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Con mi hijo discapacitado psíquico

en Amor filial

Me llamo Andrea y aunque tengo un hijo y una hija este relato trata principalmente de mi hijo Jorge. Él tiene diecinueve años, lo tuve con tan solo dieciocho años, y mi hija Ana dieciséis. Mi pareja falleció cuando Jorge tenía solamente cinco años debido a un cáncer, y desde entonces mantener bien a mi familia ha sido siempre un reto. Trabajo media jornada en una biblioteca pública, de nueve a dos del mediodía, y gracias a este trabajo, mi pensión de viudedad, algunas ayudas familiares y alguna que otra ayuda del gobierno hemos tenido siempre una vida feliz y normal aunque siempre con preocupaciones. Veréis mi hijo Jorge tiene una ligera discapacidad intelectual, no es muy grave pero siempre ha requerido muchas atenciones y también inversiones para su normal desarrollo. Clases de refuerzo, médicos, psicólogos, etc…

Actualmente Jorge es una persona adulta, trabaja en una fábrica cerca de donde vivimos que emplea a muchas personas de su condición, se gana un pequeño sueldo, se siente realizado y siempre ha sido un chico muy feliz. Su aprendizaje y el convertirse en una persona útil es algo de lo que me hace sentir realmente orgullosa, y aunque ha habido dificultades las ha superado una a una. Nuestro problema con él es otro…el tema sexual. Ya de adolescente nos comentó el médico que tenía niveles de testosterona muy elevados, y que eso podía convertirse en un problema de libido descontrolado. Era algo muy habitual en gente con problemas similares a los suyos. Hasta ahora siempre habíamos podido controlar el tema con normalidad y con la ayuda de su psicóloga, por ser claros y no extenderme en el asunto, él tiene acceso libre a internet para buscar pornografía y con solo catorce años le hablamos del tema de la masturbación con total naturalidad. En esto su psicóloga Anaïs había sido de gran ayuda.

Anaïs tenía miedo de que esto no fuera suficiente y nos había dado varias alternativas más. Desde una tipo de prostitución especializada en estos temas y completamente legal en mi país, hasta cosas mucho más contundentes como tratamientos hormonales o incluso mencionó como algo extremo la castración química. Yo no quería ni hablar de estas cosas y hasta ahora nos había ido bien así, de hecho me consta que en épocas del año Jorge se masturbaba hasta cuatro y cinco veces diarias y a mí me parecía de lo más natural. El tan temido problema llegó un mes.

Mi hijo estaba algo inquieto, y en tan solo una semana se me empezaron a acumular las quejas. Algunas me las comentaba apurado el conserje del a finca y otras las vecinas directamente. Jorge había dicho cosas inapropiadas por lo menos a tres mujeres de la escalera. Nada grave, cosas tipo “que buena estás”, “menudo culo tienes”, etc. La gota que colmó el vaso, y esto sí que encendió todas las alarmas es cuando llegó a tocarle el culo a una de ellas. Tuvimos una suerte infinita, ya que se lo hizo a la vecina con la que más nos aveníamos mi hija y yo, una persona buenísima, una santa. Me lo contó muy apurada y yo no sabía donde meterme. La solución más rápida que se me ocurrió implicaba a Ana, le pedí por favor que a partir de ahora y por un tiempo fuera a buscar a su hermano a la fábrica y lo acompañara a casa. Él y yo teníamos horarios muy similares y a mí me resultaba muy difícil, pero enseguida Ana se hizo cargo del a situación y, como siempre, ayudó en todo lo que pudo.

Pasamos una semana tranquila hasta que un día llegué a casa y me encontré a mi hija seria como nunca a había visto. Al preguntarle me contó que Jorge, también en el ascensor, le había tocado el culo y los pechos e incluso había forcejeado un poco para conseguirlo. Eso me horrorizó. Mi hijo medía un metro ochenta y era bastante fuerte, y ya no sabía hasta donde podía llegar. Mi pobre hija acabó contándome la historia entre lágrimas.

—No te preocupes hija, me lo montaré como sea pero ya lo iré yo a buscar.

Así lo hice, pero tenía claro que esa no iba a ser la solución, y sabía que si le contaba esto a la psicóloga me volvería a habar de tratamientos químicos. Decidí intentarlo por mi cuenta. Al tercer día traerlo yo a casa, después de comer aprovechando que Ana tenía clases por la tarde entré en su cuarto con la intención de hablar con él. Él estaba estirado en su cama leyendo un cómic, me senté en esta y le dije que quería hablar con él.

—Hola hijo tenemos que hablar. Últimamente has hecho cosas que no se pueden hacer.

Así empecé, y con todo el tacto del mundo empecé a relatarle todo lo sucedido, y explicándole que no podía ser, que para hacer eso tenía que haber un consentimiento, que los hermanos tampoco podían hacer esas cosas, etcétera, etcétera. Él parecía entenderme, me miraba sin hablar y parecía avergonzado. Yo seguí con las explicaciones y le pregunté si ya no le gustaba el porno, si necesitaba algo más.

—Sí mamá, pero quiero probarlo yo mismo. Estoy harto de mirar.

Hasta aquí sentía que lo que me decía era normal, así que le hable de estas mujeres que tienen relaciones sexuales con discapacitados de todo tipo. Que sabía cómo tratar a todas las personas, que eran muy simpáticas, que le podían ayudar. Él cuando empezó a entender de que le estaba hablando ya empezó a mover la cabeza compulsivamente en señal de negación.

—¿Por qué no hijo? ¿Qué le ves de malo?

Jorge negaba con la cabeza sin parar.

—Ya sé lo que son las putas y no quiero, son sucias, son malas, no quiero.

Yo seguía hablándole del tema, diciéndole que aquello era una estupidez, y que las chicas de las que le hablaba no eran prostitutas, pero él estaba completamente cerrado en banda.

—Yo quiero probar con alguien que conozca, con Ana por ejemplo.

Mi tonó se puso mucho más firme y le dejé muy claro que eso no podía pasar de ninguna de las maneras, que si hacía algo así me enfadaría con él y nunca le perdonaría. Se quedó pensativo y triste.

—Yo quiero con alguien que conozca, quiero saber que es tocar a alguien como en las pelis.

En ese preciso momento me di cuenta de varias cosas. La primera es que Jorge no tenía tabús con los temas familiares, se sentía más a gusto en un ambiente cercano, y la otra es que yo tenía treinta y siete años y estaba dispuesta a lo que fuera para controlar aquella situación sin que nadie le hiciera ningún daño. Os contaré que mido un metro sesenta y ocho, soy rubia teñida con el pelo por los hombros y creo ser guapita de cara. Tengo las facciones finas y los ojos grandes y verdes. Mis medidas son 85-58-85. Aunque soy muy delgada y fibrosa creo que sigo estando de buen ver, sobre todo destaco de mí un culo fuerte y bien puesto. Pensé que esto podría ser suficiente para parar aquella situación.

Iba vestida con unos vaqueros y un top negro, me armé de valor y me quité la parte de arriba dejando mis pechos cubiertos solamente por el sostén.

—¿Qué te parece conmigo hijo?

Me miró muy sorprendido pero enseguida vi que la idea no le asustaba.

—Puedes tocarme Jorge, y así saber que se siente, no pasa nada.

Ni siquiera balbuceó una palabra, se me acercó con los ojos como platos y comenzó a tocarme tímidamente los pechos, recorriendo su forma circular y viendo que cara ponía

—Así hijo, con delicadeza, tócame y experimenta conmigo.

Siguió sobándome cada vez con más interés, con más ganas, mientras su respiración se aceleraba. Yo le decía que estuviera tranquilo, que no pasaba nada, y le animaba a seguir. Colaba sus dedos por dentro del sostén y acariciaba con dificultad mis pezones hasta que finalmente consiguió bajármelo hasta la cintura y siguió jugando con mis senos ya libres. Se le veía claramente excitado y yo me repetía que esta era la única solución al problema.

—¿Mami te puedes quitar el pantalón?

Asentí con una sonrisa cariñosa, me quité los vaqueos  y también el sostén y me quedé sentada en aquella cama sólo con mis braguitas negras. Jorge parecía estar desbordado, en diecinueve años nunca había tenido así a una mujer, y se lo veía disfrutar. Cansado de mis pechos me acariciaba el culo como si fuera una bola de cristal y él su vidente amo. Estuvo así unos minutos intercalando entre el culo y los pechos hasta que se decidió y comenzó a acariciarme la vagina por encima de las braguitas. La frotaba con fuerza y excitación, casi me hacía hasta daño pero aguantaba con una sonrisa estoica. Me daba miedo saber el siguiente paso, pero entonces se volvió a estirar en la cama, se quitó su pantalón de chándal y su calzoncillo y dejó libre una enorme erección. Me di cuenta que el miembro de mi hijo era enorme, yo creo que de unos veinte centímetros.

—Tócamelo mamá por favor, tócamelo.

Me pareció que de todos los finales ese era el menos desagradable, así que se lo cogí con mi mano y empecé a masturbarle lentamente para no hacerle daño. Jorge gemía descontroladamente, como si ya estuviera a punto de eyacular.

—¿Te gusta hijo? ¿esto es lo que quieres?

Él hacía que sí con la cabeza mientras gemía e incluso tenía pequeños espasmos. Aceleré un poco el ritmo pensando que estaba a punto de terminar pero entonces me paró la mano con la suya y me dijo.

—Chúpamela mamá por favor, chúpamela, como en las pelis.

Me horrorizó la frase, no sabía ni que estaba haciendo, pero estaba claro que debía terminar. Me acerqué hasta su enorme pene que ya estaba muy lubricado, me lo puse en la entrada de mis labios y en un acto de coraje me lo metí entero en la boca. Comencé a chupársela lentamente, aclimatándome a la situación y al tamaño, pero enseguida él me cogió la cabeza y aceleró el ritmo por la fuerza. Me subía y bajaba la cabeza mientras gemía como un loco, yo me sentía totalmente prisionera y cuando creía que me iba a atragantar o incluso vomitar me llenó la boca de semen sin previo aviso. Tuvo unos espasmos enormes, aquello parecían ríos de leche, y gritaba como si ese fuera su primer orgasmo.

Se quedó allí estirado y exhausto, y yo con la boca aun llena de sus flujos conseguí decirle.

—Jorge, esto lo podemos repetir de vez en cuando, pero te prometo que si Ana se entera alguna vez, o vuelves a hacer alguna de esas cosas que te he contado que no puedes hacer, se habrá terminado para siempre. ¿Lo comprendes? Para siempre hijo.

Él, que parecía más feliz que nunca me juró y perjuró seguiría las normas al pie de la letra.

Después de aquello me fui directa a la ducha a escupir todo aquello. Me lavé los dientes compulsivamente como tres veces seguidas, me di la ducha más larga de mi vida, pero nada de eso hizo que me sintiera menos sucia. No sabía como en un momento me había convertido en la masturbadora y lamedora oficial de mi hijo, y si estaba haciendo bien o no. Sabía que aquello tendría que repetirse con una cierta frecuencia y los pelos se me ponían de punta solo de pensarlo.

El día siguió con normalidad, con mi hija ajena a todo aquello, y nos fuimos a dormir. Eran las cuatro de la mañana y no había conseguido pegar ojo, la historia con mi hijo me rondaba en la cabeza. Había tomado una decisión inexplicable para todo el mundo, no se lo podía contar a nadie, ni a mi hija ni a la psicóloga claro está. Seguía dándole vueltas cuando vi que entraba a la habitación Jorge completamente desnudo y con su pene erecto. El miedo me congeló la sangre, pensé que solo habían pasado unas horas y ya estaba en mi habitación haciendo eso. Yo dormía con un camisón y unas braguitas y él sin pensárselo dos veces se metió dentro de la cama mientras me decía.

—No hagas ruido mamá, Ana duerme.

No me dio tiempo a réplica que ya lo tenía encima de mí con su enorme miembro apretándome mi rajita por encima de la ropa interior. Me acarició unos pocos segundos los pechos por encima del camisón y enseguida intentó sacarme las braguitas torpemente, cosa que terminó haciendo con un poco de mi ayuda. Se volvió a colocar entre las piernas, me puso su enorme trozo de carne en la entrada de mi vagina y me penetró con fuerza.

—Ahora toca follar mamá.

Con lo poco lubricada que estaba, lo enorme de su miembro y lo estrecho de mi anatomía os juro que aquello me dolió más que una violación. A duras penas podía moverse de lo apretado que estaba dentro de mí pero él seguía embistiéndome violenta y patosamente. Gemía sin parar, eso sí bajito para no saltarse “las normas” y que Ana nos escuchase, y yo también gemía pero de puro dolor. Su pene ya conseguía moverse con más velocidad y fluidez, y lo hacía rápido como el de un conejo, unos tres minutos después volvió a llenarme de leche entre grandes sollozos y gemidos. Se estiró a mi lado esperando a recuperar fuerzas y se fue dándome las buenas noches y dejándome con un dolor terrible entre mis piernas.

A primera hora de la mañana fui a la farmacia y me compré de todo, la píldora anticonceptiva, lubricantes varios, de todo, sabía que eso solo era el principio y no quería que pasara ninguna desgracia. Desde luego en la farmacia debieron creer que iba a hacer una orgía con tantos productos.

Mis temores eran ciertos, y aquella fue una semana espantosa. Jorge aprovechaba cualquier ocasión para visitarme, nunca estaba satisfecho, me follaba hasta tres y cuatro veces al día y cada vez quería más. No se conformaba con que se la chupase o con el misionero, quería probar todas las posturas que veía en sus dichosas películas, el perrito, yo encima, cualquier cosa que le ocurriese. Yo apenas podía andar del dolor de la entrepierna, incuso tenía algunos pequeños arañazos por el cuerpo debido a su…ímpetu.

Pasada una semana, y sin haberme acostumbrado a todo aquello, aprovechó como cada día que Ana estaba en el colegio y vino a verme en el sofá. Empezó a meterme mano y a desvestirme cegado por la excitación, no había manera de sacármelo de encima, me metía mano mientras me arrancaba la ropa. Decidí quitármelo todo y le dije.

—Tranquilo mi vida, vamos a la cama.

Conseguí llevarlo al cuarto mientras no perdía ni un segundo en sobarme, el camino del comedor a mi habitación se hizo larguísimo. Ya allí me estiré y me abrí de piernas mientras e incitaba a venir. Se tiró encima de mí y comenzó a mordisquearme los pechos, a apretarme el culo, a besarme, parecía más excitado que nunca. Yo agarré el pote de vaselina que guardaba en el cajón de la mesita de noche y me unté bien para que no me hiciera tanto daño, y él cogiéndome con fuerza por la cintura me dio la vuelta. Últimamente le gusta mucho a lo perrito pensé, pero lo que venía era mucho peor. Estirado completamente encima de mí me metió la polla en la entrada de mi culo y empezó a empujar con fuerza.

—Quiero por el culo mami, quiero por el culo.

Pensé que eso era demasiado, que no lo soportaría, y empecé a forcejear con todas mis fuerzas.

—¡Ni hablar Jorge!, ¡Eso si que no! No puede ser.

—Por favor mamá estate quiera, quiero por el culo, por el culo, por el culo.

Me intenté librar de aquello pero él tenía sus veinte centímetros apretando con fuerza mi culo mientras me inmovilizaba con su propio peso. Seguí haciendo fuerza sin conseguir meterme el glande dentro y yo gritaba y forcejeaba.

—¡He dicho que no! ¿Me has oído? ¡No!

Jorge no me hacía ni caso y era demasiado fuerte para librarme de él, así que entendí que aquello iba a pasar de una manera u otra. Conseguí convencerlo de que parara un momento con la promesa de seguir a continuación, me unté lo máximo que pude el ano y dejé que volviera a intentarlo, en posición de perrito esta vez. Me agarraba fuertemente por las caderas y apretaba mi culo con su polla sin éxito, hasta que poco a poco este cedió y consiguió meterme el glande.

—Ohhh, ohhhh, ohhh, mamá sí, sí, sí.

Con aquel pedacito de si dentro gemía sin parar y yo gritaba a su compás de dolor. Aquello no conseguía deslizarse por dentro pero parecía estar disfrutando igual mientras apretaba con todas sus fuerzas.

—Oh sí mamá, síii, síii.

Consiguió meter medio miembro y moverlo un poco más, y yo creía que me iba a desmayar de dolor, incluso tenía lágrimas deslizándose por las mejillas.

—Mamá me encanta, síii, síii. Ohhhhh.

Con mucho esfuerzo me la metió hasta el fondo y la primera vez que ésta estuvo entra dentro de mi virginal culo me agarró las dos tetas desde atrás con sus enormes manos y mientras me las apretaba con fuerza se corrió gritando como si lo estuvieran asesinando. Aquello debió escucharse en todo el vecindario, y yo acabé nuevamente llena de semen. Mi hijo había hecho lo que hasta ese momento no le había dejado a ningún hombre.

Tenía tanto dolor que creía que tendría que ir incluso al hospital, y él, aun exhausto y estirado a mi lado me dijo.

—Le quiero hacer esto a Ana.