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Sonia, un amor por entregas.

en Grandes Series

Sonia: El encuentro.

Hace poco, leí una entrevista a un afamado escritor de actualidad. Aseveraba el reconocido plumilla que las personas con “vida plana” tienen más dificultades para escribir pues han de apropiarse de las experiencias ajenas. Debe ser cierto, porque yo he tenido que soportar las baladronadas de mi amigo Fernando y su petulancia al relatarme su, hasta ahora, última conquista  que yo trascribiré literalmente.

Este será un relato por entregas. En realidad su nudo y su desenlace no han sucedido todavía aunque él insiste en que el pez está en la red y que el argumento es más que predecible. Yo os lo iré contando a medida que se produzcan los hechos y siempre que creamos en su versión.

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Todo comenzó ayer, sobre las seis de la tarde en un cruce de calles del ensanche barcelonés. Yo bajaba por Viladomat y una mujer morena, de unos cuarenta años, media melena de negro azabache, con prominente pecho y más bien bajita subía hacia Diputación. Nos miramos mientras nos cruzábamos y nos volvimos, simultáneamente, para volver a mirarnos. Durante unos instantes, eternos, quedamos estáticos, separados por unos diez metros hasta que ambos nos acercamos sin dejar de mirarnos a los ojos.

- ¿Es que usted me conoce? Preguntó ella.

El acento era indudablemente suramericano pero no adiviné de donde.

- Creo que si, mentí, tu eres Jenny, de Buenaventura….¿No?

-No, soy Sonia y vengo de Perú, respondió aliviada.

Siguió un periodo de frases tópicas y terminé invitándole a una copa que ella aceptó reticente y desconfiada.

Si, era una bella mujer, en esa deliciosa edad  que para mi es la mejor, la que antecede al declive y sin embargo la más interesante y plena. Mientras caminábamos en busca de un local adecuado yo sentía una gloriosa excitación y me relamía imaginando tórridas escenas con aquella madura muñequita.

Me sorprendió pidiendo un vaso de leche y un bollo.

-Hoy todavía no almorcé, me confesó, he pasado el día buscando trabajo y no he tenido tiempo.

Poco a poco se fue confiando y terminó por contarme su previsible historia de emigrante abandonada por el marido y con tres hijos que alimentar en la lejana Cajamarca. Comenzó a llorar y yo, conmovido, le presté mi hombro y comencé a acariciarle el cabello…….

Los años no me han ablandado el corazón pero me han despertado la inteligencia. Eran las siete de la tarde, mis amigos me esperaban para tomar unas cañas y había quedado con mi mujer a las nueve para ir a cenar a un restaurante. No llevaba auto ni tenía un picadero a mano; en definitiva, poco menos de dos horas solo daban para un estúpido recalentón.

Con suavidad y decisión aparté mi hombro, tomé su bello rostro por la barbilla y traté de consolarla con otra estrategia.

-Vamos, cálmate, yo comienzo hoy mismo a buscarte un trabajo y mañana nos vemos con más calma.

Asintió, hipando todavía, pero agradecida. Le acompañé a su cercano domicilio en donde residía de prestado con una tía y una prima (Y que bien caro le cobraban el favor). Un par de castos besos sellaron el encuentro y mientras ella no había llegado al ascensor ya estaba yo maquinando el plan de acción para el siguiente día.

Gladis despertó cuando ya el sol andaba por su cenit. Notó el frío vacío a su lado y luego la húmeda viscosidad que le resbalaba por la pierna. ¡El joputa me folló sin goma!, pensó, luego más calmada reconoció que ella lo había buscado en el paroxismo que le daba el alcohol ingerido en la cevichería del Raval. La resaca era tremenda y le costó levantarse y asearse para salir a la calle, ya mediada la tarde.

Abandonó la mísera casa de Hugo, el miserable limeño que siempre conseguía llevarla a la cama, con un malhumorado portazo y cuando se cruzó con aquel individuo que la miraba con insistencia sintió miedo. Recordó el episodio del robo de las joyas a aquellos viejitos de los que cuidaba y la sensación de que la policía estaba a punto de identificarla. Por eso regresó sobre sus pasos, para encararse con el tipo.

Siempre tuvo éxito con los hombres la prueba estaba en los tres cholitos que la esperaban en Cuzco y aquel hombre la miraba con autentica lujuria; aceptó la invitación y volvió a repetir la vieja y lacrimógena escena pero cuando oyó sus palabras de consuelo y sintió la suavidad con que acariciaba su cabello empezó a reconocer la urgencia de una relación estable basada en el cariño mutuo….y aquel atractivo caballero tenía un abultado billetero cuajado de tarjetas de doradas tarjetas de crédito que asomaron, indiscretas, cuando él pagó la cuesta del bar.

El intercambio de teléfonos en la apresurada retirada del español fue garantía suficiente para saber que regresaría.

                                             Continuará…….pronto.