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Doce noches, dos mujeres y una isla desierta 2

en Amor filial

Capítulo 2

Aproveché el resto del día para  restaurar como pude una cerca donde encerrar a los cerdos que había visto esa mañana.  Comportándose como una buena asistente, mi nueva amante colaboró sin protestar y lo más raro sin preguntar para que la necesitaba.  María debía de seguir enfadada porque no apareció hasta la hora de cenar. Cuando quiso acercarse a compartir nuestra comida, fue la propia Rocío la que se negó de plano y le exigió que al menos trajese más leña. Sin querer dar su brazo a torcer, la mandó a la mierda y volviendo a la iglesia, nos dejó en paz.

Reconozco que me dio pena y por eso al terminar, me acerqué con un racimo de plátanos y se los di sin exigirle contrapartida alguna. Mi prima me miró con angustia pero su orgullo le impidió darme las gracias. No me importó, quedaba bien poco para que claudicara y corriera a nuestro lado, implorando ayuda. El resto de la fruta la coloqué dentro de la cerca pero antes instalé una trampa para que si algún animal entraba, se cerrara.

Al llegar a mi choza, acababa de empezar a llover y previendo que la noche iba a ser muy larga, me dispuse a recargar la hoguera cuando observé con satisfacción que Rocío lo había hecho en mi ausencia.  Al mirarla, me quedé extasiado al comprobar que me esperaba desnuda y que con gestos me pedía que la estrechara entre mis brazos. No me lo tuvo que repetir, cogiendo su barbilla le di un beso mientras mis dedos recorrían esos preciosos pechos que no me cansaría jamás de disfrutar. La morena ni siquiera me dejó tumbarme, cogiendo mi pene entre sus manos, me empezó a besar mi extensión sin dejar de masajear mis huevos.

―¿No has cenado bien?― pregunté con recochineo al ver que abriendo su boca se lo metía sin hablar.

Como respuesta, lentamente se fue introduciendo mi falo mientras su lengua jugueteaba con mi extensión. Dotando a sus maniobras de una sensualidad brutal, no cejó hasta que con el enterrado en su garganta, besó la base de mi miembro con sus labios. Sorprendido por la facilidad que lo hubiera conseguido sin sufrir arcadas, me quedé quieto mientras ella daba un ritmo lento a su mamada.

Poco a poco, fue acelerando el compás con el que se metía y sacaba el pene hasta que ya parecía que en vez de una boca era un sexo el que lo hacía. Sabiendo que estaba al mando y que esa cría seguiría estando al día siguiente, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Rocío disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen

Mientras ella, sin dejarme descansar,  intentaba reanimar mi sexo, le pregunté por su urgencia.  Al oírme soltó una carcajada diciéndome:

―No quiero que esa puta disfruté de ti sin habérselo trabajado.

Sin entender a qué se refería, no me importó que se empalara con mi miembro pero al verla saltando sobre mí, no pude dejar de preguntar porque lo decía:

―Esta noche, ¡tu prima vendrá a por auxilio! No ves que la muy  idiota no ha echado leña a su fogata. Cuando lo intente, no encontrara nada seco y por eso empapada pedirá nuestro calor.

Muerto de risa, comprendí que tenía toda la razón pero advirtiendo que había usado nuestro en vez de tu calor, le pregunté directamente a que se refería. Mientras se pellizcaba un pezón, me respondió:

―Yo he trabajado y no esperarás que le deje entrar en nuestra manta: ¡Sin pedirle una compensación!

El sonido de la lluvia ocultó el sonido de mi risa al asimilar que esa muchacha era bisexual y que compartiría gozosa conmigo el cuerpo de su amiga. Después de hacer el amor, la aguardamos desnudos. Nuestra espera se alargó hasta cerca de las dos de la mañana y por eso cuando María hizo su aparición en la choza, Rocío estaba dormida. Completamente empapada y con los labios amoratados por el frio, me pidió permiso para entrar. Sin hacer ruido se acercó a la hoguera y temblando alargó sus manos al reconfortante calor del fuego.

―Ven, metete entre nosotros para calentarte― dije sin especificar lo que le teníamos preparado.

Totalmente colorada, se percató de nuestra desnudez aun antes de sentir nuestra piel contra su piel. Intentando no forzarla en demasía, la abracé dándole ese calor que tanto necesitaba. Tímidamente apoyó su cabeza en mi pecho y dejó que mi mano se aposentara en su culo sin quejarse. La morena que se había despertado también la abrazó, diciendo:

―Pobrecita, ¡Estas helada!

Tras lo cual, sin pedirle permiso empezó a acariciar su cuerpo, dando a sus caricias un sentido más allá del mero auxilio. Me di cuenta que mi prima estaba escandalizada por esos mimos no pedidos al mirarme con los ojos abiertos. No dejé que protestara porque cerrando su boca con mis labios la besé mientras mis propias manos empezaban a sobrepasarse con ella. Pálida tuvo que soportar que mis besos fueran bajando por su cuello al estar más preocupada porque las manos de su amiga habían separado sus rodillas y esta se dedicaba a lo mismo que yo pero en sus muslos.

―Por favor― rogó muerta de miedo cuando sintió que me apoderaba de sus pezones.

Obviando sus protestas, seguí mamando de esos pechos de ensueño mientras de sus ojos brotaban unas lágrimas de vergüenza. Rocío hizo lo propio, recreándose en el cuerpo que la casualidad le había puesto a su disposición, se dedicó a dar pequeños mordiscos en el camino hacia su meta.

―No soy lesbiana― protestó sin éxito al sentir el aliento de su amiga acercándose a su sexo.

Completamente excitado, seguí bebiendo de esos pechos que me encantaban desde niño y que nunca soñé en poseer, mientras la morena separaba los pliegues de nuestra víctima. Entonces, mi prima hizo el último intento de zafarse de nuestras caricias pero se quedó quieta cuando reteniéndola entre mis brazos, le expliqué con voz suave:

―Somos tres en una isla desierta, si quieres que te cuidemos y te demos de comer, debes compartir con nosotros todo.

Vencida y humillada, esperó tensa y asqueada que la lengua de su amiga llegara hasta su clítoris. Al hacerlo no solo se limitó a lamer ese botón de placer sino que incrementando su angustia, le metió dos dedos en el interior.

―¡Qué rico lo tienes!― sonriendo le soltó – Llevo años deseando comerme tu coño.

La escena de por si cachonda subió enteros al ver que la morena se empezaba a masturbar mientras daba rienda suelta a deseos de antaño. Por mucho que mi prima intentó mantenerse al margen, nuestros mimos fueron derribando una a una las murallas que se había auto impuesto e inconscientemente, empezó a reaccionar moviendo sus caderas. Rocío al comprobar que ese sexo se empezaba a llenar de flujo, incrementó la acción de su lengua y usándola como si fuera un pene, traspasó con ella esa entrada.

Su primer gemido también venció mis reparos y llevando su mano a mi entrepierna, le exigí que me hiciera una paja. Lentamente como cogiendo confianza, mi prima me empezó a masturbar  con los ojos cerrados. Sus dedos se habían cerrado sobre mi extensión mientras su dueña se debatía entre la moralidad de lo que estábamos haciendo y las sensaciones que estaba sintiendo.

Comprendí que la pasión iba ganando cuando acelerando su muñeca me pidió que la besara.  Sé que estuvo mal y que fui un egoísta con mi primer amante pero absorbido por la lujuria, separé a Roció y obligando a mi prima a subirse a horcajadas sobre mí, le exigí que se empalara. Me encantó ver la indecisión en su cara antes de alzarse y cogiendo mi pene, empezárselo a meter. Solo el saber que por mucho que viviera esa imagen iba a quedar en mi retina, hacía que ese naufragio hubiese valido la pena. No sé si fue que en secreto, me deseaba o que su excitación era fruto de esa cuasi violación, lo cierto es que nada más sentir mi pene abriéndose camino en su vagina, mi prima empezó a aullar como loca y a retorcer su cuerpo sobre el mío.

―¡Ves que no era tan difícil!― exclamó su amiga, dándole un beso en los morros.

Esta vez María no le hizo ascos a su boca y devolviendo pasión con más pasión, gritó pidiendo nuestras caricias. La morena no solo respondió mamando de sus pechos sino que al hacerlo puso su coño en mis labios. Comprendí que era lo que quería y separando los pliegues de su sexo, cogí entre mis dientes su clítoris.  Rocío al experimentar el suave mordisco, rogó que continuara torturando su botón. No solo le hice caso y con mis dientes apreté fuertemente sino que usando mis dedos empecé a acariciar el oscuro objeto de deseo que se escondía entre sus dos nalgas. El orgasmo de mi prima coincidió en el tiempo con la incursión de mis falanges en su ojete y mientras se dedicaba en cuerpo y alma a las tetas de la rubia, gritó de placer.

―¡Me enloquece que me den por detrás!― espetó descompuesta sin dejar de mover su culo.

No sé si fueron sus palabras o la sobreexcitación que absorbía a María lo que provocó que esta, uniera un clímax con el siguiente sin dar tregua. Con la cara empapada de los flujos de Rocío y mi pene siendo maltratado por una prima convertida en loba en celo, os tengo que reconocer que me corrí tan brutalmente que dudé que me quedaran fuerzas para el resto de la noche.

Desgraciadamente no tuve oportunidad de comprobarlo, porque en el preciso instante que Rocío y María intentaban recuperar la vitalidad de mi miembro, escuchamos un alboroto en el exterior. Los bufidos y los gruñidos solo podían provenir de una piara que hubiese caído en la trampa, por lo que me levanté de un salto y en pelotas corrí a asegurar la puerta de la cerca con una cuerda. Al volver empapado, las vi sonriendo desde dentro y nada más acercarme, Rocío me agradeció la captura diciendo:

―No te basta con dos cerdas, ¡Que has tenido que capturar mas!

Me solté a reír y cogiendo entre mis brazos a mi par de guarras de dos patas, las llevé hasta la manta.

 

El segundo día, me desperté al alba con una a cada lado. Os juro que si no llega a ser porque tenía que comprobar cuantos cerdos habían caído en la trampa y asegurarme de que estaban bien encerrados, me hubiese quedado con ellas. Sin hacer ruido, me levanté y salí a ver los bichos. Os podréis imaginar la alegría que sentí al ver que eran una cochina con sus cinco lechones, los cautivos.

«Tenemos carne para más de un mes», me dije sin caer en la dificultad de conservarla en un ambiente tan húmedo y caluroso.

Después de revisar la cerca,  volví a la choza de un humor inmejorable o eso creía porque nada más entrar, me encontré que mis dos mujercitas se habían despertado y que en ese momento Rocío estaba comiéndose el coño de mi prima. Descojonado por lo rápido que María se había habituado a que su amiga fuera también su amante y aunque me apetecía unirme a esas dos, decidí que era más importante el ponernos en actividad.

―¡Cacho zorras! ¡Levantaos que tenemos cosas que hacer!

No hice caso ni a sus protestas ni a sus peticiones de que me tumbara con ellas. Enojadas porque les había cortado el placer que buscaban, me obedecieron a regañadientes. Rápidamente, dividí los deberes y mientras María se debía ocupar de ir a por agua, recoger leña y de mantener la hoguera, Rocío y yo debíamos ir a por más fruta tanto para nosotros como para nuestros invitados de cuatro patas. Esta vez no hubo una sola queja y poniéndonos manos a la obras, salí con la amiga de mi prima rumbo a la plantación abandonada. Sin obviar lo delicado de nuestra situación, tengo que confesar que mi estancia en esa isla iba mejor de lo que había supuesto en un principio. Con carne, pescado y fruta a raudales, teníamos asegurado lo básico. El único problema real era saber si algún día nos rescatarían por lo que debíamos actuar como si eso no fuera a suceder.

―¿En qué piensas?― preguntó la morena al ver que estaba pensativo.

Cómo de nada servía ocultarle que quizás nos pasáramos mucho tiempo en ese lugar, le expliqué que quería acondicionar la choza y construir una cama donde dormir, lejos de la humedad, de los insectos e incluso de alguna serpiente que decidiera hacernos una visita.

―Por eso no te preocupes, de algo ha tenido que servir mis diez años como boyscout. No creo que tener problemas en levantar un sitio decente donde dormir.

―¿Dormir?― señalé muerto de risa al comprender que esa cría acababa de resolver uno de nuestro grandes problemas.

―Y follar― respondió encantada – No creas que me conformo con lo de ayer. Pienso explotarte a base de bien.

Anticipando su promesa, se pegó a mí y antes de que pudiera reaccionar ya me estaba besando. Su comportamiento pasado y como se restregaba contra mi sexo, me convenció de que me hallaba frente a una verdadera ninfómana. Sin importarle que estuviéramos en plena selva, me tumbó en el suelo y casi sin ningún prolegómeno, se empaló con mi pene mientras pedía que la tomara en plan salvaje. Su calentura era tal que ya tenía encharcado el coño antes siquiera de coger mi extensión entre sus manos y por eso, mi glande entró en su interior con una facilidad pasmosa.

―¡Estás cachonda!― le recriminé de guasa al advertirlo.

Rocío, dotando a su voz de una lujuria inaudita, respondió:

―Sí y ¡la culpa es tuya! Me cortaste cruelmente cuando estaba comiéndome el chochito de María y desde entonces, ando verraca.

Tras lo cual y con una urgencia total, comenzó a saltar sobre mi sexo mientras se pellizcaba los pezones.  La velocidad  excesiva que imprimió a su cuerpo me obligó a sujetarla, poniendo mis manos en su culo, para evitar que me hiciera daño. La morena al sentir mis garras en sus nalgas, lejos de ralentizar su cabalgar, lo aceleró. Cabreado por su brutalidad, le di un azote mientras le pedía calma. Lo súbito de mi caricia, le hizo parar.

―Sigue pero tranquila― reclamé mientras le lanzaba otro viaje a su trasero.

 Aunque sea difícil de creer, en ese momento, un torrente cálido brotó de su sexo empapando mis piernas por completo. Fue entonces cuando comprendí que le excitaba la rudeza y dándole otra nalgada, le pregunté:

―¡Te gusta!, ¿Verdad, putita?

―¡Sí!― gimió descompuesta.

Su afirmación confirmó lo evidente y por eso, a base de palmadas en su trasero, fui marcando el ritmo mientras ella no paraba de aullar de placer ante cada caricia. El morbo de la situación pero sobretodo el oír cómo se corría una y otra vez, me obligó a acelerar sus incursiones de modo que en poco tiempo, Rocío se empalaba aún más rápido que antes. Con sus pechos rebotando arriba y abajo siguiendo el compás de sus caderas, esa zorra buscó mi placer mientras gritaba a los cuatro vientos lo mucho que estaba disfrutando.

Mi excitación, su entrega y ese elevado ritmo hicieron que en pocos minutos estuviera a punto de explotar. Al notar que mi orgasmo era inminente, agarré sus nalgas con fuerza. Roció chilló como posesa al sentir mi glande presionando la pared de su vagina y cayendo sobre mi cuerpo, se corrió sonoramente mientras mi pene expulsaba mi placer a base de blancos proyectiles de semen.

―¡Dios!― aulló forzando la penetración.

Completamente exhausta, disfrutó de las ultimas sacudidas de mi miembro, tras lo cual, se desplomó sobre mi pecho. Una vez había saciado mi calentura, la eché a un lado y me incorporé.

―Tenemos cosas que hacer― le dije mientras la levantaba del suelo.

Rocío, con una sonrisa en los labios, me miró satisfecha y saltando de alegría se adelantó. Al ver que se tocaba las nalgas coloradas por los azotes, me reí diciendo:

― Si te duele, espera. Esta noche pienso obligarte a cumplir tu promesa.

―¿Qué promesa te hice?― preguntó.

―¡Qué tu culo sería mío!― respondí.

Si pensaba que eso la sorprendería, me equivoqué, porque retrocediendo sobre sus pasos, se apoyó en un árbol mientras me decía:

―¡No tienes que esperar! Mi culo es tuyo.

Solté una carcajada al observar la cara de putón verbenero que puso mientras con sus manos se separaba sus cachetes y sin negar que me apeteciera poseer ese rosado esfínter, decidí no hacerlo en ese momento porque nos habíamos comprometido con María en recoger la fruta.

―Vamos, guapa. ¡Tenemos cosa que hacer!

Hizo un breve intento de amotinarse pero al ver que me alejaba, corrió tras de mí como si nada hubiese pasado. Ya en la plantación, nos pusimos a recolectar dos bolsones, de forma que tras una hora de trabajo, decidimos que era suficiente por ese día. Estábamos cerca del poblado cuando de improviso, escuchamos un alarido. Comprendiendo que la única persona que podía haber emitido semejante grito era mi prima, salimos corriendo hacia ella. Esos quinientos metros en plena carrera se me hicieron eternos al pensar que María debía estar en peligro y por eso cuando vi lo que ocurría me eché a reír histéricamente.

―¡Imbécil!― me gritó al ver que me descojonaba de ella― ¡Quítamelo!

Reconozco que no pude, tronchado de risa, observé que un macaco se le había subido a los hombros y tal como hacen con otros miembros de su especie, la estaba espulgando el pelo. Rocío en cambio fue mucho más práctica, pues al llegar y ver el “gran problema”, con una sonrisa en su cara, sacó un plátano y llamando al mono se lo dio.

Como si fuera amaestrado, el jodido primate se bajó de mi prima y cogiendo la fruta se la puso a comer mientras su “victima” nos echaba en cara nuestro cachondeo:

―¡Me podía haber mordido!― reclamó furiosa.

El problema fue que cuanto más repelaba y más indignada se mostraba, nuestro jolgorio se incrementaba:

―¡Es un animal salvaje!― gritó ya hecha una energúmena.

En ese momento, el bicho pareció darse por aludido y acercándose a mi prima, se agarró a su pierna y comenzó a frotarse contra ella como si se estuviera apareando.

―¡Y en celo!― recalqué.

Lo grotesco de la escena y nuestras continuas risas, terminaron de contagiar a María que cogiendo otro plátano, se lo lanzó lejos para que la dejara en paz. Ya más tranquila, peló otro y haciendo como si en vez de una fruta fuera un pene, lo empezó a lamer mientras me decía:

―¿A ti, primito? ¿No te pongo bruto?

No hizo falta más para que mi polla saliera de su letargo y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía que era una puta. Mi insulto no solo no la calmo sino azuzó su lujuria y bajando por mi pecho, me empezó a dar pequeños mordiscos. Sus actos que en otro momento me hubiesen parecido imposibles, me recordaron mi papel en esa isla.

“Tenía que complacer a las dos mujeres por igual”

Habiendo retozado esa mañana con Rocío, me pareció lógico hacerlo con mi prima y por eso, la apoyé contra la pared de la choza y separando sus nalgas, me puse a lamer el precioso coño de mi pariente. La postura me permitió también comprobar que su entrada trasera era virgen y tal descubrimiento me determinó a que dejara de serlo. Alternando las lamidas entre sus dos agujeros, fui elevando la temperatura de la cría.

Ya inmersa en el placer, no se quejó cuando introduje mi lengua en su ojete sino que pegando un gemido, me dio vía libre para continuar. Al mirar su reacción, me percaté que María tenía sus ojos fijos en algo que sucedía a mis espaldas. Girando la cabeza, comprobé que Rocío, su amiga y amante, se estaba masturbando viéndonos hacer. Decidido a desflorar esa maravilla, seguí follando su culo con mi lengua mientras mis dedos recogían entre ellos su clítoris.

Su orgasmo no tardó en llegar y recogiendo parte del flujo que salía de su sexo, embadurné dos dedos y con ellos empapados, me dediqué a relajar el culito que me iba a beneficiar. Mi prima, en cuanto sintió mis yemas en su interior, berreó pidiéndome que me la follara.

―Princesa, eso después. Ahora me apetece estrenar tu otro hoyo.

Increíblemente, no había caído en cuales eran mis intenciones hasta que se lo dije y muy nerviosa, me confesó que nunca había hecho el sexo anal.

―Esa enfermedad es fácil de curar― le espeté mientras cogía mi pene entre mis manos y lo acercaba a su trasero.

Temblando, esperó que mi glande forzara su esfínter. Sabiendo que le iba a doler decidí no prolongar su angustia y con un movimiento de caderas, penetré en su interior. El grito que pegó fue muestra del dolor que sintió pero no se apartó y por eso fui introduciendo lentamente toda mi extensión hasta que rellené por completo sus intestinos. Con lágrimas en los ojos soportó el sufrimiento y cuando esté llegó a hacerla temer que se iba desmayar, sintió que paulatinamente se hacía más soportable. Decidida a no dejarse vencer, empezó a moverse con mi pene dentro de su culo.  Rocío, que hasta entonces se había mantenido a la expectativa, se acercó y mientras le daba un beso, bajó la mano a la entrepierna de mi prima. Cogiendo entre sus dedos el botón de María lo empezó a acariciar sin dejar de consolarla al oído.

―¡Cómo duele!― murmuró convencida de que el suplicio debía de cesar en algún momento.

Su amiga forzando sus caricias, le dijo que se relajara. Al oírlas, con cuidado empecé a mover mis caderas, sacando y metiendo mi miembro. Los gemidos de dolor se incrementaron momentáneamente pero cuando llegado un momento que se creía morir, el dolor se fue transformando en placer sin darse cuenta.

―Cariño, ¡déjate llevar!― insistió Rocío al ver que seguía tensa.

Reconozco que gracias a esa morena, mi prima consiguió relajarse, llegando incluso a ir marcando ella misma el ritmo. Sé que gran parte del mérito se debió a las caricias que su amiga estaba obsequiando a su amiga pero la realidad es que fui incrementando mi compás hasta que el lento trote de un inicio se convirtió en un galope desenfrenado.

―¡Me encanta!― gritó sorprendida de la manera que su cuerpo estaba gozando y ya dominada por la excitación, me rogó que continuara.

Sus palabras fueron el acicate que necesitaba para cogiéndola de los hombros, forzar aún más si cabe la profundidad de mis embistes. Con mi sexo trocado en una maza, seguí golpeando su espléndido culo  hasta que con su cuerpo convertido en una pira ardiente, mi prima logró llegar a un clímax desconocido para ella y pegando un aullido, se corrió ferozmente. Su flujo fue tal que parecía que se estaba meando. Su entrega elevó mi lujuria y uniéndome a ella, exploté en sus intestinos. María al advertir que mi esperma se adueñaba de su culo, chilló de placer y extenuada, se dejó caer sobre la arena.

Rocío haciendo un berrinche ficticio, se quejó de que hubiese estrenado el pandero de María antes que el suyo y mientras descansábamos nos amenazó diciendo:

―Esta noche, espero que los dos, ¡os ocupéis de mí!

―¿Y si no lo hacemos?― respondí muerto de risa.

―¡Llamaré al mono!

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Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

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Sinopsis:

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.

Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières... sus sacerdotisas que también se consideran sus esposas.

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