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Taketa

en Sexo Oral

Se había peleado nuevamente con Gali, toa del agua. Era algo natural en ellos, ya que eran polos opuestos pero, aunque Tahu fuera con las intenciones de solventar los problemas que entre ellos dos surgían, aquella vez no fue posible. Gali estaba más testaruda de lo normal para llevar unida a su alma un elemento tranquilo como era el agua... Sin embargo, él, era más temperamental. El fuego parecía correr por sus venas cuando Gali se enfadaba con él y era como si, por temor ha ser extinguido por ella, se encendiera de repente como un volcán dormido después de mucho tiempo.

 
No le apetecía recorrer los ríos de lava que habitaban bajo la montaña y tampoco le apetecía andar cerca de su hogar, por lo que se animó con un paseo por la obsidiana, que crujía vagamente bajo sus pies. ¿Qué es lo que le ocurría a Gali? Era como si cualquier cosa fuera capaz de ponerla en ebullición. ¿O era su presencia lo que la ponía de esas maneras? Pensaba que ya habíamos solucionado ese asunto, se dijo Tahu, un poco sorprendido.
 
Sin embargo, una figura en la lejanía, en camino hacía la gruta que hacía las veces de entrada a su reino, le distrajo de sus pensamientos. Parecía Gali... ¿qué hacía allí abajo? Si bien, al darle la luz y girándose un poco la figura, se dio cuenta de que no era ni Gali ni nadie que conociera. Picado por una malsana curiosidad, decidió ir a ver al sujeto en cuestión, apretando el peso, con el corazón galopando felizmente en su pecho, sin saber muy bien por qué. Como si aquel o aquella se hubiera dado cuenta de que era perseguido por el toa, apretó el paso y luego echó a correr. Tahu, soltando una exclamación que pretendía llamar su atención, corrió tras el desconocido. Era bastante rápido, ligero y no parecía tener problemas para respirar en la opresiva atmósfera del fuego. ¿Acaso era un habitante de su reino? No, no era posible, los conocía a todos.
 
Le pisaba los talones cuando salieron al exterior. Llevaba una melena impresionantemente rojiza. De un tono rojo como el propio fuego. Su piel era algo pálida y sus ropajes parecían venerar un elemento desconocido. Alargó el brazo para retenerlo pero tropezó y lo perdió. O eso creía. Pues se detuvo, jadeando y le miró. Tahu contuvo la respiración inconscientemente. Sus ojos eran de un tono amarillo mezclados con el rojo, dándoles la luz del sol, otorgándoles un brillo especial. Era una mujer. O, para ser más precisos, una chica. Su túnica llevaba un extraño símbolo en el pecho, desconocido hasta el momento. Entreabrió los labios. Y habló.
-¿Te has hecho daño, Tahu?
¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién era ella y por qué se sentía... hechizado?
-Vamos, déjame que te ayude.
Sus manos, suaves como la caricia del musgo, le rozaron los desnudos brazos. Se puso en pie con su ayuda y continuó contemplándola, cerrando la mandíbula ahora que se había percatado de que la tenía abierta. Se estaba sonrojando debido al serio escrutinio al que estaba siendo sometida, así como volverse algo tímida.
-¿Cómo... quién eres?
-Me llamo Taketa.
-Taketa...
-¿Te has hecho daño en la cabeza, Tahu? No dejas de mirarme y...
La chica pasó una mano por su rostro, acariciándole el pelo rojo como el propio fuego, no de la misma intensidad que el de Taketa; era tal su intensidad que Tahu temía tocarlo y quemarse. Como si fuera algo normal, como si perteneciera a la tierra o al agua. Tragó saliva, atontado, pendiente de las caricias de la desconocida. ¿Desconocida? No, no podía llamarla así. No era una desconocida, porque sentía que hacía tanto tiempo ya que eran... 
-Tahu.
Fue un susurro, un ruego, una súplica. Fue ninguna cosa y todo a la vez. Sin que se diera cuenta o sin que quisiese detenerla, sus manos acariciaron su cuello y se entrelazaron en su nuca, en el nacimiento del cabello. Se aproximó más a él, le rozó los labios y fue como si recibiera una chispa lo cual, comparado con el beso que le siguió, fue una nadería. Tenía unos labios suaves, una lengua que parecía arder, encantado de que fuera en su boca donde se encendiera. Aceptó el baile que aquella le pedía, posando sin temor sus manos en las caderas de Taketa.
 
Ella soltó un ronroneo, se aproximó más a un confuso Tahu; sabía lo que quería y al mismo tiempo... no. Como si le hubiera leído el pensamiento, Taketa recorrió la mejilla de Tahu con la lengua hasta llegar a su oreja de carácter puntiagudo, lamiéndosela, para llegar a susurrar:
-No temas, déjate llevar. Déjame hacer.
Las manos ardientes de Taketa se deslizaron con lentitud por sus ropas, desnudándolo mediante caricias, palabras que se oían tan bajo que costaba oírlas y besos camuflados de mordiscos. Tahu había perdido el sentido de la sensatez cuando decidió desnudar también a Taketa, intrigado por lo que pudiera haber debajo. Fue cuando ella le empujó y cayó dolorosamente al suelo... y fue montado en un comienzo, pues Taketa se deslizó con una lengua traviesa, mojada y candorosa por su fuerte pecho, bajando por el vientre, llegando a una zona que empezaba a doler de verdad. 
-Tan erecta como la llamarada de un volcán -susurró Taketa, soltándole un cálido aliento sobre su verga.
Tahu, sin querer, soltó un gemido y miró al cielo, donde flotaban tranquilamente algunas nubes. Sintió que se hundía en algo confortable y placentero cuando su miembro fue a parar con un suspiro a la boca de Taketa, húmeda, con una lengua más traviesa que su mirada. Oh, cómo succionaba, como hacía tambalearse su sentido y cómo notaba que se le encendía la llama interna. Adquirió un ritmo veloz, gemía tanto que su verga no terminaba de dejar de dolerle. Apasionada, ardiente, desconocida... ¿Qué significaba su nombre? 
-No sigas... Ah... Taketa... No sigas, no quiero quemarte...
-Me alimento del fuego, bebo del agua, vuelo en el aire... -gimió mientras pasaba la lengua por lo largo del miembro-. Me acuna el hielo... Oh... el sonido me adormece y me mantiene alerta...
Allí estaba de nuevo su lengua, moviéndose de una forma cruel sobre su glande, sobre su piel, siguiendo las venillas que cubrían su pene, tan duro como la propia obsidiana. ¿Quién era ella? ¿De dónde había salido? Entonces, aumentó el ritmo, acarició sus testículos, que parecían querer morirse estallando. Tahu soltó un profundo gemido y se corrió en la boca de Taketa, que lo acogió con un gemido de sorpresa. Un delicioso jadeo. Una exclamación excitante. No dejó que se escapara ni una sola gota de aquel extraño fluido rojo, asegurándose de limpiarle la verga antes de incorporarse, pasándose la lengua por la boca. Tahu se apoyó en los codos, jadeando, mirándola alimentarse. Se sentía tan cansado...
-¿Tahu? Tahu, ¿dónde estás?
-Por toda la lava del mundo, ¿qué demonios? -masculló el llamado.
La chica adquirió un aire precavido, alarmado y tenso. Su rostro primeramente expresó sorpresa y luego ira, seguido de cautela. Tahu recibió una quemazón por beso, su boca ardía por el placer y por sus fluidos, soltados hacía un solo instante.
-Mantén la llama viva en la oscuridad. oh, Toa del Fuego. Adiós, Tahu.
-¡Espera! -gritó él, sintiéndose desdichado, como si Haka le hubiera tirado una ráfaga de hielo. Se puso los pantalones a toda velocidad y recogía su camiseta cuando llegó Gali.
-Oh, estás aquí -fue lo que dijo al llegar, observando con disimulo su pecho desnudo.
-¿Sí, Gali? ¿Querías algo? -masculló Tahu, algo enfadado por la interrupción, porque había hecho huir a Taketa. 
-Yo... venía a pedirte disculpas... No quería haberme enfadado contigo, es solo que...
Tahu la escuchó, con paciencia y con el pensamiento un tanto puesto en la muchacha. ¿A dónde había ido? ¿Por qué había huido de Gali? ¿Miedo o simple sorpresa? Acabó por aceptar las disculpas de la toa, sintiéndose un poco más tranquilo y satisfecho.
-¿A quién buscas? -preguntó la toa, al verle escrutar el horizonte.
-Nada, solo miraba...
Sin embargo, sonó poco convincente... incluso para él mismo. 
 
Y mientras regresaban caminando por el tupido bosque a uno de los templos Toa, Taketa se relamía los labios, contemplando en la lejanía a Tahu, excitada y algo enfadada con la Toa por la interrupción. Deseaba volver a encontrarse con Tahu a solas. Lo deseaba más que poder respirar. Tahu... Tenía algo que encendía una sensación extraña en sí misma, hasta entonces desconocida.
-Nos volveremos a ver, Tahu. Te lo prometo -susurró al viento.
 
Debía regresar pronto a casa.
 
Se hacía tarde.
 
Debía regresar con los Makuta.