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Un cornudo muy cachondo... (2: Lola)

en Hetero: Infidelidad

Después de aquella caliente tarde Francisco y Miguel se llamaron por teléfono varias veces. Francisco quería que el encuentro con su mujer fuese casual, que no se diese cuenta que era algo planeado, y cada día alguno proponía una opción diferente que luego descartaban por muy obvia o muy rebuscada. Se acercaba el sábado y no tenían ningún plan.

Pero el diablillo entremetido, que siempre está buscando la forma de tentar a los confiados humanos, metió baza en el asunto.

El jueves por la noche, se averió el televisor.  Francisco le habló a Lola sobre Miguel, un amigo de internet, que vivía cerca, era simpatiquísimo, y además técnico de televisores. Le llamaría por si pudiera venir pronto.

--- Hola Miguel, soy Francisco. Mira, que hemos tenido un problema con el televisor, y quería saber si tú podrías ocuparte.

--- ¡Desde luego, hombre! Pero ya sabes que hasta el sábado no dispongo de tiempo.

--- Sin problemas, vente por la mañana, que te invito a comer y así hablamos un rato.

--- De acuerdo, no llegaré muy tarde. Así tendremos tiempo para todo.

Al colgar el teléfono Lola, intrigada, le preguntó por él. ¿Como era que nunca lo había mencionado?, ¿de donde era?, ¿que edad tenía?, si estaba casado, que como lo había conocido, etc. Encontraba muy extraño que su marido invitase a alguien a comer, lo cierto es que no tenía muchos amigos, y desde luego los que tenía nunca los había traído a casa. Francisco le habló de él contando mil anécdotas morbosas, unas reales y otras inventadas, todas destinadas a alimentar una curiosidad que el sabía muy grande.

Al día siguiente Lola fue al mercado y compró suficiente para preparar una estupenda comida. Estuvo toda la tarde trabajando, hizo limpieza general y lo preparó todo para recibir al desconocido invitado.

Esa noche hacía mucho calor y no lograba conciliar el sueño. Francisco dormía profundamente a su lado. Empezó a recordar las anécdotas que le había explicado de Miguel, como que tenía varias amantes y lo buen macho que debía ser para tenerlas  a todas y a su mujer satisfechas. Se excitó pensando en ello, e inconscientemente buscó la verga de su marido, y al notarla tan flácida y diminuta decidió que no valía la pena despertarlo. Estaba muy alborotada y sus manos serían suficientes para llevarla hasta el orgasmo.

Sus dedos se introdujeron en su conchita, ansiosos buscaban el centro de su placer. Se movían frenéticamente, entraban y salían chapoteando en el néctar que inundaba su sexo.  Su marido hacía rato que se había dado cuenta de sus desesperados movimientos, pero se hacía el dormido, la necesitaba así de caliente para lo que tenían planeado. La oyó gemir  y lanzar un pequeño grito en el momento que alcanzó el orgasmo, pero  pensó que al despertarse estaría  deseosa de una gran verga, y el pondría una a su alcance próximamente.

Al día siguiente salió temprano de casa. Le recordó a Lola que su amigo vendría sobre las diez y pidió que lo atendiese amablemente porque el no podría volver antes del mediodía.

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Se encontraron ambos en una cafetería donde ya habían quedado anteriormente. Francisco llevaba preparados unos calcetines doblados y al entregárselos le ordenó que se los colocara de tal manera que el bulto fuera notorio. Ella estaba muy caliente y no pasaría por alto la evidencia, le gustaban los hombres bien dotados. Miguel sonriente le hizo ver que no hacía falta, por la excitación del momento tenía una erección más que notable y se veía a simple vista.

Se despidieron y le dio tres horas para intentar conseguir algo, y de no lograrlo ya mirarían como planteárselo.

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Lola se levantó y se estaba duchando cuando creyó oír el timbre de la puerta, cerró el grifo para escuchar mejor, pero ya no se oía nada. Eran las nueve todavía y faltaba una hora para que llegara el técnico, le daba tiempo de desayunar y arreglarse.

Salió de la ducha y liada con una toalla pasó a la cocina a prepararse un zumo. Justo entonces volvió a sonar el timbre. Descalza como estaba se acercó a la puerta y ojeó por la mirilla. Un hombre moreno, alto, de ojos oscuros, esperaba al otro lado con cara de impaciencia. Volvió a sonar el timbre y al tenerlo tan cerca se sobresaltó y soltó un pequeño grito.

Al otro lado de la puerta Miguel la había oído. Ella lo sabía y no le quedó otro remedio que contestar.

---Un momento, ---dijo--- me pongo algo de ropa y abro.

---De acuerdo ---dijo Miguel.

Entró rápidamente en la habitación y poniéndose una bata larga volvió a la puerta. Al abrir se encontró cara a cara con un guapo mozo de unos cuarenta años a cuyo lado descansaba un maletín de herramientas. Vestía una camiseta negra y unos tejanos que marcaban claramente un paquete impresionante. Lola se quedó embobada mirándolo, estaba ansiosa, y hacía tiempo que no veía un bulto así. Ummmmmmmm,  imaginaba lo que habría debajo de esos pantalones. El la miraba con cara divertida.

--- Hola buenos días, ---dijo Miguel--- creo que me esperabas, soy el amigo de Francisco.

--- Ah sí, perdona, no sabía que vendrías tan pronto, y mira como te recibo.

--- Muy linda, ya lo veo.

--- Eres muy amable, gracias, pero ahora te llevaré al salón mientras yo voy a vestirme.

Le acompañó al salón donde un gran televisor ocupaba el lugar preferente. Mientras Miguel lo desmontaba Lola, en vez de ir a vestirse, tomó asiento en el sillón de enfrente cruzando las piernas cómodamente. Desde donde él estaba el espectáculo era más que sugerente. La bata se había movido hacia un lado dejando el pecho izquierdo casi al descubierto, y al cruzar las piernas sus muslos y glúteos quedaban expuestos a su libidinosa mirada.

Lola notaba como la miraba, y provocadoramente cambió las piernas de posición, dejando por un breve instante su sexo expuesto a la vista de Miguel, que si ya estaba excitado ahora ya bramaba como un ciervo en celo.

Tenía que buscar la forma de acercarse a ella, de tocarla, se estaba volviendo loco de desesperación, su aparato genital estaba dolorido de tanta tensión acumulada, y le preguntó si podía ayudarle sujetando un transformador mientras él realizaba una soldadura.

Lola se acercó contorneando sus caderas y el se colocó detrás de ella rodeando su cintura para situarle las manos donde tenía que efectuar la soldadura. En esa posición su pene oprimía justo entre las apetitosas nalgas. Sobre su fina batita Lola sintió la opresión y el calor que desprendía aquel aparato, y se movió para que el instrumento se le acomodara mejor en el canalillo trasero.

Miguel ya había olvidado por completo la soldadura, y al sentir que ella cooperaba se frotó excitadísimo contra sus nalgas. Sus manos bajaron y comenzaron a acariciar los muslos, muy lentamente, subiendo hasta su sexo, enredando sus dedos en los rizos que  imaginaba negros como la noche. Separó los labios y empezó a juguetear con el clítoris. Lola gemía y su respiración entrecortada se iba acelerando por momentos. Miguel con la mano izquierda desabotonó su pantalón, sacó su imponente aparato, colocó la punta en la caliente  abertura humedecida de sus propios jugos, y agarrándola fuertemente apretó introduciéndose de un golpe en su ano.

Lola lanzó un grito de dolor, pero sus caderas se arquearon hacia atrás propiciando los movimientos, esperaba con ansia ese orgasmo que sentía inminente. Miguel entraba y salía violentamente, golpeando con sus testículos las nalgas, produciendo un sonido de tamborileo que la enloquecía.

Sintió que una corriente eléctrica atravesaba su cuerpo, estaba tan excitada que el orgasmo le llegó casi de inmediato.

Su cuerpo temblaba todavía a causa del placer reciente, pero seguía deseándolo…

Miguel sentía en su verga hinchada todos y cada uno de los latidos, estaba tan caliente que creía que iba a reventar. Salió de ella, la empujó contra la pared, y levantándola por la cintura la dejó caer sobre su pene erecto, metiéndose por completo en su interior.

Ella gimió y arqueando la espalda lo abrazó con las piernas, con los tobillos apretados tras él,  colgando suspendida de los brazos a su cuello.

Miguel entraba y salía frenéticamente de su cuerpo, produciendo un excitante y gratificador chapoteo. Al sentir las contracciones de un nuevo orgasmo de Lola apretó fuertemente su miembro atenazado y comprimido entre las cálidas paredes. Dejando escapar su carga, se vació completamente en su interior.

Tal como estaban, relajados y satisfechos, se dejaron caer en un sillón cercano.

Oyeron una llave en la puerta, Francisco llegaba. Lola  dio un salto asustada e hizo intención de levantarse, pero Miguel la sujetó con fuerza sin dejarla moverse. Temblaba toda, temía la reacción de su marido.

Francisco entró en el salón y al ver la escena sonrió, les guiñó un ojo, y acercándose a su mujer la besó dulcemente.

--- Voy a preparar algo, debéis estar sedientos ---comentó.

Lola saltó del sillón sin que Miguel se lo impidiera esta vez, y le acompañó a la cocina.

--- Amor, lo siento, no sé como ha pasado.

--- Nooooo, no te disculpes cariño, lo único que quiero es que goces, que seas feliz y me dejes participar en tu vida.

Se besaron apasionadamente, Francisco sentía el agradable olor a hembra en celo. Le excitaba y quería verla gozar, ver como la llenaban por completo, oír sus gemidos, sus gritos de placer, y ahora ya sabía que eso era posible. Ansiaba verlos en acción. Si le dejaban participaría, si no… si no se tendría que conformar solo con verlos y disfrutar del goce de su mujer.

Contento con la idea acabó de poner los vasos en la bandeja y acompañado de Lola volvieron al salón, donde Miguel los estaba esperando