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Reencuentro

en Amor filial

Manolo estaba feliz de volver a su casa. No es que no le gustase viajar, le encantaba, pero hacerlo por trabajo siempre le acababa cansando. Cuando llegaba el trayecto de retorno estaba hastiado de hoteles, oficinas foráneas, idiomas extranjeros y restaurantes. Necesitaba volver a su casa, besar a su mujer y abrazar a sus hijos. Una agradable temporada estable para recargar pilas antes de que se le requiriese de nuevo en otra sede.

 

Cuando llegó a casa, le pareció el paraíso: la luz y ambiente cálidos, el olor a comida casera, su familia que corrió a abrazarlo, el descargo de la maleta y el pesado y empapado abrigo. Se puso el cómodo pijama y las zapatillas, cenó con su mujer y sus dos hijos en un ambiente tan bueno que no podía creérselo: Dos adolescentes en casa no solían dar mucha tregua, y sin embargo, Rebeca y Javi comían y charlaban animadamente riéndose juntos, entre ellos, y con la conversación de sus padres. Miró significativamente a su esposa. Ésta le devolvió la sonrisa, acreditando la sorpresa por la concordia reinante.

 

Cuando por fin se retiraron a dormir, sacó el tema mientras ambos se desvestían para irse a la cama. Hasta entonces ni siquiera había querido decir nada. Sentía que era algo tan precioso y frágil que, sólo mencionarlo, se rompería y volverían las peleas, las contestaciones y las pullas.

 

  • ¡Madre mía, qué maravilla! Ya creía que no íbamos a tener una cena en paz nunca, ¡Casi echaba de menos los morros y los desaires de Rebeca, o las bromitas de Javi, jajaja! Ojo, casi…  -suspiró- bueno, parece que al final van a madurar, menos mal.

 

Su mujer sonrió insegura, por toda respuesta. Llevaba semanas pensando si decirle algo a su marido de la nueva situación en su casa. Por una parte, no quería. Las cosas estaban bien como estaban, y no quería arriesgarse a la horrible e interminable lista de consecuencias que podría acarrear lo que pasaba en su casa. Pelea, divorcio, traumas… sólo de pensarlo le daban escalofríos. Sin embargo, era demasiado esperar que de los cuatro ocupantes de una casa, tres mantuvieran el secreto indefinidamente. Sobretodo si dos de ellos eran prácticamente críos. Tarde o temprano, Manolo se acabaría enterando, y la manera en que se enterase determinaría todo lo demás. Encima, se había casado con él por algo: era la persona más paciente, racional y cariñosa que conocía, y si alguien podía aceptar lo que había pasado, era él. Así que, hacía unos días, había puesto fin a sus dudas y había tomado una firme determinación. Era ciertamente algo tramposa, pero quería asegurarse de que tenía éxito. Llevarlo a cabo, sin embargo, iba a ser más difícil.

 

  • ¿Qué pasa? -dijo él mirándola seria y fijamente. No había tardado ni cinco segundos en identificar el semblante pensativo de su mujer como una preocupación seria- ¿Carmen, todo va bien?

  • Sí, es sólo que… -Ella seguía pensando cómo se lo iba a contar, dándole vueltas y más vueltas. De repente, miró a su alrededor y lo vió claro. Él acababa de llegar de un viaje de varias semanas. Estaban por acostarse. Sabía lo que venía a continuación. Harían el amor apasionadamente. Manolo se excitaría sobremanera tras semanas sin yacer con su esposa. Usaría eso. Tenía que usarlo. Era la opción correcta-  Venga, vamos a la cama y te lo cuento.

 

Manolo iba a seguir preguntando, pero cuando su mujer se quitó la bata, quedando en un sexy conjunto de sujetador y tanga, se olvidó por completo. Se tumbaron y abrazaron. Empezaron a besarse, al principio con ternura, luego más apasionadamente. Para Manolo éstos eran sin duda los mejores polvos. Cuando se abandonaban a la rutina todo era más mecánico, pero después de un tiempo fuera, tras semanas sin probarse, se bebía literalmente a su mujer, y ella hacía lo propio. Se morreaban lascivamente como cuando eran novios. Las manos de ambos empezaban a magrearse ansiosamente. Él la cogía desmañadamente del culo, agarrándoselo con fuerza, le amasaba con ansiedad las tetas, hasta que ella finalmente bajaba su mano hasta el miembro de su marido y lo agarraba. Él gemía, tras días sin haber notado ahí una mano ajena, y se abandonaba al placer que le daba su esposa tratando de ponerlo tan duro como pudiera.

 

  • Ooohh, si, Carmen, joder, mmmm sigue…

  • Mmm, pero si todavía no he empezado, cariño  -sonrío ella, y bajó a su polla, que lamió juguetona, antes de metérsela en la boca y empezar a mamarla-

  • Oooooohhh, ¡¡Dios, siiii, dios, siii!! -Manolo no podía más que gemir-

 

Tras apenas minuto y medio de mamada, viendo el culazo en tanga de su mujer tras la espalda arqueada durante la felación, Manolo sólo estaba concentrado en disfrutar. Carmen sabía perfectamente qué botones tocarle, y él se abandonaba a recibir placer. Ella dejó de chupar, y subió hasta ponerse a su altura, sin dejar de pajearlo por ello, al mismo ritmo al que antes succionaba. Le plantó un morreo que dejó a los anteriores como inocentes, nadando con su lengua en la boca de él de la manera más lasciva imaginable. Después le miró a los ojos, pícara, mientras seguía masturbándole.

 

  • Mmmm, qué dura la tienes… vamos, azótame el culito

 

Manolo, en el séptimo cielo, manoseó el culo de su mujer mientras la besaba, y con diligencia le dió un par de cachetadas en las nalgas, que sonaron como palmadas, seguidas de gemiditos por parte de Carmen.

 

  • ¡Mmm, ay!¡Mmm, ay!¡Asíi! ¡He sido una niña mala! ¡Dame bien en el culito como cuando castigabas a Rebeca!

  • Joder, Carmen... -dijo casi inaudiblemente Manolo más por compromiso que porque la idea no le pusiese-

  • Mmm, ¿Me quieres hacer creer que no te pone? -contestó Carmen con voz zorrona, masturbando intensamente a su marido- Mmm nuestra pequeña, con ese culito bien prieto y petadito con sus minibraguitas blancas… imagina que es el suyo el que estás manoseando… sus tetitas con los pezones bien duros, mmm qué pajote te está haciendo...

  • Joder, Carmen, no sé…

  • No seas tonto, quiero que te lo pases bien, déjate llevar y hazme lo que quieras… papi -significó diciéndoselo al oido- Vamos, llámame Rebeca.

  • ¡¡Joder, Rebeca, sí!! ¡Vaya culito que tienes, princesa, qué ganas de follártelo, joder!

  • Mmm, ¿Si? Que mojadita me pones, papi… soy una nenita muy sucia… Dime papi, ¿Te pajeas pensando en mí?

  • ¡Síi! ¡Me casco unas pajas fenomenales pensando en tus braguitas, nena!

 

Manolo estaba fuera de sí.. Carmen volvió a besarle y bajo de nuevo a chuparle la polla, a lo que él respondió con más gemidos. Estaba en ése punto en que estaba disfrutando tanto que sólo quería no correrse para prolongar aquello durante el mayor tiempo posible.

 

  • Joder, Carmen, no sé si esto está bien… ¿De verdad que no te importa?

  • Mmm, no te preocupes cielo.. -Carmen decidió subir el nivel- Si por mí fuera te follarías a Rebequita para que ella pueda disfrutar de la deliciosa polla de su padre..

  • Dios, cariño, ¿Pero qué te pasa hoy? Estás al rojo y me estás poniendo al rojo a mí… -gimió Manolo-

  • Además, tú no me negarías lo mismo a mí, ¿verdad que no? Porque yo me comería enterita la polla de nuestro pequeño Javi…

  • ¡Joder, Carmen! -Manolo protestó sin convicción, y Carmen notó como su polla, de hecho, se endureció ante esa frase-

  • ¿No te lo crees? Pues imagina que cuando te vas, me apetece traérmelo a nuestro dormitorio y follármelo de todas las maneras posibles hasta dejarlo seco… y yo bien rellenita de semen.

 

Eso fué demasiado para Manolo, que ya había perdido la sensatez y hasta la sensibilidad en las extremidades, y sólo quería correrse.

 

  • ¡Carmen, Dios, ya no aguanto más, me estás volviendo loco, me voy a correr!   

  • ¿Sí? -Carmen se lanzó a lamer su polla, y después a pajearla mientras lamía su escroto y su perineo- ¿Quieres correrte imaginando que lo haces sobre la zorrita de nuestra hija?

  • ¡¡Joder, si!!

  • ¿Aunque te cueste darme permiso para que Javi me folle y se corra en todos mis agujeros como a una puta?

  • ¡¡¡¡Sí, joder, Carmen, claro que sí!!!! ¡¡¡¡Me corro, me corrooooooo!!!!

 

En toda su vida Manolo se había corrido así… sintió que se le iba la vida mientras chorros largos y caudalosos de semen duchaban la el pelo, la cara, y la boca abierta de su esposa, que quedó bañada en crema blanca y grumosa. De no haber estado tumbado habría caído todo lo largo que era, como un objeto inanimado, casi desmayado. La cabeza le daba vueltas.

 

  • Dios, Carmen, no sé a qué ha venido eso… pero hay que repetirlo.

  • Bueno, pues a que.. No era totalmente mentira. -respondió ella, con cara culpable y divertida, ante la expresión ojiplática de su marido-

  • ¿Qué?¡¿A qué te refieres?!

 

Entonces ella, tumbada al lado de su derrengado esposo, acariciándole el pelo, le contó el relato de las últimas semanas…

 

Al finalizar, él estaba completamente anonadado, ni siquiera sabía qué responder o qué decir, apenas balbuceaba sin tener idea de cómo reaccionar ante lo que acababa de oír de labios de su propia esposa…. Pero Carmen sólo le miraba y sonreía. Antes que su marido, sabía que todo iría bien. Él estaba completamente erecto de nuevo.