miprimita.com

ARA’S (El Altar del Sexo) VII

en Sadomaso

            Alicia salió corriendo y se dirigió rauda hacia la zona VIP, los dos porteros, que ya sabían de la situación de la chica la dejaron pasar.

            Antes de encontrarse con su Ama, se desvistió completamente, y se presentó ante ella, antes de cualquier cosa levantó su mano izquierda totalmente extendida.

Adela:             “¿Qué quieres puta?

Alicia.             “Perdónenme amos. Perdón mi Ama, pero ahora mismo hay una sumisa que desea ser esclava suya.

Adela:             “¿Dónde está?

Alicia:             “Está en su mesa, esperándola. Para que sepa que es usted y no una impostora, le deberá mostrar la otra parte de esto…”, mientras le entregaba la mitad del billete de cinco euros.

Amo 1:            “Mira, por ser una situación no prevista. Te voy a dejar que vea la ceremonia, pero ella no debe saber ni cómo se llega ni cómo se sale.

Adela:             “Pues muchas gracias, cuando tenga a mis dos esclavas marcadas y preparadas podrás disfrutarlas a tu antojo…

            Alicia al oír esas palabras un escalofrío recorrió su cuerpo, sabía que el disfrutarlas que había dicho su Ama era ella y, si la admitía, la otra esclava serían castigadas y sacrificadas. Esa posibilidad hacía que sus pezones se pusieran enhiestos y se excitara de forma involuntaria. Mientras Alicia la llevaban hacia la mesa de mármol donde sería marcada y recibiría su primer castigo, Adela se dirigió de forma presurosa hacia donde le había indicado su esclava. Allí vio a una mujer de unos cuarenta años, aproximadamente, pelirroja de una gran belleza, sus ojos denotaban el que había estado llorando. Cuando se acercó la mujer le enseñó el medio billete, tal y como le había indicado Alicia.

Adela:             “Mira, las dos sabemos que estamos haciendo aquí. Te voy a dejar una cosa clara, me encanta castigar hasta unos extremos aberrantes a mis esclavas. Suelo ser muy exigente, si cumples conmigo no te faltará de nada, no me gustan que me impongan límites, éstos los conozco ya.

Esther:           “¿Puedo ama?

Adela:             “Adelante.

Esther:           “Mi nombre de calle es Esther, el otro el que usted desee ponerme. ¿No me abandonará por un fallo?

Adela:             “¿No me digas que has sido sumisa de este imbécil?”, mientras le enseñaba una foto en su móvil.

Esther:           “Sí, ¿me permite Ama?”, ante el gesto afirmativo de Adela, continuó. “Con dieciocho años tuve un novio que me introdujo en este mundo, me usó para pagar una deuda que tenía con él. A partir de ahí fui usada como moneda de pago hasta llegar a este hombre que me abandonó por cometer un fallo.

Adela:             “Si deseas ser MI ESCLAVA debes saber algo, yo no castigo por qué cometas fallos, lo hago por mi placer. Tu sufrimiento y tu dolor es mi disfrute, si aceptas ser mi esclava olvidarás lo que es un orgasmo. ¿Qué sabes hacer?

Esther:           “Sólo soy un ama de casa o una doméstica…

Adela:             “Habrá algo que te guste hacer ¿no?

Esther:           “Cocinar, me encanta la cocina…

Adela:             “¿Qué harías si te pagase los estudios para ser cocinera?

Esther:            “He visto la devoción de su esclava, y me gustaría también serlo, aunque no me pagase los estudios…

Adela:             “¡Sígueme!

            Adela se levantó y seguidamente Esther la siguió, llegaron a la entrada a la zona VIP, los porteros dejaron pasar a las dos mujeres. Nada más cerrarse la puerta tras Esther, se rodeó Adela y comenzó a abofetearla. Cuando terminó Esther, pensando que había hecho algo mal, intentó quitarse la ropa, pero una nueva bofetada la paró.

Adela:             “Ahora te preguntas ¿qué he hecho mal? La contestación es nada, es una prueba real de lo que suelo hacer con mis esclavas. Sin motivo, sólo porque me apetece te golpeo, torturo o te degrado. Hacer esto me excita hasta unos niveles inimaginables…

Esther:           “Gracias Ama…”, dijo en un susurro.

            Apenas dijo esto, cuando le colocaron una capucha a Esther que le impedía ver por dónde iba. La llevaban a un ritmo endiablado que le era casi imposible de seguir, cayó varias veces al suelo, llegando incluso a arrastrarla por unos pocos pasos. Cuando llegó la comitiva hasta el lugar, le levantaron la capucha a Esther, y lo que vió la acongojó y la enardeció simultáneamente. Sobre una mesa, de mármol blanco impoluto, se encontraba una mujer joven desnuda, Alicia. Sus brazos estaban por encima de su cabeza, mientras que sus piernas abiertas, dejadas caer por los dos lados, en los tobillos, argollas unidas a una larga cadena. La mirada estaba fija en el techo, a un lado de la mesa había dos hogueras ardiendo, en su interior barras de metal.

Esther:           “¿Yo cuando seré marcada como ella Ama?”, preguntó en un susurro.

Adela:             “Me gustaría que mis amigos pudiesen disfrutar de mis perras, así que os dejaré que las azotéis con los látigos el tiempo que estime oportuno…

            Adela cogió, de improviso, del pelo de Esther y le dio un fuerte tirón que la obligó a seguirla, con la cabeza bastante más baja que su cintura y con sus brazos intentando mantener el equilibrio, hasta que llegaron a una cadena que prendía del techo, con una mirada Esther supo que tenía que desnudarse, cosa que hizo rápidamente.

Adela:             “Si durante el tiempo que sufras el castigo, no te oigo nada, podrás tener algún premio, pero si escucho un solo gemido, sea de placer o de dolor, verás lo perversa que puedo llegar a ser…”, después se acercó hasta Alicia. “No quiero oír ni una sola queja, y mucho menos un gemido que salga de tu boquita, ¿sabes lo que son varios años de castidad?

            Alicia al oír aquello tragó saliva y cerró los ojos. Un hombre situado a los pies de Alicia cogió la cadena de un pie y con movimiento rápido le obligó a girar su cuerpo, mientras que Adela cogía un primer hierro con una marca, a la par que el hombre movía el otro pie haciendo que el trasero se quedase en posición para ser marcado mientras que los brazos sufrían de una posición extraña…