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Pillé a mi vecina recién divorciada y caliente FIN

en Hetero: Infidelidad

La alegría y armonía de la cena se prolongaron de camino a casa. Aun así, me quedó claro que las continuas bromas de Paloma y las exageradas risas de Bea eran una muestra del nerviosismo que cundía entre ellas. Por ello cuando acercándose a mí, María me pidió que mantuviera una actitud tranquila y que no forzara una rápida entrega de la embarazada, acepté.

        Supe también que había hablado con nuestra vecina cuando al entrar en el apartamento, sin que se lo tuviera que pedir y mientras yo me ocupaba de servir unas copas, Paloma puso una canción lenta y melosa en el equipo de música.

        Demostrando para que le habían servido los años de ballet clásico, María se quitó los zapatos y se puso a bailar en el salón.  Beatriz que desconocía esa faceta de mi esposa se quedó absorta siguiendo con su mirada el vaivén que imprimía a sus caderas. El suave ritmo de la música, lo pegado de su vestido y la sensualidad con la que se meneaba la tenían alucinada.

        ― ¿Verdad que es bella? ― Paloma susurró en su oído mientras la sacaba a bailar.

Incapaz de negarse, la joven embarazada la acompañó sin dejar de babear con el erotismo que manaba de María y muy a su pesar, se puso como un tomate cuando mi esposa le pidió ayuda para bajar la cremallera de su vestido.

Temblando como un flan, se la bajó mientras la música y su corazón se aceleraban al unísono.  Sintiéndose liberada María reinició el baile, pero convirtiéndolo en un descarado flirteo y mirando a la joven, lentamente fue bajándose la tela de sus hombros.

― ¡Dios! ¡Qué guapa eres! ― musitó al descubrir que los pechos de mi señora además de grandes eran tan duros que apenas se bamboleaban al bailar.

Mas afectada de lo que le hubiese gustado estar, sus pezones se erizaron bajo la ropa al ver que girándose María dejaba caer su vestido al suelo.

― ¿Qué tipazo tiene verdad? ― comentó Paloma al ver que la novia de su ex era incapaz de retirar su mirada del trasero de mi señora.

―Es increíble― respondió la joven al comprobar que a pesar de tener quince años más que ella, su cuerpo no tenía ni una gota de grasa.

Siguiendo la canción, María se quitó el tanga tras lo cual girando hacía ella con los brazos bajados, lució su cuerpo totalmente desnudo.

― ¡Estás depilada! ― no pudo dejar de exclamar al comprobar que nada le estorbaba la completa visión de su sexo.

Riendo y con una mirada pícara en sus ojos, mi esposa se fue acercando a ella en plan pantera. La sexualidad que emanaba la envolvió y ya presa de la lujuria, suspiró al sentir que sonriendo la empezaba a acariciar. Paloma no quiso perder la oportunidad y uniéndose a María, comenzó a besar a la joven mientras ella me miraba pidiendo ayuda.

―Relájate y disfruta― susurré observando desde lejos la escena.

Estar al margen me permitió admirar la belleza de los germinados pechos de la rubia, cuyo escueto vestido no lograba ocultar.

―Tranquila preciosa, no muerden― insistí mintiendo descaradamente porque si algo tenía claro es que alguna de esas dos pronto andaría mordisqueando esos monumentos.

 Coordinando sus ataques, María cerró su boca con un beso mientras Paloma deslizaba sus tirantes y liberando así sus pechos y los abultados pezones que los decoraban.

―Por favor― alcanzó a sollozar al sentir que los labios de mi esposa comenzaban a recorrer su cuello con dirección a sus pechos.

―Sois unas cabronas― protestó con un gemido al experimentar la respiración de las dos mujeres muy cerca de una de sus areolas.

Esta vez fui yo quien cerró su boca con un beso. Mi lengua se abrió paso entre sus labios, al mismo tiempo que mis manos se deshacían de su vestido. Las pocas defensas que todavía le quedaban desaparecieron cuando totalmente desnuda sintió las manos y los besos de los tres recorriendo su cuerpo.

―Quiero ser vuestra ― suspiró descompuesta casi llorando al verse dominada por una lujuria extrema.

―Lo serás, putita ― contestó Paloma mientras dejaba caer su ropa.

 Con el deseo latiendo en todas las células, Bea se dejó llevar a nuestro cuarto y posando sus labios en los de la morena, susurró:

―Me pone cachonda saber que eras la mujer de Juan.

Para mi sorpresa, la morena replicó mientras la tumbaba sobre las sábanas:

―A mí me ocurre algo parecido, estoy deseando que le pongas los cuernos conmigo y que luego te folle mi hombre.

Haciéndose la indignada, María se unió a ellas diciendo:

― ¿Y yo qué? También quiero probar a esta monada.

 Respondiendo a su queja, Bea se lanzó a sus brazos buscando sus besos mientras desde la puerta me permitía el lujo de ser testigo esa “tierna” escena.

―Seré de los tres― murmuró estrechándola contra su pecho.

Confirmando su interés con hechos, mi señora fue la primera en bajar por su cuello y comenzar a mamar de esos pechos con una determinación que me dejó acojonado. Los suspiros de la rubia no se hicieron esperar y mientras era objeto de los mimos de mis dos hembras, decidí intervenir.

Sorprendiendo a la joven, me deslicé entre sus piernas y separando los pliegues de su sexo, di un largo lametazo en el botón erecto que hallé escondido en los pliegues de su sexo.

― ¡Qué gozada! ― aulló al verse estimulada por todos lados.

Al igual que mi señora, Bea llevaba el coño depilado y gracias a ello, pude mordisquear su clítoris sin que nada me impidiera observar cómo su coño se iba anegando por momentos. Justo cuando iba a comenzar a introducirle dos dedos, Paloma me tomó la delantera y comenzó a follársela con sus yemas.

―Perra― gimió al sentirse desbordada.

Y no era para menos porque mientras la ex de su novio y yo jugábamos en su coño, María se dedicaba a mamar de sus pechos.

―Me corro― aulló la chavala al verse sacudida por el placer.

Sacando los dedos del coño, Paloma se lo prohibió diciendo:

―Todavía no lo hagas, quiero que nos corramos las tres a la vez.

Olvidando mi presencia, las tres se tumbaron en la cama y formando una especie de serpiente que se mordía la cola, puso su sexo al alcance de la boca de la rubia mientras buscaba el placer de mi esposa entre sus pliegues. María cerrando el círculo se dedicó a devorar la vulva de la recién incorporada.

 Recordando que ya dos veces esa monada se había escapado viva, decidí esperar antes de hacerla mía.

«Primero debe entregarse a ellas», pensé mientras en el apartamento se comenzaba a escuchar los suspiros de placer provenientes de sus gargantas.

―Cariño, Juan no te merece ― rugió nuestra vecina al sentir que la novia de su ex introducía una de sus yemas dentro de ella.

Bea se mostró encantada con la expresión de deseo que vio en la morena y sumando otro dedo, comenzó a follársela mientras era objeto del mismo tratamiento por parte de mi esposa. Los primeros síntomas de la cercanía de un orgasmo alertaron a Paloma y comprendiendo que tenía que hacer algo para que María las alcanzara mordisqueó con dureza su clítoris, consiguiendo que de inmediato se le llenara la boca de flujo.

 ―Guarra, ¡me encanta! ― chilló esta con alegría.

Admitiendo que no era mi momento, pero no pudiendo permanecer al margen, me dediqué a jugar con ellas, exigiendo a la que veía más caliente que se calmara mientras que azuzaba a acelerar las caricias sobre la veía más fría. De forma que, al cabo de unos minutos, comprendí que las tres estaban a punto y usando un tono autoritario, ordené a las tres que se corrieran. 

Nunca creí que me obedecieran y aunque parezca cosa de fábula, esas tres bellezas retorciéndose sobre las sábanas fueron presas de un gigantesco orgasmo.

―No me lo puedo creer― exclamé cabreado al ver que seguían ignorándome y que no contentas con el placer que habían compartido, las tres habían intercambiado de pareja de juegos y se habían lanzado sobre la que antes le había devorado el coño.

 Al ver que se volvían a sumergir en la pasión, decidí que era mi turno y separando a Bea, la preparé para ser la primera que follaría esa noche. De inmediato, María protestó diciendo que todavía ella no había sentido la lengua de nuestra nueva adquisición. Descojonado observé que la embarazada asentía con la cabeza y muerto de risa, la cogí de su melena llevando su cara entre los muslos de mi insatisfecha esposa.

―Gracias― respondió esta al experimentar que se reanudaban las caricias de la rubia.

 Aprovechando que la tenía a cuatro patas y sin pedirle su opinión, comencé a jugar con mi pene en el coño de joven preñada.

―Fóllatela― viendo mis intenciones me azuzó Paloma.

No hizo falta que me lo pidiera dos veces y lentamente fui introduciendo mi glande en su interior. Producto de su embarazo y a pesar de la humedad que lo anegaba, su conducto era tan estrecho que me costó entrar.

―Rómpeme― gimió descompuesta al sentir que ya tenía embutido la mitad de mi pene.

La presión que ejercía su coño me encantó e incrementando la fuerza de mis caderas sumergí centímetro a centímetro el resto.  

―Esto si es un pene― chilló al saberse llena.

Sus palabras nos revelaron la insatisfacción que sentía con su actual pareja y no queriendo pecar de indiscreto, me quedé callado. Paloma a ver mi cara se echó a reír y en voz baja, me explicó que el miembro de su ex era más bien escaso.

        ― ¿Eso es cierto? ― pregunté.

Colorada y casi llorando, la aludida confirmó que Juan no estaba bien dotado y que encima era un mal amante.

Soltando una carcajada, respondí:

―Niña, eso no es el fin del mundo. Cada vez que necesites un buen pollazo, nos llamas.

Tras lo cual, y viendo en el rostro de la cría se iluminaba con una sonrisa, le pregunté si estaba lista para que la hiciera mía.

―Ya soy tuya― rugió descompuesta respondió mientras sin pensar en las consecuencias se echaba para atrás empalándose.

Esperando a que se acostumbrara a la invasión me quedé quieto, pero ella obviando el dolor que estaba sintiendo se comenzó a mover sin esperar. Gracias a lo caliente que mis mujeres la habían puesto, sus berridos no se hicieron esperar y mientras Paloma se lanzaba a mamar de sus pechos, Bea me incitó diciendo:

― ¡Fóllame como la puta que soy!

La voz de la embarazada estaba teñida de una inmensa excitación y al percatarme del riachuelo de flujo que caía por mis muslos, la cogí de la cadera incrementando la velocidad de mis incursiones.

  ― ¡Muévete! ¡Guarra! ― exigí.

Mi insulto la enervó, pero aún más sentir mi extensión chocando con la pared de su vagina y poco habituada a un miembro en condiciones, se volvió loca y aullando como posesa, me rogó que continuara.

―Te gusta, ¿verdad zorra? ― pregunté notando que el placer la iba conquistando poco a poco.

Para entonces la humedad de la chavala era completa y tras anegar su coño, se desbordó haciendo que con cada penetración salpicara a su alrededor. Con mis muslos empapados, observé que María y Paloma incrementaban la presión sobre nuestra nueva amante mordisqueando sus pezones mientras la joven era pasto del fuego de un gigantesco orgasmo.

― ¡Necesito sentir esto! ― gritó.

Su chillido azuzó mi calentura al comprender que se refería al tamaño de mi sexo y exprimiendo uno de sus pechos entre mis dedos, hice brotar un hilillo de líquido blanco.

― ¡Tiene leche! ― gritó mi mujer al verlo y antes de que Paloma pudiese arrebatarle el puesto, se lanzó en picado a mamar de él.

Nuestra amada vecina reaccionó apoderándose del otro y pegando un grito de alegría, me informó que también de ese seno manaba ese manjar. Beatriz al notarse ordeñada se vio golpeada por el placer y sin dejar de mover sus caderas, se corrió dando chillidos.

La virulencia de su orgasmo se iba incrementando por momentos y con todas sus neuronas amenazando con achicharrarse de tanto placer, me rogó que la acompañara. Su petición provocó que me dejara llevar y que explotara derramando mi simiente en su útero ya germinado. Ella al sentirlo no dejó de exprimir mi sexo hasta que, con mis huevos ya vacíos, caí totalmente agotado sobre ella.

Las otras dos que habían mantenido en un discreto segundo plano, se abrazaron a nosotros mientras pensaban en lo mucho que le debían al idiota de Juan por haberse vuelto solo a Madrid, dejándonos a esa preciosidad.

 

Epílogo

Hace ya mas de cuatro meses que volvimos del verano. En este tiempo, los sucesos se han desencadenado a una velocidad de órdago dando al traste con la vida que llevábamos antes.

Bea no solo dio a luz una monada de crio al que contra la opinión del padre le puso mi nombre, sino que abandonó a Juan y para terminar de sellar la desgracia de su antigua pareja, junto con Paloma, se mudó a vivir con nosotros.

        Durante unas semanas, tuvimos las normales tiranteces mientras nos acostumbrábamos a vivir tantos en la misma casa. Ahora lo único malo es que nos vamos a ver obligados a abandonar el piso en que llevamos doce años y la razón no es otra que, en pocos meses, no vamos a caber en él, ya que el puñetero destino ha creído pertinente que aumente nuestra peculiar familia.

María y Paloma, contra todo pronóstico, ¡se han quedado embarazadas!…

Fin

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