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En mi finca de caza 2 Mi criada la consuela

en Hetero: General

Capítulo 2

Aparqué el todoterreno en la puerta del casorio, Patricia se quedó sentada cuando abrí la puerta. Estaba como ida, por su mente pasaban imágenes de cómo había abusado de ella en la cacería, y temía entrar en la casa, sabiendo que su escarmiento no había hecho más que empezar. No me importó que se quedara, el estar sola le serviría para que asimilara lo ocurrido, asumiendo el papel que le tenía reservado.

María, la criada, me abrió al ver que me dirigía a la entrada. Llevaba conmigo seis años y me conocía perfectamente, sabía por el brillo de mi mirada que algo había pasado en el campo. Sus sospechas quedaron confirmadas en cuanto vio que la muchacha no salía detrás de mi corriendo, por eso no le extrañó el oírme decir que se ocupara de ella, que la quería bañada y peinada en una hora.

Obedientemente, sacó a la mujer del coche, y ayudándola a caminar, la subió al cuarto de invitados, dejándola en la cama, mientras preparaba la bañera. Desde el baño, no paraba de escuchar los lamentos de la mujer que solo dos horas antes ya se creía la dueña de la finca. Aunque entonces le había caído mal, no pudo más que apiadarse de su situación, ella también había pasado por ello, por lo que conocía en carne propia lo que significa el ser usada.

Comprobando que el agua estaba a la temperatura ideal, fue a por la muchacha, y tiernamente empezó a desnudarla, comprobando que estaba llenas de arañazos, como si se hubiera tropezado, y las zarzas tan comunes en esa zona, le hubieran ocasionado esos cortes, pero en su interior supo que eran producto de mi lujuria. La muchacha se dejó hacer, era una muñeca rota, la altanería con la que le había tratado anteriormente, había desaparecido totalmente y solo se quejó cuando la sumergió en la bañera, al escocerle las heridas con el agua caliente.

Patricia era una belleza, tuvo que reconocer al quitarle con una esponja los restos de tierra. Sus pechos, aun maltratados, seguían siendo imponentes, y las aureolas rosadas de sus pezones pedían a gritos ser besados. Pero lo que más le impresionó fue la belleza de su monte, perfectamente depilado, en sintonía con la perfección de sus piernas. Se tuvo que contener cuando lavándole su entrepierna, la oyó gemir, al no saber si era de deseo o de dolor. María se había convertido en bisexual durante esos años de trabajo y placer en mi casa, y aunque me era fiel, esta hembra que estaba bañando le había excitado, por lo que solo el convencimiento de que iba a compartirla conmigo y el miedo a mi disgusto, evitó que ansiosamente se lanzara a devorar ese sexo, que estaba tan cerca pero a la vez tan lejos.

La muchacha ajena a estos pensamientos, estaba disfrutando del baño, siempre había tenido la fantasía que una mujer la masturbara en el agua, pero el terror a su reacción evitó que se lo pidiera cuando como una descarga eléctrica sintió como la mano de ella recorría su sexo, al enjabonárselo. La temperatura del agua había conseguido calmarla, relajarla, pero el contacto de las manos de María había avivado su deseo, se volvía a sentir la mujer que había sido, con sus apetitos y sus deseos, una mujer que usaba y disfrutaba del sexo. En su imaginación la mujer se entretenía con sus pechos, antes de acomodarse entre sus piernas, pero María era distinta, más sensual, bajo la profesionalidad con la que la bañaba, se escondía una sensualidad encubierta que solo lo erizado de sus pezones, dejaba entrever. Soportó como un suplicio, esconder su excitación mientras la secaba, la suavidad de la toalla al recorrer su piel, el aliento de la criada al agacharse entre sus piernas, hizo que la humedad inundara su cueva. Lejos quedaba la humillación sufrida, diluida por su deseo, por su necesidad de ser tocada, de ser amada por esos labios gruesos que la consolaban.

Las dos deseando el contacto, las dos temerosas de dar el primer paso, sin darse cuenta se estaban preparando para lo que les tenía reservado.

Con Patricia ya seca, María no podía prolongar el placer que sentía viéndola y acariciándola desnuda, por lo que cogiendo de un cajón un camisón de la muchacha, se lo empezó a poner. La muchacha levantó los brazos para facilitar su maniobra, pero sin querer su pecho golpeó la cara de la criada al hacerlo, que al sentirlo tuvo que cerrar sus piernas, para que su deseo siguiera siendo algo privado. La suavidad de sus senos sobre su mejilla era una prueba, no podía defraudarme, aunque lo que le pedía su cuerpo era abalanzarse sobre ella, y tumbándola en la cama como una loca apoderarse de su sexo, venció la cordura reservándose para lo que seguro se avecinaba.

Con el sudor recorriéndole la piel, la sentó en frente de un espejo, y empezó a peinarla. El cristal le devolvía la imagen de una mujer en celo, cuyo escote mostraba orgulloso la rotundidad de sus formas, transparentando el color oscuro de sus areolas que se marcaban indiscretas sobre el raso. Solo el escuchar su llanto, la devolvió a la realidad.

― ¿Por qué lloras?―  le preguntó sin esperar respuesta, porqué sabía perfectamente que le ocurría, que provocaba su llanto.

― Le odio―  contestó la muchacha, comparando el trato que había recibido de mí, y el que le estaba dando mi criada.

― No llores, mi jefe es estricto, pero es bueno. Le conozco y aunque sus maneras sean rudas, jamás se me ocurriría buscarme otro .

«Debe de estar loca, Manuel es un verdadero hijo de puta, me ha tratado peor de lo que se trata a un perro, y encima le defiende», pensó Patricia sin atreverse a exteriorizarlo. Pero haciendo honor a su género, le venció la curiosidad y no tuvo más remedio que preguntar:

― ¿Desde cuándo lo conoces?

La pregunta encerraba trampa, pero María decidió ser honesta con la mujer, al fin y al cabo, ambas iban a compartir un destino común aunque ella no lo supiera.

― Si por conocerle te refieres a cuando empecé a trabajar con él, fue cuando tenía diecisiete años, pero si lo que quieres saber es cuando intimé con él, fue el día en que cumplí dieciocho.

Patricia, la miró desconcertada, era una pregunta retórica, para nada había sospechado que Manuel estaba con la criada, siempre le había conocido novias de la alta sociedad, pero fijándose bien en la mujer, comprendió la razón, Maria era una monada de veintitrés años, dulce, prudente y cariñosa. Sus movimientos recordaban los de una pantera al caminar, sus caderas estaban rematadas por un estrecha cintura que prologaban unos firmes senos, pero lo mejor era sus manos, pensó recordando el placer que había experimentado al sentir como recorría su cuerpo al bañarla. No lo pudo evitar y nuevamente la humedad invadió su hambriento sexo. Cortada, pero excitada le dijo:

― Sé que es personal―  bajando los ojos por la vergüenza―  pero ¿me puedes contar como ocurrió?

― ¡Claro! Si no te lo cuento yo, te enterarás tarde o temprano― contestó encantada, siempre le gustaba rememorar esa primera vez: ―Por aquel entonces yo no era más que una niña de pueblo que tuvo la suerte de ser contratada para el servicio del caserío y que compartía sus labores con Luciana, una señora muy mayor que había criado al señor. Debía llevar unos tres meses en la casa cuando la viejecita se cayó en la cocina rompiéndose la cadera, por lo que me quedé sola ayudando a Manuel.

La ex de mi amigo se mantenía callada.

― La vida en la finca era muy agradable, de lunes a viernes la casa era para mí sola, solo teniendo trabajo los fines de semana que el señor venía a cazar. Te puedes imaginar lo que era sentirse la dueña de todo esto para una cría cuya familia difícilmente llegaba a fin de mes. Era el cielo hecho realidad. Manuel desde el primer momento fue muy agradable conmigo, otorgándome toda la confianza. Él era el jefe y yo su empleada nada más pero eso cambió el fin de semana en que cumplí los dieciocho.

―Esperó a que fueras mayor de edad― Patricia comentó en voz baja.

Asintiendo mi criada prosiguió:

―Ese viernes en contra de lo que era su costumbre, vino solo, sin los amigotes que normalmente le acompañaban, y durante la cena, le pedí si el domingo me podía ir temprano a casa de mis padres, porque me habían preparado una fiesta, para celebrar mi cumpleaños. Manuel me felicitó y me preguntó que quería de regalo, yo le dije que no hacía falta que me comprara nada, que en su casa estaba feliz y que con eso me bastaba. Pero él insistió preguntándome si tenía vestido para la fiesta, y yo que era bastante tímida le respondí que no. Ahí quedó la conversación, y al día siguiente, salió muy temprano y no volvió hasta bien entrada la tarde. Cuando llegó, lo primero que hizo fue decirme que preparara la mesa para dos, yo que seguía siendo tonta, pensé que iba a tener compañía. Estaba molesta por que no se había acordado de felicitarme, pero cuál fue mi sorpresa cuando le pregunté que cuando iba a llegar su amigo, contestándome que no lo había, que era yo la invitada.

La alegría con la que rememoraba ese instante, la tenía confundida.

―La cena fue estupenda, era la primera vez que me sentaba en el comedor principal, y Manuel se comportó como un maravilloso anfitrión, nos pasamos todo el tiempo charlando y riéndonos, aunque llevaba trabajando con él casi un año, realmente no lo conocía, es mas creo que nunca me había fijado en sus ojos, en lo varonil de sus maneras. Al terminar se levantó trayendo una enorme caja, que resultó ser mi regalo y al abrirlo descubrí un vestido rojo de fiesta. Nunca había tenido algo tan caro, por lo que cuando me pidió que me lo probara, me faltó tiempo para salir corriendo a ponérmelo. Era precioso, al verme en el espejo me encanto como el raso se pegaba a mi cuerpo y que el escote sin ser excesivo, me hacía un pecho muy bonito. Manuel, al verme, me dijo que era toda una mujer, piropo que hizo que me sonrojara. Poniendo música, me dijo que eso era una fiesta y que no había fiesta sin Champagne. Fue a la cocina, volviendo con una botella y dos copas. Nunca había lo probado, era una bebida de gente bien, pero me gustó el sentir las burbujas en el paladar y su sabor dulce que engancha.

El relato iba subiendo de tono mientras Patricia se sentía parte de él.

―No tenía novio, y mi única experiencia con los hombres había sido un par de besos con un muchacho del pueblo, por eso cuando me sacó, me quedé cortada, pero al sentir su abrazo y oler su colonia, algo en mi cambió. No se si fue el alcohol, o la sensación de protección que sentí entre sus brazos, pero el caso es que apoyé mi cabeza contra su pecho, empezando a bailar. No paraba de decirme lo bella que estaba, mientras sus manos recorrían mi espalda, pero yo solo podía pensar en sus labios, por lo que levantando mi cara le besé. Manuel me respondió con pasión y en menos de cinco minutos estábamos en su cama.

― ¿Y qué pasó?―  preguntó la ex de Miguel: ―  No me puedes dejar así.

― ¿Quieres que te dé todos los detalles?―  respondió María, encantada de ver como del camisón dos pequeños bultos resaltaban en la tel , traicionando a la muchacha.

― Sí―  reconoció avergonzada por que la criada se hubiese dado cuenta de su calentura pero ansiosa por saber cómo terminaba.

―Al llegar a la habitación, Manuel me besó tiernamente, mientras con sus dedos me despojaba de los tirantes del vestido, esté cayó al suelo dejándome desnuda con mis braguitas como única vestimenta, y pude sentir como sus labios bajaban por mi cuello lentamente aproximándose cada vez más a mis pechos mientras que con sus manos me acariciaba mi espalda. Al llegar a mi pecho, se entretuvo jugando con cada rugosidad de mis pezones, sentir su lengua en mis aureolas me excitó, y por primera vez, noté como mi sexo se licuaba dejando una mancha húmeda sobre mi tanga. No pudiendo más, le pedí que me hiciera el amor, pero que tuviera cuidado ya que era virgen.

―En mis ojos descubrió mi miedo, pero me tranquilizó diciendo que no me preocupara, y tumbándome, se puso a mi lado sin dejarme de acariciar. Todo era una novedad para mí, era como si por mi piel miles de hormigas caminaran dándome un placer hasta entonces desconocido. Estaba fuera de mí, deseaba sentir que se sentía haciendo el amor, pero Manuel había decidido hacérmelo despacio. Su lengua era una tortura, no me podía creer lo que sentía al notar como bajaba por mi pecho, al bordear mi ombligo, con destino a mi sexo. Fue cruel, durante unos momentos que me parecieron horas, se acercaba a mis labios, retrocediendo sin tocarlos, por eso al apoderarse de mi clítoris, besándolo, chupándolo y mordisqueándole, me corrí como una loca, gritando que era suya, que lo amaba.

Comprendiendo lo que esa mujer había sentido, estaba cada vez más interesada en el relato:

―Sonriendo se incorporó y abriéndome lentamente las piernas, colocó la cabeza de su glande en la entrada de mi cueva, jugando con el botón de mi placer, prolongó mi orgasmo, el placer me inundaba y rogando le pedí que me estrenara. No se hizo de rogar, y de un pequeño empujón, rompió mi virginidad, esperando mi reacción. Noté que me partía en dos, pero mi deseo era mayor que mi dolor, por lo que volví a pedirle que siguiera, que me hiciera mujer. Empezó a moverse a un ritmo lento, mis labios notaban como su extensión entraba y salía de mis entrañas, como si de un columpio se tratara. Poco a poco fue incrementando la velocidad y la profundidad de sus embestidas, mientras con su boca mamaba de mis pechos. Al sentirme llena, con la cabeza de su pene golpeando la pared, de mi vagina, me corrí por segunda vez.

«Dios», exclamó en su interior al darse cuenta lo cachonda que estaba al oírla.

―Manuel era un amante experimentado, por lo que recibió la humedad en su sexo, no como una señal de que ya se podía correr, sino como la confirmación que había hallado en mí una hembra caliente. Siguió al mismo ritmo penetrándome, durante minutos que me parecieron eternos, fue tocándome aquí y allá en todos mis lugares de placer. El sudor de su pecho me excitaba, como posesa empecé a lamerle sus pezones, mientras mi cada vez más mojada vulva era atacada. Ya para entonces su respiración se había acelerado, y anticipándome su venida, le abracé con mis piernas, violentamente obligué a su pene a profundizar en su asalto. Esto provocó que en breves oleadas de placer me inundara con su semen, y esté al mezclarse con el flujo del río que era mi entrepierna, aceleró mi propio climax. No me podía dejar así, y cambiando mi posición y antes que se relajara, subiéndome encima de él, me empalé de una solo golpe, corriéndome. Estaba agotada, y me quedé dormida- sentenció.

Había terminado, y saliendo del ensimismamiento de sus recuerdos, vio como Patricia con su mano entre las piernas se masturbaba frenéticamente, afectada por el relato. Decidió ayudarla, sustituyéndola con sus manos, mientras introducía su lengua en la boca de la muchacha, ésta al sentir como jugaba con su clítoris se corrió de inmediato, dejando un reguero líquido en la silla, producto de su calentura.

La muchacha agradecida se levantó tratando de besar a la criada, pero esta la rechazó suavemente, diciéndole que era hora de ir a verme, que ya debía estarlas esperando. Patricia, tuvo que reconocer no solo que tenía razón, sino que el relato de María le había hecho olvidar la humillación sufrida y que curiosamente, deseaba volver a sentir mis labios y mis manos sobre su piel.

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