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De angel a zorra en un día

en Amor filial

Mario miraba a aquel tipejo que había venido a buscar a su hija. Joven, desgarbado, con el pelo casi rapado y... con pendientes. Y encima le tuteaba y le llamaba papi. La sangre le hervía en las venas.

-No te preocupes, papi, que la trataré como a una reina. Y a las doce la traeré a casa. - le dijo el jovenzuelo.

-De eso nada. A las 10 la quiero en casa. Un minuto después de las 10 y te muelo a palos.

Mónica, la hija, que escuchaba avergonzada, intentó obtener más tiempo.

-Papá, por favor. Sólo hasta las doce. - le dijo, mirándolo con sus preciosos ojos.

Mario la miró. Era la niña de sus ojos. Su niñita. Y cuando lo miraba así, no podía negarle nada. Pero tenía al lado a aquel mocoso que lo miraba sonriendo, altivo. Aún así, claudicó.

-Está bien. A las doce. Pero ni un segundo más.

Ella lo abrazó, contenta y le dio un beso en la mejilla.

-Gracias papá. Eres el mejor.

Allí se quedó Mario, mirando como el chaval cogía de la mano a su tesoro y se iban. Su tesoro. Su única hija. Se dijo que era ley de vida. Los hijos crecen, se hacen mayores. Pero ella era sólo una niña, su niña, a pesar de ser ya mayor de edad.

Se sentó en el salón, a ver la tele. Miró el reloj. Las 8 en punto.

-Joder, sólo son las 8.

Así que esperó. Y esperó. Mirando el lento movimiento de las agujas del reloj de cuco de la pared. Esperó y pensó. En su hija. En su niña. Empezó a enfadarse solo.

-Joder. Toda una vida criando a una hija, teniéndola en un altar. Los mejores colegios, la mejor educación. Para que ahora venga un macarra asqueroso y se lleve lo que es mío. Como le ponga un dedo encima, lo mato. LO MATO.

Las 10. Se levantó y se asomó a la ventana, apartando la cortina. La calle estaba desierta ya, apenas pasaban coches por la urbanización a esas horas. La señora Julia paseaba a su estúpido perro. Como se cagase en su trozo de acera, le iba a cantar las 40. Pero no se cagó.

Volvió a su sillón.

-Mierda. No tendría que haberla dejado hasta las doce. ¿Qué estarán haciendo? ¿Qué le estará haciendo ese degenerado a mi niñita? Lo mato. Yo lo mato.

Estaba cada vez más encendido, más enfadado. Se imaginaba al tipo del pendiente haciéndole toda clase de cosas a su inocente hija. Besándola, metiéndole mano. Sobándole las tetas, y al final, follándosela como un animal, clavándole la polla en su virginal coñito y llenándoselo de su asquerosa leche.

- "Pero, ella no es así" - se decía-. "Es una buena chica. Sabrá parar las intenciones de ese desgraciado".

Con las manos a la espalda, paseaba por el salón, arriba y abajo, con las luces apagadas y mirando de vez en cuando por la ventana, hasta que por fin, sobre las 12 menos 20, un coche aparcó. Eran ellos. Aparcaron en una zona oscura, pero los veía bien. Miró su reloj.

-"Bien. Parece que me precipité un poco al juzgar al muchacho. Aún nos son las 12 y ya han vuelto".

Miraba por una rendijilla de una ventana del salón. Y entonces, se le heló la sangre. Aquél cabrón se acercó a su niña y la besó. Y no un casto beso, no. Un morreo, metiéndole la lengua hasta bien el fondo de la boca.

-Cabrón. Venga mi vida. Párale los pies. Dale una bofetada a ese imbécil.

Pero Mónica se dejó besar. Y cuando el tipo llevó una mano a sus tetas y se las empezó a sobar, ella no hizo nada.

-¿Pero qué haces, zorra? ¿No ves que te está metiendo mano? Páralo, páraloooo.

Mario, desesperado, miraba la escena. Entonces, la mano que sobaba las bellas tetas de su hija, la soltaron un momento y buscaron la mano de ella, para llevarla seguidamente hacia su polla. Por supuesto, Mario no la veía desde su posición, pero sabía lo que estaba pasando.

La mano del joven volvió a las tetas de la chica. Su padre, casi con lágrimas en los ojos, veía desde su oscura atalaya como el brazo de Mónica se movía. Su niñita, su adorada y virginal niñita, le estaba haciendo una paja a aquel degenerado, que seguía comiéndole la boca y sobándole las tetas.

-Zorra, zorra, zorra - lloró Mario

Pensó en coger un palo, salir, y molerlos a golpes a los dos. Pero no valía la pena jugársela por una zorra y aquel jo'puta.

El alma se le cayó a los pies cuando vio como el muchacho se echó hacia atrás en su asiento, cogió con fuerza la cabeza de su hija y la apretó hacia abajo. Ella parecía luchar, pero el chico hacía que su cabeza subiera y bajara.

Al poco, el muchacho quitó sus manos. La cabeza de Mónica siguió subiendo y bajando. El chico echó el cuello hacia atrás, cerró los ojos y disfrutó de la mamada, con cara de placer.

Mario quería morirse. Su hijita Estaba en un coche, chupándole la polla a un chico. No se lo podía creer. Tenía que ser un sueño.

Pero no lo era. Vio como el chico empezó a temblar. Mónica intentó levantar la cabeza, pero él se la apretó con fuerza mientras tenía espasmos.

-Zorra, puta - dijo Mario, hecho polvo, comprendiendo a que su adorada hija le estaban llenando la boca con espeso y caliente semen.

Observó como ella levantaba la cabeza y como con la manga de su jersey se limpiada de los labios los posibles restos de la corrida. El chico seguía como ido, ausente. No pudo seguir mirando. Se sentó en su sofá, a oscuras.

A los pocos minutos, oyó la puerta. Se abrió y alguien entró. Oyó cerrarse otra vez la puerta, pasar la llave. La luz se encendió.

Era su niña.

-Uf, que susto, papi. No sabía que estabas ahí.

Mario la miró. Ella se asustó al ver esa mirada. Miró su reloj.

-Faltan dos minutos para las doce.

-Zorra.

-¿Qu...qué?

-Puta

-Papi... ¿Qué pasa? Aún no es la hora.

-Lo he visto todo. Cómo te metía mano. Cómo le tocabas la polla. Y cómo se la chupabas.

-¡Papá!..Yo...- dijo Mónica, retrocediendo unos pasos, avergonzada y asustada.

-Yo que te creía mi angelito y resulta que no eres más que una zorra más.

-No...yo no...

-Tú sí.

Mario se levantó y se acercó a ella. Mónica estaba petrificada, mirando como su padre se acercaba.

-"Me va a matar"- pensó Mónica.

Cuando estuvo a su lado, Mario levantó la mano, dispuesto a abofetearla. Ella lo miró con sus lindos ojillos, y él bajó la mano. Mónica sonrió, aliviada.

Aquello sonrisa casi ablanda a Mario. Pero recordó como ella se limpiaba la boca después de tragarse la leche. La sangre le volvió a hervir. La cogió con fuerza del brazo y arrastró hasta el sofá.

-Toda mi vida sacrificada por ti, para que fueras una señorita y me has salido una vulgar puta. Ahora vas a ver.

-No, papá, no...déjame.

Se sentó en el sofá y la puso boca abajo sobre su regazo. La mantuvo firme. Ella trataba de zafarse, pero él era más fuerte que ella.

-Quieta, zorra. No te vas a librar.

Levantó la mano y la descargó con fuerza en las nalgas.

-Ayyyyy, papi...no...por favor.

-Calla, puta, más que puta.

Otro golpe. Mónica empezó a llorar. Y Mario, a darle fuertes nalgadas. Pero se dio cuenta de que con la falda los golpes no eran tan efectivos, así que se la levantó y luego le bajó las bragas.

Ahora, las tortas eran sonoras, efectivas. El culo de Mónica se empezó a poner rojo, y la chica no dejaba de sollozar.

-Toma, zorra -PLAS - que no eres más que una zorra. - PLAS.

-Papi, papi...para...no me pegues más... - suplicaba Mónica, con lágrimas en los ojos.

Mario no se apiadó. Siguió dándole nalgadas. La mano le empezó a doler, y aflojó los golpes, hasta que paró.

-¿Ves lo que me has obligado a hacer?

-Papi...lo siento.

Mario miró el culo de su hija. Estaba rojo, con marcas de dedos. Era redondito, precioso. Empezó a acariciarlo con las manos. Estaba calentito. Lo sobó.

-¿Ves lo que me has obligado hacer? Eras mi niñita, lo más preciado para mí. Y ahora...sólo eres una zorrita.

-No lo soy - se atrevió a decir Mónica, bajito.

PLAS!

-Agggg...papi...no...no soy eso.

PLAS!

-Agggg...no me pegues más...papi...no soy...una...

PLAS!

Mónica ya no lloraba. Aguantaba las tortas paternas. Se sentía extraña. Aquellos golpes que al principio le quemaban, seguían haciéndolo, pero era un calor distinto, hasta cierto punto, agradable.

-¿Cómo que no eres una zorra? ¿Acaso me vas a decir que no te besó el cabrito ese? - PLAS

-Aggg...sí...me besó.

-¿Me vas a decir que no te tocó las tetas? - PLAS

-Ummmm sí...me tocó las tetas, papi.

-¿Y me vas a negar que le tocaste la polla? - PLAS

-Aggggg me obligó...yo...no quería.

-¿No querías? - PLAS - ¿Crees que soy estúpido? - PLAS

-Ummmmm no...no eres eso....

-¿Y también te obligó a chuparle la polla? - PLAS

-Sí...ummmmm me obligó a chuparle la polla.

-Mentirosa - PLAS- zorra - PLAS. Vi como se la chupabas. Vi tu cabeza subir y bajar, y como él no te obligaba. Lo hacías tu sola, como una puta cualquiera - PLAS

-Aggggg él me obligó, papi...Me...decía que...

-¿Qué te decía? - PLAS.

-Me decía...que se la chupara...que era una calientapollas, y que me lo merecía.

-Zorra. Eso es lo que eres - PLAS - Dilo

-No...no lo soy.

Le dio una nalgada más fuerte. Mónica se estremeció de pies a cabeza. Estando en el coche con ese chico, se excitó. Llegó a gustarle sentir sus manos recorriendo sus pechos. Le gustó sentir la dura polla en su mano. Incluso, metérsela en la boca, aunque al principio fue un poco rudo. Pero se tragó el semen obligada, pues con la presión que él ejercía en su cabeza, casi no podía respirar.

Una vez que él quedó satisfecho, le dijo que ya se podía ir. Que su papito la esperaba en casa, que se largara. La excitación se fue. Y más cuando encendió la luz y vio a su padre, mirándola.

Pero la excitación había vuelto. Y con más fuerza que antes. Las tortas de su padre, que al principio la humillaban, le dolían, ahora la excitaban. Cada golpe era dolor seguido de placer. Un placer que recorría su cuerpo y que se concentraba en su coño. Lo sentía palpitar, rezumar jugos.

-Te he dicho que digas que eres una zorra - PLAS.

-Agggggggg papi..no...no...

PLAS! Fue una torta fuerte, dada con saña, que hizo doler la mano de Mario.

-¿Qué eres?

-Ummm...soy una....agggg

-¿Una? - PLAS

-Soy una...zorra...

-PLAS!!! Una puta.

-Aggggggg sí...soy una puta...

-Zorra, zorra, zorra, zorra, zorra...

Cada palabra iba seguida de una nalgada. Mario notó como el cuero de Mónica se tensaba, como sus nalgas se apretaban, como sus manos se cerraban con fuerza. Pensó que era por el dolor, y dejó de descargar su mano sobre el culo de su hija.

No fue por el dolor. Mónica, en silencio, mordiéndose los labios para no gritar, se había corrido oyendo como su padre le decía sin parar que era una zorra y sintiendo el fuego de las nalgadas.

-¿Ves lo que me has obligado a hacerte? He tenido que castigarte.

Volvió a acariciar sus nalgas, a pasar sus manos por aquellas dos preciosas redondeces. Y de repente, fue consciente de que le dolía la polla. Fue consciente de que la tenía dura, como una piedra, mal colocada en sus pantalones. Siguió acariciando el culito de Mónica.

-¿Cuántos hombre te han follado, zorra?

-Ninguno, papi.

-PLAS!!! ¿Te has creído que soy tonto? ¿Cuántos tíos te has follado, puta? - PLAS

-Agggg ninguno...papá...ninguno me ha follado.

Mónica empezó a mover las caderas, a restregarse contra la cosa dura que sentía contra su pubis. La polla de su padre. Su excitación subió más, y más jugos salían de su coño.

Mario aspiró. Y lo notó. Su olor. El olor del coño de su hija. Embriagador, salado. La miró. Vio que tenía los ojos cerrados. Sintió como se frotaba contra su polla. Con sus manos, separó las nalgas, descubriendo su ano, y más abajo, su coño. Lo encontró rojo, brillante, mojado. Y al abrir sus nalgas, una nueva ráfaga de aquel aroma llenó su nariz.

-Pero mira que eres mentirosa, además de zorra. ¿Acaso quieres que me crea que nadie te he metido su dura polla aquí? - preguntó, pasando sus dedos a lo largo de la raja del coño de Mónica.

-Ummmm no...nunca...nadie...

La chica casi se corre otra vez al sentir los dedos de su padre recorrerle lo labios del coño. Siguió meneando las caderas, buscando esos dedos que la hacían estremecer.

-Guarra, puta. Si tienes el coño chorreando. ¿Te puso cachonda comerle la polla a ese imbécil, no? Seguro que tocabas el coño mientras se la mamabas. Seguro que te encantó sentir su leche bajar por la garganta hasta tu barriga, puta. ¿Y me quieres convencer de que nadie te ha follado?

-Nadie papi....nadie...me ha...follado...- respondió Mónica al borde del orgasmo.

-¿Y me dirás que nadie te ha clavado su polla aquí?

Al decir aquí, el pulgar de Mario se clavó hasta el fondo en el culito apretado de Mónica, que yo no pudo resistirlo más y se empezó a correr, llenando los dedos de su padre con sus jugos, transmitiendo sus espasmos a su pulgar, y temblando de pies a cabeza.

-Pero...pero...si te estás corriendo como una cerda - decía asombrado Mario, metiendo y sacando el pulgar de su culito.

Fue una corrida larga, intensa, que dejó el cuerpo de Mónica como sin vida, quieta, con algún esporádico espasmo. Y clavado en su culo, el dedo de su padre. Se lo sacó. Ella no se movió.

La polla de dolía ya demasiado, atrapada y doblada en sus pantalones, así que Mario tiró de Mónica, hacia el suelo, empujando sus piernas. Ella estaba como muerta, sin fuerzas. La apoyó contra el sillón, dejándola arrodillada en el suelo. Su torso descansaba sobre el sofá.

Mario se levantó, y se acomodó la polla para que no le molestara. Miró a su hija. Arrodillada en el suelo, apoyada en el sofá. Su precioso y castigado culo ofrecido. Las bragas en las rodillas.

Mónica seguía ausente. No vio como Mario se acariciaba la polla sobre el pantalón mirándole el culo. No vio ni oyó como se bajó la cremallera ni como se sacó su polla, dura, hinchada, llena de venas. Una polla grande, gruesa.

Empezó a reaccionar cuando notó que su padre se arrodillaba detrás de ella. Comprendió cuando él le metió dos ensalivados dedos en el culo, lubricándolo. Trató de escapar.

-No papi...eso no...por favor.

-¿No? ¿Cómo que no, zorra? ¿Todos te pueden follar y yo no?

-No....papá...nooooo

-Calla, zorra.

El dolor la dejó sin respiración.  Su padre le clavó en el culo su enorme polla, despacio pero sin parar hasta que la tuvo toda enterrada.

-Ummm que culito más apretadito tienes, zorra. Tus amigos deben tener unas pollas diminutas. Mejor, así disfrutarás más de la mía, putita

La agarró por las caderas y empezó a darle por el culo a su hija, a su niñita, que había pasado de ser angelical a ser una zorra ante sus ojos. Sentía un enorme placer al sentir su polla entrar y salir de aquel precioso culo. Se estaba follando a una preciosa mujer, pero lo que más le excitaba era que esa mujer era su hija.

-Toma polla, puta -le decía, enculándola a fondo.

-Aggggggg papi...aggggggg

Mónica sentía dolor, punzante, pero también un intenso placer. Estar así, arrodillada, humillada, mientras su padre la sodomizaba, era algo tan intenso que poco a poco el dolor fue dejando paso al puro placer. De su coño manaban jugos que bajaban por sus muslos.

-¿Te gusta como papi te da por el culo, zorrita?

-Aggggg sí...sí....

-¿Por qué?

-Porque...soy....soy una zorra...una...puta.

-No solo una zorra. Eres la zorra de papi.

-Ummmmmm soy la zorra de papi...

-La puta de papi.

-La...puta...de...papi...

Mario ya no podía más. Se agarró con fuerza a las caderas de Mónica, arreció sus pollazos y empezó a correrse a borbotones en lo más profundo del culo de su hija, llenándoselo de leche caliente y espesa. No se corrió solo. Ella lo acompañó al sentir dentro de ella el calor de la eyaculación, que la inundaba por dentro.

Los dos cuerpos estaban tensos, en silencio, gozando del sublime placer del orgasmo, hasta que se quedaron sin fuerzas. Él quedó sentado, junto a Mónica. Ella, arrodillada en la misma posición.

Pasaron algunos minutos en silencio, hasta que Mario se levantó. Miró a su hija, a su niñita. El culo, rojo. El ano, abierto. Un reguerito de semen empezaba a salir. Se sintió sudado.

-Voy a darme una ducha, zorra. Ven conmigo.

En el baño, le ordenó que se desnudara y después que lo desnudara a él. La polla se había aflojado un poco, pero al ver el precioso cuerpo de Mónica, volvió a ponerse como una piedra.

Cuando ella la vio en todo su esplendor, se preguntó como todo aquello había cabido dentro de su culito.

La hizo entrar en la bañera, y él entró con ella. Abrió el agua y la mojó. La acarició. Le sobó las preciosas tetas, de endurecidos pezones.

-Enjabóname, puta. Límpiame bien.

Sumisa, Mónica cogió la esponja, le echó jabón y empezó a enjabonar a  su padre. Los brazos, el pecho, la cintura. La polla, tiesa, le rozaba la barriga de vez en cuando, y le daba como descargas eléctricas.

Le empezó a pasar la esponja por la polla.

-Con las manos, zorrita.

Soltó la esponja y siguió sólo con las manos. Agarró la dura verga y la pajeó suavemente. Sus dedos no abarcaban el grosor de la polla, y su coño era nuevamente un mar de jugos. Sintió una presión en un hombro.

Lentamente, se arrodilló, sin soltar la dura verga. Mario la hizo agachar aún más, hasta que quedó sentada en la bañara. Luego le hizo levantar la cara, y acercó su polla hasta que quedó a escasos cm. sobre ella.

No hicieron falta palabras. Estaba claro lo que su padre deseaba. Y ello lo complació. Le miró a los ojos mientras su mano lo masturbaba lentamente. Fue una larga y sensual paja, que fue aumentando el placer que sentía Mario. Aquella preciosa muñeca, con su polla en la mano, con esa preciosa carita, con esos lindos ojos mirándolo, seria.

La corrida fue silenciosa. Sólo apagados gemidos. Mario miraba embelesado como de su polla salían largos y espesos chorros de semen que se estrellaban contra la cara de Mónica, que con los ojos cerrados, los recibía. Ella sentía como la polla palpitaba en su mano. Cada espasmo de la verga iba seguido de un golpe cálido en su cara.

Hasta que la leche dejó de salir. La polla dio un par de espasmos más, y Mónica abrió lentamente los ojos. La forma en que su padre la miraba la cautivó.

-¿Lo he hecho bien, papi?

-Ummm muy bien, zorrita. Me has complacido mucho. Ahora, cómete la leche de papi, como una buena putita.

Mario miró, maravillado, como Mónica, sin dejar de mirarlo, con su preciosa carita seria, recogía el semen con los dedos y se lo llevaba a la boca. Lo saboreaba y tragaba.

Quedó un poco en una de las mejillas. Él lo recogió con un dedo y se dio. Ello lo chupó, ávida.

La hizo levantar y la besó. Un beso tierno, casi paternal, pero en los labios.

-Bueno, ahora, aclárame el jabón.

Mónica terminó de ducharlo. Luego, él la enjabonó a ella y la duchó, pasándole las manos por todo el cuerpo, menos por el coño. Cuando terminó, cerró el agua, con tranquilidad. Ello lo miraba, expectante, excitada.

La secó, se puso un albornoz y la llevó al dormitorio de ella. Buscó entre su ropa un pijama corto y le dijo que se lo pusiera. Le quedaba estupendamente. Ajustado. Sus tetas se notaban perfectamente y sus pezones, duros, se marcaban en la tela.

La metió en la cama y la arropó, como hacía cuando era pequeña. Acarició su cabello, húmedo. Era tan hermosa. Su niñita del alma. Su...puta.

-¿Estás cachonda, verdad?

-Sí...papi....

-El coño te arde, ¿No?

-Ujummm.

-Hazte una paja.

Mario vio como bajo la sábana, la mano derecha de Mónica bajaba. Pudo seguirla con la vista por como la sábana se movía a su paso. Supo cuando los dedos de su hija se metieron por dentro del pijama y empezaron a acariciar su coñito cuando ella entornó los ojos y empezó a gemir.

-Aggggg.

-¿Qué eres, Mónica?

-Soy...ummmm una...zorra.

-Sí...pero no una zorra cualquiera. Eres la zorra de papi.

-Aggggggggg si...soy la zorra de papi...soy...tu zorra.

-Eso es. Sólo mía. Me perteneces, ¿Entendido?

-Sí...soy...tuya...aggggggggggggg

Mónica empezó a curvarse, a separar la espalda del colchón.

-¿Te vas a correr, zorra?

-Agggggggggg sí...papá...me voy a...correr...agg ya...me voy a...

-Quieta. Saca la mano, no te corras.

Ella abrió los ojos y quitó la mano de su coño. Estaba a punto de correrse. Lo necesitaba, pero obedeció.

-Bien, así me gusta, putita. Te correrás cuando yo quieras que te corras, ¿Entendido?

-Sí...

Le dio un casto beso en la frente, se levantó y se dirigió a la puerta. Mónica lo miraba, con el coño palpitando, necesitando la liberación del orgasmo.

-Hasta mañana, mi vida.

-Hasta mañana, papá.

Mario levantó una mano, dirigiéndola hacia el interruptor de la luz. Se dio la vuelta. La miró.

-Mónica.

-¿Si papi?

-Córrete.

Rápidamente, Mónica metió su mano nuevamente dentro de su pijama, se frotó el clítoris y estalló de inmediato en un intenso orgasmo que la dejó casi desmayada sobre la cama.

Mario apagó la luz y se fue a dormir. Mientras caminaba por el pasillo, sonreía.

-"Me encanta mi nueva zorra" - de decía.

+++++++++++++++++

Por la mañana, Mario se levantó y fue a hacer pis. Lo ocurrido la noche anterior le parecía un sueño. Cuando entró en la cocina y se encontró a Mónica con el pijama que él le dio, se dio cuenta de que todo era real.

Se acercó a ella y le dio una sonora nalgada.

-Buenos días, zorrita linda.

-Buenos días, papi - respondió Mónica, sonriente.

Le dio la vuelta y se pegó a ella. Le restregó la polla por el culo. Ella notó como se ponía cada vez más dura, al mismo tiempo que su coño se mojaba. Mario se arrodilló y le bajó el pantalón del pijama, hasta sacárselo, finalmente.

Besó aquel soberbio culo, aún con marcas de las tartas del día anterior. Se lo abrió y le pasó la lengua por la raja. Mónica se estremeció. Y más cuando su padre se levantó y notó contra sus nalgas su dura polla, liberada del pijama. ¿Se la metería otra vez en su culito? ¿Le llenaría su estrecho agujerito con esa enorme polla?

Sólo de pensarlo casi se corre, sintiendo como su madre de agarraba las tetas y le besaba el cuello.

Pero las intenciones de Mario eran bien distintas. Le hizo dar la vuelta, la levantó y la sentó sobre el frio pollete de la cocina. Se puso entre sus piernas.

-Te voy a follar, zorrita. Te voy a llenar el coño de polla dura.

-Ummmm papi....sí...fóllame...hazme tuya...

Abierta de piernas, Mónica esperó la estocada. Vio como su padre se cogía la polla con una mano, la acercaba a la entrada de su coño y se le empezaba a meter.

-Agggggggggg papi.........fóllameeeeeeeeee.

De repente, Mario notó que algo se interponía. Algo taponaba aquel estrecho coño. Empujó con fuerza y Mónica se quejó de dolor, tensándose. Mario sacó un poco su polla y vio que tenía un poco de sangre.

-Mónica... ¿Eres virgen?

-Agggg si papi...tú eres el primer hombre que me ha....follado.

Mario estaba sorprendido. Después de todo, ella no le había mentido. La miró. Ello lo miró. Le clavó la polla hasta el fondo del coño, haciéndola estremecer.

-Pues ya no eres virgen, zorra. Ahora, eres de verdad la zorra de papi.

FIN

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