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Tarde de Primavera Halloween: Manolo

en Amor filial

  • Sí cariño. Vale, perfecto. No te preocupes. Sí, ya te dije que intentaría estar pronto, ya estoy llegando. Entro en el garaje, se irá la cobertura, te dejo. Que vaya bien. Un beso, te quiero.

 

Manolo colgó el teléfono y lo tiró en el asiento vacío del copiloto mientras bajaba la rampa y maniobraba para dejar el coche en su plaza. Una vez aparcado, salió, cerrándolo tras de sí, y subió de nuevo, esta vez a pie, al exterior, cruzando la acera camino de su portal. Pese a la noche, las calles estaban animadas, grupos de críos y no tan críos se veían por todas partes. Vestidos como espantajos. Manolo suspiró. Puto Halloween. Cuando él era chaval nadie sabía siquiera qué era eso, y ahora no había un portal sin su calabaza de plástico naranja iluminada, un montón de harapos y telarañas de spray comprados en el chino, y su montón de niños pidiendo golosinas. Hasta su hijo menor, Javi, se había apuntado a la absurda tradición.

 

Entró en el portal y subió en el ascensor. A ver, tampoco pretendía despertar a los críos temprano al día siguiente para ir a misa de difuntos y llevar flores al cementerio, como hacían sus abuelos ¿Pero era necesario importar una chorrada así de un día para otro? Suspiró de nuevo. Que carca se sentía a veces.

 

Conforme abría la puerta de su apartamento, de todos modos, empezó a sentirse mejor, menos enfurruñado. Estaba cansado de la oficina. Y el día festivo era el día festivo. 

 

  • ¡Ya estoy en casa! -pregonó dejando las llaves en la entrada y cerrando la puerta-

  • ¡Vaale! -Oyó el grito de su hija ahogado tras la puerta cerrada de su habitación, junto con la voz de otra chica y música de fondo-

 

Fenómeno, se felicitó. Carmen se estaba ocupando del crío, y Rebeca había traído a casa a dormir a la amiga, así que no le molestarían. Fué a la nevera y sacó una lata de cerveza fría, se la llevó al salón, la abrió, y se recostó en el sofá. Cogió el mando de la tele con la otra mano, la encendió, y dio un largo trago mientras se descalzaba, quitándose cada uno de los zapatos empujándolo con el pie contrario. Después subió los pies, cómodamente descalzos, a la mesita de café. Qué gustazo, joder, después de toda la semana de curro. El rey del castillo, sí señor.

 

Manolo había aprendido a apreciar esos momentos, que no por sencillos abundaban, por desgracia, en su vida habitual. Zapeó, despreocupado, disfrutando más del confort del sofá, los pies cansados, al fin descalzos, y la cerveza fría, que del contenido de la televisión.

 

A su espalda, desde la puerta, se oyó la voz de Rebeca

 

  • Papi, nos vamos por ahí Sandra y yo a tomar algo -se oyó de repente decir a Rebeca de pasada por detrás-

  • Está bien, cielo -dijo Manolo distraído, apenas girándose a mirarla- diviértete, y sobretodo lleva cuid... ¡¡¡Cof!!!¡¡¡Cof!!! -Manolo tosió un trago de cerveza al verla, llevándose el dorso de la mano a la boca para tapársela, y abrió los ojos como platos- ¿¿Pero cómo puñetas vais vestidas??

 

Rebeca iba con una cortísima camisetita blanca, casi un top ajustado, pero enseñando todo su plano vientre hasta prácticamente su monte de venus, rematado por unos leggins también blancos de tiro muy bajo. Eran auténticamente como una segunda piel, ciñéndose a su pequeño y prieto traserito y sus ingles sin dejar absolutamente nada a la imaginación. Incluso la silueta de su brevísimo tanga se marcaba bajo ellos, al menos en la parte en la que podía, porque las estrechas tiritas del mismo se elevaban sobre él, bien a la vista, por encima de sus estrechas caderas. Una gargantilla, dos coletas y demasiado maquillaje para su edad remataban su look en el busto, y unas llamativas zapatillas blancas de enorme plataforma hacían lo propio en sus pies. Con dos tiras finas, como de mochila, llevaba unas pequeñas alitas a la espalda, y en su coronilla, elevado con un fino alambre sujeto a una diadema, un halo de guirnalda dorada.

 

A su lado, divertida por su reacción, tapando una sonrisa traviesa, estaba su amiga Sandra. Ambas se conocían desde pequeñas y no era infrecuente verla por casa, aunque no de esa guisa. Subida a unas plataformas con taconazo de charol rojo, llevaba unas medias de rejilla negra a medio muslo, que bastante lejos quedaban del comienzo de su cortísima minifalda roja de tablas, que más bien parecía un cinturón ancho. Un top negro de tirantes con todo el escote que se puede llevar sin dejar de llamarlo así completaba su escueto atuendo. En contraste con los complementos de ángel que llevaba su hija, Sandra lucía una diadema de diablesa, con dos pequeños cuernos rojos de plástico, y una cola acabada en una flechita puntiaguda, del mismo color.

 

  • Pues disfrazadas -dijo Rebeca con desarmante naturalidad, ante el estupor de su padre- Sandra es una diablesa, y yo un ángel ¡Vamos a juego! ¿Te gusta?

  • ¿Que si me gusta? -Manolo no sabía ni qué decir- ¡Pero no pretenderéis salir así a la calle! ¡Parecéis un par de…! -consiguió cortarse antes de decir una barbaridad, dejando un silencio-

  • ¿De qué? -contestó de manera pretendidamente ingenua Sandra-

 

Ante la reacción de Rebeca, que se había quedado sumisamente callada, sabedora de que cuando su padre se enfadaba era mejor mantener la boca cerrada y hacerle caso, Sandra, en su lugar, se acercó al sofá mientras le inquiría, y se sentó a su lado, cruzando sus tentadoras piernas, enrejilladas bajo sus muslos desnudos. Eso dejó a Manolo algo estupefacto, que reculó en su inicial acceso de ira, y habló más despacio, intentando medir sus palabras, queriendo parecer firme, pero mucho más inseguro.

 

  • Pues… bueno… un par de… -titubeó, intentando mantener la compostura-

  • ¿De guarras? -dijo Sandra, fingiendo inocencia, pero de forma completamente traviesa-

  • Bueno, yo… -Manolo no sabía cómo salir de aquella, e intentaba escoger sus palabras- yo no he dicho eso, pero es que vais… demasiado… provocativas

  • Oh, vaya… -Sandra seguía su juego, fingiendo obedecer, mientras Rebeca se relajaba un poco, al ver recular a su padre- entonces.. ¿No deberíamos de salir así a la calle?

  • Bueno… Sandra, si tú quieres llamar a tu padre a ver si él te deja, es cosa suya… pero si por mi fuera… no -Manolo tenía que empezar a hacer verdaderos esfuerzos por no mirarla de forma inapropiada- Ésa no es forma de ir andando por ahí, y encima de noche…

  • Bueno, vale, entonces.. Será mejor que nos quedemos en casa, ¿No? Podemos quedarnos aquí los tres.

 

Rebeca sonrió, envalentonada por la actitud de su amiga, que había conseguido descolocar incluso a su padre, que las miraba estupefacto, y se sentó a su otro lado.

 

  • Claro, bueno, por supuesto que podéis... pero… A ver, no creáis que soy un tirano, si queréis salir, salid, no pretendía tampoco castigaros sin salir…

  • No pasa nada, nos quedaremos -dijo Sandra pegándose a Manolo cada vez más, y continuó hablando mientras, con descaro, cogía de la mesita su lata de cerveza y la llevaba a sus rojos labios, dando un trago- de todas formas, a nosotras no nos molesta, lo pasaremos bien, y bueno, para usted… quedarse en casa con un par de guarras no es mal plan ¿no? -remató, mirándole a los ojos mientras se relamía tras beber-

 

Ahí ya el pasmo de Manolo era total, ni siquiera le salían las palabras. Dirigió su mirada a su hija Rebeca, esperando alguna clase de apoyo por su parte, una protesta, o un reproche a su amiga, o algo que le hiciera retomar las riendas de la situación… Sin embargo, ésta no decía nada, y mantenía una sonrisa hierática, como respaldando a Sandra. Estaba claro que, aunque ella no llevara la iniciativa, estaba completamente conforme con el cariz que estaba empezando a tomar el asunto, para estupor de su padre.

 

Sandra no permitió, no obstante, que a ninguno de los dos les empezaran a entrar dudas. De repente, Manolo sintió la manita de ella tomarlo de la nuca, y sus carnosos labios sobre los suyos. Tras un segundo de parálisis, no pudo sino rendirse, y al entreabrir su boca notó la lengua de ella jugar con la suya propia. El embriagador sabor a fresa ácida del carmín brillante, y un deje de la cerveza fría que la chica acababa de beber. Inicialmente cerró los ojos, pero enseguida los abrió y dirigió sus pupilas hacia su hija sin poder evitar avergonzarse. Sin embargo, vió que Rebeca estaba tomando a su vez la cerveza y bebiendo también ella un trago sin quitarles la vista de encima, como preparándose para lo que estaba por venir. De nuevo, Sandra no le permitió distraerse. Mientras su manita izquierda seguía tomándolo de la nuca, la derecha se le posó con decisión sobre su entrepierna, agarrándole sobre el pantalón su miembro, ya casi completamente erecto, y comenzando a masajearlo.

 

Manolo no pudo evitar ahogar un gemido en los labios de Sandra mientras le besaba. Ella dejó de sujetar su cabeza, ahora que él la besaba activamente, y ocupó ambas manos en desabrocharle los pantalones, sacándole la polla a la vista. De nuevo Manolo tuvo un breve acceso de vergüenza, pero la chica, de rodillas sobre el asiento del sofá, se agachó y se metió su verga en la boca, comenzando a mamársela.

 

  • Joder, Sandra, no...vamos, no hagas... ¡No hagas esooOHH! ¡Joder!

 

Gimió al notar la estrecha boquita de la chica abrazarse, apretada, entorno a su cipote, y empezar a succionar subiendo y bajando por el tronco de su polla. En otras circunstancias habría sido de las mejores mamadas de su vida, pero estaba tenso, mirando alternativamente a Sandra y a su hija, incómodo con la situación, más pendiente de parar aquello que de otra cosa. Su responsabilidad se resistía a abandonarse a la lujuria y el placer. Rebeca lo percibió y se apretó a él por el otro lado, de rodillas en el sofá. Le miró como nunca le había mirado, con cariño, pero con una inequívoca expresión lasciva en sus ojos, y acercó sus labios al oído de él.

 

  • Shhh… Papi, vamos, no te preocupes… te prometo que seremos buenas, vamos a pasarlo bien.

  • Pero.. Rebeca, no sé… -titubeó Manolo, cada vez más al límite, llevado por la increíble mamada de Sandra-

  • Shhh, no te preocupes… sólo disfruta. ¿Quieres ver una cosa?

 

Rebeca extendió la mano y levantó la faldita de Sandra, descubriendo su culo. Manolo no pudo evitar abrir más los ojos. Por dios. Un escueto tanga enmarcaba perfectamente lo justo un culito pequeño, prieto e inconcebiblemente redondito. En pompa, debido a la postura de la chica, que se afanaba en no dejar de chupar lo mejor que supiera. Aún no se había repuesto de la visión, cuando Rebeca se recostó aún más sobre su padre, cogiéndole la mano, y llevándola directamente al culito de su amiga.

 

  • Mmm, ¿Te gusta el culito de Sandra? -dijo con un tono que se la puso tan dura que hasta Sandra lo notó en su boca- Vamos, no finjas que no… magréaselo… seguro que alguna vez se los has mirado cuando venía de visita, ¿Verdad? Venga papi, disfruta el culito de mi amiga… ¿Has visto cómo va vestida? Es una guarra. Y encima antes te ha contestado… es una niña muy mala. Una diablilla. Hasta lleva cuernecitos y todo.

 

Ahí ya Manolo no pudo más. Todo tenía un límite. Podía resistirse a darle lo suyo a su hija, que le pegaba su cuerpazo cálido, mientras le susurraba guarradas, pero la otra lo llevaba buscando un buen rato.

 

  • ¡¡Joder!! -estalló- 

 

Cogió a Sandra de la diadema con cuernos y le empezó a forzar el ritmo de la mamada. Clavandole la polla en la boca más profundamente, hasta que los labios de ella tocaban sus testículos dejando la marca del carmín rojo en ellos, y más rápidamente. Parecía estar follándole la carita. Mientras, intensificó su magreo en el culito de la chica, y empezó a darle palmadas en las nalgas, azotándola con la mano abierta. Su manaza áspera en el suave culito de ella. En aquel momento sólo podía pensar en desfogarse así con ella. Si eso era lo que quería esa guarra, usaría su puta boca como agujero de carne, un desagüe de lefa. Acabaría con esto cuanto antes.

 

Sin embargo, en lugar de protestar o tan sólo aguantar estoicamente las brutales embestidas, Sandra, de algún modo, parecía seguir llevando las riendas. Anonadado, sólo por probar, Manolo retiró su mano del pelo de ella, dejando momentáneamente de forzarle la cabeza. Para su asombro, ella siguió exactamente igual. Tragando con idéntico entusiasmo, con igual o incluso más brío que antes. Por el amor de Dios, alucinó Manolo, esta chica es insaciable. Sandra dejó de mamar momentáneamente y, agarrando con fuerza su pollón, con su fina manita, le pajeó mientras le miraba a los ojos, lamiendo sus huevos.

 

  • Ohh, sii, don Manolo…-le espetó con voz impostada de nenita inocente, gimiendo a cada palmetada como si éstas le provocaran miniorgasmos- ¡Ah! No deje de azotarme, necesito un castigo, he sido una niña muuuyy mala… ¡Ah! Le he chupado la polla como una zorrita, delante de su hija… ¡Necesito que alguien me de lo mío en el culito por ser tan guarra!

 

Manolo se hubiera corrido allí mismo al oírla si, en parte, lo que Sandra estaba haciendo y diciendo no le hubiera dejado pasmado. La miró. Hasta entonces no lo comprendía, pero de pronto lo entendió… Maldito viejo carca, se maldijo. Se reprimía, se cortaba con ellas porque pensaba, iluso, que aquello estaba mal. Creía que en parte sería abusar de dos jovencitas inocentes, que sólo estaban jugando, pensaba… pero de repente lo vió. Jovencita inocente sus cojones. Lo que tenía ante él, bajo su carita de ángel, y su cuerpo terso y lozano, era una zorra de marca mayor. Una loba que podía merendarse en medio minuto cualquier polla que le pusieran por delante -incluída la suya- y quedarse con hambre. Su mocedad y su líbido la empoderaban. Él mismo, en su juventud, no le hubiera durado ni dos segundos.

 

Vió en los ojos de ella esta nueva verdad, y ella sonrío al ver la epifanía en los ojos de él. Ahora viene lo bueno, expresaba esa sonrisa. Y Manolo no se hizo esperar. Tal vez no diera la talla para una chica así, pero por Dios que no iba a contenerse.

 

  • Con que quieres que alguien te de lo tuyo en el culito, ¿No, Sandrita? ¿Quieres que te de lo que te mereces en el culo, puta?

 

La agarró de la cadera y el pelo, y la empotró de cara contra el respaldo del sofá, sujetándola con firmeza. En sus fuertes brazos maduros, la chica, ligera y delgadita, era completamente manejable, como una muñeca. La agarró de los muslos y se los abrió con fuerza. Su culito era tan pequeño y terso que al poco de separar las piernas, entre sus glúteos perfectamente redonditos y firmes, su pequeño ojete cerradito se hacía visible, a ambos lados de la tirita de su tanga. La apartó, y le escupió en él.

 

  • ¡Ptuaj! Esto era lo que querías, ¿Verdad, puta calientapollas?

  • Pa.. papá… ¿Seguro que...?-susurró Rebeca, sorprendida y casi asustada por la repentina actitud de su padre-

  • ¡Ni papá ni popó! -bramó Manolo volviéndose a su hija, apoyando su cipote a la entrada del ano de Sandra- ¡¡A ti no te voy a tocar, pero más te vale no perder ojo, que vas a aprender algo importante!! ¡¡Os voy a enseñar a ti y a la zorra de tu amiguita que el hábito hace al monje!! ¡¡Si os vestís como furcias baratas, más os vale estar preparadas para que os traten ASÍ!

 

Se la clavó de un sólo empellón, hasta el fondo. Rebeca se llevó la mano a la boca, al ver cómo el enorme troncho venoso de su padre se clavaba, todo lo enorme que era en el estrecho culito de su amiga. Ni siquiera hubiera pensado que le cupiera. Fue brutal. Sandra sintió que se le iba la cabeza al notar aquella enorme y gruesa barra de carne dura empalar su culito. Su vagina se empapó casi de manera instantánea, chorreando y derritiéndose en el mejor orgasmo que jamás había tenido, pero el tsunami de emociones no paró ahí… casi se desmaya conforme se iba dando cuenta de que todavía le quedaba media tranca de Manolo por alojar dentro de sí. Conforme la terminaba de penetrar, perdía la noción de cualquier sensación que no fuera esa… puso los ojos en blanco y abrió la boca sacando la lengua, dejando caer todas las babas de su boca sin control alguno sobre sus funciones motoras. Por poco no se orina encima. Se había quedado sin respiración cuando, casi sin haberse recuperado de la primera penetrada, Manolo se la sacó, y después repitió una y otra vez la operación, sodomizándola sin contemplaciones. A cada embestida, ella sentía los enormes huevos de él golpeándole las nalgas. Otro orgasmo la golpeó como una ola.

 

Esto era otro mundo, las jóvenes y viriles pollas que había probado hasta entonces, vigorosas y duras, no la habían llevado hasta ése punto. Ningún joven y apuesto mozo atlético había conseguido hacerla sentirse así, completamente poseída, siendo usada por el culo y totalmente a merced de un hombre de verdad. Sometida a un macho hasta perder la cabeza. Con su voluntad anulada a pollazos.

 

  • ¡¡¡¡Ooooaaaaaaaaaahhhhhhh!!!! -gimió Sandra, vaciando sus pulmones en tan completo descontrol del placer, que parecía una retrasada. Tuvo un orgasmo tras otro, con Manolo cogiéndola con una de sus enormes manazas, de las estrechas caderitas mientras con la otra tiraba hacia atrás con fuerza de su coleta- ¡¡¡¡Dios, tíiiaaaaaaa!!!! ¡¡Joder, qué puto rabo!! ¡¡Por dios, qué puto rabooo!! ¡¡Me está partiendo, joder, tu padre me está partiendoo el culoo delante tuyaaAH!! ¡¡Ooohh, joder, me corroo!! ¡¡Me corro otra veeez!! ¡¡Dios, no pare!! ¡¡Por favor, no deje de encularme, deme polla, se lo suplicoooOOHH!!

 

La única razón por la que Manolo no se había vaciado ya en las entrañas de aquella guarra era porque estaba disfrutando demasiado, y no quería parar. Se conocía bien. Ya no era joven, y con aquello iba a correrse como un toro, pero después -lo sabía- no podrían moverle ni con grúa. Así que qué demonios, pensó, vamos a pasarlo bien.

 

Miró a su hija. Rebeca contemplaba el espectáculo completamente atónita y al mismo tiempo, visiblemente excitada. Les miraba relamiéndose y mordiéndose los labios, con las piernas abiertas y las manitas metidas bajo sus leggins, tocándose. Le miró fijamente. Manolo dejó de follar el culo de Sandra. Ésta se derrumbó en el sofá, y se giró mirándolos a los dos, sonriendo. Ya se había corrido más veces de las que podía contar, y tenía claro de que Manolo prefería eyacular en otro sitio que no fuera su culo. Se abrazó a él, mirando los dos a Rebeca. Le agarró de la polla, meneándosela para mantener la excitación. Ella también seguía más cachonda de lo que había estado nunca.

 

  • Mmmm, mira tu hijita… está buena, ¿Verdad?

  • No.. no sé… -pese a todo, Manolo seguía teniendo un minúsculo sentimiento renuente-

  • Claro que lo sabes… hasta a mí me lo parece.. Mira.

 

Sandra se tumbó junto a su amiga y la tomó delicadamente de las mejillas. Se miraron, y comenzaron a besarse de forma delicada, pero cada vez más apasionadamente. Manolo podía ver sus lenguas entrelazarse. Aquella boquita seductora, que minutos atrás había chupado su polla y sus huevos, ahora besaba a su pequeña, la niña de sus ojos, que le respondía. Era la imagen de una irresistible y seductora súcubo seduciendo a su pequeña e inocente ángel, no menos sexy a su vez.

 

  • Enséñale a tu papi lo que se está perdiendo, tía

 

Ante la atónita mirada de Manolo, Rebeca asintió, le miró fijamente y se levantó la camisetita hasta las axilas, revelando sus dos preciosas tetas. Eran pequeñas, pero firmes, erguidas y tersas, con pezones tan diminutos y sonrosados que apenas se diferenciaban del resto de su piel. Estaban completamente empitonados.

 

  • No me digas que no está buena… -dijo Sandra, bajando a lamerle a Rebeca los pezones, mientras miraba a Manolo- Tu hijita tiene un polvazo que hasta yo se lo echaba… ¿Cuántas veces te has pajeado pensando en ella?

  • Yo… no… -Manolo no sabía qué decir-

 

Rebeca sonrió y llevó ella la iniciativa. Se pegó a él mientras Sandra le comía las tetas, y le agarró la polla, pajeándola, y volvió a susurrarle al oído.

 

  • Vamos, papi, contesta… ¿Te pajeas mucho pensando en mi? Vamos, dímelo, porfa… me pone muy cachonda imaginarlo… Porque yo sí que me masturbo pensando en ti... -incrementó el ritmo de la paja- todas las noches, en braguitas, me tumbo bocaarriba en la cama, y me masturbo como una niña muy guarra hasta que me corro, gimiendo y encharcada como una puerca, mientras que imagino que de repente entras en mi cuarto y me empotras.

 

Manolo de nuevo no aguantó más. Empujó a su hija contra el asiento del sofá, boca arriba, y le agarró de los leggins y el tanga, arrancándoselos a la vez, dejándola desnuda, sólo con la camiseta subida enseñando las tetas, las blancas zapatillas de plataforma, y sus alitas y su halo de ángel. Su preciosa y tierna vulva era suave como la seda.

 

  • Joder, Rebe, ¿Que si me pajeo? ¡Joder, pues claro que sí! ¡¡Me hago pajazos pensando en tu culo!! ¡¡La última vez que te ví en bikini tu madre tuvo que vaciarme los huevos tres veces seguidas, coño!! ¡La de tiempo que llevo queriendo hacer esto! ¡¡Me he corrido litros pensando en follarte, cielo!!

  • ¡Joder, pues fóllame papá! ¡¡Vamos, porfa, estoy empapada de haberte visto reventarle el culo a Sandra, yo también quiero!! ¡¡Quiero que me folles el coño asíiii!!

 

Manolo la cogió de las rodillas, levantándoselas y separándoselas, y la penetró, poco a poco, muriéndose de gusto él también. Ardiente y mojado, el coñito de su hija se le apretaba tanto en torno a su polla que casi se corre ahí mismo. Ella no se quedó atrás. Rebeca mordía uno de los cojines mientras se pellizcaba los pezoncitos con ambas manos, sin duda alguna corriéndose de manera brutal. Manolo siguió follándola, rebufando, literalmente en el séptimo cielo.

 

  • ¡¡Joder, que polla papi, joder, no pares, no pares, fóllameee asíi!!

 

Manolo la folló despacito, disfrutando cada segundo que su verga entraba, salía, y volvía a clavarse en aquella delicia. Le daba la impresión de que era tan estrecho que las caderitas de Rebeca cedían, abriéndose, y su bajo vientre se dilataba, cada vez que el la penetraba, y se estrechaban de nuevo al sacarla.

 

Ardiendo como estaba, se abalanzó sobre ella mientras la follaba, y después de probar aquellas deliciosas y tiernas tetas, se fue hacia sus labios. Dudó un segundo, pero ella recorrió el pequeño espacio que él había dejado de trazar y ambos se besaron apasionadamente. Nunca ninguno de los dos había estado tan caliente, el prohibido morbo de besarse así los llevó a ambos al borde del delirio. Aumentó el ritmo y se lo hizo con el coñito de su hija mientras la besaba, metiéndole la lengua hasta la campanilla.

 

  • No aguanto más cielo, me voy a correr entero.. ¡Quiero correrme contigo, cariño!

  • ¡Si, papi! ¡¡Vamos, porfa, córrete!! ¡¡Venga, dame tu leche!! ¡¡Dame tu leche papi, por favoor!!

  • Pero cielo… ¿Seguro?

 

Por toda respuesta, Rebeca le miró. “Pues claro que segura, joder” -decía su mirada, que no estaba para tonterías- “ahora mismo quiero que me des tu lefa y que me la des ya, y no te voy a dar opción, no vas a aguantar sin correrte”. Cogió a su amiga Sandra, que se estaba masturbando frenéticamente a su lado contemplando la escena, y le bajó desmañadamente el top negro, mostrando también sus tetas. Después la agarró de la nuca y ambas se besaron con pasión. Manolo sí que no podía aguantar esa visión. Las dos jovencitas, chupándose sus respectivas lenguas. Una ángel y una diablesa. Una rubia y una morena. Entre el morreo, hablaron, con sus voces lascivas y bisoñas, viciosas y fingidamente pueriles. Dos nenitas calentonas.

 

  • Vamos, puta, haz que mi padre se corra -le dijo Rebeca a su amiga mientras chupaba su lengua- quiero que seas la sacaleches de mi padre, tía, venga, haz que me rellene de semen como a un puto condón, joder, ya no aguanto más, quiero su lefa! 

  • ¡¡Vamos, Manolo, por favor, quiero que se corra!! ¡¡Enséñeme como vacía sus huevos en el coñito de su hija, por favor, quiero dedearme hasta correrme viéndolo!!-Sandra bajó y empezó a lamerle sus huevos, chupándoselos, a centímetros de la vagina de Rebeca- ¡¡Vamos, porfa soy una diablilla sedienta de lefa, le prometo que me la comeré toda, démelaaa!!

  • ¡¡¡Si, papiii!!! ¡¡Vamos, porfaaaa!! ¡¡¡He sido un angelito, una niña buena, ahora dame mi premio y córrete entero a pelo en mi coño, quiero que me preñees, papáa!!! ¡¡Vamos, préñamee!!

  • ¡¡Ooohhh jodeeer!!! ¡¡Me corro, cielo!! ¡¡¡Me corro entero en tu coño, te voy a preñar, princesaaAH!!! -Manolo descargó dentro de Rebeca un par de buenas lefadas, que ésta sintió rellenarla, calientes, en su vientre. Luego la sacó y terminó de eyacular otros tres o cuatro fuertes chorrazos en la cara de Sandra- ¡¡Y tú no dejes de comerme los huevos, puta!! ¿Quieres lefa? ¡¡Pues tóma lefa, zorra, me corro en tu puta cara, niñata de mierdaaAAH!! 

 

Los chorrazos de semen impactaron con fuerza en la carita de Sandra, llenando sus ojos, nariz, mejillas y boca. Después, ella misma se volvió a meter la polla de Manolo en la boca, limpiándola con su lengua de los restos de flujo y semen, dejándola brillante.

 

Quedaron los tres cansados, satisfechos y felices durante unos minutos, en silencio salvo por los jadeos. Tras los cuales, las chicas, entre risitas cómplices, se vistieron las prendas que habían perdido durante la sesión. Rebeca dió a su padre un casto besito en la mejilla.

 

  • Gracias, papi -dijo con la más inocente de sus sonrisas-

 

Y Sandra se le abrazó, poniéndole de nuevo las manos en su culito, en tanga bajo su minifalda, mientras le morreaba durante unos instantes.

 

  • Ya vuelvo a estar mojada pensando en la próxima vez -le susurró-

 

Y ambas se fueron, pizpiretas, en dirección a su habitación. Manolo sonrió, satisfecho y triunfante, y dio un trago de su cerveza mirando ambos preciosos culitos alejarse.

 

  • ¿Adónde vais?

  • A.. a mi habitación -respondió Rebeca, extrañada-

  • ¿Cómo?¿No ibais a salir? -dijo él, socarrón-

  • Pero… ¿Podemos?¿Así vestidas? -preguntó Sandra, que aún tenía la cara llena de semen grumoso, mirándose ella y a Rebeca. Sus pezones se marcaban en sus tops ajustados, y sus prietos culitos asomaban bajo su minifalda y sobre los leggins de su amiga-

  • Claro que sí -sonrío Manolo- Esa ropa os queda perfecta, muy apropiada.