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Compañera decente se desata en la universidad 4

en Dominación

5

Para los que no hayáis seguido las andanzas de Doña Mercedes, os voy a resumir lo sucedido hasta ahora. Esa mujer, con fama de estricta profesora de universidad, resultó ser una puta descarada a la que no le importó que yo fuera su alumno y tras varios meses tonteando, durante un viaje de estudios, se acostó conmigo.

El problema surgió cuando mi compañera Irene nos pilló follando en la ducha y decidió aprovecharse de la situación y convertir a esa cuarentona en su “dama de compañía”.

El miedo a perder su trabajo, pero sobre todo a que todo el mundo se enterara de su desliz, hizo que esa rubia cediera a las exigencias de su alumna y por eso fui testigo del modo en el que se sometió.

En un principio, pensé que jamás doña Mercedes aceptaría un papel tan humillante, pero al comprobar mi equivocación, solo pensaba en participar en su adiestramiento. Desgraciadamente, Irene tenía otras intenciones. Enamorada de mí, decidió esa tarde que usaría su nuevo poder para castigar mi desplante. Con toda la mala leche del mundo, me permitió observar como la rubia le comía el coño para una vez caliente como una moto, cerrarme la puerta en las narices y disfrutar ella sola de esa cuarentona.

Todavía recuerdo como si fuera ayer que durante toda la noche tuve que escuchar los gritos de placer de esas dos mujeres mientras en la habitación de al lado, yo me tenía que conformar con liberar mi tensión a base de pajas. Por eso y aunque no había podido casi dormir, al día siguiente me levanté temprano para intentar participar en esa fiesta:

        Llevaba despierto una hora, cuando vi salir a doña Mercedes del cuarto que compartía con Irene. Curiosamente se la veía feliz y a pesar de que seguía desnuda, no le importó.

Aun así, me sorprendió que, acercándose a donde yo estaba tomándome un café, me dijera:

―Gonzalo, mi dueña quiere hablar contigo.

Como podréis suponer, me quedé de piedra al escuchar el apelativo con el que había nombrado a mi compañera. Sin ningún pudor esa mujer había aceptado su completa sumisión e incluso se mostraba contenta de su nuevo estado. Por eso, no me tuvo que repetir el deseo de su ama y siguiéndola a través del refugio donde estábamos, pasé a la habitación. Al entrar me extrañó no verla, pero entonces, mi profesora me señaló el baño. Sin saber a qué atenerme, vi como la cuarentona pedía permiso para entrar y habiéndolo obtenido, pasaba dentro.

Nuevamente me quedé helado al encontrarme a Irene tomando un baño de espuma, pero más al observar a doña Mercedes arrodillándose a su lado. Os juro que solo con eso, yo ya estaba excitado pero el morbo se incrementó al ser testigo de cómo esa mujer empezaba a enjabonar a la muchacha. Me imagino que adivinó por mi cara mi calentura, pero sin hacer mención alguna a la misma, sonrió mientras me preguntaba qué tal había dormido.

―Mal― respondí: – Me resultó difícil dormir con los gritos que dabais.

 ―Me imagino― contestó muerta de risa.

Mirándome a los ojos, se levantó y exigió a la que era su teórica superior que cogiera el mango de la ducha y la aclarara. Tras lo cual se exhibió ante mí demostrándome a las claras lo que me había perdido. Sé que lo hizo para molestarme, pero tengo que reconocer que no solo me dio igual, sino que disfruté al verla desnuda.

Dotada por la naturaleza de dos pechos alucinantes, nunca me imaginé que esa empollona tuviera también un culo de ensueño y menos que con semejante desparpajo se comportara así.

Sabedora del efecto que su cuerpo estaba teniendo bajo mi pantalón, Irene poniendo cara de putón verbenero pidió a su nueva sirvienta que apuntara con el chorro a su entrepierna. La rubia obedeció de inmediato, dejándome disfrutar de la visión de su coño. Exquisitamente depilado, su pubis me pareció todavía más atrayente que la noche anterior y ya dominado por la calentura, no pude más que con la boca abierta, disfrutar de cómo mi profesora una vez había quitado el jabón de ese primor de sexo, le pedía por favor a su dueña que se diera la vuelta.

La puñetera cría se rio y girándose sobre la bañera, me dio la espalda.

Si ya estaba a mil por hora, ver esas dos nalgas y a la cuarentona separándolas para acto seguido limpiarlas con esmero, fue algo superior a mis fuerzas y con voz entrecortada por la excitación, pregunté qué era lo que quería de mí. Irene soltó una carcajada al escucharme y con un tono meloso, respondió:

―He decidido perdonarte y que me ayudes a adiestrar a mi esclava.

Aunque eso era mi deseo, su cara de satisfacción me alertó de que tenía trampa y por eso, mientras babeaba mirando su anatomía, contesté:

―Exactamente, ¿Cuál va a ser mi papel?

La puta de mi compañera, antes de contestarme, ordenó a nuestra profesora que le acercara una toalla y mientras obedecía, salió de la ducha y totalmente en pelotas, esperó a que se la trajera. Una vez en medio del baño y como si fuera su criada, le exigió que la secara tras lo cual, se dirigió a mí diciendo:

―Gonzalo, como comprenderás pienso sacar partido y por ello, desde hoy y hasta que yo decida para todos los demás serás mi novio. Llevo mucho tiempo esperando que me lo pidas y ya que has cometido este error, será una forma en la que me compenses.

―Estoy de acuerdo― respondí más alterado de lo que quería demostrar porque en ese momento, la cuarentona estaba secándole los pechos y descubrí que tenía los pezones duros: ― ¿Qué otra cosa quieres?

―Serás mi amante, me follarás donde y cuando yo diga….

―No hay problema― interrumpí mientras mi pene se revolvía inquieto bajo la bragueta.

―Esta zorra necesita adiestramiento y ha aceptado que tanto tú como yo seamos sus dueños.

Sin llegarme a creer todavía mi suerte, decidí comprobar hasta donde llegaba mi función y cogiendo a Doña Mercedes de la melena, llevé su cara hasta la entrepierna de mi compañera, diciendo:

―Límpiale el chocho. ¡Ha quedado espuma!

A Irene le divirtió que mi primera orden fuera esa y separando las rodillas, puso al alcance de la boca de esa mujer su coño. La rubia comprendió lo que querían sus amos y sacando la lengua, comenzó a recorrer con ella los pliegues de su dueña. Valorando su estricta obediencia, me permití soltarle una nalgada y volviendo a la conversación, seguí preguntando sobre el papel que tenía que desempeñar:

―Según entiendo, tú decides respecto a todo lo concerniente a nuestra relación, pero yo soy libre de usar a esta zorra.

―Así es. Podrás tirártela como y cuando quieras, pero deberás esperar mis órdenes en todo lo que respecta a mí.

No me costó intuir que la cría se estaba viendo afectada por la comida que la profesora le estaba dando al comprobar que le costaba mantenerse de pie. Aprovechando eso, decidí sacar partido y tanteando el terreno, pregunté:

― ¿No sería mejor que esta guarra siguiera comiéndote el coño en la cama?

―Tienes razón― contestó aliviada tras lo cual salió del baño y se tumbó sobre las sabanas.

Doña Mercedes la siguió y sumisamente, esperó a que le confirmara que podía seguir para agachándose entre sus piernas, volver a lamer su sexo.  Sin pedir su permiso, me despojé de mi ropa y subiéndome a la cama, me puse detrás de la profesora.

―Una última pregunta, ¿podré hacer uso de nuestra esclava mientras tú también lo haces?

La cría que no era tonta comprendió a la primera cuales eran mis verdaderas intenciones y soltando una carcajada, me respondió:

―Fóllatela

Para entonces, Doña Mercedes ya se había apoderado del clítoris de mi amiga y mordisqueando dicho botón había conseguido sacar los primeros gemidos de su garganta. Contando con su autorización, cogí mi pene y colocándolo en el coño de la cuarentona, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. No me resultó extraño encontrárlo encharcado por lo que sin esperar a que se acostumbrara empecé a cabalgarla mientras le ordenaba que usara sus dedos para dar placer a mi compañera.

La rubia quizás estimulada por sentir mi miembro en su interior pegó un grito y con mayor énfasis, reanudó la comida de coño introduciendo un par yemas en el sexo de la chavala.

― ¡Me encanta ver cómo te la follas! ― aulló Irene, satisfecha del tratamiento de su esclava y sin cortarse en absoluto, se pellizcó los pezones mientras me pedía que quería observar otra vez como azotaba el culo de nuestra profesora.

No tardé en complacer su deseo y con un sonoro azote, azucé el ritmo de la cuarentona. Esta al sentir mi dulce caricia en su nalga, aceleró el roce de su lengua sobre el sexo de la muchacha. El chapoteo de mi pene al entrar y salir del chocho de nuestra victima me convenció de que esa mujer estaba disfrutando del duro trato y soltándole otra nalgada, le prohibí correrse antes que su dueña.

―No lo haré, ¡Amo! ―chilló dominada por la pasión la, en otra hora, adusta catedrática.

El rostro de mi amiga me reveló que no iba a tardar en tener un orgasmo por lo que aceleré el compás de mis penetraciones para intentar que la zorra que me estaba follando fallara. Deseaba ver cuál sería el castigo que Irene le impondría y por eso, con mayor rapidez, acuchillé su interior con mi estoque. Desgraciadamente, mi amiga no pudo más y soltando un berrido se corrió sobre las sabanas por lo que tuve que esperar para disfrutar de esa chavala en el papel de estricta amazona. Doña Mercedes al saborear el éxtasis de su dueña, recogió con su lengua el flujo que brotaba de su sexo y al hacerlo prolongó el mismo.

La morena dominada por las sensaciones y deseando más, separó de un empujón a la profesora y a voz en grito, me pidió que me tumbara. Con mi pene tieso, obedecí y nada más poner mi espalda contra el colchón, escuché que me decía:

― ¿Qué prefieres? ¿Qué te la mame? O ¿qué te folle?

Estaba deseando ambas, pero viendo el sudor que ya recorría los pechos de mi compañera, le contesté que ser follado. Mi respuesta debió complacerla porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, se abalanzó sobre mí y poniéndose a horcajadas, se empaló lentamente. La lentitud con la que se introdujo mi miembro en su interior me permitió sentir como mi glande se abría camino entre sus pliegues y como su estrecho conducto, parecía estar hecho a medida de mi pene.

― ¡Qué gozada! ― aulló al notar que la rellenaba por completo y que la cabeza de mi verga chocaba con la pared de su vagina.

Fue entonces cuando con la cara descompuesta, Doña Mercedes invadida por una excitación hasta entonces desconocida, le pidió permiso para chuparle los pechos. Al oír que se lo otorgaba, se lanzó sobre ellos, pero antes dijo con tono descompuesto:

―Ama, demuéstrele quién manda.

Sus palabras fueron el inicio del galope de Irene que usándome como montura, empleó mi pene como si de un consolador se tratara.  Izando y bajando sus caderas, dio inicio a un rápido mete―saca donde mi única función era poner mi polla a su disposición. Sin dejarme siquiera tocarle las tetas, mi compañera buscó nuevamente su placer importándole un comino mi opinión, mi función era ser usado y eso era exactamente lo que hacía.

Mi frustración se fue acumulando a pasos agigantados. Me apetecía solo morder esos pezones que veía rebotar arriba y abajo sino acariciar con mis manos el culo duro de esa muchacha. Ver que mi profesora se adueñaba con su boca de “MIS” aureolas fue el colmo y ya totalmente dominado por la pasión, pegando un grito la quité de en medio y cogiendo entre mis brazos a mi compañera, la posé de espaldas contra la cama.

En vez de quejarse, Irene me sonrió y abrazando mis caderas con sus piernas, presionó mi penetración mientras me decía:

― ¡Ya te estabas tardando!

La confirmación de que esa cría deseaba ser amada y no solo follada, vino cuando poniendo un puchero, dijo:

― ¿No vas a besar a tu novia?

Sin darle tiempo a arrepentirse, junté nuestras bocas y forzando sus labios con mi lengua, besé por vez primera a esa muchacha. Irene respondió con pasión a mi caricia y restregándose contra mí, me imploró que la tomara. Ni que decir tiene que le hice caso y cogiendo en mi boca uno de sus pezones, empecé nuevamente a penetrarla con mi estoque. La morena al sentir mis dientes  mordisqueando sus rosadas aureolas y a mi pene solazándose en su interior, berreó de placer y sin poder retrasarlo se corrió sonoramente. Yo al sentir su placer deslizándose por mis piernas, aceleré el lento trote y poco a poco fui dotando a mi cuerpo de una mayor velocidad.

― ¡Como deseaba sentirme tuya! ― chilló satisfecha mientras su cuerpo unía un orgasmo con el siguiente.

La entrega de la muchacha fustigó mi marcha y llevando mi ritmo a unos extremos brutales, acuchillé su interior sin parar. Si ya estaba de sobra estimulado, bramé como un toro al ver a mi profesora en un rincón masturbándose e incapaz ya de parar, busque liberar mi tensión vía placer. La tremenda eyaculación con la que sembré su fértil útero, se derramó y saliendo por los bordes de su sexo, empapó con su blanca simiente no solo las piernas de la cría sino las sábanas.

Habiendo satisfecho mis necesidades, me dejé caer sobre Irene, la cual me recibió con los brazos abiertos y así desnudos y unidos descansamos durante un rato. Estaba todavía besando a mi recién estrenada novia cuando oí que nuestra profesora pedía permiso para hablar. Al otorgárselo Irene, la rubia bajando la cabeza, le susurró:

―Ama, me tiene que castigar.

Descojonada, mi amiga preguntó la razón.

―He aprovechado que estaban ustedes follando para masturbarme viéndolos.

― ¿Por qué lo has hecho?

Casi llorando, la rubia se arrodilló e incapaz de mirarnos, respondió:

―Me excita ver al amo Gonzalo poseyéndola.

Muerta de risa por cómo había cambiado esa mujer, le preguntó mientras me guiñaba un ojo:

― ¿Te gustaría que me volviera a tomar?

Con los ojos inyectados de deseo, respondió que sí. Al oír Irene su respuesta, la arrastró de los pelos y pegando su cara a mi miembro, le exigió que lo reanimara diciendo:

―Si quieres verlo, ¡trabaja! ¡Puta!

La cuarentona sonrió al escuchar esa orden y cogiendo mi pene entre sus manos, contestó:

―Será un placer, querida Ama.

-----------------------continuará-------------------------------

Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

Y NUEVAMENTE, os informo que he publicado, en AMAZON, UNA NUEVA NOVELA TOTALMENTE INÉDITA. SE LLAMA:

“HERENCIA ENVENENADA”

Sinopsis:

No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño.   Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.

O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras.    

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