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Theresa, embarazada?

en Confesiones

THERESA , EMBARAZADA

Dearborn es prácticamente un barrio de Detroit, un apéndice vergonzante donde se hacina la hez que la megapolis rechaza. Su población se nutre de obreros de las fabricas de coches y un submundo de difícil clasificación, las calles están sucias, los edificios medio desconchados y las tiendas vacías.

Pero entre la basura, a veces, brota la flor más hermosa. Allí conocí a Theresa.

El lento ritmo de la carga de mi barco hacia presagiar una larga estancia en Dearborn , de modo que parecía oportuno el intentar establecer lazos afectivos con la población femenina del lugar.

Era sábado, la carga no se reanudaba hasta el lunes, de modo que después de cenar, mi amigo Marcelo y yo nos plantamos en el portalón con nuestras mejores galas ("chupa" de cuero y pantalón vaquero) con todas las ganas de juerga que dan los veinte años y una ciudad nueva por descubrir.

Tras la tercera cerveza en el tercer y desierto bar empezamos a asumir la triste realidad de aquel inhóspito lugar; preguntamos: había un "dancing bar" a pocas manzanas. Con ansias renovadas nos dirigimos al lugar indicado.

De nuevo volvimos a deprimirnos, un galpón desvencijado con poca luz y menos clientela; en un rincón unas muchachitas daban cuenta de unas latas de refresco con cara de aburrimiento supino.

No podía escoger demasiado y del grupito de amigas, me pareció la más accesible.

Sonaba algo de Cat Stevens y la pista estaba vacía. Me decidí.

Al levantarse me asusté, era mas alta que yo, llevaba corrector en la dentadura y casi no tenía pecho. La oscuridad de la sala me había jugado una mala pasada, solo me había fijado en su negra melena y el ovalo perfecto de su cara." Esto es lo que hay, apechuga y queda como un hombre"-me dije a mi mismo mientras le asía de la mano para dirigirnos hacía la pista de baile-.

Enseguida noté que su inglés era tan deficiente como el mío:

-De donde eres?-pregunté esperanzado-

-I come from Italy…

-Yo tambien soy italiano!-mentí descaradamente-

-De donde eres?,yo soy siciliana.

-Yo soy de la Liguria, cerca de la frontera francesa-volví a mentir para justificar mi acento poco ortodoxo-

Theresa pareció relajarse ante el que creía un compatriota y a los pocos minutos estábamos sentados en un apartado rincón, besándonos y magreándonos como poseídos de un desmesurado apetito carnal.

Mis manos y mis labios fueron pulsando uno a uno los resortes que la condujeron a un estado paroxístico. Parecía increíble que una muchacha flacucha y desgarbada como era ella, pudiera albergar tanta sensibilidad en su piel.

Casi jadeando se levantó, tomó su bolso y con los ojos inyectados de deseo dijo:

-Vieni…

Salimos del antro, enlazados por la cintura. Su coche estaba cerca, era un desvencijado, despintado y abollado Buick del 70, uno de esos gigantescos autos americanos que tanto nos admiran a los europeos.

Mientras ella conducía, mi mano se afanaba en levantar la falda y ascender por sus piernas hasta encontrar la calida humedad de su sexo. Hube de desistir en el empeño pues Theresa perdía el control del volante en cuanto mis dedos rozaban su clítoris.

Por fin se detuvo en una oscura callejuela del barrio industrial; saltamos a los asientos posteriores, nos desnudamos de una manera anárquica y apresurada sin decir una palabra porque nuestra mirada expresaba todo el deseo que sentíamos en ese instante.

Aquellos pequeños senos parecían crecer de forma desmesurada al contacto con mi lengua, la negra areola se erizaba con mil minúsculos bultitos que les conferían una dureza y un tacto inigualable mientras Theresa se los apretaba y me los ofrecía ansiosa.

Mi mano descendió codiciosa buscando su pubis, que era deliciosamente ralo, y obtuvo su recompensa en forma de palpitante y húmeda vagína que reaccionó con un espasmo cuando mi dedo índice rozó el abultado clítoris.

Ella por su parte se había adueñado de mi escroto y lo masajeaba sabiamente hasta que, como lanzada por un muelle, su boca engulló mi pene hasta lo mas profundo de su garganta. El contacto del corrector bucal añadía nuevas sensaciones que mi glande no conocía pero agradecía.

Su excitación era tan grande que me pedía con insistencia que la penetrara, busqué mis pantalones y conseguí sacar uno de los condones que guardaba desde hacía meses para una ocasión como esta.

Me miró sorprendida:

-Cosa fai...?

Le mostré la goma, ya fuera de su envoltorio.

-Me ofendes, no estoy enferma, acaso lo estás tu?

-No, claro que no, lo hago por tu seguridad.

-No te preocupes por eso, se controlar mis días…y hoy es seguro. No me gusta el condón, quiero sentir tu carne contra mi carne…vamos!!!

No me hice rogar, siempre he sido un inconsciente, y a mi tampoco me gusta tener intermediarios en el coito.

Me hizo tumbar de espaldas sobre el asiento y ella misma se fue metiendo mi verga a su gusto, ora se detenía, ora la sacaba un poco, ora contraía su vagína…y de pronto, de un empellón, hundió toda la carne en su interior y comenzó una frenética cabalgada que la llevó de orgasmo en orgasmo hasta caer derrengada sobre mi pecho mientras yo aprovechaba sus últimos espasmos para liberar un magnifico chorro de semen que, dada su magnitud, a los pocos segundos descendía por mis testículos.

No sé cuanto tiempo permanecimos en aquella posición, pero al salir de mi modorra y notar su contacto, volví a tener una erección.

-No, aquí, no .Vamos a tu barco.

De nuevo sucumbí a la insensatez movido por la urgencia del deseo y le indiqué el camino.

Afortunadamente no había patrulla policial en la entrada del muelle y pudimos subir abordo sin contratiempo. A pesar de rogarle silencio, Thresa no paraba de hablar y reír al llegar al pasillo de los camarotes.

-Apañaste a cativiña…eh bandarra!

Este si era un contratiempo grave, Marcelo tenía su camarote pegado al mío y estaba despierto. Le grité:

-Ti cala e dorme, rapaz, que eu teño traballo.

Sabía que eso no acabaría tan facilmente. Pegaría la oreja al mamparo y se masturbaría mientras retozábamos en la cama , haciendo comentarios obscenos que irían "in crescendo" a medida que todos llegábamos al clímax, nosotros por un lado y el por el suyo.Ya me lo había hecho otras veces e incluso una con un intento de "colaboración" que yo había rechazado de plano.

Nos duchamos enjabonándonos mutuamente. De nuevo me asombró la extrema delgadez de la italiana que resaltaba lo abultado de su vulva que, una vez lavada, resultó de exquisito sabor

Le impuse un silencio absoluto, para no exacerbar lo ánimos de Marcelo, pero a pesar de mis precauciones, Theresa comenzó a gemir y gritar tan pronto como nos metimos en la cama y reiniciamos el trabajo interrumpido en la ducha.

-Pero, que le pasa a ese?-preguntó alarmada al oír a Marcelo-

-Nada, estos españoles van muy salidos y hoy se ve que este no ha mojado…

Me desentendí de mi vecino y me apliqué con ahínco a dar y obtener el máximo placer de aquel saco de huesos de piel tan sensible.

Y no fue tarea fácil, era una hembra insaciable, liviana y manejable, pero insaciable. Ya de madrugada, cuando el tiempo de recuperación de mi maltrecho pene resultaba cada vez más largo, se quedó dormida en mis brazos y yo respiré descansado mientras una beatifica sonrisa acompañaba mi entrada en el mundo onírico.

Nos despertamos y Theresa se empeñó en llevarme a su casa, inexcusablemente debía conocer a sus padres, a sus hermanos y a la "nonna".Conseguí que Marcelo nos acompañase con la promesa de presentarle a la hermana de Theresa que era algo mayor que ella.

La jornada resultó desastrosa. El padre y los hermanos enseguida repararon en mi acento.

-Realmente, no nací en Italia, mis padres emigraron a Argentina y allí nací yo. No regresaron a Veintimiglia hasta hace pocos años, por eso tengo este acento-volví a mentir creyéndome yo mismo mis embustes-

-Y que intenciones tienes con nuestra hija y hermana?

-Lo mas honestas que se puedan imaginar, de hecho, estoy pensando dejar el barco y quedarme en Detroit.-cada vez que abría la boca era para mentir-

-Eso está muy bien!-dijo el señor Isabella( así se apellidaba la familia)-yo trabajo en la Ford y puedo encontrarte trabajo. Mientras te busca la policía puedes quedarte en casa, luego ya buscaremos una casa para la chica..Bueno, para los dos!.

Mientras tanto, Marcelo con su acostumbrada zafiedad, intentaba meter mano a Claretta(la hermana de Theresa) que resultó ser una mujerona con ubres vacunas y bigote como el del kaiser Guillermo III pero que no tenía las apetencias carnales de la menor de la familia y empezaba a cansarse del obsesivo manoseo.

Una vez oficializada mi relación con la italo-americana, todo fueron agasajos, banquetes, barbacoas y jolgorio. El barco seguía retrasándose (ya llevábamos mas de un mes en Dearborn) y Theresa continuaba insaciable, ahora dormía muchas noches en su casa, lo que no era obstáculo para seguir el desenfrenado fornicio .

Por fin, una mañana, el capitán me comunico que de madrugada, finalizaba la carga y salíamos ya de los Grandes Lagos hacía Europa.

No era ajena Theresa a estas circunstancias, cada día observaba las bodegas y preguntaba a los estibadores. En vista a que yo no me decidía a abandonar definitivamente el barco y de que intuía cercana la partida, aquella misma tarde me vino a buscar y con semblante serio me dijo:

-Estoy embarazada, tú dirás que hacemos.

-Pero…no tenias el control de tus días?-pregunté sorprendido y asustado-

Si, pero ya ves, esas cosas fallan. Hemos de casarnos.

Bien, déjame prepararlo todo, y mañana pasa a recogerme de madrugada, así podré desembarcar la maleta sin que me vea nadie.

Había ganado un día, si todo resultaba según mis cálculos, estaríamos en Montreal cuando se diese cuenta del engaño.

Zarpamos a las seis de la mañana, ni rastro de Theresa, todo iba bien. A las dos de la tarde llegábamos a las exclusas del canal Welland que conectan el lago Erie con el Ontario.

Ya estábamos dentro de la primera exclusa cuando, de pronto, una multitud vociferante empezó a lanzar aullidos desde el lado americano.

Toda la familia de Theresa, con su padre al frente exhibía amenazadores gestos contra el barco mientras el cabrón de Marcelo, descojonado de risa desde la popa, señalaba hacía el puente que es donde me encontraba yo.

Me acodé con indolencia en el alerón de estribor y les dediqué un ostentoso corte de mangas mientras pensaba para mis adentros que no hay mal que por bien no venga.

El haber quedado estéril por la radiación del radar de un barco me había servido de algo….