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Doce noches, dos mujeres y una isla desierta 7

en Hetero: General

Capítulo 9

Entre la fogosidad de las muchachas y la incomodidad de nuestro precario campamento, esa noche dormí poco. Cuando no me clavaba una rama en la espalda, un sonido proveniente de la jungla me despertaba, por eso apenas amanecer me levanté con la idea de intentar contactar con la pelirroja. Ni Rocío ni María se dieron cuenta que lo hacía y dando por sentado que era mejor ir solo, las dejé durmiendo.

        Tras lavarme en el estanque, cogí unas piezas de fruta y me interné en el bosque. Mi idea era que ella viniera a mí, pero sobre todo que no sintiera que la estaba dando caza, por ello nada mas alejarme unos cincuenta metros empecé a silbar una canción para avisar de mi presencia.

        Apenas llevaba unos minutos en mitad de la foresta cuando en un recodo del camino, me encontré con la desconocida sentada sobre una roca.

        ― ¿Quieres uno? ― extendiéndole un plátano, dije nada más verla.

        La pelirroja aceptó el regalo y mientras lo pelaba, con una sonrisa me dijo si siempre hacía tanto ruido. Por su acento, sospeché que era francesa y asumiendo que de nada servía mentir, contesté:

―Quería verte y me pareció la mejor forma que me oyeras llegar.

Mi sinceridad le permitió relajarse y con una postura menos forzada, se puso a comer sin dejar de mirarme. Por un momento me sentí incómodo al ser objeto de un exhaustivo examen por su parte, pero no dije nada, no fuera a romper la cordialidad que mostraba.

―Esas dos, ¿son tus mujeres? – preguntó con la boca llena.

 Su voz grave escondía un cierto malestar que no me pasó desapercibido y que me hizo recordar el cadáver con el que nos habíamos topado.

―No. Una es mi prima y la otra una amiga― respondí y para dejar claro que no eran de mi propiedad, seguí diciendo: ―Desde el naufragio nos hemos convertido en amantes para hacer llevadera nuestra estancia aquí. Pero una vez nos salven cada uno seguirá su camino sin ningún compromiso.

―Nadie vendrá a rescataros. Cuando naufragamos, mi tío Nicolás me prometió que pronto vendrían por nosotros, pero jamás llegaron.

― ¿Vives con tu tío? ― pregunté extrañado por no haber visto ninguna huella que me hubiese hecho sospechar que no estaba sola.

―No, murió defendiéndome de un hombre malo y llevo sola al menos hace cinco temporadas de lluvias.

La forma casi infantil con la que me acababa de exponer su desgracia, además de dar una explicación al cadáver  que encontramos,  incrementó mis sospechas de que su estancia en esa isla era mayor de lo que había supuesto en un principio y negándome a creer que eran casi nulas las esperanzas de un próximo rescate, respondí:

― Mis padres jamás se darán por vencidos mientras no encuentren mi cuerpo.

Con un deje de dolor, la pelirroja comentó:

―Eso mismo me decía Nicolás al principio, pero al cabo de unos meses comprendimos que nos habían dado por muertos y que ni siquiera mi papá nos seguía buscando.

La desgracia de esa mujer incrementó mi malestar y sentándome junto a ella, pregunté su nombre.

―Ivette Duclos, pero llámame Iv― dijo amistosamente.

Desde cerca, la pelirroja era todavía más impresionante y por ello tuve que hacer un esfuerzo para retirar mis ojos de sus pechos. Asumiendo que era un gran logro el estar a tan poca distancia sin que ella se marchase, me abstuve de tocarla mientras me presentaba:

―Iv, como ya sabes mi nombre es Manuel y al igual que las dos crías que me acompañan, soy español.

Demostrando que tenía un extraño sentido del humor, respondió:

―Bienvenido a mi isla, desde hoy como reina de este lugar te nombro… mi primer ministro.

Por un instante, pensé que realmente se creía la soberana de ese lugar, pero al ver su cara, me di cuenta de que estaba de broma y por ello me permití seguir su guasa preguntando en qué consistirían mis deberes.  Os juro que jamás me imaginé que totalmente colorada y acercándose a mí, esa desconocida contestara que hacerla compañía.

―Dalo por hecho― contesté sin saber exactamente a qué se refería porque por compañía se podía entender desde una amistad a una relación más seria.

Iv me sacó de dudas al besarme sin importarla que su desnudez hiciera que pudiese sentir sus pechos clavándose en mí. Cortado por lo inesperado, dejé que su lengua jugara con la mía sin moverme. Ella malinterpretó mi pasividad creyendo que era un signo de rechazo y separándose se echó a llorar desconsolada.

―Lo siento, llevo tanto tiempo sola que pensé que deseabas que me comportara como tus amiguitas― gimió llena de dolor.

De haber sido otra, hubiese pensado que estaba menospreciando a Rocío y a María al referirse a ellas con ese término, pero algo me dijo que era otra la razón y venciendo el temor de que saliera huyendo, susurré en su oído:

―Tranquila Iv, tenemos todo el tiempo del mundo para conocernos.

―Lo que pasa es que no te gusto― replicó con su voz teñida de dolor.

Queriendo demostrar sin lugar a duda que estaba errada, cogí su mano y la llevé a la erección que lucía en mi   entrepierna para acto seguido contestar:

―No te miento, eres una mujer preciosa.

Su cara de sorpresa me hizo pensar que me había pasado, pero entonces y mientras involuntariamente la aferraba entre sus dedos, buscó nuevamente mis besos. Esta vez respondí con pasión y atrayéndola hacia mí, no solo la besé, sino que otorgándome un permiso que no me había concedido, comencé a acariciar su trasero mientras mordisqueaba sus labios.

Al sentir mis caricias, se derritió y sollozando me rogó que no quería seguir sola y que la hiciera mía. Todavía hoy agradezco a las musas el haberme inspirado, porque desconociendo cuantos años llevaba sin ser acariciada por un hombre prefería ser cauteloso y por ello le pregunté en voz baja donde vivía y si estaba lejos.

―A unos minutos andando― respondió sin dejar de rozar su cuerpo contra el mío.

Sonriendo, contesté:

―Una reina se merece que su primer ministro le haga el amor en su propia cama.

― ¿Quieres hacerme el amor? ― preguntó radiando una felicidad que no supe interpretar.

―Es lo mínimo que te mereces, ¿no crees? ― respondí.

Mi respuesta provocó que sus pezones se erizaran. Urgida de caricias, me tomó de la mano y sin dejar de reír, me hizo correr tras ella por la espesura. Tal y como me había anticipado, no tardamos en entrar en el claro donde tenía su vivienda.

Al verla, confirmé la valía de esa mujer porque venciendo los pocos recursos de los que había dispuesto, había levantado una choza de piedra que la resguardara de las inclemencias de los monzones.   Al entrar en ella ratifiqué que era una superviviente nata porque su interior no solo estaba limpio y ordenado, sino que se había ocupado de recolectar en el antiguo poblado un montón de libros y utensilios. Pero lo que realmente me hizo feliz, fue descubrir que ¡dormía en un colchón!

        Impresionado por ese descubrimiento, me tomé un tiempo en curiosear entre sus pertenencias para hacerme una idea de lo que esa monada había conseguido salvar de la destrucción cuando de pronto vi cuidadosamente colgados en una esquina unos vestidos de niña.

Temiendo su respuesta, pregunté de quién eran:

―Son míos― inocentemente contestó.

Confieso que se me cayó el alma a los pies al escucharla porque si como creía esa mujer rondaba los treinta, eso significaba que había naufragado siendo una bebé y que llevaba varada ahí más de quince años.  La certeza de su desgracia me hizo tambalear y sin fuerzas, me dejé caer sobre la cama.

Iv no entendió mi angustia. Recordando lo sucedido la noche anterior, creyó llegado el momento y tumbándose a mi lado, intentó bajarme el traje de baño. Su torpeza al hacerlo me intimidó al corroborar que, aunque me llevara más de diez años, realmente era una niña que jamás había tenido la oportunidad de madurar hasta convertirse en mujer.

―Cariño… espera― alcancé a decir cuando ya había conseguido sacar esa prenda por mis pies― antes tenemos que hablar.

Ajena a mis reparos, la pelirroja imitó los pasos de   mi prima y deslizando su cuerpo sobre mí, intentó apoderarse de mi pene con sus labios, pero rechazándola con cariño se lo impedí.

―Iv, mi reina, ¿sabes lo que estás haciendo?

Levantando su mirada, contestó con una sonrisa:

― Amarte.

La alegría de sus ojos me enterneció y llamándola a mi lado, la besé con delicadeza. Ella recibió mis besos con renovada pasión y nuevamente intentó apropiarse de mi miembro, mientras me decía:

―Mi tío me explicó que llegado el momento conocería un hombre bueno que me haría su mujer y me protegería de los malvados.

Su ingenuidad me desarmó al saber que en su mente me veía como un príncipe azul que venía a salvarla de todo mal. No sabía cómo afrontar ese momento, pero lo que tenía claro era que no podía acostarme con ella porque eso supondría casi una violación por ello haciendo tiempo le dije:

―Eres guapísima y me encantaría hacerte mi mujer, pero antes necesito que entiendas lo que significa.

― ¿Tú me enseñaras? ― respondió asustada pensando quizás en que iba a rechazarla.

Aunque no quería acostarme con ella, la abracé y traté de tranquilizarla, acariciando su roja melena y sin buscar con ello nada erótico. Lo malo fue que, al sentir mis dedos en su pelo, Iv comenzó a gemir excitada.

«Puede tener la mentalidad de una cría, pero es una mujer adulta», pensé al ver que siguiendo el dictado de sus hormonas se ponía a restregar su sexo contra el mío.

Reconociendo mi error intenté parar, pero el daño ya estaba hecho y antes de poder hacer algo por evitarlo, fui testigo del modo en que se corría.

― ¿Qué me has hecho? ― preguntó con el sudor recorriendo sus pechos.

Dudé si explicárselo por si juzgaba erróneamente mis actos, temiendo que en un futuro me odiara por ello, pero su insistencia en seguir frotando su pubis contra mi erección me obligó a comentarle que lo que había sentido era algo natural y que si nunca lo había sentido era por no haber estado con un hombre.

Nuevamente la pelirroja me dejó totalmente pálido al replicar:

― ¿Entonces eso significa que eres mi marido y que vamos a tener un hijo?

El revoltijo de ideas que tenía respecto a la concepción me hizo soltar una carcajada.

―Para eso se necesita mucho más― respondí al conseguir parar de reír.

 Viendo su desconcierto, le dije lo mas dulcemente que pude que para engendrar un niño hacía falta que el hombre depositara su semilla en la mujer y que aún así no era algo inmediato.

― ¿Eso es lo que hacíais ayer en la hoguera?

―Sí― reconocí sin saber a qué atenerme ni cómo se iba a tomar esa información.

Durante unos segundos se quedó pensativa para luego rato, por enésima vez, sorprenderme diciendo:

― Ayer, al verte con ellas, sentí que mi cuerpo ardía, ¿es normal?

― Sí― respondí tratando de mantener la cordura al notar las manos de la pelirroja jugando en mi entrepierna: ―Durante tu estancia aquí, has dejado de ser una niña y ahora tienes las necesidades de una mujer.

― ¿Qué necesidades son esas? ¿Tiene algo que ver las cosquillas que siento en mi interior cuanto te toco?

No sabía qué contestar porque para entonces mi virilidad había alcanzado un punto de no retorno por sus caricias. Con una calentura que apenas me dejaba pensar, respondí:

―Eres una hembra adulta que reacciona ante un macho.

―No entiendo.

«Menudo marrón», me dije mientras buscaba un ejemplo de la naturaleza que tal vez entendiera. Recordando la cantidad de monos que vivían en el islote, comenté:

― Me imagino que habrás visto como en un grupo de monos, las hembras buscan el contacto del líder y se ofrecen para que copule con ellas. En tu caso, no habiendo más hombres, te sientes atraída por mí y tu cuerpo actúa de esa forma.

― ¿Entonces tú eres mi macho? – preguntó sin dejar de menear mi polla.

―Por ahora, soy el único― contesté mientras hacia un esfuerzo en contenerme. De buen grado hubiese saltado encima de la pelirroja, pero asumiendo que no era moral, me mordí un huevo antes de proseguir diciendo: ― Puede que me veas como algo irresistible, pero soy muy normal y cuando conozcas a otros, te darás cuenta de que es así.

Por fin, Iv se percató que le estaba dando largas. Eso la enfadó y mirándome fijamente a los ojos me soltó:

―Puede que me muera sin conocer a otro que no seas tú y como tú has dicho, soy una mujer adulta con necesidades. Dímelo directamente, ¿acaso soy horrible? Porque si no, no lo entiendo.

Su razonamiento era impecable. Me sentí acorralado por mis propias palabras, no en vano era probable que nuestros huesos terminaran en ese lugar. Aun así, me resultaba difícil complacerla.

 ― ¡Respóndeme! – insistió mientras por sus mejillas caían dos gruesos lagrimones: ¿Soy tan fea?

Su dolor terminó con mis reparos y atrayéndola hacia mí, la dije:

―Eres una de las mujeres mas bellas que conozco, pero no quería hacerte daño.

―No me lo harás. Lo necesito.

Al ver su mirada llena de deseo, me tumbé junto a ella y empecé a besarla. Iv respondió regalándome una sonrisa. Aunque se la notaba nerviosa y confundida por no saber qué iba a pasar, también es cierto que, en ese momento, toda ella manaba sensualidad. Al notar sus pezones duros contra mi pecho, me hizo desear todavía más hacerla mía y conteniendo mis ganas de saltar sobre ella, le pedí que se tranquilizara y que si en algún momento, algo no le gustaba, me lo dijera.

La pelirroja se acomodó a mi lado casi temblando y expectante esperó mi siguiente paso. Reconozco que me enterneció la manera en que dominó el miedo a lo desconocido y por eso, dulcemente, la forcé a que me mirara y con mis ojos fijos en los suyos, la pregunté si estaba segura de lo que íbamos a hacer.

Respondió que sí moviendo su cabeza. Habiendo obtenido su permiso, comprendí que de nada valía hacerla esperar y acercando mi boca, le mordí su oreja suavemente mientras la susurraba que era guapísima.

―Ummm― gimió descompuesta.

La profundidad de ese primer me hizo saber que le había gustado, pero tomándome mi tiempo para evitar que se asustara, acaricié con la mano uno de sus pechos mientras acercaba mis labios a los suyos. El cariño con el que me adueñé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, me informó nuevamente que estaba dispuesta.

El sabor de sus labios fue una dura prueba que tuve que soportar y temiendo no ser capaz de mantener mi lujuria contenida, si prolongaba mucho esa espera, empecé a bajar por su cuello con mis besos. La pelirroja al sentir esas caricias comenzó a temblar cada vez más nerviosa y más cuando por vez primera me quedé absorto contemplando la rotundidad de sus pechos.

«Son maravillosos», sentencié mientras con premeditada lentitud, llevaba mi boca hasta uno de sus pezones y sacando la lengua, me ponía a recorrer sus pliegues.

Su respiración entrecortada me informó que le gustaba y repitiendo la operación en su otro pecho, me puse a mamar de ellos mientras con mis manos seguía acariciándola sin parar.

 ― ¿Te gusta lo que estoy haciendo? ― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

―Mucho, pero no comprendo porqué― contestó sonriendo.

―No intentes comprender, solo disfruta― la aconsejé reanudando mis caricias.

Su belleza madura, de por sí atrayente, se convirtió en un doloroso imán al que no podía abstraerme al contemplar sus azules ojos brillando de lujuria. Por eso no pude evitar que mi pene se alzara presionando el interior de sus muslos.

«¡Tranquilo macho! ¡Es su primera vez!», me repetía al sentir que todas las células de mi cuerpo me pedían que la hiciera mía mientras la razón cerebro me exigía prudencia.

Con mucho cuidado e intentando no asustarla, separé sus rodillas. Iv al sentir mis manos no pudo reprimir un sollozo. Temiendo que su mente infantil no pudiera asumir lo que su cuerpo estaba sintiendo, me quedé quieto sobre las sábanas dándole el tiempo necesario para asimilar lo que estaba experimentando.

― ¡Qué bella eres! ― susurré al admirar de cerca su sexo que al contrario que lo que dictaba la moda, se encontraba cubierto con un sedoso bosque rojizo.

Iv que nunca había sido objeto de un examen tal por parte de un hombre, sintió vergüenza de su desnudez e intentó taparse con sus manos. No dije nada, pero su actitud me recordó la de Eva cuando habiendo comido de la manzana, se dio cuenta que estaba desnuda.

«Qué curioso», pensé, «hasta ahora no había echado en falta la ropa».

 Asumiendo que era parte de su inexperiencia, cogiendo sus rotundos pechos hice que los comparara con el mío.

―Tú no tienes tetas― protestó pensando que la estaba tomando el pelo.

―Te equivocas si tengo, pero son planas― y señalando mi erección, le dije: ― Lo mismo ocurre con nuestros sexos. Que no se vea el tuyo por estar dentro de ti, no significa que no lo tengas. Tu coño y mi pene fueron diseñados para ser complementarios.

Impresionada por las dimensiones que había adquirido, Iv no le quitaba ojo a mi miembro pensando quizás que no cabría en su interior. Por eso, fui la azucé que lo tocara mientras observaba su reacción.  Reconozco que me encantó comprobar que, de algún modo, esa mujer por fin me veía como hombre y no como un extraño juguete que debía experimentar y mientras los pezones que decoraban sus pechos se ponían duros, la pregunté qué era lo que sentía.

―Calor, sed, no sé decirte― confesó totalmente desconcertada pero ansiosa de sentir mi piel contra la suya.

 ―Separa tus rodillas― le pedí.

Ella tardó en reaccionar porque no podía dejar de mirar la erección de mi pene.

«Parece hipnotizada», sentencié al comprobar su fijación por el tamaño de mi miembro.  

Tumbado a su lado, me dediqué a acariciar su cuerpo buscando cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla y ya sumida en la pasión, Iv me rogó con la mirada que la tomara.

Azuzado por mis hormonas pensé en complacerla, pero cuando me coloqué sobre ella dispuesto a hacerlo, sus ojos llenos de miedo me informaron que no estaba lista.

«Necesita asimilar poco a poco que es una mujer», me dije y deseando que ese día fuera inolvidable para ella, reinicié mis caricias y besando su cuello, me fui deslizando rumbo a su sexo.

La pelirroja no pudo abstraerse de las sensaciones que amenazaban con colapsar su cuerpo y por ello al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos, rugió como una leona hambrienta:

― ¡Sé mi macho!

Dando por hecho que era la excitación quién hablaba, separé sus rodillas y me dispuse a atacar su sexo con mi lengua. Al apoderarme con la punta de su clítoris, Iv experimentó que su cuerpo entraba en ebullición y mordiéndose los labios se corrió chillando.

―Tranquila, preciosa. Todavía hay más― le dije encantado de haber ganado esa primera batalla, pero queriendo vencer la guerra y que esa mujer disfrutara de su sexualidad en el futuro, seguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que presa de una agitación sin par, forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.

«Está cachonda y esto está riquísimo», alborozado sentencié al saborear su coño en mis papilas.

Para la treintañera, cada uno de mis pasos era un descubrimiento y por eso permanecí lamiendo y mordisqueando ese manjar hasta que noté que mi partenaire sufría los embates de un nuevo orgasmo. Conociendo que era el primer placer que obtenía de un ser humano, quise maximizar su clímax y llevando una de mis manos hasta su pecho, se lo pellizqué.

Tal como preví, esa ruda caricia alargó su éxtasis y gimiendo de placer, buscó mi pene con sus manos.

― ¿Quieres que te haga mujer? ― murmuré en su oído sabedor que era lo que necesitaba.

Respondiendo de inmediato, la pelirroja me confirmó su deseo llevando mi glande a su excitado orificio. En cuanto sintió mi verga rozando los pliegues de su sexo, moviendo sus caderas me rogó que la tomara como la noche anterior había hecho con mis otras compañeras.

 ― ¡Tranquila! ― dulcemente respondí― Para ellas, no era su estreno.

Convencido que debía dejar un buen recuerdo, me entretuve torturando su clítoris con la cabeza de mi pene sin meterla.

― ¡Hazlo por favor! ― gimió descompuesta.

Decidí que era el momento y rompiendo su himen, introduje mi extensión en su interior. El dolor que sintió al perder su virginidad la hizo gritar y por eso esperé a que se acostumbrar a esa invasión. Pasaron apenas unos segundos porque, reponiéndose rápidamente, forzó mi penetración con un meneo de sus caderas y sin necesidad que tuviera que hacer nada, Iv volvió a correrse convirtiendo su sexo en un ardiente geiser.

Al hacerlo, su flujo facilitó las cosas y ya sin oposición, mi glande chocó con la pared de su vagina.

― ¡Me encanta! ― chilló.

Sus gritos no me engañaron y convencido de que podía hacerle daño si la penetraba con dureza, incrementé la suavidad con la que tomaba posesión de su conducto. La expresión beatífica de su rostro me advirtió [m1] de que mi ofensiva estaba siendo un éxito y eso me permitió, ir incrementando poco a poco mi ritmo.

El nuevo compás con el que mi verga machacaba su interior la llevó a un estado de locura e Iv, instintivamente, clavó sus uñas en mi trasero como el animal salvaje en que se había convertido.

 

Aguijoneado por la acción de sus garras en mis nalgas, la tomé de sus hombros y llevé al máximo la velocidad de mis embestidas mientras le decía:

― ¡Chilla si quieres porque no voy a parar!

Y es que, dominado por una lujuria sin igual, el ritmo que imprimí a mis caderas fue atroz y con cada penetración, mi víctima creyó que iba a morir mientras se retorcía de placer.

― ¡Siembra mi cuerpo! ― aulló al experimentar por enésima vez los embates del placer.

Asumiendo que ese grito era una muestra de rendición, decidí incrementar mi dominio sobre ella y tomando posesión con mis manos de sus tetas, las exprimí con dureza mientras me dejaba llevar llenando de mi simiente su interior.

Al notar mi eyaculación, se sintió plenamente mujer y no queriendo que eso terminara, aceleró el movimiento de sus caderas buscando con más ahínco renovar su placer. De forma que, durante casi un minuto, sentí como su cuerpo se estremecía con los últimos estertores de su gozo hasta que agotada, se echó a llorar.

― ¿Te he hecho daño? ― pregunté preocupado.

Pero entonces, con una sonrisa, Iv me miró diciendo:

― ¿Me he portado bien? Soy como dice María una zorra al querer que me ames otra vez.

Muerto de risa, contesté:

―Eres maravillosa ― y atrayéndola hacia mí, mordí suavemente el lóbulo de su oreja mientras le susurraba: ― y puedes pedirme que te haga el amor las veces que quieras…

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Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

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Sinopsis:

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.

Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières... sus sacerdotisas que también se consideran sus esposas.

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 [m1]

 

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