miprimita.com

El esclavo de la Dama

en Fantasías Eróticas

La Dama alzó la vista de los pergaminos que estaba leyendo al entrar el caballero. No llevaba armadura alguna porque la había dejado ya en su habitación. Durante todo el viaje solo había podido pensar en ella, en su dorado cabello, en sus ojos azules, en sus palabras. "Vuelve siempre que lo desees", le dijo una vez. No podía dejar de pensar en ella, se había convertido, sin quererlo, en un esclavo de sus besos.

-Veo que no le pasó nada por el camino, sir Thierry -dijo la Dama, con una sonrisa.

-No puedo dejar de pensar en ti, mi Dama -dijo él, en un susurro, pasando de las formalidades.

Quería tirarla en la cama, arrancarle las ropas, y disfrutar de su cuerpo. Pero ella era la que llevaba la batuta, ella era la que decidía, no él.

-No seas impaciente, sir Thierry. Todo llega, tarde o temprano.

Thierry tragó saliva cuando ella se levantó. Su vestido blanco como la nieve virgen le marcaba las curvas y sus preciosos pechos. La Dama sonrió al notar su penetrante mirada, que la hacía sentir casi desnuda.

El caballero había combatido y luchado y ganado miles de batallas, pero, por algún motivo que aún no lograba explicarse, no podía conquistar a su Dama. Ella sonrió y se apoyó en la mesa.

-Sé que lo deseas -musitó, lujuriosa de su amor-. Pero para conseguirlo, habrás de demostrarme que vale la pena.

El caballero volvió a tragar saliva. La Dama se quedó de pie ante él, dejándose a su merced. Thierry, nervioso, escrutó la mirada de ella, en busca de alguna trampa, pero sus ojos solo podían revelarle la verdad, que deseaba ser tomada por aquel fuerte y valeroso caballero.

Los labios de Thierry se posaron con una caricia en los de la Dama, en un fogoso beso. Su lengua se enzarzó en un curioso baile y sus manos empezaron a quitar el vestido de la Dama. Los botones no tardaron en ceder así como el vestido, que cayó con un susurro a sus pies. El corsé de la Dama siguió igual camino.

Thierry, pacientemente, lamió el seno derecho de su Dama, cuya punta estaba enhiesto. La Dama echó hacia atrás la cabeza y gimió. La lengua de Thierry trazó círculos en su bello pecho, como si de saborearlo se tratase. Con la otra mano, pellizcó el otro pecho de la Dama, para luego lamerlo, sus dientes se cerraron en torno a su punta, con delicadeza. Dejó un sendero de besos por su pecho, cuya piel los rayos del Sol no habían alcanzado nunca.

En una lenta caricia, despojó a la Dama de sus braguitas, para tener su mano más libertad de juego. Acariciándola con lentitud y pericia, su mano tardó poco en quedar húmeda, fruto del néctar de su bella Dama, cuyas mejillas estaban sonrosadas de la excitación creciente. El caballero se agachó, poniéndose de rodillas y su lengua jugó largo rato con ella, bebiendo de aquella delicia.

-Thierry... -gimió la Dama, a punto de tocar sus delicados dedos el reino de Dios.

El caballero introdujo dos dedos en las maravillosas y ocultas profundidades de su excitada Dama. Ella no aguantaría más, quería rendirse a esa creciente pasión, pero sabía que debía aguantar. No puedo... , pensó para sus adentros, es imposible...

Cayó de rodillas y besó al caballero que tanto la excitaba, tanto sus labios como su fuerte cuerpo. Empezó a desnudarle. Su fuerte torso fue acariciado por los labios de la Dama. Thierry, como leyendo sus pensamientos, la cogió en brazos y la posó en la cama como si de porcelana se tratase. Su Dama respiraba agitadamente. Lo quería, lo deseaba, su cuerpo lo pedía a gritos pero su mente aullaba que esperara, que debía ser paciente.

Thierry se desnudó y ella besó su falo, deseosa de él. Su boca lo acogió casi con desesperación. El caballero gimió.

-Mi Dama... -no pudo completar la frase.

Aquella sensación de delicioso placer inundaba su cuerpo. Quería poseerla a lo salvaje, pero su mente le dictaba que debía ser delicado tratándose de la Dama. Su corazón le contradecía. Y con cada apresurado latido, parecía estar gritándoselo "¡Hazlo, hazlo, hazlo...!".

Un repentino calor invadió su pecho haciéndole gritar de placer. La Dama bebió ávida como si aquel cálido néctar fuese su alimento. Se detuvo a respirar y se dejó caer tentadoramente hacia atrás. Cada curva de su cuerpo parecía estar pidiendo a gritos a Thierry que la poseyera con su innombrable miembro.

Thierry se colocó entre sus pecaminosos y suaves muslos. Su verga entró en ella, con una deliciosa caricia. La Dama gimió de placer al sentirlo dentro de ella, tan grande, fuerte y excitante, siendo otra vez un solo cuerpo en vez de dos. Thierry se movió y la Dama fue presa de la excitación. Gemía sin cesar, imposible de controlar su propio cuerpo que parecía haber cobrado vida propia. El cerebro no lo dirigía, sino su corazón.

Cruzó las piernas tras la espalda de su amado caballero, mientras su falo la atravesaba dulcemente una y otra vez, sin detenerse jamás. Los labios de Thierry recorrieron el cuello de la Dama, bajando hasta su pecho, en donde se detuvo para lamerlos pecaminosamente. La Dama quería más, pero le fallaban las palabras, muriendo en sus labios.

El caballero le mordió el pecho y sus caderas fueron más rápido. La Dama no aguantaría mucho más. La excitación la invadía, su cuerpo se preparaba para aquella placentera sensación. Ella le mordió la oreja y después la lamió para después susurrar:

-Más fuerte, mi caballero...

Thierry, sumiso y esclavo de la Dama, obedeció. Y, por fin, aquel placentero e innombrable placer la invadió, siendo de nuevo dueño del cuerpo delicado y suave de la Dama, haciéndola gritar de placer. Thierry enterró el rostro en el hombro desnudo de su Dama, liberándose en ella, desatando una sensación de gozo, que le nublaba el pensamiento, siendo el corazón dueño de su cuerpo por unos deliciosos y casi eternos momentos. Sus labios se unieron una vez más, casi con desesperación, como si guardasen un secreto ansiosos de saber.

La Dama se acurrucó en los fuertes y protectores brazos de Thierry, sintiendo el galopar de su corazón, eternamente suyo. Thierry, por su parte, la acogió con delicadeza, disfrutando del contacto del roce de su piel desnuda con el de la Dama. Posó un beso en su mejilla y otro en sus labios. La Dama se sintió protegida en sus brazos, segura. Y, como cada vez, pensó que nada le pasaría estando en sus brazos.