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Alturas excitantes

en Hetero: General

Ibamos en el tranvía, de pie. Aquel día hacía mucho calor, por lo que llevaba una falda. Tú ibas a mi lado, observando el paisaje que pasaba veloz por la ventana del tren. El traqueteo me relajaba. Tu mano se deslizó por mis piernas, acariciándome. Te miré, pero tú solo mirabas por la ventana, inocente.

 

 

Puse mi mano sobre la tuya y la acaricié. Luego, tu mano me acarició los muslos y, pasando el pequeño tanga que llevaba, me presionaste el clítoris. Yo me mordí el labio inferior para no gemir de placer. Miré a mi alrededor, convencida de que alguien nos estaba mirando. SIn embargo, todos eran ajenos a nosotros. Nadie nos miraba.

 

Me mojé enseguida. Introduciste un dedo en mi sexo. Agaché la cabeza y me tapé la boca con la mano, mientras que tu explorabas y jugabas con mi flor. Sacaste tu mano de mi tanga, te pusiste tras de mí y me abrazaste. Apoyaste tu cabeza en mi hombro izquierdo y me susurrarte, mientras que explorabas mis profundidades:

-¿Qué deseas?¿Qué te folle aquí mismo o esperar como una buena gatita a nuestro destino?-el roce de tu aliento en mi oreja me hizo estemecer.

 

Sabías que ansiaba locamente que me penetrases allí mismo, aún a riesgo de que alguien nos viese.

-Házmelo aquí, por favor-te supliqué. Si bien, chasqueaste la lengua con desaporación mientras me tocabas un pecho.

-No, no, no. Vas a ser buena y vas a esperar, mi dulce amada.-volviste a susurrarme, como si temieses que alguien pudiese arrebatarte aquellas palabras.

 

Esperé impaciente a llegar a nuestro destino, Londres. El tren paró al fin. Yo estaba loca porque me arrojases sobre una cama y me domases, me tomases, me penetraras, y me hicieses lo que quisieses.

 

Y sin embargo, tuve que ser paciente. Llegamos al fin, al Ojo de Londres. Nos unimos a la cola que había, teníamos delante a seis personas. Intuí que la espera iba a ser larga. Me pasaste un brazo por el tronco, acercaste tu boca a mi oído, y susuraste, como si fuese un secreto muy poderoso y que nadie más tenía que oírlo.

-¿Todavía lo ansias?

-Sí-murmuré.

Aumentaste la presión del brazo que me rodeaba, me acercaste más a ti. Al poco, subiemos al Ojo de Londres.

-Quítate el tanga-me dijiste una vez dentro y a una altura considerble.Yo obedecí.-Dámelos-te los dí cuando me los hube quitado. Y tú te los guardaste en el bolsillo del pantalón.-Ya te los daré después-explicaste con un guiño travieso.

 

Me hiciste una señal para que me sentase en tu regazo.Mepenetraste y yo gemí por lo bajo, temerosa. Miré a mi alrededor, pero estabamos tan alto que nadie nos vería. La noria se detuvo.

Moviste tus caderas, penetrándome hondamente. Una de tus manos se metió en mi camisa, retirando levemente el sujetador, acariciándome el pecho y los pezones.

-Una vista hermosa, ¿no crees?A valido la pena venir-me mordiste la oreja. Tu otra mano tocó y presionó me clítoris. Me mordí el labio inferior, no quería gritar de placer, temerosa de que nos pudiesen oír.

-Grita de placer. Ya que nadie te puede oír.

Un gemidopugnó por salir de mis labios y lo logró. Cada vez te movías más rápido. Y finalmente llegaste al éxtasis, aferrandote a mi y apoyando tu cabeza en mi espalda.

 

La noria volvió a ponerse en movimiento. Me retiré de tu regazo, guardaste tu sexo de nuevo y me diste el tanga, me lo puse deprisa. Bajamos de la noria y nos fuimos a la estación a coger un tren.

 

Nunca olvidaré la visita del Ojo de Londres.