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Doce noches, dos mujeres y una isla desierta 8

en Grandes Relatos

Capítulo 10

La voracidad de esa mujer descubriendo su sexualidad me dejó agotado. Durante dos horas Iv me exigió que la amara buscando reponer los años que había perdido en esa isla sin mostrar ningún síntoma de cansancio.

―Necesito descansar― tuve que rogar en un momento dado al ver que la francesa no cejaba en su empeño de usarme para investigar esas sensaciones que había visto florecer a mi lado.

―Con tus amiguitas estuviste toda la noche― protestó un tanto celosa.

Riendo, contesté:

―No ves que, cuando yo no podía más, me dejaban respirar y se amaban entre ellas.

Mi respuesta le hizo caer en la cuenta de que apenas conocía unas pocas facetas del sexo y pensando quizás que le quedaba mucho que aprender, me preguntó si sería bienvenida entre ellas. No tuvo que decir nada más y asumiendo que lo que realmente quería saber era si esas dos iban a aceptarla en la cama, respondí en plan jocoso:

―Estoy seguro de que ese par de putas te recibirán con las piernas abiertas.

―No entiendo― replicó con cara de asco: ― ¿Qué quiere decir que se abrirán de piernas? ¿Se harán pis encima mío?

Aluciné al oírla. Alejada del resto de la humanidad, Iv todo lo que sabía lo había aprendido al observar a los animales y a buen seguro, había visto como marcaban su territorio por medio del orín.

 Y si a eso le unía que no había tenido oportunidad de aprender el argot ni a captar el doble sentido, comprendí que debía aclarárselo. Por eso muerto de risa, le expliqué que eso no era un comportamiento habitual entre personas civilizadas y que lo que había querido decir es que no dudarían en amarla.

Sin dar su brazo a torcer, insistió en qué tenía que ver con recibirla con las piernas abiertas. A lo cual, contesté:

― ¿Recuerdas que, antes de poseerte, me dediqué a lamer tu sexo?

― Sí― replicó.

Descojonado al percatarme que seguía sin entender, la pregunté:

― ¿Cómo tenías las piernas?

        Al visualizar en su mente la imagen, se puso colorada y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me soltó:

― Entonces, lo normal cuando dos mujeres se conocen ¿es que una le coma el chocho a la otra?

Semejante burrada me volvió a hacer reír, incrementando la turbación en la pelirroja y pensando que tal como me había alertado ella misma era difícil que conociera a otras mujeres porque nadie nos iba a rescatar, decidí no sacarla del error pensando en las caras de mi prima y de su amiga cuando al presentarlas, la francesa se arrodillara ante ellas e intentara cumplir con ese formalismo y buscando una excusa para mis risas, le dije si tan difícil le resultaría hacerlo.

― No― contestó― pero lo que no sé es si las conozco juntas a quien debo saludar primero.

― Da lo mismo― respondí y despelotado en mi interior por la sorpresa que se llevarían, comenté a la francesa que debía ir en su busca para que no se preocuparan.

― Te acompaño para que no te pierdas― me replicó haciéndome saber que como no se fiaba de mí esa mañana me había dado un rodeo para llegar a su campamento.

Dando por supuesto que tenía razón, dejé que me guiara a través de la selva porque, al no tener que centrarme en buscar el camino, podía usar ese tiempo en pensar como les iba a contar a mi prima y a su amiga las pocas posibilidades que teníamos de ser rescatados.

Realmente tuve poco tiempo para hacerlo porque apenas había pasado cinco minutos cuando llegamos al estanque donde las había dejado.

«Será cabrona, ¡estábamos al lado!», pensé sintiéndome un inútil por no haberme dado cuenta de la vuelta que me había hecho dar hasta llegar a su choza.

María fue la primera en advertir nuestra llegada y dando un grito, se acercó corriendo:

―Estábamos preocupadas, no sabíamos dónde habías ido o si te había pasado algo― me recriminó sin saludar a la pelirroja.

Desconociendo una que era broma y la otra lo que tenía preparado, las presenté. Mi prima, queriendo ser educada, besó a Iv en la mejilla. En cambio, la francesa creyendo a pies juntillas que era lo correcto, se arrodilló ante ella y antes que pudiese reaccionar, le dio un largo lametazo en todo su coño.

La cara de sorpresa de María me hizo descojonar y más cuando viendo que no se movía, Iv supuso que no había sido suficiente, se puso a comérselo con gran diligencia.

Para entonces, Rocío había llegado a nuestro lado y miraba totalmente alucinada a la recién llegada devorando el chocho de su amiga mientras esta no sabía qué hacer ni cómo actuar. Al explicarle al oído lo que ocurría, sonrió y sin que yo se lo tuviera que pedir, se agachó detrás de la pelirroja y acercando la boca a su sexo, se puso a imitarla.

Al sentir la lengua de la morena jugando en su entrepierna, Iv asumió que era lo habitual y prosiguió mamando el coño de mi prima con mayor determinación.

La escena me pareció tan excitante como divertida y más cuando estimulada por el trato del que estaba siendo objeto, María comenzó a gemir llena de placer.

―Veo que os vais a llevar bien entre vosotras― comenté muerto de risa al comprobar que las tres se lo estaban pasando en grande.

Mi prima, la única que no tenía la boca ocupada en otros menesteres, contestó:

―No sé cómo lo has hecho, pero te tengo que reconocer que no me importa.

A carcajada limpia, expliqué en voz alta que, aprovechando un malentendido, les había preparado una broma. La pelirroja al escuchar que le había tomado el pelo, separó su boca del coño de María e intentó protestar, pero ésta presionando con las manos su cabeza la obligó a seguir mientras le decía:

―Ya tendremos tiempo de vengarnos, pero ahora sigue chupando que me está encantando.

Iv debía de estar sintiendo algo parecido porque no solo no se quejó, sino que reinició sus caricias con mayor intensidad que antes mientras no paraba de presionar con sus caderas contra la cara de Rocío en un intento de forzar su contacto. Testigo de piedra de ese peculiar tren de pasión, me quedé viendo cómo se incrementaba la calentura de las tres.

«Creo que María será la primera en correrse», sentencié al comprobar que el sudor ya recorría sus pechos.

Mi previsión resultó errónea porque, justo en ese instante, la pelirroja pegando un chillido colapsó.

«¡Joder!», exclamé para mí impresionado al ver que, con la respiración entrecortada, temblaba de placer.

Rocío, al escuchar el rotundo orgasmo que había provocado en la recién llegada, aceleró las incursiones de su lengua y usándola a modo de cuchara, se puso a recoger el néctar que brotaba sin parar del interior de la francesa. Mi prima, por su parte, al notar que su atacante había cesado en sus caricias, se lanzó sobre ella y cogiendo sus pecosos pechos entre sus labios, comenzó a mamar de ellos con desesperación.

Esa sobreestimulación alargó y profundizó mas si cabe el orgasmo de Iv, la cual incapaz de soportar tanto placer comenzó a lanzar alaridos.

«Parece que la estuvieran matando», me dije sobresaltado por el volumen de sus gritos.

En cambio, para mi prima esos chillidos resultaron un acicate para incrementar sus caricias y ya sin disimulo se puso a morder con saña los pezones de la mujer, exigiendo a su amiga que se la follara con los dedos en plan salvaje.

En un primer momento Rocío la hizo caso, pero tras pensárselo mejor, obligó a la francesa a abrir las piernas y llamándome a su lado, me azuzó a colaborar con ellas dos diciendo:

―Esta zorra necesita un buen polvo.

No me lo tuvo que repetir y aprovechando que mi pene lucía una dolorosa erección, separando sus muslos, hundí mi estoque por completo en su interior de un solo arreón.

― ¡Mon Dieu! ― aulló en su lengua materna al sentir la brutal intrusión de mi miembro entre sus pliegues, pero no por ello hizo ningún intento de separarse.

Aprovechando su entrega, comencé a machacar sin piedad con rápidas cuchilladas el coño de Iv mientras mis dos compañeras torturaban sus pechos. Esa triple agresión demolió sus defensas y totalmente indefensa, unió un clímax con el siguiente rompiendo con sus gritos la paz de ese paraíso.

― ¡Demuéstrale de lo que es capaz nuestro macho! ― exclamó con la cara descompuesta mi prima mientras retorcía cruelmente los pezones de nuestra víctima.

Rocío no quiso ser menos y llevando su boca hasta los labios de la pelirroja, le dio un severo mordisco mientras me decía:

―Preña a esta puta.

Su exabrupto me hizo comprender que aislada en ese atolón y al contrario que mis otras dos compañeras, era imposible que llevara un Diu por lo que era muy probable que se quedara embarazada si descargaba dentro de ella. Curiosamente eso lejos de cortarme, me excitó y conscientemente, busqué con mayor ahínco derramar mi simiente en su fértil vientre.

Para Iv, después de tantos años sola, la idea de ser madre debió de ser cautivante porque, moviendo sus caderas y con lágrimas en los ojos, me pidió que la hiciera un bebé. La dulzura de su mirada fue el empujón que necesitaba para dejarme llevar y con bruscas detonaciones, exploté dentro de ella inundando con mi semen su vagina.

Ella al sentir mis descargas se desmoronó y mientras su cuerpo era zarandeado por otro brutal orgasmo, comenzó a darme las gracias llorando y jurando que sería mía toda la vida.

 Contra todo pronóstico, la entrega de la pelirroja hizo aflorar en mi prima unos sentimientos que llevaba ocultando desde que tomé posesión de ella y buscando mis besos me informó que, para ella, yo era su marido y que, aunque nos rescataran, quería seguir siendo mi mujer.

La confesión de María me dejó sin palabras, pero lo que realmente me impactó fue ver que su amiga también estaba llorando. Al sentir mi mirada, Rocío sonrió y dando un paso que nunca pensó en dar, me dijo:

―Yo fui la primera en ser tuya y desde que me tomaste, supe que jamás podría dejarte. También yo soy tu mujer.

Os juro que no sabía ni qué decir, de golpe y porrazo, esas tres bellezas se me habían declarado y jurado fidelidad eterna. Aunque por el aquel entonces tenía solo veinte años, tomé mi primera decisión madura al contestar:

―Tampoco me imagino mi vida sin todas vosotras.

María, Rocío e Iv recibieron mis palabras con alegría y pegándose como lapas a mí, me colmaron de besos mientras rozaban sus cuerpos desnudos contra el mío. Al comprobar sus intenciones, las comenté que la francesa en su choza tenía un colchón y si no preferían seguir esa conversación allí.

Muerta de risa, mi prima contestó:

―Espero que sus muelles aguanten el peso tres zorras violándote… porque no creas que nos hemos olvidado de tu broma.

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Continuará

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Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

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