ¿tienes ya dos hijos sin padre y ahora te vas a poner espléndida por un pobre desgraciado? A mí este hombre me trató con más respeto y cariño del que me diste tú nunca, y se lo quiero compensar.

—¿Ah sí? ¿Eso es lo que piensas? ¿Te recuerdo que con catorce años ya eras un puto traficante? ¿Cuántas vidas cómo la de tu amigo has jodido?

—No lo habría hecho si no hubiera pasado hambre, ¿no crees?

—¡Mentiroso! En casa jamás te faltó un plato de comida, simplemente al señorito no le gustaba ser pobre. Además, sabes perfectamente que esa no fue la razón. ¿Se te ha olvidado lo que hacías mientras estaba durmiendo? ¿No te acuerdas lo que me estabas haciendo cuando me desperté puto pervertido?

El pasado siempre vuelve, por muy asumido que uno lo tenga a nadie le gusta que se lo recuerden, la tensión sigue en aumento y decido volver a argumentar huyendo de aquel cruce de acusaciones.

—Mira chica, este pobre desgraciado lleva más de una década sin que se le acerque una mujer, siendo un apestado, y solo te pido que le des un orgasmo. Lo puedes hacer como tú quieras, pero yo veo claro que no va a ser necesario que te lo folles si es eso lo que te preocupa. No me fastidies, pero si es posible que te toque una pierna y ya se corra. Haces feliz a Quique y te llevas mil euros, no te va a ocupar ni diez minutos de tu tiempo. Tú decides.

Ella suspira aún rabiosa, pensándose si seguir atacándome o no.

—Mil euros por diez minutos, pocos trabajos encontrarás tan fáciles.

Mi madre sigue meditabunda, recuperando el control, serenándose.

—¿Disfrutas con todo esto verdad?

Mi contestación de nuevo es una sonrisa, sé que aquellas palabras implican la aprobación de la prueba.

—Sé simpática, seguramente lo hará todo más rápido —le digo dándole paso con un gentil i teatral gesto.

Quique aún no entiende de qué va todo esto y nos mira desconcertado. Con una sonrisa forzada pero creíble ella se sienta a su lado encima de aquellos cartones, el vestido es tan cortito que desde mi posición puedo verle perfectamente el tanga negro que protege su entrepierna.

—Cómo te iba diciendo amigo mío María es tu regalo, puedes disfrutar de ella durante un ratito.

—Pe…pero... —tartamudea él cada vez más sorprendido.

—Tranquilo, ella te lo contará mejor —le digo guiñándole un ojo.

Girando la cabeza se queda mirando fijamente a su regalo, que cada vez está más cerca de él. Mi madre le agarra una de sus mugrientas manos y la deposita en su muslo mientras le susurra algo al oído que hace que sus ojos se abran como platos. Sin decir nada más lleva la suya directamente hasta sus partes y comienza a acariciárselas por encima del roído pantalón de pana. Él vuelve a mirarme mientras yo asiento con la cabeza en señal de aprobación. Mientras los tocamientos siguen éste empieza a animarse y con su mano dura como papel de lija empieza a recorrer emocionado la cuidada pierna de la misteriosa María. Asqueada pero disimulando mejor de lo esperado ella le baja la cremallera y hábilmente con dos dedos saca su pene que ya está en estado de medio erección. Con el miembro en su poder lo acaricia sensualmente, bajando y subiendo la piel delicada y lentamente ante los pequeños gemidos, más parecidos a los gruñidos de un cerdo que espeta el mendigo.

Noto que yo también estoy erecto viendo aquella escena, ahora Quique ha llegado con sus caricias hasta su entrepierna y claramente puedo ver cómo le manosea patosamente la vagina por encima del tanga, incrementando el número y la potencia de sus gemidos/gruñidos en claro signo de excitación. La cara de sufrimiento de mi madre también va a más pero aguanta estoicamente masturbándolo cada vez con más énfasis buscando un rápido final.

El desgraciado se anima a usar la otra mano y la lleva directamente a los pechos de ésta sobándolos y magreándolos con desesperación. Ella sigue subiendo y bajando pieles mientras puedo oír cómo le dice al oído:

—¿Te gusta?, ¿te gusta así?, vamos córrete guapo, dame toda tu leche.

El mendigo gime con más fuerza mientras le manosea con tanta fuerza las tetas que éstas asoman por el escote del vestido dejando ver el sujetador color negro. Con las dos manos ocupadas con aquel regalo del cielo, una arriba y la otra restregándola por todo el coño hasta apartar de su lugar el tanga Quique se está poniendo las botas mientras que ella está alcanzando la velocidad de centrifugado con su miembro.

—¡Arrghh, síi, que buena que estás María, ohhhh!

Finalmente y sin poder remediarlo se corre salpicándolo todo de semen como si fuera un aspersor entre espasmos y gritos.

—¡Arrrrgghhhh, oinggg, ohhhh, ahhhhh!

Mi madre rápidamente se levanta, se acomoda bien la ropa y viene hacia mí.

—¿Ves cómo no era para tanto mujer?

—Dame el dinero y déjame en paz.

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Subo las escaleras de mi antigua casa sobre las diez de la mañana, excitado y nervioso. A esa hora sé que mi madre ha tenido tiempo de sobras de volver de la guardería de dejar a Soraya.

¡Riiiing!

Me abre al cabo de un rato que se me hace especialmente largo, hoy lleva puesta una camiseta blanca ceñida y algo corta y unos leggins negros muy ajustados, como es habitual en ella cuando está en casa va descalza.

—Hoy sí vienes puntual.

Me dice dejando la puerta abierta y dirigiéndose a la cocina donde le aguarda un té recién hecho.

—Cuéntame, ¿a qué lugar me vas a llevar hoy a putearme? —me pregunta con cierto retintín.

—No te preocupes mamá, la última prueba es de interior —le contesto con mi habitual sonrisa en la boca.

Remueve su té un poco y le da un largo y sonoro sorbo antes de continuar:

—¿Qué quieres decir de interior? ¿Dónde tengo que ir para ganarme mis mil quinientos euros?

—Veo que no me entiendes…

Del bolsillo saco el dinero en billetes de cincuenta y de cien y cuento hasta llegar a la cifra pactada, los enrollo con una goma y los dejo encima de la repisa de la cocina.

—Para ganarte este dinero no tendrás que salir de casa.

Sin pensármelo otra vez me deshago hábilmente de las zapatillas deportivas y me quito el pantalón vaquero ante el asombro de ella, paro un momento y mirándola directamente a los ojos me quito también el calzoncillo liberando mi pene a media asta.

—Quiero que me chupes un poquito el nabo —le digo como el que pide un café.

Después de unos segundos en los que parece estar en shock tira la taza con fuerza contra la encimera rompiéndose ésta y me grita:

—Vete de aquí ahora mismo puto monstruo, ¿no tuviste suficiente la última vez?

Me abalanzo contra ella dejándola entre el mueble de la cocina y yo, mi metro ochenta y mi cuerpo musculado me ayudan a que permanezca inmóvil. Le beso por el cuello mientras que una de mis manos juega con sus pechos y la otra le agarra el culo, mi polla completamente erecta ahora, aprieta contra la entrada de su cueva que se marca en el ceñido leggin.

—Vamos mamá que te cuesta joder, te has follado a muchos en este barrio.

Ella forcejea conmigo con todas sus fuerzas pero no puede ponerme a ralla mientras yo sigo metiéndole mano todo lo que puedo. Intento besarle en los labios pero me muerde hasta hacerme sangrar aprovechando el instante de dolor para separarme de un fortísimo empujón.

—¡Au! Joder me has hecho daño zorra.

—Vete de mi puta casa ahora, ¡AHORA!

Me la quedo mirando cabreado mientras me manipulo el labio investigando el alcance de la lesión, ella sigue increpándome.

—Eres un jodido enfermo, ¡que soy tu madre eh! ¡Basta de guarrearme como si fueras mi chulo! ¿No tuviste suficiente la última vez? ¿Sabes lo que es para una madre despertarse después de trabajar diez horas seguidas y ver que tu propio hijo está aprovechando para meterte mano? ¿Lo sabes?

Yo sigo tocándome el labio sin saber cómo proceder mientras ella se desahoga:

—¿Y encima ahora vienes cuatro años después haciéndote la víctima? ¿Y te crees que voy a chuparte la polla por dinero? ¡Métetelo por el culo el dinero! Vístete y no vuelvas nunca más por aquí.

—¿Has acabado? —le digo con un tono sereno.

—¡Qué te jodan! —me dice ella casi en una reacción mecánica.

—Ahora es mi turno —comento a modo de introducción.

—Me da igual lo que opines sobre lo que quiero hacerte. Lo cierto es que era un crío y tú no me diste ni una segunda oportunidad, ni siquiera preguntaste nunca a nadie como me iban las cosas.

—Lo sabía perfectamente —me dice sin bajar el tono.

—¡Cállate coño! Ahora estoy hablando yo —replico.

—Lo que tengo contigo es un trauma, lo sé, pero he venido hoy aquí para solucionarlo. Tengo muchas maneras de conseguirlo, el dinero es solo un aliciente. Tu casero, el señor Ramiro, estará encantado de recibir el dinero que le debes de alquiler, pero más contento estará si le perdono la deuda que tiene conmigo.

Ella me mira inquisitivamente intentando averiguar de qué hablo.

—Lo has oído bien, el viejo verde de tu casero parece que tiene tres agujeros en la nariz de la farlopa que es capaz de esnifar. Lleva meses debiéndome dinero y estoy seguro que vería con buenos ojos que le condonara su deuda a cambio de que te echara de este cuchitril. ¡Negocio redondo!, dos pájaros de un tiro, se queda sin deuda y sin inquilina problemática.

Noto que la rabia le dispara la respiración, desde donde estoy casi soy capaz de oír el latido desbocado de su corazón. Sigo con mis explicaciones:

—La asistente social es Margarita Cobos, ¿verdad?, la que vigila que a la niña no le falten las cosas básicas.

Los ojos de mi madre mutan lentamente de la ira al terror.

—Sí, sé que es ella, yo la llamo Maggie, otra que por un par de regalitos haría lo que yo le dijera —digo recalcando el yo.

—A ver si lo entiendes bien antes de que vuelvas a morderme, este puto barrio es mío, el barrio y toda la gente que vive en él. Tú no eres una excepción por ser mi madre.

Me acerco lentamente hacia ella y con mucha suavidad pongo mi mano en uno de sus senos acariciándolo de manera circular.

—Media horita siendo mía y luego me iré para siempre de vuestras vidas dejando los mil quinientos euros donde están.

Sigo jugando con su pecho mientras pongo la otra mano en el otro y repito la acción.

—Además he soñado tantas veces con este momento que quizás no aguante ni media hora —le explicó sin parar de disfrutar de sus tetas por encima de la ropa.

Ella, de repente, me separa otra vez lanzándome un número incontable de manotazos por todo el cuerpo y la cara mientras grita:

—¡No me toques puto degenerado de mierda! ¡déjame!

Sus golpes van perdiendo fuerza mientras que los gritos pasan a ser sollozos.

—Eres un miserable, un jodido pervertido insano y enfermo.

—Insano y enfermo son sinónimos, tendrías que haber ido más a la escuela —contesto sabiendo que sus barreras cada vez son más débiles.

Me acerco de nuevo y pongo directamente mis dedos en su marcado sexo, acariciándolo por encima de la ropa, mi madre se sabe derrotada y ya no opone resistencia.

—Estás completamente loco —me dice entre susurros mientras yo le recalco el trato para acabar de convencerla.

—Media horita y serás libre para siempre.

Le cojo delicadamente del pelo y la coloco de rodillas, acerco su cara a mi miembro e insisto:

—Chúpamela un poco.

Le restregó el glande por los labios hasta que cede y agarrándome la base del pene se lo mete entero dentro de la boca.

—Eso es, así, mámala mami.

Comienza a succionarme de manera desacompasada y desganada mientras yo acompaño el movimiento con mi mano que sigue agarrada del cabello.

—Vamos, estoy seguro que lo sabes hacer mejor, un poquito más de ganas, juega con tu lengua. Piensa que cuanto mejor me lo pase antes terminaré.

Noto como ella sube el ritmo de la felación acompañándose también de la mano, su lengua juguetea con mi glande como si le sacara el brillo a la cubertería buena.

—Eso está mucho mejor, seguro que has tenido muchas pollas en la boca.

Ella sigue incrementando la velocidad y los lametazos a medida que yo fuerzo que la mamada sea más profunda, me vuelve loco oír el glup, glup a cada embestida.

—Joder sí, sí, me encanta, sigue así.

Enseguida noto que estoy cerca de eyacular y decido bajar poco a poco el ritmo hasta que finalmente la saco entera de su boca. Levantándola de nuevo le agarro fuertemente del culo acercándola a mí, restregando mi lubricada polla por sus leggins mientras la beso diciéndole:

—A ver a que sabes después de chupármela.

Le morreo intentando meterle la lengua hasta la campanilla pero ella se resiste y noto que incluso tiene arcadas, desisto y le doy la vuelta acomodándola contra el mueble de la cocina mientras le apretó el miembro contra el culo. Desde esta nueva posición consigo quitarle la camiseta y  el sostén liberando sus despampanantes senos y se los agarro con fuerza por detrás.

—Oh sí, es la primera vez que te las toco sin ropa por el medio, menudas tetazas se te han quedado mamá.

Ella se deja hacer sin emoción como si fuera una muñeca hinchable y yo sigo sobándola con furor.

—Qué buena que estás joder, no me extraña que todos te quieran follar.

—Hijo déjalo ya por favor —me dijo volviendo a lloriquear.

—¿Hijo?, demasiado tarde para eso, ¿no?

Le apretujo los pechos mientras sigo restregándome hasta que finalmente los suelto, llevo mis manos a sus caderas y le digo:

—Será mejor que te folle antes de que me quede sin aguante, ¿no crees?

En ese preciso instante mi madre hizo un último intento por resistirse pero la agarré fuerte de las caderas.

—Déjame por favor, déjalo ya —me dice casi sin ánimos.

—No te preocupes mami, será rápido y bien remunerado.

Con un fuerte tirón le bajo de golpe los leggins y las bragas hasta las rodillas liberando un culo imponente y perfecto, acomodo mi polla en la entrada de su coño y la penetro sin más dilación.

—Ohh síii, síii joder que buena que estás.

Los dos gemimos por razones opuestas, noto como mi sable está completamente presionado en aquel conducto y siento que voy a morir de placer. Con un delicioso esfuerzo comienzo a deslizarla por dentro con lentitud, aclimatando su cueva y concentrándome para no correrme ipso facto.

—No sabes el tiempo que he esperado esto.

La meto y saco con cuidado, cada vez más rápido y más profundo, siento que mi madre está creada para el pecado. Al moverse con más facilidad vuelvo las manos a mis queridos pechos para apretárselos a cada embestida que son cada vez más intensas.

—Con este cuerpazo no entiendo cómo has sido pobre toda tu vida.

La sacudo con tanta fuerza que noto el mueble de la cocina vibrar, el glup, glup, se ha transformado en el clap, clap, de mis ingles rebotando contra sus fibrosas nalgas, las imagino enrojecidas por la intensidad de la follada y me excito aún más. La empujo con tanta fuerza que noto como tiene que ponerse de puntillas para mantener el equilibrio, aguantando heroicamente la incesante penetración.

—¡Ohh!, ¡ohhhhhh!, como me pones mamá, eres increíble, ¡follas como los ángeles!

¡Clap!, ¡clap!, ¡clap!, ¡clap!

Noto como mi polla la atraviesa como si fuera de mantequilla y no pierdo ni un segundo en sobarle todo lo que puedo, las tetas, el culo, el coño…

—Es el mejor polvo de mi vida mamá, ¡ohhh síiiiiii!

La embisto con tanta brutalidad que tengo la sensación de que la cocina se nos caerá encima hasta que finalmente no puedo más y mientras que una de mis manos la agarra por la cintura y la otra le aprieta un pecho me corro entre fortísimos espasmos llegando al orgasmo más intenso de mi vida.

—¡¡Ohhhhh síiiiiiiiiiiii jooooodeeeeeeeeeer!!

Descargo toda mi leche dentro suyo y fantaseo con dejarla embarazada, el esfuerzo ha sido tal que me siento completamente exhausto. Me separo  de ella aturdido y me visto como puedo, intentando recuperar una respiración y frecuencia cardíaca normales. Ella enseguida se sube la parte de abajo y se coloca a toda prisa la camiseta tapando la parte de arriba.

—No te apures en taparte mujer, no voy a ver nada que no haya visto ya —bromeo sonriendo.

Mi madre pasa por delante de mí y va directa a la repisa donde había dejado el dinero, me mira y me dice:

—Ya tienes lo que querías, ahora vete de esta casa.

Me voy hasta la puerta seguido por ella, traspaso la puerta y justo cuando ella va a cerrarla con un portazo la detengo con el pie y le digo:

—Un trato es un trato, pero siempre serás mía.