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Dragones que encienden

en Parodias

Giny, después de las clases, para relajarse de los futuros exámenes de segundo grado que estaba preparando, se decidió a dar un paseo por las instalaciones de Howarts, para disfrutar del aire algo frío y despejar así su mente de largos textos, fórmulas y complicados hechizos. Pensaba en quien no debía, le distraía de los deberes, de las palabras exactas que debía pronunciar... teniendo como consecuencia que fallaba mucho por lo que se aplicaba más. No quería fallar en las pruebas, era algo importante par la muchacha. Y, sin embargo... Bajó al bosque, un lugar tranquilo, no demasiado transitado y silencioso que le permitió explorar aquel pensamiento prohibido con total libertad, sin tener que darse de frente con nadie y que leyera sus ojos... adivinando cruelmente el centro de sus cavilaciones. No, era mejor así, sin que nadie la agobiara a su alrededor, sin jóvenes alumnos estresados preparando los famosos exámenes. 

 

Tan centrada estaba que no se percató de una presencia frente a sí, que la sacó con una brusquedad notable, sobresaltándola y poniéndola un poco nerviosa.

-¿Qué haces por aquí, Weasley? -preguntó Draco.
Aunque su tono sonaba brusco, como si deseara mandarla a otra parte, no era real. Se estaba asegurando de que no había realmente nadie por los alrededores, que estaban solos, el uno para el otro... sin interrupciones, sin libros de por medio, sin miradas indiscretas.
-Paseaba -acertó a contestar Giny, que se sonrojó un tanto al notar la fría mirada azulada de Malfoy sobre ella, quien evitaba el contacto visual.
-¿Paseabas? -se rió el muchacho.
-Sí -replicó Giny, siguiéndole el juego-. Tu presencia arruinó el bonito paisaje del que disfrutaba.
Ni un sonido, ni una risa... estaban solos. Él se aproximó a la muchacha y le rozó con un solo dedo la roja mejilla, sonriente. Empezó con un pequeño beso como saludo, un simple roce de labios que pareció quemar la piel. Giny quiso decirlo cuán le había echado de menos, cómo ocupaba sus pensamientos, sobre todo por las noches, a veces frías, a veces demasiado candentes.
-Tu pelo rojo me enciende cuando me recuerdan el color -le susurró Draco al oído. Al ver que estaba algo torpe, como si temiera hacer alguna estupidez, preguntó: -¿Qué ocurre? ¿Todo bien?
-Sí... es solo que...
Allí estaban nuevamente los labios de Draco sobre los suyos, incitándola a besarle como quisiera, doblegándose ante ella.
-¿Sí? -susurró, de la manera más seductora que pudo.
-Por las noches no puedo dormir porque ocupas toda mi mente -se atrevió, al fin.
-Demuéstrame cómo, Weasly.
Cogiéndole de las solapas de su uniforme, le besó de una manera muy distinta a cómo lo estaba haciendo Malfoy hasta el momento. Un largo beso, lleno de rápidas caricias con los labios sedientos, con unas lenguas inquietas en sus respectivas bocas, esperando a que llegara la señal para poder bailar la una con la otra en un compás que solo ellas conocían. Llegó entonces un beso más pequeño y corto.
 
Malfoy no se quiso detener ahí. Con los exámenes habían pasado mucho tiempo separados, mucho más del que le gustara a él y le quería exigir algo más que simples caricias, besos o palabras en el aire y en la mirada. Necesitaban complacerse mutuamente, arder en el bosque, lejos de la realidad que les esperaba al otro lado de los árboles, firme y severa, donde debían separarse y jugar unos dolorosos papeles de un odio que no sentían ni de lejos; si no todo lo opuesto. Los labios del muchacho se movían con rapidez, cubrieron luego los de Giny y su lengua cruzó la barrera para llevar a bailar a la de la chica, algo seca en un comiendo, siendo embadurnada después con la saliva caliente de Draco. 
 
Alzó este las manos, rozando la tela que ocultaba los pequeños pechos de la muchacha. Apretaba con suavidad, trazaba círculos con los dedos, notando cómo se estremecía bajo él. Dejó una mano entretenida con aquel terciopelo, que deseaba tocar también bajo la tela, rozar la cándida piel y besarlos y amarlos, complaciendo en una parte a Giny. La otra empendió la huida a su trasero, redondito y bien formado. Cuán anhelaba poder desnudarla y disfrutar con y para ella en aquel mismo instante, sin importar lo que pudiera pasar después, olvidándose de las barreras que los separaban, tanto por familia como por casa.
-Eres hermosa -musitó Draco, pasando al fin las manos por debajo de la túnica de la muchacha, retirando el sujetador para tocar aquellas dos protuberancias que tanto le gustaban.
Sí, eran suaves, como había fantaseado. Sí, eran blandas y manejables. Alzó más la túnica y pasó la lengua por los pezones, ora uno otra otro, sin descuidar la atención en ninguno de los dos ya que cuando no estaba la lengua humedeciendo, eran los dedos los que pellizcaban, como una promesa de regreso. La oyó gemir y sintió cómo su cuerpo se encendía. Ojalá tuvieran más tiempo para más complacencias... pero sus respectivas ausencias podían levantar sospechas y llevarles hasta donde paseaba normalmente Giny... y entonces, se acabaría todo. Para siempre.
 
Sin más demorarse más, bajó por su cuello, retiró la maldita túnica, que se ponía de por medio y le subió las faldas. La tumbó en la alfombra de hojas caídas y mimando con una mano el pecho derecho, bajó con una lentitud exasperante la ropa interior de Giny, que temblaba de excitación, emoción... e impaciencia. Draco se deshizo de la túnica y los pantalones por si se les ocurría entorpecer la tarea que deseaba cometer desde su último encuentro en la biblioteca, tan fugaz... y al mismo tiempo tan candente. Abultados sus calzoncillos parecían una promesa cercana de lo que le esperaba. Rozó con la lengua las humedecidas intimidades de Giny, preparándola para algo de mayor tamaño que su lengua inquieta. Arqueando la espalda, la chica pelirroja pugnaba por contener sus gemidos y no llamar la atención.
 
Al fin, los calzoncillos del inquieto dragón desaparecieron de vista y se puso encima de ella, tanteando el terreno con una enhiesta verga de considerable tamaño para ser tan solo un muchacho. Giny, impaciente, le ayudó a situarse mientras paladeaba con delicadeza y avidez al mismo tiempo sus labios. Poco a poco, entró en la gruta oscura de la muchacha, cuyos gemidos se vieron prudentemente ahogados por la boca de Draco, que se concentró en las palpitaciones, en el calor que despedía aquel lugar oscuro y húmedo. Conteniéndose, empezó un lento vaivén para evitar hacer daño a Giny; posteriormente, se lanzó en una loca carrera de jadeos, gemidos difícilmente contenidos y besos ardorosos, mordiscos por doquier y palabras susurradas.
 

Giny apresuró a su orgasmo a llegar al fin para que Draco pudiera desahogarse con un gruñido mascullado en su oído en su interior, llenándola del fluido ardiente y viscoso. No tenían tiempo para más, no tenían tiempo para descansar. Se apresuraron a vestirse, a besarse con la promesa de volver a verse, aunque fuera fugazmente y para una tierna caricia. Con pesar, con la tristeza y la complacencia brillando en aquella mirada azulada de Draco,soltó lentamente la mano de Giny y desapareció entre los árboles. 

 
Ella misma tardó algo más en salir y tomó un camino distinto al que seguramente tomó Draco, con el pensamiento puesto en él, en su esbelto cuerpo, algo pálido tal vez, con sus cabellos rubios y aquella voz que era capaz de susurrar y encender a un tiempo. Tuvo que posponer más de una nueva fantasía con aquel muchacho que amaba en secreto cuando los libros se lanzaron sobre ella. Pronto, se decía, pronto nos volveremos a ver y no tendremos que fingir ese odio que nos corroe.