miprimita.com

Elecciones

en Amor filial

Candidato

A las nueve en punto de la mañana entraba por las puertas de la sede central del partido, la llamada recibida el día anterior por el mismísimo secretario general citándome para hoy me tenía bastante intranquilo. Me acredité en recepción y me dirigí directamente al ascensor, creo que nunca había marcado la planta más alta. Después de unos interminables minutos, coincidiendo con compañeros de partido que iban de aquí para allá, llegué a mi destino. Avancé por aquel largo pasillo que era nuevo para mí hasta que llegué a la puerta del despacho del señor Robles, ésta estaba abierta y una secretaria parecía esperarme sonriente. Me acredité de nuevo, me disponía a informarle de que tenía una reunión cuando me dijo:

—Pase por favor, el señor Robles le está esperando.

Llamé a la última puerta que me separaba del líder y enseguida me contestó con un “adelante”. Tragué saliva y finalmente entré en su despacho.

—Hombre Cristóbal, pasa por favor, ponte cómodo —me dijo señalando una de las sillas frente a su escritorio.

—Buenos días don Diego, ¿quería verme? —pregunté mientras me acomodaba.

—En efecto amigo mío, iré al grano —Diego Robles era famoso por eso —estamos buscando un candidato para las elecciones municipales y el partido cree que eres la persona idónea para la candidatura de Madrid.

Aquello me dejo sin habla, absolutamente perplejo, hasta ahora mi papel había sido bastante secundario, incluso con más sombras que luces.

—¿Yo? —contesté sintiéndome estúpido solo terminar la interrogación.

—Tú, sí. El partido necesita ganar el terreno perdido, sabemos que los sondeos hablan en nuestra contra pero necesitamos que lideres una remontada, vamos a invertir lo que haga falta para que tu resultado electoral sea satisfactorio.

Ambos sabíamos que no teníamos ninguna posibilidad de ganar la alcaldía de la capital, pero sí era importante montar una oposición fuerte o ser decisivos a la hora de los pactos, no podía entender como me habían elegido a mí para aquella hazaña.

—Pero señor…

—Cristóbal, de verdad, está todo pensado y te necesitamos. Sabes todos los problemas que hemos tenido últimamente, necesitamos a alguien poco conocido pero con los arrestos suficientes para plantarle cara a lo que va a venir. Tienes treinta y tres años, la edad perfecta para luchar por la alcaldía.

—Le agradezco que haya pensado en mí señor secretario, pero la verdad es que me sorprende, sobre todo después de lo que pasó hace un par de años.

—El partido te apoyó, ¿no es cierto?

—Sí, desde luego, y le estaré eternamente agradecido, pero no creo que nos beneficie de cara a unas elecciones.

—Si no lo hubiéramos pensado bien no estarías aquí Cristóbal, sí, tuviste algún escándalo sexual, ¿y qué? Te costó el matrimonio, la prensa se encarnizó contigo, pero te hemos investigado a fondo y tus finanzas son impolutas, eso es lo único que nos preocupa. Vamos a acabar con la corrupción de una vez por todas, lo demás no importa.

Me quedé pensativo, abrumado por la proposición, no había vuelto a abrir la boca cuando continuó con sus argumentos:

—Es una oportunidad única, es cierto que si el partido no estuviera como está probablemente no habrías sido la persona elegida, pero te aseguro que tus pequeños pecados del pasado ahora mismo son el menor de nuestros problemas. No te lo pienses más, dime que sí y empecemos la guerra.

—Ssss…sí, claro, ¡cuente conmigo! —respondí al fin.

Todo era surrealista, había pasado de ser casi un apestado a candidato, los escándalos sexuales que había protagonizado en el pasado eran definidos por el mismísimo secretario general como “pequeños pecados del pasado”, un bonito eufemismo para unos sucesos que me costaron perder a mi esposa, poder ver a mi hija en fines de semana  alternos y más de una portada en la prensa rosa, realmente la cúpula tenía que estar muy desesperada para pensar en mí o simplemente querían mandarme a una muerte mediática lenta y dolorosa. Fuera como fuese un dinero extra no me iría nada mal, el traumático divorcio y la pensión que debía pasar cada mes habían estado a punto de dejarme en la indigencia.

—Una cosa más Cristóbal, para hacerlo bien necesitamos a los mejores, damos por hecho que tu jefa de campaña será Elisa, ¿alguna objeción?

—Ninguna, señor secretario general —dije entre dientes.

La jugada era tan inteligente como perturbadora, Elisa era ni más ni menos que mi hermana menor, treinta años de insoportables aptitudes. Muy buena en su trabajo, pero lo único que teníamos en común era el apellido y algunas ideas políticas. Yo medía un metro ochenta ella medía un metro cincuenta y tres, yo era moreno ella rubia, mi voz era grave la suya era aguda por no decir de pito, si yo me sentía cómodo en el desorden ella era la persona más puntillosa y organizada que conocía y así con casi todo. Dos años atrás cuando mi vida privada salió a la luz el partido me pagó una terapia para controlar mi supuesta adicción al sexo, creo que la palabra con la que me definió mi querida y puritana hermanita fue sátiro. No me extrañaba que siguiera soltera, ¿quién podría aguantarla más de dos horas seguidas? Con esa maniobra el partido no solo garantizaba una campaña bien dirigida sino que acababa con mis bajos instintos teniendo que compartir todo el día con mi propia hermana, ¡chapó!

—Eso es todo nuevo candidato a la alcaldía de Madrid, reúnete abajo con el equipo de campaña, te están esperando —concluyó el señor Robles.

Inicio de campaña

Tres semanas después de que mi candidatura se hiciera oficial ya me arrepentía de haber aceptado. La prensa había escrito ríos de tinta sobre mí, por supuesto nada bueno. Mi nuevo hogar era un hotel siempre vigilado por alguien del partido para evitar que pudiera tener algún escarceo nocturno. Mi hermana, en fin…qué decir de mi hermana, era más insoportable incluso de lo que recordaba, una especie de señorita Rottenmeier de metro y medio.

—Hoy tenemos entrevista en la radio a las nueve, a las once entrarás directo en el programa de actualidad de la televisión pública, a las doce harás lo mismo en otra emisora, comeremos con un grupo de empresarios del sector energético, luego irás a la redacción del periódico Nueva Actualidad para otra entrevista y finalmente a las siete darás un discurso en la universidad de derecho —me informaba mi hermana en la sede del partido mientras yo me servía un café bien cargado, deseando que se atragantara para no tener que oír su insoportable tono de voz.

—¿Algo más? —pregunté con ironía.

—No, eso es todo por hoy —me contestó incapaz de entenderla.

La miré con desprecio mientras seguía:

—Date prisa, ponte la corbata que el coche pasa a recogernos enseguida.

—Sí bwana —esta vez viendo la cara de asco que puso sí había entendido el sarcasmo.

Ya en la parte de atrás del coche observaba de reojo a mi hermana, con esa sonrisa falsa de plástico eterna, el pelo recogido en una coleta y mirando al frente, con unos tacones de vértigo que no disimulaban su escasa estatura, no podía tenerle más manía, aquellas semanas habían parecido meses estando bajo su tutela y la recta final se antojaba eterna y dolorosa. La única parte buena de mis interminables días era cuando me masturbaba en la soledad de mi habitación de hotel, aquel celibato impuesto por el partido era peor de lo que podía imaginar.

—No disfrutas de mi compañía, ¿verdad? —me dijo Elisa de golpe y porrazo, pillándome con la guardia baja.

—Yo no he dicho nada —contesté a la defensiva.

—No hace falta, desde que éramos niños ya no me aguantabas.

No sabía que decir, pese a lo molesto de su voz y su organización marcial, era mi hermana.

—Simplemente es que somos muy distintos —le dije al fin.

—Lo entiendo, yo pienso con la cabeza y tú, digamos que, tienes otras prioridades  —contestó en forma de puñalada trapera, sin que su medio sonrisa hubiera variado lo más mínimo en todo el trayecto a la radio, diría que incluso en toda la campaña.

—¿No serás tú la que no me soportas? —contrataqué bastante descolocado por aquella improvisada conversación.

—En absoluto, que me parezcas un desastre como persona no interfiere realmente en nada en mi vida. Ahora ha dado la casualidad que, Dios sabrá la razón, han confiado en ti para un cargo que serías incapaz de hacer bien. Mi trabajo es intentar que no hagas demasiado el ridículo, en poco más de una semana no tendré que aguantar más tu caos vital, soy una profesional.

Realmente la voz de pitufo tenía una lengua que parecía un látigo, nunca había entendido su desaprobación por mi modo de vida.

—Pero veamos, ¿qué te importa a ti?, ¿te molesta mi divorcio?, ¿qué tuviera relaciones con mi secretaria?, ¿el tema de las prostitutas? ¿en qué siglo vives?

—Me molesta que manches la reputación del partido y hagas sufrir a gente que no tiene la culpa.

—Si lo dices por mi esposa de acuerdo, te aseguro que cada día pago mis errores viendo a mi hija de uvas a brevas, ¿pero el partido? Yo no le he hecho nada al partido, soy de los pocos que no ha metido la mano en la caja.

—Será el único sitio donde no metiste la mano, pues.

Vaya, ahora la enana sabía utilizar el sarcasmo también. Empezaba a acalorarme por aquella ridícula discusión cuando noté que el coche se detenía y al momento el chófer me abría la puerta cortésmente. Con medio cuerpo saliendo ya del coche le dije:

—Quizás echar un buen polvo es lo que necesitas, a saber cuánto tiempo llevan esas diminutas piernas sin abrirse.

Antes de salir entero del transporte pude ver su cara escandalizada, esta vez era yo quien la había pillado desprevenida. Entrando en aquellos estudios de radio enseguida empecé a sentirme un poco abochornado por el comentario de mal gusto que le había hecho a mi recatada hermanita.

El día no fue mal del todo, todos los eventos a los que me había comprometido ir fueron sucediendo uno detrás de otro con resultado aceptable, casi notable. Dado mi pasado eran muchas las preguntas capciosas que recibía, pero esas semanas me habían dado la suficiente cintura como para salir bastante airoso de ellas. Mi hermana me seguía a todas partes como un perro fiel, pero desde aquella conversación en el coche solo hablaba si era absolutamente imprescindible, fue un descanso sacarme su taladrante voz de la cabeza por unas horas, faltaba poco para llegar a mi hotel.

Debate de candidatos

Algo empezaba a cambiar en aquella campaña, verme siempre tan lejos de la alcaldía en los sondeos me había dado manga ancha para ser más agresivo y lo más increíble es que estaba funcionando. Nadie sabía exactamente cómo ni porqué pero había conseguido colarme en lo que siempre había parecido ser una carrera de dos, la gente empezaba a llamarme el candidato revelación y mi pasado lejos de pesar empezaba a valorarse como una prueba de superación personal. Hasta mi hermana parecía más contenta, sin dejar de lado sus rigurosas normas o sus meticulosos métodos de trabajo.

El día iba a ser muy largo, aunque llevábamos tiempo preparándonos un debate siempre es complicado de planificar. De los cuatro participantes uno solamente luchaba por las sobras, pero tres de nosotros, siendo quizás yo el que lo tenía más complicado, teníamos opciones reales de ganar las elecciones. Tenía que machacarlos pero a su vez debía ser prudente pensando en futuros pactos. Aquel debate era el último asalto al poder que iba a tener.

Las horas pasaron lentas, habíamos decidido repasar algunos conceptos básicos por la mañana pero sin agotarme, por la noche debía estar en plena forma. Por fin a eso de las seis de la tarde el coche vino a recogerme al hotel llevando de pasajeros también a mi hermana y un par más de asesores. El camerino que me asignaron una vez llegué a la televisión era magnífico, digno de una estrella de Hollywood, superaba con creces mi tristona habitación de hotel. Me acompañaron un rato para dejarme solo dos horas antes de la gran cita, mi misión era terminar de aprenderme un par de conceptos y sobre todo descansar. Lo malo es que ya estaba demasiado descansado, lejos de llegar relajado la ansiedad empezó poco a poco a apoderarse de mí. Aún faltaba mucho tiempo y ya me ahogaba con tan solo el hecho de ponerme la corbata, conocía aquel estado de nervios, sabía que solo había una manera de aliviarlo.

No la cagues ahora Cristóbal, vas muy bien, no lo eches todo a perder como siempre, me decía a mí mismo.

Una llamada de don Diego Robles animándome y diciéndome lo orgullosos que estaban de mí fue el detonante para que mi estrés explotara. Cogí mi tembloroso mi teléfono móvil y llamé al chófer que me habían asignado para toda la campaña.

—Sí, dígame señor.

—Hola Juan, ¿estás solo?

—Sí señor, así es, estoy en el aparcamiento de los estudios.

—Perfecto, necesito que me hagas un favor.

—Lo que sea, dígame, ¿qué necesita?

Sus ganas de colaborar me relajaron un poco.

—Necesito que vayas a un local cercano a dónde estás, se llama Put and Club, habrás oído hablar de él. Bien, una vez estés allí elige a cualquiera de las chicas, me da igual cómo sean todas en ese garito valen la pena, vístela lo más decente que puedas con lo que tengas a mano y cuélala en el camerino donde me encuentro. Si me haces este favor te daré quinientos euros de propina.

Se hizo un incómodo silencio al otro lado del celular hasta que oí:

—Pero señor, yo…

—Juan no te lo pediría si no fuera de vital importancia, necesito hacer esto antes del debate, serás un héroe y además con los bolsillos llenos de dinero.

—Juan, ¿sigues allí?

—Sí, aquí sigo señor —contestó con voz apagada.

—No pierdas más el tiempo, hazme este favor y te juro que te lo recompensaré.

Dudo unos segundos más hasta que por fin contestó:

—De acuerdo, haré lo que pueda señor.

—¡Así me gusta!

Pasaron cuarenta interminables minutos hasta que alguien llamó a la puerta.

¡Toc, toc!

Sabía que podía confiar en ti Juanito, pensé.

Abrí la puerta cautelosamente para entrar lo que pensaba que sería una escort de primera categoría cuando me topé con Elisa, su cara lo decía todo. Dejé la puerta ajustada y fui a sentarme en el sofá del camerino, preparándome para la bronca. Entró con la fuerza de un Atila en miniatura, cerrando de un portazo y diciéndome:

—¿Tan enfermo estás? ¡Juan me lo ha contado todo!

¡Puto chófer!

Elisa, déjame en paz, estoy muy agobiado.

—Sí, eso me ha dicho, y claro, necesitas una prostituta para relajarte, ¡¿verdad?! —me gritaba ella con aquella voz de grillo cabreado.

—No me grites que encima harás que me duela la cabeza, lárgate, ya tienes lo que querías, me quedaré aquí como un buen chico hasta el puto debate, ¿contenta?

—¿Qué si estoy contenta? Pues mira, empezaba a estarlo. Por primera vez en mi vida estabas haciendo que casi me sintiera orgullosa de ti, pero como siempre tenías que enviarlo todo a la basura.

Me hizo cierta gracia que dijera basura, cualquier otra persona habría dicho mierda.

—Pero bueno, ¿y a ti que más te da?, en tres días no tendrás que aguantarme más, ya dejaste muy claro porque me ayudabas.

Ella pareció pasar del enfado a la pena, su cara compungida era todo un poema, parecía realmente afectada.

—¿Y esa cara?,  ¿Tanto te importa algo que al final ni he hecho? —le pregunté sorprendido.

Ella se quedó dubitativa frente a mí, reflexionando unos segundos hasta que con un hilo de voz me preguntó:

—Sabes que en este país estoy considerada una de las mejores jefas de campañas que hay, ¿verdad?

—Sí —contesté con paciencia.

—Por mucho que te metas conmigo, creo que hemos hecho un buen trabajo juntos —seguía ella.

—Claro que sí, ¿y?

—Pues que ironías de la vida, esta gran jefa de campaña que representa que soy nunca ha ganado unas elecciones.

—Pero bueno, ¿y eso qué tendrá que ver?, habrás tenido malos candidatos, tienes treinta años por el amor de Dios.

—Sí, eso es lo que me digo a mí misma, pero estos días de verdad he creído que podíamos ganar, por una vez he sentido que estábamos cerca de algo grande.

Por increíble que pareciera al final el retaco había conseguido que me sintiera mal, me levanté del sofá donde seguía apoltronado y me acerqué a ella, puse una mano en su hombro y le dije:

—Estamos cerca de algo grande, siento haberte decepcionado. Quédate conmigo hasta que vengan a buscarme los de maquillaje, así me tendrás controlado —la consolé guiñándole un ojo.

Ella pareció estar más relajada, cogió una botella de agua mineral de una pequeña nevera y se acomodó en una silla de ordenador que había en el camerino mientras yo volvía a mi querido nuevo amigo, el sofá. Hablamos distendidamente esperando que pasara el tiempo quizás por primera vez en muchos años, aquel momento de cercanía había conseguido que incluso el timbre de su voz me pareciera agradable. Creo que el sentirse satisfecha por como transcurría la campaña le había sentado bien, me pareció que estaba bastante más guapa de lo habitual.

Subida en aquellos enormes tacones que habrían sido la delicia de un fetichista no parecía tan bajita. Llevaba una blusa ceñida y abotonada hasta el cuello que aprisionaba lo que parecían dos buenos melones, siempre había tenido cintura de avispa y su culo bajo aquella falda algo más corta de lo habitual parecía firme y en su sitio. Sentada en aquella silla, con la falda algo subida, mostraba unas cortas pero bonitas y tonificadas piernas envueltas en unas medias muy bien elegidas, probablemente caras. Por un momento pensé que si no tuviera aquel carácter le habría ido muy bien con los hombres.

—Hermanita, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí —contestó bastante extrañada.

—¿Qué medidas tienes?

Ella pareció no entender nada.

—¿Medidas de qué?

—Ya sabes, tus medidas, las mujer perfecta dicen que es la que tiene una 90-60-90, ¿cuáles son las tuyas?

—Pero bueno, ¿a ti que te importa? —dijo casi ofendida.

—Joder tranquila, que solo era curiosidad no te pongas así, era un cumplido, creo que estás muy bien.

—¿Ya no te parezco una enana? —me dijo con retintín.

—Por supuesto, pero una enana con curvas —contesté guiñándole nuevamente el ojo.

Ella sonrió quedándose en silencio un rato y dando un gran sorbo de su botella de agua. Pasado un rato, cuando ya casi había olvidado mi descarada pregunta me dijo:

—Además, ¿cómo iba a saberlo?, ¿te crees que voy midiéndome por allí?

—Eso es fácil mujer, aproximadamente todas las chicas saben cuáles son sus medidas.

—Pues yo no —afirmó tajante.

—Veamos, ¿Qué talla de sujetador usas?

Ella me miró fijamente, extrañada por aquella conversación, le aguanté la mirada. El maquillaje exacto y unos rasgos armoniosos la hacían bastante guapa, incluso la típica coleta marca de la casa me parecía que tenía su punto aquella tarde.

—Una noventa y cinco —me dijo desviando la mirada al suelo tímidamente, rotando lentamente en su silla de escritorio.

Joder la pitufa es más tetona de lo creía, pensé.

—¿Ves cómo no era tan difícil?, además yo tengo mucho ojo para estas cosas, de cintura me apuesto lo que sea que es sesenta, solo falta saber cuánto mides de trasero.

—Pues como no lleves una cinta métrica en el bolsillo será complicado —contestó sonriendo de manera natural por primera vez en semanas.

Aquella conversación empezaba a subir de tono, y aunque era mi odiada hermana me estaba entreteniendo en los minutos de espera final.

—Te puedo asegurar que no necesito ninguna cinta métrica, ponte de pie, levántate la falda y te diré casi con exactitud lo que te miden las nalgas, centímetro arriba centímetro abajo.

—Pero bueno, ¡no tengo nada mejor que hacer que enseñarte el culo! —me dijo entre sonriendo e indignada.

Aquel comentario con el tono de voz de mi hermana que parecía eternamente embriagada por el helio de un globo me hizo reír casi a carcajadas.

—Vamos joder, ¡que somos hermanos!

—¿Pero cómo pudiste salir tan descarado criándonos los mismos padres? —se preguntaba ella de manera casi teatral.

—Ya sabes que mi opinión es que eres adoptada —bromeé —vamos deja de ser una monja frustrada por una vez y calculemos tus medidas.

—Claro, con el método Cristóbal infalible para mujeres —ironizaba ella a la vez que se levantaba de la silla resignada.

Se puso de pie más cerca de mí y se quedó plantada mirándome, dudando sobre si satisfacer o no mi curiosidad.

—Vaaaamoooooos no te hagas de rogar pequeña Rottenmeier —la animé.

Finalmente se dio la vuelta, se agarró el borde de la falda y la levantó lentamente hasta la cintura durante un fugaz segundo.

—¡Joder que así no me da tiempo a nada! —me quejé.

—Claro, claro, perdona, que tienes que calibrar y esas cosas —me decía incrédula y sarcástica.

—Venga, va, no seas plasta —insistí.

Repitió la acción esta vez aguantando la falda en la cintura, incluso movió el culo ligeramente de lado a lado con recochineo. No podía creer lo que veía, éste no solo era espectacular sino que iba cubierto por una lencería finísima negra y se unía a las medias por unos ligueros, la imagen era tan potente que casi me atraganto.

—¡¿Llevas ligueros?! —Pregunté casi a gritos sabiendo que nada me ponía más que un conjunto de lencería sexy con ligueros.

—¡Pues claro!, ¡soy una chica con clase yo!

Me quedé absolutamente embobado mirando aquellas impresionantes posaderas mientras me preguntaba:

—¿Y bien?

—¿Y bien qué? —repregunté algo confundido.

—Las medidas, ¿no era esto lo que estabas haciendo?

—Ah sí, sí, claro, —disimulé —sin duda tienes una noventa bien puesta. Tus medidas son 95-60-90.

Ella se bajó la falda y dándose de vuelta me dijo mientras me miraba:

—Pues qué lástima no haber medido veinte centímetros más, sería un ángel de Victoria Secret por lo menos.

Elisa seguía bromeando pero de repente para mí fue como si hubiera visto a mi hermana por primera vez, la expresión “en el bote pequeño está la buena confitura” cobraba más sentido que nunca. En aquel preciso instante alguien golpeó la puerta diciendo desde fuera:

—Señor candidato le esperan en maquillaje.

Me levanté del sofá y antes de salir por la puerta no pude evitar darle una sonora palmada a aquel sensacional trasero mientras le decía:

—Deséame suerte hermanita.

Su cara fue de sorpresa total, los ojos le salían de las órbitas.

Después del debate

Aquella noche arrasé, dejé a todos mis rivales políticos en evidencia, tenía respuestas para todo. La extraña sensación que me había provocado tontear con mi hermana me había llenado de adrenalina y ésta había sido perfectamente canalizada. Mientras una preciosa morena me desmaquillaba apareció mi hermana sonriente como nunca la había visto, pletórica.

—No ha estado mal, ¿verdad? —le dije orgulloso.

Ella me contestó con una sonrisa para luego explicarme:

—Me ha llamado Diego Robles, está muy contento, nos espera fuera de los estudios para llevarnos a tu hotel, supongo que querrá darte la enhorabuena.

—Fantástico, así no tendré que cruzarme con aquel traidor de Juanito.

Entre unas cosas y otras se había hecho bastante tarde, pasaban pocos minutos de la media noche cuando Elisa y yo salíamos de las instalaciones. Enseguida vimos un Audi de alta gama esperándonos con el chófer abriéndonos la puerta de atrás. Entramos ambos y pudimos ver como Don Diego nos esperaba en el asiento del copiloto.

—Ha sido fantástico Cristóbal, el mejor debate que he visto nunca, sabía que podíamos confiar en ti.

—Muchísimas gracias don Diego —contesté mientras terminaba de acomodarme en el asiento, estirando el abrigo sobre mi regazo y el de mi hermana al ser éste muy largo.

—Desde luego no quiero dejar de felicitarte a ti Elisa, es increíble lo que eres capaz de hacer en una campaña.

—Se lo agradezco mucho señor Robles —contestó ella algo ruborizada.

El coche arrancó al fin camino del hotel mientras el secretario general seguía alabando nuestro trabajo y agasajándonos con toda clase de piropos llegando incluso a ser incómodo, sintiéndome repetitivo en mis contestaciones de agradecimiento. La verdad es que la sensación de éxito me hacía sentir juguetón, pensaba que el jueguecito con mi hermana aún podía ir más allá.

Mientras ella y don Diego entraban en una discusión casi técnica sobre cómo íbamos a cerrar la campaña aproveché el abrigo estratégicamente colocado sobre los dos para depositar una de mis manos en su muslo. De reojo pude ver como Elisa hacía una extraña mueca al notar el contacto, pero siguió hablando con nuestro líder disimuladamente. Noté como una sonrisa maliciosa se apoderaba de mi cara. Mis dedos acariciaban suavemente la pierna envuelta en las medias de mi hermana, sentada en aquel coche pude notar como la falda se le había subido más de lo que le gustaría. Ellos seguían comentando temas estratégicos pero yo casi ni les oía, mi atención estaba completamente puesta en ella. Mis pequeños toqueteos se hicieron algo más intensos, subiendo por aquella pierna y rozando la cara interior del muslo. Su cara volvía a ser un poema, a veces podía ser un problema ser tan expresiva. Seguí un par de segundos mientras que ella cerró fuertemente las piernas para impedir que mi mano se revolviera libremente debajo de aquel abrigo, incluso puso sus manos encima de éste apretando para ejercer más presión

—Entonces, ¿cómo lo ve? —seguía el secretario general.

—¿Cómo? Ah, sí, esto, bien…creo que sería la mejor opción —respondía incómoda ella probablemente perdida en aquella conversación.

—Pues no se hable más, el discurso de clausura de campaña lo hacemos al aire libre frente a la entrada de la sede —seguía él.

A pesar de sus intentos mi mano seguía magreando aquella parte de la anatomía de mi hermana, impune bajo el cobijo del abrigo. Noté como una notable erección crecía aprisionada por la ropa interior y el pantalón de traje pero lejos de tener mala conciencia porque ésta fuera provocada por Elisa el morbo de lo prohibido y su carácter recatado me estaban haciendo disfrutar muchísimo. Poco a poco fui ganando centímetros hasta introducirme por dentro de la falda, con la yema de uno de mis dedos conseguí rozar su sexo por encima de la finísima ropa interior. Justo en ese momento ella tuvo un espasmo que recorrió todo su cuerpo y girando la cabeza me miró entre alucinada y furiosa mientras apretaba sus muslos aún con más fuerza.

—¿Elisa?, ¿me está escuchando? —preguntaba don Diego desde el asiento del copiloto, librándome de aquella mirada inquisitiva.

—Sí, sí, por supuesto señor secretario —disimulaba ella con la vista de vuelta al frente.

Con un poco de esfuerzo más ya eran dos de mis dedos los que, ahora sí cómodamente, comenzaban a frotar sus partes por encima de las braguitas. Éstas eran tan finas que a través de ellas podía notar perfectamente su clítoris y la vulva. Mi hermana se retorcía incómoda en el asiento sin dejar de hablarle al secretario general, incapaz de librarse de aquellos furtivos manoseos mientras yo seguía frotando mis dedos de manera circular contra ella. Seguí así un rato, notando como cada vez le costaba más seguir el hilo de la conversación, moviéndose nerviosa hacia delante y hacia atrás. Apretaba tanto contra la ropa interior que tenía la sensación de poder penetrarla incluso a través de ésta.

—Creo que sería una magnífica idea que la presidenta de la comunidad acompañara al candidato a la alcaldía en la clausura, ¿qué opinas tú? —preguntaba Robles.

—Sí, sí, sería magnífico —Contestaba Elisa con grandes esfuerzos, suspirando profundamente e incluso mordiéndose el labio inferior.

No tenía ninguna duda de que no era el único que estaba excitado en aquel momento pero muy a mi pesar el coche se detuvo, llegando a nuestro destino.

—Fantástico chicos, ha sido una charla muy productiva, Cristóbal descansa en el hotel, te lo mereces. ¿Elisa, quiere que la acerquemos a casa? —preguntó el secretario general cortésmente.

—No gracias, vivo cerca de aquí y quiero repasar la agenda de mañana con el candidato antes de acostarme —logró contestar con una voz completamente rota.

—Usted siempre tan profesional, hasta mañana, que pasen una buena noche —se despidió don Diego al fin.

Estando los dos en la calle nos despedimos con la mano del coche oficial, me giré para mirar a mi hermana y antes de alcanzar mi objetivo un guantazo me cruzó la cara.

—Joder tía, ¡menuda leche! ¿Te has hecho daño al saltar con esos tacones para pegarme? —le dije burlándome nuevamente de su estatura.

—¡¡¿¿Pero tú estás loco o qué te pasa??!! —me gritaba ella fuera de sí —¡¡qué soy tu hermana eh!!

—Tranquila mujer, tranquila, que era solo un juego —me defendía con mi mano en la dolorida mejilla.

—¡¿Pero es que no tienes límites!? Y encima delante del secretario general del partido, ¿tu cerebro de mosquito no tiene filtros o qué?

—Relájate hermanita, que era solo un juego joder, además, ¿no me dirás que no te ha gustado? Ese cuerpecito tuyo necesita liberar tensión.

—¡Qué soy tu hermana! Degenerado, ¡me das asco! —seguía ella tan enojada que pensé que el recepcionista del hotel saldría a la calle para ver qué pasaba.

—Yo solo quería hacerte un favor, creo que estás así por haberte dejado a medias. No te preocupes, si subes conmigo al hotel termino lo que he empezado.

¡¡Paf!!, de repente me impactó otra sonora bofetada.

—¡Para ya de pegarme!

—Enfermo, eso es lo que eres, un enfermo y un pervertido.

—Vamos Elisa, dime la verdad, ¿no te ha gustado ni un poquito? ¿Seguro que no estás deseando llegar a casa para terminar tu misma el trabajito?

Intentó golpearme de nuevo mientras seguía insultándome pero esta vez la esquivé sin dificultad.

—Vale, joder vale, qué carácter. Ya lo he entendido, me voy a dormir, suerte que ya no nos vemos hasta mañana.

Sin dejarle turno de réplica entré en el hotel, no me siguió. Subí en el ascensor hasta mi planta y al llegar a mi habitación, cómo no, vi al chico encargado de controlarme que el partido había puesto. Aborrecido le di las buenas noches y me fui directo a dormir.

Día de clausura

Los siguientes dos días habían sido inevitablemente raros, eran muchos los compromisos a los que ir antes del discurso de clausura. Mi hermana no había sacado el tema y me había tratado de manera bastante fría, hablándome exclusivamente de trabajo y evitando a toda costa quedarse a solas conmigo. Su actitud era comprensible, pero yo no me sacaba de la cabeza aquel cuerpazo desconocido para mí, el obligado celibato estaba a punto de volverme loco. Finalmente llegó el gran día, el primero en muchos que tenía buena parte libre hasta las ocho de la tarde, dónde, arropado por la gente del partido, daría el discurso que pondría fin a nuestra campaña.

Cómo me acostumbraba a suceder las horas no pasaban en aquella diminuta habitación de hotel, la ansiedad crecía a causa de mi inactividad. Me decidí a salir, me vestí de calle y atravesé la puerta de la habitación cuando en el pasillo mi “guardaespaldas” me miró con cierta agresividad.

—Cálmate tigre, voy a casa de mi hermana a repasar unas frases —le dije.

—Le acompaño, señor —respondió incrédulo.

Aquella actitud también era comprensible, el partido había apostado fuerte  por mí y estando tan cerca de la victoria no querían correr ningún riesgo.

—Como quieras —contesté con desprecio.

Lo más curioso del tema es que le había dicho la verdad, necesitaba ver a mi hermana, tener un momento de complicidad con ella antes de subirme al púlpito. Fuimos andando ya que efectivamente Elisa vivía muy cerca del hotel. Al llegar al edificio el muchacho me dijo que me esperaba abajo, muy considerado por su parte.

Subí en el ascensor hasta la cuarta planta y toqué el timbre de su piso. Me abrió bastante rápido, era concienzuda incluso en eso.

—Buenos días hermanita —le dije con una amplia sonrisa, apreciando que descalza me llegaba más o menos por el pezón.

Iba vestida estrictamente de blanco, con una camiseta ajustada al cuerpo que dejaba el ombligo y parte del vientre a la vista y un pantalón igualmente ceñido.

—¿Qué haces aquí? —contestó entre sorprendida y enfadada.

—Quería repasar un par de puntos del discurso contigo. Por cierto, ¿qué haces vestida así?, ¿es que ahora eres de alguna especie de secta?

—Es mi uniforme para practicar yoga —respondió con voz de paciencia dejando la puerta abierta y yéndose hacia el salón.

Cerré la puerta a mis espaldas y la seguí, efectivamente pude ver como en el televisor tenía un vídeo donde una sensual chica enseñaba las imposibles posturas del yoga mientras que en el suelo había una esterilla y una toalla. Si la muchacha de la grabación era apetecible debo reconocer que mi bajita y molesta hermana no se quedaba atrás, aquella ropa resaltaba sus voluptuosas formas.

—Tú dirás —insistió mi hermana con claras ganas de librarse de mí lo antes posible.

Dudé unos segundos hasta que finalmente argumenté:

—Verás, en realidad lo que quería era hablar contigo. Siento lo que hice el otro día, no sé en lo que estaba pensando. Entiendo que te hayas enfadado pero ahora te necesito más que nunca. No nos hemos llevado demasiado bien pero el día del debate sentí complicidad, estábamos unidos quizás por primera vez y bueno, confundí las cosas. Ya sé que pensamos distinto, que para ti soy un libertino sin moral pero, en fin, que a mi manera te quiero.

Justo cuando parecía que iba a atacarme con una somanta inacabable de golpes su expresión se relajó y dijo:

—Vamos a olvidar lo que pasó aquella noche.

—Gracias —contesté.

—¿Quieres un vaso de agua? —me preguntó.

—Me iría mejor un whisky pero te acepto el agua —bromeé —serán los nervios pero todo el día que siento que tengo la boca seca y un poco de ansiedad.

Rápidamente volvió con sendos vasos de agua, uno para cada uno, nos acomodamos en su sofá y hablamos de pequeños detalles del discurso. A medida que me explicaba en que partes debía enfatizar  y cómo debía mover las manos yo me distraía más. Sin poder evitarlo mi mirada estaba desde hacía rato clavada en su busto, en aquellas impresionantes peras que pedían a gritos ser liberadas. Realmente tenía un físico impresionante a pesar de su altura, era como una actriz porno en miniatura.

—¿Me estás escuchando? —me preguntó consciente de que me había despistado.

—Hermanita, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Dime —contestó ella con cierto temor.

—Bueno, no, da igual, no quiero que te enfades —jugué yo.

—¡No empieces! Sabes que odio que me dejen con la intriga, pregúntame lo que sea anda.

—De acuerdo, pero que conste que te he avisado. La noche del debate —dije arrastrando la última e.

—¿Sí? —preguntó ella repitiendo la acción con la i.

—¿Te masturbaste al llegar a casa?

Apenas había terminado de hacer la pregunta cuando su carácter de yorsay hambriento hizo acto de presencia.

—¡¿Estás loco?! ¿Tengo que volver a repetirte que somos hermanos?

—No, lo sé perfectamente, pero eso no impidió que yo me pajeara recordando tus ligueros.

—¡Serás pervertido!, pues yo no, ¿vale?, ¡yo no hago esas cosas!

Cuando gritaba su voz aún era más desagradable.

—¿Te refieres a masturbarte o a masturbarte pensando en familiares? —pregunté provocándola.

—¡A ninguna de las dos! Además, ¿no hemos dicho que olvidaríamos el tema?

—Era solo curiosidad.

—Perfecto, pues ahora que la he saciado ya puedes irte de mi casa, vete al hotel y date una buena ducha de agua fría.

—Lo haría, pero, el tema es que no estamos igualados.

Ella se puso de pie como un resorte y preguntó gritando:

—¿De qué demonios hablas?

Demonios era la palabra más gruesa que contenía el vocabulario de mi hermana, claramente se estaba poniendo frenética.

—Pues que yo te toqué a ti, y ahora me gustaría que hicieras lo mismo por mí.

Se tiró encima de mí golpeándome sin parar, había pasado de ser un yorsai a ser un pitbull, mientras impactaba contra los brazos que cubrían mi cara me ordenaba:

—¡¡Vete ahora mismo de aquí, enfermo!!

La dejé desahogarse unos segundos más hasta que finamente le dije:

—Vale, vale, ya me voy tranquila, ¡tranquila joder!

Finalmente dejó de agredirme para mirarme con rabia. Me levanté del sofá lentamente y añadí:

—Pero esta noche no voy a dar ningún discurso, lo siento pero no puedo, voy a renunciar ahora mismo.

—¿De qué estás hablando? ¡Es la primera semana que los sondeos dicen que puedes incluso ganar!

—Lo sé, pero me da igual, no me importa la política ya.

—No puedes hacerme esto Cristóbal —me dijo absolutamente desesperada.

Me quedé mirándola fijamente, viendo como su pequeño mundo se derrumbaba. Me acerqué a ella sabiendo que tenía la sartén completamente por el mango y con una mano recorrí delicadamente su delantera ante su pasividad.

—Muy bien hermanita, no te masturbaste aquella noche, pero cuéntame la verdad, ¿te gustó? ¿Te excitaste con mis tocamientos?

Mientras podía ver su cara asustada seguía recorriendo su deliciosa anatomía, notando sus pezones como se endurecían debajo de aquella ceñida camiseta, sin ningún sujetador que pudiera protegerlos. Mi miembro estaba erecto mientras seguía sobándole aquellas deliciosas tetas sin resistencia.

—La pregunta es muy sencilla, respóndeme y que sea la verdad o te juro que cogeré mi móvil, llamaré a don Diego y dimitiré ahora mismo.

Su respiración era profunda y seguía en shock hasta que finalmente gritó:

—Sí, sí, ¡me excité! No es mérito tuyo llevo ocho meses sin tener relaciones con nadie, ¡hasta un cerdo me habría excitado!

Aquella afirmación me excitó de sobremanera, sin pensármelo dos veces me abalancé sobre ella cayendo ambos en el sofá, sus piernas quedaron abiertas y entre ellas yo presionando con el bulto de mi pantalón vaquero sobre su sexo, separados solo por la ropa mientras que una de mis manos seguía jugando con sus senos y la otra le agarraba aquel culo perfecto.

—Es un pecado que dejes este cuerpo sin follar durante ocho meses hermanita, estás buenísima —le murmuré sin dejar de meterle mano aprovechándome de que no se resistía.

Ella seguía inmóvil superada por aquella escena mientras yo seguía poniéndome las botas restregándole mi miembro por la entrepierna y toqueteándole todo lo que podía con cierta incomodidad debido a la diferencia de estatura. Seguí disfrutando de su pasividad hasta que de repente forcejeó para librarse de mí.

—Déjame Cristóbal, ¡sal de encima!

Me quedé quieto encima de ella, aprovechando lo que podían ser mis últimos segundos notando su cuerpo mientras insistía:

—Vamos pequeña no te cuesta nada, necesito descargar.

—Te he dicho que salgas.

Lo dijo serena, tanto que inmediatamente obedecí quedándome sentado en el sofá a su lado.

—Lo siento hermanita pero desde el otro día que solo pienso en ti.

Me miró seria y decidida, no estaba enfadada pero dejando claro quién mandaba y me dijo:

—Ya sé que estás enfermo, siempre has sido un pervertido que ha pensado antes con la entrepierna que con la cabeza.

—Hermanita…

—Cállate, no he terminado —ordenó tajante. —Conocía perfectamente tu falta de control pero nunca me habría imaginado que no respetaras ni siquiera a la familia.

Se paró un momento para continuar:

—No voy a permitir que abandones la campaña, no he trabajado tan duro para volver a perder. Si lo que quieres es un desahogo te lo voy a proporcionar, pero las normas las pongo yo.

No podía creer que mi puritana hermana estuviera diciendo aquellas palabras, mi falo pareció tener vida propia dentro de la ropa.

—Lo que tú ordenes —me apresuré a decir consciente de que un paso en falso acabaría con aquella fantasía.

Me disponía a saltar sobre su cuerpo de nuevo cuando empezó a enumerarlas:

—En primer lugar no vas a poder tocarme, solo yo podré hacerlo y también seré yo quien de las ordenes.

—Pero… —intenté intervenir.

—En segundo lugar te haré lo que yo considere oportuno para calmar tus ansias, no podrás exigirme nada. Si aceptas dilo y si no te parece bien vete ahora de mi casa.

—Acepto —dije algo incrédulo.

—Muy bien, desnúdate de cintura para abajo.

Lo hice con la misma rapidez que torpeza, si llego a tener mi cipote guardado mucho más tiempo creo que se me habría gangrenado, éste apareció en escena mostrando una enorme erección. Ella lo miró con hastío, inspiró profundamente y lo agarró con una de sus diminutas manos. Sin pensárselo mucho más empezó a masturbarme lenta y suavemente, con una delicadeza que nunca había sentido. Mis piernas temblaron por la excitación, solo con notar su tacto en mi instrumento parecía que ya estuviera a punto de correrme. Me concentré para intentar disfrutar al máximo de aquello, disimulando lo mucho que me gustaba mientras mi hermana seguía subiendo y bajando pieles, incrementando la intensidad poco a poco.

Mierda, me voy a correr enseguida.

Aunque aquellas semanas de campaña probablemente habría superado algún record en cuestiones de onanismo, el sentir el tacto de una mujer después de tantos días me hacía sentir casi virgen. Seguí concentrado para no gemir, notando como mis pulsaciones y mi respiración aumentaba hasta que decidí tirarme un farol:

—Lo haces muy bien pero soy demasiado experimentado para que consigas nada con una simple mano.

—Mis recursos los elijo yo —contestó sin mirarme, concentrada en aquella maravillosa maniobra que en realidad me tenía loco perdido.

Su delicada mano ahora alcanzaba una buena velocidad, pajeándome casi con furia mientras yo intentaba tener la mente en blanco para arañar unos segundos de placer, pensando que quizás conseguiría algo más. Inconscientemente una de mis manos se acercó a su cuerpo pero la queja llegó al momento:

—Si se te ocurre tocarme te la acabas solito en el hotel.

Me detuve en seco, sentía que mi rabo estaba a punto de explotar cuando noté como sus movimientos disminuían en intensidad y fuerza hasta detenerse por completo. La miré algo confundido mientras ella se arreglaba la coleta marca de la casa, volvía a inspirar profundamente y llevaba su boca hasta mi glande en un ejercicio de importante flexibilidad. Cerré los puños con fuerza para evitar la tentación de tocar aquel espectacular cuerpo mientras ella comenzó a lamerme la punta del miembro casi como si fuera un helado, dándole pequeños y deliciosos mordisquitos.

Para ser tan estirada la cabrona sabe perfectamente lo que hace.

Jugueteó un poco más con el glande hasta que me agarró de nuevo la polla con una de sus manitas y se la introdujo entera dentro de la boca, comenzando una rápida e impresionante felación. Parecía como si de repente tuviera prisa, me pajeaba y mamaba todo a la vez mientras notaba como su lengua se movía deliciosa por todo mi pene, sintiendo que estaba en el cielo con mi amiguita dentro de su boca. Sin darme cuenta había roto por completo mi concentración y gemía sin parar de puro placer mientras ella seguía con aquella morbosa paja-mamada.

—Oh sí joder, ¡qué bien lo haces!

Empecé a acompañar el ritmo moviendo mis caderas y enseguida noté como mi miembro tenía un espasmo que precedía a la eyaculación. Rápida como un rayo mi querida hermana se lo sacó de dentro y siguiendo el trabajo solo con la mano me corrí teniendo uno de los orgasmos más bestias de mi vida, llenándole de semen el sofá y parte de la ropa.

—¡¡Qué asco!!, ¡encima de mí no por el amor de Dios!

—Lo siento, créeme que estaba yo como para apuntar —me excusé.

—¡Puagh!

Se marchó y volvió al minuto limpiándose la camiseta con una toallita húmeda y dándome un paquete de pañuelos de papel para que pudiera limpiarme yo también. Concentrada en sus manchas sin levantar la vista me dijo:

—Parece que al final sí he sabido como satisfacerte.

Sí intentaba herir mi orgullo lo llevaba claro, aquella era sin duda la mejor mamada que me habían hecho nunca.

—A falta de pan, buenas son tortas, que suele decirse.

—Ahora ya puedes volver al hotel, el coche te recogerá a las seis y tú cerrarás la ronda de discursos a las ocho en punto.

Me limpié y vestí, me quedé mirándola fijamente y me di cuenta que mi obsesión por ella estaba lejos de desaparecer. Estaba pensando en algo cuando insistió:

—He dicho que ya te puedes ir.

—Ya voy, ya voy, no te preocupes. Eso sí, esto aún no ha acabado.

Definitivamente mi hermana tenía unos cambios de humor tan bruscos que podían asustar a cualquiera.

—¡¿Cómo qué no ha acabado?!, ¡¿no te conformas con prostituir a tu hermana o qué?!

—No seas exagerada que no te he obligado a hacer nada pequeña guarrilla, ya iba siendo hora de que alguien disfrutara de tus atributos. Además, lo que me has hecho desde luego puedo asegurarte que no era la primera vez que lo hacías.

—¡Aquí el único guarro que hay eres tú que no respetas nada!, y mi vida sexual no te incumbe.

—Sería lo justo, ya que vosotros controláis la mía, no estaría mal que me contaras tú la tuya —objeté.

—A mí no me metas en las precauciones que ha tenido que tomar el partido para controlar tus instintos primarios, ¡vete ya de mi casa!

—Me voy con una condición, pero antes dime una cosa, ¿qué dicen los sondeos sobre mis posibilidades de ganar la alcaldía?

Elisa se quedó sorprendida por el cambio brusco de tema en la conversación, lo pensó unos segundos y contestó:

—Dicen que vas a quedar segundo a pocos votos del primero, si juegas bien tus cartas podrás ser alcalde haciendo algún pacto.

—Pero las opciones de ganar son pocas, ¿verdad? —insistí.

—Sí, bastante pocas.

—Ok, pues como tú eres la experta te propongo un trato. Si finalmente gano las elecciones en las urnas y no en los despachos, lo celebraremos juntos, y con celebrarlo juntos quiero decir que serás mía por un rato.

—¿Se puede saber de qué coño estás hablando? —para que mi hermana dijera aquella palabra tenía que estar realmente indignadísima —¡Nunca seré tuya! ¿Y dónde está el trato aquí?, ya veo que las negociaciones van a ser muy rápidas cuando tengas que pactar.

—Si pierdo, que es lo más normal, jamás volveré a hacerte ninguna insinuación de ningún tipo, me perderás de vista para siempre.

Mi hermana se estaba poniendo colorada de rabia, a punto de explotar como un volcán cuando concluí.

—Además, si gano las elecciones y no cumples tu parte del trato dimitiré.

—¡Basta de amenazarme con eso!, ¡yo no he hecho ningún pacto!

No quería discutir más, necesitaba el morbo de creer que alguna vez conseguiría que mi hermana se “abriera de patas” para mí para hacer un discurso perfecto, avancé hasta la puerta, salí al rellano y justo antes de cerrarla para bajar en el ascensor le recordé:

—El pacto está hecho.

Día de elecciones

Arrasé en la clausura, la ovación duró más que la de cualquier estrella de rock al final de un maratoniano concierto. Al día siguiente todos los medios de comunicación hablaban de la fuerza de mi último discurso y de mi posible remontada, incluso saltándose la jornada de reflexión en todas partes comentaban lo que había sido una campaña perfecta. La satisfacción de don Diego era desmesurada e incluso juraría que nunca había visto a mi hermana tan feliz, a pesar de lo sucedido aquella misma tarde. Llegó el día de elecciones, fui madrugador votando a las nueve y diez minutos en mi colegio electoral y desde allí me fui directo a la sede del partido para vivir junto a mi equipo la jornada. Los sondeos a pie de urna cambiaban a cada hora, en algunos ganaba y en otros quedaba en un muy digno segundo lugar, iba a ser un día muy largo.

Mi hermana estaba nerviosa y sonriente, aunque no me había dirigido la palabra desde que me fui abruptamente de su piso notaba lo orgullosa que se sentía por haber llegado hasta allí, incluso juraría que estaba orgullosa de mí. A mí me daba una cierta sensación de vértigo el llegar a ser alcalde, tenía miedo de que el puesto me fuera grande, todos sabíamos que había hecho mucho más de lo esperado, ni mis padres confiaban en una victoria. Pero lo que me tenía el corazón en un puño es quedar primero en votos, aquello me daba la última oportunidad de estar con mi hermana. Aunque probablemente me iba a mandar a freír espárragos y desde luego lo de dimitir era un farol, la mínima posibilidad me ponía la carne de gallina.

Elisa vestía casi igual que aquella tarde en el camerino de los estudios, con una blusa blanca más bien ajustada y una falda gris que diría que era incluso más corta que la de aquel día. Los tacones eran altos y yo no podía parar de repasar aquellas piernecitas embutidas dentro de las medias, preguntándome si éstas se unían a la lencería mediante unos ligueros. El tiempo pasó, despacio pero seguro, hasta que cerraron los colegios electorales. Habíamos cenado todos juntos en la misma sede y estábamos atentos a las pantallas instaladas para la ocasión siguiendo detalladamente el escrutinio. Al igual que los sondeos este era muy fluctuante, a ratos ganaba yo y en otros me ponía en segunda posición, los nervios estaban a flor de piel. Los dos partidos con oportunidades de ganar sabíamos que el que tuviera más votos lo tendría mucho más fácil para pactar con el partido moderado, que a no ser que hubiera un cambio drástico de tendencia parecía que iba a quedar en tercera posición.

Al 98% escrutado había un empate técnico, en la sede todos mis asesores y los simpatizantes permanecían atentos a la televisión nerviosos como si se tratara de un partido de fútbol. Finalmente la guapa periodista de la televisión pública anunció que el escrutinio ya estaba al cien por cien, miro sonriente a cámara y dándole un poco más de emoción anunció:

—El ganador de las elecciones a la alcaldía de Madrid, con un 35% de los votos es,  ¡Cristóbal Quero!

Aquel final tan de gala de los Oscars hizo que la sede entera temblara por los saltos y la alegría de centenares de afiliados y simpatizantes que habían venido a vivir la noche electoral con nosotros, mi teléfono móvil se saturó casi al instante por las llamadas de felicitación y el secretario general me abrazó con tanta fuerza que casi me rompe algunos huesos, la adrenalina corría por mis venas con la fuerza de un torrente. Ya era tarde y fueron por lo menos dos las horas que estuve agradeciendo y dando la mano a la gente, el cariño que percibía era difícil de creer. Finalmente decidí escabullirme y me escondí en mi despacho, desconectando teléfono móvil y fijo y sirviéndome una generosa copa de whisky, me merecía un descanso.

Al poco rato oí que alguien tocaba a la puerta y contesté:

—Estoy ocupado, salgo en un rato.

Sin mediar palabra volvieron a tocar la madera y casi enfadado me acerqué para ver que podía ser tan importante. La abrí con rabia, fastidiado porque no me dejaran en paz ni a las tres de la mañana cuando vi que al otro lado estaba mi hermana, con una expresión difícil de descifrar. Pasó y fue directa hasta el mueble bar. Cerré la puerta, fui hasta su posición y me senté en éste observándola fijamente.

—Has empezado a celebrarlo por lo que veo, ¿no? —me preguntó.

—Sí, y si has venido a echarme la bronca hoy es mi día y no pienso disculparme me tome las copas que me tome.

Ella me miró felinamente, se quitó aquellos tacones de escándalo dejándolos juntitos y bien recogiditos en una esquina, se soltó aquella eterna coleta dejando libre su larga y rubia cabellera y añadió:

—No vengo a reñirte, vengo a felicitarte.

Me dejó tan desconcertado que pensé que esta vez el que entraría en shock sería yo, su mirada, sus labios, sus gestos, todo parecía estar diciéndome algo que cuarenta y ocho horas antes parecía imposible. Delante de mí tenía a aquella actriz porno en miniatura dispuesta a todo, o al menos eso parecía. Se acercó aún más incrementando su cara de viciosa, resaltando la diferencia de estatura entre los dos y se mordisqueó el labio inferior. Decidí que no podía estar tan loco, puse mis manos en su blusa y con un rápido y fuerte movimiento se la abrí entera diría que incluso rompiendo alguno de sus botones, dejando a la vista unas impresionantes tetazas tapadas por un sujetador negro de tela finísima. Ella no solo no se resistió sino que se deshizo de la maltrecha blusa dejándola caer en el suelo y llevó su mano hasta mi paquete, palpando la brutal erección por encima del pantalón de traje. Parecía poseída, aquella no era mi hermana.

—¿Esto es lo que querías como recompensa por ganar?

—Sí —contesté balbuceando.

—Soy tuya durante un rato, después de esta noche nunca más hablaremos del tema.

—Por supuesto —conseguí decir impactado por la situación.

Comencé a sobarle las tetas con ganas, agarrándolas fuertemente, magreándolas desesperadamente con miedo a que todo fuera una trampa, sin creerme que no fuera a detenerme de un momento a otro. Sería la venganza perfecta, dejarme allí con un empalme del quince, pero ella seguía permitiendo los tocamientos a la vez que empezaba a frotarme mis partes por encima de la ropa.

—Siempre he querido decir una cosa —confesó.

—¿Cuál? —pregunté mientras seguía jugando con aquellas desproporcionadas mamas.

—¿Este bulto es porqué te alegras de verme?

Aquello me hizo gracia, y la respuesta era obvia, tenía el mástil tan duro que hasta me dolía. Le quité el sujetador con algo de ayuda y pude comprobar como sus pechos no solo eran carnosos y grandes sino que estaban firmes y en su sitio, como si no conocieran el efecto de la gravedad.

—Joder hermanita que buena que estás.

—Pensaba que era una enana insoportable —me recriminó irónicamente.

—Una enana a la que me follaría sin parar —le dije casi en un susurro.

Agarré la goma de la falda y se la bajé hasta los tobillos, a la vez que se la terminaba de sacar con los pies usaba las manos para desabrochar mi cinturón y hacer lo mismo con mis pantalones. Terminé de desnudarme de cintura para abajo y quitándome la camisa me quedé completamente desnudo, viendo a Elisa con las tetas al aire y aquellas medias con ligueros hasta las braguitas volví a sentir inseguridad, a pensar que todo era una especie de escarmiento, pero ella seguía mirándome con aquellos ojos mientras me acariciaba el miembro desnudo.

—Te gustan los ligueros, ¿verdad?

—Me gustas tú —contesté mientras le acariciaba la vulva por encima de la lencería, teniéndome casi que poner de rodillas por la diferencia de estatura.

—Eres un enfermo hermanito —me dijo emitiendo pequeños gemidos, ronroneando como un gato.

Mis manos parecían tener vida propia, le magreaba las tetas, le sobaba el despampanante culo y le frotaba el sexo mientras ella me acariciaba el pene y los testículos con una técnica profesional.

—Quítatelo todo —le supliqué más cachondo que en toda mi vida.

Ella sonrió y contoneó su cuerpo de escándalo sensualmente mientras se quitaba aquella sensual lencería sin dejar de mirarme ni un momento. Por primera vez en mi vida veía a mi hermana totalmente desnuda, su coño parcialmente rasurado parecía estar llamándome a gritos. La agarré con fuerza por las nalgas aprovechándome de que era un peso pluma y la acomodé encima del mueble bar, tirando al suelo el vaso de whisky que estaba allí y derramando el contenido por toda la moqueta. Le abrí las piernas y con dificultad coloqué la punta de mi polla en la entrada de su coño, con solo aquel contacto creí que me iba a correr.

Le agarré fuertemente por el trasero y de un fuerte empujón la penetré hasta el fondo, los dos gemimos con fuerza con aquella primera sacudida mientras Elisa enrollaba sus piernas alrededor de mi cuerpo, ejerciendo presión con éstas para que notara mi falo hasta lo más hondo de su ser.

—¡Oh Dios!, ¡qué gusto coño! —exclamé.

—Calla y fóllame de una vez —contestó ella abrazándome con sus cortos brazos, el lenguaje soez en los labios de mi recatada hermana me ponían a cien.

Aunque la posición no era del todo cómoda la excitación que llevaba me hizo sacar fuerzas de donde no las tenía, moví mis caderas hacia delante y hacia atrás con suavidad para ir aumentando el ritmo poco a poco, su conducto estaba perfectamente lubricado y su cara era de placer total.

—Así, sí, fóllame, no pares, ¡no pares! —me gritaba completamente desinhibida.

Seguí embistiéndola cada vez con más ritmo, con más fuerza, pensaba que su pequeño cuerpo no podría aguantar aquel ritmo pero lejos de quejarse me pedía más y más. Arremetía con tanta fuerza que mis rodillas empezaban a estar doloridas de golpearse contra aquel mueble, pero estaba demasiado cachondo para parar.

—¡Oh!, sí, sí hermanita sí, ¡qué bien te mueves!

Seguimos aquel coito animal un par de minutos en los que parecía que el mueble fuera a ceder cuando ella hábilmente fue bajando el ritmo para decirme:

—Probemos otra postura.

Me desenganché de ella con cuidado, bajó del mueble bar y observando por enésima vez la diferencia de estatura se puso a cuatro patas en la moqueta y me preguntó:

—¿Te gusta a lo perrito?

Ni siquiera contesté, la imagen de mi hermanita en pompa, mostrándome aquel pecaminoso culo, fue suficiente para que me lanzara al suelo de rodillas. Me coloqué detrás de ella acomodando nuevamente mi glande en su orificio tardando un poco ya que como es obvio éste me quedaba demasiado bajo. Abría ligeramente las piernas buscando la postura ideal cuando me pregunto:

—¿Puedes? Es como si un San Bernardo se lo montara con un caniche, ¿verdad?

Encontré un punto en el que me sentía cómodo, la agarré con fuerza por las caderas y sin previo aviso volví a penetrarla, casi con brutalidad.

—¡Ohhhh síiii!, si los caniches fueran como tú te juro que sería zoofílico pequeña.

Seguí embistiéndola con fuerza, podía ver desde atrás como sus tetas se movían al vaivén de las sacudidas y notando mis huevos chocar contra sus firmes nalgas sentía que estaba teniendo el mejor polvo de mi vida.

—¡Fólleme!, ¡fólleme señor alcalde! —me decía ella gimiendo como una loca.

—Joder qué buena que estás Eli, tendrías que practicarlo más a menudo.

Pensé que no aguantaría demasiado tiempo más, que no daría la talla pero justo en ese momento y sin verlo venir vi como mi hermana se ponía la mano en el clítoris y convulsionando gritó:

—Me corro joder, ¡¡me corro!!

Me agarró el pene para que no pudiera moverlo y siguió sacudiéndose teniendo un fortísimo orgasmo.

—¡Ohhh!, ¡Oh!, mmm, mmmm.

Yo seguía más caliente que en toda mi vida mientras ella se sacaba con cuidado el sable de su interior. Sentada en el suelo recuperaba poco a poco el aliente para decirme al fin:

—No te preocupes, dame un minuto y te termino.

Descansó el minuto anunciado y me puso tumbado en la moqueta boca arriba, con la mano empezó a pajearme mientras seguía:

—No podemos dejar así a tu amiguito, ¿verdad?

Siguió masturbándome a la vez que rozaba mi glande contra su sexo, con aquella perspectiva, teniendo a mi hermana encima, podía ver como se movían sus pechos dando pequeños círculos al compás de su mano.

—¿Te gusta?

—Me encanta pequeña, sigue, sigue por favor.

Conseguí alcanzar sus senos para sobarlos mientras seguía con aquella sofisticada paja, aquello era como un sueño. Siguió aumentando el ritmo hasta que soltó mi manubrio y se deslizó lentamente hacia abajo para restregarme aquel par de melones por la polla. Después de eso se apartó el pelo con la mano, volvió a agarrarme el instrumento y se lo metió entero en la boca, lamiéndolo con ganas, apartándolo solo unos segundos para decirme:

—No te preocupes, te voy a compensar.

Siguió chupándomela un rato, alcanzando la velocidad de centrifugado cuando sin poder evitarlo me corrí entre enormes espasmos. Esta vez lejos de retirarse se la introdujo hasta lo más profundo de su garganta dejándome descargar toda mi leche dentro de su boca, el orgasmo fue tan brutal que temblaba como una hoja al viento.

Me quedé tumbado en aquel suelo absolutamente exhausto mientras veía como mi hermana se servía un vaso de buen whisky de malta, hacía gárgaras con él y lo escupía junto a mis fluidos en el suelo, con la tranquilidad del que hace algo así todos los días. Se vistió sin prisas delante de mí, abrochándose aquella blusa a la que le faltaban la mitad de los botones, me miró con expresión de superioridad y se despidió diciéndome:

—Ha sido un placer servirle señor alcalde, avíseme si necesita algo.